Discover millions of ebooks, audiobooks, and so much more with a free trial

Only $11.99/month after trial. Cancel anytime.

Predicar es una decisión: Una introducción descriptiva de homilética bíblica
Predicar es una decisión: Una introducción descriptiva de homilética bíblica
Predicar es una decisión: Una introducción descriptiva de homilética bíblica
Ebook431 pages

Predicar es una decisión: Una introducción descriptiva de homilética bíblica

Rating: 4 out of 5 stars

4/5

()

Read preview

About this ebook

Hoy se escudriñan y se cuestionan las formas tradicionales de predicación. El sermón bíblico no es inmune a la presión para evolucionar e incluso caer en desuso, dejando a los pastores y seminaristas confundidos sobre cuál es la mejor manera de comunicarse con los oyentes de hoy.En este libro de texto de avanzada, Kenton Anderson presenta un fuerte llamado a los ministros actuales y futuros para que en efecto escojan predicar sermones bíblicos, a pesar de los obstáculos para hacerlo. En tanto que la predicación en sí misma no es negociable, la forma exacta que toma puede ser mucho más flexible, permitiendo que las personas escuchen a Dios al oír la predicación de su Palabra.En lugar de presentar un modelo o proceso para preparar un sermón, Anderson explica varias opciones disponibles. Al discernir el mensaje de la Biblia, ¿empezará usted con el texto (deductivo) o con el oyente (inductivo)? ¿Se concentrará en la idea (cognoscitivo) o la imagen (afectivo)? Las decisiones que tome le conducirán a cinco estructuras posibles del sermón: • DECLARATIVO: Presente una argumentación • PRAGMÁTICO: Resuelva un misterio • NARRATIVO: Cuente un relato • VISIONARIO: Pinte un cuadro • INTEGRADOR: Entone una canción
LanguageEspañol
PublisherZondervan
Release dateSep 23, 2013
ISBN9780829777598
Predicar es una decisión: Una introducción descriptiva de homilética bíblica
Author

Kenton C. Anderson

Kenton C. Anderson, PhD, is dean of Northwest Baptist Seminary, and associate professor of homiletics of the Associated Canadian Theological Schools (ACTS) of Trinity Western University in Langley, British Columbia, Canada. He is a columnist for PreachingToday.com, a contributor to The Art and Craft of Biblical Preaching, author of Preaching with Conviction and Preaching with Integrity, as well as a past president of the Evangelical Homiletics Society and manages www.preaching.org

Related to Predicar es una decisión

Related ebooks

Christianity For You

View More

Related articles

Reviews for Predicar es una decisión

Rating: 3.8333333333333335 out of 5 stars
4/5

6 ratings1 review

What did you think?

Tap to rate

Review must be at least 10 words

  • Rating: 3 out of 5 stars
    3/5
    Muy buen recurso. Detalla muy bien los tipos de sermones. Muy didáctico

Book preview

Predicar es una decisión - Kenton C. Anderson

PARTE 1

opciones

Las opciones son siempre bien recibidas. Baskin-Robbins ofrece un helado diferente por cada día del mes. Nunca he encontrado necesario probar cada tipo, pero agradezco la oportunidad. Algo se encrespa en mí cuando se me pide decidir sin una serie de opciones. El cine local tiene dieciocho pantallas diferentes, lo que aumenta la posibilidad de que ofrezcan algo digno de mi tiempo y atención. Aun entonces, hay momentos cuando me siento como Bruce Springsteen, quien lamentaba que su televisor mostrara «cincuenta y siete canales y nada en ellos».

Mi entrenamiento homilético introductorio me enseñó una sola manera de predicar. Era un método utilizable, pero claramente no para todos. En los años siguientes, he descubierto cierto número de diferentes opciones y métodos, comenzando con la posibilidad de que pongamos enteramente fin a la predicación.

