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[I] «» INTRODUCCIÓN
[6] Torretti, Roberto; Manuel Kant, Editorial Charcas, Buenos Aires, Argentina, 1980,
p. 487.
[7] Kant, Immanuel; Crítica de la razón pura, ibid., p. 270 (B 307).
[8] Bonaccini, Juan Adolfo; Kant e o problema da coisa em si no Idealismo Alemao:
sua actualidade e relevância para a compreensao do problema da Filosofia, ibid.,
p.311.
[9] Allison, Henri E.; El idealismo trascendental de Kant-Una interpretación y defensa
(traducción al español de Dulce María Granja Castro), Editorial Anthropos, Barcelona,
España, 1992, p. 365.
criterios estéticos del clasicismo. Surge en Alemania, por obra de literatos que se reúnen
en «círculos». Se oponen a las ideas y criterios estéticos del clasicismo, el racionalismo
y la Ilustración y tienen conciencia de iniciar una nueva época. Su precedente inmediato
es el Sturm und Drang. Valoran menos la razón que el sentimiento. Ponen énfasis en lo
irracional, lo vital, lo particular e individual, por encima de lo abstracto y general, en el
arte, la literatura, la historia y la filosofía, y buscan sus modelos de vida y pensamiento
en la Edad Media y la cultura popular.
Del romanticismo surge una nueva concepción de la naturaleza, concebida como un
organismo en devenir, y un renovado interés por la religión y por formas de misticismo
naturalista, donde se mezclan Dios y naturaleza, muy en consonancia con una de las
características románticas más propias, el «anhelo» de lo indefinido, lo infinito, o lo
absoluto. Esto supone un acercamiento o vuelta hacia la religión en general. El
idealismo alemán es el término final a donde van a parar estas identidades y mezclas
entre naturaleza, divinidad y absoluto, y donde la naturaleza es creadora y el absoluto se
halla en devenir.
El interés por la historia, el valor de la tradición y la idea de conciencia colectiva, o
«espíritu del pueblo» (Volksgeist), una teoría romántica de la sociedad y del Estado,
son también rasgos de esta época y de los autores influidos por el romanticismo. (Cfr.
Cortés Morató, Jordi y Martínez Riu, Antoni; Diccionario de filosofía en CD-ROM,
ibid.)
[18] «Tempestad y empuje». Movimiento romántico alemán, que surge en la década de
los años ‘70 del siglo XVIII, considerado como uno de los antecedentes del
romanticismo alemán propiamente dicho. El nombre procede del título de una obra
escrita en 1776 por Friedrich Maximilian Klinger (1752-1831), que el romántico
August Wilhelm Schlegel (1767-1845), utilizó para dar nombre al movimiento. (Cfr.
Cortés Morató, Jordi y Martínez Riu, Antoni; Diccionario de filosofía en CD-ROM,
ibid.)
[19] La «Ilustración Alemana». Término que se aplica a un conjunto sistemático de
ideas filosóficas y políticas que se extendió por Inglaterra, Francia y Alemania desde
mediados del siglo XVII al XVIII, Se caracteriza por una confianza plena en la razón, la
ciencia y la educación, para mejorar la vida humana, y una visión optimista de la vida,
la naturaleza y la historia, contempladas dentro de una perspectiva de progreso de la
humanidad, junto con la difusión de posturas de tolerancia ética y religiosa y de defensa
de la libertad del hombre y de sus derechos como ciudadano. La importancia de la
razón crítica, que es pensar con libertad, y que ha de ser como la luz de la humanidad,
se deja ver en la misma raíz de las palabras con que, en los distintos idiomas, se
significa este período: «Siglo de las luces», o «siglo de la razón», «iluminismo» (en
Italia), «Enlightenment» (en Inglaterra), o «Aufklärung» (en Alemania). Todo cuanto se
oponga, como rincón oscuro y escondido, a la iluminación de la luz de la razón, es
rechazado como irracional e indigno del hombre ilustrado, como «oscurantismo». Kant,
con la frase «Sapere aude!» (¡atrévete a saber!), expresa acertadamente la labor que
cada ser humano ha de ser capaz de emprender y llevar a cabo por propia iniciativa, una
vez alcanzada ya, por historia y por cultura, la mayoría de edad del hombre. Las ideas
ilustradas constituyen el depósito conceptual sobre el que se funda la manera moderna
de pensar. (Cfr. Cortés Morató, Jordi y Martínez Riu, Antoni; Diccionario de
filosofía en CD-ROM, ibid.).
sino uno de sus libros constitutivos. La década del ’90 tiene a Reinhold
como uno de los grandes pensadores de la época. Sin Jacobi,
difícilmente Reinhold habría percibido la necesidad imperiosa de
conducir la Filosofía Crítica a una fundamentación última a partir de un
principio auto-evidente y universalmente válido, porque una de estas
dificultades estriba en la distinción entre fenómeno y cosa en sí, en la
tesis de la incognoscibilidad de las cosas en sí mismas criticada por
Jacobi en 1787. Reinhold piensa resolverla conduciendo el problema a
un único principio: el de la representación. La representación es la que
acompaña todos nuestros pensamientos, independiente mente de la
experiencia. Precisamente por eso el conocimiento la presupone: el
conocimiento es una especie particular del género universal que es la
representación. Reinhold piensa que las objeciones contra Kant parten
de diferentes concepciones acerca de la representación y pueden ser
respondidas si se aparta la ambigüedad y se reduce el concepto de
representación a su principio. Posteriormente, a partir de 1790,
Reinhold introducirá una modificación en su teoría: la representación
será reformulada a partir del principio de la conciencia. [33] La
conciencia ofrece inmediatamente un hecho. Reflexionando sobre él, se
percibe que sujeto, objeto y representación son un principio. La
conciencia, como conciencia de alguna cosa, ofrece, en ella su
intencionalidad, la representación como el principio de la conciencia.
