Un año más, abrir el Programa de las Fiestas patronales de Zaragoza
es encontrarse cara a cara con la vergüenza y con el dolor, es adivinar en esas líneas siniestras la tortura y la muerte anunciadas de criaturas inocentes, tan capaces de sentir miedo y de padecer como todos los que hoy estamos aquí, es empezar a calcular cuántos toros entrarán en el ruedo llenos de vida y saldrán arrastrados, convertidos en cadáveres lacerados y mutilados, despojos mortales cuyo hedor, ninguna de las ofrendas florales a la Virgen del Pilar podrá mitigar, porque por encima de frutos, de misas, de comparsas o de rosarios, más allá de la espectacular luz de los fuegos de artificio, lo que nos queda es un rastro de sangre que podrán limpiar de la arena, pero en modo alguno serán capaces de borrarlo de nuestros corazones ni de hacer que se desvanezca en nuestras conciencias.
Honrar a la Patrona de la Ciudad, es la disculpa para celebrar, en el
Siglo XXI, sacrificios de seres vivos en La Misericordia, una Plaza cuyo nombre es una muestra más del cinismo y del sadismo que acompañan la conducta de algunos hombres, maestros en la tortura, diestros en el suplicio y figuras indiscutibles en el acto más cobarde que puede cometer el ser humano: valerse del amparo legal para actuar como criminales y escogiendo como víctimas a las criaturas más indefensas y desprotegidas que existen, los animales, todo ello concebido como un entretenimiento perverso y un negocio indigno.
Cualquier pretexto les vale como justificación en su miserable
brutalidad: una virgen, un santo, los enfermos de cáncer, los profesionales de la Prensa o una Feria estacional. Lo de menos es en nombre de qué o de quien se martiriza a los toros, lo único que importa es que explotando la fe de algunos, su sentido de la solidaridad o simplemente, alimentando el lícito afán de diversión, unos cuantos hombres han encontrado el cauce social e institucional por el que dar rienda suelta a su salvajismo, sin que el sufrimiento causado a tantos seres inocentes sea considerado un acto punible. Es arte, dicen, es tradición, es cultura... Mienten y lo hacen de un modo miserable y mezquino, porque en realidad sólo es abuso, es violencia, es sadismo y es crueldad.
Llamemos a las cosas por su nombre y el de lo que va a ocurrir
durante la Feria Taurina de Zaragoza sólo tiene uno: CRIMEN. No pueden engañarnos, ya no somos la España famélica e ignorante en la que tanto medró el toreo, que como cualquier acto brutal encuentra el caldo de cultivo idóneo en una Sociedad atrasada, doliente e iletrada. Los años de las sombras ya son Historia y aunque algunos seres grises, por más que se vistan de luces, permanezcan entre nosotros, ya no pueden evitar que analicemos sus actos cobardes y que el rechazo colectivo sea un grito al que cada vez acompañan más voces, como las de todos los que hoy aquí reunidos, exigimos la erradicación definitiva de esta repugnante carnicería subvencionada y anunciada en carteles.
No queremos corridas de toros en Zaragoza ni en ningún lugar; nos
negamos a ser cómplices en un espectáculo de sufrimiento y de muerte, y ya que la dignidad mermada de nuestros gobernantes y su ética embrutecida no tienen ni la sensibilidad ni el valor de evitarlo, nosotros exigimos que nuestros hijos no crezcan siendo testigos de cómo la saña y la perversión del hombre hacia los animales, se elevan a la categoría de actos lúdicos y culturales. No podemos permitir que algunos se sigan lucrando, gracias a las continuas y generosas aportaciones de los presupuestos municipales, de un negocio basado en la crueldad y que provoca la repulsa de la mayoría de los ciudadanos. No queremos seguir alimentando asesinos, pues esa es su función por mucho que adornen su pecho con medallas de oro al honor en las bellas artes.
Hace pocos años eran un puñado de hombres los que expresaban su
rechazo a las corridas de toros, hoy somos un movimiento creciente e imparable, hoy estamos a un paso de alcanzar logros muy importantes en la abolición de la tauromaquia y hoy, en Zaragoza, estamos dando una lección de valentía y de civilización a nuestros gobernantes, que deberían de sentirse humillados porque sea el Pueblo el que les demande justicia, el que les exija respeto para los derechos de criaturas desprotegidas ante los excesos del ser humano, y el que les tenga que recordar que aquí seguimos celebrando lo que en casi toda Europa ya se ha prohibido por considerarlo incompatible con el progreso y la obligación del hombre en preservar y conservar, no en destruir ni en ensalzar la angustia y el tormento de quienes no pueden decidir ni defenderse.
Gracias a todos por convertiros hoy en la voz de aquellos que no la
tienen. Gracias por mostrar vuestra indignación porque en Zaragoza sigan encontrando refugio y amparo institucional, los que han hecho del crimen su medio de vida, y gracias en nombre de aquellos que no pueden dároslas, porque hoy estáis haciendo posible el que el final de esta tragedia, inmensa y repetida, esté más cercano. No podrán seguir ignorando durante mucho tiempo una exigencia mayoritaria de la Sociedad, no podrán hacer que ni nos ven ni nos oyen cuando decimos que queremos una Zaragoza sin corridas de toros, y que exigimos unas Fiestas en las que la vergüenza y el dolor, no vengan a empañar la alegría merecida de todos los que a ellas asisten. No podemos admitir que mientras unos se divierten, otros agonicen con sus pulmones atravesados por el acero y encharcados en sangre.