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Historia Secreta de la Guerra Fría
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Historia Secreta de la Guerra Fría

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About this ebook

Al término de la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética desató una oleada de presiones geopolíticas, geoestratégicas y propagandísticas de guerra sicológica activa con el fin de difundir el comunismo por todo el planeta.
Al fantasma de la guerra nuclear entre las dos grandes superpotencias se sumaron las acciones de guerra política persistente de ambos bandos con el fin de impedir el accionar político y estratégico del adversario.
En Historia Secreta de la Guerra Fría el almirante Ellis M. Zacharías que llegó a ser jefe de inteligencia de la Armada de Estados Unidos, desvela con sólidos argumentos y amplia documentación de alto valor estratégico, los ambiciosos planes del Kremlin contra el entorno capitalista en todo el planeta.
Llama la atención que los objetivos geopolíticos y geoestratégicos del Kremlin en 1950 sigan siendo los mismos de Vladimir Putin en 2017, pese a la caida del muro de Berlín, la pérdida de vigencia política del comunismo y los ajustes internacionales del nuevo orden mundial.
Dada la riqueza documental y la veracidad de los datos consignados por un oficial naval que conoció de primera mano información del más alto valor para la seguridad mundial y la eventual aplicación de estos datos en la geopolítica moderna, sin duda esta obra es un texto de palpitante interés para analistas de ciencias políticas, cuerpos diplomáticos y consulares, internacionalistas, historiadores, geopolitólogos, militares, miembros de organismos civiles policiales y militares de inteligencia y seguridad, investigadores judiciales, docentes de ciencias sociales y políticas, pero además para lectores de temas generales interesados en acrecentar su bagaje cultural.
En resumen, Historia Secreta de la Guerra Fría, es una obra que no puede faltar en la biblioteca de personas con inquietudes intelectuales acerca de lo que ha sucedido en el mundo contemporáneo después de la Segunda Guerra Mundial

LanguageEspañol
Release dateOct 31, 2017
ISBN9781370997381
Historia Secreta de la Guerra Fría
Author

Ellis Zacharias

Contralmirante de la Armada de Estados Unidos con amplia experiencia en inteligencia estratégica y amplio conocedor de las intenciones políticas, geopolíticas y estratégicas de la ambiciosa expansión soviética al término de la segunda guerra mundial y cominzo de la llamada Guerra Fría entre las dos superotencias.

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    Historia Secreta de la Guerra Fría - Ellis Zacharias

    AL PUEBLO AMERICANO

    Aquellos que comparan la época en que les ha correspondido vivir con una época dorada que sólo existe en la imaginación, pueden hablar de degeneración y corrupción; pero nadie que esté debidamente informado sobre el pasado se sentirá dispuesto a adoptar un punto de vista fanático o desfalleciente sobre el presente.

    MACAULAY, Historia de Inglaterra

    Existe un ciclo misterioso en los acontecimientos humanos. A ciertas generaciones se les concede mucho. De otras generaciones, se espera mucho. La actual generación de americanos está emplazada con el destino.

    En nuestro mundo actual, en otros países, hay personas que en tiempos pasados han vivido y luchado por la libertad y parecen haberse cansado de proseguir la lucha. Se han vendido su herencia de libertad por la ilusión de vivir. Han humillado su democracia.

    En el fondo de mi corazón creo que tan sólo nuestro triunfo puede reavivar sus antiguas esperanzas. Empiezan a saber que aquí, en América, lo estamos arriesgando todo en una guerra grande y triunfante. No es sólo una guerra contra la necesidad y las privaciones y la desmoralización eco-nómica. Es más que esto; es una guerra por la supervivencia de la democracia. Luchamos por salvar una grande y preciosa forma de gobierno, para nosotros y para el mundo.

    FRANKLIN DELANO ROOSEVELT, el 27 de junio de 1936, en Filadelfia.

    *****

    Los puntos de vista y opiniones aquí contenidos son exclusivos de los autores, y en modo alguno deben interpretarse como reflejos de la opinión del Departamento de Marina o de ningún funcionario adscrito al mismo.

    En la preparación de este libro hemos empleado todas las fuentes de información fidedigna que se encuentran a la disposición de personas que ya no trabajan al servicio del gobierno.

    Nuestro trabajo es fruto del análisis de documentos, del interrogatorio de viajeros, de discusiones con hombres de estado, diplomáticos, oficiales de alta graduación, etc.

    Hemos examinado exhaustivamente las llamadas fuentes secunda-rias de información pertenecientes al dominio público, y hemos estudiado y analizado periódicos, libros, emisiones, etc.

    Enterados de nuestro interés y comprensión por sus problemas, numerosos extranjeros nos favorecieron con sus confidencias, facilitándonos el acceso a. datos de inmenso valor, muy difíciles de conocer para personas no adscritas a los servicios especiales de los gobiernos.

    Entre estas fuentes de información figuran 237 refugiados de detrás del telón de acero, que fueron interrogados por nosotros o por nuestros ayudantes y enlaces, tanto en los Estados Unidos como en el extranjero. Estos refugiados representaban lo más escogido de una abundante cosecha. Entre ellos había ex oficiales superiores del ejército y la marina rojos, científicos atómicos, descollantes economistas, diplomáticos y funcionarios de virtualmente todas las ramas de la burocracia soviética.

