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= CARLOS ASTRADA (194s) NIETZSCHE PROFETA DE UNA EDAD TRAGICA i e i 4 EDITORIAL LA UNIVERSIDAD \ CALLAO 1490 - BUENOS ATRES: N96 3 PROPIEDAD, TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS INCLUSIVE LOS DE TRADUGOION ¥ ADAPTACION. SE PROHIBE LA REPRODUCOION TOTAL 0 PARCIAL Y¥ CONDENSAOION SIN AUTORIZACION ESORITA DED EDITOR, DEPOSITADO EN EL REGISTRO NaGroNAL DE LA PROPIEDAD INTELEOTUAL. corraigus 1915 — ty EDITORIAL LA UNIVERSIDAD Oattso 1490 - Buenos Altres (B, A.) TMPRESO EN LA ARGENTINA, @ + PRINTED IN ARGENTINE, Bra m Iv a xu xi XIV Allende la Zona Clara .. INDICE DE CAPITULOS Pag. Nietzsche, Filésofo Viviente .. “9 En al camino de la Vocacién .......... 15 La Musa Trgiea .. 39 La Coneepeién Dionysiaea ....sseeeeeeee BL La Personalidad Creadora . 69 El Espiritu Libre ..... 89 El Mensaje de Zaratrustra .... La Voluntad de Poderio . Hi Ethos de la Obra Creadora .. 21 La Justicia Social .........6seeeeeeeeeee 183. EL Nibilismo Buropeo ...-..000eeeeseeee UAL La Irrupeién de los Rusos .... (La Revolucién Social ... 1,-NIETZSCHE, FILOSOFO VIVIENTE Hoy el pensamiento contemporineo contempla y estudia a Federico Nietzsche como a un fildsofo vivien- te, y ello es el signo de Ja pervivencia y renovacidn de au influjo en el érea de los problemas que atraen {1 interés del espiritu filoséfico, movilizando su ini- tiativa en pos de respuestas que, por apremio de la Situacién historica, juzga perentorias. No eabe hablar de un retorno de Nietzsche como si su estrella se hu- biera apagado o irradiara mortecina un lejano fulgor y Brillase ahora de nuevo, favorecida por otra conste- Tncién de la cultura, puesto que al dia siguiente de su muerte ce tuvo la fundada sospecha de que se ¢s- taba frente a un clisico de Ia filosofia y como tal la posteridad comenzé a troquelar eu figura, sureolada por Ia sugestién de una grandeza tragica. ‘Una cura es el fonémeno Nietzsche y otra el filé- 9 sofo, interpretado y valorado en Ja integralidad de su mensaje original, en la unidad y fuerza de su estilo filos6fico, en 1a autenticidad de las interrogaciones que formulé a su época y en la sinceridad y pasion que puso en Jas fundamentales respuestas que les did. Después de su catastrofe espiritual, de la casi subita entrada de su mente en una triste zona de sombra, de Ia que sélo la muerte vendria a liberarlo, lo que se impuso y difundié en los ambientes intelectuales de Europa fué el escritor de fuego y brillo metedrico, el polemista revolucionario, el combatiente espiritual, el eritico del cristianismo, aspectos que, aunque los més externos de su personalidad y de su mundo ideo- légico, subyugaron la atencién del pablico culto, que- dando fuera de este enfoque el filésofo y su proble- mitica medular. Contribuyé, sin duda, a esta apr ciacién la maestria de Nietzsche como escritor, la neza y precisién de su estilo, Ia sugestién lirica de su pensamiénto, la fuerza y plasticidad idiomitica de su palabra y hasta la destreza aforistica de su expresién, que le permitié presentar sus ideas con netos y atra- yentes perfiles. También; antes que en él fildsofo y su ideario esen- cial, se reparé en el sutil psicdlogo que habia en Nietzsche, en sus hallargos de explorador de los tras- fondos del alma humana, la que, a la mirada pene- trante y avezada de este insobornable analista de sus 10 ocultas motivaciones, se ofrecia casi como terra incog- rita, rica de humus y de estratos insospechados. Podemos decir que recién en nuestros dias, merced a la-vigencia de un clima espiritual favorable, comien- za a ejercer hondo y dilatado influjo el fildsofo, por Ja gravitacién misma de los cruciales problemas que se propuso y por la fuerza germinativa de sus ideas que, actuales y vivas, estén incidiendo en la temitica especulativa del presente, conjugindose con algunas de sus dimensiones bisicas. Nietzsche, pues, esti pre- sente y operante, sefioreando con su pensamiento tu- telar las nuevas direcciones, en los grandes temas que hoy polarizan el interés filos6fico: filosofia de la vida, voluntad de poderio, en la proyecciéi politica y c6s- mica de su imagen metafisica del mundo, realismo tem- poralista, filosofia de la existencia, de 1a cual él, a la par de Kierkegaard y Schelling, es uno de los gran- des precursores. Los més destacados intérpretes y continuadores del pensamiento de Nietzsche, en la actualidad, son Ludwig Klages y Alfred Biumler, los que, movides por auténtica comprensién de lo esencial del ideario nietz- scheano, han suscitado Ia revaloracién de su filoso- fia, a Ia que se tiende a considerar y a ahondar en cus temas fundamentales, atin. més, a abarcarla més all de sus diversas facetas expresivas, en su unidad temitica radical. En este sentido, ellos han condensa- do Ia atmésfera para lo que bien podemos Hamar re- a 1 nacimiento de Nietzsche, sobre todo en Alemania, aunque, con anterioridad, el efrculo de Stefan Geor- ge, en consonancia con la propia tarea, abrié camino al influjo de una de sus ideas més incisivas: la imagen anticlasicista del helenismo y la valoracién de Jo dio- nysiaco. No obstante haber enfocado aquellos intér- pretes aspectos fundamentales del pensamiento nietz- scheano, para desarrollarlos y estructurar sobre esta ase su posicidn filoséfiea personal, ellos no lo con- templan en su totalidad, sino que, al pretender infun- dadamente que todo Io esencial de este pensamiento radica en uno de esos aspectos con exclusién del otro, Jo desintegran en sus direcciones y renuncian a la bis- queda y determinacién del micleo problematico —la postura radical del filésofo, del hombre filosofante, ante el mundo y Ja vida— de que ellas emergen. Asi, no es posible, como lo intenta Biumler, reducfr, con centrar todo el pensamiento de Nietzsche en las ideas que encontraron formulacién en Der Wille zur Macht, interpretindolas como un sistema filoséfico cerrado. Un filésofo, un pensador como Nietzsche, euya fi- losoffa aspira a dar testimonio de Ia existencia huma- na, acentando su valor y su destino, no conoce, no puede conocer un sistema Iégicamente concluso, abs- tractamente coherente. Es que, tal cual Jo enunciara Kierkegaard, “no puede haber ningin sistema de la existencia”, porque la existencia es lo conereto, lo que, por ser fluencia temporal, vulnera toda secuencia 16- 12 8 ° ica; es lo contradictorio. A Nietzsche tenemos que con- templarlo en el todo de Ia problematica que lo absor- bié, en la unidad de su postura conereta, en Ia radica- lidad de su tarea tan hondamente dramética, anuda- da a las peripecias y al drama de su propia existencia ya las etapas de su produccidi, de su impetu creador, Heno de deslumbramientos, de puras alegrias y de do- lorosas tensiones, con sus candentes antinomias y con- trastes. Tenemos que contemplarlo en el bloque ingen- te de su inquictud, en constante proliferacién, en un continuo aprorar el espiritu hacia nuevas rutas, hacia regiones repuestas y hasta ignotas de la realidad y de Io humano; verlo incluso en as proyecciones actuale: de su pensamiento, cortando con su filo mas de unc de los nudos de la crisis contempordnea, de esos que una época en el declive, que una etapa ya caduca dc Ia cultura ha cefiido a las posibilidades humanas, + a vitalidad del alma occidental. Il.- EN EL CAMINO DE LA VOCACION Friedrich Wilhelm Nietzsche nacié el 15 de Oc- tubre de 1844, en Ja aldea prusiana de Ricken, situa- da en Ios lindes de Prusia y Sajonia. Fué el hijo pri- mogénito del pastor Interano Karl Ludwig Nietzsche, que descendia de una familia de pastores y teélogos. La temprana muerte del padre, acaecida cuando Nietzsche sélo contaba cuatro afios de edad, y el pri mer desconcierto de la orfandad, cerniéndose como fatalidad misteriosa, tras las escenas de Ia tribulacién familiar y los ritos finebres, dejaron una profunda impresién en el alma pueril, que ya no olvidaria mas el doloroso trance y la ausencia paterna. Después Nietzsche, obsedido siempre por este re- cuerdo y reflexionando sobre Ia desgracia que dila- ceré su infancia, llegé a considerar el prematuro falle- cimiento de su padre como un hado que decidié el rumbo de su vida y determiné el climax de su mensa- je y misién espiritual, En Ecce Homo, su extraordina- ria autobiografia, en la que vida y creacién intelec- cry 1 se enlazan en una sintesis de suprema macs: tia, iniciando sa confesién, eseribe (“Warum ich to weie bin”, 1): “La fortuna de mi existencia, su unieidad quizas reside en su fatalidad: yo estoy, pa ra expresarlo en forma de enigma, muerto ya como ini padre, como mi madre vivo atin y envejezco. Este deble origen, por asi decir desde el peldafio més alto ¥ del mas bajo de Ia escala de Ia vida, decadent y Inver comienzo, esto explica, si alguna cosa puede explicarlo, aquella neutralidad, aquella libertad de opinién en relacién al problema total de la vida, que izis me caracteriza”. via madre de Nietzsche dejé Récken y, desde la primavera de 1850, fué a residir en la ciudad cercana Me Newmburg an der Saale, La acompaiiaron en st Vindez, yendo a vivir con ella, la madre y Ja herma wna del eapoto, En este ambiente transeurris Ja recatar “a nifiez de Federico Nietzsche, tutelada por el re- cuerdo de su padre, euyo ejemplo desea seguir y Ne- gar a ser pastor, para continuar Ia tradi én familiar. Son sus primeros afios escolares. Su convivencia, en el hogar, exclusivamente con mujeres, madre, herma- fia, abuela y tia, influyé quizis fundamentalmen- te en Ja plasmacién de su cardcter, en su tempera- mento inclinado a la ternura, en la delicadeza de sus rasgos psicoldgicos. | ; “A. los nueve afios, su horizonte comienza a dila- tarse mas alla de la rutinaria vida cotidiana. Se en- 16 tusiasma al oir Ja miisica coral de Handel e incitado por ella, que le descubre el-mundo de la armonfa, es- tudia el piano; arrebatado por su naciente vocacién, se aplica, con audacia improvisadora, a poner misi- ca a pasajes biblicos, a hacer melodias, suites. A la par de esta inclinacién, se anuncia en él temprana- mente la vena poética, por la que después habia de discurrir el rico caudal lirico de su espfritu: hace ver- sos, Ademés escribe dramas, que leva a escena en un teatro erigido, en compaiiia de dos condiscipulos, con el pomposo nombre de Teatro de las Artes. Hechos sus cursos escolares, Nietzsche ingresa en el colegio de Naumburg, donde por su capacidad y consagracién al estudio, se destaca enseguida como alumno excepcionalmente aventajado, hasta el pun- to que sus profesores pensaron que, por sus dotes extraordinarias, debia concurrir a un colegio de més rango, en el cual pudiese estudiar disciplinas superio- res, y-en este sentido aconsejaron a la madre, quien después de mucho vacilar por el temor de separarse de su hijo, y habiendo obtenido éste una beea para costear sus estudios, se resuelve a enviarlo a la es- cuela de Pforta, famosa por su severa tradicién mo- nistica, por el rigor de su organizacién interna y por el espiritu jerarquico que imperaba en ella. En sus claustros, donde maestros y discfpulos hacian una vida de comunidad, se impartia una intensiva ense- fianza de la religién, del griego, el latin y el hebreo. Ww En Ia sapiencia humanista, impregnada del rigorismo de la moral protestante con cierto acento pietista, caracteristica del acervo y métodos educativos de Pforta, ilustre pendant de Port Royal, se forjaron per- sonalidades germanas tan eminentes como Novalis, Fichte, el filésofo educador por excelencia, y los her- manos Schlegel. Nietzsche no deseaba otra cosa que ir a estudiar a Pforta. Tiene catorce aiios y va a iniciar, a compas de una adolescencia inquieta y anhelosa, un nuevo y decisive periodo de su vida, Mide en su real importan- cia el cambio que se va a operar en sus habitos y es- tudios, y recapacita sobre su corto pasado. Para ce- rrar el ciclo de su nifiez, como si bajase el telén de su teatro infantil después de haber presentado las incipientes criaturas de su fantasia —mmestrario de una auténtica ilusién de arte—,-eseribe casi de un tirén una historia de su infancia. Ahora, ante otras perspectivas y la seriedad de una nueva obligacién, la vida consciente surgiria a sus ojos como una tarea dificil y de responsabilidad indeclinable; la propia existencia se le ofreceria co- mo terreno que debfa ser roturado por el pensamien- to, fecundado por el esfuerzo. Es quizés también el momento en que en el joven Nietzsche, en su con- ducta y actitudes, comienza a manifestarse, por el estilo severo de vida que adopta, el influjo de la re- 18 ligién y dela moral que informaron el cardcter del hogar paterno, ‘con su culto luterano del deber. Desde su ingreso a la escuela de Pforta, In aten- cin requerida por los nuevos estudios y el esfuerzo para adaptarse a Ja nueva vida toman todo el tiempo de Nietzsche; sus incursiones en el dominio de la poe- sia y Ia misica deben quedar, por el momento, en suspenso, para hacer lugar a los ejercicios escola- res, estrictos y metédicos. Hasta su Diario, a cuyas Paginas confiaba con fiel asiduidad el curso de su existencia y, principalmente, su itinerario interior, es dejado de Jado. Sélo Jo abre para consignar en el cuaderno confidencial reflexiones que tienen un de- jo de melancolia, y asi cerrarlo definitivamente. Pero algo importante nos comunica en sus impresiones fi- nales, de ultima pagina: el estado de su espiritu es completamente distinto de aquel en que comenzé el (Diario, acusando un cambio fundamental; se siente movido por un enorme deseo de saber, de entrar en contacto con el acervo de la cultura universal; ha lef- do a Humboldt y en él encuentra un fuerte estimulo Para acometer semejante empresa, Sin mayores alter- nativas exteriores transcurren los afios de Pforta, afios de serio trabajo, de intenso esfuerzo, espiritualmente fecundos. El ardiente deseo de saber que domina a Nietz- sche recibe efectivamente impulso y orientacién con Ja Jectura de Humboldt, que le revela el horizonte de 19 Ja cultura humanista y sus grandes Iuminarias a la par que Ia importancia de ciencias cuyos temas sus- citaban entonces un interés apasionado. Es asi que, Meno de entusiasmo y decision, se traza un amplio plan de trabajo, programando estudiar algunas dis. ciplinas cientificas (astronomia, geologia, etc.) al la- do del hebreo y la literatura y estilistica latinas, Ya, a los diecisiete aiios, ha leido a Schiller, a ‘Holderlin, a Byron. Su predileccién por Ia misica Jo Ileva a familiarizarse con Bach, Beethoven, Schu- mann; pero, sobre todo, es Ia poesia, Ia intima nece- sidad de volear en el verso sus tumultnosos estados de énimo Io que absorbe sus momentos libres, las tre- guas que se impone en su continuada labor: se sien- te poeta. Sin embargo conoce momentos en los que su tensién espiritual se afloja, cede Ia firmeza de su empefio.y se siente invadido por una profunda la- situd; desea verse libre de la mondtona labor reque- rida por los estudios que cursa, y dar rienda suelta a su fantasia. La perspectiva cercana de entrar en la Universidad no lo halaga ya y hasta lo disgusta; piensa que este no es el camino que debe seguir y que su verdadero destino es ser miisico. Comunica a los su- yos el cambio operado en lo que respecta a su voca- cién, al muevo camino que contempla para su futuro, que sélo vendria a encauzar una antigua y vehemente disposicién; vienen las objeciones y razones mater- nas para disuadirlo de lo que se estima es tan sélo 20 una veleidad juvenil. Tras una lucha interior. Nietz- sche se calma, no sin seguir abrigando sus dudas acer- ca del rumbo a tomar. Va a cursar su iiltimo afio en Pforta; ha acallado su descontento y con renovado celo se consagra a sus labétes escolares. Estudia, el volumen de sus lectu- ras aumenta considerablemente y todavia le queda tiempo para satisfacer su imperativa necesidad de crear: escribe, pergeiia ensayos filoséficos, compone troz0s de miisica. Sin embargo, la preocupacién so- bre su porvenir Jo atenacea, vuelve a cavilar acerca de sus aptitudes vocacionales. En mayo de 1863 es- eribe a su madre: “Me preocupa mi porvenir; por muchas razones, tanto de orden intimo como exterio- es, este se me presenta oscuro ¢ incierto. Creo, cier- tamente, que soy capar de tener éxito en cualquier profesién que elija; pero earezeo de fuerza para apar- tar de mi tantas materias que me interesan. ;Qué estudiaré? No surge en mi ninguna decisién, y no obstante sélo a mi concierne reflexionar y elegir. Lo nico que sé claramente es que, sea lo que fuere lo que estudie, debo realizarlo a fondo. Mas esto sélo dificulta mi eleccién, ya que de lo que se trata es de encontrar el terreno preciso en que poder em- pefiarme por entero”. Llegé, por fin, para Nietzsche, el momento, re- vestido de solemnidad y emocién. de alejarse de Pfor- ta, donde a Ia par de valiosos conocimientos, adqui- 21 rié el habito de una severa disciplina en el estudio de Jas lenguas clasicas; también en la convivencia de sus aulas hall6 verdaderos camaradas, como Paul Deusen y el baron de Gersdorff, que habian de ser amigos de toda su vida. Ingresa en la Universidad de Bonn, precisamen- te en compafiia de Denssen y de un primo de éste, con os que se instala en la famosa ciudad universitaria, Mena de atractivos y del prestigio de sus sabios pro. fesores. Ya en esta época, trabajado por hondas ca- vilaciones, hordeando quizds una crisis espiritual, se plantea el acucioso problema de su fe religiosa, de la que paulatinamente se venia desligando, no obs- tante sus deseos de no romper con su pasado, re- presentado para él por la tradicién familiar, el emo- cionado recuerdo de su padre y la religion que éste sincera y firmemente profess y sirvié. A este respecto, Nietzsche comprende perfecta- mente la magnitud del problema que tironea su es- piritu, y Io declara. Abandonar la seguridad, el res- guardo de la fe en que se ha nacido, sin poder an- clar en otra certidumbre, implica el mas peligroso ries- go puesto que las dudas y nuevos problemas asedian y desgarran el alma, ya carente de asidero y librada a sus propias fuerzas. Semejante aventura, piensa, no es obra de unas pocas semanas, sino que requiere el esfuerzo de una vida, No es posible destruir la auto- ridad, el ascendiente religioso y moral de dos mil afios 22, con el arma sin temple de Ja reflexién ingenua; pre- tender alejar de uno, con fantasias arrogantes ¢ ideas rudimentarias, todas estas ansias y bendiciones reli- giosas que han venido modelando las almas ¢ impreg- nando la historia. Es completamente temerario revo- lucionar creencias que, admitidas y sancionadas por Ja prictica y la devocién de milenios, han logrado, con su influjo bienhechor, elevar a los hombres a Ia hu- manidad; es absurda osadia decidir acerca de proble- ‘mas filos6ficos con los cuales desde hace algunos miles de afios viene Iuchando, sin tregua y sin la esperanza de una victoria cierta, el pensamiento humano. Cons- ciente de la enorme trascedencia de este legado de preocupaciones y angustias humanas, en coristante re- novacién e incremento, él reconoceré que seguirn siendo eternamente problemas la existencia de Dios, Ja revelacién, Ia inmortalidad, la autoridad de los textos biblicos. En Ia posicién de estos problemas, en el recono- cimiento de su legitimidad y en la respetuosa absten- cién que Nietzsche, después de mirarlos de frente y pensarlos en relacién directa y punzante con nuestro destino, adopta ante ellos, podemos atisbar Ia acti- tud radical con que los enfocaré en el futuro, pre- sentir Ia sinceridad y valentia de las hondas respues- tas que habia de darles, cuando el pensador, para sa- lir de su encrucijada y desgarrar los velos que la co- bardia y Ins concesiones humanas habfan arrojado so- > 23 bre ellos, tuvo que afilar su decisién, tirar por la bor- da el peso muerto de las opiniones recibidas y acata- das y dar el salto mortal hacia una verdad que, para 4, significaba posibilidad de nueva vida para la agos- tada criatura humana, de rejuvenecimiento y salva- cién para la desecada y rutinaria cultura moderna. Abstenerse ante tales problems no era, pues, para un espiritu como el de Nietzsche, dar la callada por respuesta, sino, abrazarse a ellos inquisitivamente, tan urgido por la necesidad de responder con una actitud clara y rotunda que su pensamiento aleanzaria des- pués, bajo tal acicate, esa tensién —tensién del arco— de Ia que sale’ zumbando Ia flecha, Tal estado de énimo nos explica que el joven Nietzsche —cuenta sélo veinte afios— al plantearse el problema de la religién, adopte una actitud de reserva ante las cuestiones suscitadas por Ia actuali dad que de nuevo cobra la Vida de Jesiis, de Strauss. Su adhesién al cristianismo comienza a debilitarse poco a poco, A algunas consideraciones epistolares de su hermana, en las que. ésta, que era creyente, le dice que supone trabajo creer en los misterios del cristianismo, lo cual es signo de que son verdaderos, Nietzsche, en carta fechada en Bonn el 11 de junio de 1865, le responde, planteando agudamente el pro- blema: “Creo poder admitir en parte tu maxima, de que lo verdadero esté siempre del lado do lo mis dificil. Sin embargo, es muy dificil comprender que 24 2x2 no sean 4, y no por ser dificil resulta verdade- ro. Ademés, ges en realidad tan dificil aceptar sen- cillamente todo aquello en lo que ha sido uno educado, todo Io que poco a poco ha ido echando profundas raices en nosotros, aquello que es tenido por verdade- ro en el ambiente familiar y en el de muchas perso- nas excelentes, y que ademas consuela y eleva real- mente a los hombres? Aceptar todo esto, Zerees tii que es mas dificil que emprender nuevos caminos en lucha contra el habito, en medio de la inseguridad de marchar solo presa de frecuentes vacilaciones del espiritu y hasta de la conciencia moral, desconsolado a veces, pero siempre vuelto al eterno fin de lo ver- dadero, lo bello y lo bueno? Lo que se desea jes aca- so dar con aquella concepeién del mundo, de Dios y de la redeneién, mas cémoda para nosotros? Para el verdadero buscador, jno es el resultado de su bis- queda algo del todo indiferente? ;Buscamos paz, tran- quilidad y dicha? No; buscamos sélo Ia verdad, aun- que esta fuese repulsiva y horrible. Una ultima pre- gunta: Si desde la infancia hubiéramos ereido que to- da salud espiritual nos venia de otro que no fuera Jesiis, de Mahoma, por ejemplo, zno es seguro que hubigramos sido participes de las mismas gracias? Sélo Ia fe salva —no lo objetivo que se oculte tras una‘ereencia... Toda verdadera fe es siempre infalible; da lo que el creyente espera euvontrar en ella. Aqui se separan los caminos de lox hombres: ¢quieres 25 paz spiritual y felicidad?, eres qui bse tol de la verdad, entonces busee™ ("). 