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JESÚS DE NAZARETH

By
Prudencio García Pérez
JESÚS DE NAZARET
“LA BUENA NOTICIA DEL REINO DE DIOS”

- INTRODUCCIÓN: ¿Quién dice la gente que soy yo?

Nos cuenta Marcos, en su evangelio, que un día Jesús preguntó a


sus discípulos: ¿Quién dice la gente que soy yo? (Mc 8,27). Ellos le
fueron diciendo las opiniones del pueblo: “unos dicen que eres Juan
Bautista, otros que eres Elías o uno de los profetas”. Más tarde,
preguntó a sus discípulos: ¿Y vosotros quién decís que soy yo? Pedro
respondió sin dudar: “Tú eres el Cristo”. Jesús aceptó su respuesta,
pero le recordó que tenía que ir a Jerusalén donde le iban a matar (Mc
8,31), y ante esta respuesta de Jesús se asustó y dijo: ¡Eso nunca! (Mt
16,22). Y Jesús le respondió: ¡Apártate de mí, Satanás! (Mt 16,23).

Pedro, al igual que la gente de su tiempo, se había formado una


imagen propia de Jesús y le costaba aceptar que la misión de Jesús
fuera muy distinta de la que tenía en su mente. ¿No seremos nosotros
como Pedro que queremos seguir a un Jesús modelado a nuestro
gusto?

¿Cómo saber quién es Jesús en realidad? Por desgracia ha


pasado mucho tiempo desde su muerte y no quedan testigos que
puedan aportar más datos sobre su vida y misión en Palestina. El único
modo posible de conocer a Jesús es a través de los evangelios, pero no
todos dicen lo mismo o de la misma manera sobre él. De hecho, si
efectuamos una comparación entre los cuatro evangelios percibimos
notables diferencias, por ejemplo: ¿Cuál es el Padrenuestro que
enseñó Jesús, el de Mateo 6,9-13 o el de Lucas 11,2-4?

Los primeros cristianos conservaban las palabras de Jesús para


poder conocerlo mejor, pero no como quien escucha una historia o
conserva una reliquia del pasado, sino como alguien que sigue vivo en
medio de ellos. Escuchaban sus palabras como un mensaje que les
dirigía en ese preciso momento de sus vidas, como si les estuviera
hablando directamente, eran palabras vivas y edificantes. Su gran
preocupación no era saber con exactitud lo que había dicho y hecho en
el pasado, sino ser fieles a lo que les estaba sugiriendo aquí y ahora,
por medio de las palabras de los evangelios.

Por tanto, los evangelios podrían ser comparados con el retrato


pictórico de un padre pintado por cuatro hijos. Los cuatro retratos
reflejan la idea del padre que cada uno de ellos ha percibido. Se

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pueden encontrar grandes diferencias, pero todos son el verdadero
retrato del padre. Lo mismo sucede con los Evangelios. Éstos nos
presentan la verdadera persona y misión de Jesús, y las diferencias
indican como los evangelistas han adaptado el mensaje de Jesús a las
necesidades y costumbres de las comunidades cristianas a las que se
dirigían.

Un ejemplo clarificador: El evangelio de Mateo dice que quien


escucha y pone en práctica las palabras de Jesús, “será como el
hombre prudente que edificó su casa sobre roca” (Mt 7,24). Lucas dice
sin embargo que “será semejante a un hombre que, al edificar una
casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca” (Lc 6,47).
¿Por qué introdujo Lucas estos cambios? Muy sencillo, porque el pueblo
al que estaba escribiendo no acostumbraba a construir sus casas sobre
la roca, sino que cavaban la tierra y hacían unos cimientos profundos
para que fuera firme, estable y segura. Lucas, por tanto, adaptó las
palabras de Jesús a la cultura de su pueblo.

¿Qué nos revelan las diferencias existentes entre los evangelios?

1. Familiaridad. Las palabras y hechos de Jesús eran el


patrimonio de la familia de Dios. Eran palabras vivas para animar la fe
y ayudar a solucionar los problemas cotidianos. Eran un trabajo
comunitario, pues los cuatro evangelistas narran aquello que sobre
Jesús se transmitía en las comunidades cristianas.

2. Libertad. Los primeros cristianos tenían el espíritu de Jesús,


por eso se tomaban la libertad de adaptar las palabras de Jesús a la
cultura del pueblo y a las situaciones concretas del momento, y así
descubrían su significado para ellos. De consecuencia, la letra de la
Biblia sin el Espíritu de la familia de Dios puede causar la muerte de la
fe (cf. 2 Cor 3,6).

3. Fidelidad. Las diferencias entre los evangelios revelan además


que los primeros cristianos querían ser fieles a las palabras de Jesús y
también al pueblo que las escuchaba. Por eso, repiten las mismas
cosas de manera diferente, para comprender mejor el mensaje. La
diferencia no falsifica, sino que ayuda a entender mejor la verdad. Es
una fidelidad creativa.

Después de esta breve introducción sobre los evangelios


estamos en condiciones de iniciar el camino que nos lleve a conocer un
poco mejor a Jesús de Nazaret, la razón que da sentido a nuestra vida.
Pero antes de comenzar conviene que nos fijemos un poco en su
pueblo y en su región, Nazaret de Galilea, para tener una idea más
precisa de su manera de vivir y, por consiguiente, saber cómo era la

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vida de Jesús desde su infancia hasta el momento crucial de su vida
pública.

8.1. LA ESCUELA DE JESÚS1

1. La vida de Jesús en Nazaret

Jesús nació en Belén de Judea, al sur del país (Mt 2,1), y se crió
en Nazaret de Galilea, pequeña aldea del norte (Lc 4,16). Hablaba
arameo con el acento típico de los judíos de Galilea.

La familia de Jesús no era de origen sacerdotal, como la de Juan


Bautista. Él nació en el seno de una familia sencilla, sin la protección
de una clase social o de una familia poderosa. Es posible que la familia
de José fuera inmigrante, venida desde Belén de Judea a Nazaret, en
busca de mejores condiciones de vida. Jesús tampoco tuvo la
oportunidad de estudiar como el apóstol Pablo (Hch 22,3). Desde muy
joven tuvo que trabajar con sus propias manos, como todos los judíos
del interior del país. Teniendo en cuenta que la región de Nazaret es
fundamentalmente agrícola, probablemente Jesús se dedicó a la
agricultura, pero también aprendió el oficio de su padre (Mt 13,55) y
servía al pueblo como carpintero (Mc 6,3).

Antes de nacer, Jesús ya fue víctima de la situación política y


económica de su país. Augusto, emperador de Roma, mandó hacer un
censo en todo el territorio para reorganizar la administración y el cobro
de los impuestos (Lc 2,1-3). Por esta razón Jesús nació fuera de casa
(Lc 2,4-7). Nada más nacer fue perseguido por Herodes y su familia
tuvo que huir a Egipto hasta la muerte del rey (Mt 2,13ss).

Esto es prácticamente todo lo que sabemos sobre la infancia y


juventud de Jesús. De esto deducimos que pasó los primeros 30 años
de su vida sumido en el anonimato en Nazaret, una aldea sin
importancia y con mala reputación: “Le respondió Natanael a Felipe:
¿De Nazaret puede salir cosa buena?” (Jn 1,46). Allí vivió en casa con
su familia, aprendiendo de sus padres, de sus paisanos y en la
sinagoga. Esta fue la ESCUELA DE JESÚS.

Años más tarde, Jesús tendrá problemas con su familia y con los
habitantes del pueblo. Sus parientes llegarán a pensar que está loco,

1
Este primer capítulo sobre la vida de Jesús en Nazaret contiene, a grandes rasgos, las ideas expresadas por
Carlos Mesters en su libro “Con Jesús a contramano en defensa de la vida”.

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ha perdido la cabeza, y querrán llevárselo a casa para que no sea
motivo de escándalo y vergüenza para la familia (Mc 3,21). A los
miembros de la comunidad de Nazaret tampoco les hará mucha gracia
su enseñanza y, por eso, intentarán acabar con su vida (Lc 4,23-30).

Cabe preguntarse: ¿Cómo fue la vida de Jesús en Nazaret de


Galilea? Los Evangelios no nos dan muchas pistas: Marcos y Juan no
dicen nada; Mateo y Lucas relatan algo sobre el nacimiento y la
infancia (Mt 1-2; Lc 1-2). Sin embargo, si leemos con atención los
evangelios, sacamos mucha información sobre la vida del pueblo
galileo del tiempo de Jesús. Además, algunos escritores de la época,
sobre todo Flavio Josefo, varios escritos de los rabinos del siglo
primero, la geografía misma de la región (montañas, lago, etc.) y los
estudios de los expertos aportan datos importantes sobre la forma de
vida del pueblo en aquella época. Todos estos datos manifiestan cómo
fue la vida de Jesús durantes sus primeros 30 años.

2. El pueblo de Galilea

a. Un pueblo religioso y practicante

El pueblo galileo, el de Jesús, era muy religioso. Toda aldea tenía


su sinagoga (Mc 1,39) donde se reunían todos los sábados para las
celebraciones. Los rabinos solían repetir con frecuencia: “El mundo se
apoya en tres columnas: la Ley de Dios (Torá), la celebración y la
caridad”. Esto es lo que hacían en las sinagogas: meditaban la palabra
de Dios (la Ley y los profetas), pronunciaban oraciones de alabanza y
acción de gracias a Dios y discutían abiertamente sobre los problemas
de la vida de la comunidad, buscando la manera adecuada de ayudar a
los más necesitados. Jesús tenía por costumbre asistir y participar en
las celebraciones sabáticas (Lc 4,16).

El pueblo galileo también era muy practicante, observaba con


celo la Ley de Dios. Desde pequeños se acostumbraban a ello (Mc
10,19-20). Unos ejemplos clarificadores: en sábado estaba prohibido
llevar cargas o bultos, por tanto esperaban a que finalizara el sábado,
a la caída del sol, para poder transportar a los enfermos (Mc 1,32).
Cada año hacían sus peregrinaciones a Jerusalén (Lc 2,41) y cumplían
con sus promesas en el Templo (Lc 2,22-24). Organizaban una gran
caravana de gente, donde los tres o cuatro días que duraba el viaje
eran una fiesta continua (de Nazaret a Jerusalén hay unos 120 Km. de
distancia). Jesús participó en estas peregrinaciones desde los 12 años
(Lc 2,41-44).

La oración

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La escuela de Jesús era, fundamentalmente, la vida en casa, en
familia y en la comunidad del pueblo. Allí aprendió a convivir, a rezar y
a trabajar. En aquel tiempo se rezaba mucho, tres veces al día (por la
mañana, por la tarde y por la noche). Todavía se conservan las
oraciones que los niños aprendían de memoria, siendo la madre o los
abuelos los encargados de enseñarlas (2 Tim 1,5; 3,15). Este es el
esquema de las oraciones que Jesús rezaba todos los días2:

- Las 18 bendiciones de Dios (mañana, tarde y noche).


- El “Shemá” o profesión de fe -Escucha Israel...- compuesto por
tres bendiciones y tres lecturas (mañana y noche).
1. Bendición a Dios Creador del pueblo,
2. Bendición a Dios Revelador, por elegir al pueblo,
3. Tres lecturas:
- Dt 6,4-9: recibir el Reino,
- Dt 11,13-21: recibir la Ley de Dios,
- Nm 15,37-41: recibir la consagración.
4. Bendición a Dios Salvador, por liberar al pueblo.
- Todo ello estaba intercalado o mezclado con diversos Salmos.

Los galileos aprendían de memoria las historias de la Biblia. Si


leemos con atención los evangelios percibimos que Jesús conocía
perfectamente el Antiguo Testamento, gracias a la enseñanza de su
madre y a la sinagoga. La escuela de Jesús era, sobre todo, su vida
íntima con Dios. Jesús pasaba noches enteras en oración (Lc 6,12) y le
pedía a Dios, su padre, que le revelara su voluntad (Mt 26,39).

Este es el ambiente de oración en el que creció y maduró Jesús:


1. El ritmo diario en familia: tres veces al día rezaba el pueblo en
casa, justo en los tres momentos en que se hacía el sacrificio en el
Templo de Jerusalén. De este modo, la nación entera se unía en la
presencia de Dios.
2. El ritmo semanal en la sinagoga: Los sábados se reunían en la
sinagoga para rezar, leer la Ley y discutir sobre la vida de la
comunidad. Las lecturas de la ley de Moisés tenían un esquema fijado
con anterioridad, mientras que las de los profetas dependían de la
elección del momento (Lc 4,17).
3. El ritmo anual en el Templo: está marcado por el calendario de
las fiestas. Cada año se hacían tres peregrinaciones a Jerusalén para
visitar el Templo (Ex 23,14-17).

Casa-familia, sinagoga-comunidad, Templo-pueblo. De este modo


se creaba un ambiente familiar y comunitario impregnado de oración.
2
Una información más extensa sobre la oración del pueblo de Israel en tiempos de Jesús es presentada en el
libro de Jesús Peláez del Rosal, “La Sinagoga”, ed. El almendro, Córdoba 1994, pp. 67-90.

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Aprendían las oraciones de memoria. Las bendiciones cantaban y
recordaban los acontecimientos más importantes de la historia de
Israel. Así, mantenían vivo el recuerdo del pasado y la identidad
nacional.

La observancia de la pureza

Otro elemento muy importante en la vida de los galileos era la


observancia de las leyes de la pureza. La pureza era uno de los
requisitos básicos para presentarse ante Dios, sobre todo cuando se
asistía al Templo. En ese lugar sagrado no se podía entrar de cualquier
manera, porque Dios es Santo y la Ley decía que todos debían ser
santos como él (Lv 19,2). Al principio, la observancia de la pureza
estaba reservada a los sacerdotes que dirigían el culto, pero después
se fue extendiendo al pueblo.

El pueblo estaba muy preocupado por el tema de la pureza,


porque el impuro no podía acercarse a Dios. Y quien estaba alejado de
Dios no podía recibir las bendiciones prometidas a Abraham: tierra,
descendencia y riqueza. Así pues, para lograr la pureza había que
practicar los lavatorios y observar centenares de pequeñas normas
conocidas como “la Tradición de los antepasados” (Mc 7,3).