    En el curso de este estudio hemos agrupado datos al parecer muy valiosos sobre el verdadero estado del mundo, provenientes de fuentes que estimamos fidedignas, y que no están a la disposición de probablemente ningún otro ciudadano particular de los Estados Unidos. Este libro fue escrito para hacer partícipe de dichos datos al público americano. Consideramos nuestra obra como un reporte profesional, sin falsos requilorios de seguridad atados al rabo.

    Es imposible hacer constar, ni siquiera en una extensa bibliografía, todas las fuentes a que hemos acudido durante la preparación de este re-porte. Las páginas que siguen indicarán al lector cuáles han sido algunas de dichas fuentes y servirán, en parte, para reconocer la deuda de gratitud que tenemos contraída hacia nuestros informadores, tanto del país como del extranjero.

    PRIMERA PARTE

    EL DILEMA DE LA GUERRA O LA PAZ

    Capítulo 1

    EL DÍA «D» DE LA GUERRA RUSOAMERICANA

    —Así, pues, iremos a la guerra, Glaucon.

    ¿No es verdad?

    —Ciertamente que sí —contestó ésto.

    Platón, La República, 1, II

    Los días inciertos de la paz precaria que nosotros llamamos guerra fría están contados.

    La guerra entre los Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socia-listas Soviéticas, que sería la tercera y probablemente la decisiva guerra mundial en la vida de esta trágica e ingobernable generación, al parecer se materializará algún día, entre el verano de 1952 y el otoño de 1956.

    La guerra puede estallar como respuesta a una serie de movimientos agresivos soviéticos, que el Kremlin juzgará esenciales para la seguridad rusa, pero a la que nosotros reaccionaremos violentamente y con resolución.

    O quizá se produzca, como dicen ahora los expertos soviéticos que sobrevendrá, en forma de jugada desesperada por parte de los Estados Unidos a fin de conjurar una inevitable depresión económica o, mejor aún, a convertir la depresión en prosperidad.

    Al otro lado del Atlántico, y especialmente tras el telón de acero, existen pruebas abundantes y tangibles que revelan que la URSS ha resuelto definitivamente abandonar la prolongada táctica de lanzar puñetazos al aire que ha venido caracterizando a la guerra fría.

    Se llegó a esta resolución basándose en un Dictamen sobre la situación, preparado en el otoño de 1948, a requerimiento expreso del generalísimo Stalin, por un escogido grupo de especialistas soviéticos de primerísima fila: expertos militares, economistas, observadores políticos, diplomáticos y espías.

    De acuerdo con dichos cálculos, el Politburó acordó por unanimidad aceptar como inmediatamente válida la tesis de Lenin de que la guerra entre el capitalismo-imperialismo y el comunismo es inevitable. Se apresuraron a ordenar a todo el vasto Estado soviético a que se preparase para poner las cartas boca arriba sobre la mesa en la partida empeñada entre los Estados Unidos y la URSS.

    Hoy día, en el inmenso imperio soviético, todo es orientado a tenor del dictamen de los expertos y de la decisión del Politburó. Unos y otros dictan, y aun predeterminan, cada decreto y sus aplicaciones desde Berlín a Vladivostok, desde medidas al parecer tan inofensivas como la reducción de los cursos en las escuelas elementales, hasta la explosiva resolución de resucitar las reivindicaciones rusas sobre los Dardanelos, en Turquía, y las Spitzberg, en el Océano Ártico.

    Además, por encima de la propaganda cada día más intensa sobre la hábil campaña rusa de paz en todo el mundo, encaminada a debilitarnos por medio de la desunión y el desarme, la URSS se está fortaleciendo destinando sin tasa sumas fabulosas para armamentos y esforzándose por estrechar su unidad nacional con el uso de la persuasión o la coacción.

    Parecemos estar ciegos ante estas realidades, pese a ser evidente, según se desprende de innúmeros documentos que nos llegan, desde los artículos publicados en Pravda y Bolshevik hasta boletines cuidadosamente seleccionados de nuestro servicio de inteligencia. Estos últimos nos informan incluso de lo que sucede tras las puertas cerradas del Kremlin.

    A pesar de lo convincente de dichos boletines, se nos ha dicho, por boca del secretario de Defensa, Louis Johnson, que tenemos buenas razones para creer que las perspectivas de evitar otro conflicto mundial mejoran continuamente ; y por boca del general Walter Bedell Smith, que la actual consigna para la política interior y exterior de la Unión Soviética parece estar basada en deseos de paz por varios años ; y por boca del general Dwight D. Eisenhower, que los rusos son harto lógicos y sensatos para no comenzar deliberadamente una guerra ahora... [o] en el futuro próximo .

    En el vasto plan soviético hay muchas cosas, tanto discernibles a primera vista como dichas inadvertidamente, que parecen justificar tan optimistas pronósticos.

    La guerra, cuando se produzca —si es que sobreviene— será un nuevo género de conflicto. Llegará por etapas. En rigor, algunas de sus fases ya se están desarrollando. Otras aparecerán difícilmente identificables como tales. Y todavía habrá otras que desafiarán teda definición según la nomenclatura convencional que todavía domina el modo de pensar del mundo occidental.

