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Ortodoxia y heterodoxia en las alcobas (Hacia una cronica de costumbres y creencias sexuales en México) Carlos Monsivais Todo el placer para el deber n qué consiste y en dénde desemboca el ocultamiento o el & aplastamiento de la vida sexual? En el origen del proceso esta la Familia Mexicana, invencién conjunta de la iglesia calélica y las clases dominantes, cuyo ideal, la utopia del mando irrestricto del patriarcado, se transparenta en unas cuantas accio- nes: monogamia de aplicacién unilateral (s6lo para mujeres), oculta- miento o negacién del placer, uso politico de prohibiciones (y tole- rancias) sexuales, elevacion de la ignorancia al rango de obediencia de la ley divina y de la ley social, represién enaltecida a nombre del deseo de una mayoria jamés consultada al respecto. Historicamen- te, la mitologia de la Familia Mexicana se centra en la necesidad de proclamar ajeno y enemigo a Jo que ocurre fuera del recinto hogare- iio y del control de esa policia perfecta que es la conciencia de culpa Y esta moral exige varios movimientos paralelos: el desarrollo de una idea de Nacién similar al patriarcado, el odio (retbrico y real) a lo diferente, la manipulacién de los prejuicios. En el siglo xvi predomina el anhelo de un pais sin las lacras visibles de Espafia, y con una ciudad de Dios al alcance: la capital de la Nueva Espafia. No hay, ciertamente, puritanos que huyan de las prohibiciones a su fe disidente, pero si creencias vagas, misticismos confusos, certidumbres de taberna y barco que, al aislarse en la in- mensidad territorial, se vuelven dogmas, signos y formas de la ra- z6n a mano. Al aferrarse a las creencias traidas de Espafta, que se magnifican, los conquistadores creen preservar la Iucidez: las su- 133 debate feminiata, abril 1995 persticiones se establecen con la naturalidad de una bula papal, y la Contrarreforma es en si misma un plan de gobierno doméstico. Aqui se construye una sociedad piadosa, ascética, entregada a la contem- placién de las agas del Sefior y de las maravillas de la Virgen. La religién es un desfile de rituales —a la fe por el espectéculo— que a esa masa ignorante y amorfa le recuerdan la expulsion de sus dioses del altar mayor y su dependencia de los conquistadores. Se constru- yen templos con el ademn de quien erige monumentos de inti dacién, y la sociedad queda uncida a la iglesia cat6lica que es, y espero que tal comparaci6n no resulte un sacrilegio de doble filo, la televisién de aquel tiempo, el espectéculo que concentra el asombro y la credulidad. Sin Iglesia no hay dominio espafiol y la Iglesia pone sus condiciones: hagamos aqui realidad el suefio de Ignacio de Loyola y de Domingo de Guzman, mezclemos hasta confundir los 6rdenes de la vida religiosa y de la vida social. Para la Iglesia, aclara Jacques Lafaye, México seré la Nueva Roma © la Nueva Jerusalem. No importa que la realidad incluya epidemias de sifilis, o que en el sentido de la encomienda se afiada el abuso de las indigenas, que se inician en el mestizaje con el estupor del obje- to de carga que tardaré siglos en saberse objeto sexual. Lo primor- dial es lo otro, la reverencia a los mandamientos de Dios, la celebra- cién macerada de la Cuaresma, la solemnidad que extiende el brazo para que la mujer legitima a él se aferre. La Santa Inquisici6n apun- tala el control politico y su sombra intimidatoria se extiende a pensa- mientos y alcobas: de tu conducta privada depende la conservacion de tus bienes, si satisfaces tu cuerpo de modo heterodoxo te retorce- rs en la hoguera. Hay que devolverle a la Iglesia el favor por su aus| cio divino a la Conquista, y omitir pablicamente elogios 0 mencio- nes de los goces sensuales, olvidando la existencia misma del cuerpo. La humillacién de la carne no es metéfora: el pago de la Corona espafiola a la Iglesia, coparticipe del poder, es también el recordato- rio del deber primordial: ser fiel al Nuevo Mundo a partir de las apariencias. La sociedad condena las referencias piiblicas al sexo y hasta los seres més periféricos, los indigenas, aprenden a vincular sexo con degradacién y ocultamiento del sexo con espiritualidad. Unicamente los animales —es la moraleja de esta légica de domi- nio— consideran natural el coilo. Por eso, el virreinato se esmera en suprimir toda marginalidad. Al principio, los espafioles, con el asco descrito por Bernal Diaz, liquidan a los miembros del harem mascu- i Carlos Monsivéia lino del cacique de Cempoala, y a lo largo del virreinato los sométicos (palabra que surge al esdrujulizar los espafioles la voz “sodomita”) expian en la hoguera su pecado nefando. Y el auge de las prohibi- ciones encarece la sensaci6n de falta. En 1778, un tratado de la mor- tificacién publicado en Puebla aclara: “Lo quinto, no toque sin causa justa a otros en las manos, rostros, ni cabeza, aunque sean criaturas, ni halague a otros animales, que con la blandura de sus cabellos suelen no pocas veces, causar deleites sensuales”. La nueva nacion se funda en el desdén por el sentido del tacto, y en la rendicién ante ese conjunto desensualizado, la familia. De la Madre Patria al paterfamilias La sociedad que le corresponde a la Nacién emergente es apenas la suma de familias unidas por creencias y prohibiciones. Quienes habitan en las orillas imitan como pueden algunas costumbres y se inhiben desconsoladoramente. El siglo xix es también el espectaculo de minorias que se combaten entre si, y predican la libertad de cul- tos 0 el regreso a la monarquia, pero en algo se unifican: le guardan fidelidad externa a sus legitimas esposas, ven en el amor conyugal a la pureza y en el placer al frenesi que no se atreve a decir su nombre. Gran parte de la cultura sexual del virreinato prosigue en el siglo xix sin que nadie se dé mayormente por afectado, como lo prueba la casi total ausencia literaria de dos personajes: el libertino y la corte- sana. Antes, durante y después de las Guerras de Reforma, la igle- sia cat6lica eleva los ideales (la castidad y el sexo s6lo por obligaci6n reproductiva), para que la sociedad obedezca, y la gleba (que es el desacato mismo) se intimide porque alejarse de la norma es merecer el desprecio. Por eso, en la apreciacion social los parias urbanos, los léperos, resultan meras variantes de la animalidad. No pertenecen a la sociedad, fornican sin pudor, viven en el hacinamiento y la pro- miscuidad. No son nada, cerdos con uso del habla, materia prima del resentimiento que aborrece la vida decente ante Dios y ante los hom- bres. Y si se les deja que sexualicen su habla (la leperada es voz de origen social inequivoco) es porque al hacerlo ratifican la bajeza de sus apetitos. De eso se trata: de un indio se aguardan supersticiones y atraso, y de un lépero que exalte por contraste la moral dominante Mientras, la mujer en casa y, de preferencia, con la pata rota 185 Abate Feminist abril 195 El mensaje moral del siglo xix no es tan uniforme como lo insi- nGan estas generalizaciones, aunque las variantes no sean muy nu- merosas. Y una de ellas radica en las diferentes concepciones de Io femenino. El nacionalismo liberal, por ejemplo, idealiza a la mujer, el gran aliciente espiritual del hombre, y tal concesién es indispen- sable aunque importe muy poco en la practica. Algdn reconocimien- to debe tener la encargada de la educacién de los hijos. Y fuera de este deber burgués, ya no se exalta a la mujer, ni se ensalzan su dulzura y su aire virginal, ni se ve en lo virginal a un'adjetivo lauda- torio. ¥ el campo de la idealizacién es también espacio de oscuridad programada. La sexualidad de las clases altas es, oficialmente, el territorio del silencio y el respeto; de lo que ocurre en las clases medias algo se habla, y, hasta bien entrado el siglo xx, poco se cono- ce de la sexualidad de las mayorias, cuyos apetitos y represiones no son asunto de la Gente de Bien y, por lo mismo, no se documentan. Previsiblemente, la relacién sexual entre las clases populares es més “natural” (menos