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A MIS HERMANAS

Al pensar en la vida religiosa, me pregunto: ¿qué pensará Dios de nosotros?...


Conmigo hay de todo un poco y no se debe generalizar, pero la realidad nos exige
mucho y nuestra presencia es de vital importancia.

Desde el sitio donde me encuentro en medio de la guerra, de desplazamientos, de


hambre y de pobreza, considero que hay que desafiar lo imposible, es un reto y
por lo tanto hay que emprender la tarea. Si el hombre y la mujer han llegado lejos
en tantos espacios científicos, tecnológicos, entre otros, es necesario llegar lejos
con el arma del amor.

El 06 de marzo, otra marcha… Y yo digo, si mi pueblo quiere marchar, que


marche, yo hago lo que me corresponde, que es estar animando a esta gente que
sufre a vivir en la esperanza.

Si decimos seguir a un Jesús compasivo y misericordioso, me pregunto: ¿por qué


tanto silencio por parte de la Vida Religiosa a esta cruda realidad?; se siente el
anestesiamiento… no podemos acostumbrarnos a la muerte violenta, al
desplazamiento, al dolor, al sufrimiento causado por otros que no han conocido el
amor.

Hay que hacer algo, ser pregoneras de la vida. Cuando Antonio, el catequista de
Cravo Charo, vereda de Tame, me dice: “hermana, tenga cuidado con lo que dice”
y en sus ojos veo preocupación. Le respondo: seguro que sí Antonio, tendré
cuidado al hablar del amor de Dios, del respeto por la vida del hermano para que
todo quede claro. Tenemos que ser puente de unión, salir de las estructuras de
las casa religiosas y hacer algo más por aquellos que propagan el mal.

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En medio del sufrimiento es urgente descubrir nuestro núcleo personal que es la


verdadera identidad. Que logremos penetrar en el misterio de la vida propia, del
hermano y de todo cuanto nos rodea y acontece. Es necesario la inmersión en lo
definitivamente importante, que nazca en nosotros la verdadera vida humana, de
esa manera seremos sacramento de Jesucristo, a quien decimos amar y que en
muchas ocasiones desconocemos en el hermano.

Corramos el riesgo, desinstalémonos y enfrentemos lo desconocido, llevemos el


evangelio a los grupos armados. “misericordia quiero y no sacrificios” (Mt 9,12).
Los que están armados son nuestros hermanos y de ellos Dios nos va a pedir
cuentas. Seamos libres, auténticas y solidarias al servicio del Reino.

Hna. Silvia Aristizábal López


Misionera Teresita

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