Sin representación no se puede tener conciencia de nada, ni distinguir el
[33] Satz de Bewusstseins. El término «conciencia» tiene, por lo menos, dos sentidos.
En un sentido, en el que lo usamos para nuestro trabajo, significa percatación o
reconocimiento de algo, sea de algo exterior, como un objeto, una cualidad, una
situación, o de algo interior, como las modificaciones experimentadas por el propio yo.
En otro sentido significa conocimiento del bien y del mal. El segundo de los sentidos se
expresa más propiamente por medio de la expresión «conciencia mora». En el primero
de los sentidos, en algunos idiomas, se emplean términos distintos para los dos sentidos
mencionados, por ejemplo, respectivamente, Bewusstsein, Gewissen, en alemán,
consciousness, conscience en inglés. El vocablo «conciencia» se deriva del latín
«conscientia», cuyo sentido originario proviene de una traducción de los vocablos
griegos suneidhsij, suneidoj o snaisqhsij. El primero de dichos vocablos fue usado, al
parecer por primera vez, por Crisipo En este sentido puede desdoblarse en otros tres
sentidos: (a) el psicológico, donde la conciencia es la percepción del yo por sí mismo,
llamada también –a veces- apercepción. Aunque puede asimismo hablarse de
conciencia de un objeto o de una situación en general, éstas son concientes en tanto que
aparecen como modificaciones del yo psicológico. Se ha dicho por ello que toda
conciencia es en alguna medida autoconciencia y aun se han identificado ambas; (b) el
epistemológico o gnoseológico, donde la conciencia es primariamente el sujeto del
conocimiento, hablándose entonces de la relación conciencia-objeto conciente como si
fuese equivalente a la relación sujeto-objeto; y (c) el metafísico, donde la conciencia es
con frecuencia llamada el Yo. Se trata a veces de una realidad que se supone previa a
toda esfera psicológica o gnoseológica. En el curso de la historia de la filosofía no
solamente ha habido con frecuencia confusiones entre el primero y el segundo de los
sentidos, sino también entre los tres sentidos correspondientes al primero de los
sentidos. Lo único que parece común a estos tres sentidos es el carácter unificante de la
conciencia. (Cfr. Ferrater Mora, José; Diccionario de filosofía, Tomo I (A-D),
Editorial Ariel, S. A., Barcelona, España, 1994, p. 620 y ss.).
[61] a juzgar por eso, las sensaciones sólo pueden ser inmediatas. Lo
que Kant está queriendo decir es que recibimos la afección de los objetos
que provocan sensaciones en nosotros, «modificaciones» de los
sentidos, a través de la intuición: toda sensación ya ocurre (ocurriría) en
el «ámbito» de la intuición. Esto queda más claro cuando Kant ofrece
una división en el concepto de intuición, división que ahora define la
intuición en un sentido estricto: «la intuición que se refiere al objeto
por medio de sensación es calificada de empírica» [62] Aquella que no
se refiere al objeto a través de sensación, pero es suministrada
inmediatamente a priori por la sensibilidad, es por definición la
intuición pura. Pese a que «los objetos nos vienen dados [...] mediante
la sensibilidad y ella es la única que nos suministra intuiciones»
inmediatas, Kant todavía puede decir que la intuición empírica es
aquella «que se refiere al objeto por medio de una sensación» [63]
Después de la definición de intuición empírica, Kant define, por primera
vez, el concepto de fenómeno. En el Prólogo de la segunda edición de la
Crítica, Kant se limitará a mostrar cómo, considerando los objetos como
«fenómenos», no en sí mismos, sería posible resolver el conflicto de la
metafísica. Formulará la distinción entre fenómeno y cosa en sí como
dos modos de considerar el mismo objeto (objeto de conocimiento-
cosa), ora en cuanto depende en alguna medida de nuestra facultad
cognoscitiva (objeto de conocimiento), ora en cuanto abstraído de ese
nuestro «agregado» (cosa). Kant no presentará una definición positiva,
como ahora, en la Estética Trascendental, lo hace: fenómeno es «el
objeto indeterminado de una intuición empírica». «Indeterminado»
significa aquí, que cualquiera que sea el objeto, si fuera dado (o dable)
en una intuición empírica, es un fenómeno siempre. En cuanto tal –dice
Kant- presenta una materia y una forma. Lo que en él «corresponde a
sensación», es materia; «aquello que hace que lo diverso [lo múltiple]
del mismo pueda ser ordenado [será intuido como ordenado] en
ciertas relaciones», [64] es su forma. La materia del fenómeno es la
sensación provocada por el objeto dado en el psiquismo del sujeto. La
forma es el elemento ordenador de la materia, encargado de la
articulación coherente de los fenómenos. La cuestión es saber si ella, la
