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Ernesto Mejía
1
La impureza
Ernesto Mejía Sánchez
La poesía
A Pablo, en el pecho
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rencor y le lanzara un rayo
de funesta, perecedera memoria.
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engaño pues mi amor con la nobleza
y confundo lo ruin con lo divino,
hago de la cordura desatino,
de la sola mentira mi certeza.
6
El solitario
7
Los ojos deseados
8
Los dioses
9
Los labios
10
La mariposa
11
La cruz
12
Isabel
13
temerario pongo tu corazón para con él
pesarme. Aliviado del mío quiero
morir, amor, como el monarca,
con la mano de Dios en el costado.
14
El río
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Epitalamio
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que sueño un sueño y alguien dice
que espero. De noche, muchos años…
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me hace pequeño; mas aquí están
las uvas, los desvelos del rey,
colmados en el corazón del escogido.
Ester, la salvadora de mi pueblo, despierta
sueña todo lo que soñé contra la muerte.
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Pavana
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a tu pecho, por no velar tu sueño
con alevosos pensamientos. A la orilla
de estos lamentables compases puedo ver
con claridad meridiana, cómo se nublan,
cómo se niegan, decaen, los años más
felices de tu pelo.
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en lo alto para luego caer como la llama, como
la tempestad hundida en la borrosa inquietud.
Al filo de estos lamentables compases puedo ver
todavía cómo luchan, cómo se defienden los años
más felices de su pelo. Fue ayer, y nunca
habrá mejor ayer, ni nunca, ni mañana. Siquiera
el diminutivo persistiera en este pobre afán
de hacer bella tu muerte. Pero no me reconozco
en este mar. No es mía la virtud. Tan solo
puedo ver, después de la tempestad, cómo se niegan,
cómo decaen las nubes más felices de tu pelo.
Nadie vaya a decir que no te quise.
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El valle
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Paisaje de la muerte
que quise vestir de primavera
para darme valor. Valle de lágrimas.
Sólo una noche en Áulide,
presagio de infortunio, me iluminó
tu dicha. Oh mares de la tierra,
el amor, arenas dilatadas: el corazón
que no quisiste, no lo tengo.
Meses con cuyo nombre cubrí mi soledad,
regreso pródigo, soy el mismo que canta
al descubierto lo que el mundo negó
a su cortesía. Calidad de la uva,
color mediterráneo, qué fue de mi ternura.
Un paisaje sombrío al que el Dios no
dio el agua para florecer en las espinas.
Pero la sed con sed mayor se colma,
y no tengo verdad sino la tuya.
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donde el pino espiritual clava
su flecha robando cielo al cielo.
Qué Dios terrible envidió
tu estatura, hundió su pie
en tu orgullo, que ni la muerte
muere en tus cenizas.
Momia, los pies divinos te conservan.
Pirámide del sueño, compara la grandeza
original que fue este suelo
al que sueñas llegar. Esfuerzo
inmóvil, testimonio del día en que las águilas
vieron el mundo con ojos de serpiente.
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nubes limpias, el poeta sueña
junto a un árbol dormido.
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purgatorio. Amor
que yo soñé mano segura,
camino para toda tiniebla.
Palabras que le dije (qué enloquecedora
materia brota de la lengua).
Alguien que no puedo nombrar
murió conmigo. Ahí donde
debía aparecer exacta,
pronunciada, enmudece. Ahí
donde ilusoria se sonreía,
y triunfó de los dientes
la astucia de la lengua,
absorbiéndola inmaculada, calla.
No devuelve la luz de las vocales,
ni los signos que sueñan
enmudecidos de saliva; ahí murió
ese elocuente vuelo, se hizo polvo,
menos, desgraciada ceniza.
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poderosamente búscala, que en la destrucción
de la semilla funesta se halla
la salvación de la pureza.
El otoño ofendido de espeso
cielo oscuro la cubrió. Se me escapaba,
se me escapó la tierra de las manos.
Invierno contemporáneo se agitó castigando
la boca inconsolada, la palabra
contra alguien dicha. ¿Adónde hinco los dedos,
amor, para encontrarla?
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los dos, eligiendo peligrosos augurios
para el pasado, forjando reinos negros,
incesantes, perseguidoras delicias.
Ya no puedo envidiar: logré
tu altura primigenia, y miro el mundo
con indelebles ojos de serpiente.
Vuelo con alas imperiales y gano
la transparencia que soñaba
la terquedad de la pirámide.
Recuerdo días inútiles desde una ventana,
mar altísimo, mar, olas de piedra
me bañaban. Recuerdo de la tierra
donde puse mi empeño;
ahora la contemplo pequeñísima.
La gigantesca úlcera puede violar
sus hijas o sacarse los ojos;
sufre mi pie de fuego y lo acaricia.
Lejano esta el amor con a minúscula.
El Valle, un valle humilde, celoso
de su ruina. El hijo que llevó
en sus entrañas no dejará cadáver;
limpio, sin nombre familiar, sin
apellido, invulnerable arcángel,
dará muerte a la muerte, y llegará
a su Reino (porque Suyo es el Reino).
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Los dominios
El dios
34
El rostro de Cordelia
35
Noche oscura
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Qui câline et qui ment
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Esta edición para internet de La impureza
de Ernesto Mejía Sánchez,
se terminó en la Ciudad de México en agosto de 2009.