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Azorin y Castilla: en torno a la creacién de una cultura nacional E. INMAN FOX Notthwestern University Por su forma, su estética y su contenido el libro Castilla (1912) representa lo quintaesencial de la obra de Azorin: el breve ensayo/cuento periodisiico en que se medita sobre el paisaje o pueblo como «pequefia» histo- ria transida por el tiempo —verdadera La cultura espafol y la culura establecida, Madeid, Tourus, 1975, 2 Para una elaboracién de estas ideas, vase Georges Lefebvre, nacimiento de la historo- gratia moderna, + Che Paloma Cirvjono Marin, Teresa Elorriago Planes y Juon Sisnio Pérez Garzén, Historio- gratia y nacionalismo espaol (1834-1868), Madrid, Centro de Estudio Histricos, CS.LC., 1985. 99 100 cede a otro tipo de historia, de corte historicista y filosofico, que estudia la formacién y transformacién de la sociedad en el contexto de una concep: tualizacién de la cultura. Esta nueva historiografia se va a fundamentar en dos conceptos: 1) la formacién de la nacién espafiola y las razones por su decadencia; y 2) la meditacién sobre el «espiritu del pueblo», una concien- cia de ser nacional con caracteristicas inequivocas, que se revela a través de la expresién de la «fantasia del pueblo y que subsist a lo largo de la his- Toric, El andlisis de la decadencia de Espaiia sirve ol pensomiento krausista no sélo para buscar sus causas, sino mas bien para descubrir lo que pudo ser en el contexto del espirity nacional. Como se sabe, la idea, de relativis- mo cultural, de que cada nacién posee unas caracteristicas y un destino defi- nidos que evolucionan a través de la historia y que sélo se pueden juzgar en términos de unas normas internas y Gnicas a cada cultura, fue propagada por el cleman Johann Gottfried Herder y sus epfgonos hacia finales del siglo XVIII y principios del XIX. Y entré en Espafia con el krausismo’. El primer concepto —la formacién de la nacién— llevd a una interpretacién historica castellanizante que parte de la idea de que Castilla nacié afirmando su personalidad frente a los reyes de leén y Novarra, al mismo tiempo que combatié contra el enemigo del sur, e! musulman. Asi, dio pruebas de una vitalidad especial para un reino peque- fio, que acabé en una expansién insdlita, llegando a representar Castilla, hacia 1600, un 75% del territorio de Espafia, en que vivia alrededor de 75% de los espafidles. Asi es que Castilla —segin esta conceptualizacion histo- riogréfico— llega a dar el tono a la historia y la sociedad de Espaiia duran- te las mas o menos cuatro generaciones del Siglo de Oro. Esto se debe en parte al hecho de que Catalufia atravesé un periodo de relativo anonimato caracterizado por una debilitacién debida a luchas sociales internas, mien- tras que el reino de Valencia se vio progresivamente paralizado por el pro- blema morisco que generé la conversion forzosa de los afios 1520-1525. Y + Sobre lo historiografia krausista, véase, entre otros estudios, Juan Lopez-Morillas, E/ krau- sismo espaol, (México - Buenos Aires, Fondo de Cultura Econémica, 1956; Maria Dolores Gémez Molleda, Los reformadores de la Esparia contemporénea, Madrid, C.S.1.C., 1966, pp. 92-112; José Portolés, Medio siglo de filologia espariola (1896-1952). Positivismo e idealismo, Madrid, Cétedra, 1986, pp. 32-83; y Diego Nifez, La mentalided positva en Espatia: desarrollo y crisis, Madrid, Kiar, 1976 en ambos reinos las consecuencias demogréficas de las grandes epidemias del siglo XIV resultaron desastrosas, Otra razén —aén més decisiva, segin algunos— para explicar el predominio de Castilla fue su orientacién atlanti- ca, mas prometedora que la expansin mediterranea de la confederacién catalan-aragonesa. Todo esto, entonces, llevé a que el apogeo espafiol fue ante todo un apogeo castellano; y asi fue también la decadencia de Espa- io’, En palabras de Ortega y Gasset —castellandfilo destacado como se comprueba en Espafia invertebrada—: «Castilla ha hecho a Espaiia y Cas- tilla la ha deshecho». Pues, el antecedente de la historia castellano-céntrica con el énfa- sis en el tema de la decadencia y su sentido es la obra de Adolfo Castro, Examen filosdfico de las principales causas de la decadencia de Espafia (1852), Pero las dos obras mas influyentes anteriores a la amplia bibliogra- fia en torno al tema que encontramos a raiz del Desastre son Estudio sobre el engrandecimiento y la decadencia de Espafia (1878), de Manvel Pedre- gal y Cafiedo, y Los males de la patria y la futura revolucién (1890), de Lucas Mallada, ambos afiliados a la Institucién Libre de Enseftanza. Luego, los his- foriadores de la primera generacién de discipulos de Giner de los Rios — cuya filosofia de la historia vamos a comentar a continuacién—, entre los cuales se destacan Joaquin Costa y sobre todo Rafoel Altamira, darén una estructura sociolégico-positivista a su manera de entender la historia de Espajia, no renunciando nunca, sin embargo, la meditacién sobre la histo- ria. Estos, al mismo tiempo que buscan el sentido de la historia de Espafia, culfvan unas metodologias més modemas, menos ideolégicas