    A pesar de las catastróficas consecuencias del golpe definitivo, sus movimientos iniciales carecerán del impacto, traicionero y maligno, del ataque japonés a Pearl Harbour. Más bien formarán parte de una intrinca-da operación, compuesta de múltiples golpes que irán intensificando gradualmente su estruendo y su furia, un tour de forcé desesperado en un nuevo género de guerra. Las jugadas serán pacientemente concebidas y ejecutadas de tal modo que todo el peso de la nueva guerra recaiga sobre los Estados Unidos.

    Los tambores de la propaganda soviética redoblarán a todo vapor proclamando la inocencia de la URSS y poniendo al descubierto la criminal conspiración de los imperialistas belicistas de Occidente.

    La URSS se encontrará en excelente situación de cargar todo el peso sobre nosotros, aunque sólo sea porque sus movimientos iniciales serán encubiertos, circunspectos, a menudo ambiguos y difusos, mientras que nuestra respuesta a los mismos tendrá que ser forzosamente abierta, directa, innegablemente dura y, ¡por desgracia!, carente de imaginación.

    Al nuevo género de guerra de la Unión Soviética opondremos una forma tradicional de campaña, mejor y más extensa que ninguna de nuestras antiguas guerras, pero regida por una estrategia y una táctica idénticas. La URSS prevé justamente semejante respuesta y en ella funda sus esperanzas de victoria final.

    ¿Cuándo?

    Disponemos de varios indicios convincentes en cuanto a la fecha que la URSS juzga como la más probable para el día D de la guerra armada. Según los cálculos del Kremlin, los años 1952, 1954 y 1956 son considerados como años cruciales. No es pura coincidencia que el año 1952 fuese la única fecha futura explícitamente mencionada en el reciente tratado ruso-chino firmado por Moscú y el gobierno comunista de Pekín.

    Dicho año, que los analistas soviéticos estiman que será el último año tranquilo de la guerra fría, es aludido por segunda vez en los protocolos secretos de los tratados y alianzas militares que Moscú firmó con sus satélites de Varsovia, Praga, Budapest, Bucarest y Sofía. Es mencionado con frecuencia en los documentos del Kominform como el año de la decisión, la fecha tope en que ciertos planes deben estar llevados a término y los cupos cumplidos; el fin de una era y el comienzo de una nueva época .

    Para el año de 1952, el Primer Plan Quinquenal ruso de la postguerra debe estar realizado. Un nuevo plan, adaptado a las exigencias de la nueva situación, estará ya entonces en curso de ejecución.

    Los sucesos que se producirán en la Europa occidental y los Estados Unidos constituyen el vértice del interés del Kremlin por dicho año. En 1952, el Plan Marshall de ayuda a Europa terminará y se espera que su terminación creará un ambiente de incertidumbre y posiblemente de caos. El año 1952 será también año de elecciones presidenciales en los Estados Unidos, y la preocupación por los problemas domésticos y el oportunismo impuesto por la campaña electoral otorgarán más importancia a las mezquinas necesidades de los partidos políticos que no a los intereses de más vasto alcance de la nación.

    Así, el año 1952 es juzgado en la URSS como el primero de los tres años decisivos: la encrucijada de las relaciones ruso-americanas, de las relaciones de América con la Europa occidental y de la posición de la Unión Soviética en el orden mundial. Es juzgado como el principio del fin de lo que Stalin ha llamado la época de la revolución mundial . Según el dogma bolchevique, dicha época terminará con el derrumbamiento de los Estados Unidos, última fortaleza del capitalismo imperialista.

    Entre la hora presente y 1952, la URSS desplegará sus fuerzas para ocupar posiciones de importancia estratégica con vistas a movimientos tácticos cuidadosamente meditados.

    Luego, en 1954, se espera que los Estados Unidos complazcan a los expertos que han trazado los planes bolcheviques con el cumplimiento de otro de sus pronósticos: en dicho año se da por seguro que el ocaso económico de los Estados Unidos —presuntamente empezado en 1946— alcance su fase crítica con una depresión de proporciones aún mayores.

    En dicho año también se prevé que el número de parados en los Es-tados Unidos alcanzará la cifra crítica de 12 millones, obligando al gobierno a tomar desesperadas medidas de excepción y dando entrada a un período de crisis que —según los cálculos de los autores del plan soviético— llegarán a un clímax definitivo en 1956, el último de los años considerados decisivos.

    Cuando de esta manera damos al mundo otros cinco años de paz, no hacemos sino reflejar los vaticinios de un grupo de estrategas políticos soviéticos, de representantes bolcheviques, tanto dentro como fuera de la URSS, y de varios portavoces oficiales del imperio soviético.

    Uno de dichos portavoces es el contraalmirante Eugeni Georgievich Glinkov, hasta hace poco (1950) agregado naval de la embajada de la URSS en Washington, quien dijo literalmente que la guerra estallaría dentro de cinco años .

    Esta es la declaración más explícita que cabe esperar de un alto funcionario soviético. La hizo oficialmente un militar diplomático responsable, que es también uno de los proyectistas de la guerra, y que tiene acceso a los planes secretos de otros. No puede juzgarse como un lapsus linguae involuntario. Los autores de estas páginas más bien se inclinan a considerarla una indiscreción calculada.