Parece lo mejor, entonces, que no demos nada por sentado. Lo respetaremos lo suficiente para dejarlo escoger su propio método de predicar. Comenzaremos con la pregunta de si usted de veras predicará. Tiene la libertad de decir no, pero eso convertiría el resto de este libro en algo inútil para usted. Suponiendo que usted diga sí, puede moverse al siguiente grupo de opciones. Cómo responda a esas opciones lo llevará a una forma de sermón que será útil para usted en su intento de ayudar a la gente a escuchar de Dios.

Confío en que diga sí a la predicación. Quizá las opciones que aquí se ofrecen avivarán en usted una nueva emoción a favor de la tarea. Las personas necesitan predicadores que aporten su sabiduría, sus habilidades y su personalidad de manera que las ayuden a responder al Dios que continúa hablando.

Usted decide.

Capítulo 1 | PRIMERA OPCIÓN

¿va a predicar?

Cada semestre lo veo en sus rostros. Terror. Pánico.

«¿Qué hago aquí en esta clase de predicación? ¿Como caí en esto?».

Los veo hundirse en sus asientos, con ojos que imploran: «Por favor, sea amable conmigo», parecen decir. «Por favor, no me haga predicar».

Entiendo su aprehensión. Es muy posible que usted sienta lo mismo. Algunas encuestas han sugerido que las personas temen hablar en público más que cualquier otra cosa; más que los muerda una serpiente o enfrentar la ruina financiera, aun más que la muerte¹. Pido un montón de cosas cuando le pido que predique.

Puede que usted sea un principiante inmaduro, que lee esto como parte de su primera clase de homilética, o puede que sea un predicador maduro, un veterano del púlpito. Puede que sea un líder juvenil o un maestro de la Escuela Dominical que está aterrado al pensar que lo que hace pueda llamarse «predicación». No importa lo experimentados que seamos o podamos ser, todos tendremos que tomar nuestra decisión, renovar nuestro compromiso en cada oportunidad. Tenemos que decidirnos a predicar.

¿Va usted a predicar?

Sí, voy a pedirle a usted que predique, pero tiene que saber que no está obligado a hacerlo. Nadie nunca lo forzará a predicar, aunque puede que traten de obligarlo a callar. El silencio siempre es más seguro. La gente que se mantiene callada rara vez se mete en problemas. Si usted decide no predicar, formará parte de los muchos que han decidido no abrumar a otros con las verdades a las que han arribado, y no recibirá daño alguno. Esta es una opción civilizada y tolerante en un mundo que prefiere dejar las cosas buenas como están.

Uno tiene que decidirse a predicar. El mundo conspira para mantenernos callados. La inercia paraliza nuestras lenguas. Se necesita un esfuerzo conjunto de voluntades para decidirse a contar la verdad pese a los problemas que esto implica. Proclamar es una opción. Usted debe escoger el camino menos transitado.

Encontré un nuevo sendero cerca de mi casa esta semana. Ligeramente crecido, el camino no era visible de inmediato. Mientras más avanzaba, más difícil era reconocer la dirección. Arbustos de zarzamora obstruían el camino con espinas y púas. Pequeños árboles y arbustos se entrometían en el sendero, y hacían difícil el avance. Aun así, testarudamente, seguí adelante.

A veces haremos eso. Soportaremos el problema y tomaremos deliberadamente el camino más difícil porque pensamos que este nos podría llevar a un lugar mejor. Sabemos que la vida tiene que ver con algo más que con nuestro exclusivo bienestar. Tomamos el ejemplo de Pablo, quien supo todo lo relativo a decisiones difíciles y senderos espinosos. Se vio atribulado, anonadado, perseguido, derribado, pero no tanto que no pudiera predicar (2 Corintios 4:8-9). Para Pablo, la decisión era muy sencilla. «Creí, y por eso hablé» (2 Corintios 4:13). El asunto nunca estuvo en duda. No importaba lo que pudiera suceder o el peligro que pudiera enfrentar. Creía que el evangelio era la verdad. ¿Cómo podría quedarse callado?