0" 3PS El ambiente de la ida estudiantil de Bonn no agradé a Nietesche, que, habiendo hecho la expericm cia, no logré adaptarse a las costumbres y orientacio. nes ideolégicas de los Vereine, las famosas sociedad estudiantes, tan expresivas, en ciertos aspecton, de Ja vida de las ciudades universitarias alemanas, Ea la creencia do que las mismas un resultado positive puce den aportar, mediante hébitos y convivencia, a la for macién espiritual del estudiante, ingresa a una de ellen Para Iuego abandonarla, sabiondo ya que no era alge que so aviniese con su temperamento y aspiraciones, Ky obstante, su juicio acerea de las mismas no es del ne do peyorativo. En carta, fechada en Bonn en mero de 1865, contestando a tina de su amigo el barén ye Gersdorff, en la que éste censura el earieter de lan Se ciedades estudiantiles, le dice a este respecto: “Si, on. mo dices, compartes ahora la opinién de tu hermang acerea de Ins Sociedades de Estudiantes, slo me mene cits as cle de ton ttn de Nite ts a cx unt proven do as ob datos ne memo iets sate 10 Soltmanen te Netcong h Hetor Vert, gue insane i pact 0 ee san sta oh fale eameia ais caren at, A sen ellen Pritrn Neotoshcifote eat are ee Tchr’ Geontauapte cent px A Ree Gite y publada tor Wiin Hoppe ea", Neste vag afdnchey ea que spoil Ha menes, 4 de la obra y 4 de cartas. Ce 26 admirar la fuerza moral con que, para aprender a na- dar en la corriente de Ja vida, te has arrojado a un agua turbia, casi fangosa, y dentro de este elemento te ejercitas. Perdona la dureza de la imagen, pero se me ocurre que es acertada, —Hay, sin embargo, en esta cuestién algo de verdadera importancia. Aquel que, siendo estudiante, quiera conocer su época y su pueblo, tiene, necesariamente, que ingresar en un Verein. Estos, y sus diferentes orientaciones, le per- mitirén determinar con la mayor exactitud posible el tipo de hombre de su generacién... Ahora bien, al intentar esta experiencia personal, hay que guardarse de ser influido por el ambiente en que se entra. La costumbre es una fuerza monstruosa. Mucho se pier- de al perder la indignacién moral sobre algo de lo malo que cotidianamente acontece en torno de noso- tros, por ejemplo, sobre el excesivo beber y la embria- guez, y también respecto al desprecio y la burla de otros hombre y otras opiniones”. Decepcionado, con un sentimiento de insatisfac- cin interior, abandona Bonn, sin sentir, segiin lo con- fiesa, la més leve pena al alejarse de un lugar tan be- Ho, tan sugestivo por su florido contorno, y Ia alegria juvenil que Io exaltaba, tornéndolo acogedor. Nietz- sche habia hecho su primer afio de estudios, y no vol- verfa més a esta ciudad universitaria, pues habia re- suelto terminarlos en Leipzig, adonde se traslada el afio siguiente, inseribiéndose de inmediato en su Uni- 27 versidad, Aqui se Ie abren nuevos horizontes no sélo en Io atinente a las materias de la especialidad que cursaba, sino también a problemas hacia los cuales habjan comenzado a gravitar fuertemente sus otras inquietudes, de orden espiritual y cultural. Sobre to- do, un encuentro inesperado, verdadero acontecimien- to, punto de partida de un giro decisivo en su desa- rrollo intelectual, en la formacién de su concepcién del mundo y de la vida, abre cauce y orienta su in- quictud: un azar, ese azar que esté en el camino del curioso de los libros, del que los hojea con la secreta esperanza de que le revelen algo ya entrevisto, que no pudo ser fijado y asido por la idea, de sorprender en ellos un pensamiento capaz de imantar su pasién, de ponerlo sobre la ruta de lo que busca. Es asi que Nietzsche da con un libro, titulado Die Welt als Wille und Vorstellung, cuyo autor Je era hasta entonces desconocido, De este modo, por un azar venturoso, descubrié a Schopenhauer. Su lectura lo embarga y lo deslumbra; ahora se encuentra con el gui que ne- cesitaba para emprender la marcha anhelada, para buscarse a si mismo y, en esta tarea, imprimir una receién firme a su vida espiritual y satisfacer sus exi- gencias formativas. Desde que se adentra en Ja lectura de Schopen- hauer, comienza Nietzsche a respirar en una asmés- fera entre césmica y humana, escenario de la epifa- nia de la voluntad; toma nota quiziis de que el mun- 28 do, ademis de ser “mi representacién”, lo cual no es una verdad nueva, es esencialmente “mi voluntad”, voluntad que, mis allé de la humana autoconciencia, alienta potente y misteriosa en Ia oscura profundidad del ser y, como principio edsmico supremo, se objet va en las multiples formas de la naturaleza, aunque alla tienda en el hombre a.su propia negacién y ani- quilamiento, para ofrecerle, con paradéjica genero- _ sidad, Ia Gniea escapatoria al dolor en que se cifra su vida anhelante y effmera. El joven estudiante de filologia se enciende en fervorosa devocién por el pensador y la obra; en adelante el influjo de las ideas de Schopenhauer estard bien manifiesto en el pensamiento de Nietz- sche y en sus expresiones mas intimas y personales ‘Asi, en carta a su amigo el barén de Gersdorff, fechada en Naumburg el 7 de abril de 1866, le infor- ma que durante las vacaciones que est pasando es tudia nmcho y que el trabajo sobre “Theognis”, que ‘prepara, ha adelantado considerablemente, y agre- ga: “Tres cosas me distraen y me proporcionan des- canso en mi tarea, aunque ellas constituyan extraiias distracciones: Mi Schopenhauer, miisica de Schumann y solitarios pascos. Ayer anunciaba el cielo una es- pléndida tormenta; subi a una vecina colina Hamada “Leusch” (quizds ta puedas aclararme esta denomi- nacién) y encontré arriba un hombre que, con su hi- jo, se aprestaba a degollar dos corderos, La tempestad 29 descargé con tremenda fuerza y Huvia y granizo, pro- duciendo en mi una incomparable exaltacién y ha- ciéndome conocer que sélo Hegamos a comprender jus- tamente Ia Naturaleza euando’en su seno nos refugia- mos huyendo de nuestros euidados y aflicciones. ; Qué significaba para mi en aquel momento el hombre y su voluntad inquieta! {Qué el eterno Tri debes o Ti: no debes! Cuan distintos son el rayo, la tormenta, el granizo, fuerzas libres sin ética alguna! ;Cuin felices y poderosos; son voluntad pura, no enturbiada por la inteligencia!” _éQué encontré Nietzsche en Schopenhauer, en el altivo y agrio eremita de Ia filosofia, que habia de suscitar en él una admiracién tan férvida por el pensador y sus ideas, por el escritor, por su estilo hu- mano? O dicho con mis exactitud, gqué buscaba Nietz- sche ansiosamente, con intima desazn, movido por una apetencia de todo su ser, que sélo iba a encon: trarlo en el filésofo de El Mundo como Voluntad y Representacién, haciendo de él el mistagogo de un cul- to apasionado, casi esotérico, “inactual”, ante el cual se inclinarfa emocionado i Fee ¥ reverente para tributarle La respuesta nos la daria, hicida y penetrante, en a torcera de sus magistrales Unzeitgemisse Betrach- tungen, sugestivamente titulada (titulo que ya es un homenaje) Schopenhauer als Erzieher (1874). Aqui 30 nos dird, anticipindonos el motivo fundamental de su biisqueda; “Tenemos que responsabilizarnos de nues- tra existencia ante nosotros mismos; por consiguien- te queremos nosotros también presentarnos como los verdaderos pilotos de esta existencia y no permitir que ésta se asemeje a un azar irreflexivo, sin ideas”. Es el problema que se le plantea a todo hombre joven que ha de emprender Ia tarea de su formacién espiritual. Cuando un alma joven, echando una mirada retros- pectiva a su vida, inquiere por aquello que ha ama- do y se ha sentido atraida, debe estar en condiciones de hacer desfilar ante as ojos los objetos a los que ha tributado veneracién, tinicos capaces de revelarle la ley esencial de su verdadero ser. Nietzsche, al descri- bir el acontecimiento de su primer vistazo a Ia obra de Schopenhauer y el consiguiente asombro ante la mag- nitud del hallazgo, se remonta a Ja idea que imperio- samente habia dominado su espiritu juvenil: “Cuan- do en otro tiempo, con corazén alegre deshordaba en deseos, pensaba para mi coleto, que el destino podria eximirme del terrible esfuerzo y deber de educarme si encontrase a tiempo un filésofo para educador, un verdadero filésofo, a quien, sin mas hesitacién, pu- diera obedecer porque confiarfa mas en él que en mi mismo”. El alma a educar esta constituida por un cé- mulo de fuerzas que deben ser Mevadas a una ponde- rada unidad mediante su arménico equilibrio. Se tra- ta, como subraya Nietzsche, nada menos que de medir aL a dificultad en que consiste Ia tarea de educar a un hombre para que se haga hombre. bajado por estas ideas y aspiraciones, Nietzsche conocié la obra de Schopenhauer. Este, por la auste- ridad de su pensamiento, por su insobornable vera- cidad, surgié ante sus ojos como el educador apetecido, como el auténtico modelo que buscaba, que tanto tiem- po habia echado de menos. Su atencién se concentré en él porque satisfacia plenamente lo que su espiritu reclamaba, o sea, que un fildsofo, para atraer su preo- cupacién y merecer su preferencia, fuese’ capax de darle un ejemplo. Sentia que hasta entonces no habia encontrado al filésofo capaz de orientarlo en los gran- des problemas de la vida, de ensefiarle, con su ejem- plaridad, a buscar su propio camino, a desarrollar su ser interior. “Tus verdaderos educadores y formadores te delatan lo que es el verdadero sentido primario y Ia verdadera sustancia fundamental de tu ser, algo que de por sf no es educable ni formable y que en todo ea- s0 es de. dificil acceso, algo constreftido y paraliza- do. Tus educadores no podrian, para ti, ser otra co- sa que tus liberadores”. La verdadera cultura ha de entenderse como una liberacién. El mejor medio pa- ra encontrarse a sf mismo y vivir de acuerdo a la ley esencial de nuestro ser es dar a tiempo con un ver- dadero educador. Sélo éste puede liberarnos, asimis- mo, de las insuficiencias y limitaciones de la propia Spoca, ensefidndonos a ser veraces y auténticos tan- 32, to en nuestro pensamiento como en nuestra vida y nuestra condueta, Esto significa, segtin Nietzsche, que 4 ha de enisefiarnos a ser “inactuales”, en el sentido profundo de que no hemos de ser desleales con nucs- tro pensamiento para satisfacer exigencias del am- Diente y los modos corrientes de pensar. Es lo que le enseiié a él Schopenhauer, es decir, a ser decidida- mente inactual. “Yo pertenezco a aquellos lectores de Schopen- hauer que después de haber leido Ja primera pagina, saben con seguridad que leerén toda la obra y escu- charén cada palabra dicha por él... Le comprendi como si él hubiera escrito para mi, para expresarme de una manera inteligible, aunque simple y sin mo- destia... Su lenguaje es una expresién leal, ruda y cordial, ante un oyente que escucha con amor. Care- cemos de eseritores asi. El poderoso sentimiento de bienestar de quien nos habla se apodera de nosotros con las primeras inflexiones de su voz; nos acontece como cuando penetramos en un bosque de altos y vi gorosos arboles, de pronto respiramos profundamen- te y nos sentimos de nuevo revivir”. Sélo existe un escritor con quien, en este respecto, puede comparar- lo, y es Montaigne, encomiando la probidad de ambos y, sobre todo, esa serenidad que los caracteriza y que, en pensadores de su linaje, es el resultado de una vie- toria, vale decir de ma Incha contra esas inclinaciones 33 y pasiones que enturbian el juicio y no inclinan el es- piritu a la ecuanimidad y la ponderacién. En cuanto al mensaje mismo de Schopenhauer, a su concepcién del mundo y de Ia vida, le otorgaba Nietzsche una significacién especial. Después de Kant, de su criticismo de raiz y proyeccién iluministas, de su frio enfoque gnoseolégico de la tinica realidad ac- cesible a nuestro intelecto, el autor de El Mundo co- mo Voluntad y Representacién se le aparecia como el guerrero que desde las profundidades de la renun- ciacién eseéptica nos conduce a la cima de la contem- placién tragica, dindonos una imagen de conjunto de Ja vida, En esto precisamente él se nos muestra grande, en que es fiel a esta imagen y Ia signe. Toda gran filosofia nos da siempre una imagen de la vida total, en la cual podemos ver reflejado el sentido de nuestra propia vida, pudiendo, inversamente, noso- tros volver las paginas de ésta para sorprender en ellas algunas de las enigmiticas cifras de la vida cés- mica. Es andando este camino que el individuo retor- na asi mismo, para darse cuenta de si propia limita- cin, de sus necosidades y miserias, y conocer, asf. el nico consuelo y antidote, que no pueden consistir en otra cosa que en el sacrificio del propio yo, en la sumisién a Jas més puras intenciones y, sobre todo, a Ja piedad, flor suprema que sélo nos es dable coger cuando, tras largo y sincero esfuerzo de superacién, hemos aleanzado 1a otra orilla de la corriente tur- 34 | bulenta del deseo, Megando hasta la reconcilacién del Ser y del Conocer. Esta aspiracién vehemente y sos tenida puso a prueba Ja naturaleza de Schopenhauer; Ia fuerza de tal deseo ‘no pudo destruirla ni siguiera endurecerla, El temple de su espiritu era tal que com- prendié y acepté el vivir como una manera de estar en constante peligro. Nietzsche destaca que, en Schopenhauer, el deseo que lo Hevaba a afirmar Ja necesidad de una natura- leza fuerte, de una humanidad sencilla y de impulsos sanos no era mis que el deseo de hallars¢ a si mismo; ¥ que en cuanto logré vencer en si mismo el espiritu de la época, descubrié el genio que habitaba en su alma. Asi le fué revelado el secreto de Ja naturaleza y cayé el velo con que las ideas dominantes y con- venciones de esta época pretendian ocultarle este ge- nio. Desde ahora, cuando su mirada se detenia sobre la inquictante interrogacién acerca del valor de la vida, no necesitaba ya pronunciar su anatema sobre un tiempo débil y leno de confusiones, sobre una existen- cia turbia, indecisa y saturada de gazmofieria. Estaba perfectamente seguro que sobre esta tierra cabe en- contrar y aleanzar algo mucho més puro y elevado que una existencia tan actual, tan nivelada por el hoy y sus epidérmicas tendencias y reacciones. Por consi- guiente seria cometer una injusticia con la vida si s6- To se 1a juzgase y valorase por este feo y superficial aspecto suyo, enteramente condicionado por el cardcter 35 de Ja época. Lejos de caer en esta ilusin negativa, el fildsofo educador invoca el genio, ese genio que lo ha- bita y que en lucha con su tiempo le fuera revelado, para saber con certeza si puede justificar el supremo fruto de la vida y, en iiltima instaneia, la vida misma. El autor de esta Consideracién inactual no se limi- ta.a mostrarnos el hombre ideal que actia en Schopen- hauer y en torno de él, sino que, tomando como pun- to de partida este ideal, nos muestra también e6mo es posible entrar en comunicacién cordial ¢ intelectual- mente con un fin trascendente mediante una actividad regular, es decir, pone de manifiesto que este ideal tiene la virtud de ser un ideal educador, residiendo en esto su valor formativo. Por una actividad personal y regular se puede entrar en comunicacién con este ideal, el cual propone nnevos deberes. Estos no son los Geberes de un solitario, cuyo cumplimiento quede re- cluido, sin trascender, en el Ambito de la vida indivi- dual, sino que, por, el contrario, con su aceptacién y Ia voluntad de cumplirlos se entra a formar parte de uma comunidad perfectamente caracterizada, podero- sa, enya vida y cohesién no es mantenida por formas y leyes externas, sino por una idea fundamental, en Ja que todos sus mienibros coinciden. Esta no es otra que la idea fundamental de la cultura, en cuanto ella nos coloca a cada uno de nosotros ante una tarea tini- ca: “acelerar en nosotros y fuera de nosotros el ad- niento del fildsufu, del artista y del santo, y de es 36 ‘te modo trabajar en Ja plena realizacién de la natura- Jeza”, La naturaleza necesita, con un fin metafisico, que no es otro que la propia explicacién de si misma, la conciencia de si misma, tanto del filésofo como del artista; y también tiene necesidad del santo, que es en quien se opera aquella altima y suprema humanizacién hacia la cual toda la naturaleza impulsa y Heva para su salvacién, para su liberacién de si misma. Schopen- hauer debié ensefiar de nuevo el pesimismo a una épo- ca decadente para estimular y promover una futura comunidad de filésofos, de artistas y de santos. La cul- tura exige, si hemos de atenernos fielmente al princi. pio del ideal superior del hombre schopenhaueriano, que aceleremos Ja venida de semejantes hombres, que infatigablemente Iuchemos contra todo aquello que nos ha impedido aleanzar la mds alta plenitud y reali- zacién de nuestra existencia, y devenir verdaderas con- creciones del hombre definido y exaltado por Schopen- hauer. La lucha por la cultura y, correlativamente, la guerra contra las leyes, habitos e influencias que des- conocen y vulneran su esencia, no tienen otro fin que la produceién del genio, que acelerar la formacién de Jos grandes hombres. Pero no se ha de entender por cultura el fomento de la ciencia, pues ésta, en su f gidez y sequedad, nada sabe de las aspiraciones supe- riores y del profundo sentimiento de imperfeceién que aguijonea al espiritu empefiado en la conquista de una ’ aT forma suprema de realizacién humana; carece de amor y no se percata de la existencia de los grandes hom- bres apasionados y, por lo mismo, tinieamente ve en el sufrimiento algo incomprensible ¢ insdlito, porque ella no atiende a nada més que a sus problemas, al rendimiento objetivo de sus inducciones, cuantificadas con implacable frialdad. Nietzsche distingue el sabio, modelado sobre la ta- rea y fines de la ciencia, del fildsofo, siendo bastante duro en su juicio acerea del tipo humano en que, en Ja época moderna, ha encarnado el primero. Un filé- sofo, para él, es, a la vez, un gran pensador y un hom- bre verdadero; de un sabio, en cambio, dificilmente se ha podido hacer lo iiltimo. En elogio de Schopen- hauer, el filésofo educador, afirma que tuvo Ia ven- taja, ademis de sus dotes geniales, de no haber sido destinado ni edueado para sabio, 38 IIL.-LA MUSA TRAGICA En las ideas sobre Ja existencia y la metafisica de Ja voluntad de Schopenhauer tiene una de sus mas profundas raices la problematica en que habia de cen- trarse el pensamiento de Nietzsche, cuya concepcién al aleanzar su pleno despliegue y madurez iba a diver- sificarse de la de su maestro, trastrocindose en ella fundamentalmente el signo antepuesto a Ia voluntad por el pesimismo schopenhaueriano. Nietzsche, activo y en excelente estado de dnimo, apasionado por el arte y Ieno de entusiasmo y admira- cién por el genio de Ia antigiiedad clasiea, que le iban revelando sus lecturas, Heva ya su segundo afio en Leipzig. Sus estudios universitarios los realiza bajo el severo magisterio del gran filélogo clisico Federico Ritschl, de quien él dice que es su “conciencia cien- tifica”. En lo que se refiere a sus inquietudes filos6- 39 ficas, a las ideas basicas que buseaba para orientar su formacién personal, encuentra en Schopenhauer, en el pesimista sin sensiblerfa, un seguro guia intelectual. Ademis, su sed de arte, su entusiasmo siempre vivo por la miisica, halla un nuevo motivo de afin y un poderoso incentivo, promisorios de nuevas y complica- dag satisfacciones espirituales, de fecundas inferencias estéticas ¢ ideolégicas: descubre el genio musical de Ricardo Wagner. Este atraviesa uno de los momentos més arduos de su carrera artitica; Iucha por imponer sus primeras grandes creaciones al piblico aleman, reacio y hostil hasta entonces al maestro, ante cuyas obras, Hevadas a la escena después de veneer muchas dificultades, reaccionaba no sélo con una eritica mor- daz sino también con la burla, Ese piblico se resiste a aceptar la genial innovacién de Wagner, repre- sentada por el drama musical. Emocién y también desconcierto producen en Nietzsche las primeras obras de Wagner, lo que le Ilé- v6 a adoptar, al principio, una actitud de reserva que traduefa el estado indeciso de su espiritu ante la nueva mtisica. Pero eseuché Los Maestros Cantores, y la per- feccién magnifica de esta creacién lo emocioné profun- damente, y desde entonces comenz6 a rendir el tributo de su admiracién al maestro, a Ia audicién de cuyas obras levaria, en adelante, otro estado de animo, ra- ¥ano en la devocién, Asi amplia su horizonte artistico, “ireunscrito hasta este momento a Ia miisica de Schu- 40 mann, ¢ infiere nuevas dimensiones estéticas y hasta Ta posibilidad de una revitalizacién de la cultura por el espiritu de una nmisica capaz de infudir en las al- ‘mas, niveladas en esta época por su falta de sentido pa- ra la grandeza, por sus plimbeos sentimientos filisteos, el soplo vivificante del heroismo y la tragedia. Ademés, un acontecimiento de indole persomal vi- no a fortalecer el estado de espiritu y las emociones que primicia artistica de tal magnitud habia suscitado en él. A principios de noviembre de 1868, en Leipzig, tuvo la oportunidad, satisfaciendo asi lo que intima- mente deseaba, de conocer al maestro, y trabar con él, en un momento ciertamente propicio, una amistad que cobraria tanta trascendencia en su vida, para despugs quebrarse en forma tan ruidosa y dramética para am- bos. Nietzsche se enciende en un fervor nuevo; pone en el arte innovador de Wagner su entusiasmo y su es- peranza, y piensa que ella es Ia nnisica del porvenir, a que, regenerandola, elevard hasta la cima de la be- Meza tragica a la desmirriada y empobrecida alma mo- derna, la que inyectaré nueva vida a la existencia exangiie de una civilizacién que ignora que a la sere- nidad contemplativa, al arder sosegndo de la Tama del espiritu, sélo se adviene a través y después de las gran- des tempestades que sacuden al ser humano hasta en sus raices. En la misiea de Wagner comenzaba a ruc gir el vendaval de la tragedia que traeria, para una vie 41 da mezquina y s6rdidamente utilitaria, la eatérsis sal- vadora. ‘Ahora, en el espiritu apasionado y fervoroso de Nietzsche va a conjugarse la admiracién que siente por Schopenhauer, el educador, el pensador ejemplar, con la que ya lo arrebata por Wagner, el mitélogo que nos presenta resurrecta, en apoteosis sinfénica, a la musa tragica. Desde el momento en que los dos astros se encuentran aproximados en la atmésfera de un amor, de una admiracién que los envuelve de modo igualmente fuerte e inescindible a ambos, ellos cons- tituirfan la constelacién que iba a presidir por algéin tiempo, el del periodo inicial, la trayectoria vital e in- telectual de Nietzsche. Este le dice a Rohde, al rela- tarle, en carta fechada en Lepzig el 9 de noviembre de 1868, emo conocié a Wagner y la fuerte impresién que le produjo este primer contacto con el maestro: “Comprenderas qué gran placer fué para mf el oirle hablar con calor indescriptible de nuestro filésofo, de- cir Jo mucho que le tenia que agradecer y emo habia sido el primer filésofo que hubo reconocido la esen- cia de la miésica”. Y en otra carta del mismo mes, tam- bién a Rohde, escribe: “Pensemos en Schopenhauer y Ricardo Wagner y en la indestructible energia con que mantuvieron erguida su fe en ellos mismos frente al “esedndalo” de todo el mundo ilustrado”. El ideario de Nietzsche comienza a plasmarse ba- jo el doble influjo de la filosofia de Schopenhauer y 42. la concepeién revolucionaria del arte, aportada por ‘Wagner, en un genial esfuerzo integrador de elemen- tos disgregados de una visién tinica, y ejemplicada de modo grandioso en su miisica, en el drama musical. Es asi que, sobre Ia base de una revaloracién de los sen- timientos tragicos, de la necesidad de que la vida se sienta de iuevo exaltada por ellos, en suma, de un entusiasmo y ardor estético del sentimiento, él intenta conciliar los postulados de la metafisica de la voluntad de Schopenhauer con las teorfas del arte de Ricardo ‘Wagner, fundadas precisamente en la unién, en la ar- ménica sintesis de esos elementos que el arte del pa- sado, en detrimento de su potente unidad originaria, habia separado, es decir en Ia intima conjuncién de miisica y drama, de poesia y musica, de canto y plis- tica, y todos ellos enraizando en una vida caldeada por el fuego interior de la musica, fuego purificador, atizado por el viento de la tragedia, por el pathos que id su temple heréico a los personajes de la tragedia griega. En Ja cuarta de sus Unzeitgemdsse Retrachtungen, Ricardo \Wagner en Bayreuth (1875|76), Nietzsche destaca el significado de acontecimiento artistico sin par que reviste la representacién de las obras de ‘Wagner en el gran escenario de Bayreuth. En un am- hiente creado expresamente para ellas, consultando to- dos los detalles requeridos por su grandiosa compleji- dad, en una atmésfera casi religiosa, que envuelve 43 tanto a los espectadores como a los artistas que se mue- yen en la escena encarnando a los héroes mitolégicos, acontece ahora el misterio sacro del renacimiento de Ia vida en el majestuoso vuelo de la mnisica sinféni- ca,-del apogeo del hado, del fatum que desemboca en Ia soberana libertad de Ia belleza, en un mundo trans- figurado por el hechizo del arte. Nos dice que lo acometido en Bayreuth por Wagner es el primer vi je alrededor del mundo en el dominio del arte, en el cual, como parece ser, no sélo se ha descubierto up arte nuevo, sino el arte mismo, pareciéndonos des- pués de esto que todas las artes modérnas conocidas hasta ahora han Mevado una penosa existencia eremi- taria o de artes de lujo, semidesvaloradas; que hasta los mismos reenerdos, incoherentes y mutilados, de un arte grande, verdadero, que la época moderna con- serva de los griegos, pueden esfumarse si no se sabe iluminarlos mediante una nueva interpretacién. To- do el ruido y todas las imposturas que la cultura, es- tilada hasta ahora, ha producido acerca del arte deben causarnos el efecto de una vergonzosa impertinencia. El arte de Wagner habla un nuevo lenguaje a los hi jos de una época miserable, prometiendo conducirles a un mundo también real, pero nuevo, donde impe- ra la verdadera luz. Parece decirles: ten¢is necesidad de la iniciacién en mis misterios, de sus emociones pu- rificadoras; familiarizarog con ellos para vuestra sal- vacién. 44 Nietzsche ve on el arte de Wagner el elemento catarsico de que con urgencia necesitaba la cultura mo- derma, Ilena de pasiones subalternas y manchada por una repugnante idolatria, Como antfdoto contra el rui- do que impiidicos propagandistas hacian en torno de esta cultura, que en ver de cultura le parecia més bien una feria de productos sin autenticidad con-el marcha- mo puesto en ellos por la disimulada hipocresia del filisteo, reclamaba, como un deber, el silencio, ese silencio de que los pitagéricos, con un sentido de pu- rificacién religiosa, hacian voto durante cinco afios. Por eso, ante tal especticulo, para él, pues, sélo una consigna cabia: ‘“jCallarse y ser puro”!; condicién previa y esencial para buscar con sinceridad y pasién os verdaderos caminos. Esta fué la misién de Wag- ner, cuyo arte tradueia la aspiracién hacia una eul- tura enraizada en Ia vida, la necesidad de restaurar el espiritn en su libre actividad, en su tarea peculiar, Ia que sélo cobra significado y adauiere real influjo en las sociedades humanas en la medida en que, aten- ta a las germinaciones del presente y a las posibilida- des del futuro, se nutre de impulsos creadores y, re- novadores. Para estar a la altura de esta misién gigantea y dar- Je cima en Ia creacién artistica, en el lenguaje poli- fénico de sus obras, Wagner tuvo que asimilarse, sin ahorrar esfuerzo, el més alto grado de cultura, alle- gando en creciente cantidad materiales y elementos 45 por todos Indos y de la mis heterogénea procedencia y coordinarlos y unificarlos, transfomandolos en pro- pia sustancia, Para abarcar en unidad orgfnica tal cti- mulo de conocimientos, para vivificar y modelar ar- ménicamente el saber asimilado necesito ser, a un tiempo, el filésofo, el historiador, el esteta, el estilista, el mitdlogo y poeta mitico; uve que renovar el dra- ma simple, descubrir la correspondiente posicién de Jas artes en In verdadera sociedad humana, interpretar poéticamente las pretéritas concepeiones de Ia vida. El enorme conjunto de conocimientos que, para serlo todo, necesito reunir Wagner no Iegé a paralizar su voluntad de accién, a desperdigarla en tanto deta- Ue atrayente. Nietzsche destaca encomiasticamente la admirable maestrfa con que supo sortear todos estos peligros, preservar Ja unidad de su potencia creadora en medio de tan dispares elementos, abarcados en un solo contacto genial, y afirmarse en Ia originalidad de una actitud, cuya medida puede suministrarla compa- rativamente un patangon con aquella que caracterizé a Goethe, el gran antfpoda de Wagner. Lo que Wagner encuentra en los estudios histéricos y filoséficos no es el reposo del espiritu, los efectos calmantes y contra- rios a la accién que estas disciplinas producen.. Tam- Poco él buscaba tales calmantes para la fiebre de ac- cién, de lucha, de trabajo en que ardia, y de los que no Jo distrajeron su familiarizacién con los diversos do- minios de la cultura y el estudio de sus problemas. La 46 historia es arcilla para Ja fuerza creadora que lo posee. La posicién que adopta frente a ella no es la usual-de los sabios y eruditos, asemejandose mas bien a Ja rela- cidn en que estaban los griegos con sus mitos, a los que consideraban como algo que se modela y recrea poéti- camente con amor y una especie de recogimiento te- meroso, pero sin abdicar del derecho soberano del creador. La fuerza poética, modeladora de Wagner se afirma y triunfa porque no imagina ideas abstractas, sino fenémenos visibles y sensibles, es decir, piensa de una manera mitica, como el pueblo ha pensado siem- pre. Es que el mito no se basa en una idea abstractas es Ia idea misma, encierra una representacién del mundo, evoca y conjura una serie de hechos vividos, acciones y dolores. Porque la historia es, para Wagner, tan cambian- te como un suefio, puede dar concrecién poética, en un hecho, en un acontecimiento particular, al carde- ter peculiar de una época entera y lograr, en la expo- sicién y en Ja representacién simbéliea, un grado de verdad, que jamis puede ser aleanzado por el his- toriador. En los estudios histéricos y filos6ficos no s6- Jo encontré armas para su empresa, sino que en ellos supo recoger el soplo de inspiracién que se eleva de la tumba de los grandes luchadores, de los grandes pensadores y de todos los grandes angustiados que apu- raron el dolor y Ia tribulacién. Para Nietzsche, toda esta lucha, que es la lucha del individuo contra lo que, aT bajo la forma de una necesidad ineluctable, se opone a sus designios creadores, est patente en la imagen que nos ofrece Ia obra de Wagner, obra trigica, que cobra su pleno y profundo sentido para los que afron- tan el combate y saben encontrar en ella un bilsamo para sus heridas, El arte, nos dice, no es un remedio ni un estupefaciente mediante el cual pudiéramos li- herarnos de todas las circunstancias miserables de la existencia, La mirada Iena de misterio con que la tra- gedia nos contempla no es un hechizo que nos-ador. mezea y paralice, Mientras ella nos mira, pide de nos- otros calma, pues el arte no esta hecha para la lucha misma, como un estimulante, propio para enardecer al combatiente, sino para los momentos de calma antes © en medio del combate, para aquellos minutos en que por la evocacién o el presentimiento comprendemos lo simbélico y, con el sentimiento de una suave fatiga, nos invade un ensuefio restaurador. Es que el arte no puede servirnos de educador ni orientarnos en la ac- cién inmediata; el artista no es munca un mentor ni un consejero. Lo que hallamos deseable y encomiable en el héroe a que da vida la obra de arte, mientras ésta ejerce su hechizo sobre nosotros, no posee, en Ia vid real, el mismo valor y rara vez se nos ofrece como di no del esfuerzo y del sacrificio. Precisamente, por esta distancia e incompatibilidad entre los héroes que re- presenta la tragedia y la vida real, “el arte es la acti- Vidad del hombre que reposa”. 48 Por encima de los multiples seres que, segin Nietzsche, animados por una pasién poderosamente in- dividualizada, hacen ofr su voz en la musica de Wag- ner, por encima del soplo huracanado de las contradic- ciones, impera una gran inteligencia sinfénica que, to- cada de un designio superior, inspirada por una razén suprema, hace nacer la concordia y la paz del seno mismo de la guerra, del encuentro tempestnoso de las pasiones y contradicciones. Para él, la nnisica de Wag- ner en sti conjunto es cabal imagen del mundo tal co- mo éste fué concebido por el gran fildsofo de Efeso, 0 sea como armonia engendrada por la lucha, como uni- dad de justicia y enemistad. En sintesis, para Nietzs- che, Wagner, el miisizo, en la conviecién de que no de- be existir cosa alguna necesariamente muda, ha dado ‘vou y prestado acento a todo lo que hasta el presente no podia o no queria expresarse en Ja naturaleza. Cuando el fildsofo, es decir Schopenhauer, que, para esta etapa del pensamiento nietzscheano, es el filésofo por antonomasia, dice que existe una Voluntad que, tanto en la naturaleza animada como en la inanimada, tiene sed de existencia, el mtisico, es decir Wagner, afiade que esta Voluntad quiere, en todos sus estadios, una existencia en el mundo de los sonidos, busea expre- sar sus potentes impulsos, revelar en la miisica sus ocultos y trascendentes designios. El soplo de la tra- gedia, subraya él, ha pasado por la existencia de Wag- ner y por todo aquello a que su arte ha dado vida e 49 infundido superadora inquictud. Las almas que pue- den adivinar algo de todo esto, aquellas para las cua. Jes no son ideas y sentimientos extraiios la ilusién tra- gica acerca del fin de la vida y el renunciamiento y la Purifieacién por medio del amor, tienen que recordar, en lo que Wagner nos muestra en la obra de arte, el aletazo fugaz del ensuefio de una propia existencia heroiea, en la que alentaba el grande hombre, En esta valoracién ditirambica que nos da Nietz- sche del arte de Waguer estin ya en pleno desarrollo sus ideas sobre la tragedia y su intima relacién con la inisica y aquellas acerca del significado del arte para la vida; se encuentra también pre-bosquejada, sobre la ba. se de una concepeién dionysiaca del mundo y de la vida, su ulterior filosofia, Etapas de aquel desarrollo habia, sido Die Geburt der Tragiidie, las tres anteriores Un- zeitgemdsse Betrachtungen, ademés una serie de ensa- ¥os, fundamentales algunos, en que se expresan ideas ¥ motivos estéticos y filosdficos afines con los que constituyen el tema hisico de aquellas obras. Pero pa- ra comprender el significado y aleance de esta tematic ca, para valorar sus impulsos centrales, en una palabra, Para asistir al despliegue y elucidar la motivacién fun. damental de aquellas ideas de Nietzsche, tenemos que retomar Ia vida de éste donde la hemos dejado, en Leipzig. 50 tes ¥ 1 ) IV.-LA CONCEPCION DIONYSIACA Nietzsche cursa su iiltimo aiio de estudios en Leip- zig y, pensando que muy pronto estarian ya termina- dos, se forja un sinmimero de ilusiones acerca del tiem- po de plena libertad de que, antes de afrontar las pro- saicas obligaciones de la vida, queria disfrutar, para dedicarlo a tranquilas lecturas sobre las cuestiones que mis lo inquietaban, a viajes, que habia proyectado y hasta imaginativamente pregustado, en fin, al ocio im- productivo pero espiritualmente fecundo del ensue- io, del libre divagar, que ansian y necesitan, como in- centivo para la labor intelectual, las naturalezas super- abundantes y creadoras. Pero todas estas perspectivas halagiiefias se truecan siibitamente para él por el ros- tro severo de una nueva ¢ inmediata responsabilidad, cuya existencia ni remotamente habia podido sospe- char. La Universidad de Basilea queria nombrarlo profesor de filologia clasica, habiéndolo consultado Tespecto a esta posibilidad a su maestro Ritschl, quien, autorizado para formular la propuesta al candidato, su. 51 discipulo, causé en éste profunda sorpresa con seme- jante noticia. Nietzsche, que a la sazén tenia veinti- cuatro afios y que no habia obtenido aun su titulo uni- versitario, comprendié la importancia de la seductora oportunidad que se le brindaba y el honor que con ella se le discernfa, pero, no obstante, tironeado por su ansia de libertad interior, por ensuefios amorosamente acariciados, todavia duda sobre si debe aceptar un ofrecimiento tan tentador, que venia a imprimir a eu vida un rumbo inesperado y fuera de las previsiones trazadas con respecto a su futuro inmediato. Sin em- bargo, el influjo y los casi paternales consejos de Rits- chl To persuaden, y él acepta; su destino profesional estaba decidido: seria profesor en Ia Universidad de Basilea. Sin el requisito tiltimo de Ia tesis doctoral, y teniendo sélo en cuenta sus optimos trabajos anterio. res y sus excepcionales aptitudes, 1a Universidad de Leipzig le otorga diploma. Federico Nietzsche era ya profesor al lado de sus profesores. Antes de trasladarse a Basilea, va a pasar unas ee- manas con su familia, en Naumburg; es su despedida. La vispera de Ia partida, en carta al barén de Gers- dorff, fechada el 13 de abril de 1869, da expresién a los sentimientos ¢ inquietudes que lo embargan, al melancélico y desazonado estado de alma que experi- menta ante la nueva y dificil Iabor en que va a em: pefiar su esfuerzo y a probar su capacidad. Le dice a su amigo: “El dltimo plazo ha expirado. Ha Hegado 52. Ja iiltima noche que paso en mi patria; mafiana tem- prano partiré hacia el vasto mundo para dedicarme a una nueva y no acostumbrada actividad, en una pesa- da atmésfera de deberes y trabajo. De nuevo hay que decir adiés; ha pasado sin remisién la dorada época de libre actividad ilimitada, del presente oberano, del gozar del mundo y del arte como espectador desin- teresado o, por Io menos, apenas interesado. Ahora reina Ja severa Diosa de la obligacién cotidiana... No encuentro en mi todavia, ni por asomo, esa propen- sién a la gibosidad, caracteristica del profesor jZeus y todas las musas me preserven de ser filisteo, hombre abandonado por las musas, hombre gregario! Ademis no sé emo me tendria que arreglar para Iegar a ser- o, ya que actualmente no lo soy. Cierto que estoy ex- puesto ahora a una clase de filistefemo, Ia del hombre especializado, pues es muy natural que el peso cotidia- no y la continua concentracién del pensamiento so- bre determinadas cuestiones y sectores de la ciencia emboten Ia libre sensibilidad, y ataquen, en sus raices, al sentido filoséfico: Pero me imagino que podré li. brarme de este peligro con mis calma y seguridad que la mayor parte de los filélogos. La severidad filosé- fica ha enraizado muy profundamente en mi, y el gran mistagogo Schopenhauer me ha mostrado con de- masiada claridad los verdaderos y esenciales proble- mas de la vida y el pencamicnto para que tema nunca Tlegar a una vergonzosa apostasia de la “Idea”... Si he- 58 mos de levar al exterior el aporte de nuestra vida, in- tentemos, al menos, emplearla de manera que, cuan- do la felicidad nos redima del esfuerzo que le hemos exigido, los demas la estimen y bendigan como va- Tiosa”. Con el establecimiento de Nietzsche en Basilea y Ia iniciacién de sus tareas docentes comienza, puede decirse, una nueva vida, para él. Es una etapa de su pensamiento, caracterizada por el entusiasmo y el fer- vor que pone en la bisqueda de una verdad en que poder asentar su propia concepcién del mundo y de Ia vida, ya en germinacién, de un ideal de la cultura que se avenga con las més altas exigeneias de la vida, que se inspire, haciéndole justicia, en la vocacién ereadora del espiritu, siempre urgido hacia nuevas metas y conquistas, siempre necesitado de brillar y afirmarse en sus obras y, més allé de estas, en su lumi- nosa plenitud de potencia rectora de los afanes hu- manos.'Para el desarrollo y arménica estructuracién de estas ideas, para avanzar por este camino, en euyo rumbo atisbaba quizés muchas cosas originales y fe- cundas, tenia un punto de partida y un norte en la fi- losofia de Schopenhauer, y un poderoso incentivo en l ideal estético de Ricardo Wagner, su futuro ami- g0, a quien acompafiaria y secundaria espiritualmen- te en la Incha por este ideal. Al instalarse en Basilea, Nietzsche se encontraba Heno de temores respecto al género de vida que esta- 4 ria obligado a Hevar, en un ambiente social que le era desconocido y del todo nuevo en lo universitario e in- telectual. Tema, alejado del cfrculo de sus amigos y de sus afectos familiares, sentirse demasiado solo, pri- vado de toda convivencia intelectual amistosa, sin el “pensamiento que consuene y rime” con el suyo; la sola idea de esta soledad lo inquietaba y entristecia. Pero sus temores eran, felizmente, infundados, pues Ja vida y la actividad a que ingresaba le tenian reserva- das més de una sorpresa agradable y confortadora. En la Universidad encuentra excelentes colegas, que lo acogen cordialmente; hace amistad con Jacobo Burck- hardt, que adquiriria merecida fama como esteta e his- toriador del arte, y con el economista Schénberg, com- placiéndose en el trato personal de ambos. Pero lo que habia de colmarlo de satisfaccién, alejando su te- mor a la soledad, fué una circunstancia inespera- da, algo que é1 estaba lejos de sospechar: Ricar- do Wagner se habia instalado en Tribschen, cer- ca de Lucerna, en una villa a orillas del lago. Nietz- sche se ditige al retiro del maestro y, desde la prime- ra entrevista, ol fugaz encuentro de Leipzig se con- vierte en amistad. Desde entonces, Tribschen es, para Nietzsche, meta y solaz de los dias Hibres, lugar de la més alta. y fecunda convivencia espiritual. En carta a Ia madre, fechada en Basilea on junio 1869, le dice a este respecto: "De Ja mayor importancia para mi es el tener, en Lucerna, no tan cerca como lo deseara, 55 pero tampoco tan Iejos que no puedan aprovecharse Jos dias libres para reunirnos, al amigo y vecino mas deseado: Ricardo Wagner, que, como hombre, es en- teramente de igual grandeza y singularidad que co- mo artista... La villa de Wagner, maravillosamente instalada, se Jevanta a Ja orilla del lago, al pie del Pi- latus, en una encantadora soledad de lago y monta- fia, Vivimos alli en la més animada conversacién, den- tro del mas amable cfrculo familiar y completamente apartados de la trivialidad vulgar de las reuniones sociales. Esto significa para mi un gran. hallazgo”. En lo que se refiere a su actividad docente, las pri- meras experiencias son distintas de Jas que, con un poco de pesimismo, se habia imaginado; sus aprensio- nes ante la labor de Ia cétedra, su temor a caer en el filistefsmo de la especializacién también le resulta- ron infundados. Sobre este aspecto de la tarea docen- te, que tanto le diera que cavilar, escribe a su maes- tro Ritschl, en carta fechada en Klimsenhorn, el 2 de agosto de 1869, lo siguiente: “Mis afios de estudian- te no-han sido nada més que un voluptuoso holgaza- near por los campos de Ia filologia y del arte, de mo- do que, con intimo agradecimiento hacia usted, que ha sido el “destino” de la vida que he Hevado hasta ahora, reconozco lo necesario y oportuno del nom- bramiento que me convirtié de “estrella errante” en “fija”, y me dejé saborear de nuevo el placer del tra- hajo aspero, pero ordenado, y del fin seguro e indes- 56 plazable. {De cudn distinto modo crea el hombre cuan- do tras de si esta la santa fatalidad de la profesién!; jqué tranquilo duerme, y qué seguramente sabe al despertar lo que de él demanda la jornada! Esto no es de ningiin modo filistefemo”. Durante estos primeros aiios de Basilea, tan impor- tantes en el desarrollo intelectual de Nietzsche, el pen- samiento de éste, apremiado por grandes y vitales in- terrogaciones, cobra intenso ritmo; su espiritu cono- ce el entusiasmo ante las certidumbres recién eonquis- tadas, ante las verdades apasionadamente buscadas y ya entrevistas. Es el momento en que se est gestan- do su concepeién dionysiaea del mundo y de la vida, en que se plantea “el grandioso problema griego”. El entusiasta admirador del helenismo, vinculando aquel problema a las necesidades espirituales de su tiem- po, emprende Ja lucha por una cultura alemana ori- ginal y vigorosa. Sus reflexiones y penetrantes pun- tos de vista son, por Ia seguridad y maestria con que enfoca tan ardua cuestién, los de un verdadero cono- cedor y critico de la cultura. De este complejo de in- quictudes y problemas surge Die Geburt der Tragidie, su primer libro organico, su obra de juventud. Nietz- sehe buscaba aqui el grado més alto de exaltacién de la vida, y eree encontrarlo en la unién de misica y tragedia. Esta culminacién esti representada por el artista trdgico, el que, al sentirse consustanciado con Ia voluntad césmica, se sumerge en la embriaguez oT dionysiaca y se expresa en su lenguaje natural, que es el de la musica, Asi, mediante superacién del dolor universal por la contemplacién de la belleza, libera- do ya del pesimismo que infunde todo sufrimiento, afirma y exalta la vida, conqnistando el sentido trdgico. Segiin Nietzsche, las tragedias griegas fueron origi- nariamente tragedias musicales, cuya miisica se per- dié para la posteridad; él ha visto con acierto genial cual fué la verdadera funcién del coro en la tragedia griega. El héroe, el actor real es el coro, como acon- teee con el