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EL REINADO DE ALFONSO II EL CASTO

(Sobre la obra "Alfonso II el Casto" de Constantino Cabal)

Ignacio Montes

INDICE

1. ANTECEDENTES

2. LOS PRIMEROS INTENTOS DE ENTRONIZACION DE ALFONSO II

3. LA LINEA SUCESORIA EN EL REINO ASTURIANO

4. AFIANZAMIENTO DEL REINO ASTURIANO

5. LA BATALLA ADOPCIONISTA

6. LAS ACEIFAS MUSULMANAS

7. POLITICA OFENSIVA DE ALFONSO II

8. DERROCAMIENTO DE ALFONSO II, MARCHA A ABELANIA Y POSTERIOR RECUPERACION DEL


TRONO. NUEVAS ACEIFAS MUSULMANAS

9. MAHAMMUD Y SUS RELACIONES CON ALFONSO II

10. RELACIONES CON LA CORTE CAROLINGIA


11. LA RESTAURACION DEL ORDEN GOTICO

12. COMENTARIO BIBLIOGRAFICO


1.- ANTECEDENTES.

El dominio musulmán sobre la península no fue total; protegidos por las


montañas y por su escasa vinculación al mundo visigodo, asturianos, cántabros y
vascones occidentales mantuvieron o acrecentaron su independencia y, en el peor de
los casos, se limitaron a pagar tributos como signo de sumisión a Córdoba sin que
los emires tuvieran control de este territorio ni pudieran impedir su extensión
hacia León y Galicia.

Hasta hace pocos años, la batalla de Covadonga marcaba el comienzo de la


recuperación o, si se prefiere, de la reconquista. A medida que se han ido
conociendo y utilizando las fuentes musulmanas, las tesis reconquistadoras han
perdido fuerza y actualmente apenas se cree que Covadonga tenga la importancia
concedida por sus inventores y cuantos han seguido al pié de la letra, sin
discusión, las fuentes cristianas.

A medida que pasan los años en la España conquistada por los musulmanes,
disminuye la importancia de los cristianos que habían quedado en ellas
(mozárabes), sus actitudes se van radicalizando y va desapareciendo la tolerancia
religiosa que había caracterizado a los primeros colonizadores árabes; los más
radicales se refugian en los reinos cristianos y plasman en sus crónicas sus
intereses y pensamientos antimusulmanes; llegan así a establecer una visión de los
primeros focos de resistencia del norte de España, en la cual, quienes combaten en
Covadonga no son los montañeses asturianos, sino los restos del ejército visigodo,
cuyo jefe, Pelayo, sirve de enlace directo entre el rey leonés del momento en que
se escribe la crónica, Alfonso III, y la familia real visigoda. Se establece así
la idea de la unidad de Hispania, que bajo la dirección de los reyes leoneses
tiene en Covadonga su punto de origen y en los cronistas mozárabes del s.IX los
primeros defensores .

La realidad, sin embargo, es muy distinta y los orígenes del Reino


Asturleonés hay que retrasarlos hasta mediados del s.VIII, coincidiendo con la
gran sublevación de los beréberes y el abandono por estos de las guarniciones
situadas frente a las tribus montañesas, siempre insumisas, contenidas en sus
territorios desde la época romana, poco o nada controladas por los visigodos y
rebeldes igualmente a los musulmanes. Covadonga nada tiene que ver con las ideas
de unidad y defensa del cristianismo, es obra de tribus poco romanizadas que
defienden sus modos de vida, su organización económica -basada en la pequeña
propiedad y en la libertad individual- frente a los musulmanes, herederos y
respetuosos con la organización económico-social visigoda, que se basa en la gran
propiedad y en la desigualdad, en la existencia de señores y siervos.

Sólo a mediados de siglo, cuando Alfonso I destruye las guarniciones


abandonadas por los beréberes y lleva consigo a los habitantes de las tierras
devastadas, puede hablarse de la existencia de un Reino Asturiano cristiano o en
vías de cristianización y con un fuerte contingente hispanovisigodo que acabará
controlando política e ideológicamente al nuevo reino, independiente porque las
guerras civiles entre los musulmanes impiden a los emires ocuparse de los rebeldes
del norte; bastará que Abd al Rahman I se proclame emir (756) y pacifique Al
Andalus para que el reino asturleonés vuelva a convertirse en vasallo de Córdoba
durante los reinados de Aurelio, Silo, Mauregato y Bermudo I (768-791),
antecesores de Alfonso II .
2.- PRIMEROS INTENTOS DE ENTRONIZACION DE ALFONSO II.

El año 768, después de once años y tres meses de reinado, moría Fruela I
asesinado en Cangas de Onís, entonces capital del Reino Asturiano. La rudeza del
carácter de que hablan los cronistas y, de modo especial, el crimen cometido con
su hermano Vimarano concitaron, sin duda, muchas voluntades contra el Rey, dando
paso a la conspiración que le costaría la vida.

Al morir Fruela, dejaba un hijo, Alfonso, todavía niño. Ni las


circunstancias en que entonces se encontraba el reino de Asturias ni su
rudimentario aparato administrativo permitía pensar en la tutela de un rey. Había
que arbitrar otro tipo de solución y la tradición y la lógica condujeron a la más
adecuada: apoyándose en la tradición visigoda hacia la monarquía electiva , a la
muerte de Fruela I, fue elegido rey Aurelio, primo suyo, con el que se inicia la
serie de cuatro reyes, Aurelio, Silo, Mauregato y Bermudo I, recordados como
ineficaces y que precedieron al reinado definitivo de Alfonso II.

La política de amistad y sumisión seguida por estos reyes con los musulmanes
no impidió, sino que seguramente alentó, las sublevaciones de los vascos durante
este período y de los gallegos contra el rey Silo. No todos están de acuerdo con
la política de sumisión del Reino Asturiano a Córdoba, que se manifestaba a través
del pago de tributos, y muchos ponen sus esperanzas en Alfonso. Esta parece ser,
según el criterio de algunos historiadores, la causa de la revuelta de los
gallegos contra el rey Silo

Alfonso, vive en palacio durante el reinado de Silo y es asociado de alguna


forma a las labores de gobierno , no muy diversificadas si tenemos en cuenta que,
por entonces, en Asturias encontramos más bien un rudimento de Corte, dotada de
escasos recursos que no hacían posible, ni necesaria, una compleja organización
administrativa.

No sabemos si la asociación al trono se hizo porque Silo quería evitar que,


después de la sublevación de los gallegos, Alfonso se uniera o fuera causa de
otras sublevaciones, o si únicamente lo fue por la influencia de su tía Adosinda,
quien lo había protegido desde los tiempos de la muerte de su padre y de esta
manera intentara garantizarle la sucesión al trono.

Este sistema de la asociación al trono había sido utilizada por los reyes
como una forma de garantizar la sucesión a sus herederos, facilitaba el tránsito
de un reinado al siguiente, al tiempo que les otorgaba un prestigio que favorecía
su candidatura; influía también la colocación en puestos claves de la
administración de personas adictas al sucesor y su familia y, por último, pero no
de menor importancia, también influía el convencimiento de que era preferible una
sucesión pacífica sobre esas bases que una contienda entre pretendientes al trono,
situación harto común en aquellos tiempos.

