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ellas, Victoria, una muchacha que apenas quince das antes se haba reunido
al ejrcito en calidad de seora del sargento Urrutia, descollaba por ser la
ms animosa, y tambin por ser la ms joven y la nica bonita; muchacha
ranchera que se haba entusiasmado con los botones dorados y el uniforme
azul con tres franjas rojas, del sargento, y que haba decidido seguirlo,
precisamente horas antes de que comenzara el sitio. En el combate, apenas si
los oficiales y soldados haban tenido tiempo para fijarse en la nueva
soldadera, pero en estos cuatro das de marcha incesante, cuando Victoria
marchaba adelante llevado al hombro el muser enorme de su Juan, todos
los hombres miraron hacia ella y muchos descargaron la rabia de la derrota
sobre el sargento Urrutia.
- Qu tristeza dejarla viuda a las dos semanas de la noche de bodas...!
- Lo peor: se la va dejar a los revoltosos...
- Quin fuera el cabecilla! Porque est re gena.
- Y con lo que ha aprendido aqu, cualquier da llegar a coronela...
Urrutia se morda los labios y avanzaba en silencio.
Al medioda, cuando el sol estaba ms hostil, y cuando ms de diez
soldados se haban quedado manchando de azul la monotona blanca del
arenal, Victoria dijo en un grito:
- All est ya la sierra...!
Los jefes adelantaron un poco el galope de sus caballos flacos y
preguntaron a la muchacha:
- Por dnde crees que haya agua?
- Mire, mi coronel, all en direccin al picacho, ve una mancha verde
claro?
- S, Victoria.
- Pues por ah debe haber un aguaje...
El coronel se elev sobre sus estribos y volvi la cara hacia la columna.
El tiroteo segua cuando tras el mismo picacho, el sol se despidi con una
llamarada.
Me abandonaste mujer,
porque soy muy probe...
Y los soldados corearon:
Qu le deacer
si yo soy el abandonado...
Y el capote gris apag un sollozo.