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Novos diálogos sobre a história da educação dos sentidos e das sensibilidades
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Novos diálogos sobre a história da educação dos sentidos e das sensibilidades
E-book927 páginas17 horas

Novos diálogos sobre a história da educação dos sentidos e das sensibilidades

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Sobre este e-book

Este livro é um trabalho coletivo que se concentra na historização da educação estética, tanto na ciência da sensibilidade, quanto na presença de emoções, afetos e sensibilidades na consolidação, crise e renovação pelas quais passam as instituições de treinamento, os objetivos gerais e a vida cotidiana dos sistemas educacionais. Ele explora a enorme capacidade formativa da cultura escolar material, de cheiros ou imagens, para desvendar a eficácia e a produtividade de um sistema de sinais implícitos, latentes e contingentes, que opera por meio de códigos inscritos no quadro ideológico discursivo, através dos quais as sociedades modernas transformaram a escola em uma ferramenta privilegiada para a homogeneização de costumes, práticas e valores. Mostra o complexo conjunto de intervenções que a escola implantou ao longo de sua história, para construir essas sensibilidades, e é por isso que a estética é uma construção histórico-cultural. Além disso, possibilita focar em como a escola é constituída em um dos campos de luta pela imposição de modos de entender/conceber/agir no mundo e na hierarquia de alguns repertórios sobre outros.
IdiomaPortuguês
Data de lançamento9 de dez. de 2021
ISBN9786587387024
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    Pré-visualização do livro

    Novos diálogos sobre a história da educação dos sentidos e das sensibilidades - Myriam Southwell

    Capa do livro

    PONTIFÍCIA UNIVERSIDADE CATÓLICA DE SÃO PAULO

    Reitora: Maria Amalia Pie Abib Andery

    EDITORA DA PUC-SP

    Direção: José Luiz Goldfarb

    Conselho Editorial

    Maria Amalia Pie Abib Andery (Presidente)

    Ana Mercês Bahia Bock

    Claudia Maria Costin

    José Luiz Goldfarb

    José Rodolpho Perazzolo

    Marcelo Perine

    Maria Carmelita Yazbek

    Maria Lucia Santaella Braga

    Matthias Grenzer

    Oswaldo Henrique Duek Marques

    © Katya Braghini, Kazumi Munakata, Marcus Aurelio T. de Oliveira. Foi feito o depósito legal.

    Ficha catalográfica elaborada pela Biblioteca Reitora Nadir Gouvêa Kfouri / PUC-SP

    Novos diálogos sobre a história da educação dos sentidos e das sensibilidades / eds. Katya Braghini, Kazumi Munakata, Marcus Aurelio Taborda de Oliveira. - São Paulo : EDUC, 2020.

        1. Recurso on-line: ePub

        ISBN 978-65-87387-02-4

    Disponível para ler em: todas as mídias eletrônicas.

    Acesso restrito: http://pucsp.br/educ

    Disponível no formato impresso: Novos diálogos sobre a história da educação dos sentidos e das sensibilidades / eds. Katya Braghini, Kazumi Munakata, Marcus Aurelio Taborda de Oliveira. - São Paulo : EDUC, 2020. ISBN 978-85-283-0656-9.

       1. Educação - Filosofia. 2. Educação - História. 3. Educação - Brasil - História. 4. Ensino - Metodologia. 5. Prática de ensino. 6. Sentidos e sensações - Aspectos sociais. I. Braghini, Katya Mitsuko Zuquim. II. Munakata, Kazumi. III. Oliveira, Marcus Aurelio Taborda de, 1964-

