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MANUEL PUIG
Coronel Vallejos, un claro juego de palabras con el que fue su pueblo natal, vuelve a ser,
como en La traición de Rita Heyworth, el escenario de los amores, los
desengaños y las traiciones de Boquitas pintadas, su segunda
novela, aparecida en 1969.
Escrito por el mismo Puig, el guión basado en esta obra sería
llevado al cine en 1974 por Leopoldo Torres Nilsson, director de
grandes films como El guapo del 900 y El santo de la espada, y
protagonizado por Marta González, Alfredo Alcón, Luisina Brando,
Leonor Manso y Raúl Lavié.
El éxito alcanzado por Boquitas pintadas logró hacer de su autor una figura de gran
fama, que mereció además el reconocimiento internacional. Esta novela fue rápidamente
convertida en un best seller. Puig había conseguido crear con ella “una nueva forma de
frase que da inicio a la tercera entrega (p. 35). Parte del fox-trot 6 “Rubias de New York”, lleva
también dentro el título de la obra. La letra de Alfredo Le Pera, que inmortalizó el cantante
Carlos Gardel, además se repite en la quinta entrega.
Durante una entrevista, Manuel Puig declara que la necesidad de recurrir a ciertos
elementos del imaginario social, como por ejemplo las letras de tangos y de boleros, para
rodear a sus personajes está relacionada con la búsqueda de identidad
de los primeros argentinos, hijos de inmigrantes, que «no sabían cómo
era ser argentino. Entonces esa primera generación que no pudo hallar
en casa los modelos de conducta adecuados (…) los encontraba donde
podía, a veces en el cine, en la radio, en las revistas deportivas o las
3 Ibídem
4 Como género, según la Real Academia Española, el folletín es un “tipo de relato propio
de las novelas por entregas, emocionante y poco verosímil”.
5 Todas las referencias a la obra Boquitas pintadas serán extraídas de la edición de 1973.
Los extractos se indicarán con el número de páginas entre paréntesis.
6 Música y baile de ritmo cortado y alegre, originario de los Estados Unidos de América, y
que estuvo de moda a principios del siglo XX (definición de la Real Academia Española).
7 Rodríguez Monegal, Emir. El folletín rescatado: El CEFyL de los estudiantes, Literatura
argentina II (Mimeo)
ellas, haciéndolas suyas. De esta manera se ve la relación directa de los epígrafes con el texto.
Estas frases no fueron elegidas al azar, cada una de ellas, como muchas canciones en su
totalidad, guardan una relación cercana con el tema del capítulo, con algún hecho en
particular o con un sentimiento experimentado por alguno de los personajes durante la
entrega correspondiente.
Así la frase «Yo adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos, van marcando mi
retorno. Son las mismas que alumbraron, con sus pálidos reflejos, hondas horas de dolor»
(p.111) da comienzo al tango “Volver” y también a la última entrega de la primera parte,
cuando Juan Carlos retorna a su pueblo natal. De la misma manera «Era… para mí la vida
entera…» (p.9), de “Cuesta abajo”, da inicio a la obra. Son palabras que cobran sentido a
medida que avanza la historia y caemos en cuenta de que este personaje central (epicentro
alrededor del que giran varias mujeres) ha sido el gran amor de Nené.
«Charlemos, la tarde es triste…» (p.23), frase del tango “Charlemos” escrito por Luis
Rubinstein, que encabeza la segunda entrega, aparece también en palabras de Nené mientras
le escribe una carta a la madre de Juan Carlos, en la que se desahoga de todos sus problemas.
Estas cartas, que se inician luego de la muerte del muchacho, y en las que nos enteramos de
la actual situación de Nené, ya casada y con dos hijos, no solo tienen la finalidad de darle el
pésame a la mujer, sino también de solicitarle el envío de unas antiguas cartas, escritas por el
joven en 1937, lo que será el puntapié inicial para conocer la historia de este amor que no
pudo ser.
Si bien Nené y Juan Carlos son los protagonistas de esta novela, hay ciertos personajes
secundarios cuyas vidas se enredan y se mezclan en las calles apacibles de este pueblo ficticio.
Del lado femenino, ubicada en el extremo de una triada, en la que Nené sería el centro
(directa relación con su pertenencia a la clase media), se encuentra Mabel, una chica de clase
media alta, que es su amiga, pero que también tuvo una relación con Juan Carlos, con quien
aún mantiene ciertos encuentros a escondidas.
