Você está na página 1de 26

Políticas y placeres de los fluidos masculinos:

barebacking, deportes de riesgo y terrorismo biológico

Esteban Andrés García (CONICET, UBA)

El término "barebacking" es de procedencia hípica y significa "montar a pelo" o "en


pelo", es decir, montar sin silla ni manta sobre el lomo de un caballo. Comenzó a utilizarse en
la década de 1990 para referirse al sexo sin preservativo y, tal como sucede con muchos
términos cuya procedencia metafórica se borra, actualmente se usa, especialmente en medios
angloparlantes o europeos, para referirse directamente a tales prácticas sexuales. Sin embargo,
más allá de este uso laxo, desde que en la década pasada el término comenzó a ampliar su
espectro semántico desde el hipismo a la sexualidad se refirió más específicamente a "la
práctica intencional y continuada, propia de hombres que tienen relaciones sexuales con
hombres, de no usar preservativos para el sexo anal con compañeros casuales" (Haig, 2006, p.
2). En la medida en que se trata de una práctica "intencional y continuada" que actualmente da
lugar a modos de contacto y encuentro comercialmente más organizados, tales como sitios
virtuales y eventos dedicados a quienes comparten tal preferencia y la hacen (relativamente)
pública, el término ha llegado, especialmente en ciertas ciudades de Estados Unidos, a
adquirir una connotación ya no meramente comportamental sino identitaria. En este sentido,

los hombres que se identifican a sí mismos como barebackers pueden representar un


diferente subgrupo de hombres que tienen sexo bareback. En efecto, comportamiento
barebacking e identidad barebacking pueden ser constructos diferentes, tal como
identidad gay no es necesariamente sinónimo de comportamiento sexual con personas del
mismo sexo (Halkitis et al., 2005, p. 28).

La aparición de este uso identitario del término da testimonio de que la preferencia


comportamental en cuestión constituye recientemente un fenómeno en relativa expansión en
algunos países de América del Norte y Europa. Esto es confirmado por la atención y el interés
que ha despertado en los medios de comunicación, así como en las investigaciones
demográficas (estadísticas) financiadas por organismos de salud pública (tendientes a calibrar
sus estrategias de prevención epidemiológica) y en trabajos académicos atinentes a campos
tan diversos como la psicología, la sociología, los estudios queer, etc. En contraste con
muchos de estos estudios, las páginas que siguen no adoptan como objeto de análisis el
barebacking en sí mismo, sino que se proponen más bien elucidar algunas de las condiciones

1
históricas y culturales que hacen hoy del placer del barebacker un objeto susceptible de
análisis, las mismas que hacen aparecer como autoevidentes la necesidad y la urgencia de los
estudios que a él se dedican. Más generalmente, nos interrogaremos acerca de las condiciones
que hacen que ciertos comportamientos sexuales adquieran contemporáneamente un perfil, un
nombre y hasta una identidad: las circunstancias que permiten que en las últimas dos décadas
emerja en el escenario de los placeres urbanos una nueva figura; que ciertos gestos corporales
nos resulten de pronto provocadores, interesantes y llamativos, y hasta terminen por
caracterizar a ciertos dudosos personajes. Aún si en América del Sur el fenómeno no reviste
las mismas características, los discursos públicos acerca del sexo sin preservativo entre
hombres reflejan un interés y una incomodidad análogos en muchos aspectos a los propios de
los países del norte, tanto dentro como fuera de las comunidades gay locales. Las analogías en
la percepción pública de estas conductas en diferentes regiones tienen como alcance y como
límite justamente la medida en que son compartidas las coyunturas histórico-culturales que
analizaremos: aquellas relativas a la estrecha articulación entre las políticas de vigilancia
sanitaria, el sexo entre hombres y la identidad homosexual.
Desde el torbellino discursivo que gira en torno al barebacking emergen números,
opiniones, teorías y nuevas tipologías que no terminan de hallar sus puntos de coincidencia,
pero que a la vez enuncian inadvertidamente y por su misma caudalosa existencia una
afirmación monolítica: el placer del barebacker necesita ser explicado o interpretado
psicológica, política, sociológicamente. Esta percepción compartida no responde en primer
lugar ni solamente a los números del presupuesto sanitario público. La afirmación de esta
necesidad delata más bien una cierta incomodidad respecto del fenómeno: no es necesario
explicar o interpretar un fenómeno –un placer- que no es percibido como peligroso, extraño o
anormal. ¿Podría tratarse quizá de una incomodidad moral? Y si así fuera, ¿por qué razones
históricas ciertos discursos morales acerca del sexo entre hombres hablarían hoy el lenguaje
de la salud y de la vida, de la enfermedad y de la prevención, cuando parecen estar
abandonando la retórica del pecado y del delito? ¿Qué coyunturas históricas lograron, en
suma, que la incorporación de semen pueda llegar a ser en nuestros días, además de un placer,
una marca de lúdica y gozosa pertenencia a cierta subcultura y un estigma de exclusión en
varias comunidades, una traición a los movimientos por los derechos sexuales y una
reivindicación heroica del ímpetu más radical de la liberación sexual, una pulsión tanática y
una expresión de amor, un grave atentado terrorista y un mero deporte de riesgo, un síntoma
inconciente y el resultado del cálculo más racional?
Para responder a estas preguntas deberemos volver, primeramente, a las dos

2
definiciones de Haig y Halkitis1 recién transcriptas, las cuales intentan recoger y explicitar el
uso actual del término, y reflexionar sobre el particular campo semántico que le es propio, su
extensión y sus límites. En primer lugar, hay que observar que incluso en su connotación
identitaria "barebacking" no alude necesariamente a una suerte de adscripción política
contestataria. El autoidentificarse como barebacker, por ejemplo en los sitios de encuentro
virtual, es en cambio solamente una estrategia que facilita el encuentro entre personas que
comparten cierta preferencia en sus prácticas sexuales (Haig, 2006, p. 2; Dowsett et al, 2008).
En este sentido, incluso los tatuajes asociados al barebacking –cuya simbología no es
generalmente reconocida en ambientes no específicamente homosexuales- son quizá más
comparables a los códigos de pañuelos de colores, populares en los circuitos de cruising
homosexual en los años setenta, antes que a banderas políticas.2 En segundo lugar, el uso del
término tal como es recogido en las definiciones anteriores es particularmente relativo al sexo
anal entre hombres –"bareback sex" puede ser traducido como "sexo a espalda descubierta"-.
Aunque pueda resultar obvio, hay que observar que no existe un término análogo ni una
subcultura que agrupe, por ejemplo, a hombres que mantienen relaciones casuales sin
preservativo con mujeres, o a hombres casados que mantienen sistemáticamente relaciones
sexuales sin preservativo con su cónyuge, aun si tales prácticas no acarrean biológicamente
menor riesgo de transmisión del VIH u otras ITS de acuerdo a criterios científicos. 3 El
matrimonio heterosexual en buena medida escapó hasta hace poco tiempo de la vigilancia
epidemiológica del VIH por razones culturales, las mismas que hacen difícil revertir tal
situación incluso hoy, cuando los medios periodísticos hablan de la "feminización de la
epidemia" y advierten que, por ejemplo en la Argentina, los casos de sida en mujeres
aumentaron cuarenta veces en veinte años.4 La creencia, arraigada en muchos países
1
Thomas Haig es investigador en el área de estudios gay y coordinador de una organización de promoción de la
salud sexual en Montreal, y Perry Halkitis es psicólogo y realiza investigaciones demográficas empíricas en
colaboración con profesionales de la salud y organizaciones estatales de control y prevención sanitaria en Nueva
York.
2
Utilizamos el término inglés "cruising" debido a que tal código de pañuelos era popular en Estados Unidos. El
"callejeo" o "deambular sexual" homosexual es referido mediante diversas expresiones regionales coloquiales o
propias de la jerga: "ligue" en España, "paquera" en Brasil, "drague" en París, "yiro" en Argentina, etc.
(Perlongher, 1993, p. 76).
3
Estos criterios no son compartidos por la jerarquía de Iglesia Católica ni por las autoridades sanitarias de
Estados Unidos, quienes consideran que el sexo matrimonial es no sólo seguro sino incluso más seguro que el
sexo extra-matrimonial con preservativo. Volveremos sobre esta cuestión más adelante. Respecto del uso de
"ITS" ("infecciones de transmisión sexual") en lugar de "ETS" ("enfermedades …") , optamos en este caso como
en otros por las expresiones recomendadas por la Organización Panamericana de la Salud en "Terminología
relacionada con el VIH: actualización 2006 de la OPS" (PAHO, 2006).
4
En 1987 la seroprevalencia femenina en el total de infectados era menor al uno por ciento, mientras que hoy las
mujeres representan el treinta por ciento. Estos datos, difundidos ampliamente en los medios periodísticos
argentinos en abril de 2008, provienen del "Programa Nacional de Lucha contra los Retrovirus del Humano, Sida
y ETS" del Ministerio de Salud de Argentina (cf. por ejemplo La Razón, Buenos Aires, 1 de abril de 2008, p.
20). Las autoridades sanitarias locales se refieren, por ejemplo, a la situación de embarazo en la que algunos