Para el pueblo, cumplir con todo el ritual de la pureza era muy


difícil y angustioso. Bastaba con tocar a un leproso, comer carne de
cerdo u otras cosas más insignificantes para convertirse en impuro (Lv
11,1-30), como por ejemplo: entrar en casa de un pagano, comer con
un no judío o samaritano, comer sin lavarse las manos y otras cosas
semejantes (Lv 11-27). La pureza, por tanto, era algo muy frágil,
estaba siempre amenazada y sin defensa. La impureza siempre era
más poderosa y tenía todas las ventajas.

Además, la observancia del ritual de la pureza costaba mucho


dinero. Por ejemplo: Si un animal impuro pasaba por un plato, vaso o
vasija, sobre un horno, había que destruirlos por impuros. Animales
impuros eran las lagartijas, las cucarachas, etc. ¿Cómo se puede evitar
que estos animales no correteen entre los utensilios caseros? Si uno
tenía algún problema de piel era declarado impuro y para poder ser
declarado sano tenía que hacer una ofrenda no menor de un cordero.
¡Ser puro costaba un dineral!

Por esta razón al pueblo le resultaba imposible vivir, trabajar y, al


mismo tiempo, respetar las leyes de la pureza. Por ello, muchos
ciudadanos eran excluidos y marginados, sin poder participar de la
vida de la comunidad. El caso más típico es el de las mujeres: con la
menstruación o el contacto con la sangre se convertían en impuras. El

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parto también causaba impureza. Peor todavía era la situación de los
leprosos (Lv 13,45-46), que eran obligados a vivir en lugares apartados
del pueblo. Cualquier mancha en la piel, en la ropa o en la casa era
considerada impura. Los locos, los posesos, los publicanos, los
enfermos, los mutilados, los parapléjicos, los samaritanos, los
extranjeros, etc., eran considerados impuros. Muchos eran impuros
porque no podían permitirse el lujo de seguir las normas,
principalmente los pobres. Jesús vivió y experimentó los efectos de
estas normas durante su permanencia en Nazaret y debió preguntarse
muchas veces: ¿Todas estas leyes y normas son, de verdad, la
voluntad de Dios? ¡Esto no puede ser así!

¿Quiénes eran las autoridades religiosas en aquella época?

Las autoridades religiosas estaban constituidas principalmente


por los fariseos, los escribas y los sacerdotes.
1. Los fariseos estaban especialmente obsesionados con el tema
de la observancia de la pureza (Mc 2,15; 7,3). El término “fariseo”
significa “separado”, pues por medio de la observancia de la pureza,
todo el pueblo se separaba de las demás naciones impuras,
convirtiéndose en pueblo santo y consagrado a Dios. Así interpretaban
las palabras del libro del Éxodo 19,5-6: “Si escucháis mis palabras y
guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos
los pueblos; seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa”.
Los fariseos se consideraban los pioneros en el cumplimiento de la
promesa divina, pero su ideal era que un día todo el pueblo llegase a
ser puro como ellos, para poder presentarse con dignidad y purificados
ante la presencia de Dios en el Templo.

2. Los escribas o doctores de la ley eran los responsables de la


enseñanza. Dedicaban su vida al estudio de la Ley de Dios (Toráh) y
enseñaban al pueblo qué hacer para ponerla en práctica en su
totalidad. El pueblo reconocía la autoridad de los escribas (Mt 23,2ss) y
sabían casi de memoria lo que éstos enseñaban (Mc 9,11; 12,35).
Estaban tan acostumbrados al estilo de enseñar de los escribas que se
extrañaban del modo distinto de Jesús (Mc 1,22).

3. Los sacerdotes también tenían gran autoridad entre el pueblo.


La mayoría de ellos vivía en Jerusalén, lejos de Galilea. Eran los
responsables del culto en el Templo. La gente se acercaba a ellos
principalmente durante las peregrinaciones de Pascua, porque eran los
encargados de sacrificar en el Templo el cordero pascual que después
comía cada familia en su casa. A ellos se les entregaba el diezmo y
otras ofrendas como signo del cumplimiento de las promesas hechas a

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Yahvé, y éstos las depositaban en el Templo (Dt 26,1-4). Sólo el
sacerdote tenía el poder de certificar la curación de un leproso (Lv
14,1-5).

Otros datos interesantes

Son importantes los nombres que la gente del pueblo da a sus


hijos. Casi todas las personas que se relacionan con Jesús tienen
nombres del tiempo de los patriarcas y del éxodo. María, el nombre de
la hermana de Moisés (Ex 15,20); José, el del hijo de Jacob (Gen 27-49);
Jesús, significa lo mismo que Josué, sucesor de Moisés (Jos 1,1);
Santiago, es el mismo que el del patriarca Jacob; Simeón, el de uno de
los hijos de Jacob (Gen 29,33); etc. Los nombres nos revelan la fuente
que alimentaba la esperanza del pueblo y el ideal que los animaba.

El pueblo también tenía una serie de creencias bien arraigadas.


Por ejemplo, estaban convencidos de que las enfermedades las
provocaban los malos espíritus, por eso había gente especializada en
expulsar demonios (Lc 11,19; Mt 12,27; Mc 9,38). Cuando les llegaba el
sufrimiento o el dolor pedían ayuda al profeta Elías (Mc 15,35-36).
También se creía que el sufrimiento y la enfermedad eran castigos de
Dios. En una ocasión, se cayó una torre y mató a 18 personas. El
pueblo dijo: “castigo de Dios”. Jesús les ayudó a discernir mejor (Lc
13,2-5; Jn 9,2).

En tiempos de Jesús, todos los israelitas esperaban la llegada del


Reino de Dios, del Mesías, pero cada grupo de manera diferente. Unos
esperaban un Mesías rey, como David (Mc 12,35); otros, un Mesías
sacerdote o “consagrado por Dios” (Mc 1,24); un Mesías doctor de la
Ley, que completaría la enseñanza sobre la ley (Jn 4,25); un Mesías
guerrero, que expulsaría a los romanos de su territorio (Mt 4,9; Mc
13,22); un Mesías juez, para juzgar al pueblo por sus pecados (Lc 3,7-
9); un Mesías profeta, para orientar al pueblo al estilo de Moisés (Jn
6,14). Todos deseaban y buscaban la liberación, pero cada uno a su
modo, por lo cual era imposible unir al pueblo en una acción común y
solidaria.

Los estudios bíblicos y los evangelios confirman que Jesús vivió


en medio de un pueblo profundamente dividido. Así, la clase alta se
aliaba con los romanos para la explotación del pueblo (Lc 20,47; Jn
11,47-48); los ricos y poderosos no se preocupaban de sus hermanos
más pobres (Lc 15,16; 16,20-21); había grupos de oposición a los
romanos que se identificaban con las aspiraciones del pueblo; había
muchas tensiones y conflictos sociales, que normalmente concluían
con un derramamiento de sangre (Lc 13,1). La religión oficial estaba
organizada alrededor del Templo y de las sinagogas, mientras que la

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piedad popular seguía sus devociones, peregrinaciones y otras
prácticas supersticiosas. Había muchos grupos sociales, con
orientaciones diversas, que se despreciaban unos a otros. En definitiva,
existían conflictos y divisiones en todos los aspectos centrales de la
nación: económico, social, político, ideológico, religioso, etc.

b. Un pueblo libre y abierto

El pueblo de Galilea era religioso y practicante, como hemos


dicho antes, pero no fanático ni fundamentalista. Aunque era fiel a la
Ley de Dios y respetaba a las autoridades religiosas, también tenía
sentido común, porque no permitía que todas estas normas u
observancias perturbaran la paz de sus vidas. Es decir, no tenían
miedo a transgredir las leyes enseñadas por los escribas y fariseos.
Unos ejemplos de los evangelios: los discípulos de Jesús comían sin
lavarse las manos (Mc 7,2); cuando tenían hambre arrancaban espigas,
incluso en sábado (Mt 12,1); en sábado, también, la gente buscaba a
Jesús para que curase a los enfermos, a pesar de la crítica del jefe de
la sinagoga (Lc 13,14); etc.

Hay muchos casos en los evangelios donde se demuestra que el


pueblo no pensaba igual que las autoridades religiosas: para los
escribas Juan Bautista no era ninguna autoridad, para el pueblo era un
profeta (Mc 11,32); los fariseos criticaban a Jesús, pero el pueblo
acudía a escucharlo con gusto (Mc 2,2; 3,20); los escribas de Jerusalén
consideraban que Jesús estaba endemoniado, pero el pueblo le seguía
a todas partes y escuchaba con atención sus enseñanzas (Mc 3,22); la
mujer que padecía flujos de sangre tocó a Jesús aún sabiendo que
estaba prohibido, y además pensaba que tocándolo quedaría
purificada (Mc 5,27-28), en contra de las creencias de la religión oficial.

Esta apertura y libertad del pueblo de Galilea también se


manifiesta en otro aspecto: en la convivencia con los paganos. La
región de Galilea estaba rodeada de ciudades paganas, centros de
gran importancia comercial: Damasco, Tiro, Sidón, Cesarea, Samaría y
la Decápolis. Por esta razón, los judíos de Galilea tenían mayor
contacto con los paganos que los judíos de Judea. Los habitantes de
Judea consideraban que la religión de los galileos era muy relajada, por
su convivencia con los paganos, costumbre prohibida en la Ley. Por
esto, llegaron a denominar esta región como “Galilea de los gentiles”,
un título que tuvo éxito (Is 8,23; Mt 4,15)3.

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La convivencia del pueblo de Galilea con los paganos tenía una larga historia. En el 734 a. C., Galilea fue
ocupada por el imperio asirio, sus habitantes deportados y, en su lugar, colocaron en toda la región a otros
pueblos paganos. Ese es el punto de partida de una relación abierta, libre y amigable.

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Jesús, al igual que sus paisanos, estaba acostumbrado a
mezclarse con gentiles y a recorrer las ciudades mencionadas en el
párrafo anterior. Todo esto que parece normal, estaba prohibido
terminantemente por la ley. Esta convivencia de los galileos con los
pueblos paganos influyó notablemente en la consecución de un talante
más abierto y libre. Pero, a pesar de esta mezcla, el pueblo de Galilea
siempre conservó su propia identidad, sin corromperse. En este
ambiente es donde Jesús aprendió a convivir y a reconocer el valor y la
fe de personas que no eran judías (Mt 8,10; 15,28).

La convivencia con los paganos y el sentido de libertad del


pueblo de Galilea eran la causa de numerosos conflictos con las
autoridades de Jerusalén. Las autoridades religiosas de Jerusalén
calificaban al pueblo galileo de ignorante, no conocedor de la Ley de
Dios (Jn 7,49). Los identificaban y despreciaban como a los
samaritanos (Jn 8,48). Por esto, los escribas de Jerusalén iban a
menudo a controlar la situación y a enseñar al pueblo el camino
verdadero (Mc 3,22; 7,1). Y, por lo visto, conseguían cambiar la
mentalidad de muchos, ya que en una ocasión Jesús se enfureció y les
dijo: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los
hombres el Reino de los Cielos! Vosotros ciertamente no entráis, y a
los que están entrando les cerráis el paso” (Mt 23,13-14). Sin embargo,
a pesar de las tensiones, el pueblo galileo tenía la misma fe que el de
Judea y continuaba peregrinando al Templo de Jerusalén para cumplir
con sus promesas y obligaciones.

No todo en el pueblo de Galilea era bueno y santo, también


tenían sus notas negativas. Así, cuando Jesús tenía que exponer una
crítica lo hacía sin miedo e incluso estuvo a punto de ser linchado por
la masa popular, instigada por escribas y fariseos, por intentar liberar a
una mujer de una muerte segura (Jn 8,1-11). El mensaje de Jesús se
dirigía a todos, jefes y pueblo, pero aunque criticaba al pueblo, no lo
despreciaba como hacían los escribas y fariseos (Jn 7,49; 9,34). Su
denuncia procedía del amor y buscaba el cambio radical de la
situación, la conversión. Las críticas más duras de Jesús se dirigen a los
líderes porque en lugar de guiar al pueblo por el camino recto, le están
conduciendo a la perdición (Mt 23,1-38).

c. El gobierno de Galilea

Cuando Jesús tenía unos 4 años, murió el rey Herodes el Grande4


(el autor de la masacre de los niños inocentes según Mt 2,16). Su
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La fecha de la muerte de Herodes el Grande, según los historiadores, fue el 4 a. C. Aquí se nota una
incongruencia histórica, pues ¿cómo podía tener Jesús unos 4 años a la muerte del rey si todavía no había
nacido? Esto se debe a que el monje Dionisio el exiguo (s. VI), autor del calendario que utilizamos hoy día,
cometió un error de cálculo. Jesús nació unos 5 ó 6 años de la fecha calculada por el monje.

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territorio se dividió entre sus hijos. A su hijo Arquelao, poco inteligente
y muy violento, le tocó el gobierno de Judea y el mismo día que asumió
el poder hizo masacrar a 3000 personas en la plaza del Templo.
Cuando María y José se enteraron de que Arquelao gobernaba Judea,
tuvieron miedo y se fueron a vivir a Nazaret, en la región de Galilea. En
esta región gobernaba Herodes Antipas y seguirá siendo el gobernador
durante toda la vida de Jesús.

Hacia el año 15 a. C., Herodes el Grande construyó la ciudad de


Cesarea Marítima, funcionando como puerto regional para dar salida a
los productos de la zona. De este modo llegó el desarrollo comercial a
las regiones de Samaría y Galilea. Así, la producción agrícola de la
zona no sólo hacía frente a las necesidades familiares, sino también a
las del mercado nacional.

Aunque el gobernador de Galilea era Herodes Antipas, los que


mandaban en realidad eran los romanos (en el 63 a. C. habían
conquistado toda la Palestina). El gobernador, por miedo a perder el
poder, procuraba agradar en todo a Roma. Para ello, diseñó una
organización administrativa eficiente que obtuviera beneficios
económicos para el imperio y reprimió por la fuerza cualquier tipo de
rebelión. No le preocupaba el bienestar del pueblo, sino su promoción.
Y le gustaba que le llamaran benefactor del pueblo, cuando en realidad
era su explotador (Lc 22,25).

