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Azorin: Las confesiones de un pequeiio fildsofo, Razon, intuicion e infancia, JOAQUIN VERDU DE GREGORIO Universidad de Ginebra Toda creacién participa de diversos estratos e influencias que impiden integrarlo en una sola y determinada conceptualizacién; ya que de ello, consciente 0 inconscientemente, huye el propio creador, sobre todo a partir de ese renacer de la época moderna, es decir: el Romanticismo. Y toda ella se vierte en diversas corrientes que partiendo de lo dionisiaco en-su versin érfica, tan entroncado en lo poético, llega hacia las estribaciones del mundo contemporéneo; y entre ellas, hacia esa forma que admite en si tanto lo lirico como lo dramético, en la llamada confesién, en el feliz término hallado por Maria Zambrano en su peculiar visién de este género: La confesin, parte del tiempo que se tiene y, mientras dura, habla de é ¥, in embargo, va en busca de oro. La confesién parece ser una accién 282 que se ejecuta no ya en otro tiempo, sino en el iempo, es una accién so- bre el tiempo, mas no virtualmente, sino en la realidad’ Y confesign 0 confesiones, en sus diversas variantes, es el titulo del escritor alicantino, Confesiones de un pequeio filésofo®, que se sitia mas alla de un centro inicial —Monévar— para reflejarse en una primera leja- nia —Yeclo— y su colegio —que irén desentrafiando su adolescencia e in- fancia para entroncarla en su presente que integre ese su pasado. Y ala par, estos espacios desvelan aquellos sus primeras tiempos... Aparecen estos espacios cual centros de su memoria —tempos— en los que irdn a confluir una serie de correspondencias, pues busca el es- critor més alld de su pensar, el sentir; el despertar de la temporalidad a tra- vés de la sensacion sensitiva, olores, sonido, visiones... ese despertar de las correspondencias del que nos hablaba Baudelaire...Y alli en su verdadero Alicante, el castizo [...] es lo parte alta, la montafia, la que aborca los térmi- 1nos y jurisdicciones de Villena, Biar, Petrel, Monévar, Pinoso. En uno de estos términos esté lo casa donde yo escribi este libro. Su situa cién es al pie de la montafa ...], y desde all siente el fluir de los aro- mas: el monte esté poblado de pinos olorosos y de hierbojos ratizos, tales como romero, espliego, eneldo, hinojo I...) Cual renacer de un universo surge el mundo vegetal que aseme: ja, en su correspondencia olfativa, solicitar la palabra del escritor, en esa co- munién sensual que se vierte en la inspiracién hacia el color: entre esas matas aceradas y oscuras, aparecen a trechos las corolas azules 0 rosadas de las campanillas silvestres, o la corona nivea, con ‘su botén de oro... sobre el cielo limpido de azul intenso. Y se ira cen- trando més infensamente en la luminosa perspectiva de la tierra: Y luego en fa tierra llana, aparecen una sucesi6n, un ensambloje de vi- jiedos y de terras paniegos, en piezas cuadradas 0 alongads. los ‘almendros mezclan su fronda verde a la fronda adusta y cenicienta de los olives. Parte, pues, de una contemplacién, un mirar que se funda en lo sogrado y que se entronca en su correspondencia sensible con el universo ‘Zambrano, Maria; Lo confesién como género literario, Madrid, Sirvela, 1995, p. 17. * Azorin; Las confesiones de um pequefo flésofo, Madrid, Austral-Espasa Calpe, 1979. para despertar una accién: sentir. Y en integraci6n con ello, desea reflejar ese su didlogo filoséfico. Y asi su titulo ya lo enuncia, aunque indetermina lo pequefio es lo humilde o lo adscrito a la infancia. Mas uno y otro matiz quedan hondamente integrados en esta narrativa. En esos primores de lo vulgar. Y el término, y contenido, confesién, amplia el de filosofia, abre sus horizontes. Y es que la filosofia busca la verdad segun la razén. Pero es un hombre quien esto hace. Sucede que puede buscarlo y que puede huir- Ic’, Mas la verdad racional exige una reduccién, un sometimiento de la vi- da a la razén, una pérdida de lo esponténeo vital. “Se hace mas dificil acep- tar la verdad sin mas, pues una vez aceptada hay que someterse a ella” ha dicho Nietzsche. Y es que en esa estructura, en ese conjunto de razones la vida quedaba abandonada, la vida del hombre, el hombre concreto en su ignorancia y su confusién...