En el otro extremo, el de la clase baja, Antonia Josefa Ramírez, apodada “Rabadilla” o
“la Raba”, antigua compañera de colegio de las chicas, que trabaja como servicio doméstico.
Su historia se relaciona también con la de Pancho, un albañil, futuro suboficial de la policía,
quien se perfila como la contrapartida de su amigo Juan Carlos.
Podríamos nombrar otros personajes que completan el cuadro: la Viuda que mantiene
un affaire con el muchacho, la madre de Juan Carlos, y también su hermana Celina, que
toma un papel decisivo en el curso de los acontecimientos, en especial hacia el final de la
historia. Y también dos personajes masculinos en relación directa con Nené, que marcan su
pasado y su presente-futuro: el doctor Aschero, con quien tuvo su primer amorío, por un
lado, y Massa, su marido, un martillero público con quien se muda a Buenos Aires luego de
casarse. Este hombre será el encargado de quemar las famosas cartas sobre el final de la
última entrega, cerrando así la historia de Boquitas pintadas.
Pero más allá de la trama general retratada en esta novela, el eje principal de la
segunda obra de Puig es básicamente una historia de amor, bastante peculiar, pero historia
de amor al fin. Por eso es que podemos ubicar esta obra en el vasto campo de la novela
romántica, que por aquella época era más conocida como “novela rosa”.
Como género literario, el folletín presenta ciertas características a las que el escritor se
apega para contar esta historia: primero y principal, la división en entregas; luego, la intriga
—Mire, ante todo quiero que Ud. me prometa no contárselo a nadie. orillera chusma, vas
a sufrir sin contárselo a la vecina
—Se lo juro por lo más sagrado. ¿Dios no me castigará que estoy jurando?
—¿Por quién? si jurás por mi hermano te escupo
—por Juan Carlos no me animo Por la felicidad de mi hija (p.181)
Muchos de los actos de los personajes están motivados por el rol que les ha tocado en
suerte; roles que se introducen a forma de costumbre, que se asumen de manera
inconsciente, que se afirman en apariencia y que no se contradicen, al menos no de manera
expresa, porque de lo contrario se quedaría expuesto a los comentarios y a las miradas de los
demás.
En épocas donde estos roles prefijados para hombres y mujeres, y para determinadas
clases sociales, no se objetan, ya que se considera natural seguir ciertos modelos de
comportamiento, solo resta sucumbir a las imposiciones ajenas o romper las reglas, pero
siempre manteniendo las “apariencias”. Esto es lo que hacen muchos personajes femeninos:
se casan porque la soltería está mal vista; tienen relaciones sexuales antes del matrimonio,
aunque jamás lo confiesen; son capaces hasta de mentir ante la Justicia con tal de evitar que
su “honor” se vea empañado. Aquella que no miente, la que queda en evidencia, como es el
caso de la Raba y su embarazo, pasa a ser el centro de las habladurías, una paria a la que
muchos quitan el saludo.
La hipocresía resalta en los monólogos interiores de estos personajes, en sus
confesiones al sacerdote, en los rezos, pero principalmente en sus formas de actuar siguiendo
determinados patrones, alejándose de sus propios deseos. Repiten frases hechas, copian
modas, se rigen por la estética del cine y las revistas, temen a mitos, leyendas y supersticiones
de dudosa procedencia, aspiran a ciertos ideales de perfección y practican un «catolicismo de
conveniencia»10.
Regidos por el paternalismo imperante y movidos por los móviles morales de las
décadas del treinta y del cuarenta, este cúmulo de personajes se maneja con comentarios
malintencionados, sonrisas falsas y elogios de compromiso; hablan para callar, silencian la
verdad que permanece latente bajo sus actos, y repiten en voz alta todas aquellas fórmulas
que la sociedad considera correctas.
Sin expresar una opinión, aunque ésta subyace durante toda la obra, Manuel Puig
conoce a la perfección a estos personajes y los motivos que los movilizan a actuar de
determinadas maneras, porque muchos de estos están basados en personas reales, gente de
su pueblo que conoció durante la infancia. Probablemente el escritor no haya sido solamente
testigo de la forma de vida y de la exposición de las personas en un pueblo chico, en el que los
chismes estaban a la orden el día; escapándose de esa realidad diaria en la que tenía que
vivir, el niño desoía las habladurías y se refugiaba en la magia del cine, única manera de
alejarse de la cruda realidad para una persona especial, sensible y diferente de lo que se
esperaba de los hombrecitos en la Argentina de los años treinta.