Podría haber sido mucho más fácil si hubiera mantenido cerrada la boca; más fácil para él y para los oyentes, quienes no habrían tenido que confrontar su mensaje y enfrentarse a sus pecados. Todos habrían podido vivir en paz si Pablo hubiera podido dejar las cosas como estaban. Nadie envidiaba a Pablo por su visión de la verdad. No tenemos ninguna dificultad al dejar que las personas crean lo que quieran. Cada uno tiene derecho a determinar su propio concepto de la verdad. Los problemas comienzan cuando personas como Pablo deciden ser persuasivas. Los problemas comienzan cuando las personas deciden predicar.

Pregunta para discutir 1 | ¿ES ARROGANCIA PREDICAR?

Los predicadores parecen demasiado seguros de sí mismos para estos tiempos posmodernos. Alegar que se comprende lo suficiente la verdad para tener autoestima es tener agallas, pero proclamar lo mismo a otros requiere un particular sentido de la arrogancia, o así se piensa en el ámbito cultural.

¿Cómo puede un predicador evitar la acusación de arrogancia? ¿Cómo le contamos a la gente la verdad sin que demos la idea de que nos creemos superiores?

El problema con los predicadores es que no permiten que la verdad quede como algo privado. Insisten en proclamar su visión de la verdad a los demás, y eso es lo que la gente encuentra ofensivo. Algunas personas ven la predicación como un tipo de grosería intelectual, una violación o un rapto de la mente y el alma, más allá de toda excusa². Si usted busca persuadirme de su concepto de la verdad, me pide abandonar mi concepto de la verdad. Me dice que mis caminos son inadecuados o inapropiados, y es difícil no tomar eso como un ataque personal. Se siente como un rechazo.

Pero esa es la dura realidad a la hora de tomar decisiones, ¿no es así? La naturaleza de seleccionar una opción significa rechazar otra. No se puede evitar, ya sea que nos guste o no. ¿Recuerda estar parado en el patio de la escuela cuando los capitanes seleccionaban los bandos, esperando que dieran la vuelta para seleccionarlo a usted, orando para que no lo dejaran fuera? El problema con escoger es que alguien siempre se queda afuera. El problema con la predicación es que siempre alguien siente que han rechazado sus puntos de vista.

Así que quizá no debemos predicar. Solo porque pensamos que conocemos la verdad no quiere decir que tenemos que ocupar el púlpito más cercano. Quizá debíamos guardarnos nuestros puntos de vista. La mayoría de las personas cree que la cultura se enriquece con una variedad de puntos de vista. Tal vez nos conformemos con eso. Tal vez no tenemos que estar tan decididos a persuadir a otros. Vivir y dejar vivir y vivir a solas bastante bien.

¿No sería agradable poder vivir bastante bien a solas? No es agradable estar parado en el patio de la escuela cuando los capitanes miran a otra parte. Es doloroso decir no a alguien a fin de decir sí a otro. Si pudiéramos dejar las cosas como están, todos podríamos estar en paz. Podríamos tolerar las diferencias con una persona en lugar de tratar de cambiarlas. ¿No sería más fácil no tomar ninguna decisión?

Pero aun esa es una opción. Decidir no predicar requiere una decisión.

A veces se nos impone una decisión, dejándonos sin otra opción que mirar a la situación y decidir en un sentido y otro. Por ejemplo, Pilato no habría decidido confrontar a Cristo (Juan 18:28-40). Habría preferido no haber tenido que hacer una determinación, pero Jesús y una gran multitud de gente iracunda estaba delante de Pilato, y ninguno se marchaba. Le gustara o no, tendría que asumir una posición.

El problema de Pilato era político: la gente quería a Jesús muerto, pero la ley no lo permitía. Habría sido más fácil si Jesús hubiera matado a alguien o robado algo, pero todo lo que había hecho era afirmar que era el rey judío, lo cual era una base demasiado frágil para la pena capital, por lo menos según la ley romana.

«¿Luego, eres tú rey?». Pilato planteó el problema de forma sencilla.

«Todo el que es de la verdad, oye mi voz», respondió Jesús.