coro de las Danaides, en Las Suplicantes, de Esquilo. En El Origen de la Tragedia, Nietasclie parte del prineipio de que, para aquella identificacién de la sustancia tragica de la existencia con la voluntad eés- mica, es el arte, y no la moral, la peculiar actividad metafisica del hombre; que la existencia del mundo sélo puede justificarse como fendmeno estético, ‘Tra- ta de aleanzar y valorar, por via intuitiva, la certeza inmediata de que el ulterior desarrollo del arte esti esencialmente atado a la duplicidad de lo apolineo y de Io dionysiaco, asi como la generacién depende de Ia dualidad de los sexos, que viven en continua lucha con sélo reconciliaciones periédicas. Aquellas dos de- nominaciones proceden del mundo de los dioses grie- g0s, de las dos divinidades del arte, Apolo y Dionysos, que expresan Ia radical oposicién entre el arte escul. térico, o apolineo, y el arte musical, que tiene por Dios 58. a Dionysos. Son dos impulsos distintos que discurren uno al lado del otro, pero en abierta escisién recipro- ca para perpetuar aquella oposicién, superada sdlo aparentemente por la expresién comin “arte”, apli- cada a ambos impulsos. Del apareamiento de estos, mediante un acto metafisico milagroso de la “volun- tad” helena, nace, como obra de arte dionysiaca y apo- linea, a la vez, la tragedia Atica. Asi surgen, en el m- bito griego, los dos mundos separados, pero no distan- tes, del ensueiio y de la embriaguez. Bajo el sortilegio de lo dionysiaco se estrecha de nuevo Ia alianza en- tre hombre y hombre, ¢ inclusive la naturaleza, su enemiga o sojuzgada, que se habia tornado extrafia a 41, celebra otra vez la reconeiliacién con su hijo perdido, el hombre. Nietzsche considera lo apolineo y su contrarid, lo dionysiaco, como potencias artisticas que, sin la me- diacién del artista humano, irrumpen de la naturale- za misma, y en las cuales por via directa se satisfacen los instintos artisticos de ambas tendencias. Frente a estos inmediatos estados artisticos de la naturaleza, to- do artista es sdlo un “imitador”; es decir, 0 es un ar- tista apolineo del ensuefio o un artista dionysiaco de la embriaguez, 0, finalmente, como acontece de modo ejemplar en la tragedia griega, es, a un tiempo, artis- ta ebrio y artista ensofiador. La tradicién griega nos dice con plena certeza que la tragedia ha surgido del coro tragico y que, en su origen, ha sido coro y nada 59 més que coro, y no drama. Con la misma seguridad, segin Nietzsche, puede afirmarse que, hasta Euripi- des, Dionysos jams ha cesado de ser héroe trigico, sino que las més famosas figuras de la escena griega, como Prometeo, Edipo, ete. son solamente mascaras de Dionysos, en tanto éste es el héroe originario. Pre- cisamente, Ia razéri fundamental de que se contemple con aombro Ia idealidad tipica de estas figuras famo- sas consiste en que detriis de aquellas miscaras se ocul- ta una Divinidad, Ia que no es otra que Dionysos. Sentadas estas premisas, Nietzsche nos va a decir que si la més antigua tragedia griega sucumbié, con Euripides —cuya tendencia anti-dionysiaca, al pre- tender fundar el drama sélo sobre lo apolineo, se ex- travié en una direecién naturalista y anti-artistica— el agente homicida fué el socratismo estético, cuya ley suprema reza que “todo tiene que ser comprensible, para ser bello”. Debemos ver en Sécrates, el héroe dialéctico en el drama platénico, al adversario de Dio- nysos. El representa tipicamente al hombre teoréti co, al optimista del conocimiento, que, en la investi- gacién de la naturaleza de Jas cosas, otorga la prima- cia al saber y atribuye al conocimiento la fuerza de una medicina universal, viendo en el error el mal en si, Es asi que surge y se define el secular antagonismo entre la concepeién tragica del mundo y Ia esencial- mente optimista de la ciencia, con Sécrates, su pre~ cursor ilustre, a la cabeza. Porque la tragedia antigua 60 Aué interceptada en su camino por el impulso dialée- tico hacia el saber y el optimismo de la ciencia, se desemboca, como consecuencia de tal encuentro, en una eterna lucha entre la concepeién teorética del mundo y Ja tragica. Pero la posibilidad de un rena- cimiento de la tragedia esta dada por el ineluctable proceso a que, conforme a su esencia misma, es im- pulsada la ciencia. En cuanto el espiritu de ésta’ es Hevado hasta sus limites, y, por la comprobacién de la existencia de estos, es aniquilada su pretensién de validez universal respecto a sus prineipios y a la con- sideracién teorética del mundo fundada en los mismos, nos es dable esperar un renacimiento de la tragedia. Nietzsche encara radicalmente el fenémeno del pensamiento griego y de sus proyecciones tedricas, y, como él mismo Io confiesa en el “Ensayo de una Au- tocritica” antepuesto a la obra quince afios después, Jo que, en realidad, también logré ver, en El Origen de Ia Tragedia, fué un problema nuevo ¢ incisivo, cierta- mente peligroso, el problema de la ciencia misma, que Ie result6, como grificamente lo dice, “un problema con cuernos”, aunque “no precisamente un toro”, puesto que pudo asirlo bien y darle una respuesta fundamental y revolucionaria. Al preguntarse por Ia relacién en que esta la ciencia con la vida y con el arte, considera a Ja ciencia, a esta precipua actividad que con tanto orgullo y criterio absolutista ha venido desarrollando el hombre occidental, como algo proble- 61 mitico y hasta precario, y afirma que el problema de Ja ciencia no se puede discernir sobre el terreno de la ciencia misma, En consecuencia, proclama, con osadia genial, la necesidad de “ver Ia ciencia bajo el ocular del artista, pero al arte bajo la éptica de la vida". En Sécrates, como representante de Ia ciencia y de Ja dialéctica, y en Platén, su discipulo, ve Niétz- sche los sfntomas de Ia decadencia del helenismo y los instrumentos de la disolucién del auténtico espiritu griego, de su impetu vital primigenio, Su apasionada polémica contra la dialéctica socrdtica y la hegemo- nia absoluta de la racionalidad sobre los instintos pri- marios, instaurada por la concepeién agonal que aflo- ray se define en el diélogo platénico, la retoma y pro- sigue desde nuevos enfoques y con argumentos mis in- cisivos, en El Crepiisculo de los Idolos, bajo el titulo “El Problema de Séerates”. Aqui nos dir abiertamen- te, sin eufemismos, que con Séerates el gusto griego, un gusto distinguido, se echa a perder por obra de la dialéctica, que sefiala el ascenso de la plebe y el triun- fo de Io plebeyo. “Las cosas honestas, como los hom- bres honestos, no Hevan sus razones en Ia mano. Es indecente mostrar los cinco dedos. Aquello que nece- sita previamente ser demostrado, es de poco valor. En todas partes, donde todavia la autoridad pertenece a las buenas costumbres, donde no se aducen razones sino que se manda, el dialéctico es una especie de P. lichinela: es objeto de risa y no se Io toma en seri 62 Sécrates era el Polichinela que se hacia tomar en serio”. Todavia él se replantea el “problema de Sécrates”, en La Voluntad de Poderio (427-477), con mucha mis amplitud, centrando en el mismo un penetrante in- tento de “Critiea de la Filosofia Griega”, lleno de acier- tos y hallazgos de primera magnitud. En éctas re- flexiones, los dos términés antagénicos, que definen una oposicién fundamental, el sentimiento tragico y el sentimiento socratico, son medidos y valorados de acuerdo ala ley de la vida. “La aparicién de los filé- sofos griegos desde Sécrates es un sintoma de la de~ eadencia; Jos instintos anti-helénicos suben a la su- perficie. ..” Considera que enteramente helénico todavia, pero como forma de transicién, es el “sofista”, inclusive filésofos del tipo representado por Anaxdgoras, De- mécrito y los grandes pensadores jénicos. “La cultura eriega de los sofistas habia surgido de todos los instin- tos griegos; ella pertenece a la cultura del tiempo de Pericles tan necesariamente como Platén no pertene- ce a ella: tiene sus predecesores en Herdclito, en De- mécrito, en los tipos cientificos representantivos de la vieja filosofia, y aleanza su expresién en la alta cultu- ra de Tucidides”. La reaccién de Sécrates, que preco- niza Ia dialéctica como camino hacia la virtud, signi- fica exactamente la disolucién de los instintos griegos, cuando se antepone la demostrabilidad como supues- 6a to de Ja aptitud personal en la virtud. Todos los gran- des virtuosos y verbalistas son tipos del periodo de di- solucién, Los juicios morales, arrancados del fondo griego que los condiciona y desde el cual ellos han surgido, son, bajo una apariencia de sublimacién, des- naturalizados. “Los grandes conceptos “bueno”, “jus- to”, desprendidos de los supuestos a que pertenecen, y como “Ideas” devenidas libres, Uegan a ser objetos de la dialéctica. Se busea detrés de ellos una verdad, se los toma como entidades como signos de entida- des: se inventa un mundo, donde ellos estén como en su hogar, y del cual proceden...” Ya con Platén tal subversin esté en su apogeo. “Ahora se necesitaba ade- més inventar también al hombre abstractamente per- fecto: bueno, justo, sabio, dialéctico, en sintesis, el espantajo del fildsofo antiguo; una planta separada de todo suelo; una humanidad sin ninguno de los intin- tos seguros y reguladores; una virtud, que se “demues- tra” con razones. jE] perfectamente absurdo “indivi- uo” en si!, la monstruosidad de mas alta jerarquia.. .” La decadencia se denuncia en la preocupacién por la felicidad, es decir, por la “salvacidn del alma”, porque cl estado de ésta se lo siente como un peligro. “La al- ternativa ante la cual todos estaban colocados era ser tacional o sucumbir. El moralismo de los filésofos griegos muestra que ellos se sentian en peligro. « a Seztin Nietzsche, los fildsofos griegos propiamente dichos sun los anteriores a Séerates. Por eso su espi- 64 rit se vuelve nostilgico a esa época ciertamente tré- gica en que los griegos, filosofando, dejando en liber. tad su impetu volitivo y resueltos a aprender ¥ a vie vir, al mismo tiempo, lo que aprendian, crearon Ia filosofia, trazaron el horizonte tempestuoso de Ja lu- cha titénica del pensamiento con los grandes enigmas, de ese pensamiento que vivia en el trance heroico de conquistar las primeras verdades. Acerca de este cardcter vital y creador de la filosofia entre los pen- sadores pre-socraticos, muchas cosas fandamentales y profundas nos dice en su magistral ensayo, titulado La Filosofia en la Epoca Trgica de los Griegos, frag- mento de una obra més extensa, planeada en sus par- tes principales, pero que quedé sin escribir. Los griegos, que supieron plantar el comienzo de Ia trayectoria de su pensamiento en la madurez de idad, justifican, como hombres ver- daderamente sanos, Ja filosofia misma por tendencia expansiva de su propio ser. La justican por el hecho simple y decisivo de que ellos filosofaron con la misma naturalidad con que Jos manantiales fluyen, buscan- do la luz del sol para sus aguas. Sélo una cultura co- mo le griega puede justifiear a la filosofia porque unicamente ella puede saber por qué y cémo el fi sofo no es una aparicién casual y arbitraria. Una ne- cesidad acerada Jo encadena a una verdadera cultura, Cuando ésta no existe, entonces el fildsofo es un co- meta cuya presencia en su ambito no puede ser cal- ‘ 65 culada ni prevista. “Los griegos justifican al fildsofo porque éste sélo entre ellos no es un cometa”. Los pen- sadores griegos osaron cumplir en si mismos Ja ley de Ja filosofia, ajustando a ella, a sus exigencias, el paso de su vida. La filosofia en Ia tragica época de los griegos encarné y vibré, como un desafié al des- tino, en figuras como la de Anaximandro de Miléto, el gran modelo de Empédocles. De él, en su elogio, nos dice Nietzsche que “vivié como escribié; habla- ba tan solemnemente como vestia; levanté Ja mano y asenté el pie como si esta existencia fuese una tra- gedia en Ia que él, como héroe, tuviese que represen- tar un papel para el cual hubiera nacido”. En sintesis, para Nietzsche, la filosofia de esta épo- ca del espiritu griego seria, en viltima instancia, una faceta de la sabiduria dionysiaca, sabiduria que me- diante procedimientos apolineos alcanza plasmacién estética en el mito trégico. Lo dionysiaco, medido por Jo apolineo, manifiéstase “como la eternay originaria potencia artistica que, en general, trae a la existencia al mundo total de los fenémenos, en cuyo seno es ne- cesaria una nueva apariencia de transfiguracién pa- ra mantener en Ja vida al mundo animado de Ia in- dividuacién”. Acerea de esta audaz y profunda interpretacién de Ia cultura griega, y de la concepcién dionysiaca de la vida que nnestro pensador funda en aquélla, es decir, en las fuerzas primarias que se conjugan artisticamen- 66 te en el mito tragico, debemos anotar, desde un punto de vista eritico, lo siguiente: Nietzsche ve la culmina- cidn del desarrollo de la cultura y del espiritu griegos en Homero 0 en el apogeo de Ia tragedia, valorando asi con criterio absoluto y pathos roméntico los tiempos primitivos. Sin duda, el alma griega alcanzé la plenitud de su triunfo y expansién a costa del doloroso sacri- ficio de su juventud, de sus potentes impulsos prima- rios, de su primitividad turbulenta y ereadora, que, por superabundancia, engendraba dioses, héroes y monstruos en el seno tempestuoso de sus suefios; pero, en virtud del proceso ineluetable e irreversible que condiciona histéricamente toda cultura y toda civili- zacién, el ave simbélica de Minerva, como nos dice Hegel, sélo inicia su vuelo en el creptisculo, vale decir en la hora en que, sobre un fondo de penumbra y por contraste con la sombra que se aproxima, es mas clara y sosegada la luz del espiritu, y las formas, ya distantes del caldeado mediodia, se dibujan més netas y recor- tadas en el claroscuro. 67 V.-LA PERSONALIDAD CREADORA En este periodo de su desenvolvimiento intelectual y laborioso aporte de elementos para su Weltan- schauung, a que nos venimos refiriendo, Nietzsche trata de formular y cimentar un ideal de la cultura en fun- cin del-fomento y desarrollo de la personalidad erea- dora, de las grandes individualidades. Su exaltacién del artista tragico, para el que reclama condici estimulantes y un clima espiritual y estético propicio, asi como su busqueda y apasionada peticién de mode. Jos humanos educadores, en lo artistico y on lo intelec- tual, tienden deliberadamente a aquel fin, es decir, a revitalizar Ia cultura alemana de esta época, a infun. dirle nueva savia, a centrarla en las exigencias del pre- sente y a Ia vez dotarla de sentido prospective. Para aleanzar este propésito era necesario superar serios obsticulos; habia que Iuchar contra el tipo del filisteo, del supuesto representante de la verdadera cultura, al que Nietzsche lo veia enearnado en David Strauss, y sobre todo combatir Ia hipertrofia de la cultura hist. \ 69 rica, cuya preponderancia tiene un efecto depaupe- rante sobre la vida, paralizando la iniciativa espiritual del hombre; consecuencias bien graves quo resultan de Ja manera, entonces en boga, de considerar las disci- plinas histéricas, y cultivarlas. A este problema, a este verdadero escollo que impedia el desarrollo, la progre- sién viviente y fecunda de la cultura, frenando toda apetencia hacia lo nuevo y original, consagea Nietzsche Ia segunda de sus Unzeitgemiisse Betrachtungen, titu- lada: De la Utilidad y del Dafio de los Estudios Histé- ricos, para la Vida. Dilucida con extraordinaria penetracién el cardcter y las consecuencias inmediatas y visibles, como tam- bién las remotas y ocultas, del fendmeno apuntado. A. diferencia del animal, enya vida discurre, conforme a un estitico y reducido ritmo temporal, de una mane- ra no-histérica, el hombre, celoso de aquél, que al punto olvida y ve morir y extinguirse para siempre en sombra y niebla cada uno de sus instantes, esta conde- nado a recordar y a doblegarse bajo el peso, cada vez mayor, del pasado, como si lo agobiase un fardo oscuro ¢ invisible, que lo inclina hacia un lado y retarda su paso. De esta experiencia ineludible saca él la convie- cidn de que la existencia es un pasado ininterrumpido, una cosa que vive de negarse y contradecirse a sf mis- ma, de su propia destruccién, El hombre niega, en apariencia, esta fatalidad, pero, por inereia, suele resig- narse a ella. Ahora bien, un hombre que quisiera sen- 70 tir sélo de una manera puramente histérica se aseme- jarfa a alguien a quien se privase completamente del suefio. Es posible vivir casi sin recuerdos y hasta vivir, asi, feliz, pero es absolutamente imposible vivir sin ol- vidar; toda accién exige el olvido. El exceso de insom- nio, de sentido histérico perjudica al ser viviente, ya sea éste un hombre, un pueblo o una cultura. Para que éstos no se conviertan en Jos sepultureros del pre- sente, es necesario determinar el grado de sentido his- térico tolerable y, conforme a él, los limites on que el pasado tiene que ser olvidado, a fin de permitir a la fuerza plistiea de que dispone un hombre, un pueblo, una cultura, desarrollarse y crecer mas allé de si mis ma, de una manera peculiar, transformando e ineor- porando Io extrafio y lo que Ie Hega del pasado. De acuerdo a ésto, la aptitnd de poder sentir, en un cierto grado, de una manera whistérica tendria que ser consi- derada como Ja aptitud mas importante y primaria, por cuanto en ella yace el fundamento sobre el cual Yinicamente puede surgir algo grande y sano, algo ver- daderamente humano. Sélo mediante la capacidad de utilizar el pasado para la vida, y de transformar de nuevo lo acontecido en historia, el hombre Hega a ser hombre. Pero entregado a un exceso de estudios his- téricos y abrumado por el recuerdo de lo pasado, el hombre cesa nuevamente de ser y jams podria reto- marse y recomenzar si no pudiese refugiarse en aque- Ma atmésfra de lo no-histérico. Si él antes no hubiera 1 estado envuelto en Ia nebuilosa de lo no-histérico, no se habria atrevido a levar a cabo acto alguno de signi- ficacién, de esos que delatan su potencia y su espirita de iniciativa, al servicio de la vida. Hay que saber olvidar en el momento oportuno, y también, en el momento oportuno, recordar; saber discernir con instinto vigoroso cuando es necesario sentir de manera histérica, y eudndo de manera no-his- tériea. De aqui deriva, segtin Nietzsche, el siguiente principio: “Lo no-histérico y lo histérico son en la misma medida necesarios para la salud de un indivi- ‘uo, de un pueblo y de una cultura”. La historia, pen- sada como ciencia pura, devenida soberana, se nos im- pondria como una especie de acabamiento de la vida y balance de todos los hechos y acontecimientos huma- pos. Contrariamente, la cultura histérica sélo es salu- dable y promisoria para el porvenir cuando sigue y se pliega a una nueva y poderosa corriente de vida, al proceso vivo de una cultura en devenir; es decir, ‘inicamente cuando ella est dominada por una fuerza superior y no es ella Ja que domina y dirige. "La his- toria, en cuanto esta al servicio de la vida, se encuentra al servicio de una potencia no-histérica, y, por esta razén, acatando tal subordinacién, no podra ni debera nunca ser una ciencia pura, como lo es aproximativa- mente la matemitica”. La historia pertenece, princi- palmente, al tipo de hombre aetivo y poderoso, al que 72 ha empefiado sus fuerzas en una gran lucha, y también al que, necesitando de maestros, de modelos, de con- fortadores, no puede encontrarlos entre sus compafie- ros ni entre los hombres del presente. Pero no sélo en este aspecto, él mas seductor quiza, pertenece la historia al hombre, sino que éste, en razén de su esencia misma, instaura con aquélla otras rela- ciones, que son aspectos de dicha pertenencia, y todas ellas delatan el complejo y delicado problema de la relacién fundamental de ia historia con la vida en general, con sus grandes intereses y supremas preocu- paciones. Es un hecho incuestionable que hasta la toria misma decae y su cultivo se vuelve tedioso y ruti- nario cuando ella, en vez de mantener un saludable equilibrio con los intereses vitales, predomina en demasia sobre la vida, y ésta degenera y se disgrega bajo el peso inerte del pasado. Si la historia debe estar al servicio de Ja vida, ésta, a su vez, necesita de los servicios de la historia. Esta pertenece al hombre, en tanto ser viviente y temporal, bajo tres aspectos: la historia Ie pertenece como a ser active y que aspira, también porque conserva y venera y, por tiltimo, por- que sufre y esta necesitado de liberacién. “A esta tri- nidad de relaciones corresponde una trinidad de es- pecies de historia: si es licito distinguir asi en los estu- dios histéricos, una historia monumental, una anticua- ria y una historia critica”. El hombre activo, obligado a convivir gon los dé- 3 biles y ociosos. desesperados, se vuelve a la historia monumental, tiene necesidad de mirar detrs de si para no asfixiarse y asquearse. Su precepto reza: lo que sea capaz de dilatar mas el concepto del “hombre” y realizarlo con mis belleza, tendria que existir eter- namente, para eternamente poder realizar esta tarea. No otra es la idea fundamental que late en la fe en la humanidad, idea que se expresa en la exigencia de una historia monumental; pero justamente esta exigencia, de que lo grande debe ser eterno, engendra una de las més terribles Inchas porque todo lo demas, todo lo que vive, responde con un rotundo no, proclamando, como solucién opuesta, que lo monumental no debe surgir. En el camino que debe recorrer lo sublime, toda gran- deza, para aleanzar la inmortalidad, todo Io que es pequefio y bajo, que Iena los rincones del mundo, tien- de sus ardides y obstdenlos, para envolver y ahogar en su phimbea atmésfera a lo que es grande y noble. Pero Ja historia monumental, superando estos obstéculos, €s una carrera de antorchas, a través de la cual tinica mente la grandeza triunfa y sobrevive. En este senti do, la gloria es la fe en la homogeneidad y en la conti- nuidad de lo grande de todas las épocas, es la protesta contra la transitoriedad de las estirpes y la caducidad. La consideracién monumental del pasado, la ocu- pacién con lo clasico y raro de épocas anteriores puede ser itil al hombre del presente, porque este piensa qme Ja grandeza que ya existié fué ciertamente 4 posible-en otra época y que por consiguiente ser po- sible otra vez. Pero también el cultivo de Ia historia monumental no sélo puede acarrear perjuicios y males entre los hombres activos, con espiritu de iniciativa y Poderosos, sino que, sobre todo, sus efectos son mas nocivos para la vida del presente, cuando se apoderan de ella los inactivos e impotentes, y, podriamos agre- gar, los eruditos sin alma, sin intuicién del futuro, que, por delatora afinidad, se