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Ser un depositario
Humildad es aceptar los principios naturales que no se pueden
controlar. Todo lo que tenemos, desde el cuerpo con el que hemos
nacido hasta las posesiones más preciadas, se hereda. Por lo tanto, se
vuelve un imperativo moral el utilizar estos recursos de forma valiosa
y benevolente. La conciencia de ser un depositario de tales recursos
ilimitados y atemporales toca la esencia del alma humana y la
despierta para darse cuenta de que, así como en el momento de nacer
se heredaron esos recursos, en el momento de morir se tendrán que
abandonar. En la muerte, todo lo que acompañará a la persona serán
las impresiones de cómo se usaron esos recursos junto con la sabiduría
de ser y de vivir como un depositario.
La conciencia de ser un depositario eleva la autoestima y realza las
múltiples relaciones diferentes encontradas a lo largo de la vida. Le
lleva a uno a un estado de reflexión silenciosa, invitándole a tomarse
un tiempo para sí mismo y a mirar la vida desde una perspectiva
diferente. El reconocimiento de ser un depositario hace que la persona
busque la renovación de las relaciones con el propio ser y con el
mundo.
La llamada a servir
El éxito en el servicio a los demás proviene de la humildad. Cuanto
mayor sea la humildad, mayor el logro. No puede haber beneficio para
el mundo sin humildad. El servicio se lleva a cabo de la mejor manera
cuando 1) nos consideramos un depositario o instrumento y 2) cuando
damos el primer paso para aceptar a otro que es diferente.