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Ignacio Montes
INDICE
1. ANTECEDENTES
5. LA BATALLA ADOPCIONISTA
A medida que pasan los años en la España conquistada por los musulmanes,
disminuye la importancia de los cristianos que habían quedado en ellas
(mozárabes), sus actitudes se van radicalizando y va desapareciendo la tolerancia
religiosa que había caracterizado a los primeros colonizadores árabes; los más
radicales se refugian en los reinos cristianos y plasman en sus crónicas sus
intereses y pensamientos antimusulmanes; llegan así a establecer una visión de los
primeros focos de resistencia del norte de España, en la cual, quienes combaten en
Covadonga no son los montañeses asturianos, sino los restos del ejército visigodo,
cuyo jefe, Pelayo, sirve de enlace directo entre el rey leonés del momento en que
se escribe la crónica, Alfonso III, y la familia real visigoda. Se establece así
la idea de la unidad de Hispania, que bajo la dirección de los reyes leoneses
tiene en Covadonga su punto de origen y en los cronistas mozárabes del s.IX los
primeros defensores .
El año 768, después de once años y tres meses de reinado, moría Fruela I
asesinado en Cangas de Onís, entonces capital del Reino Asturiano. La rudeza del
carácter de que hablan los cronistas y, de modo especial, el crimen cometido con
su hermano Vimarano concitaron, sin duda, muchas voluntades contra el Rey, dando
paso a la conspiración que le costaría la vida.
La política de amistad y sumisión seguida por estos reyes con los musulmanes
no impidió, sino que seguramente alentó, las sublevaciones de los vascos durante
este período y de los gallegos contra el rey Silo. No todos están de acuerdo con
la política de sumisión del Reino Asturiano a Córdoba, que se manifestaba a través
del pago de tributos, y muchos ponen sus esperanzas en Alfonso. Esta parece ser,
según el criterio de algunos historiadores, la causa de la revuelta de los
gallegos contra el rey Silo
Este sistema de la asociación al trono había sido utilizada por los reyes
como una forma de garantizar la sucesión a sus herederos, facilitaba el tránsito
de un reinado al siguiente, al tiempo que les otorgaba un prestigio que favorecía
su candidatura; influía también la colocación en puestos claves de la
administración de personas adictas al sucesor y su familia y, por último, pero no
de menor importancia, también influía el convencimiento de que era preferible una
sucesión pacífica sobre esas bases que una contienda entre pretendientes al trono,
situación harto común en aquellos tiempos.
Tal como nos dice Sánchez Albornoz , Alfonso II "tuvo que huir de los
musulmanes en más de una ocasión para no caer en cautiverio, pero su monarquía
atravesó sin perecer la aguda crisis y, cuando medio siglo después murió Alfonso
en Oviedo, no sólo se mantenía en pié, vigoroso e indómito, el reino de los
politeístas, sino que los emires jamás pudieron después pensar en destruirle".
El segundo de los Alfonsos asturianos, llamado el Casto, reinó durante un
prolongado período de cincuenta y un años (791-842) , durante el cual hace frente
a los poderosos ejércitos cordobeses, a los que derrota ya en varias ocasiones, y
amplía su reino ocupando tierras y ciudades al sur de la cornisa cantábrica.
Según la tradición, entre los tributos debidos por los astures figuraba la
entrega anual de cien doncellas, y si la leyenda no es cierta, pudo al menos
serlo, pues sabemos que es frecuente, incluso en épocas posteriores, la entrega de
mujeres de la familia real como esposas o concubinas de los emires y califas, y
las fuentes musulmanas hablan de un activo comercio de esclavas entre los reinos
del norte y Córdoba. En cualquier caso, el Tributo de las Cien Doncellas plasma
una realidad: el pago de unos impuestos que sólo cesaría cuando el reino tuviera
fuerza militar suficiente para enfrentarse a los ejércitos que los emires envían
para cobrarlos y castigar a los que se resisten.
La querella comenzó cuando Elipando, ofendido por las críticas que sobre su
doctrina había vertido Beato de Liébana, escribió una carta al Abad Fidel, cuya
personalidad nos es desconocida, en la que transmitía órdenes estrictas sobre el
acatamiento de la misma. En ella, en la que Elipando muestra su carácter
apasionado y violento, manifiesta que quien no confiese que Cristo es hijo
adoptivo de Dios por la humanidad y no por la divinidad "es hereje y debe ser
exterminado" y se ocupa también de Eterio, Obispo de Osma, que, sin duda,
manifestó con Beato sus ideas contrarias al Adopcionismo, aunque de manera menos
violenta que contra este.