3
americanos, en una suerte de asociación natural o biológica entre el virus y la
homosexualidad masculina está lejos de haber desaparecido, incluso si se sabe que en la
región donde habitan más de dos tercios del total mundial de personas infectadas, el África
subsahariana, la pandemia no está concentrada en ninguna "población de riesgo", tal como
afirma ONUSIDA.5 Datos epidemiológicos como éstos, paradójicamente, pueden incluso
ayudar a confirmar tales prejuicios ya alojados en las mismas categorías científicas. Por
ejemplo, debería analizarse en profundidad el hecho cuanto menos curioso de que la
concentración de las epidemias (nacionales) permita aún hablar de "poblaciones de riesgo",
mientras que la retórica del "riesgo" no sea aplicable a la escandalosa concentración de la
pandemia (mundial) en los países pobres.
Para comprender la estrecha relación histórica que une en Europa y América al sexo
entre hombres con la vigilancia sanitaria es necesario recordar que el perfil identitario del
homosexual contemporáneo se consolidó en el siglo XIX precisamente a partir de tal
vigilancia. Según el primer volumen de la Historia de la Sexualidad de Michel Foucault, el
homosexual tal como hoy lo reconocemos no es un personaje preexistente y universal que
fuera patologizado en el siglo XIX, sino que fue construido históricamente hace menos de dos
siglos precisamente como un tipo de carácter patológico (Foucault, 1976). Esta versión
hiperbólica de la historia, que posiblemente sobreestima el peso político de ciertos saberes
científicos contemporáneos (la medicina, la psicología, las ciencias humanas) en detrimento
de poderes clásicos (religiosos, estatales, policiales) que eran y todavía son ampliamente
operativos, puede ser debilitada no sólo a partir de otros estudios históricos y teóricos
(Chauncey, 1994; Boswell, 1980; Eribon, 2001) sino a partir de otras obras del mismo
Foucault que situaban la construcción histórica de la identidad homosexual dos siglos antes y
en otro contexto político (Foucault, 1961). Sin embargo, es claro que la taxonomía patológica,
lejos de hacer inimputable al nuevo enfermo, reunió en un bloque identitario coherente las
figuras heredadas del delincuente y del impío, otorgando su toque final a la construcción de
ese monstruo contemporáneo que se debate entre la inculpación religiosa y moral, la
esposos optan por tener relaciones fuera de la pareja, pero puede pensarse más generalmente en la dificultad
femenina de negociar el uso del preservativo con su pareja masculina en culturas latinoamericanas
tradicionalmente católicas y androcéntricas, cuando ello supone la confesión o la sospecha de infidelidad.
5
El sida sigue siendo la mayor causa de mortalidad en la región. Según el informe de ONUSIDA-OMS de
2007,"más de dos de cada tres (68%) adultos y aproximadamente el 90% de los niños infectados por el VIH [en
el mundo] viven en esta región [el África subsahariana], y más de tres de cada cuatro (76%) defunciones por sida
en 2007 se produjeron allí". Asimismo según este informe, "la pandemia ha formado dos
patrones generales: epidemias generalizadas en las poblaciones generales de muchos
países de África subsahariana […] y epidemias en el resto del mundo que se concentran
principalmente entre las poblaciones de mayor riesgo, como los hombres que tienen
relaciones sexuales con hombres, usuarios de drogas inyectables, profesionales del sexo
y sus parejas sexuales" (ONUSIDA-OMS, 2007, p. 4, 7).

4
persecución policial y los pobres consuelos del diván. La patologización de la conducta
homosexual no podía sino continuar, integrarse y reforzar las condenas religiosas y legales ya
existentes en lugar de debilitarlas –como puede suceder en el caso de otras patologías-, por
una razón bastante evidente: tanto científicos como legos comparten la idea de que las
enfermedades necesitan ser curadas. Si el homosexual no es culpable de su enfermedad, es
cuanto menos moralmente culpable de gozar de su enfermedad en lugar de sufrirla y
someterse a una cura y, en la medida en que la salud es una cuestión pública, se hace
imputable de poner en riesgo a la población sana. En este sentido, no es ocioso recordar que la
Asociación Psiquiátrica Norteamericana solamente retiró a la homosexualidad del catálogo de
desórdenes mentales en 1973, mientras que la Organización Mundial de la Salud dejó de
incluirla en su capítulo clasificatorio de enfermedades recién en 1992. Por su parte, el lento
proceso de despenalización de la homosexualidad sólo alcanzó todos los estados de Estados
Unidos en 2003, y en países latinoamericanos tales como Argentina los códigos policiales de
faltas y contravencionales aún hoy siguen penando la homosexualidad en aproximadamente la
mitad de su territorio, incluso cuando en Buenos Aires se aprobó la ley de unión civil para
parejas del mismo sexo.
A principios de la década de 1980 la aparición de una misteriosa enfermedad que
luego se denominaría "Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida" ("SIDA", hoy referida ya
sin mayúsculas como "sida" por la Organización Panamericana de la Salud y la Real
Academia Española) otorgó un giro interesante a la historia de la enfermedad homosexual.
Este giro es resumido por Judith Butler del siguiente modo:

La patologización de la homosexualidad tendría un futuro que Foucault no podía haber


previsto en 1976. Pues si la homosexualidad es patológica desde el comienzo, entonces toda
enfermedad que los homosexuales podrían contraer alguna vez se fundiría inquietantemente
con la enfermedad que ellos por sí mismos ya son (Butler, 1992, p. 357).

Cuando apareció el primer informe científico de los primeros casos conocidos en Estados
Unidos (1981) la misteriosa enfermedad ya había adquirido en los medios periodísticos la
menos misteriosa denominación pública de "cáncer gay", que en poco tiempo (1982) se
transformó en la más científica "GRID": "Gay-Related Immunodeficiency Disease". Aún ya
determinada la etiología viral del síndrome (1984) en Estados Unidos la concentración de la
epidemia en la población homosexual fundamentaba la identificación de esta última como
"grupo de riesgo" ("risk group"), expresión que por su dudosa oscilación semántica entre
"grupo riesgoso" para el resto de la población y "grupo en riesgo" ha sido reemplazada en

5
gran parte de la literatura científica y académica actual por "población vulnerable" o bien por
"conductas de riesgo".6 Como sugiere la observación de Butler antes citada, a principios de la
década de 1980, las denominaciones populares del "cáncer gay", "peste rosa" o "peste gay"
podían sonar como una suerte de pleonasmo: el sida era "la peste de la peste" y una sociedad
puede vacilar en detener el avance de una enfermedad que parece librarla de otra enfermedad.
Los discursos religiosos acerca del merecido castigo divino a los sodomitas se conjugaron
coherentemente con las políticas de desatención estatal a los homosexuales afectados por la
enfermedad, quienes de acuerdo a los criterios oficiales vigentes eran ya definidos como
enfermos psiquiátricos y delincuentes.
La brecha entre la magnitud de la epidemia en la población homosexual y la tímida
respuesta sanitaria estatal contribuyó aún más a la concentración de la epidemia en los grupos
estigmatizados. En este sentido Judith Butler observaba aún en 1992, refiriéndose al pobre
presupuesto destinado al tratamiento en su país, que el mayor escándalo y "la mayor ofensa"
están

en la afirmación de que no es el fracaso del gobierno ni de la ciencia sino el 'sexo'


mismo el que promueve este desfile de la muerte. […] El sexo no causa el SIDA. Hay [en
cambio] regímenes discursivos e institucionales que regulan y castigan la sexualidad,
desplegando operaciones que […] pueden conducirnos rápidamente a nuestra desaparición
(Butler, 1992, p. 361).

Aún si, tomando distancia de la referencia crítica de Butler a la ciencia, no se emitiera juicio
alguno acerca de las "buenas intenciones" de científicos y médicos, resulta evidente la
dificultad de implementar políticas sanitarias asistenciales que se dirijan y se adecuen a
franjas poblacionales que el estigma moral y los sistemas jurídicos condenan a la invisibilidad
y la clandestinidad.
La "homosexualización" del sida sumada a la "deshomosexualización" de la atención
sanitaria tuvo como corolario histórico un efecto social imprevisto: la visibilización y la
"homosexualización" de muchos hombres que tenían sexo con hombres. En las franjas
poblacionales diezmadas por la epidemia se conformó una “comunidad en el desastre” que
fortaleció la identidad homosexual: aquella construcción identitaria que había surgido en el
siglo XIX como un tipo patológico que condensaba y consagraba científica y objetivamente
una estigmatización moral de siglos, a fines del siglo XX se resignificó como una bandera útil
para que algunos ciudadanos reclamaran el respeto de sus derechos civiles –incluído el
derecho a la salud-. Este curioso entrelazamiento de cuestiones sanitarias, morales y políticas
6
El informe de ONUSIDA 2007, sin embargo, continúa utilizando el giro "poblaciones de mayor riesgo".