dependiente del qué diran); por ello, para los cen- sores, ser “natural” es animalizarse, es concederle la raz6n a quie- nes declaran eterna la condicién de explotados y marginales. EI siglo xx: de la Casa Chica al ciimulo de prevenciones De la irresponsabilidad que prodiga hijos a las reticencias del con- dén, Del afan de mantenera la querida con todo y prole a la preocu- pacion por cefiirse a la cuota de dos hijos. Del machismo que acapa- ra el sentido de la honra al machismo que es Giltima jactancia en la sobrevivencia (“Yo sé bien que estoy afuera...”). Del aborto, inmencio- nable derrota ante Dios y la sociedad, al aborto, eleccién forzada y dolorosa pero ya no abismo irremediable. De la pérdida de la virgini- dad como el ingreso semisacralizado y semidemoniaco a la condi- cién de mujer, al primer contacto sexual como tramite obvio. De las palabras inmencionables (“homosexual”, “Iesbiana”) a esa tolerancia creciente frente a la diversidad de opciones que es fruto de la internacionalizacién, del debilitamiento del morbo y —muy especial- mente— de la imposibilidad de controlar la conducta ajena en la socie- dad de masas. De la castidad, pase automitico al cielo, a la castidad, situacién sospechosa en términos freudianos o postfreudianos. Al venirse abajo la (incomprensible) leyenda de la singularidad 186 Carlos Monsivéie sexual del mexicano, la substituye una andanada de nuevos prejui cios con maquillaje seudocientifico. Los traumas reemplazan a los determinismos del “alma mestiza”, y (por un tiempo) el complejo de Edipo rodea de luces sospechosas a la Madrecita Santa. Esto es tam- bién asunto del pasado. Sin ser cabalmente moderna, la mexicana, como cualquier otra sociedad, se internacionaliza a la fuerza, y se seculariza por razones del desarrollo politico y cultural. Las mujeres ingresan con impetu en el mercado de trabajo, lo que las lleva pau- Jatinamente a relaciones més igualitarias con los hombres. Las faci- lidades econémicas de la uni6n libre son la alternativa frecuente al matrimonio por via legal. Se apacigua incluso en el campo la obliga- cién de la prole interminable. Pocos se acuerdan de la funcién es- trictamente reproductora de la sexualidad, como lo manda la iglesia catélica. Y el miedo al sida disciplina el ansia de promiscuidad. iCémo es sexualmente el mexicano? Bien a bien, quizés s6lo lo supieron el emperador Acamapichtli y su consorte. Pero el siglo xx mexicano empieza con un panorama de represiones manejadas des- de el confesionario, de practicas ridiculas y mitos oprobiosos (“Na- die puede desear a su legitima esposa. El deseo es siempre extrama- rital”). ¥ el siglo concluye entre polémicas sobre el aborto y el con- dén, mientras la iglesia catélica usa de todas las presiones a su al- cance (politicas y morales) con tal de sostener su dogmatismo. Pero desde los afios veinte la represién no se enfrenta al grupo de libera- les que queria una sociedad més libre ampliando el poder del esta- do, sino a muy diversos sectores de profesionistas, académicos, pe- riodistas, politicos, que, sin proyecto politico, no se doblegan ante las amenazas de excomuni6n, ni se dejan afectar por las resonancias del “tutelaje espiritual” de siglos. Ya para 1960 es innegable el arrai- go de la secularizacién en México, y por secularizacién entiendo el fin de cualquier propésito teocratico, la compatibilidad entre laicismo y valores religiosos, el influjo de la ética que argumenta a favor de una tesis: “Esté muerto Dios 0 no, los valores de la vida comunitaria hacen que no todo esté permitido”. En 1929 la negociacién de la Jerarquia catélica con el estado y el fracaso del movimiento cristero prueban lo irreversible de la separa- cin de la Iglesia (por antonomasia) y el estado. A la Iglesia le que- dan muchos de sus controles, y el estado permite o refuerza un poder alternativo despojado de su filo politico. Luego, paulatina- 17 debate feminist, abril 1995 mente, se llega ya en los afios noventas al reconocimiento de “la descristianizacién de México”, lamentada por el clero dos veces al aio (Semana Santa y fiestas decembrinas), y proveniente de la globalizacién, de las formas de vida modernas, de la explosion de- mografica, de la educacién laica, del Libro de Texto Gratuito, de la difusion sexologica, de la evaporacién creciente del sentimiento de culpa, y de la divulgacién cientifica, que asi se dé en niveles muy superficiales, apuntala el transito de una cultura de represiones a una de fe en la ciencia con estremecimiento antes destinado a la mistica. Se diseminan los vocablos antes prohibidos 0 ignorados: ovarios, menstruacién, espermatozoides, évulos, testiculos, trom- pas. Los alumnos de sexto grado aprenden lo que en generaciones anteriores s6lo se vislumbraba a través del rumor y las frases entrecortadas de los padres; ya saben que entre los diez y los diecio- cho affios, el aparato reproductor del joven comienza a producir espermatozoides. Divulgar es destruir la cerraz6n ordenada por la hipocresia clerical y social. Y a todo esto se afiaden las incitaciones y lecciones a cargo de Jos medios electrénicos. Si el cine educa a varias generaciones en el falso respeto a las tradiciones y en el jabilo genuino ante las innova ciones, la televisién (y esto se acelera con el cable y las antenas parabélicas) envia con fuerza su gran mensaje: objeto sexual es todo aquel o toda aquella que tiene con qué serlo, y los deseos ilegitimos son aquellos irrealizables. Sobre las desventuras de la hipocresia La hipocresia de la burguesia mexicana en este siglo manifiesta un doble anacronismo: no s6lo es mojigata frente a sus correspondien- tes de las metropolis; también lo es ante sus propias realidades, al posponer hasta fechas muy recientes el énfasis discursivo en torno a las pulsiones profundas. El burgués mexicano tarda en hablar represivamente del sexo porque tarda en hablar del sexo. Y sélo empieza a hacerlo al comprobar el enorme retraso que le provocan —social y politicamente— la moral feudalizada y sus indignaciones teatrales (“Vele y no vuelvas”, apostrofa el padre airado a la hija embarazada). Y si el culto del honor se mantiene hasta donde puede (es el grand finale de la mitologia sexual del siglo xix) se debe a la 188 Carlos Monsivdia gran importancia que le concede la extrema derecha, que usa para cuestiones de moral el criterio melodramitico de la pureza. Si se verbaliza lo sexual —ésta es la inferencia derechista— se renuncia a las omisiones prestigiosas. Y el espacio del gran combate entre las tradiciones rigidas y las primeras divulgaciones cientificas es la edu- cacién sexual. A principios de los afios treinta Ja Sociedad Eugenésica Mexica- na presiona al gobierno: hace falta un plan de educacién sexual. En su informe de 1932, la Sociedad Eugenésica menciona la frecuencia de embarazos antes del matrimonio, de enfermedades venéreas y de “perversion sexual” (sic) y afirma la necesidad de informar adecua- damente a los jévenes en la escuela, ya que los hogares se muestran renuentes, por razones religiosas, a cumplir con esa tarea. La res- puesta de la derecha es contundente. Su vocero, el periédico Exctlsior, en editorial del 16 de marzo de 1933, afirma: el programa propuesto por la Sociedad ayudaré a corromper a las mentes jévenes. Segtin Excélsior, la mayoria de los miembros de la Sociedad Eugenésica son “inconformes sexuales”, y a la Sociedad la dirigen dos mujeres, una recientemente divorciada y la otra de nacionalidad rusa. Por eso, se pide una investigacién formal. La batalla por la educaci6n sexual atraviesa por distintas peri- pecias. El secretario Narciso Bassols examina el informe de la Socie- dad Eugénesica y se acepta un programa de educacién sexual para secundarias y quinto y sexto de primaria. Al publicarse las reco- mendaciones de la Comisién de la sep, la Unién Nacional de Padres de Familia (entonces un organismo no tan fantasmal) declara —30 de mayo de 1933— su oposicion a la educacién sexual en manos de maes- tros que podrian “encontrar