En nuestro caso, así parecía asegurarlo la asociación al trono de Alfonso II


quien, después de la muerte de Silo, continuaría en las labores de gobierno sin
que apenas se notara la mutación real. Así fue como, efectivamente, sucedió.
Muerto Silo, los magnates de palacio junto a la reina Adosinda colocaron a Alfonso
en el trono que había sido de su padre Fruela I; pero el trono no le duró mucho
tiempo a Alfonso pues una conspiración encabezada por Mauregato le expulsaba de él
y le obligaba a refugiarse en Álava, tierra de su madre Munia, si bien no tenemos
noticias seguras de la forma y el momento en que tales hechos se produjeron.

Al morir Mauregato, y contra lo que cabría esperar, no se reanudó la línea


sucesoria con el ascenso al trono de Alfonso, sino que fue elegido rey Bermudo el
Diácono, que, al parecer, debía su sobrenombre a haber recibido esas órdenes
eclesiásticas por imposición paterna y haber sido destinado al estudio de las
letras.

Bermudo fue derrotado por los musulmanes en la batalla de Burbia, en el año


791, tras la cual, sin que conozcamos bien las circunstancias en que se produjo,
abdicó en favor de Alfonso, reanudándose con ello la línea dinástica interrumpida
con la muerte de Fruela. Bermudo retomó la vida religiosa y vivió hasta su muerte
en buenas relaciones con el nuevo rey, según cuentan las crónicas.

3.- LA LINEA SUCESORIA EN EL REINO ASTURIANO

La sucesión al trono de Alfonso II, con cuatro reyes interpuestos entre él y


su padre, trae a colación las diferentes versiones que se han dado del sistema
sucesorio de los reinos asturianos. Hagamos un breve resumen de esta cuestión
antes de seguir adelante:

Tres son las teorías principales que mantienen los historiadores al


respecto. La que entiende que el reino siguió las normas de sucesión hereditaria
dentro de una misma familia, la que considera que juega un papel importante la
sucesión por línea materna indirecta junto con los principios de sucesión por
línea paterna y la exogamia, y la que cree que la sucesión al trono seguía siendo
electiva de derecho, procurando los reyes favorecer la sucesión hereditaria de la
corona por diferentes medios, uno de ellos, la asociación al trono.

La historia nos muestra casos contradictorios de entronización, por lo que


las opiniones son fundadas y sin embargo distintas. Así, entre la sucesión de
Pelayo y el reinado de Alfonso II, hay sólo dos casos en los que existiendo hijos
del rey difunto le suceden otras personas, siempre de la familia, y estos casos
corresponden a supuestos en los que los llamados a suceder eran menores, como
consecuencia de la muerte violenta y prematura del padre, en el caso de Favila por
las garras de un oso, y en el de Fruela en manos de sus asesinos.

En ambos casos la razón para apartarse de la sucesión hereditaria del trono


se encuentra en la imposibilidad de que en tales circunstancias, prácticamente sin
aparato de gobierno y en las que el rey era más que nada un caudillo, pudiera
asumir la corona un menor.

Siguiendo a García Toraño, digamos que si penetramos un poco más en el fondo


de la cuestión prescindiendo de detalles, encontraremos que las monarquías, con la
excepción que pudiera aducirse , han tenido siempre su origen en la conquista del
poder por parte de un candidato con fuerza bastante para imponerse a los demás y
mantenerse en él. El resto de la sociedad respetaba ese poder, bien por el temor,
bien por el reconocimiento expreso o tácito de que el convertido en monarca era el
más idóneo para el cargo. Pelayo mismo está en este caso. No fue nombrado para
dirigir la rebelión. Sólo después de haberse constituido en rebeldía, de haber
dispuesto y ordenado la resistencia obtuvo el reconocimiento de su caudillaje por
los demás resistentes, un caudillaje que ya existía de hecho, de ahí su condición
de rey.

En este sentido, aunque las Crónicas Asturianas aluden reiteradamente al


"rey" y al "reino" aplicándolo a los distintos soberanos, otros testimonios
diplomáticos utilizan por lo general el título de "princeps", lo que coincide con
inscripciones epigráficas, como la famosa piedra laberíntica de Santianes de
Pravia, en la que puede leerse (hasta doscientas cincuenta veces, según algún
especialista) la frase "Silo Princeps fecit", lo cual apoyaría las tesis que
defienden el carácter de caudillaje militar de la monarquía asturiana.

Otra cosa es la transmisión de la corona, sobre la cual, los reyes


moviéndose siempre en un terreno de pura lógica, sintieron constantemente el deseo
de transmitir ese bien a los suyos junto con los demás de su patrimonio, con la
diferencia de que el cargo real constituía la más importante fuente de riqueza y
otorgaba un poder sobre el resto de sus conciudadanos para el que, de por sí, el
heredero carecía de título, razón por la cual todos los candidatos con recursos
suficientes para ello se disputaban la posesión de la corona.

En conclusión, parece adecuado pensar que la sucesión hereditaria sería de


preferente aplicación, en la medida en que no supusiera un inconveniente para la
correcta dirección política de la sociedad asturiana, de características
primitivas en aquellos momentos y, por lo tanto, necesitada de una dirección firme
y decidida, preferiblemente, dotada de tintes de caudillaje militar.

Genealogía de la monarquía asturiana en la que se puede apreciar la


importancia de la línea matrilineal en los descendientes de D. Pelayo y de la de
sucesión paterna en la del Duque de Cantabría, muestra de un mayor desarrollo
político y social.

4.- AFIANZAMIENTO DEL REINO ASTURIANO

Tal como nos dice Sánchez Albornoz , Alfonso II "tuvo que huir de los
musulmanes en más de una ocasión para no caer en cautiverio, pero su monarquía
atravesó sin perecer la aguda crisis y, cuando medio siglo después murió Alfonso
en Oviedo, no sólo se mantenía en pié, vigoroso e indómito, el reino de los
politeístas, sino que los emires jamás pudieron después pensar en destruirle".
El segundo de los Alfonsos asturianos, llamado el Casto, reinó durante un
prolongado período de cincuenta y un años (791-842) , durante el cual hace frente
a los poderosos ejércitos cordobeses, a los que derrota ya en varias ocasiones, y
amplía su reino ocupando tierras y ciudades al sur de la cornisa cantábrica.

Sucesor finalmente de Bermudo, tal como ya hemos visto, no tenemos la


certeza del momento en que tuvo lugar la transmisión de la corona, pues, en este
sentido, las crónicas difieren en las informaciones que nos proporcionan (véase
la nota correspondiente); aceptamos la fecha del año 791 pues a ella se refieren
tanto la crónica de Alfonso III, en sus cuatro versiones, como el Cronicón
Iriense, y porque el Cronicón Complutense y el Laterculus Legionense indican el
año 790, siendo fácil que se deslice un error omitiendo una I. Del mismo modo, la
precisión en la fecha señalada en la Crónica de Alfonso III (14 de septiembre del
año 791) no es posible de determinar casi cincuenta años después de ocurrida a
menos que se tuviera a la vista un documento de la época, o, cuando menos, más
próximo, a las fechas indicadas. Se trataría, tal como piensa Sánchez Albornoz, de
la crónica redactada en tiempos del propio Alfonso II que no ha llegado hasta
nosotros .

