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El salvador de niñas

Entre los árabes del siglo V se introdujo —probablemente por motivos de


superstición y de pobreza— la horrenda costumbre de dar muerte a las niñas recién
nacidas, práctica que reprobó Mahoma en cinco pasajes distintos del Corán. Sin
embargo, antes de que el profeta del islamismo empezara su predicación —en el
año 612—, el infanticidio había sido rechazado por los dirigentes de algunos clanes
de la península Arábiga, como el piadoso Sa' ssa' a, jefe de una tribu de pastores de
camellos.

Según lo cuenta un relato sobre la época preislámica, el jefe beduino salió un día
por el desierto, en busca de dos camellas que andaban extraviadas. La búsqueda lo
condujo a un campamento en el cual pernoctaban un viejo y sus esposas. Mientras
el hombre atizaba el fuego delante de su tienda, una mujer se debatía bajo los
dolores de un parto difícil, rodeada por sus compañeras. Entre el viejo y el recién
llegado se cruzaron las primeras palabras:

—¿Quién eres?

—Me llamo Sa' ssa' a Ibn Nadjeyya Ibn Igal.

—Sé bienvenido. ¿Qué te trae por aquí, amigo?

—Estoy en busca de dos de mis camellas, que se han apartado del rebaño.
He perdido su rastro.

—Yo las encontré. Las hemos ayudado a parir, y ahora están allí, entre esos
camellos que ves.

En aquel momento las mujeres rodearon a su esposo, gritando una y otra vez:

—¡Ya nació! ¡Ya nació!

Al oír esto el marido consideró en voz alta:

—Si es niño, ignoro lo que haré con él. Pero si es niña, no quiero ni escuchar
su voz. La mataré.

Entonces Sa' ssa' a le aconsejó:

—Si es una niña debes dejarla vivir, porque es tu hija y porque su vida
pertenece a Dios.
—¡No! —replicó el hombre—. ¡La mataré! ¡En nombre de Dios te lo digo!

—¿Cómo haré para lograr que desistas de tu propósito? —le preguntó el


visitante.

—Veo que quieres salvarla —dijo el padre—. Pues bien, cómpramela.

—Te la compro.

—¿Qué me darás?

—Te daré una de las camellas que yo perdí y tú encontraste.

—No.

—Te daré la otra también.

—Ofreces poco —advirtió el anciano—. Luego echó un vistazo al camello


que cabalgaba Sa' ssa' a y le aseguró:

—No te venderé a la niña a menos que a las dos camellas agregues este
macho, un animal joven y de hermoso color.

—Tuyo es con las dos hembras —prometió el comprador—. Pero a condición


de que me dejes montarlo para regresar con los míos.

—Concedido —aceptó el codicioso vendedor.

—De esta manera —relató después el beduino a un cronista— compré la


vida de la hija de aquel hombre, al precio de dos camellas recién paridas y de un
camello, y le hice jurar ante Dios que trataría bien a la criatura, como lo exigían los
vínculos de la sangre, mientras ella viviera, hasta que abandonara su familia o
muriese.

Y Sa' ssa' a concluyó su relato con estas palabras:

—Al alejarme del campamento dije en mi interior: He aquí una acción


generosa, en la que nadie entre los árabes me ha precedido. Y juré que en adelante
nadie enterraría viva a su hija, y que yo rescataría a cada niña por el precio de tres
camellos.

Afirma la crónica que Sa' ssa' a, el jeque misericordioso, pudo salvar así a
trescientas niñas.

Hoy el artículo 6º de la Convención sobre los derechos del niño, aprobada en 1989,
reconoce que todo niño tiene el derecho intrínseco a la vida. Pese a este solemne
reconocimiento, el infanticidio femenino ha sido denunciado por la ONU como una
de las prácticas nocivas que aún perviven dentro de algunos países asiáticos.

MARIO MADRID-MALO GARIZÁBAL


Otras siluetas para una historia de los derechos humanos
Oficina en Colombia del Alto Comisionado de las
Naciones Unidas para los Derechos Humanos
Bogotá, D.C., 2009, pp. 58-61

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