forma, proviene de la materia, si es provista por la propia naturaleza del
objeto o no. Si la forma viniese de la materia no tendría sentido
diferenciar entre materia y forma. Por eso: «dado que aquello
son (a) reales desde el punto de vista empírico; y (b) ideales desde el
punto de vista trascendental. En cuanto intuiciones puras que
constituyen a priori la forma de la sensibilidad, espacio y tiempo son
condiciones reales de la existencia de los objetos de la experiencia como
fenómenos. Por ser formas de nuestro modo de percibir objetos es que
son ideales, pero por ser las condiciones bajo las cuales únicamente los
objetos pueden ser percibidos como fenómenos de la experiencia son
empíricamente reales. Son subjetivos si pensados en oposición a las
cosas en sí, porque se apoyan en el sujeto racional finito. Pero son
objetivos en cuanto se refieren al único modo por el cual algo puede ser
intuido por nuestra sensibilidad como objeto fenoménico. Entrar en esa
discusión no tendría mucho sentido para Kant, si no fuesemos capaces
de explicar aquello que los contendientes, en la visión de Kant, no
podían explicar satisfactoriamente, a saber, la relación entre el estatuto
de ciencia a priori de la matemática y su aplicación eficaz sucedida en el
conocimiento de la naturaleza física de los objetos de la experiencia. De
ahí la importancia que tiene para Kant la teis de la Idealidad
Trascendental del espacio y del tiempo. Ciertamente que ella nos veda el
acceso a la realidad íntima de las cosas, pero nos garantiza certeza y
objetividad en su dimensión fenoménica. Eso basta para garantizar una
explicación coherente de la validez universal de las ciencias, del
conocimiento sintético a priori, y para posibilitar la reformulación de la
metafísica. También, tal vez, cabría inquirir: ¿y si los argumentos a
favor de la idealidad del espacio y del tiempo no fuesen tan evidentes?
¿y si ellos fuesen falsos o improcedentes? No cabe la menor duda:
arruinaría la distinción entre fenómeno y cosa en sí. Daría por tierra
con el concepto de cosa en sí, y con él con todo el emprendimiento
crítico, pues podríamos admitir perfectamente que conocemos las cosas
en sí. En este sentido el primer orden de cuestiones que prefiguran el
problema de la cosa en sí tiene que ver con el argumento que garantiza
que espacio y tiempo son representaciones intuitivas a priori y
constituyen las formas, las condiciones, de la sensibilidad. Una de las
cuestiones que de inmmediato llama la atención, consiste en saber si
cada una de las exposiciones (metafísica y trascendental), tanto del
espacio como del tiempo, está constituida por un argumento, por dos
argumentos o por varios. Ya hemos considerado que Kant presenta, para
cada uno de ellos, un argumento en varios pasos. La conexión entre
ellos, a veces parece dejar pairar dudas. Otras veces, el propio paso es
problemático. El primer paso (1) del argumento del espacio niega que el
espacio pueda ser un concepto empírico abstraído de experiencias
porque la propia experiencia lo presupone. Esto, como argumento, no
puede valer por sí solo, pues la razón que presenta es lo que debía ser
224.
rosa que desde el punto de vista empírico considero como una cosa en
sí, innegablemente existente, desde el punto de vista trascendental es un
fenómeno objetivo sometido a las condiciones subjetivas de nuestro
modo de conocer, a saber, las intuiciones puras de la sensibilidad y las
categorías del entendimiento. Varios autores contemporáneos han
retomado esta línea de argumentación, que quedó conocida en los
últimos años como la «teoría de los dos modos de consideración del
objeto» o «teoría de los dos aspectos». Nos vamos a detener en los
principales, a fin de ver si su alternativa es capaz de ayudarnos a
neutralizar las dificultades evidenciadas por el Idealismo Alemán, o si
en alguna medida nos abren el camino de la investigaciónen dirección a
otros aspectos relevantes y también oscuros.
que haría creer que Kant se refiere sustantivamente a las cosas en sí. En
verdad -dice Prauss- tanto la expresión «cosas en sí» como la expresión
«cosas en sí mismas» son abreviaturas de la expresión adverbial «cosas,
consideradas en sí mismas». La expresión «en sí» no se refiere a las
cosas mismas, sino como vimos, almodo de considerarlas. En este caso,
el modo de considerarlas a las cosas es considerándolas fuera delas
condiciones de la sensibilidad y del entendimiento. De lo dicho se sigue
que la primacía dada por la literatura de la época a la expresión
abreviada «cosa en sí» sería la responsable por haber fomentado la
confusión.
En segundo lugar, el propio Kant habría cometido errores.