No es de extrañar que el autor elija no ejercer juicios de valor ante las circunstancias
que se extienden en la vida de estos personajes, y que evite juzgarlos mediante el uso de
ciertos recursos en los que la voz del narrador es casi inexistente. Por eso ésta, tal vez, sea una
de las principales causas por la que es notable la falta de la tercera persona a lo largo del
escrito. La ausencia de un narrador omnisciente que dé su propio punto de vista es evidente
desde las primeras páginas. «Hablar en tercera persona significaba juzgarlos y esto me
resultaba antipático»11, fueron las palabras que usó el propio Puig para explicar su aversión a
la tercera persona y al autoritarismo que ésta produce, y del que él pretendía escapar.
Debido a este motivo podemos apreciar que en la mayoría de las entregas, el escritor
echa mano a diferentes géneros (no solo literarios), para contar esta historia. Es quizás el
principal de estos el género epistolar. Son las primeras cartas las que dan inicio a la acción.
Éstas, escritas por Nené para la madre de Juan Carlos, marcan también el eje temporal y
espacial a partir del cual se narran los hechos: desde mayo a septiembre de 1947, en la ciudad
de Buenos Aires. Desde este año, la narración de la protagonista permite que se rememoren
ciertos acontecimientos que tuvieron lugar en Coronel Vallejos (moviéndose así también el
eje espacial) desde septiembre de 1935, picnic de la primavera en que Juan Carlos y Mabel
tienen su primer acercamiento, pasando por la primavera de 1936, en la que comienza el
romance de los protagonistas.
El género epistolar nos permite conocer la voz de los personajes. A partir de sus
palabras podemos distinguir sus ideas, sus formas de pensar, sus maneras de ver el mundo,
pero también podemos enterarnos que muchas veces lo que escriben no es la verdad, no es lo
que piensan, no es lo que sucede en la realidad. Esto se produce debido a la astuta
combinación de las misivas con segmentos narrativos en los que se explica lo que el emisor
hace luego de terminar de confeccionar la carta. Estos fragmentos están redactados en
tiempo presente y en tercera persona. Su voz es casi la de un testigo que enumera y describe
los actos del personaje. Son a partir de estos donde la hipocresía y las “apariencias” quedan al
descubierto.
Así nos enteramos de que Nené escucha en la radio el programa “Tango versus bolero”,
a partir del cual se nos da un adelanto de la historia que narrará la novela, realizando un
paralelismo entre las dos canciones y lo que realmente sucedió entre los protagonistas. La
cultura de masas se comienza a mezclar con la vida de estos personajes. En la segunda
entrega apreciamos los sentimientos de esta mujer con respecto a su vida actual, pero en
seguida conocemos el destino de esa carta que terminará rota. Una nueva carta, donde
contradice lo dicho con anterioridad, será la que finalmente envíe a la madre de Juan Carlos.
En la quinta entrega se nos presenta una carta escrita por el médico de cabecera del
protagonista masculino, cuyo destinatario es el especialista que dirige el centro médico de
Cosquín. Si bien la carta es más formal que las demás, el médico cae en ciertas indiscreciones
al hablar de un anónimo enviado por una señorita (que se presupone que es Mabel), que ha
recibido con anterioridad y en el que se le informaba de la conducta irresponsable del
enfermo.
A partir de las cartas de Juan Carlos, enviadas a su novia de julio a septiembre de 1937,
mientras dura su permanencia en la citada provincia, podemos notar la manera de hablar y
pensar que tiene este joven, y apreciamos las mentiras que escribe, en especial cuando el
narrador nos informe de la juventud de las enfermeras que atienden en la clínica, a las que el
muchacho en la misiva se había referido como contemporáneas de Sarmiento.
Las cartas de Juan Carlos serán editadas cuando las lleve a una habitación para que
otro paciente las corrija antes de ser enviadas. Las cartas que llegan al lector son las
originales de puño y letra del muchacho, y en éstas se pueden apreciar una gran cantidad de
faltas de ortografía.
Hay otros dos ejemplos de este recurso en la novena y en la onceava entrega: son cartas
de Nené a Mabel, y de Juan Carlos a la Viuda, con fechas de 1938 y 1939, respectivamente.