* Buscaré, pues, otra via més cercana a la vida, mas asequible a ella y que respondiese a ese abismo al que tragicamente se llegaba en los ltimes tiempos —y que explica la nueva orientacién de Nietzsche y Hei- degger— por el desencventro entre razén y vida. Y es la llamada confesién la que se ha esforzado por mostrar el camino en que vida se acerca a la ver- dad, “saliendo sin ser notada”* Quedaria a su lado la respuesta de la novela, heredada del mi- to y del cuento, que ciertamente pretendia recrear una nueva conciencia; mas en otro tiempo distinto al de la vida, aunque fuese poralelo a ella. Y cuando la novela ha llegado a ser tiempo de vida —Proust y Joyce—, este agénero narrativo se confunde con la confesién, se atna. En otro aspecto y dentro de la tradicién espaiiola, tener filosofia es, segn su sentir popular, expresado a través del refranero y de sus dicta dos, saber vivir, rasgo que lo diferencia de la visi6n conceptual. Es un saber popular construido sobre los vaivenes de la experiencia vital. Una filosofia sin filésofos, anénima. No se parte de algo prefijado sino que se busca en > Zambrano, Maria: op. cit, p. 2. * bidem, p. 21 + Ibidem, p. 24. 283 284 ‘esa perpetua inmadurez. Y quizés, a tenor de ello, el poeta busca en el tiem- po primigenio. Parte de un centro del tiempo, hacia la luz desde la nocturnidad —media noche— y en ese instante anterior a la palabra, el silencio: ef cam- po respira en su silencio augusto. “ Las fuentes literarias, como luminarias que surgen de la penum- bra, anuncian su compafiia: Cervantes, Garcilaso, Gracin, Montaigne, Le- opardi, Mariana, Vives, Taine, La Fontaine... Y en ese centro inicidtico: “Parece que surge en mi, viva y an- gustiosa, toda mi vida de niio y de adolescente”. Se piensa con la humildad del ser que se manifiesta cual grano de arena perdido en el infinito. ¥ pre- tende germinar su verdad con las huellas que el recuerdo ha dejado en su memoria. Y es recuerdo cuando el tiempo posee la magia que nos muestra Marcel Proust: : Yo encuentro hondamente razonable, Id creencia celta de que las al- mas de aquellos que hemos perdido quedan cautivas en algo inferior, en un animal, en una planta, un objeto inanimado...hasia el dia —que para muchos no llega jamés— er el cual nos hallamos pasando cerca de un drbol, logramos la vision del objeto que es su prision. Entonces, ellos iemblan, nos llaman y tan pronto como las hemos reconacido, se rompe el encantamiento. Liberadas por nosoiros, ellas, las almas, han vencido a la muerte y retornan para vivir en nuestra compara’. Partir hacia el dia, supone ese ritual de posaje hacia el mundo escolar que separa de los juegos de la infancia al nifio que se inicia en las normas de la sociedad. Aquella “monotonio de lluvia tras los cristales” cuan- do los colegiales estudian que mostraba Machado, parece repetirse en esa sensacién de hastio y.cturdimiento que supone el colegio en la memoria del escritor, Su retrato del maestro, pose los mismos acentos machadianos: “hombre seco, alto, huesudo, dspero [...], brusco en palabras [...]” No hay proyeccién de simpatid entre el nifio y su nuevo ambiente. Es una panoré- mica fria de las que quisiera escapar a través de sus recuerdos. * Proust, Marcel; A