Los cronistas reseñan algunas notas dignas de destacar de la entronización


de Alfonso II; así, una de las redacciones de las versiones de la Crónica de
Alfonso III habla de que su elevación al trono se debió a elección, aunque parece
ser, más bien, una cláusula de estilo para describir la sucesión si tenemos en
cuenta que la versión Rotense de la misma Crónica nos dice que fue Bermudo quien
la hizo posible ("le hizo sucesor en el reino"). Esta misma versión Rotense
introduce una nota más original cuando nos dice que Alfonso fue ungido como rey;
es la primera vez que en la monarquía asturiana se menciona el rito de la unción
real que había sido utilizado por la monarquía visigoda y que tendía a añadir una
legitimación de carácter divino al nuevo rey.

Como ha comentado algún historiador, si Alfonso I fue el creador del reino,


a Alfonso II se deben su afianzamiento y su independencia; esto se reflejó, en el
plano económico en la supresión del Tributo de las Cien Doncellas; en el plano
eclesiástico, en la independencia de la iglesia astur respecto de la toledana; y
en el político, en la creación de una extensa tierra de nadie a orillas del Duero,
que separará durante dos siglos a cristianos y musulmanes.

Según la tradición, entre los tributos debidos por los astures figuraba la
entrega anual de cien doncellas, y si la leyenda no es cierta, pudo al menos
serlo, pues sabemos que es frecuente, incluso en épocas posteriores, la entrega de
mujeres de la familia real como esposas o concubinas de los emires y califas, y
las fuentes musulmanas hablan de un activo comercio de esclavas entre los reinos
del norte y Córdoba. En cualquier caso, el Tributo de las Cien Doncellas plasma
una realidad: el pago de unos impuestos que sólo cesaría cuando el reino tuviera
fuerza militar suficiente para enfrentarse a los ejércitos que los emires envían
para cobrarlos y castigar a los que se resisten.

Alfonso II estaba en condiciones de negar los tributos gracias a las


continuas sublevaciones de los muladíes de Mérida y de Toledo, apoyados por
beréberes y mozárabes que impidieron a los cordobeses lanzar sus habituales
campañas de intimidación mientras en la zona oriental los muladíes del Ebro y los
ejércitos carolingios actuaban con absoluta independencia o apoyaban a los
rebeldes de Pamplona, de Aragón y de los condados catalanes. Esta realidad, sin
embargo, se ha explicado de un modo más romántico y providencial: el fin de la
contribución se habría logrado gracias a la milagrosa intervención del apóstol
Santiago -cuyo sepulcro se cree descubierto en estos años-, que combatió al lado
de Alfonso II y obtuvo una resonante victoria en Clavijo, batalla legendaria de
fecha controvertida para los historiadores que en ella creen y con repercusiones
que perviven en la actualidad.

Los estudios actuales han demostrado que el Apóstol Santiago difícilmente


pudo venir a la península en vida y que las posibilidades de que su cuerpo fuera
enterrado en Compostela son escasas, pero esto no impidió que los hombres
medievales lo creyeran y actuaran en consecuencia, convirtiendo a Compostela en
lugar de peregrinación, haciendo combatir a Santiago en favor de los cristianos
para liberarlos del Tributo de las Cien Doncellas, y pagando, desde el S. XII, el
Tributo de Santiago que perdura hasta el S. XIX y del que es recuerdo la ofrenda
que todos los años hace al apóstol el Jefe del Estado español. Si el reino de León
tiene un protector celestial, también lo tendrá Castilla cuando se independice; es
San Millán y a su monasterio al que pagan tributo los castellanos hasta épocas
modernas.

Aunque mitificada por las leyendas, la independencia asturiana constituye


una realidad que transciende el campo político y se extiende al eclesiástico
porque los hombres medievales son plenamente conscientes de que no existe
independencia real mientras el clero esté sometido a otras fuerzas políticas,
situación que padecía el reino asturcón con sus clérigos dependientes, al menos
teóricamente, del metropolitano de Toledo, en tierras musulmanas. La aceptación
del Adopcionismo por Elipando de Toledo ofrecería a Alfonso la oportunidad de
romper los lazos con la iglesia musulmana, del mismo modo que Carlomagno, con el
que Alfonso mantiene estrechos contactos a propósito del Adopcionismo, se serviría
de esta disputa religiosa para separar la diócesis de Urgel de la iglesia
hispánica e incorporarla a la carolingia, al arzobispado de Narbona.

La ruptura eclesiástica propiciada por los escritos de Eterio, obispo de


Osma, y de Beato de Liébana, fue acompañada de una fuerte visigotización del
reino, a la que no sería ajena la crónica que ya hemos citado, hoy perdida,
escrita hacia finales del siglo por algún monje mozárabe del séquito de Alfonso,
en la que aparecería por primera vez la identificación de los reyes asturianos con
los visigodos.

5.- LA BATALLA ADOPCIONISTA Y LA INDEPENDENCIA DEL REINO ASTURIANO EN EL PLANO


ECLESIASTICO

La doctrina adopcionista fue formulada por Elipando, Obispo de Toledo,


quien afirmaba que el Hijo era verdadero y real Hijo de Dios en cuanto a la
divinidad, pero en cuanto a la humanidad, era Hijo de Dios solamente por adopción,
de donde la denominación de Adopcionismo para esta doctrina.

La querella comenzó cuando Elipando, ofendido por las críticas que sobre su
doctrina había vertido Beato de Liébana, escribió una carta al Abad Fidel, cuya
personalidad nos es desconocida, en la que transmitía órdenes estrictas sobre el
acatamiento de la misma. En ella, en la que Elipando muestra su carácter
apasionado y violento, manifiesta que quien no confiese que Cristo es hijo
adoptivo de Dios por la humanidad y no por la divinidad "es hereje y debe ser
exterminado" y se ocupa también de Eterio, Obispo de Osma, que, sin duda,
manifestó con Beato sus ideas contrarias al Adopcionismo, aunque de manera menos
violenta que contra este.

Beato y Eterio tuvieron conocimiento de la carta por la ex reina Adosinda,


viuda del Rey Silo, de la que se cree que Beato fue su capellán, y la contestaron
debidamente, abriendo con ello las hostilidades de la que se ha llamado por algún
autor "la batalla adopcionista". Todo esto sucedía en tiempos del Rey Mauregato y
se extendió al período de reinado de Alfonso II.
La herejía se extendió también a la Marca Hispánica y provocó la
intervención del emperador Carlomagno.

Allí, el gran paladín del Adopcionismo fue Félix, Obispo de Urgel.