¿Pero qué sabía Pilato de la verdad? Pilato era un político. Estas preguntas estaban más allá del alcance de su marco de referencia. No estaba entrenado para discernir la verdad religiosa.

Así que Pilato hizo lo que hace la gente. Se negó a decidir. Se lavó las manos y le lanzó la papa caliente a otro.

Muchas personas son como Pilato. Cuando se les obliga a considerar una cuestión sobre Dios y la verdad y la justicia —exigentes cuestiones que requieren convicción—, la reacción más fácil es buscar la puerta. La gente no sabe qué hacer con este tipo de cuestiones, de manera que lo más fácil es ponerlas a un lado; quizá se esfumen.

Lo cual explica por qué los predicadores son tan poco acogidos. Los predicadores no se van. Los predicadores están demasiado seguros de sí mismos. Tienen demasiada convicción, y pueden ser demasiado convincentes. Quizá una persona tenga que cambiar su conducta, y eso nunca lo va a hacer. Es mejor mantenerse a una distancia prudente.

Perspectivas e ideas | ¿CÓMO LO HA AYUDADO LA PREDICACIÓN?

¿Ha significado la predicación una diferencia en su vida? Haga memoria y recuerde momentos en que un predicador logró moldear su alma. ¿Puede recordar lo que el predicador dijo o quizá el texto que utilizó? Gracias a Dios por los que decidieron predicarle a usted.

Recientemente tuvimos un pintor en nuestra casa. No hay manera amable de decirlo: el hombre apestaba. Su fétido y acerbo olor superaba aun el olor de la pintura fresca. Permaneció en la habitación mucho después de haberla abandonado. Era un pintor decente, pero su olor era terrible.

Se me ocurrió que esto es lo que las personas piensan de nosotros los predicadores. Somos gente amable y podemos articular nuestras palabras, pero la persona debe mantenerse distante. La gente puede oler cuando un predicador se acerca. Cuando estamos presentes, se tapan las narices. Cuando nos vamos, el olor a predicador permanece.

Ese olor del predicador es lo que Pablo llama «el aroma de Cristo» (2 Corintios 2:15), y un buen predicador lo deja por todas partes. Para algunas personas, el olor es dulce y fragante, un maravilloso aroma de frescura y belleza. Para otras, es olor de muerte (2 Corintios 2:16). Nuestra percepción de este olor depende de para qué usamos la nariz.

Cuando era joven, tuve una de esas Biblias negras grandes con mapas atrás. Acostumbraba a mirar esos mapas cuando el sermón se volvía aburrido. Mi mapa favorito era el de los viajes misioneros de Pablo, aquel que tenía líneas de colores diferentes que apuntaban en todas direcciones y marcaban todos los lugares donde Pablo había predicado.

No siempre Pablo tuvo una buena acogida. En algunos lugares lo recibieron calurosamente, mientras en otros apenas escapó con vida. ¿Cuál era la diferencia? ¿Predicó bien en una ciudad y muy mal en otra? Quizá no había tenido un momento para orar esa mañana en Tesalónica. Quizá no las tenía todas consigo.

Lo cierto es que los problemas de Pablo no tenían nada que ver con Pablo. Pablo predicó de la misma forma en cada ciudad. Solo es que algunas personas no estaban preparadas para escuchar. Algunas estaban de plano disgustadas con la persistencia de su predicación.

Aun así, Pablo continuó. Pagó un precio emocional y físico por su predicación, y ese precio era caro, pero nunca lo encontró demasiado alto. Pablo no podía decidir dejar de predicar. Pablo amaba demasiado a las personas para no predicar. En ese sentido era obstinado.

Los predicadores aman a las personas

Los predicadores deciden predicar porque aman a quienes los escuchan. Los aman demasiado para abandonarlos en sus pecados. Predicar es en esencia un acto de amor.

Hace falta mucha convicción para predicar, pero la convicción llega fácilmente a aquel que ama. Nada puede disuadir a uno que ama. El amor se impone a todo argumento en contra. Aplaca toda incertidumbre. Para el que ama, no hay nada más que decir.