6
puede verse brillantemente resumido en una declaración pública de 1985 del obispado de la
Iglesia Católica Argentina, que formulaba textualmente la pregunta: "¿Es posible que los
enfermos morales, como los homosexuales, reclamen carta de ciudadanía para sus pasiones
vergonzosas?” (Meccia, 2006, p. 60) Particularmente en la década de los ochenta en
Argentina y otros países de Latinoamérica la identidad homosexual y la “cuestión gay”
emergieron con fuerza en la escena pública, obteniendo las ONGs ligadas a los derechos
sexuales sus primeros y humildes éxitos políticos. Esta nueva visibilidad pública y política se
debía claramente a los procesos de democratización, pero también se asociaba
indisolublemente a la alta seroprevalencia en la población homosexual: los lazos comunitarios
e identitarios se afianzaron y los activismos homosexuales dieron sus primeros pasos
importantes en el reconocimiento político latinoamericano en este contexto particular en que
convergieron históricamente la victimización de los homosexuales por aparatos represores
estatales en vías de transformación y la vulnerabilidad sanitaria de la población homosexual.
En este contexto, la promoción del uso del preservativo se constituyó en un capítulo
central e indispensable de la agenda política de las diversas ONGs surgidas en defensa de los
derechos de las minorías sexuales. Se produjo así, como constata Haig,

una de las más rápidas instancias de transformación del comportamiento masivo en la


historia de la promoción sanitaria: la mayoría de los hombres gay comenzó a usar
preservativos y la mayoría continúa usándolos hoy. Por su éxito, la promoción del sexo más
seguro entre hombres gay opaca virtualmente cualquier otro esfuerzo comparable, incluyendo
a las campañas anti-tabaco, que han necesitado décadas para alcanzar las tasas de cambio que
la prevención del VIH logró en muy pocos años (Haig, 2006, p. 8).

Una campaña televisiva de prevención del VIH titulada "Gay Men Play Safe", lanzada en
2004 por la organización AIDS Vancouver con el auspicio de la Agencia de Salud Pública
canadiense, se propuso precisamente subrayar que "el sexo más seguro es aún hoy un valor
comunitario prioritario entre los hombres gay"; "tres de cada cuatro hombres gay practican
sexo seguro todas y cada una de las veces"; "la seguridad sexual, incluyendo el uso del
preservativo, es una norma de la comunidad [gay]".7 Como ejemplo del carácter
agresivamente normativo que pueden adquirir estas reglas higiénicas puede recordarse que a
fines de los años noventa algunos activistas gay colaboraron con las autoridades de salud de
Estados Unidos para erradicar el sexo sin protección de lugares comerciales y públicos de
encuentro sexual, actuando como "controladores sanitarios" armados con linternas (Scarce,
1999). Un "grupo de riesgo" no podía reclamar los derechos políticos y asistenciales que les
7
El website de AIDS Vancouver se encuentra en <www.aidsvancouver.org>, y su campaña en
<www.gaymenplaysafe.com>.

7
eran negados más que demostrando ser sólo un "grupo en riesgo", víctima inocente de una
epidemia a pesar de su buena conducta sanitaria, de la que debía otorgar constantes
demostraciones a riesgo de confirmar el merecimiento de su estigma y su padecimiento. Si la
identidad homosexual se consolidó sometiéndose a la normalización sanitaria de los discursos
psiquiátricos y médicos de fines del siglo XIX, podría afirmarse que la identidad gay no se
liberó de aquélla más que ajustándose a la nueva normalización sanitaria de los discursos de
prevención epidemiológicos de fines del siglo XX. Éstos jugaron un rol clave en la misma
conformación de esta identidad y constituyen saberes compartidos y normas de conducta que
definen la pertenencia a la comunidad gay, tal como constataba la campaña de prevención
canadiense a la que recién nos referimos.
A partir de este vertiginoso esbozo histórico de las promiscuas relaciones que
mantienen en nuestra cultura desde hace ya más de un siglo las políticas sanitarias con la
homosexualidad, es posible comprender mejor la doble sospecha que encarna el barebacker.
En primer lugar, en la "opinión pública" y la cobertura periodística del fenómeno por parte de
los medios masivos de comunicación, el barebacking despertó un pánico moral que nunca
despertó en cambio el sexo casual heterosexual sin preservativo. En este contexto social
amplio la figura se presta a ser interpretada como la confirmación definitiva del carácter
perverso y patológico del homosexual, de su peligrosidad social y del merecimiento de su
infección, y esta clave moral explica en parte la asimetría entre el interés y preocupación que
suscita el fenómeno del sexo homosexual sin preservativo respecto de la misma práctica en la
población heterosexual. En segundo lugar, en el interior de los discursos del activismo gay y
relativo al VIH, el barebacker aparece como un boicoteador que traiciona los logros de dos
décadas de militantes homosexuales, los cuales debieron realizar un doble esfuerzo: frenar el
avance de la epidemia en su comunidad adoptando y promoviendo el discurso del "sexo
seguro" (o "sexo más seguro")8, y demostrar simultáneamente su buena conducta al resto de la
sociedad.
Si se tiene en cuenta que la promoción del uso del preservativo es parte integral de la
"plataforma política" básica compartida por toda organización activista gay, puede
comprenderse por qué cuando un homosexual admite disfrutar de la incorporación de semen o
el contacto genital de piel con piel su placer se transforma instantáneamente en una

8
Una u otra expresión son usadas con preferencia en distintos países: por ejemplo, "safer sex" es de uso ubicuo
en Estados Unidos mientras que "safe sex" todavía es usual en Inglaterra. La primera expresión, más reciente,
tiende a subrayar que no toda práctica sexual con preservativo es cien por ciento segura, ni toda práctica sexual
sin preservativo es cien por ciento riesgosa. "Safer sex", aun si aparenta ser biológicamente más exacta, puede
prestarse sin embargo a introducir cualquier tipo de consideraciones morales acerca de comportamientos
sexuales, de acuerdo a quién utiliza la expresión y en qué ocasión.

8
declaración política. El barebacker es identificado así no sólo por una preferencia sexual, sino
como promotor de esta preferencia propia por razones políticas, participante de una
sospechosa nueva militancia del "barebacking como movimiento politizado de protesta y
resistencia" (Haig, 2006, p. 2). Algunos de los primeros barebackers que públicamente se
autoidentificaron de ese modo asumieron resueltamente este rol. La estrella porno Scott
O'Hara fue uno de los primeros divulgadores del uso sexual del término "barebacking" en su
libro Autopornography (1997), en el que abogaba por una sexualidad ya no constreñida por el
uso del preservativo. Su iniciativa de tatuarse la inscripción "HIV+" fue continuada y
popularizada en el ambiente cultural gay transformándose en el símbolo de peligro biológico
(biohazard), si bien actualmente este tatuaje puede adquirir otros significados personales y
culturales distintos del barebacking. En el congreso "Creating Change" (San Diego, 1998) de
la National Gay and Lesbian Task Force el actor porno y activista gay Tony Valenzuela se
convirtió en un paria del movimiento cuando afirmó: "el nivel de carga erótica e intimidad
que siento cuando un hombre eyacula dentro mío es transformacional, especialmente en un
clima que silencia completamente su importancia." Aún si advirtió "hablar por sí mismo" y no
intentar promover una conducta, continuó diciendo: "soy un gourmet del sexo en una
comunidad que sirve comida congelada sexual ['sexual TV dinners'] y me he instalado en el
centro de la anarquía del VIH". Dos años después de lanzar su frase "anarquismo sexual"
Valenzuela agregó que era una expresión "poética" para referirse a una situación en la que
"hay muchas personas experimentando como yo el proceso de crear nuevos códigos sexuales
o morales, sólo que privadamente". El "anarquista sexual" es para Valenzuela quien reconoce
"hallarse más allá de las reglas establecidas y tener que inventar las propias" (Gendin, 1999).