que la de Giner. Esto es la historiografia que encontraremos en el Centro de Estudios Historicos (1910 -1936) —institucién también porticipe en la creacién de la cultura nacional—, fundado baio la direccién de la Junta de Ampliacién de Estudios (1907-1939). En esta misma linea se podian incluir también las ‘obras escritas en torno al Desastre en que se emprende un examen critico de la evolucion historica de Esparia —siempre castellanizante— y la formula- cién de ideas para la regeneracién del pats, tales como EI problema nacio- nal (1899) de Macias Picavea; Hacia otra Espafia (1899) de Ramiro de Maeztu; Del desasire nacional y sus causas (1899) de Damién Isern; La © Chr el e€pilogo», excrito por Antonio Dominguez Ortiz, al tomo Il de B. Bennassar, Historia de los espafioles, Barcelona, Editorial Critica, 1989. 101 102 moral de la derrota (1900) de Luis Morote; y los estudios de Joaquin Costa, Reconstitucién y europeizacién de Espafia (1900) y Oligarquismo y caci- quismo (1901)’. Por otro lado, existe una serie de obras que enjuician a Espafia desde la atalaya de unas reflexiones culturales e hi 8, de corte espiritual y ético, influidas también, como veremos, por la historiografia krausista, como los ensayos de Miguel de Unamuno, En torno al casticismo (1895); Idearium espafiol (1897) de Angel Ganivet; El alma castellana (1900) del mismo Martinez Ruiz, el futuro Azorin; y Psicologia del pueblo espariol (1902) de Altamira. Como se sefialé antes, la historiografia que venimos examinando buscaba dentro de la formacién y decadencia de la nacién espaiiola el espi- ritu del pueblo. El pensamiento historiogratfico de Giner, siguiendo la pauta de la filosofia idealista (Kant, Fichte, Hegel y Schelling) estoblece una divi- sién entre historia externa e historia interna, siendo la verdadera historia la historia interna, la historia de las ideas. Asi, el criterio y el juicio de valor se centran no en el acontecer historico externo, sino en la evolucién interna, inti~ ma del pasado, en el estudio de los factores que la expresan: el literario, el filolégico, el artistico. «El pensamiento de los pueblos, como el de los indivi- duos, si se presenta perfecto y en toda su plenitud en el mundo interior de la fantasia, jamés logra desenvolverse por entero en el mundo de la realidad exterior, merced a la multitud de accidentes perturbadores que, enlazados con una red en su camino, lo embarazan y detienen, lo desvian y casi nunca le permiten legar a su fin»®. Entonces, la unica via de acceso «al mundo inte- rior de la fantasia» de un pueblo es la trazada por sus creaciones artisticas. Y de chi se puede llegar a definir un conjunto de rasgos que dan a la psico- logia de un pois un cardcter inequivoco, un genio nacional’ —nocién, recor- daremos, que recibe Giner del pensamiento de Herder. 7” Sobre esos libros y para un comentario interesantsimo sobre la obra de Valentin Aliall, El catalanismo (1902), en que se acusa a la historiograia casellandtila de estrbar el desa rrolo en Espaiie de un orden socio-poltico modema, véase el eshdio de Enrique Tierno Gal- ‘vén, Costa y el regeneracionismo, Barcelona, Editorial Barna, 1961 Estudios de literatura y arte, Madrid, 1876, pp. 166-167. * Ueper-Morilas, ob. cit, p. 115. Asi es que, segén Giner, ademés de onolizar y valorar la obra literaria, la critica tiene la responsabilidad de desentrafar y glosar la intima realidad historica que en ella se manifiesta. No basta con sefialar si tal o cual composicién encaja o no en la estructura de cdnones impuesta por una pre- ceptiva, El critico debe tener en cuenta que “en la progresién histérica de la humanidad hay siempre dos factores: uno idéntico, invariable, constante en lo unided de la naturcleza; mévil otro, caracteristco, pasojero>”., Pero las dos clases de ideas y sentimientos los accidentales y variables y los esta bles y permanentes— van asimilandose y perpetuandose. Por consiguiente, hay que relacionar lo presente, lo de ahora con lo de siempre. Eternalidad y femporolidad son el anverso y el reverso de toda gran obra de arte". En cuanto a su interpretacién de la historia de Espaiia, Giner hace hincapié en que la historia externa —la representada por la politica de Felipe lI ha desviado al pueblo de su destino y genuino desarrollo huma- no. La historia interna, entonces, nos ensefia lo que pudo ser la Espafia que historicamente no fue. Asi es que la verdadera realidad histérica espoviola consiste en los valores y las manifestaciones espirituales del pueblo hispani- co, el Kespiritu del pueblo». Desde la perspectiva del corte religioso panteis- fico del krausismo, era de esperar que Giner dio lugar central en su defini- cién del ser histérico espaiiol a la mistica espafiola, como hicieron también Azorin y Unamuno. Y en este contexto conviene sefialar también que, igual que ellos, Giner identificd el ser espafiol con su tierra, con su paisaje'*-y encontré la expresién del pasado intrahistorico en su arte. Mas adelbinte vamos a ver cémo esta orientacion contribuye a otro aspecto importante de le cultura nacional castellano-céntrica. "© Giner, ob. cit, pp. 240-241 " Lépez-Morilles, ab. cit, pp. 139-140. Chr su ensayo «Poisoje» (escrito en 1885), La Lectura, | {1915}, pp. 361-370; recopilodo ten Ensayos y carta, edicin de homenoje en el cincuentenario de su muerte, México, Tezon fle, 1965, entre otros sitios. 