    El almirante Glinkov, por supuesto, estigmatizaba a los Estados Unidos como nación agresora. Aducía como casas belli la depresión económica de los Estados Unidos. Esta idea también fue el tema a que se aludió repetidamente en una serie de entrevistas no oficiales que llevamos a cabo con un grupo de jefes comunistas europeos en la sala de Delegados de Lake Success, durante la sesión de la Asamblea General de la ONU en París, en los salones de las embajadas de los países satélites y de las Delegaciones de la ONU en Washington y Nueva York, así como con miembros soviéticos del Comité de Estados Mayores Militares de las Naciones Unidas.

    Típicos ejemplos de tales conversaciones fueron las que sostuvimos con los comunistas más destacados del Norte estratégico de la Europa occidental: los noruegos Axel Wahl, de Hammferfest, y Gottfred Hoelvold, de Kirkenes.

    En Oslo todo el mundo nos previno contra estos dos hombres. Son excepcionalmente peligrosos, nos dijeron. Pero allá en el Norte, donde el Occidente linda físicamente con Rusia, son generalmente vistos con buenos ojos, comprensión, respeto, y por lo que se refiere a Hoelvold hasta con admiración.

    Wahl es un comunista teórico. Es secretario del partido y vive de la política. Su adhesión al comunismo quizá, a fin de cuentas, no sea sinóni-mo de lealtad a la URSS.

    Hoelvold es el enigma del norte. Es un hombre de baja estatura, una especie de jefe obrerista como los que Upton Sinclair solía retratar en sus novelas, con ojos escrutadores bajo una frente estrecha, de cabellos negros salpicados de un gris indeciso. Lleva un jersey gris y pantalones a rayas grises. Sólo sus ojos delatan su fogosidad, aunque también denotan cierta desilusión.

    A todo visitante procedente de los Estados suele replicar con un fuego graneado de propaganda. Suelta todos los tópicos archisabidos de Radio Moscú: el capitalismo financiero, el dólar yanqui, el neofascismo de la Doctrina de Truman, la dominación del mundo por Wall Street, etc.

    Durante nuestra conversación hicimos a Hoelvold la primerísima pregunta que está en el pensamiento de los noruegos del extremo septen-trional de Europa:

    —¿Juzga usted que una guerra entre los Estados Unidos y la URSS es inminente o inevitable?

    El rápido fluir de las estudiadas contestaciones de Hoelvold se cortó súbitamente. El hombre pesó durante más tiempo del corriente la contestación a esta pregunta específica. Por fin dijo:

    —La guerra entre los Estados Unidos y la URSS es inevitable, pero no inminente. Se producirá como respuesta de América a su propia depre-sión económica, que también es inevitable. Cuando la depresión llegue a América, América irá a la guerra.

    —¿Cuándo cree usted que sucederá esto?

    El jefe comunista noruego se encogió de hombros.

    — ¿Qué importa si se produce más temprano o más tarde?

    Pero volvió a meditar unos instantes y después afirmó:

    —Se producirá dentro de los próximos cinco o diez años.

    Antes de salir de Moscú, a finales de 1948, el general Walter Bedell Smith resolvió efectuar una encuesta extraoficial entre los diplomáticos extranjeros acreditados cerca del gobierno soviético con el fin de intentar cerciorarse lo máximo posible sobre las probabilidades de una futura paz o de una futura guerra entre la órbita soviética y el Occidente. Su mayor interés estribaba en conocer los juicios de los representantes de los países satélites, ya que la política y las intenciones soviéticas pueden medirse con bastante exactitud a través de sus deliberadas o inconscientes indiscreciones.

    …mientras las opiniones de los occidentales diferían entre sí —escribe el general Smith— las de los diplomáticos comunistas eran prácticamente unánimes. Todos ellos expresaron la opinión de que era imposible la convivencia pacífica de los dos sistemas y que una colisión era inevitable... Algunos dijeron que la guerra se produciría cuando la Unión Soviética estaría preparada. Otros calculaban que las hostilidades debían esperarse para dentro de cinco o diez años, tal vez quince... Todos daban la impresión de creer que la iniciativa partiría de la Unión Soviética, rindiendo así un involuntario tributo a la política fundamentalmente pacifista de los Estados Unidos y otras democracias occidentales .

    Las opiniones expresadas por estos estadistas comunistas —algunos de ellos partícipes de los secretos más íntimos del Kremlin— reflejan la propia opinión de Stalin tal como nos ha sido comunicada por algunos de sus más próximos consejeros de política exterior. Uno de ellos fue Andrei A. Gromyko, a la sazón delegado soviético en la ONU, actualmente vice ministro de asuntos exteriores de la URSS. Lo reveló a algunos de los más destacados hombres de negocios americanos en el curso de las gestiones que realizó para un estrechamiento de relaciones entre los Estados Unidos y la URSS, con arreglo a las condiciones establecidas por Stalin .

    Según Gromyko y algunos otros informadores, los puntos de vista de Stalin a este respecto fueron expresados de modo extraoficial en una carta que Gromyko dijo que Stalin había escrito al Presidente Truman en 1948, con fecha no determinada. Los rusos insisten en que dicha carta fue envia-da por conductos diplomáticos, vía el embajador Panyushkin, quien —según afirma— la entregó personalmente en la Casa Blanca.