la recherche du temps perdu, Paris, Gallimard, “Biliothéque de lo Pleiode”, |, p. 43. Y en el recuerdo fluye como contraste, el juego —inicio de la fic cién que se refleja en la creacién 0 renovacién. Juego bajo él fulgor de la nothe y el agua: “como un oasis en mi vida, la luna bariaba suavemente la estrecha callejuela; un frescor vivificante venia de los huertos cercanos”. El jvego cred un nuevo universo, los nifios luchan en ese espacio sagrado que confluye hacia lo ancestral en sus dos caras: vida y terror reflejado en la mascara: Una criada de la vecindad, que era la mujer més estupenda que he conocido, salia vestida bizarramente con una larga levita, con un viejo sombrero de copa y con una escoba en el hombro. Temor chogodo, tras- cendido por la ternura, matiz que caracterizaré su propia escritura. El juego, a imagen de la antigua fiesta, es un espacio de canto y comunicacién. Fluencia entre el ser que despierta y el mundo que descubre y ese instante horadara la memoria y condensaré eso temporalidad durati- va, en el sentido bergioniorio, que queda permanente y anuncia la concien- cid poética. Lo infancia meditada va mas allé del conjunto de nuestros recuerdos. Para compreider nuestra fusién con el mundo, es necesario integror ‘cada arquetipo en una infancio, nuestra infancia. No podemos amar el agua, el fuego, el arbol sin divisarlos con amor, con esa amistad que se remonta a nuéstra infancia’ Toda accién amenazante, frente a ella, implica una ruptura entre el mundo infantil y adulto. Cual si una evolucién se truncase y se sitvara en la otra frontera de la existencia: “Cuando hacéis con la violencia derramar las primeras lagrimas del nifio, ya habéis puesto en su espiritu la ira, la tris- teza, la envidia, la venganza, la hipocresia”. El inicio de la tristeza tiene su correspondencia en el mundo ve- getal, cuando el pampano amarillento anuncia la llegada del otoiio, simbo- liza lo llegada de ir al colegio. Un salir, paradéjicamente, al romper el al- ba, del pueblo infantil, Monévar, hacia la nueva ciudad, Yecla, le produce un sentimiento de quiebra entre la mansién familiar, reflejo del paraiso; y el colegio, su pérdida: “Se apoderaba de mi una angustia indecible; sentia co- mo si me hubieran arrancado de pronto de un paraiso delicioso y me se- pultaran en una caverna lébrega”. Su propio lenguaje se transforma en con- 7 Bachelard, Gaston; La poétique de la réverie, Paris, Quadrige/PU-, 1960, p. 108. 285 286 Vivencia con su estado de espiritu, entre aquellos “patizuelos, largos clous- fros, celdas de comunidad [...] me vi por primera vez, irremediablemente, discurriendo, puesto en fila, por los largos claustros o sentado, silencioso e inmévil, en los bancos". El universo espacial y temporal queda cerrado. To- do aquello le aparece como un “lenguaje mudo de dolor misterioso”. Frente al espacio abierto de su primera infancia surge, oponién- dosele, el cerrado de sus primeros estudios. Y de su enfrentamiento brota la imaginacién en su matiz de melancolia, algo tan esencial y profundo, en el sentir que acompafia a su generacién. Aparte de mis numerosas relaciones, tengo todavia un confidente inti- ‘mo, en medio de mi trabojo, me hace una sefa, me llama a un lado, ‘cunque fisicamente permanezca en mi te més fiel que he conocido gqué extrafio, pues, que la vuelva a amar? Lo obierto se expresa a través de la mirada y la bisqueda de una ‘apertura que supone el hallazgo, en un matiz poético, de la ventana. Fluye la contemplacién despertada como anhelo de libertad y de nuevas sonoridades: . Mi melancolia es la aman- Yo recuerdo que muchas mafianas abria una de las ventanas que da- ban a la plaza, el cristol estaba empaftado por la escarcha, una fres- cura recia