1. Símbolo internacional de riesgo biológico.

9
Por su parte, el artista británico Derek Jarman narró en una trilogía autobiográfica los
entrelazamientos de su vida personal con la historia de la comunidad gay británica y el
desarrollo de la epidemia del sida. El título de su libro At Your Own Risk (1993) permite ser
leído como una consigna barebacker, aun si Jarman no se refiriera al término, cuyo uso aún
no se había extendido al Reino Unido. En aquella obra sus notas autobiográficas se intercalan
con noticias periodísticas recogidas de los diarios ingleses de los primeros años de la
epidemia, las cuales nos sitúan vívidamente en el contexto histórico al que nos hemos referido
más arriba: "James Anderton [Jefe de la Policía de Greater Manchester] declaró en la BBC
[refiriéndose a los homosexuales y el sida] que estas personas se están hundiendo en una
letrina que ellos mismos construyeron"; "Margaret Thatcher expresó a la Cámara de los
Comunes que la moral es un asunto importante en relación al sida y que la gente puede, por su
propia conducta, evitar enfermarse"; "Hombres gay han sido rechazados en hospitales sin
recibir tratamiento a causa del temor de algunos médicos y cirujanos de contraer SIDA"; "El
Gran Rabino Sir Immanuel Jakobovits, […] líder espiritual de los 330.000 judíos de Gran
Bretaña, solicitó nuevas leyes contra los homosexuales y acusó a las personas infectadas de
VIH de diseminar deliberadamente el virus" (Jarman, 1993, p. 104-111). En 1986, apenas un
año después de la aparición de las primeras pruebas, Jarman fue testeado VIH+ e hizo público
el resultado en la prensa. En un reportaje, al preguntársele si consideró que este anuncio
público fue un acto político respondió afirmativamente, agregando sin embargo que "fue
política en primera persona". Tras la declaración pública de su estatus serológico su vida
social y sexual se tornó problemática al punto de que, en sus palabras, "resolví el problema
cerrando mi cuerpo como una almeja. Por un tiempo pude haber sido un modelo de la
Asociación Conservadora Familiar. […] Mi boca estaba abierta, hablaba, pero mi cuerpo
estaba encarcelado" (Jarman, 1992, p. 95). Cuando en sus notas autobiográficas publicadas
narró sus posteriores encuentros sexuales anónimos y casuales en Hampstead Heath provocó
un escándalo público. En un reportaje resume la situación de este modo:

- Derek es un chico malo de vuelta. Me aceptaron mientras cargué el azote de una


generación. La gente decía: "No es tan mala persona después de todo y no hay que desear el
sida a nadie". Qué risa. Yo era tan responsable como me era posible, pero siempre había una
falla –la gente no estaba preparada para mirar de frente el sexo Queer [to look a Queer fuck in
the face].
- ¿Cómo te sentiste en relación con el sexo?
- Fue liberador. Me liberó instantáneamente de la censura y de los cinco años de
autonegación. […] Nosotros [los homosexuales] hemos sido convertidos en quienes tienen que
cargar con toda la responsabilidad […] de la epidemia, de educar a la gente. Tenemos que
actuar responsablemente mientras ellos no hacen nada. […] Puedes ir a un pub heterosexual y
ponerte en riesgo miles de veces. Es lo que sucede los sábados a la noche; los chicos

10
heterosexuales no usan preservativo –eso los hace queer. En el Heath, creo que la mayoría
conoce los parámetros. Yo amé a todos esos muchachos y no voy a dejar que gente
maliciosa denigre su pasión. […] Si yo quisiera matar a alguien, no lo haría en el Heath. […]
Si decides penetrarme sin preservativo y yo acepto, ¿quién es el responsable? Cada uno es
responsable de sí mismo. […] Todo mi ser quiere descartar esta carga –toda la prédica del
sexo seguro, los preservativos y todo lo demás.

- ¿Estás subvirtiendo una propaganda?
- Mi compromiso es el de un cuerpo [I am involved as one body]. Mi experiencia y la tuya
pueden ser diferentes. Fue un campo minado ser uno de los pocos hombres VIH+
identificables en el mundo y darme cuenta de que cualquier cosa que dijera podría ser tomada
como representativa. (Jarman, 1993, p. 124-126)

Como muestran las declaraciones de O'Hara, Valenzuela y Jarman, no existe una


"plataforma política" del barebacker que le permita transformarse en portavoz de un cierto
movimiento con objetivos compartidos, y un obstáculo para ello es que, a diferencia de la
mayoría de las militancias y activismos sexuales, el "barebacker politizado" comienza su
discurso hablando de sí mismo y de su placer tal como es subjetivamente experimentado en
vez de presentarlo ya encuadrado en el marco más amplio, aceptable y aséptico de los
discursos acerca de la ética, la justicia, los derechos civiles o humanos. El discurso político
del barebacker, cuando existe y si es que existe, es un discurso que esgrime el único
argumento de su propio placer contra la moral y la política en sus significados usuales, a
sabiendas de que el "argumento" de su placer no cuenta como argumento, sino que lo
descalifica moralmente como egoísta y políticamente como terrorista. En el contexto de las
organizaciones gay es visto como un simple provocador, un "tirabombas" discursivo, mientras
que sus propias actividades sexuales clandestinas son interpretadas, tal como el tatuaje lo
sugiere, como una suerte de "terrorismo biológico". El "barebacker politizado" es más bien
un "rebelde sexual", un apelativo que se ha aplicado a O'Hara, un "anarquista sexual" tal
como se autoidentificaba Valenzuela, o alguien que hace "política en primera persona" como
afirmaba Jarman: "mi compromiso es el de un cuerpo".
El placer del barebacker es un (no-)argumento que se opone a ciertas reglas
establecidas, las cuales son de diversa índole. En primer lugar, las reglas internas del
mainstream del activismo gay estadounidense actual, con su énfasis en el matrimonio gay y
en la proyección de una imagen pública integracionista y conservadora destinada a mostrar
que los homosexuales "son iguales a los demás". El ímpetu casi revolucionario del temprano
movimiento de liberación gay se transformó, en función de los elementos menos radicales del
movimiento, en una lucha por legitimar los reclamos de una minoría recientemente

11
reconocida, "lo que ahora era casi una identidad étnica" (Bersani, 1987, p. 205).9 En este
sentido, el barebacker puede ser visto como un heredero nostálgico del impulso más radical y
revolucionario de las primeras militancias homosexuales y se presta además a las sofisticadas
interpretaciones teóricas, por ejemplo en clave derrideana o deleuziana, que caracterizan a la
teoría queer. En un trabajo pionero y provocativo que no hacía referencia al barebacking sino
que abordaba más generalmente la relación entre la homosexualidad y el sida, el placer y la
muerte, Bersani ofrecía elementos teóricos que hoy podrían cuadrar en alguna definición
posible de la "política del barebacking". El punto de vista acerca de la homosexualidad
defendido por Bersani era de difícil integración en los discursos de la militancia gay porque
no tenía intenciones de hacer moralmente aceptable el placer homosexual, mientras que el
apelar a ciertas bases éticas compartidas parece ser en general condición de posibilidad para
hacer oír un reclamo político. Incluso más generalmente, afirmaba que "el valor mismo de la
sexualidad es traicionar la seriedad de todos los esfuerzos que se hacen para redimirla". Desde
esta posición propiamente filosófica, Bersani resignificaba la frase de Watney que aludía al
uso del sida como argumento moral contra los homosexuales, argumento que "hacía del recto
una tumba":

Si el recto es la tumba en la que el ideal masculino […] de la orgullosa subjetividad es


enterrado, entonces debería ser celebrado precisamente por su potencial de muerte. […]
La obsesión gay con el sexo [...] debería celebrarse porque escenifica incesantemente al
macho fálico como objeto de sacrificio infinitamente amado. La homosexualidad
masculina pone en evidencia el riesgo de lo sexual mismo como riesgo de auto- destitución o
auto-abandono, de perder de vista el yo (Bersani, 1987, p. 222).

No es posible, sin embargo, interpretar reductivamente el fenómeno del barebacking a partir


de esta clave teórica, ni mucho menos poner en boca del "barebacker politizado" este
discurso. Esto es así no sólo porque Bersani expone una reflexión filosófica amplia acerca de
las relaciones entre la sexualidad, el poder y la muerte cuya discusión pertenece a un registro
demasiado abstracto, sino porque, como ya advertimos, el discurso "político" del barebacker
se funda primariamente en una declaración personal de su placer tal como lo experimenta, sin
importarle lo ingenua que pueda sonar a oídos de psicólogos o filósofos esta creencia en una
"sensación pura", o lo egoísta e individualista que pueda sonar a oídos políticos. El placer, en
los discursos de los tres "barebackers politizados" que antes citamos, no es asociado
9
La ruptura de roles e identidades fijos que eran consignas de las primeras militancias (y son recientemente
reivindicadas de algún modo por los teóricos queer) se tornó en la aceptación de la homosexualidad como una
experiencia minoritaria, favoreciendo una "ghettización" de la experiencia homosexual. Este giro en las
consignas de la militancia, desde un punto de vista más radical, sólo confirma la inevitabilidad y naturalidad de
la heterosexualidad como norma.

12
directamente ni aparece en función del riesgo, de la muerte o de ninguna otra instancia más
allá del mismo placer y la libertad para alcanzarlo. En este sentido, por ejemplo, Jarman se
lamentaba de que "a otras generaciones les fueran negados los maravillosos momentos de
libertad irresponsable [freewheeling time] que nosotros vivimos" (Jarman, 1992, p. 123). (La
frase de Jarman se refiere a los homosexuales en las dos décadas anteriores a los ochenta,
previas al sida y la norma sanitaria del preservativo). La afirmación de Jarman permite
considerar que, al contrario de la posición teórica defendida por Bersani, el barebacker
representaría políticamente una protesta contra el miedo al placer y el sexo que es fomentado
inadvertidamente por las reglas de prevención biomédicas y los discursos de prevención del
"sexo seguro" o "sexo más seguro".10 Se trataría más bien, entonces, de una reacción que se
opone a la ecuación entre sexo (especialmente homosexual) y riesgo, enfermedad y muerte,
una asociación que han promovido y siguen promoviendo incluso las campañas de prevención
más "políticamente correctas".