    En la carta, Stalin esbozaba en los términos más convincentes de que era capaz, su deseo de una paz mundial y su oposición a los fomentadores de la guerra que por profesión o costumbre, envenenan los pozos de la colaboración internacional. Stalin invitaba a Truman a unírsele en una declaración conjunta conteniendo sus respectivos deseos de paz. Luego Stalin se extendía sobre el tema que ahora es el más recurrente en la propaganda soviética. Según se afirma, Stalin escribió: No se me oculta el hecho de que en los Estados Unidos algunas personas consideran la guerra como la única alternativa a la depresión. Pero el dilema con que nos enfrentamos no es el de guerra o depresión, sino el dilema de guerra o paz.

    Existen ligeras pruebas circunstanciales que indican que en efecto hubo un cambio de pareceres a este respecto entre la Casa Blanca y el Kremlin. Alrededor de la fecha de la supuesta carta de Stalin a Truman, los informadores de la Casa Blanca citan unas palabras del presidente de los Estados Unidos, expresando un punto de vista casi idéntico. Se atribuía también a Truman haber hablado de las dos alternativas: guerra o depresión, j guerra o paz. Se dijo que el presidente había manifestado su determinación incondicional de escoger la segunda alternativa.

    Los pocos hombres bien informados con quienes hablamos del misterio de esta carta fantasma de Stalin a Truman, se inclinaban a atribuir la actitud de Mr. Truman durante el período de 1947-48, así como su famoso comentario relativo al buen viejo Joe del Kremlin, a la profunda impresión que parecía haber causado en él la carta de Stalin" .

    Pero aun cuando la carta de Stalin no hubiese sido escrita nunca, o, si lo fue, no hubiese sido entregada jamás, el hecho de que los rusos todavía sigan difundiendo el rumor de su existencia, sirve para poner al descubierto la actitud de Stalin hacia el problema de la guerra o la paz. Reducida a la mínima expresión, su fórmula relativa a la guerra entre los Estados Unidos y la URSS gira en torno a la ecuación en la cual X = Depresión. Según el autorizado Dictamen sobre la situación redactado por los soviets:

    1. Los Estados Unidos de América experimentan una depresión de grandes proporciones entre 1954 y 1956, y

    2. Los Estados Unidos irán entonces a la guerra para precaverse de los desastrosos efectos de la depresión sobre la economía y la moral nacionales.

    Para desbaratar de antemano esta jugada americana, la URSS está resuelta a moverse primero, entre ahora y 1956, a fin de ocupar todas las posiciones desde las cuales cabría lanzar un ataque físico contra la URSS, o sea romper de hecho las hostilidades. La URSS, según los cálculos de los peritos del Kremlin, podría atraer a los Estados Unidos a una guerra terrestre en el sentido tradicional, que se empeñaría al extremo de una línea de aprovisionamientos inmensamente larga y a través de aguas peligrosas.

    En otras palabras, Rusia planea obligar a los Estados Unidos a hacer la guerra con arreglo a los deseos soviéticos y en las condiciones más ventajosas para la URSS. Una guerra así, iniciada por nosotros, tendría que ser una guerra total, forzosamente dilatada que en su día conduciría a la aplicación de la teoría militar favorita de Stalin: Victoria por medio de la contraofensiva estratégica.

    Esto significa una contraofensiva final, acumulativa y en masa contra un enemigo agotado militar, moral y económicamente. Esta teoría, desarrollada por Stalin cuando leía los eruditos tratados bélicos de Clausewitz y Shaposhnikov, fue puesta a prueba en la Segunda Guerra Mundial y funcionó a entera satisfacción del generalísimo .

    Así, la Unión Soviética espera que la futura guerra será iniciada por los Estados Unidos en una jugada de desesperación en pos de su propia supervivencia económica, y no como respuesta a una prolongada serie de insidiosas provocaciones soviéticas. Este concepto soviético se aleja mucho del americano, que ve en la Unión Soviética al agresor en una posible o probable guerra ruso-americana, cuyo desarrollo se efectuaría con arreglo a las reglas tradicionales en todas sus fases y manifestaciones.

    IMÁGENES DE UNA NUEVA GUERRA

    Los anglosajones, de mentalidad objetiva y anti-mística, apenas pueden imaginarse la especie de campaña que Stalin les tiene preparada.

    Las primeras horas de la próxima guerra ruso-americana las pintamos valiéndonos de las imágenes de nuestra experiencia pasada.

    El concepto más simple es el del Departamento de Defensa, esbozado por el secretario Johnson cuando habló de la posibilidad de un ataque procedente del otro hemisferio, sin aviso, y con imprevisible furia, imagen sugerida por la experiencia de Pearl Harbour .

    Una segunda imagen reduce el número de la fuerza invasora a la desesperada figura de un solitario viajante de comercio, portador de una bomba de hidrógeno escondida en su equipaje, que el misterioso personaje coloca cautelosamente en un solar de Detroit, Pittsburgh u Oak Ridge. Una tercera imagen representa la llegada de un pelotón de diseminadores del tifus, dirigido por bacteriólogos clandestinos procedentes, por ejemplo, del Instituto Médico del ejército rojo, de Krasnodarsk, cuya banda tendría por misión emponzoñar nuestros embalses, nuestras principales fuentes de abastecimientos y demás puntos vulnerables a esta clase de ataque.

    Y llevando esta fantasmagoría a lo Wells al más absurdo de los ex-tremos, una cuarta imagen nos pinta un submarino emergiendo a la superficie frente a la costa de Virginia y disparando mediante una catapulta un misterioso proyectil dirigido.