La convicción es, quizá, la característica que define el amor. Cuando uno ama a alguien, está tan seguro de su frenesí que no hay nada que no hiciera para darse a entender. Uno se deja guiar por el propio Dios, quien estuvo dispuesto a cruzar la última barrera para amarnos y enseñarnos a amar. Juan escribió: «Así manifestó Dios su amor entre nosotros: en que envió a su Hijo unigénito […] para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados» (1 Juan 4:9-10). Al hacerlo, Dios le dio un modelo al predicador. Si usted decide predicar, será porque ama lo suficiente a quienes lo escuchan para ofrecerles la verdad, no importa el costo.

Es importante que reiteremos que la predicación es un acto de amor porque por los actos de amor es que se nos conoce. No siempre los predicadores se han visto como muy amorosos. Enfrentados con el prospecto del rechazo, muchos predicadores han decidido declararle la guerra a quienes los escuchan, imponiendo sus ideas sobre la gente y adornando sus mensajes con una fuerte dosis de temor. Estos predicadores tienen un tipo de convicción. Están seguros de su munición pero no del terreno. Conocen la verdad de lo que predican, pero temen la respuesta de la gente. En lugar de tratar de llevar a las personas hacia la verdad con amor, sienten la necesidad de atropellar a la gente.

Pero la guerra es una mala metáfora para referirnos a la predicación. La guerra da resultado cuando todo lo que uno quiere es ganar. Si ganar es el objetivo, no se tiene que preocupar por el perdedor. Si predicar es una batalla, los que escuchan son el enemigo. Usted no tiene que tratar de convencer al enemigo. Solo tiene que derrotarlo.

Pregunta para discutir 2 | ¿PUEDE SER COMBATIVA LA PREDICACIÓN?

¿Es adecuada una forma bélica de predicación? ¿Hay algunas personas que solo se pueden ganar venciéndolas? ¿Hay algunos momentos cuando el antagonismo es la única manera de abrirse paso?

Cuando las fuerzas aliadas fueron a Iraq, los ejércitos de Saddam Hussein cayeron fácilmente. Bajo el flagelo de la corrupción, el ejército de Iraq ofreció solo una oposición simbólica. La guerra concluyó en solo unos cuantos días.

Excepto que aquello no era real. Las tropas de la coalición ganaron en un sentido físico, pero la insurgencia no resultó sofocada. La coalición ocupó la mayor parte del territorio, pero falló a la hora de ganar el corazón de los que pelearon contra ella.

Podemos aceptar eso en la guerra, pero no podemos en la predicación. Dios quiere que la gente responda íntegramente a él. Quiere una consagración plena de sus criaturas: cuerpo, mente y alma. Esto no sucederá si tratamos de llevar la gente a la fe con una cachiporra. La confrontación tiene un sitio. Un padre amoroso confrontará a su hijo en las raras ocasione en que se requiera, pero ese no es el patrón normal. Los predicadores trabajan para convencer a las personas, y nada es más convincente que el amor. Puede que el amor del predicador sea rechazado, pero nunca se aleja. Traemos un amor que es persistente, o insistente. Es apremiante, no combativo, y al final del día obtiene la victoria.

Este es el amor que Jesús decidió ofrecer. Como una gran figura romántica, murió por nosotros (1 Juan 4:7-10).

Solo hay una manera en que podemos amar así. Debemos dejar que nos amen. La convicción siempre crece sobre el suelo del conocimiento y la experiencia. Necesitamos saber que nos aman, y necesitamos haber experimentado ese amor de una forma que sea tangible y que haga significativo el saberlo. A veces escuchamos un argumento que es tan abrumador en su lógica que no se puede hacer otra cosa que someterse a su verdad. Otras veces, sucederá algo que es tan sobrecogedor emocionalmente que sabemos que debe ser verdad. Es en la combinación de estos elementos que crece una convicción profunda.