103 104 Ahora, Rafael Altamira fue figura clave —como acabo de men- cionar— en la historiografia krausista y, sin duda alguna, el historiador espariol de mas importancia alrededor de la welta del siglo. Un breve comentario sobre su obra monumental, Historia de Espatia y de la civiliza- cién espafiola (4 tomos, Madrid, Ill, 1899-1906, IV, 1911), comprendio de la historiografia krausista y castellanéfila, nos ayuda a ubicar y circunscribir las ideas que han sido fundamentales para la creacién de la cultura nacio- nal castellanéfila, En el prélogo Altamira insiste en que la novedad de su his: toria es que comprende tanto la historia interna del movimiento civilizador como la historia externa de la politica. Asi es que de cada época estudia, primero, la «Historia politica externa» y luego la organizacién social, las costumbres y la cultura intelectual, literaria y artistica. En lo que se refiere a lo tltimo, los tomos de la Historia de Espafia y de la civilizacién espafiola incluyen, a mi juicio, una de las mejores historias de la literatura y el arte espaiioles de la época. Al escribir sobre la cultura de Costilla durante la Edad Media, Altamira habla de su expansion y el desplazamiento del movimiento nacio- nal desde la costa del norte a la meseta castellana, luego a las tierras anda- luzas, cuya poblocién habia de representar una influencia importante en los destinos del pueblo castellano: «Pero tiene tal fuerza la preponderancia poli- tica, favorecida por el interés centralizador de los monarcas, que logré acu- mular en territorio castellano numerosos elementos de prosperidad y cultura, merced a los cucles se produce por primera vez en la mesela una chiliza- ci6n superior a la de los territorios del litoral... El florecimiento de todos estos factores acumulados se produjo en los siglos XVI y XVII, subordinando casi por completo a la direccién castellana la vida espiritual de la peninsula» {Il, 238-239). ‘Al mismo tiempo, Altamira hace hincapié en la importancia en la cultura castellana de la asimilacién de todos los elementos que fueran ase- quibles: la intimidad del mudejarismo, el elemento francés de lo escuela pro- venzal y la poesia caballeresca, y la infuencia italiana y clésica. Segin él, este proceso produce en la literatura «una resultante que refleja sin duda los elementos asimilados, pero va siendo de cade dia, a pesor de ellos, més pro- pia, mas nacional en el fondo y en la forma, aprovechando, por natural incl- nacién y seguro instinto, el espirity popular expresado en la literatura de este género. Asi como en la ciencia, el alma castellana va manifestando en Ia lite- ratura su personal originalidad y cimentondo la obra que, en siglos venide- ros, ha de caracterizarla a diferencia de la de los otros pueblos» (II, 258- 259). Segin Altamira, el genio castellano refrescé la poesia galaico- portuguesa con el contacto de la inspiracién y los asuntos populares y rec~ lstas y una variedad de combinaciones métricas. Ast traza la poesia desde las Cantigas de Santa Maria de Alfonso X hasta el Cancionero de Baena. Otra asimilacién castellana fue el maridaje entre lo erudito (la tradicion del mester de clerecia) y lo satirico de la escuela provenzal. El representante mas notable de esta conjuncién es Juan Ruiz: «Pero lo mas sobresaliente del libro [EI Libro de Buen Amor] es una especie de autobiogratia, verdadera novela picaresca, en que el arcipreste, ademas de contar su vida poco edificante con gran desenfado, trazo un admirable cuadro realista de las costumbres relajadas de su tiempo... Desorienta a primera vista en Juan Ruiz la mezcla de inmoralidad y fervor religioso... pero se explican aquellas encontrados cualidades por el tono realista de la composici6n y el intento puramente artis- tico que guié al poeta, ajeno a todo propésito didactico» (II, 262). Al tratar la historia politica del establecimiento de la unidad y la monarquia obsoluta, Altamira habla del menosprecio de la agricultura en Castilla y los muchos campos incullos hacia principios del siglo XVI —debido ala proteccién de las pequefas industrias y los privilegios de la Mesta—, que causaron una probreza agricola que duré a lo largo del siglo. ¥ trazando la historia de Espofia bajo la casa de Austria (1517-1700), Altamira combina un estudio del proceso de la hegemonia politica castellano-espafiola con el proceso paralelo de una creciente decadencia en la vida socio-econémica (Ill, 446-447; 488-490). Resultado de la decadencia econdmica y del des- concierto adminisralivo, fue una miseria general del pats y una tendencia a la ociosidad y la helgazaneria (vagabundos, mendigos). También concluye Altamira que la manera de ser de la sociedad espafiola de entonces —sobre todo de las clases altas— podria resumirse en un exagerado punto de honor, el fanatismo religioso, el quijotismo caballeresco, el