    El arma se remontaría a una velocidad supersónica hasta un punto cenital a muchas millas por encima del centro geográfico de los Estados Unidos en donde estallaría desprendiendo alguna substancia química que eliminaría el oxígeno del aire, y causaría la muerte de todos los seres que dependen de dicho elemento para su substancia cotidiana.

    Todas estas son imágenes de una guerra antigua y anticuada o de la irrupción, en forma de furia, de un improbable día del Juicio Final. El hombre corriente parece dejarse fascinar por los monstruos mecanizados de una guerra de conmutadores y resortes, mientras que nuestros militares profesionales parecen seguir atados a la caduca imagen de las arcaicas campañas que ellos solían estudiar en rancios libros de texto cuando se sentaban a los pupitres de sus academias.

    Esto quedó demostrado en forma alarmante por el coronel Louis B. Ely, del ejército norteamericano, graduado en West Point en 1919, oficial encargado de dirigir importantes actividades de Inteligencia en los últimos diez años. No hace muchos meses publicó un libro titulado El Ejército

    Rojo en la actualidad, que pretendía ser un informe fidedigno de sus acciones, capacidades, táctica, cuadros de toando y posibles objetivos.

    Pero la imagen de la fuerza que el coronel Ely atribuye al Estado Mayor soviético, es la imagen de una guerra antigua: los tradicionales movimientos de tropas sobre el tablero de ajedrez de campos de batalla a la antigua usanza; es la imagen que predomina en las mentes cargadas de lastre de nuestros propios expertos en Inteligencia, que no en los planes operativos del Estado Mayor del ejército rojo.

    Si nuestros jefes militares buscan los movimientos rusos de avance sólo por los puntos en donde el coronel Ely espera que se produzcan, les aguarda un amargo desengaño.

    En su imaginario contraataque, sólo tres párrafos antes de la fase final de su último capítulo, el coronel Ely sitúa a los aliados todavía a 1.200 millas de la frontera soviética.

    Tres párrafos más abajo, la guerra ha terminado: La suerte del Imperio Rojo está echada.

    Por consiguiente, es importante afirmar que Stalin no abriga los tradicionalmente admitidos designios imperialistas o militares respecto a América. No prepara fuerzas expedicionarias para conquistar o subyugar a los Estados Unidos mediante un asalto a la antigua usanza a través del anchuroso espacio de los océanos Pacífico y Atlántico.

    Lo que Stalin reserva a los Estados Unidos es un destino mucho peor que una derrota militar en la guerra, subyugación en una tregua armada o liberación por medio del comunismo.

    La guerra de Stalin contra los Estados Unidos, que ya está en marcha, es una sutil campaña encaminada a la total desaparición de este país, en su papel de contrincante potencial de las aspiraciones ruso-bolcheviques, aislándolo primero dentro de sus fronteras marítimas, y desorganizándolo y desintegrándolo después para impedir que jamás pueda escapar de su impotente, degradante y corrompido aislamiento.

    Stalin reconoce en los Estados Unidos el único obstáculo poderoso que se opone a sus propósitos. Está resuelto a eliminar dicho obstáculo de su camino, arrancando una a una las piedras de que está construido.

    CAMPOS DE BATALLA

    A fin de alcanzar este objetivo estratégico, la Unión Soviética descargará grandes golpes operativos, pero no precisamente de carácter militar, contra los tentáculos ultramarinos de lo que la propaganda rusa llama el pulpo americano. Basándose en informes fidedignos del Servicio de Inteligencia, es posible trazar el proyectado curso de la expansión soviética:

    En Europa Meridional se dirigirá contra Yugoeslavia, pero probablemente rebasará Grecia, aislándola como a una rama descortezada que se deja secar con vida.

    En Europa Occidental continuará hostigando a Italia y Francia, en espera de que ambas caigan irremediablemente dentro de la órbita, gracias a una progresiva paralización interior, agravada por el terror de los activistas comunistas y saboteadores de la Guardia Roja.

    En las zonas limítrofes ruso-asiáticas, atravesará el Mar Negro, atacando a Turquía, volviéndose a detener al borde del mar, y siguiendo por el Irán hasta la región del Golfo Pérsico. La región del Próximo Oriente es juzgada como el puente terrestre a través del cual Rusia puede en cualquier momento penetrar en el continente africano.

    En Asia Central envolverá al Afganistán y las altiplanicies del Asia, incluida la región fronteriza del noroeste. En Asia Meridional hostigará a Hong-Kong, el Vietnam, Birmania, la península malaya, la India, Pakistán, Indonesia y las islas Filipinas, esperando que en ellas se produzcan revoluciones llevadas a cabo por fuerzas internas.

    En Extremo Oriente se extenderá hasta el Japón, dándole a su debido tiempo una influencia preponderante en la organización bolchevique de Extremo Oriente.

    A Inglaterra y su remoto Commonwealth periférico, Rusia les dejará cocer en su propio jugo, según lo que el propio Stalin calificó de situación de desamparo y aislamiento. Los Estados Unidos estarán limitados a su área de Monroe, con la parte sur del hemisferio occidental —toda la Amé-rica Latina— moviéndose desasosegadamente, como un pecho febril, e infestando todo el continente con una epidemia progresiva de anarquía, nihilismo y corrupción.