Prauss da un ejemplo que -según él- facilita la interpretación errónea
del pensamiento de Kant e induce la hipóstasis de un mundo inteligible
de cosas en sí afirmadas sustantivamente: «si la crítica no se ha
equivocado al enseñarnos a tomar el objeto en dos sentidos, a saber,
como fenómeno y como cosa en sí; si la deducción de sus conceptos del
entendimiento es correcta y, por consiguiente, el principio de
causalidad se aplica únicamente a las cosas en el primer sentido, es
decir, en cuanto objetos de la experiencia, sin que le estén sometidas, en
cambio, esas mismas cosas en el segundo sentido; si eso es así,
entonces se considera la voluntad en su fenómeno (en las acciones
visibles) como necesariamente conforme a las leyes naturales y, en tal
sentido, cono no libre, pero, por otra parte, esa misma voluntad es
considerada como algo perteneciente a una cosa en sí misma y no
sometida a dichas leyes, es decir, como libre, sin que se dé por ello
contradicción alguna« [87] Según Prauss, «esta formulación no refleja
con precisión el pensamiento de Kant porque la conjunción ‘en cuanto’
se aplica para caracterizar ‘algo en cuanto tal’ [esto es, ‘en cuanto
objetos de la experiencia»] y por eso no se puede aplicar dos veces en la
misma frase: es imposible considerar las mismas cosas de un lado en
cuanto fenómenos y de otro en cuanto cosas en sí» [88] Toda vez que
se aplica el «en cuanto» con el significado de «en cuanto fenómenos»,
está vedado aplicarlo nuevamente al mismo sujeto, so pena de caer en
una contradicción, pues ello equivaldría a considerar al mismo objeto, o
a la misma clase de objetos, en cuanto fenómeno y en cuanto cosa en sí,
lo que es absurdo. Equivaldría a decir que el mismo objeto es
considerado como fenómeno y como no-fenómeno.
[89] Parte de la oración que modifica la significación del verbo, del adjetivo, o de otro
adverbio.
[90] Bonaccini, Juan Adolfo; Kant e o problema da coisa em si no Idealismo Alemao:
sua actualidade e relevância para a compreensao do problema da Filosofia, ibid., p.
229.
[91] Bonaccini, Juan Adolfo; Kant e o problema da coisa em si no Idealismo Alemao:
sua actualidade e relevância para a compreensao do problema da Filosofia, ibid., p.
229.
[92] Bonaccini, Juan Adolfo; Kant e o problema da coisa em si no Idealismo Alemao:
sua actualidade e relevância para a compreensao do problema da Filosofia, ibid., p.
227.
primer orden con expresiones de sgundo orden, que sólo tienen sentido
en el nivel de la reflexión trascendental; desconociendo que en su
carácter trascendental la reflexión filosófica no se ocupa del origen de la
experiencia, sino de sus elementos, principalmente en la medida en que
estos perfazem el conjunto de las condiciones que deben ser
necesariamente cumplidas para que la experiencia se dé como un juicio
verdadero o falso. Como efecto de la afección no tenemos meras
sensaciones, sino en virtud de la autoproducción del sujeto no-empírico
(tornándose empírico en ocasión de ellas), tenemos el experimentar y lo
experimentado que constituyen la experiencia.
La objeción jacobiana confundiría (tanto desde el punto de
vista subjetivo como desde el punto de vista objetivo) los límites entre
empiria y filosofía. Responderla significaría, para Prauss, darle razón al
empirismo metafísico, «hipostasiar el propio ámbito filosófico-
trascendental del sujeto no-empírico en un ámbito cuasi-empírico y
por eso metafísico-trascendente (...) como un resultado ulterior de la
confusión del plano del conocimiento empírico con el plano de la
reflexión filosófico-trascendental» [95]
Si bien Prauss niega que la afección empírica sea un problema
«empírico», presenta otro problema; un «problema no-empírico, a
saber, con qué coincide [...] realmente este sujeto no-empírico en el
objeto empírico respectivo, y cómo es posible conciliar [...] un sujeto
no-empírico con este otro [objeto], que tampoco puede ser empírico.
Por más que esto sea difícil de ser respondido en base al texto kantiano,
[...] no se deja pensar simplemente en cuanto mera diferencia en el
seno de la identidad, como es sabido los idealistas alemanes
intentaran» [96]
Ahora bien, si Prauss es el más acurado y sofisticado
representante de la «teoría de los dos aspectos», también es bastante
menos claro que otros como Allison, Frangiotti y Meerbote. La primera
dificultad que presenta la interpretación del problema es la ambigüedad
que se oculta detrás de la aparente claridad de su formulación. La fuerza
del argumento de Prauss reside en la caracterización de la diferencia
existente entre el sentido empírico y el sentido trascendental de las
expresiones «fenómeno» y «cosa en sí». Prauss, empero, desvía la
atención y parece oscilar en su argumento. En vez de decir directamente
de las cosas en sí mismas (es Kant quien declara que sólo conocemos
«relaciones», solamente las relaciones extrínsecas de los objetos y
nosotros mismos a través de representaciones, «no lo interno, lo que
pertenece al objeto en sí mismo» [99]
Otro punto es que en cuanto Prauss niega la
afeccióntrascendental de cosas en sí, interpreta el problema de la
afección empírica de modo dudoso. Cuando habla del «lado subjetivo»
del problema de la afección «empírica», curiosamente se refiere a uno
de los aspectos de la alternativa de la doble afección. Cita un texto de
Vaihinger que no parece abonar su argumentación, y reproduce
parcialmente la tercera alternativa (3) del trilema acerca de la doble
afección: ¿cómo conciliar una afección empírica con un sujeto
trascendental sin mencionar ahora el otro lado implicado de la
incompatibilidad ente una afección trascendental y un sujeto empírico.
Pero eso es justamente lo que la alegaciónde la tesis de la doble afección
pretende explicar. El problema de la afección empírica es que ella, por sí
sola, no permite explicar la causa de la representación que presupone,
sin incurrir en circularidad, puesto que los fenómenos son meras
representaciones.
