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El apuesto inquilino
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El apuesto inquilino

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About this ebook

Se había enamorado de una mujer que quería que entre ellos tan sólo hubiera una relación platónica…
Wade Garrett deseó a Pauline Mayfield desde el mismo momento en que la había convencido de que le alquilara una habitación en su casa. Pero no sabía si podría volver a confiar en una mujer, especialmente en una que, hasta hacía poco, parecía empeñada en no dejar que hubiera nada entre ellos para evitar las habladurías del pueblo. Pero no podía negar la atracción que ambos sentían y, si Pauline estaba dispuesta a dar el siguiente paso, él no podría negarse… aunque eso significara poner en peligro su corazón y la reputación de ella.
LanguageEspañol
Release dateNov 2, 2017
ISBN9788491705109
El apuesto inquilino
Author

Pamela Toth

When she was growing up in Seattle, USA bestselling author Pamela Toth planned to be an artist, not a writer. She majored in graphic design at the University of Washington. It was only after her mother, a librarian, had given her a stack of Harlequin romances that Pam began to dream about a writing career. Her plans were postponed while she raised two daughters and worked full time. After being laid off from her job, fate stepped in. A close friend was acquainted with mystery writer Meg Chittenden, who wrote for the Superromance line at the time. Meg steered Pam to a fledgling local chapter of Romance Writers of America, but it still took three years and several false starts before her first book sale. For the next 20 years, she belonged to a close-knit group of published writers while penning romances for several lines at Harlequin and Silhouette. A year after her divorce, a chance remark by an acquaintance led her to a coffee date with her boyfriend from high school. After spending three decades apart, they are now happily married in a condo near Seattle with a view of Mt. Rainier and a new Birman kitten named Coco. When Pam isn't traveling with her husband, who recently retired, she loves spending time with her two grown daughters, serving on the board of her condo association, antiquing, gardening, cross-stitching and reading. The stack of books beside her chair includes thrillers, mysteries, women's fiction and biographies as well as romances by her favorite authors. Her future plans include a cruise to Alaska and learning to quilt - and writing more romances, of course.

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    El apuesto inquilino - Pamela Toth

    HarperCollins 200 años. Desde 1817.

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2006 Pamela Toth

    © 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    El apuesto inquilino, n.º 1650- noviembre 2017

    Título original: The Tenant Who Came To Stay

    Publicada originalmente por Silhouette® Books.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-9170-510-9

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    PAULINE Mayfield paseó a oscuras por su habitación mientras la tormenta de primavera arreciaba fuera de la casa. La estructura de estilo victoriano había soportado tormentas parecidas durante más de un siglo, pensó Pauline, así que también soportaría ésa. Las gotas de agua golpeaban la ventana como si fuesen balas. Se cubrió la cabeza con la manta e intentó dormir.

    De repente, oyó un fuerte ruido que provenía del exterior. Abrió los ojos y se sentó de un salto en la cama.

    Con el corazón en un puño, se acercó rápidamente a la ventana. Su aliento empañaba el cristal y no la dejaba ver nada fuera. Preocupada por si un árbol había caído sobre su todoterreno, se puso la bata. Cuando llegó a la entrada, otra puerta se abrió y una anciana asomó su canosa cabeza.

    —¿Qué ha sido ese horrible ruido? —preguntó con marcado acento británico—. Por un momento pensé que volvía a estar en un bombardeo.

    —No te preocupes, Dolly —la reconfortó Pauline con una sonrisa—. Voy a comprobar que todo está bien fuera.

    —Toma un paraguas —le sugirió la anciana antes de que cerrase la puerta.

    Al llegar a la lavandería, Pauline se calzó un par de botas para la lluvia. Rezando entre dientes, encendió la luz del exterior. Desde el porche trasero, vio que su coche no había sufrido ningún daño, pero la tranquilidad le duró muy poco.

    Tomó una linterna que había colgada detrás de la puerta y caminó por el porche intentando no tropezar.

    El fuerte viento abrió su bata y la lluvia empapó su fino camisón de nylon. La tela mojada se le pegaba al cuerpo, haciéndola sentir frío. Temblando, alumbró en dirección a la puerta de atrás de la finca.

    A cada paso, las botas casi se le salían de los pies, y el viento la despeinaba y no la dejaba ver. Al dirigir la luz hacia el garaje comprobó que una rama del álamo se había caído encima del garaje.

    Tragando saliva, Pauline se dijo a ella misma que a lo mejor la antigua casa de carruajes no estaba tan dañada como parecía.

    No podría valorar la magnitud del daño hasta la mañana siguiente, y lo único que estaba haciendo era empaparse, así que, intentando contener las lágrimas, volvió hacia la casa.

    Dolly apareció por la puerta de la cocina y le ofreció una toalla para que se secase.

    —¿Has visto algo?

    Pauline se lo agradeció y se enrolló la toalla alrededor de la cabeza.

    —Ha caído una rama encima del tejado del garaje —respondió tiritando—. Llamaré a Steve Lindstrom por la mañana para que venga a verlo.

    —Estás empapada —exclamó Dolly—. Date una ducha caliente mientras te preparo un té.