excltado predominio de la forma sobre la esencia de las cosas, la inmoralidad y Ia hipocresia (Ill, 105 106 719-724). Pese a la decadencia econémica, los siglos XVI y XVII represen: tan el apogeo de la cultura espaiiola, debido a la natural expansién y flore- cimiento de las fuerzas intelectuales que se habian ido acumulando en Espo- fia desde la época de los Reyes Catélicos y la gran estimacién por las monifestaciones intelectuales que existia en la sociedad espafiola de la época. No obstante, la decadencia intelectual vino a coincidir con la econé- mica y la politica, aunque no fue tan absoluta como éstas ni contemporanea en sus manifestaciones (ll, 531-534). De lo anterior, entonces, el lector puede ver facilmente que gran parte de las obras canonizadas que han contribuido a nuestra manera de entender la cultura espafiola, obras en las cuales se busca el «espiritu del pueblo», pertenecen de una manera u otra a Ie historiografia que se encuen- tra en Altamira (con la excepcién de unas obras mas recientes en que se da Enfosis a la influencia islamica). Todas comparten como principio funda mental la idea de que en la lengua, la literatura y el arte se expresan confi- guraciones del mundo que definen el espiritu del pueblo. Y, finalmente, entre ellas se destaca una historiografia partidaria de la continuidad; es decir, mantienen el principio de que existe una mentalidad nacional que dura a lo largo de los siglos. Esta claro, entonces, que fue decisiva en esta empresa la influencio de las ideas historicistas de Giner de los Rios y de los krausoposi- tivistas (evolucionistas, darwinistas, etcétera). Para ilustrar lo que venimos dicienclo, se podria recurrir a nume- 10508 ejemplos de la literatura, la filologia y al arte, entre ellos: la historio- grafia de Unamuno —el concepto de la «intrahistoriao— y su interpretacién castellano-céntrica del ser espafiol, que se encuentra en En torno al casticis- mo, Vida de Don Quijote y Sancho y Del sentimiento tragico de la vida; o la obra de Menéndez Pidal y con ella los principios de la filologia cientifica espatiola, en que se basa sus estudios sobre la épica y los origenes de la len- gua espafiola en la historiografia comentada aqui, y en que insiste en la idea de que el cardcter nacional se descubre en la pervivencia de una «tradicion» {o continvidad) literaria. También es obvio en el caso de Unamuno y Menén- dez Pidal —o en el de Campos de Castilla de Antonio Machado o la «mane- ra espafola (léase «costellona») de ver las cosas» que ocupa gran parte de los ensayos de Ortega y Gasset sobre el arte y la literatura— que la literatu- ra era imprescindible para conocer el espiritu nacional, y que la historia lite- raria no era sino parte de un proyecto historiogrAfico sobre la «civilizacién», con la tendencia a indagar en los origenes hispanos para encontrar solucio- nes a los problemas nacionales —el conocido «problema de Espafia». Es decir, el proyecto tenia implicaciones sociales y politicas, en el sentido de que se trataba de regenerar una Espaiia «abilica», «paralitica», «de marasmo», « través de entender su pasado redivivo, mas prometedor. Y no olvidernos que de esta ideologia arranca también la razén de ser de los «Clasicos Cas- tellanos», proyecto nacido en el seno del Centro de Estudios Historicos, cuya seccién de filologia dirigia el mismo Menéndez y Pidal, Es en este contexto de una cultura nacional establecida que debe- mos interpretar la critica de J. Vicens Vives de la historiografia castellano- céntrica que se desprende de su Historia social y econémica de Esparia y América (1957). En el prélogo a la segunda edicion (1960) de su Aproxi- macién a la historia de Espajia la resume: critica la metodologia «culturalis- ta» de la escuela castellanéfila, que a menudo se acerca al alma castellano @ través de una experiencia muy personal, creando una Castilla irreal. Al mismo tiempo entiende Vicens Vives que Castilla, en efecto, se encuentra enfrentada desde 1898 con una grave, pero comprensible crisis de concien- cia, sobre todo si se tiene en cuenta «el juego de contradicciones internas entre Castilla y Cataluiia que, desde el siglo XVIII, mantiene el estimulo vital y la cohesién del Estado nacional. primero, la imperfeccién de Espana para seguir el rumbo de la civilizacién occidental hacia el capitalismo, el liberalismo y el racionalismo en el triple aspecto econémico, politico y cultu- ral; y luego, el fracaso de la misién de Castilla en la tarea de hacer a Espo- iia como una comunidad arménica, satisfecha y aquiescente». Y todavia mas © En su excelente libro, Literatura e historia de las mentalidades, Madrid, Catedra, 1987, Francisco Abad, a cuya obra sobre Menéndez Pidal y el Centro de Estudios Histbricos debe- ‘mos tanto, trato varios de los temas que nos intereson aqui: los origenes de Espaiia como comunidad historica y politica; los origenes del castellano y su contribucién a {a insttucio- nalizacién de la cultura espofiola; y el estudio de la literatura como expresién de la menta- lidad nacional. Ya que, el propésito del profesor Abad es estudiar la labor del Centro de