¿Cuál era la política de gobierno de Herodes Antipas?


Según las informaciones de los evangelios, de Flavio Josefo y de la
arqueología, tres hechos marcaron la vida del pueblo de Galilea en
tiempos de Jesús:

1. La nueva capital de la región, Tiberíades. Fue inaugurada


cuando Jesús tenía unos 21años. Herodes Antipas le puso ese nombre
para agradar al emperador romano, Tiberio. Tiberíades se convirtió en
el nuevo centro económico de Galilea. Herodes invitaba a los no judíos
a invertir sus riquezas en Galilea, ofreciéndoles facilidades, privilegios
y tierra, en parte sustraída al pueblo por medio de los impuestos. La
capital no gozaba de una administración al estilo judío, sino la
organización de las ciudades griegas. Allí vivían el rey con sus
ministros, los hombres del gobierno, los poderosos, los propietarios de
tierras, los jueces y toda la gente importante de Galilea. Hacia allí
llegaba el dinero de los impuestos y los productos del pueblo. Allí
celebraba Herodes sus fiestas y orgías de muerte (Mc 6,21-29). Nos
dicen los evangelios que Jesús recorrió todas las aldeas y ciudades de
Galilea, pero es curioso que nunca se menciona que estuviera en
Tiberíades, donde vivía la gente de poder y autoridad.

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2. La creación de la clase de los funcionarios. Estos
personajes eran fieles a los proyectos de Herodes: escribas,
comerciantes, cobradores de impuestos, jueces, militares, jefes locales,
etc. Gozaban de los privilegios que ofrecía Herodes y éstos le
correspondían haciendo funcionar la administración y la política del
gobierno.

3. El latifundismo. Durante el gobierno de Herodes aumenta el


latifundio (acumulación de grandes propiedades de tierra en manos de
unos pocos), en contra de las pequeñas propiedades comunitarias que
eran la característica y el ideal del sistema tradicional de los judíos:
“se sentará cada uno a la sombra de su viña y de su higuera, sin que
nadie le inquiete” (Miq 4,4). Los múltiples impuestos hacían imposible
el mantenimiento y rentabilidad de las pequeñas propiedades, lo cual
obligaba a venderlas o eran sustraídas por los terratenientes.

¿Cuáles fueron las consecuencias de esta política? En este


nuevo sistema, el pueblo sencillo vivía amenazado, sin defensa ni
posibilidad de prevención. En caso de enfermedad, mala cosecha,
sequía, plagas u otros desastres, no tenía a nadie que le ayudara. En el
sistema de propiedades comunitarias, se protegían unas familias a
otras, en el nuevo sistema cada uno estaba abandonado a su suerte.
De aquí que la primera preocupación del agricultor fuera cosechar todo
lo necesario para pagar los impuestos al gobierno y el diezmo al
templo, guardar la semilla para la siguiente cosecha y lo que sobraba
para mantener a la familia. De consecuencia, los pequeños agricultores
se iban empobreciendo progresivamente.

El nuevo sistema estaba desintegrando la vida del pueblo y les


hacía añorar los buenos tiempos pasados, cuando todos se
preocupaban por el bienestar de todos. Ahora, la comunidad de
pequeños propietarios no puede resistir al empuje de los latifundistas y
se queda sin fuerzas para reaccionar.

Esta situación se retrata bastante bien en las parábolas de Jesús:


el terrateniente que exige más de lo que debe y puede (Mt 25,26); los
trabajadores que esperan conseguir un jornal en la plaza (Mt, 20,1-6);
el propietario que vive lejos y deja a unos labradores el cuidado de su
hacienda (Mt 21,33); el pueblo que se halla endeudado y corre el
peligro de caer en la esclavitud (Mt 18,23,-26); la desesperación del
pobre que le empuja a explotar a su compañero (Mt 18,27-30; 24,48-
50); la inseguridad en los caminos debido a los asaltos de los
maleantes (Lc 10,3); los funcionarios corruptos que se aprovechan de
su posición para obtener beneficios (Lc 16,1-8); la riqueza que ofende
a los pobres (Lc 16,19-21).

13
Estos ejemplos evangélicos nos dicen que Jesús conocía a la
perfección lo que sucedía en su patria, es más, seguramente también
lo sufrió y experimentó. Estaba acostumbrado a ver a los escribas
esforzándose por enseñar al pueblo la Ley, a los fariseos insistiendo en
la observancia de la pureza y a los sacerdotes preocupados por el culto
en el templo. Y, ¿Quién se preocupaba por la vida del pueblo? Era
como un rebaño sin pastor (Mt 9,36-37; Mc 6,34), quería entrar en el
Reino y no podía, porque los que tenían la llave no abrían la puerta (Mt
23,13), y sentía lástima de esta pobre gente (Mc 8,2).

d. El pago de los impuestos

En tiempos de Jesús, el pueblo tenía que pagar una serie de


impuestos o tributos que les hacían la vida mucho más difícil todavía:

Impuesto sobre las propiedades y las personas:

- “Tributum soli”. Impuesto sobre la propiedad que dependía del


tamaño, de la producción y del número de esclavos.
- “Tributum capitis”. Impuesto sobre personas, para los que no
tenían tierras, que incluía a hombres y mujeres entre 12 y 65 años.
Correspondía al 20% del salario por el trabajo.

Impuesto sobre las transacciones o acuerdos comerciales:

- La corona de oro. En su origen era un regalo al emperador que,


más tarde, se convirtió en un impuesto obligatorio. Se cobraba en
ocasiones especiales como fiestas y visitas del emperador.
- Impuesto sobre la sal. La sal pertenecía al emperador y el
tributo se pagaba por su uso comercial. Por ejemplo, la sal que usaban
los pescadores para el comercio del pescado.
- Impuesto a la compraventa. En cualquier contrato comercial se
pagaba el 1%. Si se trataba de esclavos era el 4%.
- Impuesto de registro. El registro de un contrato comercial se
llevaba el 2%.
- Impuesto al ejercicio profesional. Para desempeñar cualquier
oficio se necesitaba una licencia y para obtener había que pagar un
impuesto. Hasta las prostitutas tenían que pagar por su trabajo.
- Impuesto por el uso de instalaciones públicas. Se pagaba hasta
por usar los baños públicos.

Otros impuestos y obligaciones:

- Peaje o aduana. Para la circulación de las mercancías se pagaba


un impuesto que cobraban los publicanos. En los puestos había
soldados para obligar a todos.

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- Trabajo forzoso. Se podía obligar al pueblo a hacer un servicio al
estado durante 5 días sin paga. A Simón de Cirene le tocó cargar con la
cruz de Jesús.
- Impuesto para el ejército. El pueblo estaba obligado a hospedar
a los soldados y los campesinos debían pagar con alimentos el
sustento de la tropa.

Impuestos para el templo y el culto:

- Shekalim: impuesto para el mantenimiento del templo.


- Diezmo: impuesto para la manutención del clero.
- Primicias: impuesto para el mantenimiento del culto.

3. Los principales movimientos político-religiosos

Los fariseos

Los fariseos eran los observantes devotos de la Ley de Dios, la


cumplían hasta en los más mínimos detalles. Éstos afirmaban que el
Reino de Dios llegaría cuando el pueblo observara perfectamente la
Ley. Eran unos espiritualistas inactivos. Odiaban a los romanos, pero la
única táctica que proponían para librarse de su yugo y opresión era la
observancia radical de todos los mandamientos, lo cual no hacía
vacilar al imperio romano.

Los fariseos compartían las auténticas inquietudes del pueblo


pobre y oprimido, pero no movían ni un dedo para mejorar su trágica
situación social. Los terratenientes se habían apoderado de las grandes
extensiones de tierra, sobre todo en Galilea -la región más rica-, y la
gente sencilla no tenía para comer, lo que dio origen a bandas de
salteadores que robaban para saciar el hambre. Ante esta situación,
los fariseos decían: “No os preocupéis; nosotros vamos a ser buenos y
a cumplir la Ley, y Dios ya arreglará lo demás”.

Esta era la actitud farisaica: grandes espiritualistas,


tremendamente religiosos, pero sin ningún compromiso práctico con la
realidad social que les rodeaba. ¡Y éstos eran los guías espirituales del
pueblo! No eran ricos, muchas veces ejercían un oficio, pero, por su
religiosidad extrema, tenían gran influencia sobre la gente sencilla y se
proponían a sí mismos como modelo de vida a imitar para llegar a ser
perfectos. Se consideraban superiores a los demás, de ahí que Jesús
les acusara a menudo de ser “sepulcros blanqueados” e “hipócritas”.

Los saduceos

15
Los saduceos formaban la clase dirigente y controlaban el poder
social y económico. Este partido estaba integrado por la aristocracia
civil -las grandes familias con extensas propiedades de terreno- y por
la aristocracia religiosa o sacerdotal. Éstos no estaban interesados en
el Reino de Dios, ni en el Mesías, ni en nada. Su única preocupación
era conservar su situación de privilegio, el respeto y la consideración
de los romanos. Por eso, todo cambio les parecía peligroso, y no
dudaban en emplear la fuerza y la violencia contra sus propios
paisanos si se producían disturbios, rebeliones o reuniones masivas en
algún lugar concreto.

Obviamente, el pueblo sencillo no conectaba con ellos, pero les


respetaba, ya que daban la impresión de ser observantes y amantes
de las tradiciones de la ley. Eran mayoría en el Sanedrín, por eso
siempre se imponía su ideología, que estaba vendida a los intereses
políticos y económicos de los romanos. De esta manera, el pueblo no
veía ninguna salida a su situación de opresión, sólo les quedaba la
resignación y la amargura, porque si se necesitaba coraje para
enfrentarse con los romanos, más se necesitaba para enfrentarse a la
autoridad política y religiosa del pueblo. Este grupo se oponía al de los
fariseos.

Los zelotas

Los zelotas (= celosos), como su nombre indica, era un partido


formado por judíos observantes y fervorosos que, en su deseo por
acelerar la llegada del Reino de Dios, comenzaron a luchar contra la
tiranía del imperio romano a golpe de espada.

En las montañas de Galilea practicaban el arte de la guerrilla y


en Jerusalén, durante las grandes fiestas, se aprovechaban de la
multitud para asesinar romanos y judíos sospechosos de colaborar con
ellos. Para ello usaban una daga curva romana, llamada “sica”, que
escondían fácilmente entre los vestidos, de ahí que se les llamara
también “sicarios”.

Esta lucha era, para ellos, una “guerra santa” contra los
invasores. Una guerra empezada por iniciativa humana, pero en la que
Dios intervendría milagrosamente por medio del Mesías para salvar a
la nación. Mucha gente sencilla les apoyaba porque veían en ellos la
única esperanza de cambio a su situación.

Los zelotas pertenecían a la clase pobre y oprimida. Proponían,


además de la guerra santa, una revolución social nacional que
mejorase la condición de los pobres, por lo que una de las cosas que
hicieron durante la guerra fue quemar los archivos de deudas de la

16
gente, que estaba en Jerusalén. Proponían además una revolución
política, sustituyendo a los dirigentes traidores y colaboracionistas de
la clase adinerada por otros preocupados por las necesidades del
pueblo sencillo.

Los Esenios

El grupo de los esenios no aparece en los evangelios. Éstos se


retiraron al desierto de Qumrán para dedicarse a la oración y reflexión
religiosa. Este movimiento estaba alejado de toda actividad y
preocupación política. Afirmaban que la presente situación del pueblo,
oprimido por los romanos, se debía a la infidelidad a la alianza y a la
Ley de Dios, por eso se retiraron al desierto y rompieron con las
instituciones de Israel: el templo, los sacerdotes y la jerarquía.

Estaban convencidos de que el único modo para remediar todos


los males del presente consistía en volver a la estricta observancia de
la ley, a la oración y al estudio de las Escrituras. Se consideraban “los
elegidos”, el auténtico Israel que heredaría las promesas divinas.
Tenían sus ceremonias y ritos, practicaban una vida ascética y algunos
sectores cumplían el celibato voluntario.

Participaban del deseo de la “guerra santa”, de hecho escribieron


un tratado sobre ella donde se describe cómo el Mesías se pondría a la
cabeza de unos escuadrones de soldados, tocarían las trompetas y
vencerían a los paganos. Fantasías propias de un pueblo oprimido y
poco realista.

4. Factores de máxima incidencia en la vida del


pueblo

Durante los años que Jesús vivió en Nazaret, 3 factores marcaron


la vida cotidiana del pueblo, creando una situación confusa y
conflictiva.

a. La política de los dirigentes

El pueblo estaba indefenso ante la política del gobierno. El


proyecto de Herodes Antipas, apoyado por los romanos, produjo
cambios profundos en el aspecto económico: el pueblo, ante la
necesidad de vivir y alimentar a la familia, estaba obligado a pagar
impuestos, buscar trabajo, hacer comercio, hospedar a los soldados,
etc. Todo esto debilitaba los valores tradicionales de la cultura que
procedía del Antiguo Testamento: la comunidad, el compartir, la

17
organización de las aldeas. El pueblo corría el riesgo de perder su
identidad como Pueblo de Dios.

b. La religión oficial

Los sacerdotes, escribas y fariseos eran los portavoces y


defensores de la religión oficial. Enseñaban los valores de la tradición:
el templo, la ley, la pureza. Su misión era mantener viva en el pueblo
la alianza y la esperanza de la venida del Reino de Dios. Sin embargo,
sus enseñanzas ya no revelaban el rostro humano y misericordioso de
Dios. Las prácticas religiosas, con sus centenares de leyes y normas,
eran un peso que sofocaba al pueblo. La impureza y el mal lo
dominaban todo. El pueblo, en lugar de sentirse alegre en la presencia
de Dios y feliz por la esperanza en la llegada de su Reino, vivía en la
angustia y frustración por la impureza. La religión en lugar de hacerles
libres, les estaba esclavizando por resultarles imposible cumplir todas
sus normas.

c. El movimiento popular

A pesar de este ambiente tan negativo, el pueblo no se


desanimaba y buscaba una salida. Quería descubrir por sí mismo su
misión como pueblo de Dios, pero sin ser víctima de las represiones
romanas ni escuchar a los líderes oficiales. Así, el movimiento popular
se va transformando poco a poco en un movimiento profético que
llama al pueblo a volver a sus orígenes, al cumplimiento de la alianza
con Dios. Jesús se inserta perfectamente en este movimiento popular.