borraba el jardin y la plaza. De pronto, a lo lejos, se ofa un ligero cascabeleo. Y yo veia pasor, emocionado, nostalgico, la di- ligencia, con su farol terrible [...] Sonidos que despiertan su ensofiacién hacia la aventura, rasgan lo que parece dormido bajo la niebla, adonde la luz fluye con esa claridad que permite la vision y el suefio. Pues se puede traspasar la puerta. Y nues- tra mirada iré hacia la ventana. La ventana idealiza una parte del mundo que asi queda recordado y ccoherente. Rilke [..] intenté interpretar en el ciclo de poemai france- ses, Les fenétres, la esencia de la ventana (cual) “medida de espera” {que sélo pone de relieve un fragmento del mundo destinado a noso- fros. En este aspecto es “la forma por la que se adapta a nosotros el gron demasiado del afvera’” Lo contemplado desde la ventana es recortado del mundo circun- dante del eterno Auir y levado al plano de la pura imagen.” * Kierkegaard, Soren; Diapsal-mata, Buenos Aires, Aguilar, 1977, p. 21 * Bolnow, Friedrich; Hombre y espacio, Barcelona, Labor, 1969, pp. 149-50. Ese vioje interiorizado conlleva una imagen intima y comuni- caf Es un poisaje verde y suave; la fresca y clara alfombra se extiende hasta las ligeras colinas de los cerros rojizos que cierran el horizon- te, cuadros negruzcos de hortalizas y herrenes ensamblan con verdes haces de sembradura; los azarbes se deslizan culebreando, pletori- cos de agua clara y murmuradora, entre las lindes... Are, calor y agua se integran en ese tiempo edénico que germi- nara como una de las raices de su creacién, seré algo residual en su escri- tura, pues ocho afios he estado acompafiado de esta verdura fresca y sua- visima. Y més adelante, en contraste con esta visién, la naturaleza sur- giré como cautivadora y enemiga. En sus “ausencias”, sequia asoladora con las mieses y los herrenes que se agostan, con os frutales que se secan, con los arboles que abaten sus hojas enco- gidas, con los caminos polvorientos, con las viejas enlutadas que sus- piran y miran ol cielo obriendo sus brazos, en una sorda ira que en- venena a los labriegos acurrucados en las sillas de esparto, en los za guanes semioscuros. La visién adquiere matices de una representacién coral y tragi- cay a su vez descubre eso otra faz de la tierra ya no como paraiso, sino de “inferos" , que desentraian una angustia hasta el limite de hacer llorar a los. nifios. Se ird entablando una pugna entre el muchacho contemplador, més cercano a la infancia, y el estudionte que deberia prepararse para su acceso social. Un adolescente dislocado entre dos fuerzos que pretenden li- berarlo y encadenarlo, Frente a la tabla de logaritmos vulgares se pregunta por el significado de vulgar y el sentido de esa interminable fila de guaris- mos...ordenacién que le produce rechazo. Y recurrira, pavlatinamente, al jvego, en su trascendencia pitagérica, y al fluir de esa imaginacién que te- me perder. Y, asi, en cierta forma, recobra la vision del ndmero en su version pitagérica, su sentido de encantamiento. La magic persistente de los némeros y el canto. Les formulas mate- méticas conservarén siempre las huellas de su origen magico, ope- 287 288 rante, activo...No el dios declarado en idea, sino la potencia prime- ra que inspira, es decir, lo sdgrado, el fondo sogrado...esa especie de placenta de donde cada especie de alma se alimenta y nutre, aéri in soberlo."” . . En lo inthediato acudira'al mundo maravilloso de la fabularia in- fantil, preguntandose por el elefante célebre; Jumbo, que ha muerto o del fe- rrocarril eléctrico que recorre Cleveland y Ohio o de los velocipistas y las re- sonancias lejanas de Talriz, en los confines de Persia, Los instantes de ensofiacién, del sentir lo inefable, quedan rotos por el