    CDD 370.1

    370.9

    370.981

    371.3

    Bibliotecária: Carmen Prates Valls - CRB 8a./556

    EDUC – Editora da PUC-SP

    Direção

    José Luiz Goldfarb

    Produção Editorial

    Sonia Montone

    Revisão

    Zeta Studio

    Editoração Eletrônica

    Gabriel Moraes

    Waldir Alves

    Capa

    Bruno Florentino Braghini

    Administração e Vendas

    Ronaldo Decicino

    Produção do e-book

    Waldir Alves

    Revisão técnica do e-book

    Gabriel Moraes

    Rua Monte Alegre, 984 – sala S16

    CEP 05014-901 – São Paulo – SP

    Tel./Fax: (11) 3670-8085 e 3670-8558

    E-mail: educ@pucsp.br – Site: www.pucsp.br/educ

    Frontispício
    Prólogo

    Myriam Southwell

    Uds. están abriendo un libro muy valioso. Se trata de un trabajo colectivo que pone su foco en la historización de la educación estética -en tanto ciencia de la sensibilidad-, así como la presencia de las emociones, afectos y sensibilidades en la consolidación, puesta en crisis y renovación por la que transitan las instituciones formadoras, los propósitos generales y la vida cotidiana de los sistemas educativos. A través de retomar las conceptualizaciones de Foucault, Proust, Bourdieu, Barthes, entre otras valiosas perspectivas se aborda a través de objetos específicos, a la escuela en tanto fábrica de lo sensible, que produce sensibilidades que provocan un conjunto de emociones que son parte de las formas con las cuales los sujetos conocen, habitan y experiencian el mundo. Este libro explora exhaustivamente la enorme capacidad formativa de la cultura material escolar, de los olores o las imágenes, para desentrañar la eficacia y productividad de un sistema de signos implícitos, latentes y contingentes que opera mediante códigos inscriptos dentro del entramado ideológico discursivo, a través del cual las sociedades modernas convirtieron a la escuela en una herramienta privilegiada para la homogenización de costumbres, prácticas y valores.

    Esta importante producción colectiva es una muestra de que la investigación histórico-educativa sobre estéticas y sensibilidades tiene un desarrollo creciente y de una gran riqueza, y está logrando constituirse en condición de posibilidad para indagaciones profundas de grandes y clásicos interrogantes sobre la construcción dominante y la producción de subjetividades.

    Queda abierta la pregunta acerca del cómo, la mirada atenta acerca de los modos en que se produce esa construcción subjetiva en torno a las materialidad, el registro escópico de las imágenes, los cuerpos, la arquitectura, los sentidos, las sensibilidades que se propician; esa cultura empírica de lo educativo. Tal como se propicia en este libro, los historiadores de la educación pueden ampliar su horizonte hermenéutico si dialogan con otros especialistas como los psicólogos, los médicos, los artistas, los sociólogos y los antropólogos. Intentaré aquí una somera exploración conceptual para este problema a través de activar el concepto de interpelación.

    La noción de interpelación fue incorporada por Althuser en el año 1969 como una función mediante la cual los individuos se reconocen como sujetos, es decir que, en ese proceso, el sujeto es articulado, constituido y instado a reconocerse en una identidad determinada. Con ella, Althusser refiere a las formas en que los sujetos son llamados a situarse en determinados roles sociales, interpelados por diversos aparatos ideológicos (la familia, la iglesia, la escuela, entre otros). Desde este punto de partida, resulta valioso, como se estudia en este libro, ahondar en el sentido y en los significados de los restos en los que ha quedado reflejada -como exponentes que son de una cultura implícita- los registros de las positividades que implementaron los procesos educativos. Tal como se muestra en este gran trabajo, se dota de fisicalidad y simbolismo al conjunto de herramientas que acompaña al arte y oficio de la enseñanza. El trabajo de una pedagogía de las sensaciones, como se sostiene en este libro.

    En el terreno educacional, el sujeto incorpora esa interpelación sobre la base de contenidos valorativos, conductuales, conceptuales, etc., que modifican su práctica cotidiana en términos de una reafirmación más fundamentada. Es decir, que a partir de modelos de identificación propuestos desde algún discurso específico (religioso, familiar, escolar, de comunicación masiva), el sujeto se reconoce en dicho modelo, se siente aludido o se sitúa en ser eso que se le propone. Pero es importante entender que no se trata de una aceptación voluntaria, racional, sino un proceso de inscripción, de auto-reconocimiento en un discurso y de auto-situarse en él.