Estudios Historicos, no se refiere a muchos de los elementos fundamentales para el estudio de lo invencién de la cultura nacional castellanizante: la importante radicién de la hisiorio~ sobre el tema a Lecuras espa oles, lomo que se publica sélo unos meses anes de Castillo, en que incluye entre las oras causas ya mencionados, la falta de curosida intelectual: «No hay mas aplanadora y abru- ‘adoro calomidad para un pueblo que la fala de curiosidad por las cosos del espn; se ‘originan de ahi todos los males» (O.C,, ll, 655). En Un discurso de La Cierva (1914), Azo- rin welve sobre el concepto que tiene dl pasodo de Espaita, en ls trminos de ls covsas de su decadencia tema, como ya se ho seilado, favorito suyo—. Menciona las teorias materialists,tles como los odoptades por Cadelse, Jvellanos y Cabarris y que hemos visto repetidos en Altomira, en que se destacan como causos las guerras, la conquista de América (que dejé desomporodos la agrculura y la industria) y la expulsion de los mori as. Y por oro lodo, clude o la eorainelecualista adeantada por Lara de que el erigen de lo decadencia espafolaexrbo en no haberseincorporado Espafia ol movimiento ite lectual que s produjo en Europa con ocasién de lo Reforma, cién-, por ellos se ha de ver el carécter y las particularidades de un pueblo a lo largo del tiempo» (O.C,, Ill, 81). Asi es que, para Azorin, la literatura espatiola nos ensefia las modalidades del vivir de los esparioles —su establo de civilizacion—, y de chi se puede reconstitvir la nueva patria, acorde con las posibilidades historicas. En la dedicatoria de Clasicos y modernos (1913) reitera el mismo propésito (O.C., I, 437}. Al mismo tiempo, insiste en deli- mitar los términos del «problema de Espofia», por una «continuidad nacio- nal», Primero, Espaiia no puede dejar de sero que es: «Es decir, que Espa- fia, como los demas paises, tiene una tradicién, un arfe, un paaisaje, uno raza» suyos, y que a vigorizar, a hacer fuertes, a continuar todos estos ras- gos suyos peculiares, es a lo que debe tender todo el esfuerzo del artista y del gobernante». Entonces, segin el Azorin de 1910, no es hacia la euro- peizacién que los espafioles deben mirar, sino deben crear una conciencia de su propio ser a través de un examen de la continuidad nacional”. ¥ en el caso de Azorin esta conciencia de ser espaitola es de indole castellanizante: «Hay en nosotros una personalidad que no es autéctona, aislada; una honda ligazén nos la enloza con el ambiente y con la larga cadena de los antepor sados... Nuestro ser esta ligado a las cosas y a los muertos. Este paisaje radiante y melancélico de Castilla y de sus viejas ciudades esti en nosotros. Y en nosotros estén los hombres que a lo largo de las generaciones han pasado por este caserio vetusto, y los ojos que han contemplado ese ciprés centenario del jardin, y las manos que al rozar —jtantas veces!— sobre el brazo de este sin de caoba han producido un ligero desgaste..» (OC, Ill, 159-160}. No hay por qué detenerse en explicar que el significado toda la razon de ser— de una obra como Castilla, por ejemplo, esti en las pala- bras que acobamos de citar. "la continvidad nacional», ABC, 21-V-1910. De lo dicho, queda claro que la versibn oz0- ‘iniana de lo expresin del ser espaol es ideolégicomentetendenciosa, Aqui 3 regeneracién nacional, y la poltica de colonizacion inferior. Baste reierar, sin embargo, que creiafirmemente que el progreso —las reformas socials, la industializoci6n, ek: — sélo podria efectvarse« base de una continided nacional, una continvidad de origen caselano. Al mismo tiempo, no ignorames el hecho de que ls ideos sobre la culura nacional que venimos comen- tondo fueron fcilmente puesta al servicio del fscismo, Véose mi articlo «Azorin y el fran quismo: un escritor entre el silencio y la propaganda», Anales Azorinianos, 4 (1993) WW 112 A estas ideas —una historiogratia castellano-céntrica y la nocién de la continvidad a lo largo de los siglos de una mentalidad nacional—, entonces, obedece al estudio sistematico de la literatura espafiola llevado a cabo por Azorin en volimenes tales como Lecturas espariolas (1912), Clasi- cos y modernos (1913), Los valores literarios (1914), Al margen de los clé- sicos (1915], Rivas y Larra {1916}, Los dos Luises y otros ensayos (1921) y De Granada a Castelar (1922). Vuelvo a insistir en que para Azorin se trata de entresacar de la literatura la subcorriente tradicional que sirve para orien- tar la reaccién contempordnea a la situacién histérica actual. El Azorin criti- co, pues, no destaca necesariamente las caracteristicas predominantes en las cobras que estudia: busca las que trascienden su momento histérico, las que ayudan a definir el espirity espafiol —un espiritu, segin él, tan vivo hoy como en los siglos Xil o XVII. Al mismo tiempo, el pensamiento azoriniano participa de cierto relativismo: la evolucién de la sensibilided hace que entienda este espirity cada generacién de distinta manera. He estudiado en otro sitio cémo la metodologia critica de Azorin depende de las teorias de la evolucién —a menudo aplicadas a la critica literaria