en la exploracion de este tema extraordina- riamente peligroso, medios de violar nifios inocentes”. Para la Unién, Ja educaci6n sexual no es necesaria porque “la civilizacién ha existi- do diez mil afios sin que se instruya formalmente a los nifios acerca del comportamiento sexual”. Se califica al proyecto de complot co- munista que destruye la estabilidad de México. Interviene la Fe- deracién del Distrito Federal y, generosamente, aprueba la edu- caci6n sexual para muchachas de més de 21 afios y muchachos de mis de 14, condenando de paso el plan de gobierno. En distintas iudades del pais se levantan protestas; se reclama para los padres el derecho y el deber exclusivos de la educaci6n sexual para sus 139 debate Feminiat, abi 195 vastagos y se denuncia la “pornografia” en las escuelas (V. John A. Britton en Educacién y radicalismo en México. Sepsetentas). La lucha contra el proyecto gubernamental se concentra en el odio a la educacién socialista, y se expresa con claridad en elataque contra la educacién sexual. A principios de 1934, las agrupaciones de padres de familia publican dos documentos que cuestionan la “instruccién regular de los procesos de reproduccién humana” que planea la sep, Excélsior y El Universal publican en primera plana es- quemas de los cursos probables (en la descripcién de las niftas se compara su maduraci6n a la de aspectos correspondientes de la flor) La SEP niega que se imparta o se piense impartir educacion sexual en las escuelas ptblicas y aclara —10 de enero de 1934— que los esque- mas publicados son parte de un estudio sobre educacién sexual. Dias después, Excdlsior comenta un folleto de William]. Fielding, La educacién sexual del nifio. Lo que cada nifio deberla saber, como un buen ejemplo del tipo de pornografia probable en las escuelas pabli- cas. Bassols informa: el folleto no se destina a los nifios sino a un programa de instruccién para los padres, y Excélsior es una publica- cin al servicio de la reaccién de derecha contra la educacién sexual. Llega el momento de la accién directa. El 28 de enero, en un mitin, dos mil padres de familia acuerdan no mandar a sus hijos a la escuela si la Secretaria persiste en la educacién sexual. La Union Nacional de Padres de Familia lanza su tactica intimidatoria: que todas las madres envien cartas de protesta al presidente de la Repa- blica. A los maestros que informen de reproduccién humana, se les someteré al aislamiento de los padres y al boicot de los nifios. Deben organizarse comités de huelga en cada distrito escolar. E117 de febrero, la Unién Nacional de Padres vota por la huel- ga contra la educacién sexual, a sabiendas de que atin no se impar- te. La Asociacién de Padres anuncia el boicot econémico y social contra cualquier maestro afiliado al programa criticado, y el éxito no es considerable; s6lo cuarenta de las 485 escuelas oficiales del Distri- to Federal van a la huelga. Lo que si prospera es el rumor calumnio- so. Se califica al proyecto de educaci6n sexual de “propaganda sub- terrénea e insidiosa” patrocinada con dinero bolchevique, y cunden las invenciones. La mas divulgada: el alto naimero de maestros que seducen a las estudiantes en nombre de la educacién sexual. Para asegurar su verosimilitud dan nombres, citan lugares. El sistema usado por Excélsior durante la campafia es reiterati- 190 Carlos Me La educacién sexual ya existe!” Ejemplos: una clase de biologia de tercero de secundaria sobre la reproduccion de plantas y anima- les, un curso de higiene del adolescente en la Escuela Nacional Pre- paratoria. El Nacional, periédico del gobierno, contraataca y sefiala al clero como el instigador genuino de los ataques. Y el 9 de marzo de 1934, Bassols renuncia a la Secretaria. Cuatro dias més tarde, los padres de familia suspenden la huelga todavia sostenida en veinte escuela. En los afios siguientes, el proyecto de educacién sexual se leva a cabo en forma paulatina, evitando en lo posible provocar a una derecha fiel a su consigna: “No es atin el tiempo y nunca lo sera” (de cualquier innovacién) vo: Y conoceréis Ia verdad y la verdad os aterrard EI psicoandlisis, aventura internacional para burgueses desde fines de los afios veinte, debe esperar hasta la década de los cincuenta para prosperar en México. Y es la moda colonizada la que transfor- ma angustias y neurosis de la clase media norteamericana en utopia prestigiosa de un sector considerable en el pais. A mediados de los afios treinta se inicia la “nacionalizaci6n” de las doctrinas (divulga- ciones) freudianas. Al principio, se va de lo general a lo particular. No son los individuos sino la Nacién misma la que sufre complejos ¢ inhibiciones, ella es la visitada por Electra y Edipo, ella es la que amanece sintiéndose inferior por el despojo de 1847 y anochece Ilo- rando por los hijos que asesiné. Aunque mis inspirado en Adler que en Freud, el libro de Samuel Ramos El perfil del hombre y la cultura en México es arquetipico: El Mexicano es aquel que padece sentimiento de inferioridad y, por tanto y en primera instancia, es la Nacién la que debe ser psicoanalizada: “Tal vez nuestros errores — argumenta Ramos— son errores de madurez que la madurez corre- gira. Nuestra psicologia es la de una raz6n en la edad de la fantasia y la ilusi6n, que sufre por ello fracasos hasta que logre adquirir un sentido positivo de la realidad. Hasta ahora, los mexicanos s6lo han sabido morir: pero ya es necesario adquirir la sabiduria de la vida.” A partir de este ensayo seminal, escritores, psiquiatras y psicblogos se esclarecen o se obnubilan analizéndolo todo a la luz de las sublimaciones, del falo como astabandera 0 cualquier otro lugar co- man “tremen: 19 debate Fern, abril 1995 ‘Al mismo tiempo, en la burguesia y las clases medias se afirma un proceso donde el sexo (su mencién y su indagacion semipolicial) ya no es lo deleznable a los ojos de Dios sino lo destellante a la hora del ascenso social o de las compensaciones. El uso de los términos, impreciso pero reverente, hace las veces de expropiacién popular de las experiencias clinicas: el mexicano tiene complejo de inferioridad, asegura Ramos, pero en el trénsito de lo nacional a lo individual las clases dominantes se descubren las orgullosas poscedoras de una nueva residencia y una variedad de traumas infantiles. A este psi- coanilisis instanténeo y para las masas —tan agudamente satirizado por James Thurber, J. $. Perelman y, més recientemente Woody Allen— lo consagran el cine de Hollywood y, en México, un cine de simbolos que ve en el inconsciente a lo aterrador, el pozo de la esquizofrenia, la pesadilla indescifrable con la que uno nunca se reconcilia y sin la que uno jams se internacionaliza. Y la burguesia se jacta: ya cuenta con el inconsciente entre sus posesiones mis entrafiables, y actuar bajo las érdenes del inconsciente es gran en- tretenimiento y sefial de madurez. Lo que las divulgaciones freudianas ponen muy en duda es el instrumento que garantiza el dominio de los sentimientos intimos: la nocién de pecado, de transgresi6n de la norma. Luego, los postfreu- dianos ven en la indagacién de las realidades pablicas y secretas del sexo a una nueva formacién de poder: Ie asegura a la burguesia y las clases medias la atenta vigilancia de su desamparo y contribuye asi, como indica Franca Basaglia, al equilibrio y el proceso de integra ci6n y desarrollo del capitalismo. Este proceso, de caracter mundial, le transfiere al psicoandlisis, a la psiquiatria y la psicologia las fun- ciones interpretativas y curativas del alma antes monopolizadas por la iglesia catélica, y define un nuevo canon de salud mental en be- neficio de la idea del burgués, constructor de instituciones y creador de riquezas. Bajo la capa de la pretensién cientifica, lo “freudiano” (collage de creencias populares sobre el psicoandlisis y cauda de su- persticiones semicientificas sobre la conducta) deposita en el Estado hallazgos y dictamenes sobre la salud mental que de inmediato se vuelven instancias represivas. Programaticamente, la