    Recordemos brevemente la noción de discurso que estamos poniendo en juego. Por discurso no entendemos sólo aquello que refiere a lo escrito a lo hablado, no se trata de una concepción estrictamente lingüística, sino que el discurso y lo social son términos que se superponen, porque cualquier tipo de acto social es un acto de producción de sentido, dado que está enmarcado en lógicas de significados -en sentidos compartidos- que estructuran la vida social. Podríamos afirmar sintéticamente que vivimos en universos que son unificados, a través de una serie de actos de sentido. De la misma manera que -por ejemplo- hablamos el idioma que nos pertenece sin necesidad de explicitar su gramática, la que -sin embargo- estamos aplicando, nuestra vida se desarrolla en una serie de configuraciones de sentido que tienen una estructura de la que no somos necesariamente conscientes. Ese conjunto de normas que estructuran en este sentido la vida social es lo que referimos como discurso (Laclau y Mouffe, 1985). La tarea de un analista de discurso es -de la misma manera que un lingüista trata de reconstruir la gramática de una lengua-, reconstruir esa forma, esa secuencia de sentido básico, a través de la cual, lo social se va configurando. Así, la acción pasa a ser observada como una estructuración de un cierto campo de sentido que preexiste.

    No existiría, entonces, un orden social como principio subyacente o como espacio establecido, sino que lo social estaría atravesado por relaciones contingentes, no esencialistas, cuya naturaleza resulta necesario determinar (Laclau, 1993). La posibilidad de la contingencia y la articulación queda siempre abierta en tanto la fijación de elementos no es nunca completa, dado que ninguna formación discursiva es una totalidad suturada.

    Por ello, y volviendo a la interpelación, ésta es sobredeterminada por una serie de factores que confluyen en su producción, lo que incluye la incorporación o rechazo de elementos de esa interpelación por parte de los sujetos y la resignificación y puesta en acto de la nueva configuración identitaria así como la producción de interpelaciones propias (Padierna, 2008). Zizek (2003) afirma que para que el sujeto se enganche en el proceso identificatorio es necesaria la interpelación, pero no cualquiera, sino que implica la referencia oculta a algún elemento que en la fantasía del sujeto, llenará la falta. Así, el sujeto se identifica con una interpelación de manera retroactiva, es decir, se engancha a la cadena significante, participando del sentido retroactivamente. Gracias al efecto de retroversión, la identificación es vivida como algo que siempre ha estado allí y que responde a sus deseos. Allí reside la interpelación.

    La participación del sujeto del discurso interpelatorio, no se da en bloque, sino con elementos específicos en los que se ve representado. Ningún discurso de interpelación puede abarcar de manera plena un espacio social como para dar cuenta de todas las condiciones factibles de ser retomadas por los sujetos para adherirse a su causa; de la misma manera, los sujetos interpelados no aceptan tal invitación como un conjunto, sino que se inclinan por distintos elementos que parecen llenar la falta (no racional, ni susceptible de ser llenada). A través de la interpelación se desarrolla una serie de prácticas que permiten que los sujetos se reconozcan como miembros del grupo y lleven a cabo acciones para el logro de sus objetivos. Los sujetos se constituyen identificándose con discursos que los interpelan a partir de múltiples referentes. No sólo los grandes espacios sociales forman sujetos, también es posible el proceso identificatorio en pequeños espacios, en lo local de la comunidad, en la intimidad de la familia, el intercambio con los pares, etc. Por supuesto, también, existen interpelaciones fallidas (Southwell, 2017).

    En suma, uno de los factores que influyen de manera central en la modificación de las identidades de los sujetos sociales es el de la interpelación. A partir de la adhesión o rechazo a diversos sistemas de interpelación, los sujetos se reconocen como miembros de colectividades diversas, realizan acciones que les permiten dar sentido a su práctica social y elaborar nuevos discursos que llevan a la transformación, en mayor o menos medida, de la gramática social.

    Este libro muestra a través de diversas fuentes y problematizaciones ese complejo racimo de intervenciones que lo escolar ha desplegado a lo largo de su historia, para construir esas sensibilidades y que por ello la estética es un constructo histórico-cultural. También posibilita poner el foco en cómo se constituye en uno de los campos de lucha por la imposición de formas de entender/concebir/actuar en el mundo y la jerarquización de unos repertorios sobre otros. Disfruten de este valioso libro.

    Referencias bibliográficas

    Althusser L. (1969). Para leer El capital. México, Siglo XXI.

    LACLAU, E. (1993). Nuevas reflexiones de la revolución de nuestro tiempo. Buenos Aires, Nueva visión.

    LACLAU, E. y MOUFFE, Ch. (1985), Hegemonía y Estrategia Socialista. Madrid, Siglo XXI.