10
Nos referimos a la regla de utilizar preservativo en toda relación sexual que implique los genitales (ya se trate
de sexo anal u oral), durante todo el tiempo que dure la relación (habida cuenta de los fluidos preseminales) e
independientemente del estatus serológico (ya que incluso entre dos compañeros sexuales seropositivos existe la
posibilidad de "re-infección" con otras cepas del virus, así como de transmisión de otras ITS distintas del VIH).

13
2 y 3. Afiches de campaña estatal de prevención (Suiza).

Una campaña de prevención del VIH lanzada en 2006 por la Oficina Federal de Salud
Pública de Suiza muestra imágenes de una carrera de motocicletas, un partido de hockey
sobre hielo y un duelo de esgrima, con la particularidad de que los deportistas (hombres en los
primeros dos casos y mujeres en el tercero) están totalmente desnudos. Una inscripción
acompaña las imágenes: "No action without protection. 1. No intercourse without a condom.
2. No sperm or blood in the mouth".11 La repercursión positiva de la campaña, testimoniada
por la prensa europea, responde no solamente a la cuidada estética de sus imágenes, que
evitan por vía de metáfora toda referencia explícita a las relaciones sexuales, sino a la claridad
de su taxativo remate textual, el cual resume con exactitud las medidas de prevención más
objetivas según las prescripciones higiénicas actuales de la medicina. El logo de la campaña
completa el mensaje: "Love Life - Stop Aids". Roger Staub, director de la sección de
prevención de la Oficina Federal de Salud Pública, explicita el significado de la metáfora
visual de este modo: "Queremos decirle a la gente que, tal como al jugar al hockey o al
practicar esgrima, no se practica sexo desnudo. Siempre se debe usar un preservativo"
(Foulkes, 2006). Es posible, sin embargo, identificar otras dimensiones metafóricas en juego.
En primer lugar, es evidente que los deportes retratados –como es el caso de las competencias
deportivas en general- son practicados por hombres con hombres y mujeres con mujeres, de
modo que las imágenes metaforizan particularmente relaciones sexuales homosexuales. En
segundo lugar, las imágenes se sirven de la asociación tradicional en nuestra cultura de ciertos
artefactos -los palos, los automóviles y las armas- con estandartes e instrumentos masculinos,
y en particular, con esa "primera herramienta" masculina que el psicoanálisis creyó encontrar

11
"Ninguna acción sin protección. 1. Ninguna relación sin condón. 2. Ni esperma ni sangre en la boca."

14
en el pene. Desde esta perspectiva, lo que muestra la campaña son cuerpos desbordantes de
fuerza, belleza y salud (como los de los deportistas profesionales retratados) que, en su
desnudez, se revelan vulnerables y expuestos al peligro de la fuerza ciega e inhumana de esos
instrumentos o máquinas adosados a sus cuerpos: sus órganos sexuales o los de sus
compañeros de juego. Los partenaires (homo-)sexuales son así contrincantes en una peligrosa
lucha cuerpo a cuerpo por resguardar del otro su propia integridad física: "ninguna acción sin
protección" sugiere en el contexto de la imagen que todo compañero sexual –e incluso uno
mismo en tal situación- es un potencial asesino. A su vez, en sociedades como la suiza donde
las conductas de riesgo son ampliamente conocidas, los participantes voluntarios en el
cuerpo-a-cuerpo mortal de estos "deportes sexuales de riesgo" pueden aparecer más bien
como suicidas. Sin embargo, la campaña no está destinada a disuadir a los "suicidas", sino a
advertir a las "víctimas inocentes" frente a los potenciales "asesinos". Así lo sugiere bastante
explícitamente Staub, uno de los funcionarios responsables de la campaña: "Vivimos en una
sociedad donde si quieres matarte puedes hacerlo. Me preocupan menos quienes conocen la
situación –ellos realizaron una elección conciente- que quienes no la conocen".12
La asociación francesa Aides -fundada por el sociólogo Daniel Defert, quien fuera el
compañero de Foucault, tras la muerte del filósofo- ha producido algunas de las campañas de
prevención del VIH estéticamente más felices e interesantes, al punto de que resulta difícil y
hasta odioso poner entre paréntesis el goce estético para criticar sus posibles connotaciones
morales y políticas. En "Langue de serpent et cercueil" se muestra un pene blanco del que
asoma una lengua viperina y el vello púbico de una mujer afeitado en forma de ataúd. A pesar
de que la misma Asociación advierte en su website que no es la intención de la campaña el
"estigmatizar el sexo", la imagen formula una ecuación inmediata entre sexo y muerte. Otra
campaña ("Les dés", 2004) muestra dados que en lugar de números tienen inscriptos nombres
propios (Lucas, Lola) en todas sus caras excepto una en la que se lee "SIDA". Esta
identificación del síndrome con una persona es aún más explícita en una campaña que
aparentemente fue autocensurada por la misma asociación: "Sans preservatif … c'est avec le
sida que vous faites l'amour".13 Las fotos del artista Christophe Huet que acompañaban el
texto mostraban, en su versión masculina, a un joven desnudo que exhibía un excelente estado
físico teniendo relaciones sexuales en su cama con un escorpión gigante, el cual blandía un

12
Las infecciones en la comunidad gay suiza ascendieron un 34 por ciento en 2006. Entre las personas
recientemente infectadas, los estudios mostraron que la mayoría sabía que su compañero/a era portador del VIH,
y un 20 por ciento declaró haber elegido tener sexo sin preservativo aún sabiéndolo. Las autoridades aluden
como explicación básica a la complacencia por el éxito relativo de los tratamientos anti-retrovirales (Foulkes,
2006).
13
"Sin preservativo … es con el sida con quien haces el amor".

15
enorme aguijón negro que amenazaba con penetrarlo por detrás.14 Por razones bastante obvias
de incorrección política –como mínimo, la identificación sugerida de una persona con VIH
con un ser no humano, mortífero, sucio y de fea apariencia- el afiche fue retirado de
circulación en poco tiempo.15 Aún sin poder analizar aquí la increíble riqueza semántica de la
imagen, cuyas dudosas connotaciones políticas no opacan su valor artístico, es posible
observar que se alude, tal como en el caso de la campaña suiza, a la desnuda vulnerabilidad de
cuerpos sanos en situación sexual. En la campaña suiza, el duelo de esgrima en que ambas
deportistas están desnudas elude la estigmatización de la persona con VIH sólo a costa de
hacer de ambas partenaires posibles asesinas: cualquier cuerpo aparentemente bello y sano
puede ser un escorpión disfrazado. Y este aviso suizo aparentemente más "correcto" contiene,
a diferencia del francés, una doble metaforización: no sólo la de la persona infectada como
posible agresora, sino la del sexo mismo como peligroso duelo, batalla o competencia.

4. Afiche de campaña de prevención de Aides (Francia).

Susan Sontag ha puesto de relieve en dos libros célebres –La enfermedad y sus
metáforas y El Sida y sus metáforas- los peligros propios de los discursos metafóricos acerca
de las enfermedades, y sus observaciones son en este caso aplicables a las metáforas visuales
14
La campaña fue retirada del website de la Asociación: <http://www.aides.org>. Pueden verse todavía las fotos
en el website del artista: <www.christophehuet.com>.
15
El texto de una de las campañas más recientes de Aides (2007) parece intentar compensar y revertir esta
identificación del virus con la persona que podían sugerir involuntariamente algunas de sus campañas anteriores:
"C’est le sida qu’il faut exclure, pas les séropositifs". Sin embargo, la consigna no se libra de sugerir una
continuidad semántica entre ambos órdenes al aplicar metafóricamente al síndrome el tratamiento de "exclusión"
que se supone referido previamente a las personas con VIH.