salud mental es monogamica para la mujer, productiva en el sentido capitalista, enemiga de cualquier marginalidad sexual o politica, recelosa y cri- tica de lo que escape a la norma. Y quienes encarnan el monopolio 192, Carlos Monsivéie interpretativo de la salud mental (psiquiatras, analistas, psicblogos) son —como indica Félix Guattari— la vanguardia de los métodos impositivos de las nuevas formas de estructuracién social. El machismo: de las responsabilidades ante Dios y las mujeres Los caminos de la represi6n sexual aceptan modificaciones inno- vaciones. Durante un largo tiempo, un método de control es la ame- naza de las enfermedades venéreas. Mas tarde, y ya como ideologia documentada, se despliega el Machismo, nombre que es un progra- ma ideol6gico, voz que resume una tradicién y describe a un com- portamiento rigido. De hecho, el machismo que conocemos es un invento cultural, un primer producto de la “freudianizacién” del pais. Los primeros investigadores de lo mexicano como categoria aislable y analizable en su perfecta inmovilidad, han leido a Freud, Jung, Adler y desde mediados de los treinta los adaptan como pue- den, El Mexicano tiene complejo de inferioridad. El Mexicano es macho, El Mexicano es esquizofrénico. En la mitologia sexual preva- leciente, las tensiones del deseo se resuelven y disuelven en el me- Todrama (Quiero sufrir por ti para que no te me vuelvas obsesidn erdtica). Y el molde del machismo sirve también para someter a los impulsos rebeldes, disminuyendo y descalificando la conducta arrogante. La consigna prende en las clases populares y vuelve institucional a la conducta de siempre. Nunca han dejado de ser machos pero ahora se ufanan de la critica a sus actitudes y de cun arraigadamente mexicano es el comportamiento negativo. El macho explota y golpea a la mujer. El macho, por lo tanto, es muy mexicano, Su rencor social se ha saciado. Que a él, en su turno, lo dominen y exploten a horas hébiles. El sexo en la era de las instituciones No tiene caso, salvo por requisitos de la moda, examinar por déca- das usos amorosos y habitos sexuales en la sociedad mexicana. Se- gin creo, en el periodo “de la Institucionalidad” (de 1940 en adelan- le) es mejor estudiar cambios y persistencias a la luz del diélogo 1 debate feminist, abril 1995 forzado entre las actitudes nuevas o disidentes (modernizacion) y el rechazo activo o pasivo de la novedad (tradicién). El proceso dista de ser uniforme aunque es mas homogéneo de lo que harian supo- ner la diversidad de tiempos cullurales en la capital y la provincia. Salvo los grupos de la ultraderecha, la poblacién se incorpora (con rapidez creciente) a patrones cada vez menos estrechos del “com- portamiento admitido”. La linea divisoria: de cuando lo modemo le hablaba de usted a sus padres En los afios cuarentas, en el arranque del “pais moderno”, el mo- mento pablico es muy conservador ¢ intolerante. Considérense, en- tte otros, estos hechos: —nadie discrepa de la autoridad patriarcal. —se considera eterna la sumisién femenina, y se admite sin problemas a su simbolo casi parédico, la Sufrida Mujer Mexicana, que le agradece al macho sus maltratos, y de la que el cine propor- ciona incontables ejemplos. De los mas destacados: Nosotros los po- bres (el personaje de Blanca Estela Pavén), Azahares para tu boda (el personaje de Marga Lépez), Marla Candelaria (el personaje de Dolo- res del Rio), La Oveja Negra (el personaje de Dalia Iniguez). —la honra (es decir el absoluto control patriarcal) es todavia fundamento del prestigio de las familias. —el macho, en su visién ideal de si mismo, demanda la pose- sin de una Casa Chica (la concubina como segunda esposa, legiti- mada por su_persistencia, su fertilidad y su condicién disponible) —en los prostibulos se fortalece el ego y se pone a salvo la santidad del hogar, que en mucho depende de una convencién: el marido no puede desear ardorosamente a su mujer (tenerle ganas a la legitima esposa es extraviar a la libido). —la educaci6n sexual es un monélogo de torpezas y vulgarida- des: “Creo hijo mio, que todavia falta para que conversemos de hom- bre a hombre”) “Como ya estas grandecito, hijo, hoy te Ilevo al bur- del para que te estrenen”. —un politico divorciado carece de porvenir, porque quien no sabe responderle a su familia no es confiable en lo absoluto. i Carlos Monsivais —un homosexual es la excentricidad que en el mejor de los casos aspira a la compasién. las “palabras obscenas” pueden prodigarse en privado, pero deben prohibirse en el cine, la television y la vida social que se respeta —la certeza de la minoria de edad de la gente moviliza los cri- terios parroquiales muy severos al clasificar las peliculas: Buenas para todos; Para adultos-No propias para nifios; Para adultos de criterio y mora- lidad seguros; Contrarias a la fe 0 a la moralidad catdlica. En la cabecera de la mesa, el sentimiento de culpa... En la pro- vincia, émbito represivo por excelencia, la vida privada sigue regida por el chisme, la sujecién femenina a lo eclesidstico, la identidad entre la exhibicién de la fe y la condicién respetable, los ghettos venéreos 0 “zonas de tolerancia”, el onanismo como saber de salva- cién, la contigitidad del escandalo con la muerte social. En provin- cia, la secularizacion avanza con lentitud, el sexo es lo inmenciona- ble, y son todavia omnivoros los alcances del Catecismo del Padre Ripalda y del confesionario, y sus accesorios: la Congregacién Mariana, los Caballeros de Colén, los colegios de monjas. “La television pronto legard: yo te cantaré y ti me verds” Esto en la superficie: inauguraciones, misas solemnes, cenas de matrimonio. En lo profundo, se gesta el gran cambio, que acelera la segunda guerra mundial, y conducen los medios masivos y la in- dustrializacién. Y el espacio de los cambios, a diferencia del tradi- cionalismo, todo es significativo. Examinese la letra de un bolero de los afios cuarentas, Prohibido: Yo no sé si este amor es pecado que tiene castigo, sis fallar a las leyes honradas del hombre y de Dios, solo sé que me aturde la vida como un torbellino, 195 cbate feminist, abil 1995 que me arrastra y me arrastra a tus brazos con ciega pasién. Es més fuerte que yo, que mi vida, mi credo y mi sino, es més fuerte que todo el respeto y el miedo hacia Dios, aunque sea pecado te quiero, te quiero lo mismo, aunque a veces de tanto quererte me olvido de Dios. Cantada por un tenor de usanza clasica, Prohibido asume las caracte- risticas del desafio formal. Las autoridades eclesidsticas condenan el bolero, y obtienen su prohibici6n en la radio, pero no van mucho mis allé. El sentido de la época, tal y como se vive en la capital, es “blasfemo” y “heterodoxo”, y en el sexenio del presidente Miguel Alemén (1946-1952) se multiplican los prostibulos, las “zonas rojas”, las peliculas de cabaret y rumberas, las “exéticas” que en el teatro frivolo bailan con frenesi para exaltar los coitos de un solo cuerpo. Mientras, nada parece afectar a los usos del cortejo amoroso “a la antigua”. A las familias, a las parejas y a muchachas y muchachos en-edad-de-merecer, les es indispensable el repertorio de la mitomania amorosa (melodramas, canciones del eterno compromiso con las abstracciones, emociones sélo crefbles si se acttan). A To largo del siglo xx el bolero expresa la creencia triple: en la espiritualidad del deseo, en lo incorpéreo de los sentimientos, en la desdicha del amor. Eros cuaja igualmente en el éxtasis de la frustracién y en la idolatria: Amor mio, tu rostro divino/ no sabe guardar secretos de amor.) Ya me dijo/ que estoy en la gloria de tu intimidad. Y tardan en extin- guirse las serenatas, la Noviecita Santa, la virginidad de la novia como dote basica, la solicitud de permiso para soltar ante las damas una palabra gruesa (‘pendejo”), el tartufismo que es el homenaje de la ret6rica a la hipocresia. Los gay: de la lucha por los derechos civiles ala lucha por los derechos humanos Casi hist6ricamente, el 2 de octubre de 1978 es la