- A modo de conclusión

Como hemos visto en las páginas anteriores, la vida de Jesús y


de su pueblo no fue nada fácil en ese momento histórico. Por una
parte, estaban dominados por un imperio extranjero que no se
preocupaba en absoluto de sus necesidades, sino sólo de su bienestar
económico y de mantener una paz estable recurriendo a la violencia
más de lo necesario. Por otra parte, los líderes religiosos del pueblo
-sacerdotes, escribas y fariseos- en lugar de luchar por los pobres y
oprimidos, se habían aliado con el poder político opresor para
mantener sus privilegios. Los sacerdotes se preocupaban
exclusivamente del culto, permitiendo que el templo se convirtiera en
una plaza de vendedores de mercancías y de cambio de divisas (Mc
11,17). Los escribas sólo estaban interesados en tener buena
reputación, ser admirados y apoderarse del dinero del pueblo bajo
pretexto de rezar por ellos (Mc 12,38-40). Los fariseos veían impurezas
e incumplimientos de la ley por todas partes, convirtiendo la vida del
pueblo en algo angustioso y deprimente.

18
¿Qué decir del pueblo? Estaba amenazado con perderlo todo.
Ante el sistema económico del gobierno, perdía sus propiedades y
tenía que trabajar sin descanso para salir adelante. Ante las leyes y las
normas enseñadas por los dirigentes religiosos, el pueblo estaba
oprimido y sofocado. Nadie les revelaba el proyecto de Dios, ni que el
amor de Dios es gratuito. Nadie se daba cuenta de la necesidad de un
cambio radical de dirección en su camino. El pueblo era, en verdad, un
rebaño sin pastor. Sin líderes que lo orientaran en un ambiente tan
confuso y conflictivo, con demasiados movimientos, grupos,
tendencias y líderes de papel. Estaba cansado de tanta opresión y
explotación y vivía en la esperanza del Reino de Dios.

Esta es la realidad que vivió y padeció Jesús durante sus


primeros 30 años. A partir de estas experiencias, aprendió a discernir
la voluntad de Dios y descubrió su misión de anunciar la Buena Nueva
del Reino de Dios.

8.2. LOS COMIENZOS EXPLOSIVOS DE JESÚS

1. ¡El tiempo se ha cumplido! Convertíos y creed la


Buena Nueva

Cuando Jesús tenía unos 30 años, apareció Juan Bautista


predicando a lo largo del Jordán un bautismo de conversión para el
perdón de los pecados (Mc 1,4). Juan concibe la llegada del Reino de
Dios como un juicio de fuego, ira y destrucción. De todas partes acudía
el pueblo en masa a escucharlo (Mt 3,5-7) y muchos aceptaban su
predicación y se bautizaban.

Entre la multitud también se encontraba Jesús, dejando atrás su


pueblo de Nazaret (Mc 1,9). En el momento del bautismo tuvo una
profunda experiencia de Dios en la que se le revela su misión e
inmediatamente se retira al desierto para prepararse para ella (Mc
1,11ss).

El arresto de Juan Bautista fue para Jesús la señal indiscutible del


inicio de su proclamación de la llegada Reino de Dios (Mc 1,14-15). De
hecho, en seguida se dirigió a Galilea para comenzar allí su
predicación. Para la gente de su tiempo, como hemos afirmado
anteriormente, el reino de Dios llegaría con el cumplimiento perfecto
de la ley, con la pureza, con el esfuerzo personal, con el combate, etc.
Ahora, Jesús anuncia que el reino ya está aquí, no por merito humano,
sino por gracia y misericordia de Dios, a pesar del pecado de los
hombres. Este Reino de Dios, ya presente, ha pasado desapercibido

19
durante mucho tiempo, ahora Jesús va a revelar su presencia
escondida en medio del pueblo, anunciándolo especialmente a los
pobres, excluidos y oprimidos de su tierra, Galilea (Lc 4,18).

Jesús comienza el anuncio de la Buena Noticia con entusiasmo,


creatividad y energía inagotable. Recorre todas las aldeas y ciudades
de Galilea, se mueve de un lado para otro sin parar (Mc 1,39). Jesús
quiere que todo el pueblo escuche la buena noticia del Reino de Dios.
Y, al igual que con Juan Bautista, la gente acude de todas partes para
escuchar su mensaje, no sólo de Galilea, sino también de Judea,
Idumea, Transjordania, Tiro y Sidón (Mc 3,8). Su celo apostólico es tan
grande que lanza su mensaje en cualquier lugar: en las sinagogas, en
las plazas, en lugares despoblados, por los caminos, en el Templo, en
casas de amigos, durante comidas o cenas, en la orilla del mar, en las
colinas, etc.

Pero Jesús no sólo predica el mensaje del reino, sino que también
ofrece signos visibles que verifican la autenticidad de su predicación:
expulsa demonios (Mc 1,39), cura enfermedades (Mc 1,34), resucita
muertos (Mc 5,41; Lc 7,13-14), purifica a los impuros (Mc 1,40-45),
acoge a los pecadores y excluidos (Mc 2,15). Su dedicación a la misión
es tan intensa que no tiene tiempo para comer ni para dormir (Mc
3,20; 4,38). Su misión es tan enorme que necesita la ayuda de unos
discípulos, a quienes prepara para la misma tarea (Mc 1,17-20; 6,6ss).
El amor ardiente de Jesús por el Padre y la compasión por la
gente que se hallaba abandonada, como ovejas sin pastor, se
convierten en la razón central de su anuncio y predicación, de su
llamada y consuelo, de su servicio y ayuda. Así pues, Jesús no sólo
anuncia el reino de Dios, sino que él es un testigo vivo del mismo. Su
predicación y sus obras revelan que la promesa de Dios hecha a los
antiguos (Abraham, Moisés, David) se ha cumplido hoy en Jesús. Por
eso el pueblo acogía con entusiasmo y felicidad la Buena Noticia.

Jesús no tenía estudios ni pertenecía a la clase alta, era un


simple campesino y artesano. Pero su forma novedosa de hablar y
actuar impactó profundamente a la gente de su tiempo. Lo más
sorprendente para la gente fue: a) su enseñanza nueva con autoridad;
b) y el poder de purificar a los enfermos. La Buena Noticia del Reino de
Jesús atacaba directamente a las dos columnas básicas de la religión
oficial: la enseñanza y la pureza. Y esto enfurecía a las autoridades
religiosas más importantes de Galilea: escribas y fariseos. Así,
mientras el pueblo se admiraba de su doctrina y acciones, los
dirigentes religiosos le criticaban, le acusaban de impuro y buscaban
su muerte (Mc 2,7.16.24; 3,6.22). La predicación de Jesús ponía sobre
el tapete la hipocresía y el error de los líderes religiosos, pero éstos, en
lugar de buscar la conversión, preferían mantener sus creencias y vivir

20
alejados del camino del Reino de Dios. Veamos brevemente los
aspectos señalados más arriba.

2. Jesús enseña con autoridad

Mc 1,22 nos dice bien claro cual fue el primer impacto de la


Buena Noticia sobre el pueblo: “Y quedaban asombrados de su
doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como
los escribas”. Enseñar era lo que más le gustaba a Jesús, era su
costumbre, y la gente disfrutaba escuchándole (Marcos usa 15 veces el
término “enseñar”).

Sin embargo, en los evangelios no se nos transmite el contenido


sistemático de las enseñanzas de Jesús, quizás porque él no daba
conferencias, ni cursos, ni escribía libros. Su mensaje brotaba de la
abundancia del corazón y lo expresaba con fórmulas variadas y
comprensibles para la gente sencilla: parábolas, diálogos, discusiones
con polémica, comparaciones, críticas sobre lo falso y verdadero, etc.
La autoridad de su enseñanza partía de los acontecimientos de la vida
diaria y respondía a las preguntas más acuciantes del pueblo (Mc 2,18-
19; 3,23-29).

El mensaje novedoso de Jesús, del que pocas veces se nos dice


en qué consiste, no puede ser separado de la persona que lo
comunica. El amor y la bondad de Jesús hacia el pueblo también
forman parte del contenido de su mensaje. Pues, un mensaje bueno sin
la bondad de quien lo transmite no sirve para mucho. De todas formas,
la enseñanza de Jesús es la “Buena Noticia del Reino”. Esta buena
noticia nos revela el rostro de Dios, así pues todo lo que hace y dice
Jesús nos hace conocer mejor a Dios y revela su experiencia personal
de Dios como Padre. Por tanto, el origen y la finalidad de la Buena
Noticia de Jesús es presentar a los hombres el nuevo rostro de Dios, un
Dios que es un padre bueno y misericordioso.

Concretando más, si leemos los primeros capítulos del evangelio


de Marcos podemos extraer algunas de esas enseñanzas de Jesús
proclamadas con autoridad y reveladoras de la presencia del Reino de
Dios en medio del pueblo:

• El perdón de Dios está al alcance de todos, ya no depende del


Templo.
• Todos estamos invitados a sentarnos a la mesa de Dios (2,15-17).
• El ayuno y otras prácticas religiosas deben relativizarse (2,18-
22).
• La ley de Dios está al servicio del hombre y de la vida (2,23-28).

21
• El poder de Dios es superior al poder del mal (3,22-30).
• Para pertenecer al pueblo de Dios, el único requisito es cumplir
su voluntad.
• La fe en Dios nos ayudará a superar nuestros miedos (4,40).
• La pureza y la vida proceden de la fe en el amor de Dios
(5,34.36).
• El anuncio de la Buena Noticia no se consigue con el poder, sino
con el testimonio (6,7-13).
• El Reino se manifiesta en el compartir lo poco que tenemos
(6,30-44).

Éstas son algunas de las enseñanzas de Jesús en el evangelio de


Marcos, pero todavía faltan otras muchas. De ahí se deduce que el
mensaje de Jesús era muy distinto del de los escribas. El mensaje de
Jesús era esperanzador y alegre noticia para el pueblo, mientras que el
de los escribas les oprimía y convertía en esclavos de una ley que no
hacía felices a nadie. Jesús presentaba un nuevo rostro de Dios, en el
que el pueblo se reconocía y alegraba (Mt 11,25-26).

3. Los espíritus inmundos le obedecen

Otro elemento de la enseñanza de Jesús que causó gran


sensación entre el pueblo fue su poder para purificar. Este poder lo
manifiesta de diversas maneras: limpia a los enfermos (Mc 1,40-44);
con el simple contacto de sus ropas quedan purificados (5,25ss);
declara puros todos los alimentos (7,19); expulsa a los espíritus
inmundos (1,26; 1,39; 3,11.15.22; 5,2-15; 6,7.13; 9,25); hasta la
muerte, fuente de todas las impurezas, es vencida (5,35-42); acoge a
personas impuras, como publicanos y pecadores (2,15-17); etc. Para
un judío observante de la ley y de las tradiciones, la actitud de Jesús
era muy peligrosa y signo de una aparente locura. De hecho, sus
parientes pensaron que estaba loco por su forma de actuar (Mc 3,21).
Todas estas acciones realizadas por Jesús le convertían en una persona
impura y el contacto con él contagiaba a otros, impidiendo la relación
directa con Dios y alcanzar sus bendiciones. ¡Jesús era un peligro para
todos!

Pero Jesús no hacía caso de las advertencias de los puros y les


respondía: “No necesitan médico los sanos, sino los enfermos; no he
venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mc 2,17). Y,
además, su actuar demostraba que no ponía en peligro al pueblo, sino
que vencía la impureza de sus gentes. ¡Jesús era capaz de purificar lo
impuro! Esta gran novedad impactó profundamente al pueblo, de tal
manera que respiraron aliviados y se sintieron liberados de una
costumbre esclavizante. Lo impuro ya no contaminaba más, Jesús le

22
hizo perder toda su fuerza con su actividad (tan impactante como
encontrar una vacuna contra el Sida).

Jesús, de la noche a la mañana, le da la vuelta a todas esas


tradiciones y observancias a las que se sometía al pueblo. Antes, la
gente vivía constantemente amenazada por el contagio de la impureza
y oprimida por los cientos de leyes de pureza que debían observar y
que no solucionaban nada. Ahora, de improviso, por medio de Jesús el
pueblo ha sido liberado de la esclavitud de la impureza y puede
presentarse en condiciones ante Dios.

La Buena Noticia de Jesús anuncia que el miedo y el peligro de la


impureza han desaparecido. Ahora, por la fe y la bondad del corazón,
tienen acceso a Dios y a sus bendiciones (Mc 7,17-23). De este modo,
Jesús les devolvió las ganas de vivir y les abrió el camino de la
felicidad. La consecuencia inmediata de esta Buena Noticia fue que el
sistema religioso promovido y sustentado por los escribas y fariseos se
convirtió en algo inútil, estéril e innecesario. Así se entiende que esta
buena noticia para el pueblo, fuera negativa y nefasta para el sistema
opresor.

8.3. LOS SEGUIDORES DE JESÚS

1. “Ven y sígueme”

Jesús, al desarrollar su predicación itinerante por Galilea, se da


cuenta de que el tiempo apremia, pues la mies es abundante y los
obreros son pocos (Lc 10,2). Por eso, convoca a un grupo especial de
seguidores para cumplir una doble función: a) estar con él; b) y
enviarles a predicar con poder para expulsar demonios (Mc 3,13-15).
Estas dos funciones son las dos caras de la misma moneda.

¿Cómo llama Jesús? La llamada de Jesús es simple y variada:


pasa, mira y llama (Mc 1,16-20). Estos tres verbos esconden un sentido
más profundo del que aparece a primera vista. Los llamados ya
conocen a Jesús, han pasado algún tiempo con él, han oído y visto su
dedicación por la gente y le han escuchado en la sinagoga. En otras
palabras, saben cómo piensa y cómo vive. Pero en este caso, es Jesús
quien elige a sus seguidores, pues conoce la profundidad de su
corazón y la disponibilidad que tienen para entregarse a su causa.

