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Iván Werning

(☼Buenos Aires, Argentina, 20 de junio 1974 – )

Cada diez años, la prestigiosa revista The


Economist realiza una encuesta entre los
economistas más reconocidos del mundo
buscando a las 8 figuras más promisorias de la
nueva generación. En esta oportunidad el
macroeconomista más votado fue… un
argentino.
Hijo de un obsesivo genio matemático y hermano
de tres licenciados en economía, pareciera que a
Iván Werning el destino no le dio más opción que
la de ser economista. Actualmente profesor del
MIT, se especializa en el desarrollo teórico de
modelos de política económica. El mundo
académico ve en él a un verdadero crack y lo
destaca por la “elegancia” de sus trabajos.

Nacido para ser economista

Hijo de un obsesivo matemático y hermano de tres licenciados en economía,


pareciera que a Iván el destino no le dio más opción que la de ser economista.

Su padre, Pablo Werning, es considerado un genio de los números. Emigró a los


Estados Unidos, se graduó en la Universidad de Chicago y regresó a Argentina en
1984: “para luchar por una mejor educación”. Actualmente dirige el Departamento
de Economía de la Universidad de Congreso de Mendoza, al que aspira convertir en
“el mejor de América Latina”.
En Mendoza goza del reconocimiento y el afecto de sus pares y sus alumnos. “El
profesor Pablo Werning es una suerte de sabio loco que muestra cómo el universo
de la matemática está cerca del arte”, lo definió el Diario Uno.

El hermano mayor de Iván, Vladimir Werning, es uno de los argentinos que más
alto llegó en Wall Street, ocupando actualmente un alto cargo ejecutivo en
JPMorgan. El origen de los nombres de los hermanos se debe a la pasión paterna
por el escritor ruso León Tolstoi.

Iván Werning posee una sólida formación que inició en la Universidad San Andrés,
para luego alcanzar la Maestría en Economía en la Universidad Torcuato Di Tella,
títulos que revalidó con su doctorado en la Universidad de Chicago, en 2002. Su
tesis doctoral deja en claro su foco de interés: “Tributación dinámica óptima”. Este
trabajo fue evaluado por un tribunal que incluyó a dos auténticos pesos pesados:
Gary Becker (Nobel 1992) y George Lucas (Nobel 1995). Éstos elogiaron la
profundidad y el alcance del trabajo de Werning.

En la actualidad es profesor del Departamento de Economía del prestigioso MIT


(Massachusetts Institute of Technology) y su futuro se proyecta con fuerza en la
teoría económica. Especialista en eficiencia económica, amante de Borges y de los
Rolling Stones, se acerca sin miedo a temas tan polémicos como la inflación "un
impuesto extremadamente regresivo" o las retenciones al campo, que sólo
comprende como una medida de urgencia para resolver el problema fiscal en un
momento de crisis. Pero el tema que ocupa estos días su cabeza es la crisis
financiera y la herencia que dejará en forma de políticas y regulaciones: "La
regulación se tiene que hacer con el espíritu de cuidar las condiciones que le han
dado a EE.UU. el éxito económico de largo plazo: un crecimiento sostenido durante
décadas, liderazgo en PBI per cápita y movilidad social. La regulación tiene que
concentrarse en la raíz del problema. Tras esta crisis, una de las cosas que habrá
que reexaminar sí o sí es el sistema de las calificadoras de riesgo, pero no es lo
único, hay muchos otros temas".

Reconocimiento mundial

Veinte años atrás, la revista The Economist, una de las más respetadas del mundo,
les pidió a los mejores economistas que señalaran a las probables figuras de la
siguiente generación. Entre otros, marcaron a Paul Krugman, último premio Nobel.

Diez años después, en la 2da. Edición de la encuesta, seleccionaron a Steven Levitt,


cuya obra “Freakonomics” popularizó la profesión a niveles impensados incluso para
los parámetros de Estados Unidos.

Según explicó The Economist en su última edición impresa de 2008, sus editores
recolectaron los nombres de más de 50 posibles "estrellas", pero que algunos se
repitieron a lo largo de las semanas. De esa primera lista extrajeron la definitiva,
todos con doctorados obtenidos durante los últimos diez años. Y entre ellos, el
macroeconomista más votado de las ocho "nuevas estrellas" fue Iván Werning.