16
de las campañas de prevención. Sontag afirma que "nada hay más punitivo que darle un
significado a una enfermedad –significado que resulta invariablemente moralista". (Por "dar
un significado" debe entenderse aquí el connotar la enfermedad utilizando una imagen
metafórica para referirse a ella.) En su visión, son las enfermedades "misteriosas" (de causas
múltiples o no suficientemente aclaradas, o aquellas cuyo tratamiento aún no es demasiado
eficaz) "las que más posibilidades ofrecen como metáforas de lo que se considera moral o
socialmente malo" (Sontag, 1996, p. 64). El sida hereda en la visión de la autora al menos dos
modelos metafóricos previos: el modelo bélico de la invasión que era propio del cáncer y el
de la polución antes propio de la sífilis. Una derivación contemporánea de la segunda de las
constelaciones metafóricas mentadas (relativa a la polución) es que el discurso inmunológico
del contagio o transmisión del VIH se solapa lexicalmente con el discurso ecológico de la
contaminación, integrándose así el sida en el sentimiento popular del inminente apocalipsis
ecológico del tercer milenio. De este modo, la pandemia puede asociarse ahora, tal como el
desastre ecológico, a la condena ética del irresponsable franqueamiento de ciertos límites –
sexuales, en el primer caso, o de consumo en el segundo- por parte de los habitantes de las
grandes urbes. El primer modelo metafórico (bélico) hace afirmar por ejemplo que las células
cancerosas no se multiplican ni el virus se replica, sino que ambos invaden, colonizan, se
infiltran y debilitan nuestras defensas. Muchas de estas metáforas –tales como la alusión a los
linfocitos CD4 como "las defensas"- son propias del discurso científico y médico "literal"
acerca del virus, y tienden inadvertidamente a extenderse en su aplicación popular a la
persona con VIH. El afiche de Aides ya referido proporciona la clave de esta transposición: el
virus retratado como un insecto –recuérdese que "bug" es una denominación estadounidense
coloquial para el VIH, así como lo es "bicho" en América Latina- es en la imagen la persona
infectada misma con la que se mantiene una relación sexual. Tanto el virus como la persona
infectada son los agresores y enemigos, y los cuerpos sanos sus víctimas. La tentación de
extender las posibles analogías es casi irresistible: así como el virus se "mimetiza"
genéticamente para multiplicarse, el "portador asintomático" es un peligroso espía o invasor
extranjero entre la población sana, aquel "otro" que aparenta ser "uno más de nosotros" y
propaga así la infección-invasión-colonización.16 La metaforización bélica del VIH y el sida
propicia no solamente la identificación del virus con la persona con VIH –por vía de la

16
La Organización Panamericana de la Salud ha recomendado a sus funcionarios en la actualización del 2006 de
su "Terminología relacionada con el VIH" el abandono del término "contagio", que "porta connotaciones
morales" y su reemplazo por el de "transmisión", más objetivamente "biológico". Asimismo, recomienda "en
particular para los documentos de uso público", evitar los "términos militares (lucha, combate, guerra, objetivo)"
suplantándolos por "respuesta" (otra metáfora, relacionada ahora con la comunicación tal como la de
"transmisión") o bien "tratamiento" y "prevención" (PAHO, 2006).

17
personificación del virus- sino la idea de que en la "lucha" o "cruzada" contra la enfermedad,
tal como es el caso en las guerras entre naciones, es lícito tomar medidas extremas que
usualmente serían éticamente inaceptables. Sontag expresó en este sentido una protesta
enfática:

No se nos está invadiendo. El cuerpo no es un campo de batalla. Los enfermos no son ni


las inevitables bajas ni el enemigo. Nosotros –la medicina, la sociedad- no estamos
autorizados para defendernos de cualquier manera que se nos ocurra. Y en cuanto a esa
metáfora, la militar, […] devolvámosla a los que hacen la guerra (Sontag, 1996, p. 172).

Es necesario aclarar que la recensión crítica que esbozamos de las campañas de


prevención que enfatizan la necesidad del uso del preservativo no pretende disminuir en lo
más mínimo su enorme valor informativo, sino solamente poner de relieve aquellas consignas
morales que se agregan inadvertidamente y por vía de metáfora: la asociación directa de
ciertas conductas sexuales, y especialmente homosexuales, con el peligro, la enfermedad y la
muerte, así como la confusión del virus con las personas. La situación actual de la pandemia y
las políticas recientes de prevención hacen más necesarias que nunca campañas que divulguen
la información científica exacta de que el preservativo es el medio de eficacia más
comprobada para prevenir la transmisión del VIH. Estas campañas son tanto más necesarias
cuando la Presidencia de los Estados Unidos dedica billones de dólares a programas que, bajo
el título de "programas de prevención", constituyen directamente –es decir, sin ningún rodeo
metafórico- monumentales campañas morales que fomentan la desinformación, la
estigmatización de toda conducta u orientación sexual que no se encuadre en el matrimonio
heterosexual, y la propagación de la pandemia. En la definición propia de la Presidencia de su
programa PEPFAR:

El Plan de Emergencia del Presidente George W. Bush para el Socorro del SIDA es el mayor
compromiso que jamás asumió una nación con una iniciativa de salud internacional dedicada
a una única enfermedad –un enfoque abarcativo, de cinco años y 15 billones de dólares para
combatir la enfermedad en el mundo (PEPFAR, 2008).

Este "plan de salud" consiste en otorgar fondos a organizaciones locales, especialmente


africanas y americanas, con el requisito excluyente de aceptar y fomentar los criterios de
prevención de la Presidencia. Éstos consisten explícitamente en no priorizar el uso del
preservativo (cuyo uso sólo es justificado en casos excepcionales), y en cambio fomentar
como estrategias de prevención prioritarias y casi exclusivas la iniciación sexual tardía, la
abstinencia sexual antes del matrimonio y la fidelidad en el matrimonio. Otras políticas

18
"sanitarias" de la Presidencia, en cuyo planeamiento participan funcionarios económicamente
ligados a compañías farmacéuticas que producen medicación anti-retroviral, consisten
declaradamente en impedir todo intento de abaratar los costos de la medicación anti-retroviral
mediante la fabricación de drogas genéricas, fundándose en el argumento de la preservación
de su calidad (Girard, 2004). (Recuérdese que en el África subsahariana, la región donde la
política sanitaria de la administración Bush se precia de sus mayores logros, el sida constituye
la mayor causa de mortalidad, y esto se debe precisamente a la imposibilidad de los estados
de costear la medicación anti-retroviral, la cual asciende en promedio a unos mil dólares por
mes para cada persona infectada). Los fondos de la Presidencia estadounidense se combinan
además maravillosamente con las campañas morales de la derecha protestante y con los
criterios de prevención difundidos por la jerarquía de la Iglesia Católica (aquellos que insisten
en la asombrosa porosidad del látex, sin atender a ningún criterio científico), y el PEPFAR
alienta específicamente a organizaciones religiosas a solicitar sus fondos. Teniendo en cuenta
este panorama, no es exagerado llegar a la misma conclusión de una activista cuando afirma:

La derecha cristiana estadounidense se oponía en el pasado a destinar fondos al problema del


SIDA con el argumento de que el virus era un juicio de Dios. Ahora reciben cientos de
millones de dólares destinados a la prevención para promover alrededor del mundo el mismo
mensaje del SIDA como castigo (Subways, 2006).

Teniendo en cuenta las violentas prédicas morales, la estigmatización y el temor al


placer sexual que promueven extraordinariamente las políticas sanitarias y las campañas de
prevención, desde las explícitamente moralizadoras hasta las bien intencionadas e informadas,
resultan más comprensibles las razones que pueden llevar a un barebacker a "politizar" su
preferencia sexual, politización paródica cuyo fracaso es conocido por él de antemano por las
razones antes analizadas. Sin embargo, tal como observamos más arriba, el barebacking no
define un fenómeno político sino una preferencia o, en el mejor de los casos, una especie de
subcultura sexual. Tal como corresponde a un caso semejante, no ha dado entonces mayor
lugar a una discusión en términos políticos como la que hemos esbozado, sino a estudios
empíricos y estadísticos de muy diversos tipos: epidemiológicos, demográficos, sociológicos,
antropológicos, psicológicos. La pregunta guía que recorre implícita o explícitamente la
mayoría de estas investigaciones es: ¿cuáles son las causas o los motivos del fenómeno? El
propósito de todo nuestro análisis es sugerir que esta pregunta en sí misma debería despertar
mucha mayor curiosidad, interés y reflexión que el fenómeno mismo. Sin embargo,
resumiremos brevemente a continuación algunos de estos resultados empíricos para añadir

