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ANALISIS PRAGMÁTICO
Aunque la mesa era grande, los tres se apretujaban en uno de los extremos.
-¡No hay sitio! ¡No hay sitio —, exclamaron al ver llegar a Alicia.
Alicia miró por toda la mesa, pero allí sólo había té.
- No sabía que la mesa era de su propiedad - dijo Alicia -: está servida para
más de tres personas.
El Sombrerero, al oír esto, abrió de par en par los ojos, pero se limitó a decir:
La distancia social entre los personajes se evidencia a partir del monologo que
en voz de D (Alicia) expresa el escritor, al describir el cómo están dispuestos A,
B y C en el contexto, y sobre quién se apoyan, que es C, lo que le suscita el
comentario inicial de A: «Muy incómodo para el Lirón» – pensó Alicia– «claro
que, como está dormido, probablemente ni se entera.»
Lo que denota esta aproximación es cierto menosprecio por alguien, dado que
es posible utilizarlo. En términos pragmáticos, sería establecer sobre él cierta
autoridad, similar a la que establece un amo con su siervo, y que se exhibe a
partir de un comportamiento no verbal como el descrito, y verbal a partir de la
enunciación que hace Alicia del Lirón dormido, en donde la ironía toma realce.
La expresión: “- ¡No hay sitio! ¡No hay sitio -, exclamaron al ver llegar a Alicia.”,
permite decir varias cosas de diversa naturaleza. Que se trata de un acto
locutivo, en el que se profiere algo mediante las cualidades articulatorias de la
lengua, aspecto que es subyacente a la naturaleza textual del cuento, dado que
el lector no escucha tal secuencia fonética, sino que la infiere del mismo. El
anunciar que no hay lugar en la mesa es un acto, atendiendo las
consideraciones de Austin, ilocutivo en el que se dice algo que se espera que el
interpretante comprenda, puesto que se su supone que comparte los mismos
referentes de quienes están profiriendo el acto de habla. Además, el contexto
situacional aterriza el mensaje sobre el referente «mesa» que es sobre el cual
gira el encuentro comunicativo, ya que “si no tuviéramos ningún tipo de
información previa a la que ligar lo nuevo que se nos dice, todo enunciado
resultaría ininterpretable” [Escandell citando a Van Der Auwera , 1993: 35].
Sírvete algo de vino —le invitó la Liebre de Marzo. Se presenta ahora un acto
de habla que corresponde a una invitación, en donde A ofrece algo a D. El
contenido proposicional entonces se basa en un estado de cosas que permiten
inferir que quien invita está en capacidad de hacerlo, que el referente que
evoca existe y que es perceptible para el invitado.
Alicia miró por toda la mesa, pero allí sólo había té.
-No veo ningún vino —observó.
-No lo hay —dijo la Liebre de Marzo.
Con lo anterior queda claro que “la lengua no es un instrumento rígido para
hacer oraciones gramaticales e interpretarlas, sino que es una semiosis
contínua de sentidos y prácticas en las cuales se identifica el ser dentro de su
propio contexto vital, mediante el cual se significa así mismo y se entra en
relaciones coagentivas con los demás. Coagentividad que para materializarse,
requiere de una identidad cultural en una de las parcelas pragmáticas, al
interior de las cual se comparte por lo menos una información contextual
definida en un transcurrir común” [Areiza y Velásquez, 2000: 14].
El lenguaje visto así, permite comprender que aparte del sistema gramatical,
las unidades semánticas y la estructura sintáctica, en el uso social del mismo
intervienen categorías y funcionalidades que dejan de lado dicho
estructuralismo para tornarse flexibles a los intereses e intenciones de los
hablantes, señalando con una expresión otra cosa diferente de la que ésta
significa. Confirmando así que la normatividad no tiene cabida en el uso social
del lenguaje. Dado que la información pragmática que comparten los hablantes
en determinados momentos es de dimensiones variables y que cada uno
construye una hipótesis o un imaginario particular de lo que desea de los
intercambios comunicativos, obedeciendo con ello a la caprichosa
funcionalidad de sus intenciones.
LA INFERENCIA
Para que el proceso de comunicación tenga éxito no basta con que el oyente
conozca y reconozca el significado lingüístico codificado, es imprescindible que
sea capaz de inferir cuál es el significado que el emisor le quiso dar, y por lo
tanto, el contenido que quiso transmitir. Esto en apariencia no se cumple en el
acto anteriormente mencionado de la invitación puesto que D acepta el juego
del ofrecimiento y realiza las acciones performativas del mismo, o sea que no
comprendió la información implícita suministrada por A que viene a ser explícita
(explicatura) posteriormente, cuando le enfatiza a D el contenido proposicional
de lo que le quiso decir.
LA RELEVANCIA
En el caso que nos compete, sería relevante que todos los aportes que se den
a la conversación apunten hacia una temática planteada, que es la relacionada
con el si es pertinente o no que D haya compartido la mesa sin invitación,
según lo manifestado por A. Con ironía y con ambigüedad el discurso lleva tal
dirección. Lo que se presume ahora como irrevalente es el aporte que da el
personaje del Sombrerero (C) frente a la polémica planteada entre los otros
cuando enuncia, tomando para sí la palabra:
Esta objeción viola la máxima de relación de Grice, puesto que se espera que
los participantes de una conversación digan cosas que se relacionen con
aquello de lo que se está hablando y no lo contrarío, de allí que los otros
tiendan a omitir ese tipo de comentarios por no ser pertinentes y decidan
excluir de la misma, en un acuerdo tácito, al infractor.
Si el “corte de pelo nuevo” al que evoca C fuera lo que hemos dicho, podríamos
inferir como lectores que todo el fragmento hace alusión acerca de lo que
genera en los otros el auto invitarse a compartir una mesa. Esto por tanto,
permite abducir que entender la intención del autor nos da la intención del
mensaje comunicativo o del texto en sí.
El Sombrerero, al oír esto, abrió de par en par los ojos, pero se limitó a decir