fecha de ampli cién ostensible de la tolerancia urbana, tan restringida como se quie- 196 Carlos Monsivis ra, pero irreversible. Ese dia, en la marcha que conmemora el déci- mo aniversario de la matanza de Tlateloko, participa un contingen- te de homosexuales, que atrae mas asombro que rechazo, més antipatia del reflejo condicionado que odio. Gracias a tal inclusi6n, fruto de la intrepidez de los militantes gay y de la solidaridad de sectores de la izquierda, varia la percepcién del grupo mas despreciado y ridiculi- zado en la vida social. Los integrantes de los grupos (el Frente Ho- mosexual de Accién Revolucionaria, Lambda, Oikabeth), en su ma- yoria entre los 18 y los 30 afios, acuden a la radio y (dos veces) a la televisi6n, inician la marcha anual del Orgullo Gay (el Gltimo sabado de junio), impulsan mesas redondas y conferencias, expresan libre y “obscenamente” sus ideas y précticas de la sexualidad en novelas, cuentos, obras de teatro, coreografias, peliculas. Dos textos en espe- cial Haman Ia atencién: Ojos que da pdnico sofiar (1978) de José Joaquin Blanco, ensayo y declaraci6n de principios, y El vampiro de la colonia Roma (1978), de Luis Zapata, el relato de un joven que se prostituye (un chickifo) a modo de Lazarillo de ‘formes de la vida gay. Estas obras son la prueba de fuego de la tolerancia, y la rapida demostra- cin de que, en verdad, y de manera en Jo fundamental impercepti- ble, ya hay diversidad en México. Entre pleitos, sectarismos quizés inevitables en un movimiento nuevo, y notables compromisos vita- les, lo gay establece su derecho a existir en piiblico. E12 de octubre de 1978 se rompe con la tradicién de oculta- miento, represi6n y silencio. Antes, a los homosexuales (maricones, maricas, jotos, putos) se les menciona en privado, y entre bromas y condenas. Si en el virreinato se condena a los sodomitas a la hogue- ra porque “mudan de orden natural”, en el siglo xix jamas se les menciona por escrito, y un acontecimiento tan importante como el juicio de Oscar Wilde (1895) no recibe comentarios en la prensa. La primera alusi6n al juicio que localizo es de 1913 en Revista de Revis- tas. En El didlogo de los libros (Fondo de Cultura Econémica, 1980), Torri se adelanta a su época, se opone a quienes persiguen “crudamente toda idea o pensamiento del orden cientifico o artisti- co, que sean contrarios a la estabilidad de la familia y el Estado”, y se burla del comité francés que exige la mutilaci6n del monumento a Wilde en el cementerio parisino del Pére-Lachaise: A nadie ha sorprendido, sin duda, esta encarnizada persecuci6n de todo lo que a Wilde se refiere; por desgracia forman hueste innumerable los que juran guerra a 17 debate feminiata, abil 1995, Tnuerte un escrtor, aun poeta y a cuanto les toce, porque su vida no fue todo lo cedificante que quisieran los més ignaros y despreciables miembros de cualquier congregacion anglicana. En 1913 es insélita la defensa de Wilde, y es adn més sorprendente la ridiculizaci6n de los cargos en contra suya, provenientes del “re- bafio de gentes mediocres, de filisteos y semicultos”. Torri concluye: No eatéIejano el dia en que volvamos el rostroa Wilde en una soncisa generosa, y nos aparezca la tzemenda catdatrofe de su vida con un prestigio de martiri. Su ‘manta de épatery sus desvios nos hardn sonret, como nos hacen soncelt la peti- lancia de Wordsworth, la acritud de De Quincey, la ficion de Lamb por la ginebea con agua. ‘Torri es consecuente. E] 1 de octubre de 1916 en Revista de Revistas, elogia a Wilde profusamente: El dandiamo de niuestrosjovenes literatos y las florecidas “boutonnieres” al par aque la cabelleras de otantesrizos nos lo indican con harta elocuencia, Wilde esté destinado a ser popular entre nosottes. Su influencia atenuaré nuestra extrechez habitual de crterio, nos aligeraré un tanto de nuestro esplritu de pesadez, y reno- varé la viciada e irtespirable atméfera en que florecen linguidamente nuestros intelectuales, Wilde: oxigeno de la cultura. El espiritu humanista de Torri es muy excepcional y se produce en los afios de la lucha armada. Antes, lo comiin es el rechazo, el espanto, la referencia exterminadora. El 20 de noviembre de 1901, en la calle de la Paz, la policia interrumpe un baile de homosexuales, La redada adquiere de inmediato perfiles legendarios porque, segiin el nunca desmentido rumor popular, uno de los detenidos es Ignacio de la Torre, el yerno de Porfirio Diaz, a quien acompaiian vastagos de las familias notables del porfiriato. El niimero 41 se asocia automticamente con la homosexualidad, y la serie de grabados de José Guadalupe Posada le concede al hecho una popularidad inmensa. “Aqui estén los maricones/ muy chulos y coquetones”, asegura el titulo de un grabado, y los versos adjuntos cuentan festivamente el “gran baile singular”: Cuarenta y un lagartijos disfrazados la mitad de simpaticas muchachas, bailaban como el que mas Carlos Monsivéie La otra mitad con su traje. Es decir de masculinos, Gozaban al estrechar A los famosos jotitos. A los detenidos sin influencias politicas se les envia a Yucatan, a labo- res exhaustivas. En 1902 son arrestados dos homosexuales, “La Bigotona” y “El de los claveles dobles”, y se les manda también a Yucatan. Ese afio, las hermanas Moriones, empresarias de teatro, celebran las cien representaciones de la zarzuela Ensefianza libre, de Perrin y Palacios, con los “papeles cambiados”, con los actores haciendo de actrices y viceversa, algo ya habitual desde mediados del siglo xix en México, como informa Luis Reyes de la Maza en Circo, maroma y teatro (1810- 1910) (UNAM, 1985). Pero la homofobia es también invencién cultu- ral, y los periodistas, muy al tanto de la costumbre de los “papeles cambiados”, se sorprenden de pronto, califican de “repugnante” a la puesta en escena, y denigran a las empresarias, porque ya ensa- yan una zarzuela de autores mexicanos llamada Los cuarenta y uno Elescandalo popular, (nica via para aceptar la existencia de los homosexuales. Las sefioras Moriones se defienden: las cien repre- sentaciones de las comedias siempre se han celebrado de ese modo, sin protesta alguna, y no se ensaya zarzuela alguna con ese titulo infamante”. Desde entonces y hasta fechas recientes en la cultura popular el gay es el travesti, y sélo hay una especie de homosexual: elafeminado. En una novela ins6lita, Los cuarenta y uno. Novela criti- co-social (1906), su autor Eduardo A. Castrején, como era habitual, predica contra la “injuria grave a la Naturaleza”, la homosexuali- dad, y describe una velada abominable: El corazon degenerado de aquellos jévenes arist6cratas prostituides, palpitaba en aquel (sic) inmenso bacanal La desbordante alegria originada por la posesi6n de los trajes femeninas en sus cuerpos, las posturas mujeriles, las voces carnavalescas, semejaban el retrete- tocadlor de una cimara fantistica; los perfumes esparcidos, los abrazos, los besos sonoros y febriles, representaban cuadros degradantes de aquellas escenas de Sodoma y Gomorra, de los festines orgidsticos de Tiberio, de Cémmodo y Caligula, donde el fuego explosive de la pasién salvaje devoraba la carne consumiéndola en deseos de la més desenfrenada prostitucion, “19 ate feminist, abril 1995 Para Castrej6n no hay duda: se trata de “jévenes inflamables, repudiables, odiosos para el porvenir y por todas las generaciones, escoria de la sociedad y mengua de los hombres honrados amantisimos de las bellezas fecundas de la mujer”. En la novela, Ignacio de la Torre es don Pedro de Marruecos, el centro de esa sociedad pervertida, y el Ganico que escapa dela fiesta, cuyo momento igneo asombra a Castrejon: Entretanto, en el sal6n crecia el entusiasia, Ojos fosforescentes, ojos Iabricos, ‘ojos Linguidos; cadetas postizas ondulantes, gréciles, con sus irceprochables curves; rostros polveados, pintarrajeados; pelucas maravillosamente adornadas con peinetas incrustadas de oro y joyas finisimas; pantorillas bien cinceladas a fuerza de algodén y auténticas de amorfasflacuras; senos