    Este es el plan total o, según la terminología bolchevique, el objetivo máximo. Es un elemento importante de la fortaleza soviética el hecho de que los gobernantes de la URSS raramente vivan de ilusiones; por lo menos, es evidente que siempre tratan de guardarse de tal cosa. Sería ilusorio, por ejemplo, pensar que el objetivo máximo pudiera lograrse frente a un adversario prevenido e inquieto .

    Lo que podemos dar por seguro, y para lo cual debemos preparar-nos, es la consecución gradual de los objetivos de menor cuantía, o sea lo que los bolcheviques llaman el objetivo mínimo.

    Hoy existen en el mundo cinco puntos de gran peligro, en donde ca-be suponer que se producirá la agresión soviética, sin guerra armada, entre ahora y el año 1954. Son estos:

    1. Yugoslavia. — El gran plan estratégico de la URSS no puede triunfar a menos que esta vital cabeza de puente en el Adriático sea arrebatada a sus actuales amos titistas, bolcheviques disidentes, en quienes no se puede confiar.

    2. Irán. — La Unión Soviética está dispuesta a recuperar en un futuro cercano el dominio del Azerbaiyán iraní. La ocupación del Azerbaiyán iraní es juzgada esencial para la seguridad soviética por lo que respecta a sus aprovisionamientos de combustible líquido. En primer lugar, es considerada vital para la protección estratégica de la zona petrolífera Bakú-Batum y del bajo vientre de la Unión Soviética, es decir, la región que se extiende de los 30 a los 60 grados de longitud Este, desde Ucrania hasta el Turquestán, más de 1.400 millas.

    Pero al parecer existe otra razón. Según los geólogos de la Academia de Ciencias soviética, los depósitos subterráneos del Azerbaiyán iraní están drenando inmensas cantidades de petróleo de los campos petrolíferos de la zona de Bakú-Batum de la URSS, lo que da cerno resultado la gradual reducción —más acentuada en estos últimos tiempos— de la producción rusa de petróleo, lo cual representa un prematuro agotamiento de los vitales yacimientos petrolíferos soviéticos.

    Durante algún tiempo el Kremlin pareció contentarse con evitar que empresas extranjeras adquirieran concesiones en el Norte del Irán. Pero ahora es de esperar que la Unión Soviética insista en conseguir dichas explotaciones para sí misma, y está determinada a conseguirlas incluso mediante la presión armada sobre Irán .

    3. Turquía. — Hace siglo y medio, el representante del zar hizo saber a Napoleón que Rusia quería el dominio de Constantinopla. La reivindicación de Rusia sobre los Dardanelos jamás ha sido abandonada, ni por la Rusia zarista ni por la comunista. Volverá a plantearse en un futuro próximo, con la amenaza de presión armada, de modo parecido a la decisión que Stalin sugirió a Hitler, en Berlín, en 1940.

    4. Suecia. — La precaria neutralidad del principal país escandinavo impresiona menos a los estrategas soviéticos que la utilización de su campiña ondulante, sus tundras y sus lagos helados como aeródromos y zonas de despliegue militar por parte de los aliados occidentales. Se juzgan esenciales para la seguridad soviética unas garantías satisfactorias, y el Kremlin está determinado a lograr tales garantías de Suecia, aunque sea mediante presión armada. (Para ulteriores detalles véase el Capítulo 14.)

    5. Sudeste asiático. — Esta zona no constituye un peligro inmediato para la seguridad soviética. Pero proporciona una de las grandes coyunturas para el avance de la órbita soviética hasta inesperadas avanzadillas, no por la fuerza de la URSS, sino por la debilidad de sus adversarios. (Para más detalles véase el Capítulo 15.)

    ¿Cómo se llegó —en los vastos y misteriosos salones del Kremlin— a la decisión de aumentar la intensidad de la guerra fría? ¿En qué se basó exactamente tal decisión? ¿Qué plan maestro se redactó basándose en dicha resolución? Y, ¿cómo podría un audaz plan americano evitar todavía la ejecución del plan soviético? Los capítulos siguientes tratarán de dar respuesta a estas preguntas.

    Capítulo 2

    LA HISTÓRICA REUNIÓN DEL POLITBURO

    Eran ya cerca de las cinco de la mañana de un nuevo día: el viernes, 28 de enero de 1949. Georgi Maximilianovich Malenkov, que presidía la acostumbrada reunión semanal, se levantó de su silla y dio por terminada la sesión del politburó, que se había prolongado más que de lo ordinario.

    Stalin se había retirado a sus aposentos particulares, unas horas antes, cuando el curso del debate le indicó que se iba a llegar a la decisión inevitable. Las pocas docenas de hombres a quienes había dejado en la suntuosa sala de sesiones del Politburó —miembros en propiedad, interinos, especialistas y secretarios — se sentían harto cansados para apreciar el histórico significado de esta particular sesión. En la sala había reinado una gran tensión, pero ésta aflojó cuando Malenkov anunció el resultado de la votación y la resolución consiguiente.