    —Buena idea. Gracias —respondió no queriendo ser grosera, aunque no le apetecía nada.

    Para Dolly, el té lo curaba todo. Pero Pauline lo único que quería era que llegase la mañana y descubrir que todo había sido una pesadilla.

    A la mañana siguiente, Pauline salió de la casa y tuvo que guiñar los ojos frente al sol de mayo que brillaba con fuerza. Vio cómo su amigo Steve Lindstrom bajaba de la escalera que había colocado contra la pared del garaje. Había ido nada más llamarlo, a pesar de que seguramente habría recibido una docena más de llamadas.

    —Espero que me digas que no está tan dañado como pienso y que no me va a costar una fortuna arreglarlo —le rogó Pauline, cansada después de pasar la noche en vela.

    Steve recogió su cuaderno y se dirigió hacia ella con sus pesadas botas. Su tamaño la habría intimidado si no lo hubiese conocido desde el instituto, cuando había salido con la hermana pequeña de Pauline.

    Ella siempre había sido inmune al encanto de Steve. Pauline pensó que le hacía falta un corte pelo, como siempre, unos mechones le salían por debajo de su gorra roja. Bajo el ancho bigote, su sonrisa era comprensiva.

    —Sabes que si valorase el coste a la baja no estaría haciendo bien mi trabajo —respondió—. ¿Has llamado al seguro?

    —Van a pasarse después, pero ya me advirtieron hace tiempo que estaba asegurada por menos del valor real —admitió—. Así que dime lo que va a costarme.

    —Es difícil valorarlo. Tengo que hacer un par de llamadas antes de darte una cifra, pero los listones de madera de cedro no son baratos. Y no tendrán el mismo color que los otros hasta que no pase el tiempo. Hay en el mercado tejas de amalgama que parecen auténticas, si prefieres cambiar el tejado—. Nadie se daría cuenta —añadió mirando hacia la carretera—. El garaje está lejos.

    —Yo me daría cuenta —replicó Pauline—. Mejor dime cuánto costaría arreglarlo.

    —De acuerdo —dijo rascándose la barbilla y escribiendo una cifra que dejo atónita a Pauline—. Pero si encuentro más daños bajo esa placa de yeso mojada el coste aumentará —la previno.

    Volvió a colocar la escalera de metal en su camioneta blanca que estaba aparcada en el camino de grava. Construcciones Lindstrom, ponía en la puerta en letras negras, seguido de un número de teléfono local.

    Los charcos ya estaban secos.

    —¿Cuándo podrás hacerlo? —refunfuñó. Era sólo un contratiempo temporal, no podía dejar que cambiase sus planes.

    Steve cerró la puerta de atrás y se dirigió hacia la cabina.

    —Sinceramente, no lo sé.

    Cuando abrió la puerta de delante de la camioneta, Pauline se dio cuenta de que el asiento del copiloto estaba lleno de papeles.

    —Tengo muchísimo trabajo y acabo de perder a mi mejor hombre —añadió.

    Pauline escrutó el horizonte buscando otra tormenta, pero sólo pudo ver un cielo azul que se extendía hasta el infinito. No obstante, las nubes podían llegar en cualquier momento, como había pasado la noche anterior.

    Steve se volvió hacia donde miraba y la reconfortó:

    —Mandaré a alguien para que asegure el tejado. Abre las ventanas para que se seque el interior.

    —No sé cómo agradecértelo.

    Pauline se preguntó si pensaría en Lily ahora que estaba divorciado. Nunca le había preguntado por ella, aunque tampoco hubiese tenido mucho que contarle.

    —O Brian o el chico nuevo se pasarán por aquí más tarde.

    Brian era un adolescente desgarbado que le había cortado el césped cada verano hasta que acabó sus estudios y empezó a trabajar a jornada completa para Steve.

    —No te preocupes por el dinero —añadió arrancando la camioneta y señalando el cuello de su camisa—. Quizá puedas bordarme un monograma a cambio.

    La idea de un monograma en la tela desgastada la hizo sonreír.

    —Me encantaría —dijo mirándose el reloj—. Tengo una clase dentro de media hora, será mejor que me marche yo también. Muchas gracias por venir.

    —De nada —se despidió sacando su teléfono móvil y dirigiéndose hacia la carretera.

    Pauline apartó temporalmente sus preocupaciones y se dirigió rápidamente hacia su todoterreno. Lo último que necesitaba era un grupo de ancianas con el pelo azul apiñadas enfrente de su tienda y criticando su falta de puntualidad.

    Wade Garrett acababa de conducir desde San Francisco hasta Crescent Cove. Estaba muy cansado y no tenía ganas de bromas. Miró con cara de pocos amigos al hombre bajo y despeinado que se movía inquieto delante de él, era Kenton Wallingford.

    —¿Qué es lo que acaba de decir?

    Wallingford retrocedió un paso y movió el palillo que tenía en la boca de un lado a otro.

    —Esto… dije que al final no puedo alquilarle la cabaña. Mi hermana apareció hace un par de días con sus dos hijos y un ojo morado. No podía mandarla de vuelta a casa con el vago con el que le advertí que no se casase hace diez años.