Carlomagno encargó a Alcuino la labor de hacerle volver a la ortodoxia, pero ante
su fracaso se decidió a convocar un concilio que se celebró en Ratisbona en julio
y agosto del 792 y del que Félix salió abjurando de la herejía. Después de residir
en Roma durante un tiempo, en donde nuevamente se manifestó en contra del
Adopcionismo, se produjo un suceso inesperado cuando Félix, autorizado a regresar
a su sede episcopal, no detuvo su marcha y se refugió en territorios ajenos al
Emperador. Elipando escribió entonces dos cartas, una a los obispos de la Galia y
otra al mismo Emperador, defendiendo su doctrina y a su seguidor Félix, rogando a
aquel que mediara en la contienda.

Carlomagno, con buen criterio convocó un nuevo concilio que se reunió en


Francfurt en el año 794. En su apertura, el Emperador leyó la carta que le había
dirigido Elipando (del que no consta su presencia en el concilio, como tampoco la
de los demás personajes hispánicos implicados) y pidió consejo para contestarla.
Sin embargo, Carlomagno influyó decisivamente en el desarrollo de las
deliberaciones pues, en el mismo acto, se manifestó contrario a las tesis
adopcionistas, de las que dijo eran un error que debía ser extirpado cortando por
lo sano. Como es de suponer, el concilio resolvió que, de acuerdo con las Sagradas
Escrituras y la Patrística, Cristo era hijo propio y no adoptivo del Padre.

El Adopcionismo no desapareció hasta después de la muerte de Félix, que tuvo


lugar en Aquisgrán en los primeros años del s.IX, pues, a pesar de haber
renunciado nuevamente a los postulados de la herejía, no se le volvió a permitir
el regreso a su sede.

En definitiva, el Adopcionismo parece que no se trataba únicamente de una


doctrina religiosa, sino que detrás de su formulación estaba la intención de
Elipando de encontrar una forma de sincretismo con el Islam que, cuando menos,
favoreciera el modus vivendi entre cristianos y musulmanes en las tierras
conquistadas por estos. Se comprende con ello, la importancia que tenía tanto para
Alfonso, como para el propio Carlomagno, la lucha contra la herejía, y se
comprende también, que su erradicación supusiera la integración del Reino
Asturiano en el contexto europeo del momento, pues haber llegado a una forma de
sincretismo con los musulmanes habría implicado una configuración de Hispania
diferente a la del resto de la cristiandad occidental.

En el Reino Asturiano, el Adopcionismo estuvo bastante extendido y duró


hasta más allá de la muerte de Félix, dividiendo a la iglesia del reino. Sin
embargo, sirvió para que la comunidad política reafirmara su independencia y
personalidad, desligándose de la tutela de la sede episcopal de Toledo de la que,
hasta entonces, había dependido y que se encontraba dentro del reino musulmán
enemigo.

Así, acabado el concilio de Francfurt, el año 794, Carlomagno dirigió sendas


cartas, de contestación a Elipando y a los obispos españoles mozárabes,
indicándoles las resoluciones adoptadas. La carta de contestación incluía otra del
Papa Adriano que iba dirigida a los "dilectísimos hermanos y consacerdotes
nuestros que presiden las Iglesias de España y de Galicia", es decir, de la España
árabe y del Reino de Asturias, al que por primera vez se le reconocía una
organización eclesial propia.
6.- LAS ACEIFAS MUSULMANAS

Aunque se ha considerado a Alfonso II el monarca con el que se consolidó el


reino asturiano, este estuvo sometido a una intensa presión por parte de los
musulmanes que no renunciaban a los beneficios que les reportaba un reino débil y
sometido.

Así, Hisham I, hijo de Abd al Rahman I, realizaba aceifas cada año sobre las
tierras asturianas. En 793 llegó, incluso, a Narbona en donde derrotó al duque de
Tolosa. Este era el ejército con el que tenía que medirse el pequeño reino
asturiano.

En 794, Hisham organizó una fuerte aceifa contra el Reino de Asturias,


dirigida por el general Abd al Malik al Wahid ben Muguit que había dirigido el
ejército que, el año anterior, había derrotado al duque de Tolosa en Francia.
Ahora combatía, sin embargo, con un ejército menos poderoso y sobre un terreno
poco adecuado para el despliegue de la caballería, de tanta importancia en las
campañas musulmanas. Abd al Malik cruzó la cordillera que separa León de Asturias
y, sin encontrar resistencia, entró en Oviedo. Pero, a su regreso, tal como relata
el cronista árabe Ibn al Athir, "los musulmanes, engañados por su guía, fueron
sometidos a duras pruebas. Muchos perecieron así como sus monturas, perdiendo
también bagajes."

Esta es la expedición que terminó con la victoria cristiana de Lutos, de la


que también dan noticia las crónicas cristianas con la consabida exageración de
muertos musulmanes al dar, en esta ocasión, la cifra de setenta mil muertos .

Pero mucho más grave fue la aceifa del 795, en la que Hisham envió un
potente ejército al mando del experimentado general Abd al Karim al Wahid Ibn
Muguit, hermano de Abd al Malik. El ejército musulmán ocupó en primer lugar
Astorga y después derrotó y puso en fuga al ejército de Alfonso II, que había
contado con la colaboración de vascos "y otros paganos", perdiendo a sus mejores
guerreros. Los musulmanes lanzaron su caballería a lo que en la terminología
militar se llama explotación del éxito, persiguiendo a los fugitivos, destruyendo
cultivos y reduciendo a cenizas los poblados.

La vanguardia alcanzó pronto el río Trubia donde derrotó nuevamente a


Gundemaro que con tres mil jinetes trataba de retrasar el avance árabe y proteger
la retirada de Alfonso II y el resto de sus fuerzas; el destacamento fue aplastado
y el mismo Gundemaro hecho prisionero.

Nada podía ya detener el avance musulmán. Abd al Karim,que se había fijado


como objetivo de la aceifa la captura de Alfonso II y la destrucción del Reino
asturiano, continuó avanzando. Alfonso descendió de las montañas para defender el
cruce del Nalón desde una posición fortificada en la orilla, pero después,
considerando a esta poco sólida, la abandonó al enemigo. Al día siguiente, sin dar
tregua a los fugitivos, partieron diez mil jinetes musulmanes en persecución de
Alfonso, quien, después de abandonar Oviedo, donde entraron sus perseguidores,
pudo escapar refugiándose en las montañas. Dado lo avanzado de la estación y antes
de que el mal tiempo impidiera las operaciones militares, el ejército musulmán
emprendió el viaje de regreso a Córdoba con un importante botín. La campaña de Abd
al Karim, aunque victoriosa, no pudo alcanzar su objetivo. Alfonso II, libre,
podía pensar ahora en reconstruir su ejército y remediar los destrozos de la
aceifa árabe.

Oviedo que había sido declarada capital del reino asturiano por Alfonso II,
sólo volvió a se alcanzada por otra aceifa más de los musulmanes, la que se llevó
a cabo al año siguiente, el 795.
El 27 de abril del año 796, murió Hisham I, después de haber reinado durante
algo más de cuarenta años. Dejaba el trono a su hijo Al Hakam, quien,
aprovechando, sin duda, los preparativos militares ya hechos por su padre, envió
una expedición contra los cristianos ese mismo año. La expedición llegó hasta el
mar en un lugar no determinado con seguridad, pero acabó con una vuelta
precipitada de los árabes a sus dominios.