Puede que recuerde el cántico, «Cristo me ama, bien lo sé, su Palabra me hace ver». Creemos que la Biblia es un registro objetivo de la voluntad revelada de Dios. Jóvenes o viejos, hemos aprendido que cuando estudiamos lo que dice la Biblia, nos convencemos de su verdad.

Pero también aprendemos a cantar: «Sé que él viviendo está porque vive en mi corazón». Esta forma de conocimiento más subjetiva no ha sido menos importante en el desarrollo de nuestra fe. El sacrificio siempre presente de Jesús en nuestra vida ha ahondado mucho nuestra convicción.

Cuando se combinan estas piezas, encontramos la convicción del que ama. El conocimiento y la experiencia confluyen para convencernos de las cosas que conocemos y creemos. Conocemos el amor, y sentimos su impacto en nuestra vida. Encontramos que hemos logrado capacidad e ímpetu para bendecir a otros con ese amor.

Esto es lo primero que necesitan hacer los predicadores. Necesitamos dejar que Dios nos ame. Necesitamos abrirnos a la Palabra de Dios y que su amor haga mella en nosotros. Necesitamos impregnarnos la mente y el corazón de ese amor, de manera que este se convierta en parte de nuestra naturaleza. Necesitamos recibir el perdón que se ofrece en Jesús y estar seguros de que caminamos por su gracia y no por nuestros esfuerzos o habilidades. Mientras más a fondo conozcamos la naturaleza del amor de Dios por nosotros, más estaremos impulsados a darlo a conocer a otros y más fuerte será el deseo de predicar.

Estoy convencido de mi fe en Jesucristo porque conozco a Jesús. Lo conozco a través de su Palabra, y lo conozco a través de la experiencia de su amor en mi vida. Al haber recibido ese amor, siento la necesidad de compartirlo. Siento la necesidad de predicar.

La decisión de predicar

Puede concebirse esta compulsión a predicar como un llamado. Como Dios ha decidido darme su amor, yo decido compartirlo. La verdad de esto es que antes de haberme decidido a predicar, se me escogió para ello.

La idea de que uno pueda haber sido escogido o llamado a predicar suena vetusta para una mente sintonizada con las ideas contemporáneas sobre la igualdad de oportunidades. A los predicadores antiguos solía gustarles exhortar a los jóvenes a que vieran si Dios los había llamado a predicar. Se pensaba que predicar era una carrera que solo estaba a disposición de los elegidos por el propio Dios. De ese modo se profesionalizaba el púlpito, pero también se espiritualizaba de alguna manera a través del misterioso concepto de la elección divina.

Por lo tanto, el púlpito se convertía a cierto tipo de suelo sagrado solo accesible a aquellos especialmente autorizados para la tarea. Mientras que esto dispensaba autoridad a la posición del predicador, también creaba una distancia entre el púlpito y los bancos. La predicación llegó a carecer de relevancia para los escuchas no impresionados por las alegaciones de santidad especial. La distancia se amplió cuando la gente descubrió que muchos de estos predicadores llamados a esta santa tarea vivían en secreto vidas bochornosas, negando su elevado estatus con sus sucias acciones privadas. Otros, que pudieron ofrecer significativas carreras en el servicio de las Escrituras, se encontraron bloqueados por la incertidumbre, inseguros de si de veras habían escuchado «el llamado», y se quedaron en las líneas laterales, sin convertirse nunca en predicadores.

Pregunta para discutir 3 | ¿TIENE UNO QUE SER LLAMADO A PREDICAR?

¿Tiene uno que ser especialmente llamado a predicar, o anima la Biblia a todo el mundo a salir y predicar la Palabra?

Usted no oye mucho sobre «el llamado» en estos días. Al púlpito se le ha quitado su mística en la medida en que se espera menos de sus ocupantes. La educación y la erudición son opcionales. Predicar representa solo una línea en la descripción del trabajo de los designados para la tarea de dirigir profesionalmente la iglesia. Puede ser delegado, disminuido, o hasta abandonado a favor de otros deberes considerados importantes para las exigencias del día. Esto puede que se vea como progreso, aunque no se puede evitar la molesta sensación de que algo maravilloso se ha perdido.