sonido de la campona. Y ello supone la caida en otro tiempo, el cro- nolégico, con sus misas, clases y preguntas, cuya respuesta no intenta ha- llor,... es el aburrimienio o el tedio en el encierro entre los muros que pare- cen cobijarle. : Més adelante se observa que el desentrafiarse de sus sentimien- tos refleja a la par la estructura del libro: hastio, suefio 0 imaginacién eva- siva, retorno al hastio... Y tras todo ello un sentimiento de angustia o triste- 2, atemperadas por la nostalgia. Los sentimientos que se perfilaron en sus primeros afios, se iran haciendo més patentes en la adolescencia; y en ello confluye con los coetdneos de su generacién, cual la angustia en Unamuno y el tedio en Machado. Mas todo ello sea quizas un camino hacia lo ignoto, hacia el la- do oculto de las cosas,y de la realidad... y asi ir descubriendo al pueblo en sus pasiones y sus valores: “En Semana Santa esta melancolia congénita llega a un estado agudo”. Recuerda las procesiones como “largas filas de encapuchados, negros, morados, amarillos, que llevan Cristos sangrientos o virgenes doloridas [...]” y de nuevo, el tazido de la compana —aqui més universal— conlleva una sensacién de “tristeza a través de siglos y siglos, en un pueblo pobre [...]” Y todo ello le asemeja una manifestacién ancestral de un “sentimiento milenario, como un recio ambiente de dolor, de resignacién, de mudo e impasible renunciamiento a las luchas vibrantes de la vida”. Pero el pequefio filésofo va mas allé de lo inmediato, parece ha- llar las huellas originarias de un pueblo, sus gérmenes, intuir su intrahistoria més alla de la primera opariencia, © Zambrano, Maria; El hombre y lo divino, Marid, Sirvela, 1991, p. 23, Yo imagino que estos labriegos y estas viejas llevan en sus venas un tomo de sangre asidtica... Desde la ciudad [...] veréis en la lejania |a cima puntiaguda y azul del Monte Arabi. Y en esta llonura, sobre las mismas faldas del Arabi, se alzaba una ciudad espléndida y mis~ teriosa, dominada por un templo de virgenes y hierofantes, construi- do en un cero. No se sabe [...] qué pueblos y qué fazas vinieron en lo sucesién de los tiempos —ocho, diez o quince siglos antes de la era cristiana—|...]; eran orientales meditativos y sofiadores; eran fe- nicios que labraban estas estatvas [...] He imaginado que corria por sus venas —las de estas gentes de hoy— una gota de sangre de aquellos orientales meditativos y sofiadores. El inconsciente colectivo o historico que descubre Jung y parte del cual se nos muestra en los suefios, no queda alejado de esta intuici6n azo- riniana: El hombre fue desarrollando la consciencia lenta y laboriosamente, en un proceso que necesité incontables eras para alcanzar el estado civilizado (que arbitrariamente se fecha en la invencién de la escritu- ra, hacia el 4.000 a. de J.C.). Y esta evolucién est muy lejos de ha- llarse completa, pues avn hay grandes zonos de la mente humana sumidas en tinieblas. Lo que llamamos “psique” no es, en modo al- ‘guno, idéntico @ nuestra consciencia y contenido.” Y la vision de un orientalismo del pueblo espafiol ya anuncia es- tas visiones que se entroncaron en una _determinada perspectiva mistica, En el capitulo XVI —in media res— se desentrafia el yo narrador que integra todo el universo precedente en las razones de su escritura. Su ser poético se funde en el filoséfico, en ese sentir, substrato del pensar... Esa ordenacién de las diversas “sensaciones que bullen en mi memoria tal como 0 las siento, caéticas, indefinidas, alla en la lejania”. Si lo cerrado llama a lo abierto, los silencios se abren hacia res- Puestas nunca acabadas. No aparece un maestro oficial ... sino personas 0 palabras, sitvaciones que llaman o insisten, vacios... Y asi el estado de su- jecién sugiere el de libertad. “A las posturas violentas de sumisién, a los ges- tos modosos, suceden repentinamente los movimientos libres, los saltos locos, las caras expansivas”. "Jung, Carl Gustav; El hombre y sus simbols, Barcelona, Paidés, 1991, p. 23. 