23
Jesús no siempre lleva la iniciativa de la llamada. A veces son los
discípulos los que invitan a parientes y amigos a seguirle (Jn 1,40-
42.45-46); otras veces es Juan Bautista quien lo señala como “el
cordero de Dios” (Jn 1,35-39); e incluso es el mismo interesado el que
se presenta y pide seguirle (Lc 9,57-58.61-62).

La llamada de Jesús es gratuita, pero requiere del llamado una


decisión y un compromiso. Jesús no oculta sus exigencias. Por tanto,
quien quiera seguirle sabe que tiene que cambiar radicalmente de
estilo de vida y creer en la Buena Noticia. El discípulo debe
abandonarlo todo, renunciar a sí mismo, cargar con su cruz y asumir
una vida pobre e itinerante (Mt 10,37-39; 16,24-26; 19,27-29). Quien
no está dispuesto a cumplir estas renuncias no puede ser discípulo
suyo (Lc 14,33). La gran dificultad del seguimiento no está en la
renuncia, sino en el amor que da sentido a la renuncia: por amor de
Jesús (Lc 9,24) y del Evangelio (Mc 8,35).

No todos los discípulos de Jesús le siguen de la misma manera.


Hay muchos que simpatizan con su causa pero no dejan todo por
seguirle, por ejemplo los que escuchan su palabra y le ofrecen casa y
comida cuando se desplaza de aldea en aldea. Otros, sin embargo, le
siguen radicalmente: el pequeño grupo de los doce (Mc 3,14); algunas
mujeres (Lc 8,1-3); y un grupo de setenta y dos (Lc 10,1). Pero incluso
en el grupo de los doce, según la situación del momento, Jesús forma
grupos menores: por ejemplo, varias veces invita a Pedro, Santiago y
Juan a rezar con él (Mt 26,37-38; Lc 9,28).

Todos estos discípulos, al aceptar la llamada y comprometerse en


el seguimiento de Jesús, forman desde ese momento una nueva
familia, una nueva comunidad (Mc 3,31-35). Han nacido de nuevo. Ya
no pueden mirar atrás, pues seguir a Jesús implica una mirada hacia la
misión todavía no realizada (Lc 9,62).

2. ¿Quiénes siguieron a Jesús?

La gran mayoría de los seguidores de Jesús eran gente sencilla


con poca instrucción y cultura (Jn 7,15; Hch 4,13). Había hombres y
mujeres5 (Lc 8,1-3), padres y madres de familia. Algunos eran
pescadores; otros, artesanos y campesinos. Mateo era un recaudador
de impuestos (Mt 9,9). Simón pertenecía al grupo de los zelotas (Mc

5
Los rabinos de Israel excluían a las mujeres del círculo de los discípulos, porque no las consideraban aptas
para el estudio de la Ley y opinaban que “el que enseña a su hija la ley, le enseña el vicio”. Además, las
leyes judías de la época no consideran a la mujer como parte de la comunidad; podía participar en el culto,
pero no estaba obligada a ello. De hecho, el culto sólo tenía lugar cuando estaban presentes al menos diez
hombres, mientras que no se tenía en cuenta a las mujeres. En la comunidad de Jesús, las mujeres
desempeñan un papel de gran relevancia.

24
3,18); otros, a grupos subversivos, porque llevaban armas y tenían
actitudes violentas (Mt 26,51; Lc 9,54; 22,49-51). Algunos habían sido
curados de enfermedades o liberados de espíritus malignos, por
ejemplo María Magdalena (Lc 8,2).

Algunos seguidores de Jesús también eran pudientes: Juana y


Susana (Lc 8,3), Nicodemo (Jn 3,1-2), José de Arimatea (Jn 19,38) y
Zaqueo (Lc 19,8). Todos estos experimentaron en su carne lo que
significa romper con el sistema establecido y ponerse del lado de
Jesús. Juana y Susana pusieron sus bienes a disposición de Jesús;
Nicodemo, al defender a Jesús en el tribunal, sufrió las burlas de los
miembros del mismo; José de Arimatea, al pedir el cuerpo de Jesús,
pudo ser acusado de enemigo del pueblo y de los romanos; Zaqueo
devolvió cuatro veces lo que había robado y dio la mitad de sus bienes
a los pobres. Todos ellos, ricos y pobres, podían decir con orgullo
“nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”.

Jesús, antes de elegir a los doce discípulos, pasó una noche en


oración en el monte, para poder designar a aquellos más aptos para
una tarea más comprometida con el anuncio de la Buena Noticia. Por
desgracia no tenemos información suficiente sobre ellos, pero al
menos conocemos sus nombres (Mc 3,13s).

Los seguidores de Jesús no eran santos. Eran personas comunes,


con virtudes y defectos. Pedro era generoso, entusiasta y decidido (Mt
14, 28-29; Mc 14, 29.31), pero en los momentos de peligro se le
encogía el corazón y se echaba para atrás (Mt 14,30; Mc 14,66-72).
Santiago y Juan estaban dispuestos a sufrir por Jesús, pero eran muy
violentos, por eso los llamó “hijos del trueno” (Mc 3,17). Felipe tenía la
capacidad de conducir a otros a Jesús (Jn 1,45-46), pero era poco
práctico para solucionar los problemas y le hacía perder la paciencia
(Jn 6,7; 12,21-22; 14,8-9). Natanael era un regionalista y no creía que
de Nazaret pudiera salir algo bueno (Jn 1,46). Tomás era cabezón y
testarudo, pero al darse cuenta de su error no tenía reparos en
reconocerlo (Jn 20,24-25.26-28).

Con este grupo de seguidores Jesús comenzó la revolución más


grande de la historia de la humanidad. Hay esperanza para nosotros.
Jesús no eligió a una élite de sabios e intelectuales, sino a aquellos que
se sentían atraídos por el mensaje de la Buena Noticia del Reino de
Dios y estaban dispuestos a dedicar todas sus fuerzas y energías para
difundirla a todos los hombres.

3. ¿Cómo vivían los seguidores de Jesús?

25
Como hemos afirmado en los capítulos anteriores, en tiempos de
Jesús coexistían varios movimientos socio-religiosos, cada uno con una
forma distinta de vivir la vida: los fariseos, los saduceos, los esenios y
los zelotas. Algunos formaban comunidades con sus discípulos,
viviendo separados del pueblo impuro (esenios y fariseos). Éstos
consideraban al pueblo impuro, ignorante e impedían que entraran en
el Reino predicado por Jesús. La comunidad formada por Jesús
presentaba una novedad que la distinguía de todos los demás grupos:
su actitud hacia los pobres y excluidos.

Jesús vive entre personas consideradas impuras por la sociedad


de su tiempo: publicanos, pecadores, prostitutas, leprosos (Mc 2,16;
1,41; Lc 7,37). Está convencido de que los pobres poseen un gran
tesoro, y por eso afirma que el Reino de Dios les pertenece (Mt 11,25-
26; Lc 21,1-4). Son declarados felices y define su misión como entregar
la Buena Noticia a los pobres (Lc 4,18).

Jesús mismo vive pobremente. No tiene posesiones ni dispone de


un lugar donde reclinar la cabeza (Lc 9,58). Además, exige a sus
seguidores una elección determinante entre Dios y la riqueza (Mt
6,24). Esta pobreza de vida de Jesús y sus discípulos tiene que
caracterizar también su misión. Por eso, cuando salen a predicar la
Buena Noticia no pueden llevar nada: ni dinero, ni bastón, ni dos
túnicas, ni sandalias, ni alforja (Mt 10,9-10); deben confiar en la
hospitalidad de los que escuchan sus palabras, vivir de lo que les den y
cuidar de los enfermos y necesitados (Lc 10,5-9).

Esta opción preferencial por los pobres era lo que le faltaba al


movimiento popular de la época de Jesús. De hecho, en la Biblia, al
renovar la alianza, se comienza por establecer el derecho de los
pobres, indefensos y excluidos. Sin ellos no hay alianza posible. Así
hicieron los profetas también, y así hizo Jesús. Él denuncia el sistema
anticuado que, en nombre de la Ley de Dios, excluía a los pobres e
indefensos, y anuncia un nuevo comienzo que, en nombre de Dios,
acoge a los excluidos y necesitados.

4. ¿Qué pide Jesús a sus seguidores?

El hecho de seguir a Jesús y vivir en su comunidad no significa


que sus discípulos son santos y han conseguido cambiar radicalmente
su mentalidad antigua. Basta con leer algunos textos evangélicos para
darnos cuenta de que las tradiciones y costumbres del pueblo todavía
influyen enormemente en su hablar y actuar. La conversión que pide
Jesús no se obtiene en un momento puntual, más bien supone un largo
y lento itinerario que desembocará en la liberación de la ideología
dominante y en la profundización de la persona y mensaje de Jesús.

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a. Cambio radical de mentalidad. Los evangelios nos ofrecen
algunos ejemplos en los que interviene Jesús para corregir la visión
equivocada de los discípulos.

• Mentalidad de grupo cerrado: Mc 9,38 nos cuenta el caso de


una persona que expulsaba demonios en nombre de Jesús, pero
como no era del grupo de los discípulos, éstos intentan
impedírselo. El apóstol Juan pretende impedir una buena acción
porque quien la hace no pertenece al grupo. Esta es la
mentalidad antigua de formar un “pueblo separado”, una
comunidad encerrada en sí misma y sin apertura a los demás.
Jesús les enseña que “quien no está contra nosotros, está con
nosotros” (Mc 9,40). Para Jesús lo importante no es la
pertenencia a un grupo, sino que el bien que se hace favorece a
la misión que la comunidad debe realizar.
• Mentalidad de grupo superior a los demás: En Lc 9, 51-54
se dice que en una ocasión los samaritanos de un pueblo no
querían hospedar a Jesús y a los suyos. La reacción de los
discípulos es “que un rayo del cielo acabe con ellos”. Ellos se
creían que por el hecho de estar con Jesús, todos debían
hospedarlos y acogerlos. Estaban convencidos de que Dios
estaba de su parte para defenderlos. Su actitud correspondía a la
mentalidad antigua de “pueblo elegido y privilegiado”. Jesús les
reprendió por su comportamiento y se fueron a otra aldea.
• Mentalidad competitiva y de prestigio: Los discípulos
discutían sobre quien era el más grande, quien ocupaba el
primer puesto (Mc 9,33-34). Esta es la mentalidad competitiva
típica de la sociedad romana que se ha infiltrado en el seno de la
comunidad. Jesús reacciona y exige una mentalidad diferente: “el
que quiera ser el primero, sea el último y el servidor de todos”
(Mc 9,35). Este es el tema sobre el que más insistió Jesús y el
que más ejerció con su testimonio: “no he venido a ser servido,
sino a servir” (Mc 10,45; Mt 20,28; Jn 13,1-16).
• Mentalidad que margina al pequeño: Los discípulos echaban
a los niños. Seguían la cultura de la época, en la que los niños no
contaban y debían obedecer siempre y recibir la disciplina de los
adultos. Jesús les reprende y pone a los niños como maestros de
los adultos: “dejad que los niños se acerquen a mí...pues el que
no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Mc
10,14; Lc 18,17).
• Mentalidad que sigue el pensamiento de la ideología
dominante: En una ocasión, viendo a un ciego, le preguntaron
quien era el culpable de su situación, él o sus padres (Jn 9,2). En
aquel tiempo, como hoy, casi todos seguían las ideas que

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marcaba la sociedad. Esta mentalidad impedía atisbar el alcance
de la Buena Noticia del Reino. Jesús les ayuda a tener una visión
más crítica y les propuso una lectura distinta de la realidad: “No
él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras
de Dios” (Jn 9,3).

b. Disponibilidad para la misión.

En la época de Jesús, el pueblo padecía una doble esclavitud: a)


la de la religión oficial; b) la de la política de Herodes, apoyada por el
imperio romano y sostenida por un sistema efectivo de explotación y
represión. Por este motivo, gran parte del pueblo no tenía sitio en la
religión oficial ni en la sociedad. Esta no era la fraternidad que Dios
quiso para su pueblo.
Ante esta situación, Jesús no se mantuvo neutral. Tomó la
iniciativa en defensa de la vida, a partir de su experiencia de Dios
como Padre, y definió su misión con las palabras del profeta Isaías: “El
espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a
los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a
los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19, tomado de Is
61,1ss). Esta es la misión que Jesús recibió del Padre, y ahora
comunica a la comunidad de sus discípulos para que la lleven a
cumplimiento (Jn 20,21).

La misión de Jesús y sus discípulos no es una tarea que se


comienza, se ejecuta, se termina y se queda libre. No existe esa
mentalidad de la “tarea cumplida”, antes bien se requiere un proceso
continuado de formación, de observación de la realidad y de la
situación vital del pueblo. Así, durante los pocos años de itinerancia,
Jesús acompaña y forma a sus discípulos. La convivencia diaria es la
base de su formación para la misión de anunciar el Reino de Dios. Y
esta misión es la razón de ser de la comunidad establecida entorno a
Jesús.

En los evangelios se nos presentan algunos episodios que


ayudan a esclarecer cómo formaba Jesús a sus discípulos para la
misión: desde el momento de la llamada, Jesús los involucra en la
misión (Mc 6,7; Lc 9,1-2); cuando regresan hacen una auto-evaluación
de los resultados obtenidos (Lc 10,17-20); cuando se equivocan los
corrige (Mc 10,14-15); les ayuda a discernir mejor (Mc 9,28-29); les
llama la atención cuando son lentos para entender (Mc 4,13; 8,14-21);
los prepara para los conflictos (Jn 16,33; Mt 10,17-25); los obliga a
observar la realidad (Mc 8,27-29; Jn 4,35); les invita a responder a las
necesidades del pueblo (Jn 6,5) y les enseña que éstas son más
importantes que las prescripciones rituales (Mt 12,7.12); les adoctrina

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en privado (Mc 4,34; 7,17; 9,30-31; 10,10); se cuida de que se
alimenten y descansen (Mc 6,31; Jn 21,9); les defiende de las críticas
de sus adversarios (Mc 2,18-19); insiste en la necesidad de estar
siempre vigilantes y les enseña a orar (Lc 11,1-13; Mt 6,5-15); etc.