adocenan en las Iamadas “Academias de Estudios Histéricos”. Hasta el mismo pasado sufre una deformacién euan- do Ia consideracién monumental del pasado prima sobre las otras maneras de considerarlo, es decir sobre Ja anticuaria y la critica. Ademis la historia monumen- tal induce a engaiio por las analogias, y por semejan- zas seductoras exeita al hombre valeroso a la audacia, y al entusiasta al fanatismo. Asimismo sus efectos pue- den ser perniciosos y negatives en el dominio del arte, en lo que respecta a la comprensién y estimulo que re- quiere toda nueva y auténtica ereacin artistica, desde que las naturalezas artisticamente débiles o simple- mente antiartisticas, escudadas en la historia monn- mental del arte, suelen dirigir sus armas contra sus enemigos hereditarios, los espfritus vigorosamente ar- tisticos, los tinicos aptos para extraer de aquella historia algo para la vida y de transformar lo aprendido en una elevada prictica. A estos espfritus creadores, tempera- mentos artisticamente dotados, es a los que se les eierra cy él camino cuando se ensalza, sin comprensién, como linico arte verdadero, un monumento de cualquier gran época pasada. Los que tal hacen poseen, en apa- riencia, el privilegio del “buen gusto”, aparecen como conocedores del arte, pero en realidad, porque desea- rian suprimir el arte, han aprendido que se puede “matar el arte mediante el arte”. Como no quieren que, en arte, se cree nada grande, proclaman enfiticamente que Jo que es grande ya existe aunque esta grandeza les importe tan poco como la que esté en trance de surgir. De este modo, la historia monumental es el disfraz bajo el que se oculta su odio contra los grandes ¥ poderoso de su época y que, para despistar, se pre- senta como profunda admiracién por los grandes y poderosos de épocas pasadas. Merced a esta mascara, “ellos truecan el sentido peculiar de.esta manera de considerar Ia historia en su opuesto, como si, Io sepan © no, su divisa fuese: Dejad a los muertos enterrar a los vivos”. La historia pertenece también al hombre que con- serva y venera, al que es fiel a su pasado y con amor vuelve su mirada hacia el lugar de donde es oriundo, experimentando un piadoso reconocimiento por haber advenido en él a la existencia. Esta disposicién carac- teriza a la historia anticuaria. El espiritn de conserva: eign y veneracién del hombre anticuario sirve a la vida cultivande devotamente Io que existe desde antiguo, Porque asi él logra conservar para sus sucesores las 6 condiciones bajo las cuales ha nacido. Reviste de dig- nidad y torna intangible lo pequefio, lo limitado, lo vetusto con su patina, haciendo de ello su hogar, trans. formindose en nostélgico inquilino del pasado. La his. toria de su ciudad nativa Mega a ser su propia historia. El hombre con alma anticuaria es el tipo opuesto del que se deja seducir por el espirita de aventura, por el prurito migratorio, actitud proclive que, cuando es un Pueblo el que la adopta, puede Hevarlo a ser infiel a su Pasado, a una incesante biisqueda de lo nuevo con sello cosmopolita, a complacerse en lo exdtico, Este es, por otra parte, el peligro a que estin expuestos los pucblos j6venes, de corta tradicién, sin instituciones totalmente cimentadas en su idiosincrasia, es decir pueblos que todavia no han Hegado a la plenitud de sentido histori, £0 ¥ que, por lo mismo, no pueden pregustar “el bien. estar que siente el arbol en sus raices”, Por su eardcter mismo, el sentido anticuario, ya Io Posea un hombre, una comuna o todo un pueblo, tiene siempre una perspectiva muy limitada, quedando co. rrada para él la visién de lo universal, y lo poco que abarea en su horizonte Io ve en una excesiva proximi- dad, aislado y fragmentado. De aqui que, impotente Para medir y diferenciar, asigne a todo lo que discierne en su ambito la misma importaneia, desde que no po. dria evaluar con justicia las cosas del pasado en en relacién reciproca Porqne carece de critcrio valurativo y de proporcién. Debido a este estrechamiento de va 7 horizonte y a las anejas deficiencias 0 limitaciones, ya apuntadas, a la consideracién anticuaria de la historia Ja amenaza un peligro serio ¢ inmediato, el de consi- derar, en dltima instancia, todo lo antiguo y pretérito ¥ que esta dentro del campo visual, como digno de Ia, misma veneracién y, por el contrario, rechazar y com- batir todo Io nuevo y que acusa la progresién de un desarrollo. Es asi como el sentido anticuario, por servir exclusivamente y someterse a la vida pasada, Hega al extremo de minar la vida presente y viviente y, sobre todo, sus posibilidades de superacién. La historia anti- cuaria misma degenera cuando la atmésfera fresea y vivificante del presente no Ia anima ya, vale decir cuando el sentido histérico, paralizado y minimalizado Por una morosa delectacién ante lo antigno y vetusto, no conserva ¢ incrementa la vida, sino que la disgrega y momifica. Asi el érbol muere lentamente, y de una muerte no natural, desde su ramaje, hasta que se seca Ja raiz al declinar y anularse su funcién de impulsar Ja savia hacia el follaje. Entonces asistimos “al espec- taculo repugnante de un furor ciego de coleceién, de una sérdida acumulacién de todos los vestigios de tiem- pos pretéritos”. El hombre, merced a esta proclividad, “se envuelve en una atmésfera mohosa, legando a reba. jar nobles necesidades y disposiciones por la mania an. ticuaria, por un insaciable apetito de todas las anti. guallas”, Esta manfa tiene todavia una forma degenerativa, 8 Ia del coleccionismo que se ccba con toda clase de co- sas vetustas, asf sean abolorios u objetos de similor, ese coleccionismo que también suele especializarse en con- teras de bastén, sables, Haves, mangos de paraguas, me- dallas conmemorativas, etc.; toda esa chatarra “his “tériea” que “atesoran” los “museos privados”, en todas las latitudes donde el hombre anticuario cree familia. Tizarse con la vida de épocas pretéritas, y renditle efi- ciente culto, aferrdndose a esos vestigios y detritus que ha depositado a su paso la corriente vital, ni mas ni menos como si alguien pretendiese saber de la magni- td ¢ impetu del mar por los caracoles y escamas de peces que él en su reflujo deja sobre la playa. Aunque Ia historia anticuaria no perdiese el suelo en que puede enraizar para heneficio de la vida, siem- pre existirfa el peligro, cuando ella Iega a ser dema- siado absorbente y exclusivista, de que ahogue las otras maneras de considerar el pasado. Por cuanto ella, conforme a su indole, tinicamente atiende a con- servar la vida y no a engendrar nueva vida, subestima siempre lo que esta en devenir y desarrollo; carece de ese instinto adivinatorio del que, por ejemplo, no se encuentra privada la historia monumental. Por fal- tarle, precisamente, este instinto y comprensién para lo que surge y esta en estado de formacién, In historia anticuaria anula toda firme decisién en pro de lo nue- vo, traba y paraliza al hombre de accién, que, por serlo, tiene siempre que desoir y vulnerar toda clase de pie- 9 dad por lo caduco, por las formas de vida ya perimidas, por lo vetusto, por la ‘venerable’ antigualla. Ahora, si se piensa cudnta piedad y veneracién han sido nece- sarias por parte del individuo y las sucesivas genera- ciones para que algo susceptible de ello adquiera ca- réeter de antigiiedad, aparecera como una osadia y una perversidad sustituir una tal antigiiedad, recono- cida y venerada durante el lapso de una vida humana y més allé de él, por una novedad, por un producto recién surgido del movimiento de la vida; pareceré enteramente temerario y absurdo oponer al cimulo de actos, piadosos y de veneracién, que han hecho in- tangible ¢ inmortalizado lo antiguo y saneionado por Ia costumbre, las formas flamantes del devenir, de lo actual, de lo naciente e inédito. Si cl hombre ha de evitar aquellos errores necesita muy a menudo al lado de la manera monumental y de Ta anticuaria de considerar el pasado, una tercera, la manera critica, la que también debe estar al servicio de Ia vida. Para poder vivir, para obedecer a las pe- rentorias exigencias del presente, tiene que tener Ja fuerza de romper un pasado y anularle. Logra este pro- Pésito indagando severamente este pasado, juzgindolo y finalmente pronunciande condena contra él. Pero la instancia que aqui juzga no es la justicia, en la que suelen ampararse las valoraciones histéricas y Ia pre- sunta objetividad del juicio histérico; mucho menos es Ja gracia, dispuesta a tender un piadosa velo sobre 80 Jos errores y desafueros del pasado, la que dicta el fallo, sino que la que juzga es tinicamente la vida, aquella potencia oscura, toda impetu y que insacia. blemente se apetece sélo a si misma. De aqui que sus sentencias, por no emanar de una fuente pura del co- nocimiento, sean siempre inmisericordes e injustas,’y aunque, en la mayoria de los casos, fuese la justicia misma Ja que se pronunciara, aquéllas no serian otr “Tanto son una sola y misma cosa vivir y ser injusto que se precisa mucha fuerza para saber vivir y olvi- dar”. Pero la vida, que necesita de olvido, reclama mo- mentaneamente la anulacién de este olvido, y someter a las cosas y valores perviventes del pasado a un seve- ro examen para enjuiciarlos con animo implacable, porque estima que deben desaparecer. Entonces se los considera histéricamente desde un punto de vista eritico y, con resolucién enérgica, haciendo tabla rasa de todos los actos piadosos que han contribufdo a erigir y consolidar esas cosas y valores, se destruyen sus rai- ces. Esta tarea es, sin duda, arriesgada y peligrosa para Ia vida, para esa vida cuyo servicio aquélla invoca para justificarse. Cuando hombres 0 épocas sirven a Ja vida de este modo, es decir enjuiciando despiada- damente el pasado y atacando en su raiz a las cosas, instituciones y privilegios a que aquél did vigencia, ellos son peligrosos y exponen a graves peligros a la humanidad y a las épocas. En este sentido, Nietzsche veria a nuestra época 81 y 4 Ja humanidad actual como anémalamente peligro- sas, y expuestas ells miemas a los mayores peligros, Por cuanto lo que sus comandos protenden destruir no es el pasado, sino un presente en germinacién, desde ue es este mismo pasado, en sus aspectos y estructu. Tas mais caducas, en la forma de civilizacién deeadente que él encarna, el que asi pugna por sobrevivirse. Pa. ra lograrlo tiende a presentarse bajo el disfraz de un Presente promisorio merced al albur histérico de su frégil y circunstancial maridaje con lo que es su an. titesis, con Io que representa una forma opuesta de civilizacién en cierne, Ia cual, habiendo terminado su gestacién subterrdnea, avanza hoy a la Iuz del dia con incontenible pujanza, Semejante paradoja histérica, ilusién ereada por obra de los lemas y consignas aom, Hados por el capitalismo occidental, sdlo ha podido Prender y prosperar en los paises colonizados y colo. niales, en sus clases, mas bien que dirigentes, dirigidas, mas ella es inoperante en los pueblos protagonistas de Ia historia, los que fueron a Ja guerra ya animados Por un espiritu revolucionario, que en Europa era al- go mas que un estado latente, y ahora van a la “paz” dispuestos a precipitarse en la revolueién, a vivir las Graméticas peripecias del despuntar de una nueva época. En Ja negacién del pasado, a la que es muy diffcil fijarle un limite, se trata en el fondo de algo que no ¢s el mero prurito de negar y de destruir, sino que 82. en aquella negacién irreverente de lo tradicional mani- fiéstase la Iucha por conquistar una dimension fun. damental para el logro de lo peculiar del hombre, do su vida individual: la afirmacién de la personalidad, Para conseguirlo, el hombre ha de rebelarce y luchar contra Jo que le ha sido trasmitido por la herencia, contra lo innato y Io adquirido por la educacién, hast crear en él un nuevo habito, un instinto nuevo, una segunda naturaleza, de modo que la primera, que es resultado del acervo hereditario y viene configurada Por costumbres y habitos inveterados, es desplazada y suplantada por aquélla. Cada una de las tres maneras posibles y justifiea- das de considerar Ia historia tinicamente esté en su derecho y tiene sentido para Ia vida en un solo terreno y bajo un solo clima, adecuados a una determinada finalidad del hombre; en eualesquiera otras condicio- nes ella esté fuera de su érbita y se desarrolla como clzafia desvastadora. “Cuando el hombre quiere crear algo grande, en general necesita del pasado y se apode- ra de éste mediante la historia monumental; quien, Por el contrario, quiere perseverar en lo usual, en viejas verenaciones, ese se ocupa del pasado como histo. riador anticuario; y Gnicamente aquel a quien angus. tia una urgencia del presente y quiere a toda costa desembarazarse de este peso, sdlo ese tiene necesidad de la historia critica, es decir de Ia que juzga y con- dena”. Del irreflexivo trastrueque de estas tareas, del 83 transporte de la planta a un suelo que no es el suyo, pueden nacer muchos males. Asi “el critico sin an- gustia, el anticuario sin piedad, el que conoce lo gran- de y no puede realizarlo, con plantas que se transfor- man répidamente en malas hierbas, extrafias a su suelo nativo natural y que a causa de ello han degenerado”. El desmesurado lugar que en Ja vida moderna ocu- pan los estudios histéricos, su hipertrofia, ha tenido y tiene graves consecuencias para la cultura y sobre todo para el nexo que ésta debe mantener con la vida. El saber desmedido, adquirido atin contra la necesidad, el hartazgo de conocimientos histéricos, que no reme- dia el hambre, no obran ya como transformador ¢ incitador, impulséndonos al exterior, predisponiéndo- nos a la actividad, sino que esa informe copia queda oculta en una especie de mundo interior caético, Una cultura que se nutre de tal saber no es algo viviente, siendo éste el caso de nues- tra cultura moderna que precisamente por ello no es una verdadera cultura, sino una especie de saber acerea de la cultura, que se reduce a una idea de Ia cultura, a un sentimiento de la cultura, pero que no Tega a ser una decisién y una vocacién para la cultura, una reaccién espiritual condicionada por ésta, vale decir por un stber perfectamente asimilado y trans- formado en propia sustancia, Lo que en esta supuesta cultura aparece como motivo real, lo que visiblemente se manifiesta al exterior como accién no es nada mas 84 que actitud convencional indiferente, una imitacién Iamentable cuando no un gesto grotesco. La identifica- cin de “cultura” con “cultura histériea”, realizada por el hombre moderno, Henaria de asombro a un griego, para quien una persona puede ser muy culta y sin embargo carecer en absoluto de cultura histériea; el griego, afineado en un sentimiento no-histérico, con todos sus impulsoso creadores, no atinarfa a reconocer en la cultura moderna, atiborrada de historia, una forma de cultura. En cambio, si un hombre moderno pudiese, por arte migica, incursionar en el mundo de os griegos, es més que probable que a éstos los encon- trase “muy incultos”, entregando, con esta impresién, ala burla publica el secreto, tan cuidadosamente guar. dado, de Ja cultura moderna. El espirita moderno ha solido infructuosamente acudir a la historia como remedio contra.las tendencias innovadoras, contra el impulso subversivo de lo nuevo, dispuesto a abrirse camino. Quizd para esto hubiese servido la historia, es decir como narcético contra el disconformismo y las tendencias revolucionarias, si ella —subraya Nietzsche— no fuera siempre ima teo- dicea cristiana disfrazada, si fuese escrita con mas jus- ticia y fervor de simpatia. Pero los historiadores, para quienes la historia es esta fable convenue, no se han propuesto la mas orgullosa de las tareas, no quedar al margen y rezagados con relacién a todo avance viril, sino que sélo han tratado de asegurarse, lejos de toda 85 inquietud, en una peculiar especie de felicidad apa- cible. De aqui que ellos, delatando un estado de debi- lidad, una inclinacién hacia lo anocrénico, sean los sistematicos opositores de todos los movimientos revo- lucionarios y reformadores. Cuando un pueblo, en su lucha espiritual, busca exclusivamente su mira en el pasado, ello es un sintoma de relajamiento, de regre- sidn y de caducidad. El exceso de los estudios histéricos leva aparejado serios peligros. Debilita la personalidad ¢ impide al individuo, asi como a la comunidad, encaminarse a la madurez, aleanzar la plenitud vital; difunde la creen- cia negativa de que todos somos seres tardios, legados a la vida con retardo,'y, por lo mismo, condenados a ser epigonos de ejemplares anteriores, de una gran- deza que sélo ha conocido el pasado. De este modo la época se torna escéptica y egoista, estado de espiritu que termina por paralizar y hasta destruir la fuerza vital, consecuencia tanto més grave para el hombre moderno, que ya padece de un debilitamiento de la personalidad. Todo esto nos dice que la historia, con su pesadumbre y peligros intrinsecos sdlo puede ser soportada por las grandes personalidades, por aquellas que se sienten fuertemente imantadas por el futuro y movilizadas por una tarea original; en cambio, a las personalidades débiles termina por esfumarlas, por convertirlas en eco amortecido del pasado, de ejem- plaridades pretéritas, bajo cuyo peso quedan anona- 6 seis dadas. Unicamente los intérpretes del presente y auda- ces constructores del porvenir poseen la aptitud y la necesaria acuidad de visién prospectiva para entender el mensaje de la historia, la palabra del pasado, que “es siempre palabra de ordculo”. VI - EL ESPIRITU LIBRE Después de estos afios de intensa labor, de entu- siasmo productive, de rotundas afirmaciones vitales, de fe en una restauracién de la cultura sobre la base de una revitalizacién de las fuerzas creadoras del es- Piritu, de lucha por una concepeién de la vida fundada en Ia exaltacién de los valores artisticos y del senti- miento trigico, afios en que Nietzsche, caturado de pathos roméntico, incursiona en el mundo griego y se enciende de apasionada admiracién por el especticulo auroral de las potencias primarias que plasman y ani- man su cultura; tras este periodo, de animosa frecuen- tacién de la tertulia de Tribschen, de amistad espiritual y solidaridad artistica con Wagner, de fervor por lo dionysiaco, preconizados como antidoto para el le- targo en que yacia la cultura moderna, de esperanzas en que una nueva situacién, un nuevo clima espiritual favorezea el advenimiento del artista tragico, del ge- nio, de grandes personalidades orientadoras, cobreviene una etapa critica en la vida y en el pensamiento de 89 Nietzsche, coincidente con un principio de quebran- tamiento de su salud fisica, de suyo un tanto precaria ya. Es un'periodo en que hacen crisis ciertas tendencias hasicas de su ideario, hasta el punto de producirse un vuelco en las mismas, un cambio de signo. También su amistad con Wagner, trabajada por tensiones que pau- Jatinamente iban ahondando un intimo desacuerdo con el maestro, con la orientacién que estaba tomando su arte, se aproxima a su punto neurdlgico, de crisis, Durante este lapso (1876-1882), cuyos hitos inte- lectuales son Humano, Demasiado Humano, El Viajero y su Sombra, Aurora y La Gaya Ciencia, Nietzsche est de vuelta del mundo alucinante do la fantasia, ha reaccionado violentamente contra el pathos roméntico, que interpuso un velo ilusivo entre su visién de pen- sador y la realidad, Ia que, desplazada de su enfoque, se le ofrecié sélo refractada en una artificiosa perspec. tiva; en una palabra, ha puesto vallas criticas al des- horde de-su entusiasmo por Jo dionysiaco y a sus espe- ranzas en un renacimiento del arte tragico, eifrado en Ja misica de Wagner. Si antes habia exaltado la vida, y hasta las ilusiones que tienden a afirmarla, ain a costa de la verdad, ahora, dirigiendo una mirada des. Prejuiciada a la realidad misma, sin concesién alguna a sugestiones rominticas, sometera a implacable eri. tica Jos errores en que ha incurrido 0 que deliberada- mente ha pasado por alto, antepondra los derechos de la verdad y del severo examen.objetivo de la realidad a 90 Jos de la vida, a los engafiosos rodeos de Ia ilusién, de que ella se sirve para deslumbrarnos y cerrarnos el acceso a las verdades modestas, pero firmes y claras ¥; en tltima instaneia, liberadoras. Para afirmar la vida y servirla en sus exigencias y contenidos auténti- cos no es necesario sumirse en Ja niebla de un entu- siasmo facil y cegatén, en Ia embriaguez de lo fantas- tico, y dar la espalda a la vida real, en sus aspectos cotidianos, sino que es imperativo afrontarla con obs- tinada lucidez, sin cerrar los ojos a sus fealdades y dolores y' dispuestos, a pesar de sus sombras, de su PFosaica aridez, a responder rotundamente con un sé a su Iamado, a la tarea que, condicionada por un co- nocimiento insobornable, nos impone. Sélo ast podre- mos orientarnos libremente, sin prejuicios, con intelec- cién clara, en Ia trama turbia y polifacétiea de su rea- lidad. Esta tarea se compendia, para Nietzsche, en el ideal del “espiritu libre”, al que lo vera encarnado, no en el artista, incapaz de madurez espiritual, y que, por lo mismo, no esti vaciado, como él lo ereyé antes, en el molde de la gran personalidad, sino en el cognos- cente, en el pensador de visién perspicua, que es quien verdaderamente tipifica a aquella. Sélo el pensador, el “espiritu libre”, emancipado de ideas tradicionales, le- yes, habitos e inveteradas valoraciones del mundo y de lo humano, puede planear por encima de la co- rriente del acontecer y elevarse a diéfana y gélida alti- a td para contemplar, sin velos, el total panorama de Ia vida. Esta gran posibilidad est reservada a muy po- cos, y en los mas no puede ser despertada por obra de Ia educacién ni por aleccionamiento magistral alguno. En la concepeién de su ideal del espfritu libre, Nietzsche festeja, con un fugaz estremecimiento de di- cha, su propia liberacién espiritual, al tiempo que veia Jos amplios lineamientos estructurales de un mundo nuevo de ideas, al que se encaminaba. Trata de abar- carlo y expresarlo en su compleja unidad, apelando a Ia concisién aforistica, en las precitadas obras. Inicia en éstas Ja eritica de Ja religién y de la moral éristia. nas, atacando el cardcter heterénomo de Ja iiltima; asimismo combate, con sarcdstica agudeza, el eudemo- nismo superficial y a ultranza, preconizado por la mo- ral del filisteo. En Menschliches Allzumenschliches, poseide por el pathos de la verdad, peticiona, como elevada meta del cognoscente, una cultura cimentada en los postulados del espiritu libre y orientada ha- cia la plena vigencia de éste. Nos dice, aqui, que toda ereencia en el valor y dignidad de la vida radica en