Se abriría entonces un período de calma para el reino asturiano gracias a


las luchas civiles desatadas en Al Andalus al disputar el trono a Al Hakam,
Suleyman y Abd Allah.

7.- POLITICA OFENSIVA DE ALFONSO II

Afianzado el reino, a pesar de los ataques musulmanes, Alfonso II comienza


una política ofensiva: refuerza su control de Galicia, presta ayuda a los muladíes
y mozárabes de Toledo y Mérida, ampara en sus tierras a los sublevados contra
Córdoba, realiza ataques contra los dominios musulmanes, llegando a conquistar
momentáneamente Lisboa y obtiene un botín considerable al que, seguramente, no
fueron ajenas las numerosas obras realizadas en Oviedo, donde se construirán
palacios, baños, iglesias y monasterios, de los que todavía conservamos la Cámara
Santa de la catedral ovetense y la iglesia de San Julián de los Prados, en las
afueras de la ciudad.

La mala situación que atravesaba Al Andalus con las mencionadas luchas


dinásticas, se unieron a la presión que ejercían los francos desde la Marca
Hispánica para permitir a Alfonso II tomarse el desquite de la aceifa de Abd al
Karim y su saqueo de Oviedo, tan humillante para el Reino Asturiano.

En efecto, las revueltas internas en el reino árabe alcanzaron una gran


intensidad en ciudades como Mérida, Toledo y Zaragoza, las dos primeras
importantes centros de población muladí, siempre dispuesta a levantarse contra los
árabes puros.

Los ejércitos carolingios, por su parte continuaban atacando en el noreste


de la península y el año 801, los francos ocupaban Barcelona después de raciar las
tierras de Lérida y Huesca. Una expedición árabe de socorro que se dirigía a la
plaza sitiada fue interceptada por Guillermo, conde de Tolosa. La expedición
cambió de rumbo y se dirigió contra el flanco oriental del Reino Asturiano, donde
sufrió una gran derrota; Alfonso había coordinado sus acciones militares con las
de los ejércitos imperiales.

8.- DERROCAMIENTO DE ALFONSO II, MARCHA A ABELANIA Y POSTERIOR RECUPERACION DEL


TRONO. NUEVAS ACEIFAS MUSULMANAS.

Fue por el año undécimo del reinado de Alfonso cuando ocurrió en la corte de
Oviedo un suceso singular, rodeado de extrañas circunstancias: Alfonso II fue
expulsado del trono y encerrado en el monasterio de Abelania, del que fue
posteriormente liberado por unos fieles encabezados por el llamado Teudane y
restablecido en la corte de Oviedo.

Tampoco aquí se ponen de acuerdo los historiadores, pues Constantino Cabal


afirma que Alfonso no fue encerrado, sino que se refugió en Abelania "mientras el
reino retornaba al orden bajo la espada de Theudia" .

La noticia nos la dan las crónicas que silencian, sin embargo, el nombre del
rebelde autor del destronamiento y encierro del rey; ello ha dado lugar a varias
hipótesis, entre ellas la de tratarse de algún personaje de muy elevada posición
en la Corte. Otra circunstancia curiosa es que ninguna de las redacciones de la
crónica de Alfonso III, salvo la Crónica Najerense, hacen mención del episodio.

Se discute sobre la identificación del monasterio de Abelania, del que no


quedan restos en la actualidad y que parece se hallaba en el actual concejo de
Abelaña,situado a tres kilómetros de Mieres. Ignoramos igualmente la duración del
secuestro real, la fecha límite no puede ir, en cualquier caso, más allá del año
808 en que Alfonso II hiciera donación a la iglesia de Oviedo de la famosísima
Cruz de los Ángeles.

Otros datos nos inducen, también, a pensar que el encierro real debió tener
corta duración. La Crónica de Albelda, fuente principal y casi única de este
episodio, no nos dice que el secuestrador llegara a ser rey ni figura su nombre,
tampoco, ni el de ninguna otra persona en las listas reales; por otra parte,
solamente el rey pudo tener autoridad bastante para mandar las tropas del Reino de
Asturias frente a las aceifas musulmanas de aquellos años, ya que, en el 803, Abd
al Karim atacaba otra vez Álava y Castilla, y en el 805, Al Hakam renovaba la
lucha con un fuerte ejército que acaudillaba Abu Otman Ubayd Allah, el vencedor de
Bermudo I en Burbia, que aquí, por el contrario, encontró un final desastroso al
ser derrotado y muerto en las hoces del Pisuerga. Campaña tan importante,
victoriosa además, es impensable en una situación de guerra civil o de conmociones
graves del reino.

Los combates con los árabes se repitieron después en los años 816, 821, 826,
838, 839 y 840, este último mandado personalmente por Abd al Rahman II.

Los cronistas de la época nos han dejado el testimonio de la barbarie de


estas guerras, decribiéndonos la costumbre de degollar sobre la marcha a los
prisioneros, se rindieran o no, y hacer cautivos a los no combatientes, en el
mejor de los casos.

"Un día, en que el ya mencionado casto y pío Rey Alfonso dispuso a mano de alguna
cantidad de espléndido oro y rica pedrería, pensó hacer con ella una cruz para el
altar del Señor. En este pensamiento y después de haber recibido el cuerpo y la
sangre de Cristo, como tenía por costumbre, se dirigió a la curia regia para
comer. Llevaba el oro en la mano cuando he ahí que se presentan dos ángeles con
apariencia de peregrinos y, haciéndose pasar por aurífices [se ofrecieron a
laborar] y a los que dió oro y piedras y una casa donde, sin estorbos humanos
pudiesen realizar su labor. La cosa que sigue es algo maravilloso, inusitado desde
los apóstoles a nuestros días. El rey, después del breve lapso de la comida,
recapacita y manda unos emisarios para que vigilen e inquieran quiénes eran
aquellos a los que entregó el oro. Y estos, cerca ya de la cassa donde laboraban
los aurífices, vieron que salían de ella raudales de luz que más parecía emerger
del sol que hecha por los hombres. Miraron los enviados por una ventana y vieron
que los angélicos maestros habían desaparecido y que sólo en medio estaba la cruz
ya hecha, de la que emanaba la luz como la del sol. De ello se dedujo que fue
aquello una obra divina y no humana. Al oír esto, el devotísimo rey fue con rápido
paso a entonar himnos y laudos a Dios por el beneficio que le hacía. Y con toda
reverencia puso la cruz en el altar de San Salvador. (Crónica del Silense,
traducción de Jesús Evaristo Casariego.)

9.- MAHAMMUD Y SUS RELACIONES CON ALFONSO II.

Otro de los sucesos que recogen las crónicas, tanto musulmanas como
cristianas, y a la que, tal vez, le dieron una importancia mayor de la que en
realidad tuvo, fue el refugio en Galicia de un caudillo rebelde muladí de Mérida,
llamado Mahammud, bajo la protección de Alfonso II.