Prauss desconoce la afección trascendental, pero interpreta la
afección empírica como afección de objetos empíricos sobre un sujeto
no-empírico: cabría preguntar si ¿es posible hablar de una relación
entre un objeto empírico y un sujeto trascendental sin la mediación de
intuición empírica sobre el sujeto empírico, y si eso no presupone la
afección trascendental, o no nos condena a la prisión de las
representaciones? Prauss considera que el sujeto no empírico es
postulado en base a la necesidad de explicar cómo la experiencia puede
ser verdadera o falsa. Eso porque la empiria mostraría casos donde se
verificarían juicios falsos o juicios verdaderos, pero no sería capaz de
mostrar cómo ello es posible. En verdad, esto parece equivaler a la tesis
kantiana por medio de la que se pronuncia que la experiencia no provee
necesidad ni universalidad a los juicios, sino probabilidad y generalidad
inductivas, y que sólo se podría comprender la necesidad y la
universalidad de ciertos juicios científicos si ciertos conceptos y
principios subjetivos operasen a priori, como condiciones de la
experiencia objetiva. Conceptos y principios que ofrecerían el camino
para el establecimiento de criterios de verdad y falsedad para los juicios.
El sentido no empírico que se puede atribuir a esos conceptos y
principios, básicamente las intuiciones puras y las categorías, es
[99] Kant, Immanuel; Crítica de la razón pura, ibid., pp. 87, 279 y 288 (B66, B321, y
B336).
BUCHDAHL
Gerd Buchdahl sostiene la tesis de que Kant jamás habría
dicho que las cosas en sí nos afectan, sino las representaciones. En
consecuencia piensa que eso no lo conduce a una circularidad, ni al
solipsismo. Rejeita la posibilidad de una causalidad de la cosa en sí (Ts),
del fenómeno tomado en el sentido de objeto empírico (Ta) o del objeto
trascendental (To), bien como una «doble afección». Llamando la
atención sobre el hecho de que en A372 Kant se pronuncia con mucha
claridad contra cualquier posición etiológica, es decir causal, en este
sentido, toda vez que la tesis de la incognoscibilidad de las cosas en sí
veta cualquier tentame de dar cuenta de su posibilidad real, Buchdahl
apela a la distinción entre lo empírico y lo trascendental. Según
Buchdahl, el pronunciamiento de Kant hace pensar que esa posición
etiológica se funda en una falsa imagen de su emprendimiento, en una
imagen de una pluralidad de objetos operando sobre otra pluralidad de
sujetos, la cual es sugerida por el «modelo del mundo empírico» y no da
cuenta apropiadamente de sus consideraciones trascendentales.
Buchdahl aboga por una versión fenomenológica, la de Husserl, basada
en una interpretación sui generis del texto kantiano. En base al pasaje
citado, el del cuarto paralogismo de la primera edición, el mismo que
Jacobi usara para atacar a Kant, y en algunos pocos pasajes que parecen
afirmar que somos afectados por representaciones, Buchdahl intenta
anular el problema de la afección. Lamentablemente los pasajes son
pocos y la interpretación discutible.
«Buchdahl sustituye la idea de una multiplicidad de cosas en
sí afectando sujetos por la idea de un ‘objeto considerado subsistiendo
enteramente ‘por sí solo’ [...] pero no como un objeto externo. Tenemos
un ‘objeto en general’ que debe ser ‘considerado atravesando un
número de ‘estagios ontológicos’ diferentes [en verdad metodológicos o
epistemógicos], en el cual ciertos ‘elementos’ en un estagio se muestran
‘correspondientes’ respectivamente a elementos respectivos en otro
estagio [...]» [103] Se trata, en estos estagios, del nivel empírico y del
nivel trascendental. En el nivel trascendental, Buchdahl, siguiendo a
Husserl, supone que el objeto no posee todavía ningún estatus
ontológico. Consecuentemente, no se puede dar cuenta de su posibilidad
real como fenómeno o como cosa en sí, toda vez que son abstraídos del
objeto los elementos del conjunto que posibilitan experimentarlo. En
ALLISON
En principio, Allison hace uso de la misma estrategia que
Prauss y que Buchdahl. Sin embargo, la fórmula que emplea es más
clara, más concisa y más convincente. Si Prauss es el más sofisticado de
los intérpretes, y Buchdahl suficientemente ingenioso para negar lo
obvio, el carácter etiológico de la afección; Allison es –tal vez- no
solamente convincente, claro y preciso, sino también sorprendente.
Dentro de la teoría de los dos aspectos, casi todos niegan que Kant
pueda haber admitido una afección trascendental sea afirmando en
última instancia la afección empírica, como Prauss, sea ofreciendo algún
tipo de interpretación inmanente, como Buchdahl. Pero Allison admite
la afección trascendental de buen grado, pretendiendo mostrar que las
cosas consideradas en sí mismas nos afectan, en alguna medida, sin
violar la tesis de la incognoscibilidad ni aplicar indebidamente las
categorías allende su uso empírico, allende la experiencia posible. Eso,
para Allison, equivale a mostrar que el concepto de cosa en sí es pasible
de un «uso no polémico», de un uso diferente de aquel hecho por Kant
cuando la crítica del realismo trascendental.