un pensar“impuro. Atin los pocos hombres bien dotados, que pueden ir més alla de si mismos con el pensamien- to, no logran contemplar esta vida universal, sino sélo limitados aspectos parciales de la misma. Para la mayo- ria de los hombres, todo lo extra-personal no es otra co- sa, a lo més, que una débil sombra. De donde, el valor de Ia vida sdlo consiste, para el hombre vulgar, co- 92 tidiano, en que él se considera a si mismo més impor- tante que el mundo. Caracteriza a una cultura més alta y desarrollada cl suber apreciar en més las verda- des pequefias ¢ insiguifieantes, descubiertas con mé- todo estricto, que los errores deslumbrantes y bienhe- chores, que proceden ile épocas y de hombres dotados metafisica y artisticamonte, Antiguamente, se recurria al espiritu no mediante ¢] pensar estricto, sino que su tarea més seria consistin en acabar de tejer, sobre un fondo de ilusién, la tranin de simbolos y formas; pero esto ha cambiado, y aquella seriedad de lo simbélico ha Hegado a ser la caracteristica de las culturas més ba- jas. Las formas de nuestra vida devienen cada vez mas espirituales, aunque, pura el ojo de épocas anteriores, uid mes feds ero wilo porque él no puede ver o6- mo el reino de la belleza espiritual intent ‘ Tnente ce ahonde y aie eettual interior continus- Si antes, para Nietzsche, el impulso hacia el ¢o- nocimiento era antipoda del que nos leva hacia la vi- da y a su incondicionndy afirmacién, y por consiguien- to nocivos si legé a pensar, como lo expresa en una sus cartas (Ia que dirige, desde Basilea, el 13 de di- ciembre de 1875, al Iron de Gersdorff), que “el querer conocer es la iltiina reyién del querer vivir, al- g0 asi como un reino intermedio entre el querer y el no querer ya, un troz de purgatorio, por cuanto se mira hacia strés, bnein la vida, con desprecio y des- contento”, ahora, en este perfodo de erisis y transicién, 93 proclama la primacia del conocer y de la verdad sobre Ia vida, y concibe a ésta como un camino hacia la verdad, como un medio para el conocimiento. Esta postura nueva no supone, en Nietzsche, una decepeién de Ja vida ni un ‘aflojamiento en el esfuer- zo hacia una valoracién positiva de sus contenidos, ni mucho menos. Con ella, simplemente, inicia lo que 4, con expresién significativa, lamaria, después, una transmutacién de los valores, o sea, una valoracién de la vida desde otra perspectiva. En Die frihliche Wis- senschaft, el libro que, a aquellos que antes han sabi- do de guerra y victoria, ensefia a vivir y a reir alegre- mente, eseribe: “{No! La vida no me ha decepeiona- do! De afio en afio la encuentro, por el contiario, més ri- ca, mas deseable y mas misteriosa, desde el dia en que el gran liberador vino hacia mi, es decir aquella idea de que Ja vida puede ser un experimento del cognoscente, yno un deber, no una fatalidad, no un fraude. Y hasta el conocimiento mismo, para otros puede ser algo dis- tinto, por ejemplo, una silla poltrona o el camino hacia Ja holgazanerfa, o un entretenimiento, 0 un ocio; en cambio, para tnf él es un mundo de peligros y victorias, en el que también los sentimientos herdicos tienen stis palestras y salas de baile”. En esta etapa del desarrollo de su pensamiento, él se ha empefiado en el combate contra los grandes y di- fundidos errores tras los que se hai extraviado los hombres, atraidos’por .el sefiuelo de la ilusién. Con 94 su Humano, Demasiado Humano, obra de la cual dir, después, que es “el monumento de una crisis”, encien- fis cite farce he aol da ani etl gare lacie para iluminar el mundo subterréneo del Ideal y deseu- brir en cada uno de sus encondrijos, donde el Ideal esta en su casa, un error tras otro, manifestaciones di- yersas de una misma “cosa en si”, y mediante despia- dado andlisis Hevarlos a una mortal temperatura de congelacién. Asi, envueltos en el sutil sudario de su critica, nos exhibe, yertos, al “genio”, al “santo”, a Ia sedicente “conviccién”, a la “compasién”. Entre la aparicién dé Humano, Demasiado Huma- no (1878) y Ia de Aurora (1881) la dolencia que pa- decia Nietzsche se agrava, poniendo en peligro su vi- da, a Io que se agrega Ia crisis espiritual, por que atra~ vesaba, doblada de un desgarramiento en su intimidad, conflicto ya existente que, por haber alcanzado a punto dlgido, lega a un desenlace inevitable, todo lo cual somete a dura prucha Ja admirable entereza de su cardcter y la fidelidad a su concepto de Ja vida y de las circunstancias, conquista, esta ultima, mas diffeil y valiosa. Asi, con su caso personal, sobreponiéndose ‘al dolor, él supo dar testimonio dé su posicién y sus ideas. Ya al comienzo del afio de 1878, antes de Ia pu- blicacién de Humano, Demasiado Humano, su aleja- miento de Wagner, que se habia acentuado en los ul- timos tiempos, Hega a Ia ruptura definitiva, ticitamen- mente en lo que respecta a la publicidad, ya que ella 95 no deja de trasuntarse en expresiones privadas de cardcter epistolar. El motivo, la gota que hace desbor- dar el vaso fué el Parsifal, obra en la que el arte de ‘Wagner, que ya preludiaba su vuelco hacia el cristia- nismo, se convierte resueltamente a éste, dando la es- palda al culto del héroe tragico y a la visin griega y germana de la vida, en cuyo soplo vivificante se me- cieron los primeros acordes de su misica y renacié, para acompafiarla en su vuelo, la poesia dramética, conjugada con el canto. En carta al barén de Seydlitz, desde Basilea, de fecha 4 de enero de 1878, Nietzsche le dice lo siguien- te: “Ayer recibi el Parsifal, que me fué enviado por ‘Wagner. A la primera lectura, mis impresiones son éstas: Toda la obra esta ena del espiritu de la contra Reforma, y hay en ella mucho més de Liszt que de ‘Wagner. Ademis, acostumbrado yo a lo griego y a lo humano en general; encuentro la produecién wagne- riana excesivamente limitada dentro del cristianismo y del tiempo. Sobre todo esto, hay en Parsifal una abso- Juta falta de carne y, en cambio, demasiada sangre (en la Cena ya es una verdadera plétora de ella). Le diré, por ultimo, que no me agradan las mujeres his- téricas... El lenguaje suena como una traduccién de un idioma extranjero. En cambio, las situaciones y su desenvolvimiento son de la més elevada poesia y lo mis alto que se puede alcanzar en misica”. En otra carta, al mismo destinatario, fechada en Basilea el 18 96 de noviembre del misnio aiio, escribe: “Mis sentimien- tos sobre Wagner son ya libres por completo. Todo es- to tenfa que'pasar tal eual ha pasado. Ello me ha he- cho bien y ahora contemplo mi emancipacién de Wag Xer como un progreso espiritual”. El vinculo amisto s0, tan fuerte y fecundo otrora, quedaba para siem- pre roto, y Niezsche, mientras Wagner triunfaba y el éxito le sonrefa, erguido ante su doloroso y grande des- tino, consignado, sin desviaciones ni interferencias, a su érbita de astro solitario, Moral pura y diamantina de estrella que vive de su propia luz, parecia ser su consigna en este trance, como, con alusién simbélica quiz, canté en el “Prélogo en rimas alemanas” a La Gaya Ciencia: Vorausbestimmt zur Sternenbahn ‘Was geht dich, Stern, das Dunkel an? Der fernsten Welt gehirt dein Schein.. (“Predestinada a tu érbita, zqué te importa, es- trella, de la: oscuridad...? Al mundo mis remoto per- tenece tu fulgor...”). El estado de salud de Nietzsche empeora hasta el punto de que ni él confia ya en que sus agotadas fuer- zas fisicas puedan resistir al mal que lo aqueja, y se siente a un paso de la muerte. Previendo eu fin, que cree sobrevendré en forma repentina, en un espasmo, como expresién de ultima voluntad pide a su herma- a7 na le prometa, con lo que testimonia, una ve mis, su firmeza interior y soberana libertad de espiritu, que 96- Jo sus amigos, y no los indiferentes, acompaiiaran sus restos: “Como yo no podré defenderme ya, hazlo que ningtin sacerdote, que nadie pronuncie sobre mi atatid palabras sin sinceridad. Dispén todo de modo que me entierren sin farsa, como a un buen pagano”. No obstante sus fundados temores, la enfermedad no Jogra quebrar su fragil naturaleza y la crisis pasa, dejéndolo sumamente debilitado y hasta avejentado. En esta situacién, Nietzsche se desliga por completo de sus deberes profesionales, renunciando a su eate- dra de Filologia elasica en la Universidad de Basilea, Ja que recompensaré annalmente sus servicios, en for. ma modesta, pero suficiente, para que su ex-profesor pueda subvenir, también con modestia, a sus necesi- dades. Ya libre de su oficio'y las solicitaciones del ambiente habitual, se dirige, acompafiado por su her- mana, a la alta Engadina, buscando aire puro, de altura, para reponer sus escasas fuerzas y tonificar sus pobres nervios, cuerdas tensas y finisimas que mi- lagrosamente resisten la vibracién demasiado fuerte que les comunica un pensamiento que no conoce pau- sa, En su viaje, se detiene tres semanas en Wiesen, lu- gar de altura media, instalandose después en el alto va- lle, rodeado de apacible soledad y préximo a los ven- tisqueros. Se somete a una absoluta privacién de todo, ¥; como él nos lo hace saber, su alojamiento, toda su 98 i t ‘ i comodidad, sélo consiste en “una celda con una cama por tinico mueblaje, y una comida ascética”. {Digna morada, allé en la altura, solo, sin amigos, sin trato de ningin género, Ia de este verdadero y grande asce- ta del pensamiento! Durante los tres meses que permanece en la En- gadina, la idea de un fin préximo y sibito no lo aban- dona, mira ala muerte de frente todos los dias, co- mo un guerrero, pero trabaja y da cima a los aforis- mos de la segunda parte de Humano, Demasiado Hu- mano y a El Viajero y su Sombra. Al remitirle el ma- nuscrito a su amigo Peter Gast, le dice, en carta, des- ‘de Saint Moritz, del 11 de septiembre de 1879: “Me hallo al final de mis treinta y cinco afios, 0 como se dijo unos siglos antes de nuestra época: “enmedio del camino de Ia vida”... En esta mitad de la vida estoy tan “cereado por In muerte” que ella me puede sor- prender a cada instante... $é que he dado ya mi gota de buen aceite y que ello hard que no se me olvide. He hecho la prueba de mi concepcién del universo; otros Ia probarén en el porvenir... Al leer este mi ilti- mo manuscrito vea usted, mi querido amigo, si pue- de encontrar en él huellas de sufrimiento y depresién. Creo que no ha de hallarlas y ya esta creencia es un signo de que en mis doctrinas se ocultan fuerzas y no defallecimientos y lasitud, que es lo que en ellas bus- carén mis adversarios”. Alguna mejoria ha experimentado, aunque transi 99 toria, quedando siempre bajo la amenaza de una nue- va crisis de una salud, tan en extremo precaria y vaci- lante que debe defenderla dia por dia. En estas con- diciones resuelve ir a pasar el invierno a Naumbtirg, con su familia porque “hay estados en los que lo me- jor que puede hacer uno es refugiarse en su patria junto a una madre, y rodeado de los recuerdos de la infancia”, Aqui su mal se reagrava; los efectos del invierno, muy frfo, y la nieve dafian su sistema ner- vioso, débil y excesivamente excitable a causa de Ia en- fermedad. Otra vez se siente rondado por In muerte y hasta desea que ésta Megue pronto a liberarlo de sus terribles sufrimientos. En carta, desde Naumburg, di- rigida a Malwida von Meysenbug el 14 de enero de 1880, le dice: “El horrible y casi continuo martirio de mi vida me hace anhelar su fin, y, segiin muchos signos, est muy cercano el ataque cerebral que ha de confirmar mi esperanza. Mi vida de estos tltimos afios puede compararse, en lo que se refiere a torturas y privaciones, con la de cualquier asceta de cualquier época. A pesar de todo esto, he logrado en este tiempo suavizar y purificar mi alma de tal modo que ya no ne- cesito para conseguirlo ni de Ia Religién ni del Arte. Ningiin dolor ha podido conseguir ni conseguir ja- més que yo dé un falso testimonio de la vida, 0 con- trario a como ésta se ofrece ante mis ojos”. Con el declinar de los uiltimos frfos invernales, Nietzsche sieute un ulivio en su estado fisivv y mo- 100 ral, y buscando clima més propicio y distraceién ce dirige a Venecia, donde le haré compafiia su amigo Peter Gast; son “agradables dias de mimo y abando- no” para el enfermo y su Animo fatigado pero siom- pre valeroso. En septiembre esta de regreso en Naum- burg, mostréndose a los suyos de buen humor y comu- nicativo; por su expresién diriase que disfruta de una tranquila dicha, iluminada por nuevos pensamientos. Al cabo de un mes, para sustraerse a las nicblas del otofio, que tanto mal hacian a sus nervios, emprende de nuevo viaje hacia Italia, aposentindose en Géno- va por una temporada, que obré en él como un sedan- te, pues encontré calma y pudo hacer vida apacible en el ambiente alegre y hospitalario de la vieja ciudad marina, Es éste un periodo, en Ia vida de Nietzsche, que podemos Tamar de convalecencia y recobro de energias, en el cual logra concentra de nuevo su pen- samiento y retomar ideas, que habia dejado como esla- bones sueltos, para acabar de pensarlas. Da fin a la redaccién de los aforismos de Morgenrithe, libro, en cierto sentido, afirmativo, restaurador de rutas deli- beradamente borradas, en el que inicia una campafia . indirecta contra la moral y sus valores consagrados y prosigue su labor, comenzada con Humano, Demasiado Humano, de desenmascarar al “Ideal” en otros de sus avatares. En el frontispicio se lee, alusivamente a la tarea y finalidad perseguida, Ia sentencia indin: {Hay tantas auroras que no han alumbrado todavia”! 101 Aurora.es, pues, una obra de convalecencia, en It cual, con el renacimiento a Ia vida'y el prurito de re- descubrimiento que lo acompaiia, cosas y problemas son vistos bajo una luz nueva, en una perspectiva en Ja que Io tradicionalmente preterido y habitual se ofrece al autor con um:-sabor de novedad, de primi- cia, La consigna de Nietzsche, en esta etapa de su desenvolvimiento intelectual, podemos sintetizarla en estas palabras: Nada de refugiarse en el habitéculo inerte de una religién, de una metafisica, de una mo- ral, sino entregarse con sacrificio, con pasién, a la actividad reclamada por una cultura que, en trance de alumbramiento, necesita instaurar nuevos valores, in- ferir posibilidades nuevas y, finalmente, contemplar y afirmar al hombre, de cuerpo entero, bajo una cla- ridad ortal, Con esta consigna queda también bosque- jada, con un sentido de transicién, la proxima y frue- tuosa etapa del pensamiento nietescheano. 102 VIl- EL MENSAJE DE ZARATHUSTRA Después de Aurora y La Gaya Ciencia, se abre pa- xa Nietasche, siempre impelido por la poderosa pasisn de la biisqueda, avido de un continents ignoto mas allé de los mares explorados por el pensamiento, el parén- tesis Ifrico y profético de Also sprach Zarathustra. Su espiritu avizor ha escalado una cima para desde ella tender hacia el futuro el arco de una esperanza visio- naria. La ascensién fué un delirio Heno de lucidez, y Ia cilenciosa Hegada de Zarathustra a la tienda del ao. litario una sorpresa sin mis testigos que la montafia, el cielo y el lago, ese lago en euyo espejo vis recor. tarse la silueta del huésped que hacia él venia para hacerlo depositario de su mensaje. Entonces la soledad de Nietzsche se poblé de un canto, de esos que antes no brotaron del estro de los poetas, pues el peregrine Je trafa el zumo de un liriemo nuevo, decantado en ‘Fitmos mis rotundos y alados que los que ya fluyeran de su vena postica, {Cémo y en. qué circunstancias nacié Zarathustra? ; jqué contemplé desde ‘la cima, 105 que eché a caminar en direccién a los hombres, para hacerles participes de su visién y empujarlos con su palabra, con sus armoniosos “sermones morales”, ha- cia una meta lejana, hacia una necesaria y dificil su- peracién? Nietzsche pone fin a eu estada en Génova y se di- rige a un pueblito del Véneto, en los Alpes italianos, donde queda unos dias en Ja grata compafiia de Pe- ter Gast, trasladindose Iuego a Sils Maria, en la En- gadina, euyo clima de altura y la ristica tranquilidad de estos valles alpinos influyeran favorablemente en su delicado estado de salud dos afios antes. Durante una caminata, de las que diariamente hacia por esta bella regién boscosa y lacustre de la alta Engadina, un dia de agosto de 1881, en que se dirigia a través de los bosques hacia las orillas del lago de Silvaplana, hizo un alto ante una enorme roca piramidal, cerea de Surlei. Aqui, su espiritu se sintié traspasado por un pensamiento nuevo y deslumbrante, que ya se le habja quiz insinuado, pero sin la fuerza de evidencia y arrastre que posee ahora, a punto de encarnarse y vestirse con el ropaje de la poesia en el personaje sim- bélico. Tuvo, pues, el solitario, para confirmacién del rumbo que Mevaba, también su camino de Damasco, pero en su marcha ininterrumpida hacia la Hélade. Aquella idea, de no corta prosapia y con la que él “tro- pezé en pensadores anteriores”, leit-motiv del poema, fué la del “retorno eterno”, concepcién fundamental 104 Ree que aspira a ser una suprema formula de afirmacién. Todas las cosas, en un devenir sin pausa e insaciable, Ja vida misma, con el ascenso y descenso de sus fuer- zas, estini consignadas a un eterno recomenzar, a un movimiento circnlar sin fin, pero acaso con la direc- cién ascendente de la espiral que. paraddjicamente vuelve a su punto de arranque para, en contra de una concepeién mecanicista que verfa en este regreso un estado final, reiniciar su recorrido, en el que se da una repeticién absolutamente idéntica de todo, de cada proceso, de cada serie de acontecimientos, y combina- ciones de series. Entre cantos y lagrimas, “no ligrimas sentimenta- les, sino de jubilo”, erea Nietzsche a Zarathustra, el profeta encargado de anunciar y predicar con su ejem- plo una radical “transvaluacién de los valores”, para lo cual, apuntando al super-hombre, avizorado en la re- mota lontananza de los tiempos, proclama, contra los valores tradicionales, signos de decadencia y aminora- miento de la vida, una nueva tabla de valores, medida y jerarquizada por el impulso hacia una vida ascen- dente, afanosa de plenitud y expansion. Es necesario deslindar entre valores auténticos y falsos, entre vida afirmativa y decadente. Zarathustra lega para decir- nos, con tono premioso, con el acento sugestive de a parabola: “Es ya la época de que el hombre se pro- ponga su finalidad, es ya la época de que el hombre plante la simiente de su mas alta esperanza”. Clama 105 contra la imagen vigente del hombre, resultado de una sistematica falsificacién operada en nombre de los in- tereses de ciertas épocas, religiones, sectas y de las normas sociales por ellas establecidas. Lucha por in- fundir de nuevo en el hombre “el sentido de la tierra” y devolverlo al oscuro seno del instinto, donde ger- mina todo aquello que asciende hasta la luz, asi como, tal cual lo dice Das Nachtlied, “en la noche se eleva ands sonora la voz de todos los surtidores...” en pos de Jo luminoso, de las “ubres luminicas” de los astros (“Nachtist es: nun reden lauter alle springender Brumnen...”). Al “hombre moderno”, abiilico y desvi- talizado por la moral opone Zarathustra el modelo del super-hombre, modelo lejano, pero, no obstante, “nuestro mas proximo estadio”. ¢Cémo debemos co eebir al super-hombre nietzscheano? Nietzsche mi mio, tras sus primeras ¢ infundadas ilusiones a este respecto, nos da la pauta para ello. La “gran indivi- dualidad” buscada, coronacién de lo humano, ya no es, para él, como Jo creyé antes el gran artista ni el gran cognoscente, que carecen de potencia y no tipi- fican al hombre cabal, sino el super-hombre, no mo una nueva especie biolégica (supuesto infund: do desde el punto de vista biolégico y morfolégico), si- no en el sentido de un hombre posible y superior, en poderfo intrinseco, al hombre comin. Asi pensada, en su verdadero aleance, Ia idea del superhombre pose, mils que el sentido de un ideal, un caréeter simbéli- 106 co y un valor polémico. Ella se erige como contrafi- gura del hombre despotencializado y exangiie, forja- do por Ia sublimacién ascética y racionalista de una cultura decadente. A la época en que nace Asi Hablé Zarathustra, pe- riodo de audaz afirmacién espiritual y de critica, tam- bién pertenecen, por su orientacién y finalidad, dos li- bros claros e incisivos, de prosa limpida y rotunda: Més All del Bien y del Mal-Preludio de una Filoso- fia del Porvenir y Para la Genealogia de la Moral. En ellos Nietzsche hace la critica de los prejuicios filos6- ficos, morales y religiosos, elucidando certeramente sus iiltimos planos y disimuladas motivaciones. En el primero, atento a una transvaluacién de los valores hasta ahora vigentes, hace una critica de la modernidad en sus aspectos cientifico, artistico e incluso politico, apuntando a un tipo opuesto al hombre moderno, « un tipo de hombre distinguido, lo menos moderno po- sible, 0 sea no moralizado y capaz de decir si a los grandes Hamamientos de Ja realidad y de Ia vida. Aqui ya aparece la voluntad de poderfo en su forma mis espiritual, representada por Ia filosofia, por cuanto toda filosofia tan pronto como comienza a creer en si misma tiende siempre, en virtud de que ella es un impulso tirdnico hacia la causa prima, a crear el mun- do a su imagen. En Genealogia de a Moral aborda con eepiritn. polémico los prejuicios morales, analizando sutilmente su origen; nos muestra al hombre atenido 107 a la tarea que le preseribe su deseo de conocimiento, pero alejado de su propia esencia, extraviado en el Jaberinto de los prejuicios. En tanto cognoscente él es un desconocido para si mismo; asi permanecemos ne- cesariamente extrafios a nosotros mismos hasta el ex- tremo de que “cada uno es para sf mismo el més le- jano”. Mediante un riguroso examen de los valores morales cristianos Mega a la conclusién de que el cris- tianismo, cuyas raices psicolégicas pone al descubier- to, ha nacido del espiritu del resentimiento, y no del “espiritu”, tal cual lo delata la forma en que histéi camente se ha realizado; que él es la gran rebelién contra los valores de jerarquia prineipal; que Ia con- ciencia moral de que habla no es “la voz de Dios en el hombre”, sino la de un instinto de crueldad que, al no poder descargarse més hacia afuera, se vuelve hacia atras; en fin, que el ideal ascético, el ideal sacerdotal, no obstante ser un ideal pernicioso, decadente, ex- presién de una voluntad de acabamiento, dispone de una enorme fuerza no porque Dios actie detras de los sacerdotes, sino en virtnd de que, siendo el tinico ideal existente hasta ahora, no tenia‘ningiin competidor, faltaba el contra-ideal... hasta Ia Hogada de Zara- thustra, reencarnacién de Dionysos, el que retornaba para oponerse al Crucificado. 108 RE VIL.