Así, Hisham I, hijo de Abd al Rahman I, realizaba aceifas cada año sobre las
tierras asturianas. En 793 llegó, incluso, a Narbona en donde derrotó al duque de
Tolosa. Este era el ejército con el que tenía que medirse el pequeño reino
asturiano.
Pero mucho más grave fue la aceifa del 795, en la que Hisham envió un
potente ejército al mando del experimentado general Abd al Karim al Wahid Ibn
Muguit, hermano de Abd al Malik. El ejército musulmán ocupó en primer lugar
Astorga y después derrotó y puso en fuga al ejército de Alfonso II, que había
contado con la colaboración de vascos "y otros paganos", perdiendo a sus mejores
guerreros. Los musulmanes lanzaron su caballería a lo que en la terminología
militar se llama explotación del éxito, persiguiendo a los fugitivos, destruyendo
cultivos y reduciendo a cenizas los poblados.
Oviedo que había sido declarada capital del reino asturiano por Alfonso II,
sólo volvió a se alcanzada por otra aceifa más de los musulmanes, la que se llevó
a cabo al año siguiente, el 795.
El 27 de abril del año 796, murió Hisham I, después de haber reinado durante
algo más de cuarenta años. Dejaba el trono a su hijo Al Hakam, quien,
aprovechando, sin duda, los preparativos militares ya hechos por su padre, envió
una expedición contra los cristianos ese mismo año. La expedición llegó hasta el
mar en un lugar no determinado con seguridad, pero acabó con una vuelta
precipitada de los árabes a sus dominios.
Fue por el año undécimo del reinado de Alfonso cuando ocurrió en la corte de
Oviedo un suceso singular, rodeado de extrañas circunstancias: Alfonso II fue
expulsado del trono y encerrado en el monasterio de Abelania, del que fue
posteriormente liberado por unos fieles encabezados por el llamado Teudane y
restablecido en la corte de Oviedo.
La noticia nos la dan las crónicas que silencian, sin embargo, el nombre del
rebelde autor del destronamiento y encierro del rey; ello ha dado lugar a varias
hipótesis, entre ellas la de tratarse de algún personaje de muy elevada posición
en la Corte. Otra circunstancia curiosa es que ninguna de las redacciones de la
crónica de Alfonso III, salvo la Crónica Najerense, hacen mención del episodio.
Otros datos nos inducen, también, a pensar que el encierro real debió tener
corta duración. La Crónica de Albelda, fuente principal y casi única de este
episodio, no nos dice que el secuestrador llegara a ser rey ni figura su nombre,
tampoco, ni el de ninguna otra persona en las listas reales; por otra parte,
solamente el rey pudo tener autoridad bastante para mandar las tropas del Reino de
Asturias frente a las aceifas musulmanas de aquellos años, ya que, en el 803, Abd
al Karim atacaba otra vez Álava y Castilla, y en el 805, Al Hakam renovaba la
lucha con un fuerte ejército que acaudillaba Abu Otman Ubayd Allah, el vencedor de
Bermudo I en Burbia, que aquí, por el contrario, encontró un final desastroso al
ser derrotado y muerto en las hoces del Pisuerga. Campaña tan importante,
victoriosa además, es impensable en una situación de guerra civil o de conmociones
graves del reino.
Los combates con los árabes se repitieron después en los años 816, 821, 826,
838, 839 y 840, este último mandado personalmente por Abd al Rahman II.
"Un día, en que el ya mencionado casto y pío Rey Alfonso dispuso a mano de alguna
cantidad de espléndido oro y rica pedrería, pensó hacer con ella una cruz para el
altar del Señor. En este pensamiento y después de haber recibido el cuerpo y la
sangre de Cristo, como tenía por costumbre, se dirigió a la curia regia para
comer. Llevaba el oro en la mano cuando he ahí que se presentan dos ángeles con
apariencia de peregrinos y, haciéndose pasar por aurífices [se ofrecieron a
laborar] y a los que dió oro y piedras y una casa donde, sin estorbos humanos
pudiesen realizar su labor. La cosa que sigue es algo maravilloso, inusitado desde
los apóstoles a nuestros días. El rey, después del breve lapso de la comida,
recapacita y manda unos emisarios para que vigilen e inquieran quiénes eran
aquellos a los que entregó el oro. Y estos, cerca ya de la cassa donde laboraban
los aurífices, vieron que salían de ella raudales de luz que más parecía emerger
del sol que hecha por los hombres. Miraron los enviados por una ventana y vieron
que los angélicos maestros habían desaparecido y que sólo en medio estaba la cruz
ya hecha, de la que emanaba la luz como la del sol. De ello se dedujo que fue
aquello una obra divina y no humana. Al oír esto, el devotísimo rey fue con rápido
paso a entonar himnos y laudos a Dios por el beneficio que le hacía. Y con toda
reverencia puso la cruz en el altar de San Salvador. (Crónica del Silense,
traducción de Jesús Evaristo Casariego.)