Dios siempre ha escogido predicadores. Escogió a Esdras para pararse delante de una multitud y abrir las Escrituras (Nehemías 8:5). Puso palabras en la boca del profeta (Jeremías 1:9). Hasta escogió a su propio Hijo para venir a la tierra y llevar a cabo un ministerio de predicación. «Para esto he venido», dijo Jesús (Marcos 1:38). Cuando era el momento de establecer la primera iglesia cristiana, Dios llamó a Pedro, y miles se convirtieron en parte del cuerpo mediante su predicación (Hechos 2:41). Cuando la iglesia necesitó que la animaran a alcanzar la madurez espiritual, Dios escogió a Pablo, que aceptó de buena gana el reto de proclamar, aconsejar y enseñar de manera que todo oyente pudiera ser perfecto en Cristo (Colosenses 1:28).

Y ahora el llamado se extiende a nosotros. «Predica la Palabra», le dijo Pablo a Timoteo (2 Timoteo 4:2), a tiempo y fuera de tiempo, cuando sea oportuno y cuando no sea oportuno, cuando estemos seguros que quieren escuchar y cuando estemos seguros que no quieren escuchar, tenemos que predicar. Puede que todos no seamos profesionales, pagados para predicar desde los púlpitos, pero si estamos en Cristo, se nos llama a predicar de alguna manera. En un pequeño grupo, en una reunión de jóvenes, o hasta en un café, siempre podemos encontrar gente que necesitan que las amemos. Siempre habrá aquellos a quienes estamos llamados a predicar.

Perspectivas e ideas | MUJERES LLAMADAS A PREDICAR

Para las mujeres la cuestión de si lo llaman a uno a predicar puede ser particularmente exasperante. Existe poco consenso en la iglesia hoy sobre si una mujer tiene el derecho de predicar, por lo menos de una manera formal. Pero aunque interpretamos los textos contenciosos, hemos llegado a un acuerdo sobre el hecho de que la Biblia muestra mujeres predicando. Mujeres como Priscila, Dorcas y las hijas de Felipe participaron en dar a conocer la Biblia de manera que las personas pudieran conocer el amor de Dios en Jesucristo. Las mujeres tienen que ser respetuosas de la posición de su iglesia sobre esta cuestión, pero aun en las congregaciones más restrictivas, todo el mundo puede encontrar oportunidades para ayudar a otros a escuchar de Dios. A esto todos estamos llamados, hombres y mujeres por igual.

Para más ayuda con esto, vea The Women and the Pulpit, de Carol Noren (Abingdon, 1992).

El mundo necesita predicadores. La predicación está lista para un renacimiento. La iglesia emerge de un período en el cual la predicación no ha sido el enfoque primario del ministerio de un pastor. Los pastores han llegado a cuestionarse el poder del mensaje proclamado desde el púlpito, optando en su lugar por concentrarse en las estructuras de liderazgo y los sistemas administrativos más que sobre un ministerio de la Palabra de Dios. La presión de no predicar viene de dentro y de afuera de la iglesia. Las personas fuera de la iglesia alegan que predicar es un acto de arrogancia. ¿Quién tiene el derecho de decir a otros lo que tienen que creer sobre Dios, sobre la verdad, sobre la eternidad? No obstante, la presión de dentro de la iglesia parece que no es menos intensa. La gente de la iglesia se pregunta si el sermón sigue funcionando todavía, si se podría emplear mejor nuestro tiempo en discusiones en pequeños grupos, o si debemos traspasar el tiempo del predicador al director de alabanzas.