Sus dos grandes trabajos

Iván se ganó el respeto y la admiración de sus pares más veteranos de la mano de


varios artículos que publicó con sus hallazgos y conclusiones sobre cómo se puede
determinar la política económica óptima que permita redistribuir el ingreso de
manera más equitativa, pero sin desalentar la iniciativa individual.

Werning y sus coautores han obtenido al menos dos resultados teóricos de nota. El
primero es mostrar que los desocupados tienen suficientes incentivos para trabajar,
aun cuando reciban beneficios de desempleo indefinidamente. El segundo es que
los legados de una generación a la siguiente deberían ser subsidiados por el
Gobierno, con las herencias más pequeñas y recibiendo tasas más elevadas de
subsidios.

En su trabajo sobre el subsidio al desempleo, escrito con Robert Shimer, de la


Universidad de Chicago, Werning supo ir más allá de la idea generalizada de limitar
la duración del subsidio para evitar abusos. Su primer foco de interés lo llevó a una
conclusión opuesta a la que exponían sus pares, que consideran que proveer
seguros de desempleo por tiempo indefinido alentaría la apatía de quien debería
buscar un nuevo trabajo, pero que podría vivir sin mover un dedo. Por lo tanto,
suponen, acotar la ayuda a seis meses, como es el caso en Estados Unidos,
"empuja" al beneficiario a buscar otro empleo.

Werning detectó, sin embargo, que el factor decisivo para influir en las conductas
no es la extensión temporal del beneficio, sino su monto. Por lo tanto, la clave pasa
por determinar la relación óptima entre el monto del seguro y la duración de ese
beneficio. ¿Conclusión? "Que la duración óptima del beneficio es indefinida",
explica.
Para demostrar que era un castigo innecesario se fijó en los niveles de consumo de
los desempleados y vio que empeoraban aunque tuvieran garantizado un subsidio
durante mucho tiempo. Le sirvió para probar que el incentivo para encontrar
empleo también podía ser regresar al antiguo nivel de consumo, un deseo que tiene
más que ver con el importe del subsidio que con su duración.

“Debe determinarse primero cuál es el


nivel óptimo para el monto del seguro de
desempleo y luego mantenerlo abierto.
Incluso el beneficio óptimo (indefinido)
puede ser más bajo que los beneficios
actuales (temporales)” -replica, antes de
aclarar que va por más, “Ahora estoy
trabajando en otro proyecto, con Rob
Sumer, en el que enfatizo no solamente
los incentivos de una persona
desempleada, sino el hecho de que existen
varios tipos de desempleados, algunos
más empleados o con más disposición a
encontrar un trabajo que otros”.

Su segundo hallazgo mostró que la


transferencia de riqueza a los hijos debería
ser regulada para evitar la consolidación de
una inequidad que a su vez conduzca a que se produzca una acumulación de dinero
en pocas manos.

En colaboración con Emmanuel Farhi, de la Universidad de Harvard, Werning decidió


estudiar la cuestión de la herencia al constatar que la familia en la que uno nace es
uno de los factores que con mayor peso determinan la desigualdad futura. Para
evitarlo, la solución empleada por la mayoría de las políticas progresistas es un
impuesto que grava a las herencias grandes más que a las chicas.

El problema es que esta medida desincentiva el deseo de progresar y ahorrar de los


padres para ayudar a sus hijos y, como dice Werning, castiga absurdamente a los
que prefieren dejar el dinero a sus seres queridos en vez de gastarlo en sí mismos.

La solución desarrollada por Werning y Farhi es una especie de seguro contra la


familia: en vez de gravar con mayores impuestos el legado de los más ricos,
propusieron un subsidio estatal a la herencia que complementara con mayores
cantidades la de los más pobres. Mitigaban así el efecto desigualador del factor
familia sin alterar el deseo paterno de progresar.

Las originales conclusiones que Werning obtuvo en los dos terrenos vienen de su
capacidad para resolver problemas tradicionales con planteos superadores.

Fuentes: iEco – Clarín; Diario La Nación; The Economist.-

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