289 290 “Ala inaccién letal, sucede la vica plena e inconsciente”. Y fren- te a los gritos y la turbulencia de sus compajieros, le sorprende el hallazgo del primer libro, el encuentro con la fabula que “trataba de brujas, de en- cantamientos, de misteriosas artes magicas”. Cuando el “maestro” le arre- bata el libro en un instante de descuido, siente la irrupcién de un mundo opuesto a su fébula, que le conduce a unc interiorizacién que irs, poco a poco; formando la hilatura de su escritura. Y de chi el inicio de su rebeldia que se constata en su odio al Tra- fado de urbanidad en lo que supone subordinacién e inmovilismo y que a su vez, més tarde fluiré como recuerdo 0 tesoro, simplemente cual “precio- sa reliquia de la nifiez” En honda concatenacién con las lecturas sofiadas, surge el uni- verso de los objetos, aquellos que poseen su biogratia. Los tesoros que en- cierra la pequefia arquilla escolar... “el élbum de calcomanias, un lapiz ro- jo [...]; un libro pequefio con las tapas pajizas, que yo leo a escondidas con ovidez”... Y la imagen de humillacién, de ruptura entre infancia y mundo adulto, que supone su forzado desprendimiento. “Y aquel dia en que yo veo a mis compofieros, cada uno con su caja yendo a depositarla a los pies del firano, yo lo tengo por uno de los mas ominosos de mi nifiez”. El paso mas determinante hacia la adolescencia lleva anejo el descubrir la disociacién entre poder y bondad. El poder fluye en su primera vision fundido en el temor y el respeto, mas escindido de todo sentimiento en la lucha que siempre supone la caida del débil —en este coso, bueno— y ejemplificado en el momento en que el padre Miranda deja de ser Rector ya que era completamente bueno y manso. Se insinda el erotismo, el descubrimiento de la otredad a través de una de sus lecturas: Le lit de la fiancée, deviene La cama de la desposa- da, Este despertar deja una honda huella en su recuerdo, lo que para otros se vierte en sonrisa cémplice de una expresion deseada pero temorosamen- te manifestado. Erotismo que iré confrontado en un deseo de transgresién, en una llamada hacia lo prohibido reflejada en una pequefia casa, con “una pequefia y ongosta escalerilla; arriba en una fachada bajo el alero del te- jado, se abria una pequefia ventana”. Y a través de ella, los colegiales des- cubren a la mujercita, a la que miran y esperan mirar, en las horas de re~ creo. Y de entre ellos se destaca el héroe de la primera hazajia erética. Se ird, asi, deslindando otra temporalidad, la que separa a los pequefios de los. mayores. El héroe es quien salta la tapia, vence el obstéiculo y busca el te- soro —aqui, en su matiz erdtico— como en el cuento. Y deja o paga su prenda, —el chaleco, quizés por carecer de dinero. Y por ello adquiere una identidad, ya grabada en la memoria del pequefio filésofo, quien desea que su nombre pase a la posteridad; se llamaba Cénovas. Todo erotismo lleva anejo un descubrimiento: La admiracion es causa y consecuencia de la seduccién. Los dos se- xos son sensibles al perfume de la admiracién. Perfume que parece més necesidad que adoro. Afrodisiaco seguro, poco costoso, volé- til... Dificil de esclarecer si es producido por el admirador o por lo admirado. Todas las eventualidades son posibles. Incluso la posibi dad de una cierta objetividad. Cuando se le respira, la observacién de sus efectos en los otros causa estupefaccién. Como si fuese una droga, transporta al individuo a otro mundo." El escritor como el