19
una última reflexión sobre la relación entre el fenómeno y sus interpretaciones. La siguiente
enumeración de algunas variables está basada en los trabajos de Shernoff (2006), Haig
(2006), Halkitis (2005) y Dowsett et al. (2008), cada uno de los cuales recoge a su vez los
resultados de otros muy numerosos y diversos estudios empíricos. Según algunos de estos
estudios, entre las causas y motivos por los que un número creciente de hombres preferirían
tener sexo casual penetrativo con otros hombres sin usar preservativo se cuentan, enumerados
no exhaustivamente y en orden azaroso:
• el cambio en la percepción de la seropositividad (antes preludio de una enfermedad
terminal incurable y ahora infección crónica) debido al éxito relativo de los tratamientos anti-
retrovirales. Este motivo es aducido en general en relación a hombres jóvenes que tienen sexo
con hombres, quienes no han conocido los efectos devastadores del sida ni conocen los
límites y las dificultades propios de los tratamientos actuales.
• percepciones y creencias ingenuas e irracionales acerca de los riesgos, persistentes
aún en personas informadas, tales como "no soy el tipo de persona que se contagia".
• entre homosexuales seronegativos, la sensación fatalista de la inevitabilidad del
contagio a causa de ser homosexual, ligada a la percepción de la dificultad de permanecer
negativo.
• la popularidad del uso de drogas en ciertas poblaciones de hombres homosexuales, lo
que debilitaría la percepción del riesgo. Esta causa es asociada a quienes toman riesgos
irracionalmente y manifiestan "dejarse llevar por la excitación del momento", "buscar
sensaciones fuertes" o "el puro placer".
• en clave psicológica: tendencias inconcientes autodestructivas (por ejemplo, ligadas
a "homofobia internalizada") o destructivas.
• la voluntad conciente de infectarse, en función de distintos motivos, tales como el
lograr una cierta pertenencia grupal o el haber desarrollado una percepción erótica de la
enfermedad. Aún si constituye el aspecto más sensacionalista del fenómeno, las
investigaciones indican que el "gift giving" y el "bug chasing" (aquellos que buscan infectarse
y la oferta de transmitir la infección) son casos y prácticas marginales, y sólo un número
ínfimo de barebackers parece erotizar el virus y su transmisión explícitamente (Haig, 2006, p.
16).
• la expresión de sentimientos de confianza y el deseo de intimidad emocional,
especialmente en parejas seroconcordantes, es decir, que comparten su estatus serológico

20
positivo o negativo. (Esta variable sólo es aplicable si extendemos la definición básica que
hemos manejado hasta aquí, restando el calificativo de sexo "casual".)
• la confianza infundada en poder manejar y calcular racionalmente el riesgo, por
ejemplo mediante el "serosorting" (la búsqueda e identificación de personas que poseen el
mismo estatus serológico).
• el placer y la excitación ligados para algunas personas a las situaciones de riesgo, tal
como es socialmente aceptado en algunos deportes.
• la continuidad, la espontaneidad, el abandono y el olvido de inhibiciones que algunas
personas asocian indisolublemente al placer del acto sexual, y que el preservativo
obstaculizaría.
• las mismas variables (continuidad, espontaneidad y relajación que serían impedidas
por el uso del preservativo) como condiciones de posibilidad del acto sexual en casos de
dificultades eréctiles.
• la conexión erótica y emocional, y/o el placer, que algunas personas asocian al
intercambio e incorporación de semen.
• el placer ligado a la transgresión de normas sociales (aquí sanitarias). Así, por
ejemplo, se alude al barebacking como "el último tabú".
• la perpetuación, aún dentro de la cultura homosexual y de las prácticas de otros
hombres que tienen sexo con hombres, de estereotipos masculinos propios de culturas
androcéntricas según los cuales sería "más masculino" el sexo sin preservativo. Trabajos
realizados a partir de estudios abarcativos de sitios virtuales de encuentro, asocian el
barebacking, en dirección exactamente contraria a esta hipótesis, con una redefinición no
tradicional de los roles de género (Dowsett et al., 2008; este trabajo lleva un título tomado de
la jerga del barebacking que es bastante elocuente en este sentido: "Taking it like a man",
traducible en términos menos sugerentes como "ser penetrado como un hombre", es decir, sin
preservativo).
Como es evidente, esta desordenada enumeración reconoce múltiples motivos y causas
que están atravesados por diversas variables: identitarias, etáreas, serológicas, etc., algunas de
las cuales, tales como la muy significativa variable geográfica, hemos omitido aquí. En
Estados Unidos, algunos estudios toman en consideración la dimensión étnica; hay que
observar que, en cambio, casi no hay referencias a la variable económica. Reservamos un
párrafo aparte para una motivación analizada largamente por M. Shernoff en Without
Condoms. Unprotected Sex, Gay Men and Barebacking (2006) a partir de su experiencia e

21
investigación de dos décadas como psicólogo especialmente dedicado a personas
homosexuales con VIH. Esta variable de análisis, que cruza transversalmente varias de las
que ya hemos enumerado y que Shernoff relaciona con aquellos que tipifica como "rational
barebackers", se refiere a una especie de cálculo espontáneo y no necesariamente explícito de
costos y beneficios realizado por quienes deciden "correr el riesgo". Este "cálculo" parte de la
consideración de que la satisfacción sexual abarca un espectro de factores físicos,
emocionales y psicológicos que incluyen, no exhaustivamente, el placer y la descarga física,
la seguridad e intimidad emocional, la afirmación de la autoestima y la afirmación de la
identidad sexual. Estos serían beneficios altamente valorizados e inmediatos de la expresión
sexual, en contraste con la más bien distante y etérea amenaza del sida. Desde un punto de
vista más abarcativo e integral que el que se ajusta a una definición biomédica restringida de
la salud, Shernoff afirma que tomar los riesgos asociados al barebacking es en realidad un
modo en que algunos hombres gay intentan cuidarse a sí mismos, satisfaciendo necesidades y
deseos profundos y urgentes, no solamente físicos. Aun si esta afirmación puede sonar
indulgente o provocativa en primera instancia, tal impresión puede debilitarse si se recuerda
por ejemplo la definición de "salud sexual" que provee la Organización Mundial de la Salud:

Salud sexual es un estado de bienestar físico, emocional, mental y social relativo a la


sexualidad; no es meramente la ausencia de enfermedad, disfunción o dolencia. La salud
sexual requiere un enfoque positivo y respetuoso hacia la sexualidad y las relaciones sexuales,
así como la posibilidad de tener experiencias sexuales placenteras y seguras, libres de
coerción, discriminación y violencia (transcripta en Girard, 2004, p. 3)

Tal definición pone en juego una serie de múltiples y muy diversas variables que no siempre
son concurrentes sino que con frecuencia pueden llegar a excluirse o a contrabalancearse, y el
"cálculo" del barebacker que describe Shernoff, en este sentido, puede no ser siempre y
absolutamente irracional.
Las múltiples causas y motivaciones del barebacking enumeradas anteriormente
permiten ser agrupadas en tres grandes categorías: aquellas que se refieren directamente al
placer, aquellas que interpretan este placer en función de alguna otra variable, y aquellas que
sólo tienen sentido suponiendo o dando por sentado que el sexo sin preservativo es más
placentero que el "sexo seguro". El estudio de Shernoff es uno de los pocos que explicita este
supuesto, que otros estudios más cuantitativos y objetivos sólo dejan traslucir en sus
tipologías: "por más que se intente erotizar el sexo seguro, parece indiscutible el hecho de que
los preservativos debilitan la sensación de la penetración anal e interrumpen la espontaneidad
del acto sexual" (Shernoff, 2006, p. 15). Esta afirmación de Shernoff "naturaliza" el placer del

22
sexo sin preservativo -y las alusiones al sexo "natural" precisamente abundan en los websites
relativos al barebaking- sin dejar espacio a la multiformidad del placer. El látex y el
poliuretano pueden ser tan "natural" o "artificialmente" placenteros para algunos como lo es la
piel para otros, y lo que sea "natural" u "originariamente" el placer seguramente no puede
determinarse por un recuento estadístico –y posiblemente sea indecidible-. Sin embargo, la
declaración de Shernoff tiene el valor de volver a centrar la mira en lo que une a barebackers
ocasionales o sistemáticos, politizados o apolíticos, reales o virtuales, públicos o clandestinos:
el placer tal como es subjetivamente experimentado o, en otras palabras, la afirmación
hiperbólica de su placer.
El interés que despierta el placer del barebacker reside en parte en que se presta casi a
cualquier interpretación –psicológica, sociológica, ética, política, etc.- y se resiste a la vez a
todas ellas. Más arriba mostramos de qué modo los primeros "barebackers politizados"
proponían una interpretación política de su placer para escapar en seguida de ella, haciendo
valer su placer contra cualquier política. En esto reside el valor del fenómeno del barebacking
para las discusiones político-sexuales, aquellas que intentan articular el ámbito de los placeres
del cuerpo tal como son subjetivamente experimentados y el de las políticas públicas. La
fusión entre ambos ámbitos tuvo quizá su más cercano emblema en los movimientos juveniles
contraculturales de la década del sesenta, en cuyas consignas, por ejemplo, el "amor libre" era
connotado directamente como una protesta contra la intervención estadounidense en la guerra
de Vietnam. En aquel contexto, también ciertos feminismos y los movimientos por los
derechos de los homosexuales adoptaron la consigna de que todo lo privado es público.
Tomando el caso particular de los movimientos homosexuales, el afirmar que su sexualidad es
un asunto político, sexualizando la discusión política y politizando –a veces románticamente-
su sexualidad, no respondía simplemente a un propósito de exhibicionismo o provocación
sino a la constatación y asunción de una simple realidad de hecho: sus costumbres sexuales ya
habían sido transformadas mucho antes en cuestiones públicas por los religiosos al
condenarlas moralmente, por los Estados al penalizarlas y por los científicos al patologizarlas.
Un razonamiento similar puede aplicarse al movimiento feminista: sería inexacto afirmar que
éste introdujo la novedad de politizar la sexualidad o sexualizar la política, sino que
solamente desnudó la previa construcción cultural, social y política del género. Esta
articulación irremediable y necesaria de lo sexual y lo político acarrea sin embargo un riesgo:
la subordinación de toda interpretación de la sexualidad a una clave política, lo que no hace
sino fomentar nuevas maneras de moralizar las prácticas sexuales, esta vez en clave radical,
"progresista" o revolucionaria. Así, por ejemplo, el placer de mirar pornografía fue reducido,