En rigor, parece que podríamos dejar de lado su
interpretación, visto que Allison sigue la tesis de Prauss, a quien cita
explícitamente: si –como antes mostramos- la tesis de Prauss es
insustentable, se sigue, aparentemente, que la tesis de Allison, está
condenada al fracaso. Sin embargo, Prauss podría haber fracasado en la
fundamentación de la teoría de los dos aspectos sin eliminar la
posibilidad de que ella fuese verdadera. Allison halla, como Prauss,
pueden ser al mismo tiempo verdaderas y falsas. Sólo una debe ser
verdadera, en tanto se afirma que ambas lo son. En caso contrario,
ambas atribuciones no podrían referirse a la misma entidad.
La dificultad que Kant enfrenta con la tesis de la
incognoscibilidad concierne, así, a un problema del cual brotan dos
problemas más. Primero, (a), precisamente la dificultad que la
distinción entre fenómeno y cosa en sí ofrece para distinguir
representaciones subjetivas e ilusiones de representaciones
objetivamente reales, aparece ya en la Estética, pero se torna patente
con vigor en la Refutación del idealismo, precisamente cuando Kant
pretende responder al escéptico apelando al estatus de un
«permanente», acerca de lo cual no se sabe si es un fenómeno, un
objeto trascendental o una cosa en sí.
La segunda dificultad, (b), se relaciona con el compromiso –
ontológico- con entidades que no son representaciones ni dependen de
las condiciones en que las representamos. Ella recae sobre la propia
distinción fenómeno/cosa en sí con relación a los resultados de la
Analítica: si las cosas en sí son incognoscibles y al mismo tiempo es
preciso admitir la existencia de objetos independientemente de las
condiciones bajo las cuales los representamos, y si eso supone la
aplicación eficaz de las categorías, que sólo se aplican a los objetos de la
experiencia en cuanto fenómenos, entonces se pregunta: ¿la necesidad
de la afección no implica una aplicación de las categorías de unidad,
substancia, realidad, existencia, causalidad y/o comunidad fuera de su
ámbito? Si la distinción de niveles propuesta por Prauss y por Allison no
estuviese tan comprometida con los problemas que mencionamos, la
respuesta debería ser necesariamente negativa. Pero como hay varias
dificultades envueltas, el problema persiste. El propio Kant va a intentar
resolverlo (en base a la distinción entre conocer y pensar [136] en el
capítulo titulado Del fundamento de la distinción de todos los objetos en
general en phenomena y noumena (nota 346).
Hasta aquí, sólo podemos decir que si fuera verdad que la
teoría de los dos aspectos consiste en una interpretación bastante más
fiel a las intenciones de Kant que el llamado «standard picture»,
también será verdad que eso no basta para resolver el problema
presentado por las objeciones que desde el Idealismo Alemán hasta
nuestros días fueran levantadas contra el concepto de cosa en sí, pues la
teoría «kantiana» de los dos modos de consideración del mismo objeto
acaba comprometiendo con implicaciones que conducen al «standard
[136] Kant, Immanuel; Crítica de la razón pura, Ediciones Alfaguara S.A., Barcelona,
España, 1995, p. (B XIX y BXXVI n.)
indicar que Jacobi no entendió a Kant, que Kant no dijo lo que entendió
Jacobi, sino, tal vez, todo lo contrario. Lo que Jacobi sugiere es que una
vez admitido el fenomenalismo extremo, tal como lo hizo Kant, no es
posible querer decir otra cosa. Si solamente tenemos acceso a
representaciones; si la materia, los objetos en el espacio, y todo lo que
forma parte de la experiencia interna y externa son sólo fenómenos, es
porque slamente nos movemos en el ámbito de la conciencia de nuestras
representaciones y no podemos ni abstraerlas (separarlas) ni salir de
ellas. Las cosas, independientemente de nuestras representaciones, nos
son absolutamente inaccesibles. En rigor, ni siquiera podemos hablar
del fundamento para nosotros desconocido de los fenómenos, pues no
podemos decir que el fundamento difiere de lo que es su representación:
¿que implicaría una representación fundada en otra representación,
sino una circularidad flagrante? Pero ocurre que la percepción se refiere
a la intuición de objetos que son fenómenos en el espacio y en el tiempo,
ocurre que se refiere a representaciones. En este sentido, idealismo es
solipsismo en el sentido estricto: si sólo podemos explicar las
representaciones por otras representaciones no podemos garantizar que
nosotros no estemos a solas con nosotros mismos, nosotros con
nuestras representaciones. Nunca podríamos exonerarnos de ser
tenidos por solipsistas sino incurriendo en circularidad. Siempre
estaríamos acuciados por la creencia de que lo que nos parece real es
ilusorio.