-LA VOLUNTAD DE PODERIO A medida que la vida cerebral de Nietzsche esta préxima a extinguirse, mas licida y potente se torna au inteleceién, més seguras y andaces se vuelven sus ideas. Es el wltimo periodo de su actividad creadora, en el que llega a répida madurez su concepcién filosé. fica fundamental, la idea revolucionaria de una trans- valuacién de los valores, girando en torno del postu- lado axial de la voluntad de poderio. Esta postrera etapa de su produccién, en la que la ama del expi- itu, en su impetuoso arder, proyecta la més intensa claridad, ve nacer al Creptisculo de los Idolos, El An- ticristo, Ecce homo, La Voluntad de Poderto y esos libelos, de extraordinaria fuerza polémica adunada a un tono irénico, ligero, que se titulan El Caso Wagner y Nietzsche Contra Wagner. Todos estos escritos estan en Ja misma linea de la gran embestida que, a las puertas ya del mutismo definitivo, realiza el pensa- miento apasionado de Federico Nietzsche. En “El Crepisculv...”, “Anticristo™ y el autobio- 109 grafico “Ecce homo” se abre paso, a través de una eritica implacablemente destructora y del deliberado cinismo en la referencia a su persona, una desespera- da afirmacién, nutrida de certezas anticipatorias. Es el delirio de una razén traspasada de evidencias, obsedi- da de claridad, gravida de supremos y luminosos hallaz- gos, que la queman, y necesita comunicarlos, procla- marlos, gritarlos. En Der Wille zur Macht, a pesar del tono acucioso' y apodictico de este escrito —tan 86- To bosquejo y notas para la gran obra que habia pro- gramado y que no tuvo tiempo de coneluir—, su pensa- miento, urgido por dar expresién a sus verdades tl- timas, se remansa en tranquila Iucidez, se vuelve reno, Teno de esa serenidad terriblemente didfana en que sélo una certidumbre decisiva, crucial, puede culminar. Durante todo este tiempo, el filésofo ha vivido so- Titario y errante, cambiando continuamente de lugar de residencia, impulsado por su inestable y delicado es- tado de salud y también por la inestabilidad mucho mayor que una enorme inquietud, gravitante y angus- tiosa, comunicaba a su vida y a sus habitos. Asi, des- pués de un frustrado viaje a Cércega, donde deseaba pasar una temporada, lo vemos ambular de In Engadi- naa Ruta, cerea de Rapallo, después a Niza, necesita- do de su luz y de ou atmésfera; aqui, sus lecturas li- bres, casi ocasionales, lo evan a conocer la obra de al- gunos escritores franceses contempordneos: Baudelai- 110 re, Maupassant y particularmente Guyau, del cual 3? suscita en él gran interés por la raigal afinidad en el enfoque de los problemas morales, la Esquisse D’Une Morale Sans Obligation Ni Sanction, libro que lee y cubre de nots margindiles. Pasa Iuego a Ios lagos ita- Tianos, cuya belleza lamenta no haber descubierto an- tes. Tras una breve estada en Turin, se dirige de nue- vo a Sils Maria para retornar, huyendo del aire frio de Ja montafa, a esta dltima ciudad en el otofio de 1888, estacién final de su peregrinaje. Nietzsche vive su “septima soledad”, aliviada apenas por una intermi- tente y cada vez mas distanciada convivencia epistolar con Peter Gast, su madre y uno que otro de sus anti- guos conocidos. Siente hondamente este aislamiento, y més cuando, después de algunos desacuerdos, se le ale- ja uno de los mas fntimos y queridos amigos, Erwin Rohde. Pocos afios antes, Nietzsche habia visto acer- carse el fin de esta amistad, presintiendo que se iria quedando cada vez mas solo, como se lo expresa al mis- mo Rohde en carta, desde Niza, de 22 de febrero de 1885: “No sé explicarte c6mo fué, pero al leer tu car- ta... me parecié que estrechabas mi mano mirandome con melancolia y como si quisieras decitme: “jCémo es posible que tengamos ahora tan pocas cosas comunes ¥ que vivamos como en mundos distintos! Hubo una Spocas...” Esto mismo, amigo mio, me sucede con todas las personas que me son queridas. Todo pas6; se ha- bla atin, se escribe atin, pero tan sélo para no callar. ut La verdad, empero, surge de Ia mirada y en los ojos de todos leo claramente estas palabras: “Amigo Nietz~ sche, ya estis completamente solo”. Hasta esto he lo- logrado Hegar. Pero yo sigo mi camino, mejor dicho, mi travesia, y no en vano he vivido largos afios en la ciudad de Colin”. Efectivamente, en medio de su soledad, que se adensa, Nietzsche avizora impertérri- ta una terra incognita y sabe sobrellevar con valor su destino de nauta solitario, que, sélo atento al nisus del pensamiento migratorio que lo trabaja, ha aprorado su nave hacia el continente del futuro. Aquellas obras,El Crepiisculo de los Idolos y 1as que estin directamente bajo el signo de la transmuta- cign de los valores, como El Anticristo y La Voluntad de Poderio, son obras de plenitud intelectual. Se ha querido ver en ellas sintomas e incluso una expresién de la demencia que, en esta época, aquejé a Nietzsche y duré hasta el fin de su vida. Esta es Ia tésis sostenida por los psiquiatras, siempre tan solfcitos y oficiosos para enjuiciar la obra del genio, los que, entontecidos por las conclusiones seudo cientificas que apresurada- mente extraen, al pasar de un orden de realidades a otro muy distinto, no se han pereatado todavia de que los hombres de extraordinaria potencia de intelec- cién, es decir, los genios no son genios por ser locos o anormales, sino que, a veces, devienen locos por ser genios, perdiendo el equilibrio harto inestable de su sistema nervioso y la salud del cuerpo y del alma, que 12 *e derramban bajo el peso de un enorme esfuerzo mental, de una Iucidez que los agosta. El espiritu s0- pla con tal fuerza, son tan deslumbrantes sus eviden- cias y visiones, que arrastran consigo, desgajéndolo, al organismo fragil, cometido ya a las altas tensiones de una vida intelectual que ha aleanzado un grado de intensidad muy raro entre los mortales. La voluntad de dominio o de poderfo es el meollo de Ia filosofia de Nietzsche, el micleo de irradiacién de su ideario, y con esto est dicho que su pensamien- to, aunque no haya tendido hacia el sistema, en el sen- tido de Jo abstractamente concluso y congruente, po- sibilidad exclufda por la indole misma de su filoso- far, se inspira en una actitud sistemitica frente a la vida y sus grandes problemas. Si Schopenhauer equi- para la voluntad de vida con la voluntad de conocer, Porque él entiende por este tiltimo no el conocimiento abstracto y discursivo, sino el acto de asentar un mun- do representativo, intuitivo, Nietzsche, en cambio, es- cinde Ja voluntad de vida en voluntad de dominio y voluntad de conocer, considerando a éstas como aspee- tos de aquella, los que pueden surgir 0 manifestar- se ya unidos, actualizados en un impulso unitario, 0 ya alternativamente. Para Nietzsche, la esencia més intima del ser es voluntad de poderio, El ser orgénico no es algo impo- tente e insignificante frente a un todo césmico inmen- 0 ¢ inanimado, sino que en Ia vida de aquel, tal nal 118 ella acontece como caso especial en el mundo, llega a su mas perfecta representacién el ser universal de este mismo mundo. La vida, en lo que atafie a su valor, “es un caso particular. Se debe justificar toda existencia, y no tinicamente la vida; el principio justicador es un Principio mediante el eual se desarrolla la vida, la que no es un medio para alguna cosa, sino la expresién de formas de aumento de poderio”. El comportamiento de los organismos no es un proceso meeinico de selec- cién, como lo sostuvo Darwin, sino una lucha vivien- te por el poder, la que tiende a un activo articularse de los mismos dentro de la estructura del propio mun- do circundante. El organismo no se adapta pasiva- mente a un mundo circundante ya dado, sino que él adapta éste a sus necesidades, sometiéndolo a la ac- ciém de su fuerza formadora. en vista a satisfacer el impulso hacia el poderfo vital, primum movens de sus reacciones instintivas primarias, La vida misma, mas allé de su caso particular, en cuanto es una tendencia irrefrenable hacia el aumen- to de poderio, se traduce por un proceso, por una ac- cién que desemboca en el ser césmico y que en el fmpetu de su fluir va aleanzando grados eada vez mis elevados en valor y correlativamente contenidos que son conereciones unitarias de fuerza. En este su de- venir ascendente va plasmando seres, organismos mdl- tiples sin quedar circunscrita, apresada en las formas espacialmente delimitadas y conclusas de tales orga- 114 nismos, puesto que los trasciende como asimismo a todos los centros de fuerza que ella va anudando en la corriente del acontecer, para continuar su movimiento. el cual no es un mimtsculo movimiento sobre este pe- quefio planeta, sino un soplo metafisico, una embes- tida, un impulso en el sentido de todas las posibilida- des del ser, una de las cuales es el hombre, con la can- tidad maxima de poder que puede asumir. La voluntad de dominio, en su acepeién total y no en la de los actos volitivos individuales, no esta diri- gida a ningim fin fuera de si misma, sino que ella es simplemente voluntad de ser y de crecer e incremen- tarses ella no es mero instinto de autoconservacién, mera voluntad de vida, o sea ainicamente voluntad de ser, como la coneibié Schopenhauer, sino también vo- luntad de crecer, voluntad de poderio. $i, en un senti- do fundamental, el querer consciente, dirigido a fines de dominio y de aumento de poder, inmanentes a Ia voluntad misma, es una exteriorizacién o mera funcién del desarrollo biolégico de la vida, del despliegue de la potencia vital, en otro sentido, para Nietzsche, aquel querer, enderezado a fines que trascienden la vida in- dividual y que implican para ésta grandes tareas, tien- de también a Ja més alta forma de Ja voluntad de do- minio, encarnada en el hombre de voluntad fuerte y dominadora, es decir, en un ejemplar de la moral de los sefiores, “Valor —enuncia Nietzsche— es la mayor canti- 115 dad de poder que el hombre puede asumir”. Se trata aqui del hombre, como tinico ser facultado a arrogarse tal poder, y no de Ia Humanidad. Esta, antes que un fin, es un medio, es el material de ensayo que ha de utilizarse para alcanzar el tipo, ofreciéndose ella, en este sentido, en relacién al hombre cuyo formato tra- sunta la voluntad de poderfo, como una “enorme su- perabundancia de fracasados: un campo de ruinas”. La Humanidad es, pues, el largo rodeo que da el desti- no, el proceso de la historia para cuajar en los grandes ejemplares 0 tipos humanos, tinicos depositarios del verdadero valor. La vida sélo es valiosa cuando ella esta en funcién del aumento de poder. Por eso ef débil, es decir, el que es pobre en vitalidad, emprobre- ce también la vida, en cambio, el que es fuerte, el que es rico,en vitalidad, la enriquece. De aqui que Nietzsche, inspirado en estos postulados de una nueva valoracién, haya encontrado el camino que conduce a un'siy un ng, y nos ensefie a oponer el no a todo Io que nos debilita, nos agota y deprime, y a decir si “a todo aquello que fortalece, que acumula energias ¥ justifica el sentimiento de poder”. “La vida, como Ia forma para nosotros mis conocida del ser, 3, es- pecificamente, una voluntad de acumular fuerza: todos los procesos de Ia vida tienen aqui su palanca: Nada quiere conservarse, todo debe ser sumado, y acumulado”. Nuestras tablas de bienes, nuestras ¥: loraciones (morales, histéricus) estén en relacién di 116 recta a la “vida”, cuya equivalencia, en la acepeién nietzscheana, es “voluntad de poderfo”. Esta seria una nueva y mis exacta expresin del concepto de “vida”. El hombre natural, unidad de cuerpo y alma, es ‘el depositario del valor, concebido éste como expre- sidn vital de potencia. A este hombre real hay que afirmarlo contra el hombre meramente consciente, fal- sificado por el espiritu y Ia ratio. Para Nietzsche, “el hombre verdadero representa un valor muy superior al-del hombre que podria desear cualquier ideal de Jos que se han conocido hasta ahora”. El hombre real, total, verdadero, tiene que avanzar hacia el escenario de la vida desgarrando el velo de todas las “ilusiones trascendentales”, A abrirle camino tiende la critica del cristianismo. El hombre, domesticado y desvitalizado por una moral que niega y rebaja su naturaleza, ha Hegado a concebirse como pasivo, no queriendo recono- cerse a si mismo en sus momentos mas fuertes. Todo Jo grande y fuerte lo concibe como sobrenatural, como extrafio a su ser y Ie Hama Dios. Aqui estaria la ratz de Ia oposicién de “verdadera vida” y “falsa vida”, en- tendida erréneamente como oposicién de “vida futu- ra” o celestial y “vida presente” terrena, es decir, “vida eterna” como “inmortalidad personal” en oposi- eign a vida perecedora. Por consiguiente, la participa- cin en Ja vida futura es considerada como ingreso en la verdadera vida, después de Ia muerte, que es asi un méro triinsito, un episodio. La filosofia seculariza 17 esta antinomia creada por el ideal religioso. Por este camino se opera la sobrestimacién del espiritu, de la conciencia, la que, en virtnd de esta infundada evalua- ‘cién, es erigida en la mas elevada especie de ser. En el concepto de “otro mundo” esta la fuente de las ilusiones trascendentales. Tal idea de “otro mun- do”, como opuesto a éste en que vivimos, considerado como mundo aparente, tiene, segin Nietzsche, una tri- ple raiz: 1) el fildsofo inventa un mundo de la razén, al que coneibe como “mundo verdadero”, tal cual hace Platén con el mundo de las “ideas”; 2) el hombre religioso inventa un mundo divino, que es el origen del mundo desnaturalizado; 3) el hombre moral inventa un mundo del libre arbitrio, del que se origina el “mundo bueno”, “perfecto”. De este modo el mundo en que vivimos se presenta, on relacién con el “otro mundo”, como sinénimo de la no vida, del no ser, del “deseo de no vivir”. El cristianismo, al suspender sobre el hombre el memento mori para recordarle que debe encaminarse hacia una vida futura de beatitud, le qui- ta el entusiasmo por esta vida, lo aparta de su destino terreno, torndndole amargos y tristes sus afanes; a toda esperanza, a toda germinacién de vida las ha declarado cosas vitandas. El memento vivire, lema de la época moderna, opuesto a aquel tétrico memento mori, suena todavia como algo timido y pecaminoso. “Una religién que predice un fin a la vida terrena en general y con- dena a todos los vivientes a vivir en el quinto acto de us Ja tragedia, tal religién excita ciertamente las fuerzas mas nobles y mas profundas, pero ella es héstil a todo ensayo de planticién nueva, a toda tentativa audaz, a toda libre aspiracién; le repugna todo aventurarse en lo desconocido, porque en todo ello nada ama ni espe- ra. A todo lo naciente lo deja prosperar de mala gana, para en el momento oportuno desplazarlo o sacrificar- To como una incitacién a la existencia, como una men- tira sobre su valor”. Es necesario destacar que el pensador de El Anti- cristo distingue entre el eristianismo que se ha realiza- do histéricamente y la actitud espiritual y la doctrina de su fundador. En miltiples pasajes de su obra esta- blece y valora esta distincién, derivando de la misma consecuencias esenciales. Asi nos dice: “No se debe con- fundir al cristianismo, como realidad histérica, con aquella raiz que su nombre recuerda: las demas raices de que ha crecido han sido mucho mis poderosas. Es un abuso sin precedentes sefialar con aquel santo nom- bre esos productos decadentes y deformaciones que se Haman “Iglesia cristiana”, fe cristiana” y “vida eris- tiana” ,Qué es lo que Cristo ha negado?: todo lo que hoy se llama cristiano”... Jestis instituyé una vida real, una vida en Ia verdad enfrente a la vida ordinaria: nada més lejos de su animé que el grosero absurdo de un “Pedro eternizado”, de una existencia personal eterna”... “La iglesia es justamente aquello contra lo cual Jestis predicé y contra lo que ensefié a sus dise n9 cipulos a luchar”... “Después que la Iglesia se desem- barazé de todas las précticas cristianas y sancioné en- teramente la vida en el Estado, aquella vida que Je- siis habia combatido y condenado, tuvo ella que co- * locar el sentido del cristianismo no importa donde: en In creencia en cosas inereibles, en el ceremonial de rexos, adoracién, fiestas, ete. Los conceptos de peca- do, perdén, castigo, recompensa, todo ésto, comple- tamente baladi y casi excluido por el primer cristia- niémo, pasan ahora al primer plano”. Por lo demés, es bien sugestive y elocuente que en el repudio del cristianismo realizado y en los fun- damentos eriticos que informan esta actitud coineidan Nietzsche, el heterodoxo y destructor, y Séren Kier. kegaard, el mistico y cristiano absoluto, quien sefiala, Para Megar hasta Cristo, un s6lo camino, el que con. duce a través de Ia paradoja y Ia desesperacién. 120 ' i 1X.- EL ETHOS DE LA OBRA CREADA La voluntad no sélo dirige su querer a un fin inmanente a si misma, que impliea un constante au- mento de poderfo, sino incluso a uno que,trascendie1 do la mera funcién del desarrollo biolégico, intrin- seco a la vida individual, apunta a una tarea, en la que ella deja su impronta creadora. Este ultimo fin supone, por parte del hombre, la realizacién de una obra, de la cual el hombre es el ‘creador, el forjador que, como una finalidad cons- ciente, se Ia propuesto. Por esta actividad creadora, el hombre se inserta en Ja corriente de Ja vida, en el proceso vital de Ia naturaleza, Esta también es creadora puesto que trae a la vida formas en las que, como naturaleza que se organiza asi misma, impr. me su sello, asi como el artista deja el suyo en la obra de arte. En Nietzsche, el modelo del hombre erea- dor, cuyo espiritu se expresa en la obra, se opone al del mero trabajador, y el valor de la obra al del me- ro trabajo. Este, para no devenir trabajo mecaniza- 121 do, sin alma, ha de exhibir el troquel espiritual del hombre productivo, o sea, debe traducir una activi- dad con cuyo resultado el trabajador, en tanto es un hombre animado de sentido creador y. vocacién de obra, establece una intima relacién vital y exis- tencial. Asi, en la concepcién nietzscheana, surge el ethos de la obra creada y el de su ereador, el hombre pro- ductivo, como aristada contrafigura del trabajo me- canizado y del ente exangiie encadenado al mismo. Este contra ethos es consecuencia negativa y necesa- ria del maquinismo industrial y de la produccién ca- Pitalista que caracterizan a una época a la que Nietzs- che le hizo el certero diagnéstico de su decadencia, época responsable de la civilizacién mercantilista y filistea, a euyo colapso agénico hoy asistimos. “Si se quiere, pues, determinar el valor del trabajo, cudnto tiempo, dedicacién, buena o mala voluntad, coercién, inventiva o haraganeria, honradez 0 apariencia se em. plea en él, entonces jamais se puede juzgar su valor, Porque toda la persona tendria que ser puesta en el Platillo de Ia balanza, Esto significa: jno juzgues! Pe- ro el grito por justicia es el que ahora nosotros escit. chamos de aquellos que estan descontentos con la eva- Inacién del trabajo, Si se piensa mis, se encuentra a toda personalidad irresponsable de su producto, el tra- bajo: jamés se puede, por consiguiente, derivar de él un beneficio; todo trabajo es tan bueno o malo como 122 41 tiene que ser en Ia necesaria constelacién de fuer- zas y debilidades, conocimientos y deseos. No esta en el arbitrio del trabajador, si trabaja; tampoco cémo él trabaja. Sélo los puntos de vista de Ia utilidad, los mas estrechos y los més amplios, han creado la va- loracién del trabajo” Nuestro tipo de civilizacién cientifico-técnica, con su progresiva tendencia a la tecnificacién integral y a la evaluacién del trabajo por su utilidad, con el em- Pobrecimiento vital que ello implica, no puede invo- car para subsistir, en Ia forma que ella ha asumido hasta ahora, principios fundamentales ni ampararse en Ja tabla vigente de los presuntos valores eternos. Ella no es-eterna y esté minada por antinomias destructi- vas y catastréfieas. Su consigna es la de la maquina que dehe marchar, es decir acelerar el proceso de des- personalizacién del trabajo. Pero “la maquina es im- personal, ella sustrae a Ja porcién de trabajo su orgu- lo, su bien individual y su defecto, lo que se adhiere a todo trabajo no maquinal, por consiguiente le quita su poco de humanidad. Antes, toda adquisicién hecha a los artesanos era una distincién de personas, con cuyos distintivos uno se rodeaba: el utensilio y el vestido lle- Baron a ser simbolo de reefproca valoracién y conexién Personal, mientras nosotros ahora, parecemos vivir sélo en medio de una esclavitud anénima e imperso- nal. El alivio del trabajo no se debe pagar tan caro”. El rasgo saliente de lo que —de acuerdo a Ia ha- 123 bitual divisién de la Historia— se ama edad contem- pordnea, es la realidad del progreso material, el incre- mento adquirido por las formas. externas de la civili- zacién: técnica, maquinismo, industria, y su comin denominador, Ia forma capitalista de produccién. Este proceso arranea desde el Renacimiento, en cayo magnifico orto también emerge, en el decir de Jacobo Burckhardt, el mundo imponderable de la personalidad humana, Esta, apenas produeido su pro- migorio realumbramiento, es olvidada y preterida por el absorbente impulso de la ciencia moderna hacia el dominio de la naturaleza exterior. La ciencia deviene un instrumento para la ambicién utilitaria del hom- bre europeo. Este, trés afanosas etapas, subrayadas por los grandes inventos, por el vuelo prodigioso de Ja mecdnica, comprueba que el instrumento posce una enorme eficacia, siendo ain susceptible de mayar precisién y poder, y que su suefio se est realizando, aunque dominios inexplorados y enigmas todavia re. beldes se levanten en la ruta de Ia experiencia, para acicatear aun mas sus ansias de conquistas, su afén por encadenar a sus designios, con vistas al rendimiento til, los fenémenos de la naturaleza. Es la edad cientifiea por antonomasia. El apogeo de Ia ciencia, con su corolario el perfeccionamiento de la técnica y el progreso de la industria, ha engen- drado el vértigo de las conquistas materiales, la sed insaciable de riquezas. Es un paso dei 124 mediatizacién y despersonalizacién del hombre. Se acusa un descenso en Ja vida del espiritu, un empo- brecimiento de todos sus contenidos vitales; el hom- bre occidental comienza a eclipsarse como hombre, como finalidad inmanente de si mismo, a transformar- se en un tornillo de Ja gran maquina de la produccién capitalista, en un autémata de la especializacién cien- tifica, Por este camino se acentia cada vex mas la pri- macia de las cosas y del factor mecinico, devenido omnipotent, relegindose a un iltimo plano el mundo de lo humano, de los intrinsecos impulsos vitales, que alumbré la aurora del Renacimiento. Asi, el hombre, redueido a un mero engranaje de Ja vida