Otro de los sucesos que recogen las crónicas, tanto musulmanas como
cristianas, y a la que, tal vez, le dieron una importancia mayor de la que en
realidad tuvo, fue el refugio en Galicia de un caudillo rebelde muladí de Mérida,
llamado Mahammud, bajo la protección de Alfonso II.
Finalmente, según los anales franceses, Alfonso mandó una tercera embajada a
Carlomagno en el invierno del 798. El emperador residía entonces en Aquisgrán y
recibió de nuevo al embajador Fruela, acompañado en esta ocasión de Basiliscus.
Hicieron entrega a Carlomagno del presente de Alfonso: siete moros con otras
tantas mulas y lorigas, producto del botín que el rey de Asturias había ganado en
la toma de Lisboa, ocupada poco antes, lo que daba al presente un carácter más de
símbolo de la victoria que de regalo en sí.
apoyan, entre otras cosas, en un fragmento del Testamentum Regis Adefonsi del año
812, en la que se expone con claridad, teñida de cierto entusiasmo, las raíces
mismas del regnum:
"Por don tuyo [Jesucristo] la victoria de los godos brilló no menos clara en
España entre los reinos de diversas gentes. Mas puesto que te ofendió su arrogante
jactancia, en la era 749 [el pueblo godo] perdió la gloria del reino, junto con el
rey Rodrigo, pues merecidamente sufrió la espada árabe.
En el otro lado, parece encontrarse García Toraño, quien nos dice que el
alcance de lo que ha sido calificado como introducción del orden gótico se
concreta en dos hechos: uno, que en la corte de Oviedo se estableció una sede
episcopal, con la correspondiente aparición de jerarquías y subordinaciones, y
dos, que la liturgia que, hasta Alfonso II debió vivir en un pobre ejercicio por
la estrechez de los tiempos y lo limitado de los recursos, podía ahora desplegar
el esplendor que tuvo en la corte toledana, lo cual no puede ser tampoco
minusvalorado, pues de sobra es conocida la importancia que en esas épocas tenía
el ceremonial en la conciencia de los pueblos.
Junto a todo lo anterior, hay que mencionar que las obras cronísticas
asturianas están impregnadas en distinta medida por una inspiración bíblica en la
que se advierte el optimismo ante una próxima liberación de un poder ostentado por
gentes de religión extraña; incluso se establecen analogías con la cautividad de
Babilonia, pues el soberano islámico es denominado "babylonicus rex" y los
musulmanes "caldeos", lo cual, tácitamente, asimila a los cristianos con los
judíos. La religión, y sobre todo, las características culturales de los
mozárabes, que mantenían arraigadas las tradiciones visigodas, llevó a ir
fraguando la idea de que el orden gótico no había desaparecido totalmente, sino
que había atravesado un obscurecimiento únicamente pasajero.
En este sentido, las obras generales aportan diferentes visiones según los
autores que consultemos y de las características de la obra o de la edición,
diferencias que alcanzan, incluso, a aspectos específicos del tema que se trate.
Recordemos, en este sentido, la nota a pié de página dedicada a la opinión de
José luís Martín sobre la introducción del Orden Gótico en Oviedo.
De ahí, que se puedan encontrar diferencias entre las obras generales que he
elegido para consultar y que corresponden una, a los años cincuenta, otra, a los
setenta y otra, la más reciente, del año 1989.
Por lo que se refiere a obras más específicas hay que remitirse, además de a
la de Constantino Cabal sobre el reinado de Alfonso II en particular, a las que
existen sobre el Reino de Asturias que, aún siendo varias, no son fácilmente
encontrables en las librerías. La bibliografía manejada ha sido la siguiente:
1. "Crónicas de los reinos de Asturias y León". Jesús E. Casariego. Ed.
Everest, 1985.
3. "Historia de Asturias". Tomo II. "La Epoca Medieval". vv.aa. Ed. Prensa
Asturiana, S.A. 1990.