5. La comunidad de Jesús

La experiencia de Dios y la convivencia de los discípulos con


Jesús produjeron cambios profundos en el seno de la comunidad. Estos
son los pilares básicos sobre los que se asentaba la comunidad reunida
entorno a Jesús:

1. Fraternidad: todos son hermanos. Nadie puede aceptar el


título de maestro, padre o líder, porque la base de la comunidad no es
el saber, el poder o la jerarquía, sino la igualdad de todos los hermanos
(Mt 23,8-10).

2. Igualdad entre hombre y mujer: Jesús anula el privilegio


del hombre en relación con la mujer. De hecho, las mujeres le siguen a
todas partes, él les revela también sus secretos, a ellas se les aparece
resucitado, etc. (Mt 19,7-12; Lc 8,1-3).

3. Compartir los bienes. Nadie tenía nada propio y lo poco que


tenían lo compartían con los pobres (Mc 10,28). En sus viajes tienen
que confiar en la providencia de Dios y en la hospitalidad de los que les
escuchan (Lc 10,7).

4. Ya no hay siervos, todos son amigos: No debe haber


secretos entre ellos. Deben estar siempre unidos, en la oración, en las
alegrías, en las pruebas y en las dificultades (Jn 15,15; Lc 22,28; Mc
14,33; Hch 1,14ss).

5. Su poder radica en el servicio: el que quiera destacar


sobre los demás, debe hacerlo desde la entrega, el compromiso y el
servicio a los demás (Mc 10,44; Lc 22,25-26; Jn 13,15).

6. Poder para perdonar y reconciliar: la comunidad de los


discípulos debe ser en su interior un ejemplo de perdón y
reconciliación, no de condena mutua. Y actuando de esta manera, ser
el vehículo que lo pregona por todos los hogares del mundo (Mt 16,19;
18,18; Jn 20,23).

7. Oración comunitaria y personal: Jesús aparece con


frecuencia orando en un monte a solas con Dios, pero también
participa con sus discípulos en las peregrinaciones al Templo (Jn 2,13;

29
7,14; 10,22-23), reza en las sinagogas (Lc 4,16), en lugares apartados
y antes de las comidas (Mc 6,41).

8. Alegría: los discípulos deben estar radiantes de alegría


porque el Reino de Dios les pertenece (Lc 10,20-24). Es una alegría
que sabe convivir con el dolor y la persecución (Mt 5,11).

8.4. LA MISIÓN DE JESÚS

Nos dice el evangelista Juan que “Jesús vino para que todos
tengan vida y la tengan en abundancia” (10,10). Esta es la misión de
Jesús en este mundo: anunciar y revelar la Buena Noticia del Reino de
Dios a aquellos que necesitan vida. Así, en una sociedad como la judía,
donde los marginados, excluidos y pobres abundan, este mensaje de
vida de Jesús debió sonar a música celestial, despertando las
esperanzas e ilusiones de mucha gente.

En este capítulo vamos a ver cómo realiza Jesús esta misión


recibida del Padre y cómo va dejando señales de la presencia de Dios
sobre la tierra.

1. Acoge a los pecadores: el perdón de Dios

La religión judía acogía a los pecadores y tenía autoridad para


perdonar todos los pecados, incluso el asesinato y la apostasía. Este
perdón, sin embargo, se obtenía a través del arrepentimiento y de la
conformidad con la Ley de Dios (Torá), pues el cumplimiento de esta
ley era el signo evidente de la presencia salvadora de Dios en medio
del pueblo. A pesar de esta lectura aperturista, el carácter purista y
legalista de esa sociedad no permitía la integración de los pecadores
en el sistema.

Jesús, al darse cuenta de esta situación, con actitud provocadora


hacia el sistema social acoge y ofrece el perdón de Dios a los
pecadores, cuyos representantes más ilustres son los publicanos y las
prostitutas (Mt 21,32; Mc 2,13-18; Lc 15). El término “pecadores” no
hace referencia explícita a los pobres en general ni tampoco a los que
descuidan el cumplimiento de la ley. Entendemos que se trata de
aquellos que viven alejados de la Alianza: los que han rechazado la
alianza de Dios para buscar su salvación en el dinero, vendiendo su
cuerpo (prostitutas) o su mismo pueblo (publicanos).

Ciertamente la situación de los publicanos y prostitutas es


paradójica desde el punto de vista social, al igual que la de los demás

30
pecadores de la tierra. Por una parte, son necesarios para el buen
funcionamiento del sistema social. Por otra parte, son rechazados por
las autoridades religiosas porque son etiquetados con el título de
“enemigos de Dios y de los hombres”. Sobre esta hipocresía social y
sobre la miseria humana interviene Jesús acogiendo a estos pecadores,
comiendo con ellos, compartiendo su tiempo y sus ideas, invitándoles
a cambiar su forma de vida, presentándoles la Buena Noticia del Reino
de Dios. Jesús no les juzga, ni los quiere convertir a la fuerza.
Simplemente les invita a vivir en la dinámica del Reino, colocándolos
delante de Dios Padre para que su palabra salvadora penetre en sus
corazones.

2. Cura a los enfermos

En tiempos de Jesús era muy común padecer enfermedades o


incluso nacer con algún defecto físico. Pero no todas las enfermedades
se reducían al ámbito físico, sino que había otros tipos que incluían
aspectos sociales y psicológicos. El número de enfermos debía de ser
bastante elevado por varios motivos: la dureza del trabajo, la falta de
seguridad en el desarrollo del mismo, la falta de higiene, las guerras y
revueltas continuas, los abusos de las clases dirigentes, etc.

Sin embargo, la creencia general de la multitud judía era que


toda dolencia o enfermedad era un castigo que Dios imponía por haber
incumplido las leyes de la alianza (por haber cometido algún pecado).
Esta idea estaba muy extendida entre el pueblo israelita, como
demuestra la pregunta de los discípulos a Jesús: “¿Quién pecó, él o sus
padres, para que haya nacido ciego?” (Jn 9,2).

Jesús, curando todo tipo de enfermedades, ofrece un nuevo


significado a las creencias del pueblo sobre estos males: son signos de
la compasión y misericordia de Dios para con sus criaturas más
necesitadas. Las curaciones de Jesús son señales claras y distintas de
que el Reino de Dios ha llegado a nuestro mundo, ya está presente en
medio del pueblo. Y los que disfrutan de sus beneficios son aquellos
que han sufrido más en su cuerpo, mente y espíritu, los marginados
por la sociedad: cojos, ciegos, sordos, paralíticos, leprosos, muertos,
endemoniados, los atenazados por el miedo, la opresión y la injusticia,
etc. (Lc 7,20-23).

¿Qué es lo que pide Jesús para obrar la curación? Tener fe y


confianza en Dios, creer en su reinado, aceptar con convicción las
bendiciones divinas derramadas sobre los necesitados. En definitiva,
Jesús ofrece la salvación gratuita de Dios. Esta salvación solamente
puede ser aceptada por aquellos cuya vida está amenazada o en

31
peligro de extinción, es decir, únicamente los pequeños, marginados y
rechazados, están capacitados para aceptar y acoger el don de Dios.

3. Anuncia a los pobres la Buena Noticia

Jesús, al recorrer toda la Palestina, ha descubierto que las gentes


de su pueblo viven atrapadas en los abismos donde habita la pobreza:
en las plazas donde esperan los que no tienen trabajo, en las calles y
caminos donde se sientan los mendigos, en aquellos lugares donde
tantos sufren el hambre de hoy y la inseguridad del mañana. En este
ambiente ha proclamado su palabra más profunda: “Bienaventurados
vosotros, los pobres, porque es vuestro el reino de Dios” (Lc 6,20). Los
pobres son los predilectos de Dios, aquellos que reciben su amor, sus
bendiciones y viven en la esperanza de un mundo más justo y
equitativo.

El anuncio de la Buena Noticia del Reino de Dios no es un


mensaje dirigido exclusivamente a los pobres y necesitados. El
mensaje alcanza a todos los estamentos de la sociedad de su tiempo,
de nuestro tiempo, e implica un compromiso serio para erradicar todo
aquello que conduce a la pobreza y miseria de algunos. La
proclamación de Jesús no es una mera utopía o una especie de
consuelo para aquellos que viven en la miseria. Es algo más. Es una
invitación a compartir lo que se posee, a poner nuestros bienes al
servicio de los más necesitados, de tal manera que la pobreza pueda
desaparecer de todos los hogares del mundo.

La pobreza en sí misma es negativa. Dios no quiere que los


hombres vivan así. Aquí pobreza aparece en contraposición a la
riqueza: los ricos ya tienen su propio dios, el dinero; mientras que los
pobres son los que se abandonan en las manos de Dios, el único capaz
de colmar sus necesidades. Por eso Jesús pide a sus seguidores que
asuman voluntariamente la pobreza, para que se abandonen en las
manos de Dios y en la causa del Reino, sin otras preocupaciones que
puedan distraerles de su misión (como el acumular riquezas). Así, al
desprenderse de lo que tienen y dárselo a los pobres, aprenden el
valor del compartir con los necesitados y están en condiciones para
acoger el reino de Dios. Desde esta perspectiva, los pobres son
bienaventurados porque gracias a los valores del Reino anunciados por
Jesús viven en un mundo dispuesto a compartir y a desprenderse de lo
que se tiene, para que otros puedan disfrutar de los mismos bienes.

4. La ley del amor

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La religión judía indicaba que la salvación del hombre dependía
directamente del cumplimiento estricto de los preceptos y normas
legales. Esta actitud ante la ley era la base para una estrecha relación
entre Dios y el hombre, que capacitaba para recibir sus bendiciones
(una especie de teología del temor de Dios).

Jesús supera esta visión jurídica y coloca al amor como la única


ley capaz de poner al hombre en estrecha relación con Dios. El amor,
sin embargo, tiene una doble dimensión: a) vertical: hacia Dios; b:
horizontal: hacia el hombre.

1. Amor a Dios. Según los evangelios, el hombre debe sustituir


su miedo a Dios por una actitud de confianza que proviene de la fe en
él. Y esta confianza-fe garantiza la presencia y ayuda de Dios sobre
aquellos que se apoyan no tanto en las propias fuerzas, cuanto en la
fortaleza divina. Y porque confiamos en Dios y nos abandonamos en
sus manos, podemos llamarle “Padre” y dialogar con él (Mt 6,8). Esta
confianza amorosa en Dios nos empuja a dialogar con él (oración), a
suplicar el perdón de nuestros pecados y protección en las dificultades.
2. Amor al prójimo. La profundidad de nuestra relación
amorosa con Dios se manifiesta en el amor al hermano que vive a
nuestro lado (Lc 10,30-35). Jesús es el modelo a imitar por estar
dispuesto a entregarse y dar su vida para aliviar las necesidades de los
demás. Sin embargo, todo amor al prójimo parte de una profunda vida
de fe y oración. Jesús también sabe armonizar su ayuda a los demás
con su entrega incondicional a Dios. Sólo a partir de esta armonización
se puede hablar de amor auténtico que se convierte en entrega,
compasión, generosidad, compromiso y alivio de las dolencias y
necesidades del otro. Y esto llevado al extremo: amor incluso a los
enemigos y a los violentos (Lc 6,27-28.35-36).

8.5. LA MUERTE DE JESÚS

Vamos a analizar el sentido y el significado de la pasión y la


muerte de Jesús. Estos son los interrogantes más importantes que se
nos presentan: ¿Por qué anunció Jesús su muerte y qué es lo que eso
nos quiere decir? ¿Cuáles fueron los motivos por los que Jesús llegó a
terminar su vida de esa manera?

1. Jesús anuncia su muerte

Los evangelios sinópticos dicen que Jesús anunció tres veces lo


que le iba a pasar al final de su vida (Mc 8,31 par; 9,31 par; 10,33s
par). Por lo tanto, Jesús sabía de antemano lo que le iba a suceder.
Ahora bien, aquí se plantea un problema: ¿Sabía Jesús efectivamente

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todo eso de antemano y con tanto detalle? ¿O no será, más bien, que
los cristianos, al saber todo lo que había pasado, después de la muerte
y resurrección de Jesús, pusieron en boca del propio Jesús todo lo que
iba a pasar, para ensalzar la figura del maestro?

Leyendo los evangelios, se advierte que Jesús no era un ingenuo


y, por tanto, sabía que su ministerio le llevaría a afrontar una muerte
violenta. Es decir, tal como fueron ocurriendo las cosas, Jesús se tuvo
que dar cuenta de que su vida terminaba mal. Como se ha dicho
muchas veces, no hacía falta que Jesús fuera el Hijo de Dios para que
pudiera tener conciencia de la inevitabilidad de su muerte. En realidad,
si Cristo era un hombre inteligente y sensible, podía prever con
bastante seguridad la posibilidad de una muerte violenta. Todos los
datos coincidían en la predicción: por un lado, el testimonio de los
profetas del Antiguo Testamento, la misma muerte de Juan Bautista, la
creciente violencia de las autoridades con las que se enfrenta y que en
repetidas ocasiones quieren atacarle y capturarle, la reflexión del
Antiguo Testamento sobre el justo oprimido y el siervo sufriente, que
tan viva estaba en el pueblo desde el exilio (sobre todo desde el
tiempo de los Macabeos). Todos estos datos coincidentes venían a
confirmar el tipo de muerte que le aguardaba a Jesús.

De hecho, la conducta de Jesús fue tan provocativa, que en


repetidas ocasiones se puso al margen de la ley, una ley cuya violación
se sancionaba con la pena de muerte. Cuando a Jesús se le hace el
reproche de que con ayuda de Belcebú expulsa los demonios (Mt 12,42
par), quiere decir que está practicando la magia y que merece morir a
pedradas. Cuando se le acusa de que está blasfemando contra Dios
(Mc 2,7), de que es falso profeta (Mc 14,65 par), de que es un hijo
rebelde (Mt 11,19 par; véase Dt 21,20s), de que deliberadamente
quebranta el sábado, cada uno de estos reproches está mencionando
un delito que era castigado con la muerte.