nifio ha iniciado su aprendizaje de nombrar, dar nombre en honda correspondencia de la significacién que su entorno aadquiere; significacién que recrea su lenguaie a través de la simpatheia, su padecer conjunto con el universo; su lenguaje postico y sensible surgido de la experiencia contemplativa que conlleva una visién admirada. Y asi co- mienza a nombrar, a dar su sentido a lo otro, lo que le rodea... Nombrar no distribuye titulos, no emplea palabras, sino que llama a las cosas a las palabras, El nombre invoca. La invocacién acerca lo invocado para depositarlo en el mbito de lo que esté presente e in- corporarlo a ello. La invocacién llama a reunir... sAdonde llama? A la lejania donde se halla como adn ausente lo llamado. La invoca- cién invoca en si y por ello, llama hacia aqui, hacia la presencia y lomo hacia alla, hacia la ausencia...' "* Tordera Soez, José; Mirar la seduccién, Valencia, Academia dels Nocturns, 1995, p. 127. "Heidegger, Martin; Del camino al habla, Barcelona, ODOS, 1987, p. 19. 291 292 5 el misterio y claridad de la palabra hallada. La llamada cons- tante, cual esa experiencia azoriniana que oscila entre lo cerrado y lo abier- to, lo cercano y lo lejano... El escritor recrea su universo pero al propio tiempo converge ha- cia otros cefitros creadores que enriqueceran y matizaran su vision. Y es por cello que lo universaliza, hace converger los diversos tiempos... Las primeras fenerias que divisa, las integra en “esas tenerias de Salamanca que estan al lado del t10, no lejos de la casilla rvinosa en que vive Celestina’. Y a ima- gen del universo de esa esencial creacién, refleja aquellos oficios y trabajos en que el hombre transmite su saber y emocién a la materia: “los curtidores, los fundidores, los correcheros, los fragiieros, los aperadores, los tejedores que en los viejos telares arcan la lana y hacen andar las premideras [...] las calmazoras {..J" Es un tiempo anterior ol tecnificado, en que el trabajo po- dia ser toddvia mirada © habitaculo del ser, pues es él quien transforma y da nueva vida a fa materia, Ese tiempo que la tecnificacién, tan temida por Heidegger, ira porcialmente destruyendo. Y es lo que se refleja en el bullicio y parece despertar en el humo sobre los tejados pardos. to atmésfera familiar se diluye en una armoniosa presentifica- cién de “momentos muertos”. Nada parece pasar entre esas tenues sonori- dades —el’balanceo de la mecedora, el susurro de las cartas de una bara- jay la melodia del viejo piano ..., entrefundidos en la partida de tute o do- miné en las casa de sus tios o abvelos. Son personajes cuya presencia trans- forma la ménotonia en ritmo; como el de las visitas de tia Barbara, milena- ria, eterna en su quejido: “jAy Sefior![...], recorria las casas de los parien- tes, pasito d paso, enterandose de todas las calamidades, sentandose muy arrebujada; en un cabo del sof [...!” El reflejo pictorico, grave en los matices del negro, casi geomé- trico en su silueta, visualiza la imagen del abvelo, cual una instantaneidad fotografica que recupera la imagen de una eterna temporalidad: Este pequefio viejo esté con la cabeza suavemente inclinada y se ve ‘en su indumentaria una corbata negro, de lazo; por encima de ella, tocando las mandibulas, oparecen dos pequefios tridngulos blancos del cuello, y por debajo, sobre el pecho, otro tridngulo, que es la pe- chera. El traje de mi bisobuelo es negro; lleva también una cape ne- gra [...],y por entre sus pliegues, a la altura del pecho, aparece la mono amarilla y huesosa... medio extendida. Y la quietud imperturbable del retrato parece en consonancia con aquellos sus escritos no publicados o no escritos en funcién de su publica-

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