    PADIERNA JIMÉNEZ, M. P. (2008). Interpelación y procesos educativos en movimientos sociales. Giros Teóricos en las Ciencias Sociales y Humanidades. Córdoba, Edit. Comunicarte.

    SOUTHWELL, M. (2017). School and future: failed interpellations. Transnational Curriculum Inquiry 14 (1-2). Disponível em: http://nitinat.library.ubc.ca/ojs/index.php/tci

    ZIZEK, S. (comp.) (2003). Ideología: un mapa de la cuestión, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires.

    Apresentação

    Ainda vale a pena produzir livros?

    Por que, a essa altura do campeonato, publicar um livro? Certamente, não um livro cuja leitura é interdita – um livro inacessível não porque tenha sido censurado, mas por ocultar segredos, acessíveis apenas aos iniciados. Esse pode ser o caso do livro de receitas em que as avós ocultavam os misteres de seus quitutes, mas pode também ser a Bíblia, cuja leitura, segundo a denúncia protestante, a ortodoxia católica teria proibido, embora, na verdade, apenas tivesse condenado a leitura sine glossa, isto é, sem o esclarecimento dos intérpretes autorizados (Lobrichon, 2017, p. 130) – o que, afinal, equivale à censura. Há também o livro proibido imaginado por Umberto Eco, em O nome da rosa, que matava quem se atrevesse a lê-lo (Eco, 1983).

    É óbvio que todos os livros são proibitivos se as pessoas não souberem ler. Isso institui na sociedade a divisão entre letrados e iletrados e, nas religiões baseadas no Livro, como lembra Jack Goody (1987, p. 33), entre sacerdotes e leigos. Os que sabem ler (e escrever) constituem uma casta, como na China e no Egito antigos, cujos membros tornam-se zelosos guardiães do sistema da escrita, cuja complexidade lhes assegura o monopólio do ofício. Nesse sentido, a invenção da escrita alfabética, com reduzida quantidade de letras, abriu a possibilidade de uma difusão mais ampla e democrática da cultura, embora isso também significasse maior vigilância sobre os livros que não podiam ser lidos.

    Em todo caso, o livro de que se trata aqui é de outra ordem. É o livro iluminista, que se torna suporte e veículo de difusão das ideias, embora possa conter em si a maldição, proferida por Adorno e Horkheimer, da indústria cultural (Adorno e Horkheimer, 1985). Impresso em série e em grandes quantidades, graças à invenção de tipos móveis para impressão, a tipografia de Gutenberg (c. 1439), os livros tornam-se, de fato, mercadoria. A Reforma Protestante vai, de certo modo, assegurar-lhe a legião de consumidores, já que o preceito luterano de sacerdócio universal obriga que todos devam ler e interpretar a Bíblia.

    A Bíblia impressa foi, de fato, um grande sucesso. Segundo Man (2004), o biógrafo de Gutenberg, o Novo Testamento, traduzido para inglês por Tyndale e publicado em 1526 a preços populares, vendeu, nos três anos seguintes, 18 mil exemplares, em seis edições – muitos dos quais comprados e queimados pelas autoridades religiosas... O próprio Lutero tornou-se verdadeiro best-seller: Eisenstein (1998) relata que as famosas 95 teses de sua autoria, que teriam servido de estopim para o movimento de Reforma, em 1517, foram vertidas de latim para alemão e depois para outras línguas vernáculas, tornando-se o artigo mais vendido em toda a Europa Central (p. 171).¹

    Esse mercado, obviamente, cresceu sobretudo nas regiões protestantes. Em lugares onde o catolicismo dominava, a Bíblia em vernáculo passou a constar do Index Librorum Prohibitorum (Índice de Livros Proibidos), instituído em 1559 no Concílio de Trento. Paradoxalmente, como aponta Eisenstein (1998, p. 193), o

    [...] Index fornecia publicidade gratuita para os livros nele arrolados. [...] Desse modo, as decisões tomadas pelos censores católicos acabavam, sem o querer, desviando as publicações protestantes em direção a novas tendências estrangeiras heterodoxas, libertinas e inovadoras.