Estando así las cosas, merece especial atención el gesto de


Jesús cuando expulsó a los comerciantes del templo (Mc 11,15-16 par).
Sin duda alguna, este hecho fue visto como lo más grave que Jesús
realizó contra las instituciones judías. De hecho a eso se redujo la
acusación definitiva que aportaron contra él en el juicio (Mc 14,58 par),
así como las cosas que le echan en cara cuando estaba en la cruz (Mc
15,29-30 par). Es evidente que Jesús, al realizar el gesto simbólico del
templo, se estaba jugando la vida.
Por lo tanto, la cosa está clara: Jesús había perdido, por muchos
conceptos, el derecho a la vida; se veía constantemente amenazado,
de tal manera que sin cesar debía tener presente que su muerte sería
violenta. Hasta eso llegó la conducta de Jesús. Y así terminó. Como
tenía que terminar un hombre que se comportaba de aquella manera.

34
2. Por qué lo mataron

a) El fracaso de Jesús

La predicación y la actividad de Jesús en Galilea terminaron


siendo un fracaso, porque su mensaje no fue aceptado. Los comienzos
de Jesús en Galilea fueron muy prometedores (Mc 1,33-34.38;
2,1.12.13; 11.20; 4,1; 5,21.24; 6,6.12.33-34.44.55-56). Pero, a partir
del capítulo 7 de Marcos, las alusiones a la gran afluencia de gente
empiezan a disminuir (Mc 7,37; 8,1-4; 9,14.15; 10,1-46; 11,8-10.18). La
popularidad de Jesús va decreciendo. Entonces, ya no se centra en la
atención a las masas, sino en la formación de su comunidad de
discípulos. Por eso les insiste en que se retiren a descansar (Mc 6,30-
31), lejos de la multitud (Mt 14,22; Mc 6,45).

Este cambio, ¿a qué es debido? Hay una palabra del propio Jesús
que nos pone en la pista de lo que allí pasó: "Dichoso el que no se
escandaliza de mí" (Mt 11,6; Lc 7,23). Esto supone que había gente
que se escandalizaba de Jesús, de lo que decía y hacía (ver Mt 13,57;
15,12; 17,27; 26,31.33; Mc 6,3; 14,27.29; Jn 6,61; 16,1). La amistad de
Jesús con publicanos, pecadores y gente de mal vivir tenía que ser una
cosa escandalosa para aquella sociedad. Y sus repetidas violaciones de
la ley convertían a Jesús en un sujeto sospechoso.

Por eso, en torno a la persona y la obra de Jesús llegó a provocar


una pregunta tremenda: Jesús traía la salvación o estaba poseído por
un demonio (Lc 11,14-23; Mt 12,22-23; ver Mc 3,2; Jn 7,11; 8,48;
10,20). De ahí que hubo ciudades enteras (Corozaín, Cafarnaún,
Betsaida) que rechazaron el mensaje de Jesús (Lc 10,13-15; Mt 11,20-
24). Y el mismo Jesús llegó a confesar que ningún profeta es aceptado
en su tierra (Mc 6,4; Mt 13,57; Lc 4,24; Jn 4,44). Además, las cosas
llegaron a ponerse tan mal, que un día el propio Jesús hizo esta
pregunta a sus discípulos más íntimos: "¿También vosotros queréis
marcharos?" (Jn 6,67). Señal inequívoca de que incluso los seguidores
más cercanos a Jesús tuvieron la tentación de abandonarlo
definitivamente.

¿Qué nos dice todo esto? La respuesta parece clara: durante el


ministerio público de Jesús no todo fueron éxitos populares. Más bien
hay que decir que allí se produjeron conflictos y enfrentamientos, de
manera que paulatinamente las grandes masas fueron abandonando a
Jesús, hasta el punto de que incluso sus discípulos más íntimos
llegaron a tener la tentación de abandonar el camino emprendido junto
al maestro. La pasión y la muerte de Jesús fueron el resultado del

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conflicto que provocó su vida. En este conflicto estaba implicada la
gente en general, pero especialmente los dirigentes y autoridades.

b) El enfrentamiento con los dirigentes

Los enfrentamientos de Jesús con los dirigentes judíos


comenzaron muy pronto. El evangelio de Marcos dice que, apenas
Jesús había quebrantado el sábado por segunda vez, los fariseos y los
del partido de Herodes buscaban un modo para matarlo (Mc 3,6).
Además, la policía de Herodes andaba buscando a Jesús "para matarlo"
(Lc 13,31). Por lo tanto, las cosas se pusieron bastante feas para Jesús
casi desde el primer momento. Y esta tensión fue aumentando
paulatinamente. Un día Jesús preguntó claramente a los dirigentes:
"¿Por qué queréis matarme?" (Jn 7,19). Ellos respondieron que no
querían matarlo, que estaba loco (Jn 7,20), pero por poco no lo meten
en la cárcel (Jn 7,44) y en otro momento casi lo apedrean (Jn 8,59),
hecho que se volvió a repetir poco después (Jn 10,31), de manera que
a duras penas pudo escapar con vida (Jn 10,39).

Por tanto, la vida de Jesús cada día corría mayor peligro. Y si no


lo mataron antes es porque todavía una parte del pueblo estaba con él
y los dirigentes no querían provocar un levantamiento popular (Mc
11,18; 14,2; Lc 20,19; 22,2). A pesar de la situación, Jesús todavía se
dirige a la capital, Jerusalén, sabiendo lo que podía pasar (Mc 8,31 par;
9,31 par; 10,33s par), y lanza las denuncias más fuertes contra las
autoridades. Les dice que el templo es una cueva de bandidos (Mt
21,13 par), les echa en cara que sólo buscan su propio provecho (Mt
23,5-7) y que se comen los bienes de los pobres con el cuento de que
rezan mucho (Mc 12,40). En público, les llama asesinos y malvados (Mt
21,33-46 par.) y les anuncia que Dios les va a quitar todos sus
privilegios (Mt 21,43 par). Jesús no pudo ser más duro con aquella
gente. Por eso aquello terminó como tenía que terminar: la condena y
la muerte de Jesús fueron el resultado de su vida. Es decir, Jesús se
comportó de tal manera que acabó como tenía que acabar una
persona que adoptaba semejante comportamiento.

A veces se dice que Jesús murió en la cruz porque eso era la


voluntad del Padre, porque Dios necesitaba ser aplacado en su ira
contra los pecados mediante la sangre de su hijo. Es verdad que frases
de ese tipo pueden tener un cierto sentido verdadero, pero hay que
tener mucho cuidado con esas afirmaciones. Porque fácilmente
podemos dar una imagen de Dios que resulte inaceptable y hasta
blasfema. Porque, en realidad, ¿qué es lo que Dios quiso? Dios no
podía querer el sufrimiento y la muerte de su hijo. Ningún padre quiere
eso. Lo que Dios quiso es que Jesús se comportara como de hecho se
comportó. Aunque eso le tuviera que acarrear el enfrentamiento y la

36
muerte. Entonces la muerte de Jesús no es el resultado de una decisión
del Padre (¡cosa espantosa!), sino la consecuencia de una forma de
vida, la consecuencia de su ministerio y de su libertad; en definitiva, el
resultado de un compromiso incondicional en favor del hombre.

c) La razón de la condena

Jesús tuvo un doble juicio: el religioso y el civil. Y en cada uno de


ellos se dio una razón distinta para su condena a muerte.

En cuanto al juicio religioso, la condena se produjo desde el


momento en que Jesús afirmó que él era el Mesías, el Hijo de Dios
bendito (Mc 14,61-62 par). Los dirigentes religiosos interpretaron esas
palabras de Jesús como una auténtica blasfemia (Mc 14,63-64 par). Al
decir esas palabras, Jesús estaba afirmando que Dios estaba de su
parte y que le daba la razón a él. Y, por tanto, que los dirigentes
estaban equivocados en su visión de Dios y no eran sus representantes
verdaderos delante del pueblo. Esto no lo pudieron soportar y, por eso,
condenaron a Jesús.

Pero la cuestión es más complicada. Porque hoy muchos


exégetas afirman que las palabras de Jesús "yo soy el Mesías, el Hijo
de Dios bendito" (Mc 14,61-62) son una añadidura, puesta por los
cristianos después de la resurrección para enaltecer a Jesús. Y
entonces, lo que tenemos es que Jesús, ante el interrogatorio del sumo
sacerdote (Mc 14,60 par), se quedó callado y no respondió nada (Mc
14,61 par). Ahora bien, ¿por qué lo condenaron si la cosa sucedió así?
La respuesta parece estar en lo siguiente: los judíos tenían una ley
según la cual "el que por arrogancia no escuche al sacerdote puesto al
servicio del Señor, tu Dios, ni acepte su sentencia, morirá" (Dt 17,12).
Esto quería decir que resistirse al sumo sacerdote en el ejercicio de su
función judicial se castigaba en Israel con la pena de muerte. Por lo
tanto, el desacato a la autoridad, sobre todo cuando ésta examinaba la
ortodoxia de los "maestros de Israel", era un motivo jurídico para
condenar a muerte. Sin embargo, eso justamente parece ser lo que
ocurrió allí. El silencio de Jesús ante el interrogatorio del sumo
sacerdote fue una postura crítica ante el tribunal que, según la ley,
tenía la facultad de juzgar su doctrina y su vida. Jesús rehúsa someter
su doctrina y su vida a la autoridad judía. Guarda silencio. Esto cae
evidentemente bajo la sentencia de Dt 17,12. Por consiguiente, Jesús
se negó a someter a la autoridad judía la cuestión de su misión y su
actividad. Y ése parece que fue el motivo por el que los dirigentes
religiosos de Israel condenaron, en último término, a Jesús a muerte.

Más tarde vino el juicio político. Pero ahí la cosa está más clara.
Por lo que pusieron en el letrero de la cruz, sabemos que a Jesús lo

37
condenaron por una causa política: por haberse proclamado rey de los
judíos (Mt 27,38 par; Jn 19,19). Pero aquí es importante tener en
cuenta que el gobernador militar confesó que no veía motivo para
matar a Jesús (Lc 23,13-16) y además declaró que era inocente (Lc
23,4). Por otra parte, Jesús explicó ante el gobernador que su reinado
no era como los reinos de este mundo (Jn 18,39; 19,4.6). En realidad,
el gobernador militar dio la sentencia de muerte porque los dirigentes
religiosos lo amenazaron con denunciarlo al emperador (Jn 19,12).

8.6. LA RESURRECCION DE JESÚS

La resurrección de Jesús es el hecho más importante de toda la


historia de la salvación. Es el acontecimiento decisivo en la existencia
de Jesús; y en la vida y en la fe de los cristianos. Tan decisivo, que sin
resurrección, ni la existencia de Jesús tendría sentido, ni la fe de los
cristianos su más elemental consistencia.

¿Por qué digo estas cosas? Jesús se presentó como enviado de


Dios para anunciar la salvación de todos los hombres. Pero, en contra
de lo que se podía esperar de él (Lc 24,21), murió en una cruz,
abandonado por todos y con ese grito en la boca: "¡Dios mío, Dios
mío!, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15,34). De esta manera, la
muerte de Jesús vino a enterrar todas las esperanzas que se habían
puesto en él. La fuga de los apóstoles (Mc 15,50), la decepción de los
discípulos de Emaús (Lc 24,21) y el miedo a los judíos (Jn 20,19) nos
sugieren con claridad la sensación de fracaso que invadió a los
primeros creyentes.

Sin duda alguna, aquellos hombres se sintieron decepcionados,


porque pensaban que Jesús había fracasado totalmente. Esto indica
claramente que si no llega a acontecer la resurrección, el fracaso de
Jesús se habría confirmado plenamente. Y con el fracaso de Jesús
habría fracasado también su proyecto y el movimiento que él
comenzó. Como dice el apóstol Pablo, si Cristo no ha resucitado,
entonces nuestra predicación no tiene sentido, y vuestra fe tampoco
(1Cor 15,14). Es más, si no hay resurrección, "somos los más
desgraciados de los hombres" (1Cor 15,19), porque habríamos puesto
nuestras esperanzas en un pobre fracasado, que murió como todos los
mortales y además de la peor manera.

Está claro entonces que el hecho de la resurrección es decisivo


para la causa de Jesús; y para la causa también de todos los que
hemos puesto nuestra fe y nuestras esperanzas en Jesús. Pero la fe en
la resurrección ha sido discutida desde los tiempos de los apóstoles
hasta nuestros días. La certeza que la Iglesia tiene es una certeza de
fe. Hay una constante en los relatos sobre la resurrección: el sepulcro

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vacío y las apariciones del resucitado no son tan evidentes que
excluyan la duda. En este capítulo vamos a intentar aclarar esas
dudas.

1. La resurrección, un hecho incuestionable

Algunos días después de la muerte de Jesús resonó en Jerusalén


una noticia asombrosa: Dios ha resucitado al que fue crucificado (Hch
2,23; 3,15; 4,10; 10,39-40). Nadie había visto el hecho mismo de la
resurrección, pero la cosa se presentaba como incuestionable. Los
seguidores de Jesús afirmaban que está vivo, porque ellos lo habían
visto, se les había aparecido. En este sentido, llama la atención la
cantidad de testimonios que se acumulan todos en torno al mismo
hecho (Mc 16,1-8; Mt 28,1-10; Lc 24,1-12; Mt 28,16-20; Lc 24,36-50; Jn
20,11-18.19-23.24-49; 21,1-23; 1Cor 15,3-8). Por otra parte, es
significativo que nadie pudo rebatir ese hecho. Y menos aún demostrar
su falsedad.

Es verdad que el relato de Mateo supone una cierta polémica en


torno al hecho: el sepulcro está vigilado por soldados (Mt 27,62-66), los
cuales son sobornados por las autoridades judías, para que propaguen
el rumor de que los discípulos de Jesús han robado el cadáver (Mt
28,11-15). Además, la custodia oficial del sepulcro debía durar tres
días (Mt 27,63-64), y se puso un sello al mismo sepulcro (Mt 27,65-66).
Pero también es cierto que nada de esto pudo impedir la constatación
de que el sepulcro estaba vacío (Mt 28,15; ver Jn 20,15). Y si las
autoridades no denunciaron y castigaron el presunto robo del cadáver,
es que evidentemente reconocieron el hecho incuestionable: allí había
pasado algo que humanamente no tenía explicación.