hacia la vuelta del siglo— y su parecido a la historia interna de Giner de los Rios, la intrahisto- ria de Unamuno, y el concepto de la tradicién de Menéndez Pidal'*. Pero esto aparte, uno de los propésitos de sus estudios literarios es, como exige la his- toriografia krausista, ofrecer material con el cual se puede enfocar el «pro- blema de Espafia> desde la perspectiva de la Esparia que pudo ser o, segin la formula de Ortega, la que puede ser, en el contexto del carécter nacional. En cuanto a la institucionalizacién de las ideas sobre la cultura nacional que venimos tratando, es icativo el hecho de que cuando lanzé Azorin sus publicaciones periodisticas concentradas en los clésicos espatioles, acababan de aparecer a precios populares los primeros tomos de los «Clasicos Castellanos», dirigidos por Francisco Acebal y con la colobo- racién de los mas eminentes miembros del Centro de Estudios Historicos — Menéndez Pidal, Américo Castro, Federico Onis, T. Navarro Tomés, José Montesinos, y otros impregnados por la historiografia krausista—. Todavia no existian la coleccién Austral o las miltiples ediciones populares de Agui- ‘cAzorin y a evolucénliterria», en La criss infelechal del 98, Madrid, Cuadernos poro el Didlogo, 1976. lar y Espasa-Calpe. Se leian las obras maestras o en la inmanejable edicion decimonénica de la Biblioteca de Autores Espafioles, o en ediciones extre- modamente eruditas y caras. La critica de Azorin se ocupa de estas nuevas ediciones desde su primera aparicién; sefialo, como ejemplo, que muchos de los ensayos recopilados por Azorin en los tomos Los valores literarios y Al margen de los clasicos, ambos de 1914, tienen que ver con los «Clasicos», siendo los primeros titulos de importancia para el tema que nos interesa ahora: obras de Santa Teresa y Garcilaso, Lazarillo de Tormes, El Libro de Buen Amory El Quijote”. Y en varios casos Azorin logr6, a través de sus arf- culos de gran circulacién, que se incluyese en la serie a un autor 0 una obra alvidada. Asi es que la critica de Azorin y los «Clasicos Castellanos» llegan « coincidir en sv proyecto de buscar una definici6n de la mentalidad espa- fiola a través de la interpretaci6n literaria, una interpretacién caracterizada por una ideologia castellandfila; y al mismo tiempo tienen que ver con la for- macién del canon de la literatura espafiola que sigue todavia hoy en gran parte intacto. Este tema —que a mi me parece importante para la historia cultural de Espafia— queda por estudiar al fondo, No es el lugar para dar los detlles de la versién azoriniana de la historia de la literatura esporiola®, en cuanto a su revelacién del kespiri- tu del pueblo». Para conocer, de manera concisa, lo que es lo «espaiiol», segin Azorin, basta, como resumen, con aludir a los misticos y Cervantes: los misticos porque se daban cuenta de la brevedod de la vida y se enfren- taban con la realidad con la serenidad del «dolorido sentir»; Cervantes por- que combiné el idealismo y el practicismo. «Esa maravillosa alianza del idealismo y del practicismo —ha escrito Azorin— es precisamente lo que El primer tomo de los Clésicos Castellanos, Ls moradas, de Santo Teeso (con prélogo y notes de J, Navarro Tomes) sali en 1910, y en el ao 1912 s8o se habian publicode cinco © seis més, Adomés de Los morados, ene los primeras ediciones se cuentan El vergonzoso del Palacio y Ef burlador de Sevilla (1911}, Obras de Garcilaso {1911}, La vida del Buscén (1911), Vido, de Torres Villarroe! (191 2}, Lazarillo de Tormes {1914}, El Libro de Buen Amor (1915) y Don Quijote, | (1916). Muy pertinente al tema tocado aqui es el libro de Francis- co Abod, yo ctodo Lo trate ompliomente en mis ensayos «lecture y literature (En torno ala inspiracin libres- ca de Azorin)> y «Azorin y la coherenca (Ideologia,paltica y critic literaio), recopilo- des en el tomo Ideologia y pola en las eras de fn de siglo, Madrid, Esposo-Calp, Coleccion Austral. 1988. Austral. P| constituye el genio castellano»”". Lo verdadero castizo, entonces, se repre- senta por un apego a la realidad concreta y la melancolia que brota de una conciencia dolorosa del pasar del tiempo. La confluencia del idealismo y realismo es fundamental también, como hemos visto, para la manera en que Altamira interpreta la historia interna del Siglo de Oro, como lo es también para la interpretacién de El Cid por Menéndez Pidal y la deseripcién de ka pintura de El Greco por Manuel B. Cossio, otro discipulo de Giner de los Rios y el historiador del arte més destacado de su generacién, « cuya obra voy a referirme més adelante. Y es que la idea de que el arte y el paisoje eran reveladores del cardcter nacional ha tenido también un papel significativo en la creacién de la cultura nacional establecida en Espofia. Fue relacionada con la formacién de la primera escuela de paisajistas espafioles y con la recuperacién y reva- lorizacién de la obra de El Greco y Velazquez, entre otros, bajo la tutela de las ideas insttucionistas sobre la regeneracién del pais por medio de la defi- nicién de una conciencia nacional auténtica, «intrahistérica. Martin Rico y sobre todo