    Não que os leitores protestantes tivessem passado a adquirir literatura de toda a espécie nem que o mercado fora abarrotado de ilicitudes. Como lembra Eisenstein (ibid., p. 188), o lema luterano de sola scriptura (uma única escritura) podia significar interdição de ler outros livros que não a Bíblia. Mas a possibilidade de novas experiências de leitura, aberta com a tipologia, ensejava tendências tolerantes ‘erasmianas’, chegando a um nível mais elevado de crítica e modernidade (pp. 188-189).

    Essas duas posturas em relação à leitura remetem às atitudes que Chartier (1990, p. 131) denomina leitura intensiva e leitura extensiva. A primeira maneira de leitura, a intensiva, é a dos sectários, dogmáticos e ortodoxos, que leem e releem sempre o mesmo Livro (sola scriptura), de seu guru ou, como dizem os franceses, maître à penser; recitando sempre os mesmos extratos, impondo a mesma análise para as mais diversas situações, além de manifestar desprezo por outras obras. A extensiva, ao contrário, é a que não se contenta com poucos livros: busca sempre novas perspectivas e abordagens, ideias inusitadas e heterodoxas, o que propicia comportamento bibliófilo e consumista, para a alegria dos editores. Foi graças ao crescimento dessa modalidade de leitura que se tornou possível, por exemplo, que as regras de arquitetura clássica propostas por Vitrúvio (século I a.C.) fossem amplamente conhecidas por meio de livros impressos (Man, 2004, p. 255); e que Kepler realizasse seus cálculos astronômicos utilizando as tábuas de logaritmos de Napier, já publicadas, em vez de refazer as mesmas operações (Eisenstein, 1998, p. 239). Mais do que isso, a leitura extensiva efetiva-se, no entanto, quando as ideias podem ser amplamente divulgadas, como afirmou, em 1564, o médico e cirurgião Leonardo Fioravanti (apud Petrucci, 1999, p. 138):

    [...] desde o surgimento dessa bendita imprensa, a maior parte das gentes, tanto homens como mulheres, sabem ler; e o que mais importa é que a filosofia e a medicina e todas as outras ciências são traduzidas e impressas nesta nossa língua materna, de modo que cada um possa saber sua parte; e talvez chegará o tempo em que todos seremos doutores de algum modo.

    O presente livro supõe essa leitura extensiva. Aqui não cabem posturas de seita e de ortodoxia, mas a abertura para o novo. Reunião de vários autores, distintos e díspares, o livro também se assemelha de certo modo a uma biblioteca, como Jacob (2000, p. 71) caracterizou a Biblioteca de Alexandria, frequentada pelos eruditos gregos:

    Vai longe o tempo em que os intelectuais gregos podiam pretender estar oferecendo um saber inaugural, validado pela autoridade quase oracular de sua enunciação. A biblioteca cria um espaço de saber coletivo e evolutivo: espaço e tempo utópicos, onde os resultados de uns são o ponto de partida dos outros, onde cálculos e enunciados podem ser desconstruídos, criticados, reduzidos a nada, ou, ao contrário, validados, tornando-se assim fatos. A biblioteca, paradoxalmente, gera a desconfiança para com o escrito, a paranoia de leitores obcecados pelas armadilhas da mentira e da ficção dissimulada sob as aparências da historia. [...] O escrito não é investido de uma autoridade intrínseca. Ele não imobiliza o pensamento, e sim o dinamiza. A própria acumulação das opiniões e sua exposição suscitarão o ceticismo, às vezes afirmado de maneira provocante [...]. A vertigem cética como mal das bibliotecas?

    No Brasil, no final do ano de 2019, estamos pensando se vale a pena produzir livros... Vemos que esse ceticismo percebido como o mal das bibliotecas, seja ela o espaço de guarda ou a representação de uma leitura extensiva, parece estar causando mal-estar em um agrupamento de temerosos e um tanto ressentidos por livros. Não se trata apenas de restrição aos conhecimentos que eles podem trazer. Ao anular a ideia de coletâneas, vemos um rancor inconfesso contra a possibilidade de agremiações. Pensando a administração da pesquisa acadêmica, há contradições entre as determinações que visam ao seu desaparecimento e os critérios de avaliação que, segundo consta, existem para bem nos qualificar. Fazer uma coletânea é uma das ações do ofício e, ao impingir a sua desvalorização, não estamos apenas diminuindo o valor de um objeto, estamos cerceando as ações de pessoas que, de tempos em tempos, se unificam para expor conhecimentos.