postizos, prominentes Y enormes pugnando por salir de su cércel; muecas grotescas y voces fingidas; le aba todo ese conjunto a a orgia algo de macabro y fantéstic. Luego sobreviene la caida, la vergitenza, la muchedumbre gozosa que vea los 41 partir hacia Yucalén, la vida infernal de los trabajos forzados: Y era de risa ver el cuadro grotesco de los populares 41, levantando Ja pala y golpeando con el zapapico, sudorosos, escudlidos y llorando las més de las veces a légrima viva Los soldados les daban todos los dias “latas” monumentales, diciéndoles con voz fingida: —iA dénde vas con tu traje de gala? —iNo trabajes que te quiebras la cintuta, vida miat {Te sofocas, lindo nifio? Pues carga con el abanico. Y hasta popular se hizo un estribillo que publicé un diario de la metré- poli en aquella época, y que cantaban los soldados cuando marchaban: Mirame, marchando voy con mi chacé a Yucatan, por hallarme en un convoy bailando jota y cancén. Los veintes: la reaparicion de los transgresores En la década del veinte, al amparo de “la bohemia burguesa”, re- aparecen los homosexuales, por fin liberados de las paginas policiales. Las circunstancias son en extremo distintas: la Revolucion Mexicana ha quebrantado muchos de los prejuicios, entre ellos el mas extre- 200 (Carlos Monsivais. mo: la impensabilidad de alternativas a la moral dominante. Por eso, sin preémbulos, aparecen los homosexuales en una atmésfera de libertades relativas pero intensas. Entre ellos figuran Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Carlos Pellicer, Elias Nandino, Porfirio Barba Jacob (escritores), y Manuel Rodriguez Lozano, Jess Reyes Ferreira, Roberto Montenegro, Alfonso Michel, Agustin Lazo (pin- ores). Ellos representan la sensibilidad distinta, el fluir de lo euro- peo, el “decadentismo” que irrita en demasia, los modales finos que son una provocaci6n. En los afios veintes y treintas la homofobia es actitud tan gene- ralizada que no necesita singularizarse. Nadie, en rigor, es hom6fobo porque todos, en algtin grado, detestan o desprecian o compadecen a los homosexuales, “error de la naturaleza”. Como ya se reconoce Ja existencia de la homosexualidad, es conveniente proteger a la Revolucién de sus devastadores efectos. Asi, José Clemente Orozco caricaturiza a los gay arquetipicos y le da nombre al grupo: “Los Anales”. Antonio Ruiz el Corzo dedica un 6leo a fustigarlos y allt, amparado bajo un gigantesco 41, desfila un conjunto de “preciosa ridiculas”: Novo, Villaurrutia, Rodriguez Lozano, Montenegro, Antonieta Rivas Mercado, Lupe Marin. Diego Rivera dedica un panel de los muros de la Secretaria de Educacin Pablica a denostarlos. Y del arte se pasa a la politica. En 1932 se reinstala en la Camara de Diputados el Comité de Salud Pablica dedicado a eliminar a los contrarrevolucionarios del gobierno. E131 de octubre de 1934, un grupo de intelectuales (José Rubén Romero, Mauricio Magdaleno, Rafael Mufioz, Mariano Silva y Aceves, Renato Leduc, Juan O/Gorman, Xavier Icaza, Francisco L. Urquizo, Ermilo Abreu Gomez, Jestis Silva Herzog, Héctor Pérez Martinez y Julio Jiménez Rueda) le solicitan al Comité de Salud Pablica que, ya que se intenta purificar la administraci6n piblica, se hagan extensivos sus acuerdos a los individuos de moralidad dudosa que estan detentando puestos oficiales y los que, con sus actos afeminades, ademas de constituir un ejemplo punible, crean una atméefera de corrupeién que llega hasta el extremo de impedir el arraigo de las vietudes viriles en la juventud (..) Si se combate la presencia del fanstico, del reaccionario en las oficinas piblicas, también debe combatitse la presencia del hermafrodita, incapaz de identificarse con los trabajadores de la reforma social 201 debate Femina, bl 1995 En un tiempo ya marcado por la modernizacibn, la cultura popular sostiene dos imagenes: el sefiorito afeminado, el colmo del ocio de la clase alta que pervierte proletarios con su dinero, o el joto de burdel, el infortunado producto de una tragedia biolégica. No hay términos medios. Y entre estas dos visiones, la del aristécrata linguido y las- civo que abusa de la pobreza que acompaiia a la virilidad popular, y la de la victima de la biologia que se contonea patéticamente, la conclusién es drastica: la homosexualidad es anuncio de la desinte- gracién burguesa o chiste macabro del destino. En cualquier caso, Io inadmisible es la idea de un hombre que se feminiza. A eso se afiade el machismo internacional, robustecido en los sectores de izquierda por la persecucién que, desde 1933, se desata en la uRsS. Los stalinistas proclaman “la decencia proletaria” y defi- nen a la homosexualidad: “Producto de la decadencia de los secto- res burgueses” y “perversion fascista”. En enero de 1934 hay arres- tos masivos en Moscii, Leningrado, Jarkov, Odesa. A los detenidos (actores, escritores y misicos entre ellos) se les acusa de participar en “orgias homosexuales” y se les condena a varios afios de trabajos forzados en Siberia. En 1934, intervencién personal de Stalin me- diante, se introduce una ley que castiga a los actos homosexuales con cinco afios de prisién (si son “consentidos”) 0 con ocho afios si hubo empleo de la fuerza o la seducci6n se condujo “piblicamente y con intento declarado”. “Si pudieras quedarte, duefio mio...” Hasta hace muy poco, el desafio homosexual solia consistir en la actitud retadora, nunca en la verbalizacién o en la representacion de las preferencias eréticas. El medio no lo admitia. En la novela de Rodolfo Usigli, Ensayo de un crimen, el jefe policiaco describe al asesino: “Es un demonio, como buen representativo de la joteria”. Y el homosexual, para serlo, necesita resistir a fondo, volverse todo lo invulnerable que puede a través de la agresividad y el autoescarnio. El ejemplo maximo en México es Salvador Novo, hostilizado como ningéin otro, que se defiende desde la ironfa, el sarcasmo y la incorporacién de la burla ajena a la propi 202 Ya se acerca el invierno, duefio mio estas noches solemnes y felices, se ponen coloradas las narices y se parten las manos con el frio. Ven a llenar mi corazén vacio harto de sinsabores y deslices en tanto que preparo las perdices, que pongo la sartén —y que las frio. Deja tu mano encima de la mia; digame tu mirada milagrosa si es verdad que te gusto —todavia. Y hazme después la consabida cosa mientras un Santa Claus de utileria cava un invierno mas en nuestra fosa. Porfirio Barba Jacob, nacido en Colombia, es un poeta que se niega a ha ironia, y elige el tono dramitico o patético. El no se protege de su romanticismo, se entrega a él sin contemplaciones: “Como en Sodoma ‘un dia, nuestro dia/ es para el goce estéril...”. Y se involucra en la sacralizacién del objeto amado: Amo a un joven de ins6lita pureza, todo de lumbre candida investido: la vida en él un nuevo dios empieza, y ella en él cobra ntimero y sentido. Confesarse, resistir desde la literatura. Novo y Barba Jacob pagan un precio altisimo por su “descaro”. A otros se les castiga por su homosexualidad de diferentes formas: a Jestis Reyes Ferreira se le expulsa de Guadalajara luego de hacerle barrer las calles; a Manuel Rodriguez Lozano se le envia a la carcel por un robo de grabados de Durero que 1 no cometié; al pintor Alfonso Michel se le estigmatiza en Colima, su ciudad natal. Y sin la defensa de la fama o el presti- gio, muchos homosexuales, por el s6lo hecho de serlo, son golpea- dos, vejados, encarcelados, asesinados. Y nada més el crecimiento internacional de la tolerancia y el desarrollo civilizatorio hacen posi- ble el cambio de actitudes. Un ejemplo: en 1973 Nancy Cardenas, la primera mujer en salir del closet, monta Los chicos de la banda (The Boys in the Band), la 205 debate feminist abil 1995, Pieza de Mart Crowley sobre una fiesta gay y la cultura del ghetto, que mezcla el autoescarnio con el sentimentalismo y la basqueda de tolerancia. Las autoridades de la Delegaci6n Benito Juérez la prohiben “porque ofende a la moral y las buenas costumbres”, y la comuni- dad