Parte del problema es que estamos cansados. Las expectativas de nuestra vida y ministerio son tan abrumadoras que predicar con excelencia parece una carga que está más allá de lo que podemos soportar. Los pastores aprenden a predicar bastante bien para que no los despidan, pero no se pone mucho corazón en ello. Nos ha llegado a desgastar tanto el «trabajo» de preocuparnos por la gente que hemos olvidado que predicar es la tarea para la cual nos han llamado. Hemos olvidado los beneficios a largo plazo que puede tener la predicación para la salud de la congregación. Hemos olvidado, pero creo que podríamos recordar si quisiéramos.

Si predicar fuera una compañía del Dow-Jones, sus acciones estarían bajas, pero con una fuerte recomendación de «comprar». La predicación no va a desaparecer. El futuro es aun brillante. Un énfasis renovado en la predicación, un tipo distinto de predicación, comienza a tener sentido entre los líderes más jóvenes de la iglesia.

Perspectivas e ideas | ENCUENTRE UN MENTOR

¿Tiene usted un mentor? Busque un pastor experimentado en quien confíe y dediquen tiempo a reflexionar juntos sobre el llamamiento. ¿Cómo Dios lo ha preparado para ir tras la promesa de la predicación? Pídale a su mentor que lo guíe en un proceso de discernimiento, utilizando a otros para reconocer el llamado especial de Dios en su vida.

En su libro, The Emerging Church [«La iglesia emergente»], Dan Kimball dedica dos capítulos completos y mucho pensamiento creador al tema de la predicación. «Predicar es más importante y santo que nunca mientras ejercemos el sagrado privilegio de abrir las Escrituras y explicar la divina historia a personas que la escuchan por primera vez», escribe él. «Ay de nosotros si tomamos a la ligera este increíble privilegio»³.

¿Qué tipo de predicación debemos escoger? Según Kimball, en «la iglesia emergente» la predicación no será necesariamente el punto central del culto de adoración, pero será una parte integral de toda la experiencia del culto. El predicador no servirá tanto como un dispensador de las verdades bíblicas para ayudar a resolver problemas personales de la vida moderna que como un maestro de cómo se aplica la antigua sabiduría de la Biblia a la vida en el reino de un discípulo de Jesucristo. El predicador no solo utilizará palabras sino que también comunicará el mensaje a través de una variedad de otros elementos, tales como imágenes visuales, testimonios, la historia y las artes⁴. Por encima de todo, en la iglesia emergente, la predicación respetará los misterios sin abandonar la confianza que se necesita cuando se aborda la Sagrada Biblia. Tal predicación ofrecerá tanto gracia como virtud, conocimiento como también experiencia. Amará a los que escuchan en lugar de declararles la guerra. Este tipo de predicación quizá pueda tener una oportunidad de que la escuchen.

Mi trabajo con seminaristas en el siglo XXI confirmaría la sensación de Kimball de que, mientras que el sermón puede requerir una reconsideración, este no debe y no tiene que desaparecer. La muerte del sermón ha sido muy exagerada. Los estudiantes están como nunca ansiosos de aprender a predicar, aunque buscan formas más auténticas de hacerlo.

Este sentido «emergente» de la predicación no es nuevo. La lucha por mantener «el polvo y la divinidad» en proporciones adecuadas es algo perenne en la predicación. Phillips Brooks, escribiendo en 1877, describió la degradación de la predicación en la mente de los jóvenes. Aun a fines del siglo XIX, sintió que el problema tenía que ver con el «el descuido del elemento de la verdad absoluta». La prevalencia de la duda acerca de la verdad y también «el afán general de los predicadores por encontrar y satisfacer los deseos y exigencias de la gente» creaban la impresión de que el ministerio no tenía un mensaje definido sino «que el predicador era un abastecedor promiscuo para antojos de los hombres, que les deseaba el bien inspirado por cierta benevolencia general, pero de ninguna manera un profeta que les enunciaba una verdad positiva… tanto si les gustaba como si la odiaban»⁵.

La prescripción de Brooks suena muy parecida a la de Kimball. Predicar, sugirió genialmente Brooks, es la presentación de la verdad a través de la personalidad⁶. La verdad tiene que estar personificada. Conocemos la verdad porque nos han hablado de

Enjoying the preview?
Page 1 of 1