A partir de este hecho se plantea una pregunta elemental: ¿En


qué argumentos se basa la certeza de este hecho? Los argumentos,
como enseguida vamos a ver, son fundamentalmente dos: el sepulcro
vacío y las apariciones del resucitado. La predicación de la Iglesia
primitiva sobre la resurrección expresa tal claridad y contundencia, que
indica un hecho que se impuso a los primeros creyentes con plena
objetividad. En este sentido hay que recordar las fórmulas de fe que
aparecen en 1Cor 15,3-5 y en los capítulos 2 al 5 de los Hechos de los
Apóstoles. La estructura formal de estas afirmaciones de la fe es
siempre la misma: a) Cristo murió, fue sepultado; b) fue resucitado (o
Dios lo resucitó: Hch 2,4); c) según las Escrituras; d) se apareció a
Pedro y después a los doce ("y de eso nosotros somos testigos": Hch
2,32). Como se ha dicho muy bien, las fórmulas de 1Cor 15 y de Hch 2-
5 dejan entrever, por su rígida formulación, que la resurrección no es
un producto de la fe de la comunidad primitiva, sino el testimonio de
un impacto que se les impuso.

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a) El sepulcro vacío

Se ha dicho muchas veces que el primer argumento para afirmar


la resurrección de Jesús es el hecho del sepulcro vacío. Sin embargo,
ningún evangelista aporta, como prueba de la resurrección, el hecho
del sepulcro vacío. La razón más contundente es que este hecho, en
vez de provocar la fe, causa miedo y espanto, hasta el punto de que
"las mujeres salieron huyendo del sepulcro" (Mc 16,8; Mt 28,8; Lc
24,4). Por su parte, María Magdalena interpreta este hecho como robo
del cuerpo del Señor (Jn 20,2.13.15). Y para los discípulos la cosa no
pasa de ser un chismorreo de mujeres (Lc 24,11.22-24.34).

Conviene hacer dos observaciones. La primera es que la


repetida proclamación del sepulcro vacío no tendría sentido si quienes
hacían esa proclamación no tuvieran la certeza de la resurrección.
Porque, en caso contrario, cualquiera podría haber demostrado su
falsedad, si es que el cuerpo estaba en alguna parte. Por lo tanto,
desde este punto de vista, las afirmaciones sobre el sepulcro eran, en
el fondo, afirmaciones de la fe en la resurrección.

La segunda es que las afirmaciones sobre el sepulcro vacío


estaban asociadas con una práctica, en la primitiva Iglesia, de
peregrinación y culto al santo sepulcro. Los cristianos recorrían los
diversos lugares de Jerusalén que les recordaban la vía-crucis de Jesús.
Como final de esta peregrinación visitaban el santo sepulcro. Su
veneración religiosa alcanzaría su punto culminante cuando, llegados
al lugar, el guía pronunciara estas palabras. "Y éste es el sitio donde lo
depositaron" (Mc 16,6).

Todo esto indica que la tradición del sepulcro vacío expresa una
fe sólida y profunda en la resurrección. Pero hay que afirmar que la fe
en la resurrección no tuvo su origen en el sepulcro vacío ni en el
testimonio de las mujeres, sino en las apariciones a los apóstoles. De
ahí la preocupación de Mc 16,7 en que las mujeres vayan a Pedro y a
los discípulos y les comuniquen el mensaje del ángel. Sin duda alguna,
el argumento decisivo, para afirmar la resurrección de Jesús, es el
hecho de las apariciones a los discípulos. Lo del sepulcro vacío no pasa
de ser un signo de una fe previa en el hecho de la resurrección.
b) Las apariciones a los discípulos

El argumento definitivo para afirmar la resurrección de Jesús se


basa en las apariciones de Jesús a los discípulos. Las fórmulas más
antiguas sobre las apariciones (1Cor 15,5; Hch 2,32; 3,15; 4,10; 5,32)
indican, por su formulación estricta y desapasionada, que estas

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apariciones no fueron visiones subjetivas, sino hechos objetivos, que
se podían afirmar con toda seguridad.

¿Cuántas fueron las apariciones? Es imposible responder con


acierto a esta pregunta, porque los datos que poseemos son
fragmentarios e incompletos. Pablo nos habla de cinco apariciones del
Señor vivo (1Cor 15,3-8). Marcos no conoce ninguna aparición (Mc
16,1-8), aunque indica que Jesús se dejará ver en Galilea (Mc 16,7).
Mateo conoce una sola aparición a los once (Mt 28,16-20). Lucas
refiere dos apariciones (Lc 24,13-53). Juan relata tres manifestaciones
del Señor (Jn 20,11-18.19-23.24.29), a lo que hay que añadir la
aparición en Galilea de Jn 21. Pero a esta lista hay que sumar otras
apariciones, como, por ejemplo, la que experimentó Esteban en el
momento del martirio (Hch 7,56). Si a esto unimos la aparición a Pablo
(Hch 9,4-6; ver 1Cor 15,8), se puede decir con seguridad que las
apariciones de Jesús a los suyos duraron varios años.

En cuanto al modo, las apariciones son descritas como una


presencia real y hasta carnal de Jesús. Come, camina con los suyos, se
deja tocar, dialoga con ellos. Su presencia es tan real que puede ser
confundido con un caminante (Lc 24,14-46), un jardinero (Jn 20,15) o
un pescador (Jn 21,4-6). El hecho es que los discípulos que lo vieron
tenían la seguridad de que no era un "espíritu" (Lc 24,39) ni un "ángel"
(Hch 23,8-9). El que murió y fue sepultado era el mismo que resucitó
(1Cor 15,3-5). De ahí la preocupación por acentuar el hecho de las
llagas (Lc 24,39; Jn 20,20.25-29), de que él comió y bebió con sus
discípulos (Hch 10,41) o de que comió delante de ellos (Lc 24,42).

Por lo demás, en los relatos de las apariciones se nota una


evolución: de una representación más espiritualizante como es la de
1Cor 15,5-8; Hch 3,15; 9,3; 26,16; Gal 1,15; Mt 28, se pasa a una
materialización cada vez más marcada, como ocurre en los relatos de
Lucas y Juan; y mucho más en los evangelios apócrifos de Pedro y los
Hebreos.

A modo de conclusión, se puede afirmar que los relatos de


apariciones constituyen una base sólida de la fe en la resurrección.
Efectivamente, Jesús fue visto por los suyos, que convivieron con él y
aseguraron con toda firmeza el hecho de la resurrección como un
hecho incuestionable, seguro y cierto.

2. ¿Un hecho histórico?

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Para entender correctamente la resurrección hay que hacer una
distinción elemental: una cosa es resucitar y otra cosa es revivir. Jesús
no revivió, sino que resucitó. Revivir es volver a la vida que se tenía
antes de la muerte. Por lo tanto, el que revive vuelve a ser un hombre
mortal, porque vuelve a estar en este mundo, como uno de tantos. Eso
es lo que ocurrió en el caso de Lázaro (Jn 11,43-44) o en el del hijo de
la viuda de Naím (Lc 7,15). Por el contrario, resucitar es vencer
definitivamente la muerte y, por consiguiente, escapar ya para
siempre de ella. En consecuencia, se puede decir que quien revive
vuelve a este mundo, mientras que quien resucita traspasa para
siempre las fronteras de este mundo.

A la luz de esta distinción elemental, ¿se puede decir que la


resurrección fue un hecho histórico? Depende: si por hecho histórico se
entiende lo que acontece realmente, sin duda alguna la resurrección
fue un hecho histórico; pero si por hecho histórico se entiende lo que
se puede comprobar en el espacio y en el tiempo, entonces hay que
decir que la resurrección no fue un hecho histórico. Porque Jesús
resucitado no estaba ya en el espacio y en el tiempo, es decir, no
estaba en este mundo, sino que había rebasado definitivamente las
condiciones de la historicidad. Por eso, desde este punto de vista se
puede decir que lo único histórico que ocurrió allí es que los discípulos
experimentaron la presencia viva de Jesús y así lo manifestaron a los
demás.

Así se comprende que los evangelios no cuenten el hecho mismo


de la resurrección. Se cuentan las apariciones después de la
resurrección, pero no la resurrección misma. Por eso el evangelio
apócrifo de Pedro (escrito hacia el 150 d. C.), que en lenguaje
fantástico cuenta cómo resucitó Jesús, fue rechazado por la Iglesia,
porque la conciencia cristiana percibió enseguida que no se puede
hablar de la resurrección en sí misma.

3. El sentido de la resurrección para la comunidad


cristiana

La muerte en la cruz era considerada en aquel tiempo como una


maldición divina (Dt 21,23; Gal 3,13). Además, Jesús había muerto
gritando que Dios lo había abandonado (Mc 15,34). Por eso, ante los
ojos de aquella sociedad, Jesús era un fracasado total, un desecho del
que no valía la pena hacer caso. Así se cumplieron sus mismas
palabras: "Todos os vais a escandalizar de mí" (Mc 14,27; Mt 26,31). En
consecuencia, los discípulos regresaron a Galilea (Mc 14,50; Mt 26,56),
decepcionados, igual que los discípulos de Emaús (Lc 24,19-21).

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Ahora bien, con la resurrección todo cambia: Jesús es visto por
los suyos como el hombre cabal y perfecto. Más aún, es para los
discípulos el Señor (Hch 1,6; 2,20; 4,33; 5,14; 7,59; 8,16; 9,1; 10,36;
11,16 etc.), "sentado a la diestra de Dios" y "constituido Hijo de Dios
con poder" (Rom 1,14; Hch 13,33; Mt 28,18). Así, las confesiones de fe
del NT en Jesús como Señor y como Hijo de Dios tienen su fundamento
en la resurrección (Jn 3,16-17; Rom 1,3-4; 4,25; 6,5; 8,3.34; 14,9; 1Cor
15,3-5; 2Cor 5,15; Gal 4,4; Flp 2,6-11; Col 1,15-20; 1Tim 3,16; 2Tim
2,8; Heb 1,3; 1Pe 1,20; 3,18; 1Jn 4,9). A partir de entonces los
discípulos predican con gran valentía delante de los judíos: "Vosotros le
matasteis... Dios lo resucitó" (Hch 2,22s; 3,15; 4,10; 5,30; 10,39s).
Hasta el punto de que una de las características más acusadas de la
predicación cristiana a partir de entonces es la valentía, la audacia, la
seguridad y la libertad (parresía) para proclamar el mensaje de la
resurrección (Hch 2,29; 4,13.29.31; 9,27.28; 13,46; 14,3; 18,26; 19,8;
26,26; 28,31; 2Cor 3,12; 7,4; Ef 6,19.20; Flp 1,20; 1Tes 2,2; 1Tim 3,13;
Flm 8; Heb 3,6; 4,16; 10,19.35).

Hay todavía otro aspecto en la predicación de la resurrección


que conviene resaltar. Según el libro de los Hechos, los apóstoles al
proclamar la resurrección eran perseguidos y encarcelados (Hch 4,1-3;
5,30.40; 7,54). Esto quiere decir que era un tema peligroso, pues
provocaba enfrentamientos y representaba una amenaza para quienes
lo predicaban. Ahora bien, ¿por qué sucedía eso así? La pregunta es
lógica, porque hoy no representa ningún tipo de amenaza la
predicación sobre la resurrección. Ahora es, más bien, un tema inocuo,
sin implicaciones de ninguna clase. Entonces, ¿por qué en aquel
tiempo era un asunto tan peligroso?

Jesús había muerto a causa de un enfrentamiento con los


dirigentes judíos. Y en aquella lucha, él había sido el perdedor, el
fracasado y el maldito. A partir de entonces la causa de Jesús estaba
perdida y derrotada. Pues bien, a los pocos días de semejante fracaso,
los seguidores del ajusticiado se ponen a decir que Dios lo ha
resucitado. Sin duda eso resultaba peligroso en aquellas
circunstancias. Porque era lo mismo que decir a los dirigentes judíos:
Dios está de parte del que vosotros habéis matado y, por eso, Dios
está contra vosotros. Este tono polémico se nota en la predicación de
Pedro: "Vosotros habéis rechazado al santo, al justo, y habéis pedido la
libertad para un asesino; habéis matado al autor de la vida, pero Dios
lo resucitó, y nosotros somos testigos" (Heb 3,14-15). Por tanto, Dios le
había dado la razón a Jesús; y se la había quitado a todos los que no
estaban de acuerdo con él. Por consiguiente, Jesús tenía razón. Y su
causa es el camino que salva al hombre. La cosa estaba clara: el
enfrentamiento entre Jesús y los dirigentes judíos se tenía que

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continuar en los discípulos del resucitado. Predicar la resurrección era
tomar partido en una causa muy conflictiva y peligrosa.

Todo esto implica dos consecuencias. La primera es muy clara:


cuando se predica la resurrección y eso no acarrea ningún tipo de
persecución, hay que preguntarse si lo que se predica es la
resurrección de Jesús o es más bien otra cosa. Porque hoy el mundo
sigue siendo hostil a la causa de Jesús, como lo era en aquel tiempo.
Por eso una predicación de la resurrección que no acarrea problemas
es, sin duda alguna, una predicación viciada en su misma raíz. Porque
es una predicación que no produce la confrontación inherente al
mensaje profundo de la resurrección.

De ahí la segunda consecuencia: predicar la resurrección no es


solamente decir que Jesús vive. Es mucho más que eso. Es persuadir a
la gente de que Jesús tenía razón. Y, por consiguiente, es indicar a la
gente de que el camino de Jesús es el verdadero camino. Por lo tanto,
predicar la resurrección es convencer a la gente de que la vida tiene
que ser vista como la vio Jesús, que nos tiene que gustar lo que le
gustó a Jesús, y que tenemos que rechazar lo que Jesús rechazó. La
vida de Jesús terminó en un enfrentamiento entre el evangelio y el
orden establecido. En la resurrección, el evangelio triunfa; y el orden
establecido sale derrotado. Por eso, proclamar hoy la resurrección es
ponerse de parte del evangelio. Y enfrentarse inevitablemente al
sistema, al orden socio-político del momento presente.

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