intelectual y artistica responde con manifiestos, articulos, re- uniones de protesta. La censura cede, la obra dura meses en el tea- tro de estreno y la homosexualidad deja de ser la reconstruccién (semiclandestina) de monlogos de la angustia, suicidios de la culpa y asesinatos por el asco, para, asi sea por via del melodrama, iniciar su normalizacién. En los afios setentas todavia es muy estricta la nocién de limi- tes. En 1975, por ejemplo, se prohibe la revista Eros, dirigida por Guillermo Mendizabal, que combina desnudos femeninos y desnu- dos masculinos (no frontales). El régimen de Luis Echeverria no consiente tamafia liberalidad. Pero la tendencia es, sino a la acepta- cién sf a la indiferencia. Jacobo Zabludovsky entrevista en Televisa a Nancy Cardenas, que defiende la normalidad de la conducta mino- ritaria, La revuelta en el bar Stonewall de Manhattan, donde en 1969 decenas de gays resisten con furia una redada, es el gran estimulo que lleva a la formacién de los primeros grupos. Y ya a fines de los setentas, la sociedad mds bien se entretiene con la fiebre del come-out. A principios de los ochentas, la pandemia del sida se presenta y rehabilita de golpe los prejuicios hom6fobos, en México como en todas partes. En 1985 Girolamo Prigione, nuncio papal en México, califica al sida de “castigo divino”, lo que a muchos les parece cierto, homosexuales incluidos. Dos afios mis tarde la situacién se clarifica: no hay grupos sino conductas de alto riesgo, y la intolerancia de la iglesia catélica y sus aliados civiles (cl Partido Acci6n Nacional en pri- mer término, la organizacién Pro-Vida de manera enfatica) llega a ex- tremos en el rechazo del condén y de las campaiias preventivas. Y los grupos de activistas contra el sida, constituidos mayoritariamente por homosexuales, trabajan con abnegacién y heroismo. Es muy poco lo que se puede hacer, pero cl impulso de los activistas es extraordinario. La devastacién del sida inutiliza a gran parte de las estratage- mas de la “doble vida”. En medio de la devastacién florece una cul- tura gay inesperada: revistas, bares, organizaciones. La homofobia empieza a ser un término peyorativo, y la tolerancia avanza, asi per- sistan las presiones, las amenazas, las razzias y la griteria de la dere- 208 Carlos Monsivi cha que, en su proyecto de retorno a la Edad Media, obstaculiza la informacion. (La intolerancia hacia los enfermos proviene, mas que de iras biblicas, del terror irracional al contagio.) Por lo demés, la pandemia obliga a conocimientos més vastos y especificos sobre la vida sexual, que solidifican los esfuerzos de divulgaci6n anteriores. Se desvanecen los temores al uso abierto de las palabras, y pierden ra- z6n de ser (la que hubiesen tenido) las “zonas prohibidas” en las conversaciones y las publicaciones. Y el vigor de esta cultura de la sobrevivencia se impone por sobre los siglos de ocultamiento, de mie do ante la mera referencia a los genitales, de la supersticin que imagi- na la inocencia protegible de los demés, de la conviccién de la eter- na minoria de edad emotiva y ciudadana de las mujeres, de la iden- tificacién clerical del cristianismo con la represién del instinto. Pero la mayoria de los jévenes ni siquiera discute su derecho a ejercer su sexualidad (ya no sin “intermediarios”: los condones). Y si esta por demés hablar del Progreso, tiene sentido enumerar los avances sociales: mas libertad de expresién, mas libertad corporal, mayor sentido del humor ante los prejuicios, y, en gran namero de casos, canje de la culpa por la precaucién y la actitud desprejuiciada. Si esto no es suficiente, no resulta por ello menos alentador. El albur es el triunfo de la memoria sobre Ia agudeza Ante todo, hay que saber ccudntas veces debemos, abandonar nuestra novia y huir de sexo en sexo hasta el fin de Ia tierra, ‘Vice: Huponro A la libre expresin por el hartazgo de las “malas palabras” y el ““chiste colorado”. En los afios sesentas, la vanguardia del comporta- miento sexual se localiza en el equivalente de la contracultura norte- americana la Onda, el encuentro de jévenes ya muy americanizado con el rock, las drogas y los inicios de la Revolucién Sexual. Es la era de “las puertas de la percepcién”. En materia de liberaciones indu- cidas, esta vanguardia juvenil de los afios sesentas y setentas canjea Jas desinhibiciones del alcohol por la mariguana y los experimentos (que suelen tener un alto costo fisico y mental) con LSD, hongos 205 Abate feminiata, abil 1995, alucinégenos, peyote, anfetaminas. El cuerpo se vuelve también un tramite de relacién personal (“Acostarse para dialogar”), y a los adep- tos del rock y la mariguana los nuevos profetas (los Beatles, los Doors, los Rolling Stones, los Who, Janis Joplin, Jimi Hendrix) Jes resultan maestros de la preceptiva amorosa y, lo que es lo mismo, de habitos sexuales. En asuntos de vida privada, el rock es la cultura de filos religiosos que le sirve a una generacién para relativizar o cuestionar irénicamente nociones antes irrefutables: la virginidad, la honra, la sumisién al autoritarismo paterno o gubernamental, el miedo a dis- poner del propio cuerpo. “Father? Yes, son. I want to kill you!”. El grito de Jim Morrison en “The End”, asi no se comparta al extremo, © asi se entienda sélo como bravata escénica, acompafia a quienes intentan demoler la moral decimonénica. Y la represi6n oficial nada mis reafirma la validez de la disidencia Lo que segéin unos es orgia, para la especie contracultural que emerge, llamada por comodidad de los jipitecas, es acci6n comunita- ria. La promiscuidad pierde su deshonesto nombre y en 1971, en el festival de rock en Avandaro, se realiza a lo largo de tres dias, y pese al machismo predominante, el gran anhelo: el trato mas igualitario entre los sexos, atin distante de la democratizacién pero ya no reproductor décil de los comportamientos tradicionales. En Avandaro el coito masivo, la “groseria” que proferida por decenas de miles abandona su cardcter ofensivo, y los desnudos que son declaracio- nes de independencia, desembocan en otra vision de las relaciones humanas, més abierta y divertida. (En el fondo, se trata de un seg- mento del viaje de la sociedad tradicional a la sociedad de masas.) En los setentas la sociedad capitalina (la que més influye en el pais centralista) decide que es tiempo de modemizarse 0, al menos, de igualar lo que se dice en privado con lo que se dice en piblico. Abundan ya vodeviles, sketches de frotamientos corporales y empo- brecimientos escénicos donde el albur (el juego de palabras donde el que pierde es “devorado” sexualmente) es la atraccién de feria que Ie infunde a los espectadores la creencia en su ingenio. Recuérdense titulos que son proclamas: Los aprietos de una chichi-meca, La cosa se puso dura, Las del talén, Todos hacemos ast, La Calle del Grgano, No me toquen... es0, El Coyote cojo, {Hombre, mujer o quimera?, Los calzones los Hevo yo, La cosa me viene de atrds, Cuando me rio se me sale. Esta mani- pulacién descarada escenifica el embate de la vulgaridad, ariete de Carlos Monsivéis la cultura de masas, contra la hipocresia. Calificar de “obscenas” estas piezas es ocioso e inexacto. Son en rigor dramatizaciones del humor infantil y de la ansiedad adolescente que usa de lo sexual para representar un deseo dentro de un placer. Orgasmo y orgia, desde la perspectiva del ridiculo, parodian el anhelo y chotean el desahogo. Y al sumergirse no en el sexo sino en la burla del animo jadeante, los espectadores obtienen ese satisfactor de su reclame calenturiento: la version degradada de sus obsesiones. Pero en el teatro experimental la situacién es la opuesta: alli cuajan las necesidades libertarias, gracias a puestas en escena ima- ginalivas, osadas, delirantes. Alejandro Jodorowsky dirige La sonata de los espectros, Las sillas, La dpera del orden, Ast hablaba Zaratustra, El juego que todos jugamos y, en television, arroja una biblia al suelo y destruye un piano a hachazos. La “provocacién” da resultados: asi se prohiban La sonata de los espectros y La dpera del orden, el éxito de Jodorowsky hace retroceder a la censura. Y lo que ya se permite en las peliculas mexicanas es asombroso, si bien un tanto forzado por el ritmo internacional. Las autoridades captan el mensaje: proseguir mecénicamente con la censura moral es aniquilar el especticulo. Ya para 1973, en cine y teatro, la apertura echeverrista extrae del silen- cio a Chingada, Carajo y demas vocablos, y los pone al frente de las exclamaciones que convocan la risa victoriosa del pablico. Se implan- ta un habla unisex todavia autoritaria y machista, pero ya sin zonas prohibidas, y abiertamente sexualizada. También, se multiplican los. desnudos (femeninos), abundan las situaciones “escabrosas” con todo € incesto, e incluso las minorias sexuales consiguen representacion asi sea bajo el manto del grand-guignol. Por desdicha, la apertura se da en el momento en que los ‘inicos capaces de aprovecharla son comerciantes Avidos de recuperar al instante sus inversiones. 