    Los hombres recogieron sus esparcidos papeles con bruscos movimientos, como de autómatas, y se dispusieron a marcharse pronto. Ni en sus rostros ni en sus corazones se hacía discernible ningún signo de satis-facción o de emoción. Demasiado cansados para poder apreciar siquiera el papel que les había tocado desempeñar en la histórica reunión, descendieron la amplia escalinata setecentista del palacio del Kremlin que el arquitecto Kasakov originalmente diseñara para el Senado de Moscú. Los coches que les esperaban, alineados en la plaza Kalyayev, frente al barroco Arsenal, junto a los cañones capturados a Napoleón, avanzaron uno a uno, precedidos y seguidos por los inevitables coches de escolta de la MVD, para ir recogiendo a sus distinguidos pasajeros.

    La campana del reloj de la Puerta de Spasskiye — obra maestra de un olvidado artesano inglés — daba las cinco con su pesada y metálica voz de barítono. Moscú dormía profundamente aquella madrugada histórica. Pero el nevado Arbat bullía con numerosos grupos de milicianos en servicio especial, y con escuadras también especiales de hombres de la sección de la MVD asignada al Kremlin, que velaban por la seguridad de sus custodiados.

    Los altos dignatarios, enfundados en sus toscas e inelegantes ropas de invierno se instalaron, muertos de cansancio, en sus automóviles blindados con las ventanillas celosamente guardadas con cortinas.

    Luego la caravana se lanzó a toda marcha por la Puerta Trotsky del Kremlin, cruzó el puente que salva lo que antaño fue la Neglinka, dejó atrás la Torre Kutafia —herencia del pasado zarista— y siguió hacia las residencias campestres.

    Minutos después, una quietud anormal se abatió sobre aquella parte prohibida del Kremlin, mientras quedamente unos guardias invisibles apagaban los potentes reflectores que habían iluminado la enorme bandera roja de la hoz y el martillo dorados que ondeaba en lo alto de la cúpula del palacio Kasakov. La plaza quedó súbitamente sumida en la oscuridad; las sombrías figuras desaparecieron como fantasmas volviendo a sus oscuros escondrijos subterráneos al oírse el primer canto mañanero del gallo.

    Este extraño drama nocturno fue descrito en un informe especial, al que tuvo acceso el Servicio de Inteligencia, por uno de los hombres que estuvieron presentes en la reunión: un joven coronel de la guardia, miembro de la plana mayor del subcomité especial militar del mariscal Voroschilov, dependiente del politburó. Al parecer, sólo él sintió y se dio cuenta de la emoción de la noche histórica que acababa de vivir.

    La sesión del Politburó que él había presenciado desde su asiento, in-mediatamente detrás del de Voroschilov, y cuyas minutas él había guardado para los archivos secretos de su jefe, había sido convocada para decidir sobre la lucha definitiva con el occidente. Pero se tomó algo más que esta simple resolución. En realidad se redactó una tabla cronológica y se señaló un día D movible, en una fecha comprendida entre 1952 y 1956.

    Algunas semanas después, el coronel Khialov —nuestro informador confidencial— fue enviado en calidad de oficial correo especial al cuartel general del mariscal Konstantin K. Rokossovsky, en Liegnitz, Silesia. Era portador de documentos e instrucciones conteniendo la primera instrumentación concreta del acuerdo.

    El dilema de guerra o paz no era una cuestión académica para el joven coronel. Era un plan de operaciones reales, elaborado explícitamente en todos sus pormenores, guardado en su fuerte cartera de cuero, atada a su muñeca con una cadenita de acero inoxidable. Era el secreto de unos pocos hombres, que esperaban de él que lo protegería con su propia vida.

    Su grave responsabilidad tenía que despertar en el ánimo del coronel Kharkov un primer asomo de deseo de librarse del cautiverio que implicaba su importante secreto. Deseaba compartirlo con el resto del mundo, mediante un esfuerzo personal suyo, para evitar que el plan produjera los perniciosos daños para los cuales había sido especialmente trazado.

    Tan radical solución de su dilema tardó algún tiempo en formularse en la atormentada mente del coronel. Desde Leignitz regresó a Moscú, a la oficina del mariscal Voroschilov, en el Kremlin, en donde le aguardaba el horror de sus nuevas misiones. Después, a finales de agosto de 1949, fue llamado a asistir a otra reunión extraordinaria en los salones privados del generalísimo Stalin, para repasar las resoluciones tomadas por el Politburó en enero, según se dijo, a la luz de determinados nuevos factores.

    Entre dichos factores, el principal era el logro, por parte de la URSS, de una explosión atómica. Era una ganancia, una partida en el haber ruso del libro mayor de la guerra.

    En él debe figuraba la desviación de Yugoeslavia de la órbita rusa. Uno de les baluartes en que se suponía asentada la mayor parte del plan del Politburó, había sido derribado por la imperdonable truculencia de un chauvinista cambia-casacas .

    Mientras la reunión de enero se había ocupado de las cuestiones de gran política y planes a largo plazo, cuya gradual maduración se fijó en varios años, esta otra sesión de agosto se dedicó a los problemas inmediatos que requerían pronta y directa acción, así como a la redacción de un programa a corto plazo para ajustar las cuentas a Tito.

    La sesión no se limitó al acostumbrado conclave de los jueves. Su duración fue de tres ajetreados días, con escasas horas de sueño para los participantes durante dos noches de ímproba labor. Nuestro coronel también estuvo sentado detrás de Voroschilov; de nuevo tomó minuciosas notas de la sesión y de nuevo tuvo que partir para Liegnitz con instrucciones urgentes para Rokossovsky. Entre éstas figuraba la orden de regresar a Moscú, preliminar de su

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