industrial, mutilado en las tendencias expan- sivas de su personalidad, de su ser total, slo ha apren- dido a tener fe en las cosas, resigriindose al proceso fatal en que ellas lo envuelven, pero carece en abso- Tuto de fe en sf mismo. Al aprender de la técnica el empleo de la fuerza mecdnica, pierde la fe en el ejer- cicio de las propias energias, las que definen eu esencia intimamente creadora. EI mundo moderno ha visto prosperar la idea de Progreso, que se ha extendido a los distintos dominios de la actividad humana. Se habla de “progreso cien- tifieo”, de “progreso material” ¢ incluso de “progre- so moral”, ete, Esta idea, cara al espiritu occidental, se robustece y cobra vigencia hasta el punto que lle. ga a ser dogma indiscutido. El progreso material, en 125 sus diferentes aspectos, es, desde Iuego, el hecho més evidente, la realidad que traduce, casi integralmente, el cardeter de esta época. Es cierto que el hombre on. cidental pondera, como algo efectivo, el progreso mo. ral y se enorgillece hasta el éxtasis del Progreso cien- tifico. En lo que hace a este ultimo, bien examinadas las cosas, se comprueba que sus resultados, on eu ma Yor parte, se circunscriben a las ciencias aplicadas y que son eseasos, aunque de mucha monta, en la esfera de la ciencia pura, sobre todo en la fisica. En tal sons tido, el interés puramente especulativo de Ia ciencia no es muy grande, siendo sus objetivos preferente. mente précticos. Por eso, mas que de progreso cien. tifico, en sentido estricto, eabe hablar propiamente de progreso téenico e industrial. EI decantado progreso de la ciencia, lejos de con- tribuir al enriquecimiento vital y a la elevacién es. Piritual del hombre, se resuelve en mecanizacion, on avasallante progreso material. La labor especializada de Ia ciencia, sin duda, beneficia materialmente a la civilizacién, pero al precio de la mutilacién espiritual de los que hacen profesién de ella. La especializacién cientifica, Ia lamada divisién del trabajo —especie de fiat utilitario de Ia civilizacién moderna— practic gados a ultranza y sin contralor, han terminado por hacer del hombre un autémata, transformando sin, teligencia en un mecanismo indnime, en una a: iqui- na de indueciones euantitativas, La investigacién ein, 126 tifiea, en estas condiciones, earece de un princi pio unificador, de una visidn integral, y tiende fatal. mente a mecanizar al hombres agosta su emotividad, mata su alma, Los cultores de la ciencia, confinados en los com Partimientos estaneos de sus especialidades, son impo. tentes para elevarse a una visién que abarque en ou conjunto el panorama de la multiple y variada activi. dad humana; no han podido lograr, en su tarea ol servicio de la comunidad, una sfntesis ideal que unifi- ue, otorgandoles finalidad ética, los resultados par- ciales y siempre fragmentarios de su pesquisicion uni. lateral. La actividad del profesional de la especial. zacién cientifica es una actividad que, por su propia naturaleza, propende a despersonalizarse cada ven més, porque a medida que se intensifica y acota ri. gidamente su dominio, mis se sustrae al ritmo ereador del espiritu, perdiendo todo contacto con la fuente de Ja espontaneidad vital. EI mal profundo y general de nuestro tiempo, su acentuado cardcter negativo, consiste en la auccncia de una sintesis vital, de un ideal humano orientador, Es que nuestra civilizacién ha desintegrado al hom, bre, reduciéndolo, para satisfacer sus fines exclusiva, mente utilitarios, a una pieza de su complicado y om. nimodo mecanismo. Todo ésto conduce, en el orden de 1a utilizacién de los inventos de la ciencia, ov decis de las conseenencias de la eiencia aplicada, a la ton 127 es ee me nificacién progresiva, proceso justificado y sancionado por una religién de la técnica y una tecnocracia, pa- Iadina confesién de la nueva barbarie que ha hecho presa del hombre, para deshumanizarlo y disponer asf de él como de un mero valor instrumental. Ante esta dolorosa y descarnada realidad debemos poner en duda el ‘progreso moral’ y humano que con tanta ligereza se pregonan. No se acusa un verdadero progreso on la moralidad, ni en el desarrollo general de la vitalidad humana, pese al moralismo y al culto de Ia vida de que alardea la civilizacién occidental. Moralismo carente de contenido e industrialismo efec- tivo, con su aneja barbarie politéenica, se correspon- den perfectamente. La moral, la enltura ética que pro- clama y no practica el hombre occidental, no es nada més que una especie de salvoconducto para su accién utilitaria desmedida, en una palabra, la bandera que cubre Ia mereanefa. Ha sido olvidado el concepto de “técnica”, en Ia originaria y noble signifieacién con que lo formulara Séerates, es decir, In técnica entendida, no sdlo como el empleo inteligente de las fuerzas y recursos natu- rales para informar y dominar una materia dada por Ja naturaleza, sino también el procedimiento que po- ne esencialmente Ia fuerzas naturales al servicio de fi- nes especificamente humanos. Si prestamos fe a ted- ricos colemnes, que han escrito scsudos y voluminoso: tratados sobre el sistema del trabajo téenico y, en ge- 128 ——— — neral, sobre Ia técnica y sus présuntaé virtudes, ésta tiende a liberar al hombre de parte del pesado yugo el trabajo material, a mejorarlo humana y espiritual- mente. Segiin estos especialistas, lo primordial en el trabajo técnico es Ia actividad espiritual, de la que de- pende, en principio, la “actividad” automatica que hay en el mismo. El trabajo técnico, nos dicen, “de- be ser humano, humanamente dirigido”. En este puesto, superando lo puramente mecanico, la técnica nos orientarfa hacia un ideal en virtud del cual ella cea comprendida y aceptada no como “fin”, sino como “medio”. La gran ventaja de la téonica, de acuerdo al mis- mo supuesto, es que “tiende a hacer cada dia mis innecesario el trabajo manual”. Que el progreso de Ia téeniea encamina a este resultado, es un hecho evi« dente; pero debemos reconocer que por ello se engen- dra una grave anomalia, una desventaja en un aspecto fundamental. Porque si es cierto que el hombre se ibera del trabajo manual, es al precio de una verda- dera mutilacién de su personalidad, desde que pau- latinamente se convierte en una pieza de las maqui- nas, al ser absorbido por una funeién automatica, la que anula en él la posibilidad de perfeccionamiento mental y humano y asimismo constrifie el despliegue de direceiones vitales, esenciales para su desarrollo arménico e integral. Una cosa es lo que debe ser, se~ gain los principios ideales que 1a técnica presupone, y 129 otra muy distinta lo que en realidad sucede: Jos desastrosos efectos del trabajo técnica, Ia accién deshumanizadora del maquinismo. La maquina per- fecta, cuyo funcionamiento haga innecesaria la coo- peracién mecanizada del factor humano, es y seri una quimera. Los teorizadores de la técnica, reconociendo los males ocasionados por ésta, apuntan Ia necesidad de imprimirle un cardcter cultural y humano. Es posi- ble esta humanizacién de la técnica? Abrir semejan- te interrogacién es abocarnos al dificil problema que plantea el marcado desacuerdo existente entre el pro- greso técnico y el Iamado progreso moral, el grado efectivo de perfeccionamiento espiritual y humano. Este desacuerdo, que denuncia el interno desequili- brio de la civilizacién occidental, proviene de que ol Progreso técnico y, en general, el progreso material, se han realizado a expensas del desarrollo espiritual, a cambio de un retardo, de una detencién en el pro- ceso vital. Tan patente es Ia desproporcién entre am- bos, que el incremento adquirido por el primero nos parece, con razén, monstruoso, y, ante su realidad, nos punza el énimo un angustioso sentimiento de inadap- tacién, Es que el hombre occidental, al sacrificar su desarrollo espiritual y la progresién de su vitalidad al progreso técnico, ha acabado por depender de los instrumentos que ha forjado, Ha quedado reducido él mismo a un instrumento secundario. En medio del 130 complicado andamiaje de la civilizacion moderna, lo vemos accionar cual fantasma, en el que un estricto automatismo ha suplantado la iniciativa de la vida es- pontanea. La maquina, de cuyo funcionamiento él Tego a ser pieza accesoria, ha despotencializado su vitalidad, mecanizado sus impulsos, disgregado su al- ma, reduciéndola a la peor servidumbre, la que, por ansencia de toda inquietud de humano perfecciona- miento, amenaza cristalizar en un estado de resigna- da abdicacién de la libertad interior. La civilizacién capitalista, carente de un ideal esencial, de principios fundamentales y permanentes, sin raigambre en el estrato primigenio de los instin- tos bisicos del hombre, es por dentro distorsién y do- lor, y sélo externamente esplendorosa y brillante. Por esta ruta, hoy Hena de ruinas, zhacia dénde va esta civilizacién? A través de su ilusivo brillo externo, de su férrea armazén, de su ruidoso y sordido industria- Tismo, de su deshumanizadora tarea utilitaria gedmo reencontrar al hombre en la pureza de su humana dig- nidad, en sus espontineos y saludables impulsos?. ;C6- mo individualizarlo por estas manifestaciones pri- marias de una fuerza expansiva que, si no es repri- mida, leva a la vida plena, exaltada en Ja voluntad de poderio, cifra del destino tehirico del hombre? qLlegaré, acaso, a ser realidad la profecia de Samuel Butler, que ve en el hombre un pardsito exangiie de la maquinaria, un simple auxiliar del vasto en- isi granaje de Ia industria? En Ia marcha yoraginosa de la civilizacién a que pertenece {podri este hombre re- signarse a no ser nada més que unu sombra que sélo vive del recuerdo de un pasado glorioso? ;Podra él aceptar el papel de triste y desmirriado epigono de la grandeza de ejemplares humunos que en épocas Pretréritas constelara la voluntad dy poderio en tra- yectoria victoriosa? 182 —— X.-LA JUSTICIA SOCIAL Todos los interrogantes, que acababamos de formular, sé apretaron tragicamente en el nudo gordiano que la crisis bélica, que acaba de tener su desenlace en el terreno militar, mas no en el social, no ha desatado y si parcialmente cor- tado con Ia espada, con una espada de éurea empufia- dura, bien forjada por la téenica y de doble filo politi- co. Los hilos sueltos se reanudan en el mismo drama secular, s6lo que en un acto mis avanzado y con otra dimensién, en el drama del hombre de hoy, agobiado por la enorme interrogacién de su destino futuro. ‘Tantos interrogantes juntos requieren una respuesta integral y ésta parece venir envuelta —pliegues en que se oculta la musa trigica conjurada por Nietzsche— en la tormenta que ya ruge en el horizonte social de Europa y del mundo. La humanidad occidental, después de haberse pre- cipitado impemosamente en Ia primera guerra mun- dial y en la revolucién subsecuente, acusé un notable 133 descenso en sus pulsaciones vitales. Pensé que habia corrido en vano tras utdpicas aventuras, y se sintié postrada por el cansancio y la decepein. Pero este estado tan sélo era Ja pausa en que se relajaba una acometida frustrada de la voluntad de poderio. Esta * humanidad, por haber apurado quiméricos afanes, fué presa, momentamente, de honda desilusién. Pero, obli- gada a afrontar la realidad insobornable, bused en ésta nuevos motivos para ilusionarse, para tender hacia el futuro el arco de una renaciente esperanza utopista. Vino la labor reconstruetiva; la vida recobré su ritmo, y el alma de los hombres se encaminé de nuevo hacia su anhelada plenitud, Contra lo decretado por los idedlogos de la decadencia de Occidente, estaba, sin duda, reservada una primavera més para la planta humana, Se anuneié una nueva floracién de los ideales. Es-que el alma occidental no habia agotado todas sus posibilidades. Un presente gravido de formas iné- ritas, de nuevas estructuras sociales, iba descubrien- do a nuestra curiosidad y afin creador, en un ambito humano cada vez mejor explorado, nuevos motivos de esperar, de vivir, de perfeccionarnos. El hombre, dil tando su propio paieaje, se planteaba, con més intensi- dad que nunca, los grandes problemas del mundo y de la vida, y todos aquellos que atafien directamente a su naturaleza moral y a su trayectoria terrena. Preocu- paciones mas hondas, encaminadas a Ia vigencia de un 134 ideal de justicia social y dignidad humana, se insinua- ron a su sensibilidad aguzada, enriquecida y alerta. Hoy, a este alma, tan persistente en sus ensueiios, tan propensa a dejarse electrizar por grandes y sibitas ilusiones, Ia hemos visto vivir y lacerarse en una peri- pecia bélica mucho mis terrible que la anterior, y, sin embargo, pugna y reverdece en ella la esperanza en un futuro mejor; suefia con una proficua era de paz y de concordia, de comprensiva convivencia de todos los hombres, bajo el signo de Ja justicia social. En la hora actual, lo que concentra y moviliza todas sus energias es precisamente la pasién de la justicia social, a cual, por la forma y volumen que ella asume en es- ta etapa de radical transformacién, delata In presen- cia de la voluntad de poderfo, en uno de sus grandes avatares. Ella aun no ha salido, puede decirse, del horror de Ja ultima guerra, que ha destruido los tesoros artisticos y sembrado de ruinas el suelo de una civilizacién egre- , ¥ ya dibuja en lontananza los luminosos perfiles de nuevas utopias. Es que la vorigine bélica misma, especie de fendmeno edemico destructor, iba impelida por el pathos de un ideal revolucionario de proyeccio- nes planetarias, es decir, utépico. En el hérrido seno de Ia destruceién y de la muerte se incubaban, para este alma siempre capaz de esperanza, floras de ilu- sién. El rumbo de embestida del huracin, con la tem- pestad que le sigue, apunta a un futuro incierto, pre- 139 fiado de sombras y de peligros, pero el alma ilusionada se enciende en Ja visién radiosa de una tierra prometi- da, que, a la postre, se esfumara como uno de los tantos mirajes que, en el pasado, la hicieron acelerar la mar- cha y quemar etapas. Si ha logrado la paz, sila dulzura del oasis suaviza sus pasiones y aquieta sus impetus, se le aparece de nuevo el demonio tentador con ell se~ fiuelo de una promesa y le infunde, para materiali- -narla, el ansia de tentar otra vex el albur bélico. Di riase que vive alucinada por los consejos que, en esta coyuntura, Zarathustra da a los hombres: “Debeis amar la paz como medio para nuevas guerras. Y la tregua corta mejor que Ja larga”. “Yo no 0s aconsejo para el trabajo, sino para la Iucha. No 08 aconsejo pa- ra la paz, sino para la victoria. {Que vuestro trabajo sea una lucha, que vuestra paz sea una victoria!”. ‘Ahora ella tiene que guerrear por Ia pax para conquis- ar Ja victoria de la justicia social, Ia pasién que hoy informa totalmente su tormentoso querer. Dispuesta siempre a superar Ja realidad, a hacer de ésta trampolin para el salto a las regiones ideales, para las aventuradas construcciones ut6picas, ella arro- ja el velo de sus ilusiones sobre las mas tragicas antino- ‘mias sociales, sobie las miserias y dolores de una hu- manidad sangrante y desgarrada. Por obra de esta ilu- sién creadora asiste a su propia palingenesia y se tem- pla en el hervor milenario de los grandes mitos que la impulsan hacia metas lejanas. Tras los momentos de 136 we decepeién y desaliento, viene siempre el del entusias- mo, que la galvaniza y le comunica nuevos impetus. Corre de nuevo en pos,de las utopias, de los fines que le anticipa su voluntad de poderio, y conoce asi Ia ten- sin de un gran anhelo, que ella identifica con una gran tarea, en el que concentra todas sus potencias. Y asi le acontece que después de haber desarrollado un esfuerzo enorme, empleado en su mayor parte en el vacfo, torna a experimentar un aflojamiento en sus intimos resortes. Son alternativas y avatares de un alma que dispone de inagotables reservas de ilusién, las que Tego de cada derrota de sus esperanzas, de cada caida en Ja més profunda desesperacién, le permiten rena- cer, optimista, de su propia sustancia. Pero mas acd de este fondo psicolégico de ilusién renaciente se yerguen los problemas, las contradiccio- nes y conflictos que dramatizan la cotidiana vida hu- mana, y que nos dicen que lo esta en juego es el desti- no mismo del hombre, vietima propiciatoria de las grandes hecatombes, desencadenadas .precisamente por esos conflictos y pasiones, que parecen constituir Ja trama altima e insuperable de las sociedades huma- nas, Se trata de Ia vida del hombre dentro de una civi- Tizacién determinada y condicionada por tales antino- mias y pasiones, que el affn utilitario y los intereses materiales han sabido diabélicamente poner a su ser- vicio. En medio de la vida ruidosa y sérdida de nuestra 137 civilizacién, que sacrifica al hombre a sus monstruosos fines impersonales, surge mas acucioso el problema del desarrollo pleno y arménico del hombre vivo. e inte- gral, de una cultura anfmica y espiritual que resguar- de e incremente la espontaneidad vital y todas las posi- bilidades creadoras,, esencialmente humanas. La re- ciente catistrofe bélica, que sacudié en sus cimientos a las sociedades humanas y ha despojado al hombre de muchas de sus saludables ilusiones vitales, ha venido a clarificar el espiritu para enfrentarlo con decisién sa- piente y enérgica a los problemas y a las motivaciones que se ocultan en el iiltimo plano de Ia realidad histé- rica. Aunque sea doloroso reconocerlo, parece haber si- do necesario el estallido de esta viltima guerra, conse- cuencia de Ia inhumana hipertrofia de la tecnificacién, Para que se imponga con operosa évidencia la tarea ineludible de encaminarnos a una verdadera vida mo- ral y humana, panta integrada por todas las direceiones © intereses del ser del hombre. En medio de la perni- ciosa vigencia de los seudos valores, se insintian ya po- iidades constructivas y despunta el rambo del com- bate espiritual, Se trata nada menos que de Ia funda- mental tarea de revitalizar, salvaguardando sus gérm nes més valiosos, Ia actividad animica, de reconstituir la vida consciente, mediante Ia iniciativa de Ia int. gencia responsable y libre. No seria, entonces, aventu- rado confiar que nuestro siglo realice todavia una re- 138 habilitacién del hombre, Jo encamine hacia un ambito soleado, propicio para el despliegue de todas sus fuer- zas vitales. Cabe, quizis, esperar que un soplo prim: veral femoce a Ja agostada humanidad, que el fuego s: grado del espiritu se encienda de nuevo en el viejo crisol de las purificaciones, que la mutilada criatura humana se reencuentre en Ia totalidad de eu ser, hoy escindido y ultrajado. 139 XI. - EL NIHILISMO EUROPEO Nietzsche, afincado en cl principio de una nueva valoracién de la vida, In que, como ya hemos visto, gira en torno de una transnmutacién de los valores, di- Jucida el fenémeno que él Nama “el njhilismo euro- peo”. El nihilismo, en general, es una consecuencia de Ia fe en Ja moral, del imperative de veracidad que ella ha formulado y desarrollado; es, pues, el estado que tiene que resultar necesariamente de la concepeién de Ja vida de Ja era cristiana. En tanto es derivacién y contera de la interpretacién del valor de la existencia por el eristianismo, aquel es wna expresién de decaden- cia. Para erigit una nueva tabla de valores, medida por una vida ascendente y afirmativa, Nietzsche Hega a un rechazo radical de todos los valores hasta ahora vigen- tes, consistiendo en ésto su nihilismo axiolégico. Mien- tras seguimos manteniendo nuestra ereencia en la mo- ral, condenamos Ja vida. Hay un nihilismo activo, que es signo de un incremento de poder en el espiritu, camino que nos conduce a una nueva valoracién, y un 141 nihilism pasivo, que es signo de decadencia e implica un aminoramiento del poder del espiritu. La dnica eseapatoria al nihilismo —nombre doctrinario con el que Jacobi bautizé a la absoluta negacién y la tesitura que inclina a ella— es afrontar una radical transvalua- cién de los valores, En el desarrollo del “nihilismo europeo”, como sintoma y diagnéstico de un proceso de declinacién y eaducidad, ve Nietesche una serie de periodos, con sus correlativas proyecciones sociales y politicas, el ultimo de los cuales es “el perfodo de la catastrofe”, que, des- de el abismo de la erisis, debe quiz conducir a la calud y fortalecimiento del hombre europeo, quien se reco- nocera a si mismo en una nueva tabla de bienes y valo- res, en la que él, como primer signo riinico del idioma de la vida, asumiré el grado mas alto de la escala, con su yoluntad de poderfo eristalizando en una moral de sefiores, de dominadores. Este tiltimo perfodo sera el del “advenimiento de una doctrina que pasa a los hombres por el tamiz, que lanza a los débiles, y tam- bién a los fuertes, a decisiones”. No cabe detener la cadueidad levantando instituciones, como ingenuamen- te lo imagina el socialismo, que propugna un ideal de decadencia. Al bosquejarnos el cuadro de las perspec- tivas que resultardn de este desenlace catastréfico del nihilismo, Ja visién de Nietzsche se torna profétic Sus ideas son anticipaciones: la cuestién social misma es el resultado de In decadencia de una forma de vida 142 con sus instituciones y valores. “El socialismo, como objetivo de la tirania ‘de los mas insignificantes y los més tontos, es decir, de Ios superficiales, envidiosos y de los “en sus tres cuartas partes actores”, es de hecho Ja consecnencia de las “ideas modernas” y de su anar. quismo latente; pero en la atmésfera tibia de un bien- estar democritico dormita Ia facultad de concluir o bien de Iegar « una conclusién. Se sigue, pero no se concluye mas. Por esto el socialismo en conjunto es uuna cosa agria y desesperada... No obstante, como topo inquieto bajo el suelo de una sociedad que rueda hacia la estupidez, el socialismo puede ser itil y salvador; retrasa la “paz sobre Ia tierra” y Ia total compensacion del rebaiio democritico, y obliga a los europeos... ano abjurar del todo de las virtudes viriles y guerrevas..”” A la moderna democracia, con sus artilugios repre- sentativos y parlamentarios, la caracteriza como una forma de disolucién y caducidad del Estado. “En todo tiempo el democratismo ha sido una forma de deca- dencia de la fuerza organizatoria”. Con el apogeo de Jas instituciones en que la democracia se apuntala, la libertad, en cuyo nombre y servicio precisamente tales instituciones fueron creadas, perece. “Las instituciones liberales cesan de ser liberales tan pronto como ellae son aleanzadas; después no hay nada mas malo y mis Profundamente perjudicial para Ia libertad que las ins. tituciones liberales..., ellas son Ia nivelacién de monta. iia y valle, elevada a moral, ‘empequefiecen, hacen co. 143

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