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ya en su punto, la voz de Melchor, agrandada por tanto silencio, me hiri con estas
palabras:
-Por el alma de sus difuntos, no me lo retrate as. No le ponga esa cara tan cadavrica y
tan triste!
Confieso que al volver a la realidad no supe qu hacer y me puse a repasar las lneas ya
trazadas del retrato. El silencio fue roto nuevamente por Melchor:
-Usted bien sabe cmo era mi nio. Haga memoria, seor, y dibjemelo riendo.
De repente surgi en m una gran idea. Romp el trabajo, concentr mi mirada en un
nuevo papel blanco y dibuj un nio imaginario. Invent un nio muy bonito, muy
bonito: un ngel de retablo barroco sonriendo.
Entregu el dibujo y sal huyendo, y, en el momento de poner el pie en la calle, o que
lloraban dentro de la casa. La muerte haba llegado.
Ahora Melchor se consuela mirando mi obra, que est colgada encima de la cmoda, y
siempre dice con la mejor fe del mundo:
-He tenido muchos hijos, pero el ms bonito de todos fue el que se me muri. Ah est el
retrato, que no miente.
FIN