Mérida, que durante la dominación romana llegó a convertirse en la


importante ciudad que aún nos sugiere la contemplación de sus ruinas, continuó
siendo un núcleo de población importante en la España musulmana. Muchos de sus
habitantes eran muladíes, españoles cristianos renegados, y beréberes de raza,
unos y otros hostiles a la población dominante de árabes puros. De ahí que durante
el emirato, y aún del califato, sus rebeliones contra Córdoba fueran constantes
hasta el punto de obligar a los emires a construir la alcazaba para alojar a una
guarnición permanente.

En una de las rebeliones, en tiempos de Abd al Rahman II, encontramos como


jefe al citado Mahammud Ibn al Yabar, que presenta todas las características de un
típico guerrillero español. Acosado por Abd al Rahman, abandona Mérida hacia
Badajoz y el Valle del Guadiana; atacado sin pausa por las tropas del emir, acaba
por refugiarse en Monte Sacro, cerca de la actual ciudad portuguesa de Faro, de
donde es también desalojado en última instancia. En torno al año 835 se instala
definitivamente en Galicia.

Aunque no hay acuerdo entre los cronistas árabes y cristianos, lo más


probable es que , tal como nos cuentan estos últimos, Mahammud entrara en el reino
cristiano mediante un acuerdo con Alfonso II a quien no podía sino favorecer esta
situación.

Siguiendo la crónica de Alfonso III, Mahammud, en el octavo año de su


llegada a Galicia, comenzó, una vez recibidos refuerzos musulmanes, a saquear las
tierras cristianas, haciéndose fuerte en el castillo de Sta. Cristina. Alfonso que
temía un ataque conjunto de Mahammud y Abd al Rahman II, con quien el rebelde
andaba en tratos, reunió sus fuerzas y puso sitio al castillo. En el primer
combate pereció Mahammud, cuya cabeza fue llevada a Alfonso, quien lanzó
inmediatamente el ataque definitivo que rindió al castillo.

Según las crónicas, con su habitual estilo hiperbólico, las huestes de


Alfonso II mataron a "cincuenta mil" moros en el asalto al castillo.

10.- RELACIONES CON LA CORTE CAROLINGIA.


Las relaciones históricas del Reino de Asturias con Carlomagno ofrecen la
particularidad de ser totalmente silenciadas por los cronistas hispanos, tanto la
Crónica Albeldense, como en la Alfonso III. Sólo se hicieron eco de ellas los
cronistas franceses.

Prescindiendo de la controvertida cuestión de la fecha en que tales


relaciones pudieron haber comenzado, sabemos que en la fecha que se supone, el año
795, Alfonso II envió una embajada a Luís el Piadoso, hijo de Carlomagno, por
entonces en Tolosa, a quien su padre había confiado el reino de Aquitania y la
tarea de hacer frente a todos los asuntos que surgieran al sur de los Pirineos. La
embajada ofreció a Luís el Piadoso los regalos de Alfonso II y cumplió la misión
principal de asegurar la amistad entre los dos soberanos.

Constantino Cabal considera que las relaciones con el Imperio Carolingio se


iniciaron como consecuencia de la querella adopcionista que vivía el Reino en los
últimos años del siglo octavo , presentándolo, no obstante, de una manera un tanto
ambigua al decir "Tuvo que ser ese instante de la lucha religiosa, el que
determinó las conexiones del reino de D. Alfonso y el reino de Carlomagno...tuvo
que ser este instante el que ofreció la ocasión" para que el Reino abandonara el
terrible aislamiento en que había vivido desde su fundación. De estas palabras
parece deducirse que Alfonso II buscó la alianza con el Emperador a través de su
interés común sobre el Adopcionismo, sin embargo, personalmente creo que para
buscar las verdaderas causas del envío de la primera embajada asturiana al reino
de los francos hay que tener en cuenta que, por aquellas fechas, Alfonso hacía
frente a momentos difíciles derivados de las aceifas musulmanas que Hisham enviaba
contra él, su interés en buscar el apoyo del Emperador se basaría, no sólo en el
interés común por el adopcionismo, sino en otro quizá más fuerte, su preocupación
por los musulmanes, fronterizos con ambos reinos. Como hemos visto en los años 794
y 795, los árabes entraron en Oviedo y estuvieron a punto de hacer prisionero a
Alfonso II, este, entonces totalmente aislado, se debió ver obligado a buscar el
establecimiento de unos lazos más firmes con el ya gran Imperio Carolingio. No
hay, sin embargo, dato alguno que permita dar crédito a las afirmaciones del
biógrafo del Emperador de que la vinculación del rey asturiano era tan estrecha
con Carlomagno que cuando Alfonso le enviaba cartas o embajadores "agradaba darse
el nombre de vasallo suyo"

No consta, sin embargo, que Aquitania proporcionase soldados al Reino


Asturiano, tal como dice Benedictus Niese
Alfonso envió una nueva embajada a Carlomagno cuando el emperador se
encontraba en Herstal (Sajonia), a donde había llegado a mediados de noviembre del
año 797. Allí recibió a Fruela, el embajador asturiano, que le ofreció como
presente una tienda de campaña de gran belleza, muy probablemente botín de alguna
de sus campañas contra los musulmanes.

Finalmente, según los anales franceses, Alfonso mandó una tercera embajada a
Carlomagno en el invierno del 798. El emperador residía entonces en Aquisgrán y
recibió de nuevo al embajador Fruela, acompañado en esta ocasión de Basiliscus.
Hicieron entrega a Carlomagno del presente de Alfonso: siete moros con otras
tantas mulas y lorigas, producto del botín que el rey de Asturias había ganado en
la toma de Lisboa, ocupada poco antes, lo que daba al presente un carácter más de
símbolo de la victoria que de regalo en sí.

Basiliscus, el personaje que acompañó al embajador Fruela en esta ocasión,


era un teólogo de renombre, contradictor también de las tesis del obispo Elipando
en la querella adopcionista y que vivía en Asturias a finales del siglo VIII. Sus
escritos, se conservan entre los mozárabes codobeses a mediados del siglo IX y
confirman la existencia en Asturias de un foco de cultura, continuador del
visigodo, en el último cuarto del siglo VIII y del que Beato de Liébana fue su
representante más destacado.

Aunque se cree que Beato mantuvo relaciones con Alcuino, de la corte de


Carlomagno sólo conocemos con certeza la llegada a Asturias de Jonás, Obispo de
Orleans, por medio de la noticia incidental que, en uno de sus escritos, nos ha
dejado. Siguiendo a García Toraño, digamos que debió estar en Asturias en torno al
año 799 en plena querella adopcionista. Es probable que, incluso, su viaje
estuviera relacionado con esta herejía, de la que nos dice que aún tenía adeptos
en el Reino de Asturias por él visitado.

11.- LA RESTAURACIÓN DEL ORDEN GOTICO.

En la Crónica Albeldense encontramos una enumeración y descripción sumaria


de todas las construcciones religiosas, palacios y baños levantadas por Alfonso
II. Esta referencia a las obras del monarca, aunque importantes en sí mismas, nos
sirven mejor de introducción a otro tema de más trascendencia, si cabe, el
testimonio del orden político establecido en Asturias por Alfonso II y que la
Crónica nos resume con las siguientes palabras: "y todo el orden gótico tal y como
era en Toledo lo estableció tanto en la iglesia como en el palacio" .