Aureliano de Beruete y Moret eran los pintores mas destacados de la escuela de paisajistas espaiioles que estudié hacia finales del siglo pasado con Carlos de Haes en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Ellos se contaban también entre los primeros —durante los afios 1890— en resucitar un interés en las obras de El Greco y Velazquez. De familia aco- modada y de influencia politica (fue pariente de Segismundo Moret), Berue- te viajé por Europa y estudié la pintura mas avanzada de Francia y otros paises, sobre todo el Impresionismo, Pero més influyente en su pintura fue su relacién con Francisco Giner de los Rios y la Institucién Libre de Ensefianza. Fue participe en aquel excursionismo de los institucionistas para descubrir el paisaje de Castilla y en su reivindicacion de lo castellano como expresién del espirity nacional. El Guadarrama y sobre todo Toledo y sus alrededores son imagenes repetidas en sus cuadros, pero también pinté los alrededores de las ciudades castellanas mas histéricas, como Avila, Segovia y Soria». 2 El genio castellano», ABC, 16 de enero de 1912, recopilado en Lecturas espariolas, O.C., 4,542. * Beruete murié el 2 de enero de 1912, y poco después se celebré una exposicién monogré- fica de sus cuadros en el esdio de Sorola, exposicién muy comentada en su dio, en que ‘se destacaron sus cuadros sobre el tema de Castilla. 114 Es de sobra conocida, la importancia que dieron escritores como Pérez Galdés, Unamuno, Azorin, Baroja y Antonio Machado al paisaje cas- tellano y a los hombres que lo habitaban. Pero entre Azorin y Bervete, entre escritor y pintor, habia una mutua admiracién sélo sugerida en el retrato que hizo el pintor de Azorin, con los aledafios de Madrid y el Guadarrama al fondo, y la dedicatoria a Bervete que puso Azorin a su libro Castillo”. Pare- ce, sin embargo, que estos gestos representan algo mas que una expresién de respeto mutuo: los paisajes de Beruete, sobre todo los de Toledo ejecuta- dos entre 1909 y 1910, tienen un parecido sorprendente con las descripcio- nes de Azorin en Castilla. No es aqui el sitio para hacer un estudio compo- rotivo entre la visién que tienen Azorin y Bervete del paisgje castellano, o un comentario sobre la inclinacién azoriniana por el ekphrasis. Baste con decir que las «nubes redondas, henchidas de un blanco brillante», las «como cen- dales tenves en un fondo lechoso», las nubes «grises», las de «carmin y de oro» en el acaso y las como «velloncitas que dejan ver entre algin claro un pedazo de cielo azul», mencionadas por Azorin, son coracteristicas de los paisajes de Bervete, paisajes notables por sus celajes. Y no olvidemos que se nos ha ensefiado también que para El Greco y Velazquez el paisoje de Cas- tila esté en el cielo. Hablando de los paisajistas, el mismo Azorin escribe en su libro Madrid sobre la importancia del cielo y de las nubes a la interpre~ tacién por Velazquez de lo castellano (OC, VI, 294-295). También son comunes en los paisojes de Bervete los «terrazgos rojizos» y los ebarranca- les pedregosos» y los alrededores de Toledo caracterizados por los «ciga- rroles» y las «aguas rojizas y lentas... en suave meandro» del Tojo, descri- tos tanto por Azorin. En fin, escritor y pintor tienen en comin cierta interpretacion del ambiente y la tonalidad de la tierra castellano*. A esto se podria afiadir el hecho de que es este mismo paisaje—en casi todo su deta- lle— que encuentra Manuel B. Cossio como tipico de la meseta castellana y que asocia con la evolucién de El Greco de una pintura italionizante a la cre- acién de un realismo propiamente espafial. ® Azorin también escribié un articulo elogioso sobre la obra de Bervete en 1913 {recopilado: en O.C, Vil, 240-245} Para un estudio sobre la renovacién en Espaia del género de paisoje y su relacién con la historiografia castellandfila, Azorin y otros escritores del 98, véase el excelente libro de ‘Maria del Carmen Pena, Pintura de poisajee ideologia. La generacién del 98, Madrid, Tou- rus, 1982. 115 Y asi legamos al hecho de que el dlimo tercio del siglo XIX es un momento de espectacular desarrollo de la historiografia y de la critica aris: tica en Espafia, no sdlo en lo que se refiere @ la cantidad, sino también a la paricign de un nuevo método critico, mas cientifico y sobre todo, més sen- sible al problema del estudio y definicién del arte propiamente espatiol Este era el caso de la critica de Velazquez que aparecié en el fin de siglo — G. Cruzada Villamil, Anales de la vida y de las obras de Velézquez (1885); el mismo Bervete, Velézquez (Paris, 1898); y J. Octavio Picén, Vido y obra de don Diego de Velézquez (1899}—, en la cual se destacd su realismo espafiol, distinguido por su calidad sobria, sentido inmanente de la belleza natural, y su ironia cervantina. Al mismo tiempo, Martin Rico y Cossio culti- vaban la obra de El Greco. Antes de entrar en un comentario sobre lo pare- cido entre las interpretaciones culturales de Azorin y Cossio, no alvidemos que Azorin, con su co-generacionista Baroja, también contribuyeron de manera significativa a la revalorizacién de la obra de El Greco a