ateniense, pues su padre, Neocles, había sido uno de los colonos que, partiendo de Atenas, había marchado a Samos dotado con un lote de tierras. El padre de Epicuro fue maestro, por lo que es probable que éste comenzase a interesarse pronto por las cuestiones intelectuales. Al parecer a los 14 años ya había comenzado a estudiar filosofía y se había hecho discípulo del filósofo platónico Pánfilo. Es posible que a partir de este encuentro Epicuro adopte su postura anti -idealista contra la concepción platónica y sus postulados básicos (la existencia de dos mundos, sensible e inteligible, la existencia de un alma inmortal, etc.). Cuatro años más tarde le encontramos en Atenas realizando el servicio militar. Podemos suponer que durante esa primera visita a la capital de la filosofía Epicuro se impregnó del ambiente cultural, pero no tenemos información al respecto de su primer viaje a Atenas. La filosofía de Epicuro se caracteriza por situarse en el lado opuesto a la filosofía platónica: afirma una sola realidad, el mundo sensible; niega la inmortalidad del alma y afirma que ésta, al igual que todo lo demás, está formada por átomos; postula el hedonismo en la teoría ética y como modo de vida y rechaza el interés por la política, optando por un estilo de vida sencillo y autosuficiente encaminado a la felicidad. Según Diógenes Laercio, un erudito del siglo III d. C. que escribió una obra titulada Vida de los más ilustres filósofos griegos y que resulta fundamental para conocer a ciertos autores de la antigüedad, Epicuro llegó a escribir 300 obras, formando un conjunto coherente y estructurado (al parecer había 34 libros dedicados al estudio de la naturaleza). Desgraciadamente lo que ha llegado hasta nosotros es muy escaso y consiste en varias cartas y fragmentos dispersos. Precisamente a Diógenes Laerció, que nos ha trasmitido algunas de esas cartas y que dedicó a Epicuro el último y más extenso capítulo de la obra que hemos mencionado, debemos hoy la mayor parte de lo que conocemos de la obra de Epicuro.
Los textos de los que disponemos en la
actualidad son la Carta a Idomeneo (que es a la vez el testamento de Epicuro, pues fue escrita el mismo día de su muerte), la Carta a Meneceo, la Carta a Herodoto así como la Carta a Pitocles y las Máximas capitales y los Escritos Vaticanos, siendo estos dos últimos una serie de máximas y sentencias breves.