    Os fatores que colaboram para o declínio das coletâneas são apresentados de maneiras variadas. Mas, não sejamos vítimas. Não nos esqueçamos de que um livro é um objeto de consumo, fruto do interesse de mercado, que diz respeito aos seus produtores e seus leitores. Também é ampla a discussão sobre a valoração e a manutenção de livros como base física para guarda de conhecimentos e informações.

    Tratemos da pauta sobre a pertinência da publicação de livros. As agências de fomento à pesquisa vêm diminuindo o valor atribuído a esse tipo de produção intelectual, o que afeta a avaliação e a consequente classificação de programas de pós-graduação, professores e pesquisadores e seus projetos de pesquisa. Há também a disseminação, em especial em uma área como a Educação, da publicação de coletâneas sem qualquer tipo de cuidado, com um mínimo de organicidade, unidade, coerência. Em relação a esse aspecto, muito motivado por um mercado editorial e por uma compulsão pela publicação, com tudo que daí advém (visibilidade, status, reconhecimento), com frequência as coletâneas em formato de livros reúnem textos díspares, sem conexão entre si, sem uma problemática comum. Mais ainda em um momento que também está disseminado o autofinanciamento, que não raro significa um acordo tácito entre autores e editores, de que qualquer coisa pode ser publicada, desde que haja dinheiro para isso. Esse caso trata mais de um apelo mercadológico do que propriamente acadêmico, principalmente considerando que não é possível medir com facilidade o impacto dessas coletâneas e, menos ainda, dos seus capítulos individualmente. Mesmo assim, em muitos casos, elas fazem todo o sentido, quando se trata de disseminar o trabalho de alunos, por exemplo, uma vez que eles também estão premidos pela lógica do publica ou desapareça.

    Sobre as avaliações, o problema maior da tendência a diminuir o valor dos livros tem a ver com a negação de formas tradicionais de criação de conhecimento, ao menos no âmbito das humanidades, bem como com a dificuldade de acesso de um público mais amplo ao que é produzido na universidade. Claro está que as mutações das formas de comunicação, hoje, em tese, disponibilizam um acesso mais livre e direto ao conhecimento. Mas em vez de tratar a telemática como uma ampliação das oportunidades de acesso, isso tem sido usado como argumento para desestimular a produção de livros. Ainda se tem em conta que, afora um público muito especializado, portanto, restrito, pouca gente acessa as plataformas dos periódicos acadêmicos para acompanhar o desenvolvimento de um tema. Portanto, já se tornou uma ladainha a ideia de que o acesso virtual à leitura, ou ao conhecimento produzido, substituirá esse produto cultural chamado livro.

    Os livros em geral são um verdadeiro repositório da cultura. Seja pelo seu propósito, pelo seu formato e suporte ou pela possibilidade da sua preservação, as Humanidades sempre se valeram dos livros para disseminar o conhecimento, seja aquele filosófico, histórico, sociológico ou científico. Reside aí um sentido comum do livro como suporte. E, uma vez publicado, um livro pode estar depositado em uma biblioteca por séculos de existência. Logo, é um tipo de produto que se perpetua tanto pela sua materialidade, quanto por seu objetivo de atualizar a tradição. Como se pode esperar o mesmo das tais nuvens, ou de repositórios on-line? Fica a pergunta se nos valem mesmo as balizas de publicação de artigos em revistas em detrimento de publicação de livros. Uma revista pode não ter suporte em papel e ter o seu conteúdo guardado em algum lugar. Mas como disponibilizar o acesso no caso de tais nuvens serem apagadas e se tais aparelhos on-line desaparecerem? E mais: quem, efetivamente, tem acesso a endereços eletrônicos tão específicos que são acessados por códigos, senhas e, em muitos casos, mediante pagamento?

    Um exemplo dessa perspectiva pode ser oferecido pelos trabalhos de muitos livros ditos clássicos que circulam entre os acadêmicos. Obras de autores importantes do século XVIII, XIX e XX chegaram ao público brasileiro, não raro, na forma de compilação de textos publicados como folhetins, artigos em revistas, livros em outros países e línguas, etc. Não é demais lembrar que muitos textos importantes podem ser encontrados pelo leitor não especializado em gôndolas de supermercado no formato de livro, ainda que não se aprofunde a discussão sobre o alcan