través de sus novelas La voluntad y El Camino de perfeccién y su revista Mercurio, dedicado en sv nico nmero a El Greco y Toledo, a raiz de una visita a lo ciudad que hicieron los dos escrtores en noviembre de 1900. Ahora bien, el estudio tan influyente de Cossio sobre El Greco, publicado en 1908, es otra aportacién destocada a la definicion de la his- toria interna de Espaiia, de la mentalidad de los espafioles y finalmente a la invencién de una cultura nacional. Cossio insiste constantemente en la idea de que los cuadros espafioles de El Greco constituyen en su forma y su con- tenido, una expresion del cardcter nacional. Y su estudio tiene como eje la evolucién del pintor, a partir de su llegada a Espafia en 1577, desde un est lo itolianizante oprendido en Venecia hacia uno que revelé una compene- tracién profunda con la realidad y cultura castellanas. Esto le lleva a Cossio © un andlisis detallado de Toledo durante los finales del siglo XVI y princi- pios del XVIl —sus monumentos, su paisaje y a gente que lo habitaba— y del proceso dramético de su decadencia: el desempleo, la pobreza y la mise- rig, la despoblaci6n, las casas abandonadas o cerradas; el aumento en el nimero de clérigos y estudiantes, los mendigos y el clasico hidalgo empo- brecido; y, del otro lado, la vida ostentadora de las autoridades de la Igle- % Chr. Juan Antonio Gaya Nufio, Historia de la Critica del arte en Espa, Madrid, 1975. sic. A la vez, destoca el hecho de que los afios en que se preparaba tanta ruina y miseria fueron, sin embargo, el siglo de oro de la literatura espaiio- la y la importancia que tenia Toledo, o como escenario o como residencia, para la literatura: Garcilaso, Santa Teresa, Cervantes, Lope y Ercilla*. Recor- daremos que el mismo Azorin —en su ensayo sobre «La continuidad nacio- nal» (ABC, 21-V-1910; y en Pintar como querer) que citamos anteriormen- te— atribuye la creacién de una conciencia del ser espafiol tanto al arte de Velazquez y El Greco como a Garcilaso, Santa Teresa y Cervantes. Asi es que Cossio contextualiza su estudio de los cuadros de El Greco con una his- toriogratia que reconocemos como tipicamente institucionista, la interpreta- cién de la historia de Espafia tan cuidadosamente elaborada por Altamira. Y para al lector de Azorin, no hay que insist en el hecho de que el andlisis que expone Cossio de la sociedad y cultura toledanas durante la época de El Greco comprende los temas y la raz6n de ser —que he sefialado antes en otros textos— de gran parte de la obra azoriniana. Asi es que, tanto para Cossio como para Azorin el «Entierro del Conde de Orgaz», que representa una escena puramente nacional inspira- da en la realidad inmediata, se convierte en un auténtico documento pictéri- co que se puede utilizar, junto con aquellos ejemplos mas significativos que puedan escogerse en el romancero, el teatro y la novela, para reconstruir el pasado del pueblo espafiol en busca de una identidad nacional. En que per- fenece a esta familia de obras espaiiolas en que se expresa un realismo con- templativo, hermano del misticismo castellano, el «Entierro», segin Cossio, ha de compararse —como ejemplo dentro de la pintura— con el Quijote, la més acertada expresién literaria del genio peculiar de la raza. El Quijote vino a conluir con los artificiosos libros de cabollerias y al mismo tiempo a ennoblecer e idealizar, dentro del género épico, la trivial forma novelesca. De igual suerte el intimo, familiar y espiritual realismo del «Entierro» fue clara protesta contra las falsas y pomposas composiciones manieristas, post- miguelangelescas —verdaderos libros de caballerias de la pintura—, crean- do al mismo tiempo un modelo para aquel naturalismo impregnado por el idealismo tan tipicamente espajiol. «Por los mismos afios se concebian — % Manuel B. Cossio, El Greco, 4.°ed., Madrid, Esposa-Calpe. 1983, capitulo ll, p. 108. Colec- Ausra liz 118 escribe Cossio—, y en la misma amplia y soleada llanura castellana se engendraban, a la vista una de otro, la novela y el cuadro, las dos fuentes de vida mas intensa, las dos mas arménicas y originales conjunciones de idea- lismo y realismo que en el arte espafiol se han producido» {VIl, 178-179]. Es decir, las mismas caracteristicas que, como hemos visto antes, constituyen para Azorin el «genio castellano». Al recapitular y para condluir, encontramos que a Io largo del iifimo siglo ho habido entre algunos de los ctitcos e intelectuales mas influ- yentes en Espafia una insistencia en extraer de las llamadas obras maestras de su cultura unas ideas relativamente consistentes sobre la naturaleza de una meniclidad nacional espafiola, 50 es que estas llamadas obras moes- tras, que se dicen reveladoras de la «fantasia» o conciencia del pueblo espa- fol, han llegado a ser «maestras», a ser canonizados, porque hon sido obras claves para el proceso de la invencién de una cultura nacional? Dejo esta pregunta sobre el tapete. De todas formas, en esta empresa fue desta- cada figura el maestro Azorin, cuya obra se viene celebrando en los iltimos meses.

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