Pero, ni Kant, ni los kantianos, son, ni pretendieron ser
idealistas en el sentido indicado. Kant pretendió sustentar una teoría
diferente a la de Berkeley y Descartes, a quienes atribuyó otro idealismo,
distinto del suyo. He aquí la razón de la indignación de Kant en el
momento de leer la rescensión de Garve y Feder: él entendía las cosas de
otro modo. Pero entre lo que Kant dice y lo que él mismo puede decir,
hay diferencias. Tal es la objeción de Jacobi. Por temor a ser
considerado como un idealista, es decir como un solipsista, él, Kant, dice
más de lo que puede decir: tenemos que admitir la existencia exterior de
algo que nos es dado. Empero, ese algo puede ser representación, y
como tal, ella no puede ser remitida a causa exterior alguna, porque no
podemos inferir, con certeza, a partir del efecto, de la representación, si
la causa está en nosotros o está fuera de nosotros. Con reconocer que
existen cosas fuera de nosotros, porque se refieren al espacio, no alcanza
como para resolver el problema, porque todo en el espacio carece de
representaciones, y hasta el propio espacio es una condición subjetiva de
[137] Cfr. Kant, Immanuel; Crítica de la razón pura, ibíd., A 370, A 372, A 373, A
374, A 375, A 378, A 379, A 380, A 36, A 37, A 37 nota, A 491, A 191, A 125, A 126
y A 127.
una idea, y del grado de la misma. «El concepto de una cosa puede ser
distinguido de la propia cosa apenas en vista de su completud,
material o formal». [184]
tiene que ser considerado como una cosa en sí distinta del ánimo [...]
(...)». [199]
En una palabra, lo que Schulze sugiere es algo que Jacobi ya
había dicho. Jacobi exigía del Idealismo Trascendental para ser
consecuente, que abrisse mano de la tesis de la afección, aún cuando eso
lo llevase a un idealismo radical jamás defendido y significase la
aceptación del solipsismo. Schulze parece retomar esa censura, la
primera objeción: ¿por qué desconocer el hecho de que la experiencia es
nuestra experiencia y de que las representaciones, siendo mis
representaciones, podrían muy bien tener su origen en mí espíritu, en
mí mismo, dispensando la idea de una procedencia extraña a mi
conciencia? Podría tratarse de una inclinación totalmente subjetiva,
cuando me veo en la necesidad de admitir causas externas de mis
representaciones. ¿Por qué no podría ser yo mismo la fuente de todas
ellas? «Ahora, el ánimo también puede ser pensado como el único
fundamento de todo nuestro conocimiento [...]». [200] Y si el ánimo
también puede ser pensado así, entonces la prensión de una única
posibilidad para el origen de nuestras representaciones y de nuestro
conocimiento se ve debilitada y relativizada. El escepticismo opuso una
tesis contraria que es tan plausible como la primera –si ella resuelve el
impasse o lleva al solipsismo, no está en cuestión. En cuanto esta
posibilidad de que nuestro espíritu sea la causa del conocimiento y de
nuestras representaciones fuera plausible, Kant no sólo se contradice,
sino también fracasó en su tentativa de refutación. Kant «debería por
tanto haber evidenciado [...] qué y por qué razón el espíritu no puede
ser considerado como la fuente de todos los elementos [...] de nuestro
conocimiento». [201] Demás está decir que para Kant essa opción está
fuera de juego por conducir al solipsismo. Y que con relación a las cosas
en sí, Kant se manifiesta de manera negativa (lógica). Pero para Schulze
eso continua siendo un problema, pues la afirmación de su existencia
supone un compromiso imposible de ser honrado. «Pues, de aquello que
como quieren los dogmáticos: en esa afirmación hay sólo una mera
negación del yo, la cual carece de realidad. Atribuirle realidad
significaría, además de eso, caer en el reino del empírico y anular la
posibilidad de algo en sí mismo: «Si entonces se denomina cosa en sí al
no-yo originaria y simplemente contrapuesto al yo, eso sólo es
conveniente si se entiende por cosa en sí la negación absoluta de toda y
cualquier [...] realidad [...]; si empero se le atribuye realidad en cuanto
no-yo simplemente contrapuesto, esto sólo es posible mediante una
ilusión de la imaginación empírica, que le presta aquella realidad que
solamente le conviene al no-yo en la cualidad de su posición [...] en el
yo»
«Pero dado que al no-yo originariamente contrapuesto no le
conviene simplemente realidad alguna, sino mera negación, ni el ser
puro ni el empírico, pero ningún ser (no-ser absoluto) [le conviene]; de
modo que se debe recibir realidad, no ser simplemente opuesto al yo,
pero debe ser puesto en él mismo» [243]
El pasaje es evidentemente fichteano. El yo se pone
necesariamente a sí mismo, y este ponerse a sí mismo pone originaria y
concomitantemente un no-yo. Esta negación –esta limitación o
autolimitación- ocurre de tal modo que yo niego y produzco en la forma
de la negación lo otro de mí, pero nada me autoriza a inferir de eso la
subsistencia real de este no-yo. Se trata de una mera decorrencia de la
auto-posición del yo en su libertad. El contexto justifica semejante
formulación, en cuanto Schelling quiere mostrar que el yo absoluto no
puede ser un yo fenomenal, empírico, ni un en sí subyacente al yo
empírico. Otro pasaje de la misma obra, empero, parece contundente:
«(...) yo creo que aquello que Kant dice de las cosas en sí no se puede
simplemente explicar de otro modo sino a partir de su sistema de
acomodación completamente seguido á risca [...] Pues la idea de una
cosa en sí, de acuerdo con las deducciones del propio Kant, debe ser
una idea contradictoria. Pues la cosa en sí no significa nada más ni
nada menos que una cosa que no es cosa alguna [...]. (...) donde hay
objeto debe haber también intuición sensible (la cosa en sí) se
autoeliminaría, o sea, [donde hay objeto no hay] ninguna cosa en sí,
mero no-yo, por tanto [la cosa en sí] es simplemente nada» [244]
[G.] «» HEGEL
de una ilusión o de un sueño) está dada por las cosas en sí. Pero, por
otro lado, esta determinación de la conciencia empírica, este hecho de
que existen cosas que en sí mismas provocan mis sensaciones es al
mismo tiempo inconcebible porque no podemos conocer objetivamente
estas cosas. En la imposibilidad de concebir cómo lo que no puedo
conocer provoca sensaciones en mí –parece decir Hegel- visto que no se
somete por definición a las formas de la sensibilidad, ni a las del
entendimiento, y por tanto no es, ni puede ser, un fenómeno, lo único
que puedo hacer es apelar a la subjetividad de mi sensación: la
conciencia empírica no me permite negar estas cosas sui generis que me
afectan. Si no entiendo cómo ocurre esto, debo por lo menos «creer»
que mis sensaciones tienen su fundamento en esas cosas. Pero esto es
absolutamente subjetivo, contingente. Para que fuesen objetivas debería
pensarlas como unidades. Pero si hiciese esto las reuniría en la
conciencia de una experiencia, y esta unidad que les daría sería también
subjetiva, sería la unidad del entendimiento finito. Haría de la sensación
una intuición de objetos pensados bajo la unidad categorial: fenómenos
cognoscibles desde el punto de vista subjetivo de mi entendimiento
finito. Haría una ciencia de la experiencia de la conciencia, comenzando
por la certeza sensible, y culminando por la conciencia desventurada.
