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No se poda dejar a la boca del carpintero la posibilidad de crear el crisol de la palabra.

Tan
solo se le poda dejar permear tangencialmente la cuna celeste del alma. Las palabras eran del
herrero, puesto que solo aqul poda moldear con sus metales, las resonancias precisas, los
armnicos incandescentes, melodas de bronces, ritmos de mercurio. La posibilidad latente del
fuego de la palabra era un misterio al que solo los ancestros de aqul herrero haban dejado.
En la soledad de su fino trabajo, se le ense desde pueriles tiempos la sonora vastedad del
universo metlico, las aquiescentes esencias del cobre y el zinc, la metalurgia musical del
espacio. Dicha razn bastaba para dejar enmudecido el paladar del carpintero, quien solo
poda tornasolar algunas medianas cantidades de pinos para engendrar, con sus ilustres
manos, la columna vertebral del cuerpo de aquella novedosa especie. Qu poda un
carpintero, ms que proporciones talladas en cedros otoales. Sus manos no daban siquiera
para fortalecer el cuerpo visual, el sonido no era virtud de su manualidad.

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