    Frustrado, Wade se frotó la frente. Empezaba a dolerle la cabeza y le daban ganas de salir a apagar la radio de un coche que se oía desde fuera.

    —¿Cuánto tiempo va a quedarse? —preguntó mirando hacia la cabaña que había alquilado por Internet y en la que había pensado dormir esa misma noche.

    Fuera, había un triciclo y un par de zapatillas de deporte viejas.

    Quizás pudiese quedarse una o dos noches en un motel.

    —Hasta que mi hermana se reponga o hasta que su querido marido la convenza para volver —Wallingford bajó el tono de voz—. Entre usted y yo, apuesto por lo último. Carol es demasiado vaga para valerse por sí misma.

    A Wade le dieron ganas de agarrarlo por el cuello y sacudirlo. Afortunadamente, estaba demasiado cansado para hacerlo.

    —No va a ser fácil encontrar habitación por aquí, es el Festival de Arte este fin de semana —añadió Wallingford al tiempo que se subía los pantalones—. Es la época del año en la que hay más gente y no voy a poder ganar dinero con el alquiler —masculló.

    Wade no consiguió sentir lástima por el hombre. Lo único que quería era darse una ducha, tumbarse en la cama y dormir quince horas seguidas.

    De pronto, se acordó de un papel que llevaba doblado en el bolsillo de la camisa y se puso de mejor humor.

    —Bueno, lo siento por su hermana, pero me envió por fax una copia del contrato de alquiler y yo mandé una fianza.

    —Lea la letra pequeña —respondió Wallingford dejando de sonreír—. Como ya le he dicho, es una emergencia familiar.

    Wade escudriñó el papel. Cuando llegó a la cláusula de cancelación del contrato, juró en voz baja.

    No solía ignorar ese tipo de detalles, pero tampoco estaba acostumbrado a dar su brazo a torcer. Lo único que quería cuando se marchó de California era dejar atrás las ruinas de aquello por lo que tanto había trabajado. Parecía estar pagando el precio de tanta prisa.

    —Mire, no soy demasiado exigente —dijo avergonzándose de parecer tan resignado—. ¿No puede buscarme un lugar para meterme, aunque sea sólo por esta noche?

    Quizás Wallingford tuviese un sofá para dormir en el porche trasero, ya que Wade era demasiado alto para dormir en el coche.

    —Puede deducirlo de lo que me debe —añadió esperando que Wallingford no se olvidase de la señal que había pagado.

    El hombre movió las manos en señal de disculpa.

    —Podría instalarle en la habitación de invitados, pero mi hija ha venido desde Wazoo —se aclaró la garganta con nerviosismo—. Con respecto a la devolución de la señal…

    Wallingford sacó de su cartera un fajo de billetes, que Wade metió en su bolsillo junto con el contrato de alquiler. Volvió a su coche preguntándose si debía comprar un saco de dormir y acampar en la playa.

    Estaba abriendo la puerta cuando Wallingford lo llamó.

    —Hay un apartamento en un garaje detrás de una de esas casas de estilo victoriano, a un par de manzanas. Pero no sé si lo alquilan. La casa es azul y hay un enorme álamo en la parte delantera. No tiene pérdida.

    —¿Cuál es la dirección? —preguntó Wade esperanzado.

    Cuando Pauline cerró su tienda de bordados en Harbor Avenue y condujo en dirección a casa, su ansiedad se había convertido ya en resignación. Lo único que podía hacer era que Steve reparase los daños lo antes posible, aunque tuviese que emplear todos sus ahorros.

    Mayfield Manor había pertenecido a su familia durante tres generaciones antes de que su hermana y ella la heredasen. A pesar de que Lily había abandonado el hogar familiar y era el único familiar que quedaba vivo, Pauline se sentía en la obligación de mantenerla. Además del afecto que sentía por la casa, seguía soñando con vivir allí con su propia familia.

    Al volver la esquina de la calle, vio una lona azul que cubría el tejado del garaje. A excepción de algunas marcas en el camino, no había rastro de la rama que había caído encima.

    En cuanto salió de su Honda con el bolso y el portátil en la mano, vio que un polvoriento coche negro con matrículas de otro estado entraba detrás de ella.

    Su huésped más veterano, la anciana Dolly Langley, estaba sentada en el asiento del copiloto al lado de un desconocido que llevaba gafas de sol.

    Pauline esperó a que saliese del coche y saludó a un hombre de constitución atlética que la saludó con la mano y fue a abrirle la puerta a Dolly. La anciana salió como un pajarillo, agarrada de su mano.

    —Pauline, tengo que contarte lo que ha pasado —anunció—. He encontrado a este joven encantador cuando volvía del mercado.

    La sonrisa satisfecha de Dolly la dejó de piedra. La anciana, que era viuda desde hacía una década, insistía en que una mujer de la edad de Pauline no podía ser feliz si no tenía un hombre con quien compartir su vida. ¿Lo habría traído a casa para ella?

    —Le agradezco el cumplido —dijo el extraño con voz

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