Sólo que, en ese periplo, ya estaría trabajando con representaciones y no
con cosas en sí: las cosas en sí que deben estar en la base de mis
sensaciones son tan subjetivas como estas. No obstante, son colocadas
como aquello capaz de dar contenido a las representaciones y substancia
a la realidad de la experiencia: son levantadas como el bastión de la
objetividad material de lo empírico. En última instancia, sólo me resta la
«fe práctica».
«La identidad absoluta del sujeto y del objeto pasó a ser [...]
una identidad formal, de tal modo que el idealismo trascendental pasó
a ser idealismo formal, o mejor, este idealismo realmente psicológico»
[270] Ese formalismo impide a Kant comprender que «uno y el mismo
es considerado una vez como representación y otra como cosa
existente: el árbol es puesto como mi representación y como una cosa
[...] De la misma manera, Kant parece no ver que también la categoría
es puesta una vez como relación [...] de mi pensamiento y otra como
relación de las cosas. Ahora, dado que tal diversidad, como ella es aquí
representada, constituye sólo los diversos lados de mi consideración
subjetiva, y que estos mismos lados no son puestos de nuevo
objetivamente en contraposición en cuanto conocimiento del fenómeno
[VI] - CONCLUSIONES
una esfera de autonomía para el no-yo, aunque por vía de la tesis de una
subjetividad inmanente a la naturaleza coronada en la autoconciencia
humana, apartándose paulatinamente de Fichte. Esa circunstancia
podrá crearle problemas, pues no le será fácil unir la tesis inmanentista
de la génesis del no-yo en el yo con la necesidad de una subsistencia
natural. Pero antes de que eso acontezca encontramos otra posición
todavía más próxima de Fichte en los Tratados para la elucidación del
idealismo de la doctrina de la ciencia.
Hegel también se ocupó del problema de la cosa en sí, desde
la época de su maestría en Tübingen. Sin embargo, parece que Hegel
comienza a pensarla en Jena, en los dos primeros de sus trabajos: en (a)
Diferencia entre el sistema de Fichte y el de Schelling, de 1801; y en (b)
Fe y saber, de 1802. Las primeras alusiones de Hegel aparecen en dos o
tres pasajes del texto sobre la Diferencia entre el sistema de Fichte y el
de Schelling. El primero y más importante de los pasajes aparece en el
inicio del escrito, en la recomendación inicial que Hegel antepone a
modo de introducción para caracterizar el punto de partida del
problema. Siguiendo una línea de interpretación fichteana, Hegel
censura la letra de la filosofía kantiana, pero reconoce que su espíritu
expresa el más genuino idealismo. Dirigiéndose tácitamente a Reinhold,
Hegel cuestiona que «las cosas en sí [...] hayan sido hipostasiadas
nuevamente y puestas como objetividad absoluta, como las cosas del
dogmatismo» [293] y que las categorías hayan sido reducidas a
compartimientos del entendimiento y a principios subjetivos incapaces
de expresar lo absoluto, aunque valgan como principios de la
objetividad; todo eso concierne sólo a la «forma de la deducción
kantiana» [294] El problema se encuentra ya en la propia exposición
de Kant, que contraría el principio de la deducción de las categorías al
oponer entendimiento y razón. Para Hegel, como para Fichte, el
principio de la deducción de las categorías es el espíritu de la filosofía de
Kant: la identidad originaria de sujeto y objeto. Kant «vislumbra» lo
esencial, pero lo ignora en la exposición porque la identidad de la razón
es reducida a la identidad formal del entendimiento lógico-subjetivo,
considerado como opuesto y exterior «a un enorme reino empírico de
sensibilidad y percepción, a una posterioridad absoluta [...] La no-
[VII] - BIBLIOGRAFÍA
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