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TERCERA POSICIÓ
TERCERA POSICIÓN
“A sotavento de Montjuic”
Madrid
proa. Tras de sí, la superficie se rasga dejando una estela tenue que desaparece
en la lejanía. En el horizonte, los primeros rayos de sol se abren paso entre los
—No te preocupes hijo, todo irá bien. Ve a buscar al abuelo, quizás a ti te haga
caso.
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PRIMER PREMI “OVELLES ELÈCTRIQUES” DE RELATS DE CIÈNCIA-FICCIÓ, FANTASIA I TERROR
—No, no puedo irme. Soy demasiado viejo. Si me voy, perdería lo único que me
queda.
mejilla y le dijo:
abuelo no quería venir. Miró a su madre buscando consuelo, pero solo encontró un rostro
lleno de lágrimas.
terciadas indican que la tramontana sopla con fuerza mar adentro. Parecen
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arremolinaban en la cara este del valle bajo los últimos rayos de sol. Su nieto se acurrucaba
sugirió el muchacho.
El anciano apenas reaccionó. Su mente se hallaba muy lejos de allí, en otro lugar y
en otro tiempo.
Estaba a gusto allí, en la montaña, con sus recuerdos, no quería marcharse... y entonces se
—Pero, Barcelona está muy lejos, el viaje es demasiado largo y peligroso. Tardarás
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—¿Para que quieres ir? Allí no queda nada —protestó el muchacho, impotente
—Debo ir.
colocó las alforjas sobre su lomo. No rebuznó. Con un suave tirón de riendas inició el largo
Descendió de las montañas hasta alcanzar el cauce del río. Lo siguió durante varios
días y luego se adentró hacia las zonas más pobladas evitando los cerros donde abundaban
los bandidos. Recorrió varias aldeas, en algunas encontró lecho y almuerzo caliente, en otras
tan sólo un pajar en el que dejar reposar su maltrechos huesos. Los tiempos habían
cambiado, ya no había ese resentimiento hacia los extraños, los lugareños volvían a ser
cordiales y hospitalarios. Se sentía viejo y enfermo, el viaje era muy largo, al menos en estos
tiempos, pero tenía que volver. Allí había nacido, allí estaban los recuerdos de su infancia.
El sol arrecia con fuerza, hace calor. Se seca con una mano el sudor de
la frente y mira el equipo. A pesar del óxido, aún se puede distinguir el color
amarillo original de las botellas de oxígeno, deben tener al menos setenta años.
Los tubos de aire están remendados y los aparejos de nailon han sido
funciona y es seguro.
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El viejo y su burra entraron por la Diagonal. Era un día mucha actividad, pues
tocaba mercado. Cientos de puestos vendían todo tipo de utensilios y alimentos. En una de
bailaban mientras los más jóvenes correteaban cogidos de la mano. Pero él llevaba demasiado
tiempo aislado en las montañas, le inquietaba tanto griterío. Se escabulló por un lateral
raza de algunos caballos. Sin duda, los rumores de prosperidad eran ciertos. La capital
recobraba la vida.
abandonados, con las paredes ennegrecidas, sin puertas ni cristales en las ventanas, incluso
algunas paredes y tejados se habían desplomado. Más adelante, manzanas enteras estaban
en ruinas. Las imágenes de las calles abandonadas se solapan con lejanos recuerdos. Cuando
eran calles llenas de vida, cuando cientos de vehículos circulaban a toda velocidad y las
personas caminaban por sus aceras contemplando los escaparates de los comercios. Se vio a si
mismo paseando de la mano de su abuelo, esperando a que el semáforo se pusiera verde para
Anduvo un poco más, atravesó la plaza de Francesc Macià y llegó hasta la costa,
donde la Diagonal se hundía bajo las aguas. A lo lejos, las olas rompían contra las torres
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de la Sagrada Familia que emergían sobre la superficie como farallones envueltos en un mar
embravecido. Volvieron los recuerdos. Era un niño y contemplaba admirado los fuegos
artificiales con los que celebraban la finalización de la gran obra. Después de casi doscientos
años… justo cuando llegaban las primeras olas. Qué extraña muestra de arrogancia y
anciano.
—¡Ja, ja! —se rió con descaro el hombre—. Allá abajo ya no queda nada.
Cuando yo era niño había muchos buceadores y a veces encontraban algo. Pero hace muchos
años que ya nadie baja. Además no creo que a su edad sea lo más recomendable.
por Comte d’Urgell, remando calle abajo, entre los edificios que se hundían en el horizonte
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Vilamarí, como solía hacer. Intenta entrar por la puerta, pero la presión es
pecho...
no pesan —dijo.
—Eso es. Cuando ya no te queda nada por vivir, lo único que tiene
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anciano. Pero nadie le conocía, jamás se supo de él... pero cuentan de un niño
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