En efecto, las nuevas e importantes iglesias de la corte, así como el


palacio, eran manifestación de la fuerza y poderío del nuevo estado que abarcaba
ya una considerable extensión, había aumentado en gran manera sus recursos y
contaba con un ejército organizado, capaz de defenderlo y aumentarlo y que exigía
por eso un aparato estatal para su administración. Lo más lógico en tal caso era
inspirarse en el modelo del estado visigodo del que el Reino de Asturias se sentía
continuador.

No obstante, hay que empezar diciendo que en la esfera de la organización


religiosa, salvo la negación de la obediencia a Toledo con motivo de la querella
adopcionista, no se advierte novedad importante en relación a los tiempos
visigóticos. Las diócesis continuaron siendo las mismas porque la competencia para
su modificación correspondía a Roma, de suerte que la conversión de Santiago en
sede metropolitana contra los derechos de Iria Flavia (la tradición la achaca a
una actuación de Carlomagno) y lo mismo la de Oviedo en perjuicio de Lugo y Braga,
se apoyan en documentos con supuesta autorización del Papa. Y en la liturgia, el
rito nacional o mozárabe continuó en el Reino de Asturias hasta su sustitución
por el rito romano en tiempos de Alfonso VI.
Isabel Torrente Fernández nos informa de cómo la historiografía actual toma
fundamentalmente dos posturas, la de quienes sostienen que Alfonso puso su vista
en Toledo y la de quienes piensan que en Aquisgrán.

Quienes mantienen esta segunda interpretación , se


Fachada oriental de la Iglesia de San Julián de los Prados, o Santullano,
mandada construír en Oviedo por Alfonso II. En la fotografía se observa el vano
del triforio, habitación situada sobre el altar mayor que no cuenta con otro hueco
al exterior más que la ventana que se ve. Este habitáculo, común en las iglesias
aturianas, servía para guardar las preseas del templo aunque, más probablemente,
se trataría de la celda de un monje.

apoyan, entre otras cosas, en un fragmento del Testamentum Regis Adefonsi del año
812, en la que se expone con claridad, teñida de cierto entusiasmo, las raíces
mismas del regnum:

"Por don tuyo [Jesucristo] la victoria de los godos brilló no menos clara en
España entre los reinos de diversas gentes. Mas puesto que te ofendió su arrogante
jactancia, en la era 749 [el pueblo godo] perdió la gloria del reino, junto con el
rey Rodrigo, pues merecidamente sufrió la espada árabe.

De esta peste libraste con tu diestra, Cristo, a tu siervo Pelayo, el cual


fue elevado al rango de príncipe y, luchando victoriosamente, abatió a los
enemigos y defendió, vencedor, al pueblo cristiano y astur, dándoles gloria."

En el otro lado, parece encontrarse García Toraño, quien nos dice que el
alcance de lo que ha sido calificado como introducción del orden gótico se
concreta en dos hechos: uno, que en la corte de Oviedo se estableció una sede
episcopal, con la correspondiente aparición de jerarquías y subordinaciones, y
dos, que la liturgia que, hasta Alfonso II debió vivir en un pobre ejercicio por
la estrechez de los tiempos y lo limitado de los recursos, podía ahora desplegar
el esplendor que tuvo en la corte toledana, lo cual no puede ser tampoco
minusvalorado, pues de sobra es conocida la importancia que en esas épocas tenía
el ceremonial en la conciencia de los pueblos.

La misma Isabel Torrente, nos indica una dato interesante en relación a la


duda sobre el alcance y el momento del programa goticista en la Corte Asturiana,
según ella, tal duda no supone la negación de las influencias góticas en la
estructura política del Reino y la influencia que la Iglesia tuvo en su difusión.
De hecho la creciente extensión territorial hace necesario un aparato
administrativo cada vez más desarrollado en el que se sustente la acción del
monarca y sobre el que se vaya desarrollando también, la formación política de la
sociedad asturiana. A ella contribuyen tanto la evolución autóctona propia, como
otras influencias externas de origen carolingio y visigótico, muchas de ellas
llegadas a través de la institución eclesiástica.

El estado visigodo se había derrumbado en el año 711, pero no así la Iglesia


que mantiene relaciones tanto con la de Toledo como con la carolingia y que
continúa con el proceso evangelizador de las tierras del Norte de la península. En
consecuencia, es razonable pensar que muchos elementos carolingios entrarían a
través de esta institución, pero que, sobre todo, se introducirían numerosos
elementos visigodos, pues tanto la cultura como la iglesia hispanas tuvieron tal
carácter, no sólo en las formas arquitectónicas y ornamentales de sus edificios
religiosos, sino también en el aspecto intelectual; por ello, no es descabellado
pensar que los presbíteros y monjes aportasen principios de teoría política
isidoriana al poder asturiano, sin que de ello pueda deducirse, tampoco, una
restauración total del orden gótico.

Junto a todo lo anterior, hay que mencionar que las obras cronísticas
asturianas están impregnadas en distinta medida por una inspiración bíblica en la
que se advierte el optimismo ante una próxima liberación de un poder ostentado por
gentes de religión extraña; incluso se establecen analogías con la cautividad de
Babilonia, pues el soberano islámico es denominado "babylonicus rex" y los
musulmanes "caldeos", lo cual, tácitamente, asimila a los cristianos con los
judíos. La religión, y sobre todo, las características culturales de los
mozárabes, que mantenían arraigadas las tradiciones visigodas, llevó a ir
fraguando la idea de que el orden gótico no había desaparecido totalmente, sino
que había atravesado un obscurecimiento únicamente pasajero.

En cualquier caso, la restauración del orden gótico ha de tener una


importante transcendencia práctica, pues legitima al Reino Asturiano para
reconquistar las tierras que un día pertenecieron a la Monarquía Visigótica y que
ahora están ocupados por el Islam; no en balde la Crónica de Alfonso III, en su
versión A Sebastian, hace constar en la nómina real que Pelayo es del linaje de
los reyes Leovigildo y Recaredo, o lo que es lo mismo, del linaje de los
verdaderos monarcas españoles; por tanto, no podía provenir de otra parte la
liberación del pueblo cristiano que tanto anhelaban los cronistas mozárabes.

12.- COMENTARIO BLIBLIOGRAFICO

Para realizar un trabajo como el presente, es necesario comenzar por


consultar obras de carácter general que nos aporten un conocimiento de las
condiciones generales en las que se desarrollaba la vida de los personajes y las
instituciones de las que nos vamos a ocupar.

En este sentido, las obras generales aportan diferentes visiones según los
autores que consultemos y de las características de la obra o de la edición,
diferencias que alcanzan, incluso, a aspectos específicos del tema que se trate.
Recordemos, en este sentido, la nota a pié de página dedicada a la opinión de
José luís Martín sobre la introducción del Orden Gótico en Oviedo.