23
en ciertos análisis feministas, a un acto político de perpetuación de las violencias del orden
social androcéntrico. En el ámbito de los estudios gays y lesbianos, se ha discutido acerca del
sentido y el valor político negativo o positivo (conservador o contestatario) de las prácticas
sadomasoquistas, del ambiente leather cuya estética remite a un registro policial o militar, de
la lesbiana masculina o del homosexual afeminado –al que en algunos países de
Latinoamérica se alude como "loca" o "marica"-. Gran parte de estas discusiones parecen
suponer que identidades, orientaciones, gustos y comportamientos sexuales son opciones
políticas personales: en la necesaria articulación del sexo y la política propuesta por las
militancias por los derechos sexuales así como en las discusiones académicas acerca de
culturas sexuales, la política es en general la favorecida, y el gran ausente es el placer
subjetivamente sentido y no elegido racionalmente. Incluso si ya no puede dudarse de que "lo
subjetivamente sentido y no elegido" es social, cultural e históricamente construido, esto no
quita un ápice al placer experimentado y no lo hace resultado de una elección, y mucho
menos la expresión de una posición política. De otro modo, se pierde de vista que "la loca",
por ejemplo, no es meramente una identidad performativa o paródica subversiva del modelo
de masculinidad hegemónica que rige a la cultura gay contemporánea; tampoco es solamente,
a la inversa, una réplica conservadora que se ajusta y afianza el binarismo de los roles de
género de la sociedad heterosexista.17 Ser "loca" no es una opción política a la que se adhiere
o no: "la loca" es, antes que nada, alguien que descubrió su placer, sin saberlo ni quererlo,
seduciendo y gozando "como una loca". Lo mismo puede aplicarse a las otras figuras antes
mentadas y muy especialmente al barebacker, que concentra hoy la carga de todas las
imputaciones morales, psicológicas y políticas que varios siglos acumularon en torno al sexo
entre hombres en general. Toda interpretación del placer del barebacker, de uno u otro lado
de la valla, como psicópata tanático, moralmente abyecto y potencialmente criminal o como
ícono de una nueva resistencia y creador de un nuevo ethos, no evidencian más que aquello
que Jarman sagaz y crudamente constataba en los años ochenta: la dificultad generalizada
tanto en la derecha como en la izquierda, en el común de la sociedad o en la militancia
homosexual, de mirar de frente la multiformidad del placer -"to look a Queer fuck in the face"
(Jarman, 1993, p. 125)-. Si es posible sortear las interpretaciones rápidas, en cambio, el
fenómeno del barebacking aparece como una posibilidad única de desatar el intrincado nudo
que conforman desde hace más de un siglo las políticas sanitarias y el placer homosexual. Sin

17
La "masculinización del mundo gay" que hace que homosexuales aparentemente más masculinos estigmaticen
a homosexuales afeminados ha sido interpretada, por ejemplo, como "la permanencia de la dominación
masculina, propia del orden global, en la subcultura homosexual" (Perlongher, 1993, p. 32). Así, "la loca"
representaría en este contexto una suerte de "héroe de la resistencia".

24
embargo, este nudo es tan ajustado que posiblemente ninguna de las dos hebras pueda salir
indemne: el placer del barebacker seguirá conservando su opacidad frente a toda
interpretación mientras no se hayan revisado los criterios biomédicos que definen lo que es la
salud y no se hayan puesto en cuestión las matrices sanitarias y morales que otorgan su
solidez propia a la identidad homosexual. Y entonces, cuando eso suceda si es que sucede, ya
a nadie le interesará interpretarlo.

Referencias Bibliográficas
BERSANI, Leo. “Is the Rectum a Grave?” October, v. 43, p. 197-222, 1987.

BOSWELL, John. Christianity, Social Tolerance, and Homosexuality: Gay People in


Western Europe from the Beginning of the Christian Era to the Fourteenth Century. Chicago:
University of Chicago Press, 1980.

BUTLER, Judith. “Sexual Inversions”. En STANTON, Donna (ed.). Discourses on Sexuality.


From Aristotle to Aids. Michigan: The University of Michigan Press, 1992, p. 344-361.

CHAUNCEY, George. Gay New York: Gender, Urban Culture, and the Making of the Gay
Male World, 1890-1940. Nueva York: Basic Books, 1994.

DOWSETT, Gary W., WILLIAMS, Herukhuti, VENTUNEAC, Ana, CARBALLO-


DIEGUEZ, Alex. "'Taking it like man': Masculinity an Barebacking Online". Sexualities.
Studies in Culture and Society, n. 11, p. 121-141, 2008.

ERIBON, Didier. Reflexiones sobre la cuestión gay. Barcelona: Anagrama, 2001.

FOUCAULT, Michel. Histoire de la sexualité I. La volonté de savoir. París: Gallimard, 1976.


_____. Histoire de la folie à l'âge classique. París: Plon, 1961.

FOULKES, Imogen. "Swiss Aids drive makes the point". En: BBC News, 13 de mayo de
2006. Disponible en: <http://news.bbc.co.uk/2/hi/europe/4769255.stm>. Acceso: 5 de mayo
de 2008.

GIRARD, Françoise. “Global Implications of U.S. Domestic and International Policies on


Sexuality”. IWGSSP Working Papers (International Working Group for Sexuality and Social
Policy), Columbia University, No 1, junio de 2004.

GENDIN, Stephen, "They Shoot Barebackers, Don't They?". En: Poz and AidsMed, n. 44,
febrero de 1999. Disponible en: <http://www.poz.com/articles/211_1459.shtml>. Acceso: 5
de mayo de 2008.

HAIG, Thomas. "Bareback Sex: Masculinity, Silence, and the Dilemmas of Gay Health".
Canadian Journal of Communication, Montreal, v. 31, p. 859-877, 2006.

25
HALKITIS, Perry N., WILTON, Leo, WOLITSKI, Richard J., PARSONS, Jeffrey T.,
HOFF, Colleen C., BIMBI, David S. "Barebacking identity among HIV-positive gay and
bisexual men: demographic, psychological, and behavioral correlates". AIDS. Official
Journey of the International AIDS Society, n. 19, p. 27-35, 2005.

JARMAN, Derek. At Your Own Risk. New York: The Overlook Press, 1993.

MECCIA, Ernesto. La cuestión gay. Un enfoque sociológico. Buenos Aires: Gran Aldea
Editores, 2006.

O'HARA, Scott. Autopornography. Binghamton, Nueva York: Haworth Press, 1997.

ONUSIDA-OMS (Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/Sida-


Organización Mundial de la Salud). "Situación de la epidemia de sida: informe especial sobre
la prevención del VIH". Ginebra, diciembre de 2007. Disponible en:
<http://data.unaids.org/pub/EPISlides/2007/2007_epiupdate_es.pdf>. Acceso: 5 de mayo de
2007.

PAHO (Pan American Health Organization. Regional Office of the World Health
Organization). "HIV-related Language: PAHO 2006 Update", 2006. (Versión en español:
"Terminología relacionada con el VIH: actualización 2006 de la OPS", p. 6-11). Disponible
en: <http://www.ops-oms.org/English/AD/FCH/AI/HIVLANGUAGE.PDF>. Acceso: 5 de
mayo de 2008.

PEPFAR (President's Emergency Plan for AIDS Relief). "Prevention Programs for Youth".
Febrero de 2008. Disponible en:
<http://www.pepfar.gov/documents/organization/89945.pdf>. Acceso: 5 de mayo de 2008.

PERLONGHER, Néstor. La prostitución masculina. Buenos Aires: Ediciones de la Urraca,


1993.

SCARCE, Michael. "A Ride on the Wild Side". En: Poz and AidsMed, n. 44, febrero de 1999.
Disponible en:<http://www.poz.com/articles/211_1460.shtml>. Acceso: 5 de mayo de 2008.

SHERNOFF, Michael. Without Condoms: Unprotected Sex, Gay Men and Barebacking. New
York/London: Routledge, 2006.

SONTAG, Susan. La enfermedad y sus metáforas. El Sida y sus metáforas. Buenos Aires:
Taurus, 1996.

SUBWAYS, Suzy. "AIDS As a Moral Disease, Once Again. How Government Policies on
Abstinence Promotion Teach Old-School HIV Stigma in the U.S. and Uganda". En:
Solidarity Project, n. 2, diciembre de 2006. Disponible en:
<http://www.champnetwork.org/media/spdec06.pdf>. Acceso: 5 de mayo de 2008.

26

Você também pode gostar