207 debate feminist, abil 1985 Hambre de soledad padece el coito Isolda, Isolda, cuéntos kilometros nos separan, cudntos sexos entre ti yyo. Vicente Huosro Noticiero del cambio: el psicoandlisis ya no es moda social y persiste entre polémicas sobre “ajustes” a la realidad o “sanos desajustes” y actualizaciones lacanianas; la sexologia avanza, con el auge relativo de Masters y Johnson, y su vocabulario se nacionaliza sin riesgo alguno de conocimiento genuino (“sélo los traumas te ayudan a 710 tener problemas sexuales”); la familia nuclear se comunica con la familia tribal tres veces al afio (Navidad, cumpleafios, enfermeda- des); las crisis econémicas promueven el control de la natalidad por encima de fulminaciones del papa; el lenguaje cinico 0 clinico exhi- be al amor como la mezcla de ganas fornicatorias y autoestima; los burdeles son especies en extinci6n; ni el divorcio ni el adulterio son ya causa formal de escandalo, aunque todavia no llega un divorcia- do a la presidencia; es amplio el avance de las razones en pro de la legalizaci6n del aborto; es irreversible la participacién de las muje- res en casi todos los campos; “hacer el amor” ya no es sinénimo de coger sino de “relacién significativa entre dos seres humanos”; son unas cuantas las “malas palabras” que sobreviven como tales a su nivelacién moral (su uso indiferente); y, dependiendo de la genera- cién a que se pertenezca, todo lo preside la nostalgia del sentimien- to de culpa, o la incomprensi6n ante cualquier nostalgia. {Qué ocurre en cuatro décadas? {Cémo se debilitan 0 como ceden las fortalezas tradicionales? ,A qué atribuir el crecimiento de la tolerancia en asuntos de la moral social? Hay razones diversas (culturales, econémicas, politicas, comerciales), pero la fundamen- tal es la secularizacion. Ya desde los treintas en los centros urbanos el sentimiento religioso deja de ser el eje de las decisiones y pocos repetirian convencidos la frase de San Jerénimo: “Adiltero es tam- bién el que ama con excesivo ardor a su mujer”. Para la mayoria, la religion es s6lo fragmento de la vision del mundo, indispensable pero no determinante en la vida cotidiana, y cada persona acumula las pequefias y grandes desobediencias a las ordenanzas eclesidsticas que los curas traducen como “la 208 Carlos Moneivéi descatolizacién de México, fruto de la atroz educacién lacia”. De he- cho, ocurre sin demasiados contratiempos esa “muerte de Dios”, que ¢s el canje de la moral que (como sea) se practica por la moral que ya ‘fanicamente se proclama (Antes de los afios setentas, el namero de hijos anuncia el respeto a la moral tradicional: seis, ocho estén bien, Dios proveera). Y como siempre y en todas partes, la religion es, en To social, un tributo formal a los ancestros, y un elemento clave en el juego de la Respetabilidad. Luego, en medio de la crisis de la con- ciencia individual, los sectores con aspiraciones de modernidad es- quivan “el soborno del cielo” (G. B. Shaw), observan con indiferencia la “memorizaci6n teolégica” del sentido de la vida humana, y acep- tan la relativizacién de los valores morales en que fueron educados. La television aporta, con eficacia, un argumento persuasivo: “lo indebido” es Jo que no esté de moda, no hay comportamiento que no atraiga a alguien en algin lugar del mundo y quien seria~ mente se escandaliza ante Jo real pierde tiempo, y deja de entender To que contempla. Y a la provincia la modifican los signos de identi- dad de “lo modern”. Un pais muy fragmentado ingresa a lo homo- génco. También desde los afios veintes, las metamorfosis de la moral social norteamericana son estudiadas con avidez en México. Y a cual- quier conducta “liberal” 0 “liberalizada” observable en Estados Uni- dos la rodea primero la alarma, luego la burla, en seguida la imita- cién, y finalmente la asimilacién. El proceso se repite: los grupos tradicionalistas se enfrentan a las innovaciones (libertad de opcion sexual de las mujeres, uso de anticonceptivos, liberalizacién de la familia, desnudos frontales en cine y teatro, uso pablico del lengua- je “obsceno”, etcétera); las autoridades dudan o tienen miedo; por un tiempo se consigue la prohibicién o el veto, y luego, de manera natural, la innovacién se generaliza sin que ya nadie proteste. A esto se afiaden fenémenos motivados por la pobreza, entre ellos la unién libre, prictica de cientos de miles de parejas, sin dine- ro para los gastos cuantiosos, en términos relativos o absolutos, del matrimonio civil y eclesidstico. date feminist abril 195 EI feminismo: la declaracion de principios A principios de los setentas, el feminismo resurge en México gracias a jévenes radicales, muy enteradas del desarrollo teérico y organizacional en Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Italia, e inte- gradas en grupos no muy numerosos con frecuencia divididos 0 ideologizados hasta la pardlisis. Al principio se le califica de afan colonizado que usa la liberacién (con o sin comillas) como técnica para estar al dia. Luego, el feminismo atraviesa por éxitos, fracasos, pobreza organizativa, influencia en muy diversos sectores de muje- res. Si atin es insuficiente la aportacién teérica de las feministas mexicanas, y si sus formas organizativas son precarias, sus plantea- mientos basicos penetran en la opinion pablica y en la sociedad civil (en la derecha incluso), y sus logros son notables. Asi por ejemplo, en la lucha por la legalizaci6n del aborto, pese al retroceso institu- cional (la presién del clero catélico sobre el gobierno), y no obstante Ja persecuci6n esporddica, con todo y torturas, de médicos, enfer- meras y mujeres que abortan, disminuye la opresién social, y se reducen considerablemente las sensaciones de pena, vergiienza, hu- millacién y dolor asociadas al aborto. El feminismo no es el Gnico responsable de los avances en la moral sexual, pero interviene notoriamente en el cambio de actitud de miles de mujeres que, al abortar, no se consideran “victimas del pecado” o “desechos humanos”, sino seres que, en un momento tragico, eligen responsablemente. 2A quién convencen los obispos que fustigan a las mujeres por creerse “duefias de su propio cuer- po”? Sélo a nticleos reducidos y fanatizados asi sea mas amplio el sector que, por razones de formacién catélica, se niega al aborto. Pero quienes reivindican el derecho al cuerpo propio, le confieren a su acto una dimensién de rebeldia ante destinos trazados desde afuera. Si en diversos sectores, ni los machos dejan de serlo por vergiienza cultural, ni las mujeres se consideran habilitadas para el libre uso de su corporalidad, si mucho le deben al feminisno el des- censo de los prestigios del machismo, la creciente igualdad juridica de la mujer, la perspectiva de las mujeres en los Ambitos de la crea- cién artistica y literaria, la sensacién misma de ampliacién de liber- tades. Sin el feminismo la vida mexicana seria hoy distinta, y mucho mis opresiva. 210

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