De ahí, que se puedan encontrar diferencias entre las obras generales que he
elegido para consultar y que corresponden una, a los años cincuenta, otra, a los
setenta y otra, la más reciente, del año 1989.

Así, la de tratamiento general más clásico es la "Historia de España Antigua


y Medieval" de García de Valdeavellano (Alianza Editorial, Madrid 1990). Las otras
dos, de autores pertenecientes a una generación historiográfica más moderna,
tienen, también tratamientos del tema distintos entre sí, pues la "Historia de
España" editada por Historia 16 (Tomo 3, La Alta Edad Media. José Luís Martín y
otros. Informaciones y Revistas, S.A., 1980), debido quizá al carácter divulgativo
que suelen tener las ediciones de esta casa, presenta un sistema que podríamos
llamar más clásico que la "Historia Medieval de los Reinos Cristianos" (P.
Iradiel, S. Moreta y E. Sarasa. Ed. Cátedra, 1989)

Por lo que se refiere a obras más específicas hay que remitirse, además de a
la de Constantino Cabal sobre el reinado de Alfonso II en particular, a las que
existen sobre el Reino de Asturias que, aún siendo varias, no son fácilmente
encontrables en las librerías. La bibliografía manejada ha sido la siguiente:
1. "Crónicas de los reinos de Asturias y León". Jesús E. Casariego. Ed.
Everest, 1985.

Es una edición de las crónicas más sencilla que la que comento en el


siguiente punto; contiene menos información y un tratamiento, al menos en
apariencia, menos trabajado que esta, pero tiene la virtud de la facilidad de
lectura y manejo propia de una obra de marcado carácter didáctico. El tema de
Alfonso II tiene un contenido similar en ambas ediciones, dado el pequeño espacio
que estas Crónicas le dedican, pero la de Casariego reúne una colección más
completa de historias cronísticas que la edición de la Universidad de Oviedo.

2. "Crónicas Asturianas". Juan Gil Fernández y otros. Universidad de


Oviedo, 1985.

Esta edición de la Universidad de Oviedo contiene la versión bilingüe de las


crónicas Albeldense y de Alfonso III en sus dos versiones A Sebastian y Rotense,
acompañadas de un amplio índice de nombres final.

Resulta muy interesante manejar dos ediciones de crónicas, pues permite


comparar las diferencias de traducción entre una y otra, que no es, en el fondo,
sino la diferencia en el tratamiento del tema entre los dos autores.

3. "Historia de Asturias". Tomo II. "La Epoca Medieval". vv.aa. Ed. Prensa
Asturiana, S.A. 1990.

Es una obra de carácter general que contiene, sin embargo, un interesante


estudio sobre la monarquía asturiana en el que se pone de manifiesto el carácter,
en gran parte, especulativo e hipotético que tienen los conocimientos sobre ella.
Por otro lado, la parte dedicada a los datos incontrovertidos tiene también un
extraordinario interés, pues aporta un valioso esquema general del Reino.

4. "Orígenes. Arte y Cultura en Asturias. Siglos VII-XV". vv.aa. Orígenes


y Lunwerg Editores, S.A., 1993
Es también una obra de carácter general, aunque, en muchos aspectos, muy
amplia e interesante. Son pocos los datos relativos a Alfonso II que contiene,
pero aporta una visión interesante de la sociedad medieval asturiana y de la
capitalidad en Oviedo.

5. "Historia de el Reino de Asturias (718-910). Paulino García Toraño;


Edición propia, Oviedo 1986.

Se trata de una obra interesantísima que ofrece un tratamiento riguroso y


una visión completa y bien documentada sobre el Reino de Asturias. Además, por
los datos que ofrece la edición, se trata de una obra más moderna que los estudios
clásicos sobre el tema.

Lamentablemente, la obra parece no tener facilidades de difusión, dadas las


características de la edición, por lo que, no se encuentra con facilidad en las
librerías de fuera del Principado.

6. "Orígenes de la Nación Española. El Reino de Asturias". Claudio Sánchez


Albornoz. Sarpe, 1985.

Poco se puede decir de la obra de Sánchez Albornoz; su calidad e interés


están fuera de toda duda; sin embargo, precisamente por su divulgación y
conocimiento, he intentado centrar mi atención más en otras obras menos conocidas
y, en la medida de lo posible y de lo recomendable, más actuales.
7. "Alfonso II el Casto". Constantino Cabal. G.E.A., 1991.

La obra de Constantino Cabal es de fundamental importancia para conocer el


reinado da Alfonso II, es, indudablemente, "la obra" para este trabajo. Sin
embargo, su estilo cronístico la hace, quizá, menos interesante para un
historiador que otras que, aunque menos específicas y completas, están elaboradas
con una visión o, al menos, con un estilo más científicos. En la propia
introducción del libro se hace mención al mérito de la obra de Constantino Cabal
que desarrolla en cientos de páginas las apenas dos hojas que dedican las Crónicas
a la figura del Rey Casto; esta amplitud puede provocar a veces la sensación de
alejarnos excesivamente de las fuentes y del núcleo de la cuestión. En cualquier
caso, el libro está espléndidamente documentado y es de lectura fácil y amena.

No he podido contar con el libro de Barrau-Dihigo "Historia Política del


Reino de Asturias", pues no estaba disponible y no ha sido enviado a tiempo para
este trabajo. Aunque se trata de una obra de hace ya bastante tiempo, hubiera sido
muy interesante contar con las aportaciones de un "clásico" que ha sido de tanta
importancia en el estudio del Reino Asturiano.
718, según unos autores, 722, según otros.
Las Crónicas coinciden en que Asturias constuía un incipiente reino a la
manera de un núcleo expansivo cuya base territorial se forma por circunstancias no
siempre explícitas. Tampoco cuenta con un término común comprensivo del conjunto,
pues, si ciertamente hay una referencia al "reino de los astures" en la
Albeldense, es aplicado tan sólo al momento de su nacimiento, pues los autores de
las Crónicas prefieren referirse a los territorios plurales: Asturias, Vasconia,
Galicia, Castilla y Lusitania, mientras que el término general de España es
utilizado para designar al territorio ocupado por los musulmanes. Para el cronista
parece tener más importancia el carácter cristiano de los reinos, lo que les da
unidad y personalidad propia. (Historia de Asturias, Tomo II, La Edad Media.
Isabel Torrente Fernández y otros. Ver comentario bibliográfico de este trabajo).
Todas las crónicas coinciden en la relación de reyes asturianos, así como en
el orden de sucesión. "Historia de Asturias", tomo II, Edad Media; vv.aa. Ed.
Prensa Asturiana, S.A.
Hay que decir, en este sentido, que la norma general fue, en los reyes de
este período, intentar transmitir la corona hereditariamente a sus hijos, a pesar
de la tradición electiva.
Constantino Cabal parece no estar de acuerdo con lo que aquí se dice: "Lo
único que hay de cierto, en este caso, es que Silo sacó a Alfonso de su retiro de
Samos... Gobernaba el palacio: nada más". Veáse su obra sobre Alfonso II reseñada
en el comentario bibliográfico de este trabajo, pág. 63.

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