Pero el género epistolar vuelve a ser utilizado por Puig en la entrega quince. No son las cartas
en sí mismas las que revelan la verdad, sino los párrafos narrativos que dan cuenta de lo que
sucede: es Celina la que ha recibido todas las cartas de Nené y la que responde haciéndose
pasar por su madre.
Manuel Puig abre Boquitas Pintadas con la nota de una revista, impresa en una
publicación llamada “Nuestra Vecindad”, de aparición mensual en la localidad de Coronel
Vallejos. En ésta se da cuenta de la muerte de Juan Carlos Etchepare. El género periodístico
vuelve aparecer en la misma entrega: se trata de un recorte de la misma revista, aparecido en
1936, en ocasión del baile de primavera, cuando Nené fue nombrada “reina”. En esta nota se
describe el acontecimiento y es observable el manejo del vocabulario periodístico de aquella
época para una revista zonal, en la que se dan detalles de las canciones bailadas y de los trajes
utilizados por la concurrencia.
En la cuarta y quinta entrega hace su aparición el narrador más fuerte que utiliza Puig a
la hora de escribir: una tercera persona que detalla en pretérito perfecto simple los
acontecimientos del día 23 de abril de 1973, desde la mañana hasta la noche. Cada uno de
estos fragmentos está centrado en uno de los cinco personajes principales: la pareja
romántica, en el que sería el capítulo cuatro; y Mabel, Pancho y la Raba, en el siguiente. Es
aquí donde las historias de estas personas comienzan a entrecruzarse.
En estas narraciones no solo aparecen situaciones, hechos y acciones, también algunos
pensamientos encadenados y diálogos referidos. Las horas exactas aparecen marcadas, lo que
permite hacer un paralelismo entre el día de cada uno, y así observamos cómo muchos de
ellos se cruzan en determinados lugares con los otros.
Este interesante recurso vuelve a ser utilizado en la novena entrega, la primera de la
segunda parte, luego de la recapitulación de hechos (típico de los folletines). Esta vez es el día
27 de enero de 1938, y además de narrar los hechos más importantes de esa jornada para los
cinco personajes, se suman dos preguntas: ¿cuáles son sus “mayores deseos” y sus “temores
más grandes”? (p.129-135)
Luego se repite el estilo de narración para los acontecimientos del día 18 de abril de
1947, jornada importante ya que se produce la muerte de Juan Carlos. Lo mismo sucederá
cuando fallezca Nené, el 15 de septiembre de 1968.
Otros dos tipos de narraciones tienen lugar en esta obra: la entrega número trece está
marcada por el pretérito perfecto simple y un foco omnisciente. Es este el narrador más
convencional que utiliza el autor ya que, además del narrador en tercera persona, que
acompaña a Mabel hasta el departamento de Nené en Buenos Aires, se introducen los
diálogos entre las dos amigas, en los que se entremezclan la voz de un locutor de radio y las
voces de los actores que interpretan a sus personajes en una radionovela.
Del mismo estilo es la narración que cierra Boquitas pintadas, cuando conocemos el
accionar del marido de Nené, sus pensamientos, deseos y recuerdos, además de su intención
de abrir las cartas, aunque finalmente no cede a la tentación y cumple el pedido de la esposa
en su lecho de muerte.
De suma originalidad resultan dos nuevos recursos en los que Puig permite hablar con
total soltura a sus personajes: son monólogos, pero no interiores. Está claro que estos son
partes de diálogos, aunque las voces de los interlocutores están silenciadas y solo se pueden
reponer por espacios en blanco que el autor ha dejado entre las oraciones. Las palabras de
una gitana, que tira las cartas a Juan Carlos, fluyen en la sexta entrega. A partir de sus
visiones es fácil reconstruir lo que es la vida del joven y cómo será su destino.
En la decimocuarta entrega, es Mabel la que se confiesa ante un cura, y también ante
los lectores que se enteran, en ese mismo momento, cómo se dieron exactamente los hechos
luego de la muerte de Pancho a manos de la Raba. Y aunque por sus expresiones está claro
que al sacerdote que la confiesa le cuesta entender la historia, el lector podrá claramente unir
los cabos sueltos al saber que por primera vez Mabel no está mintiendo en lo que expresa.
Símil monólogos interiores son la acumulación de objetos, que están a la vista, y de
pensamientos que tienen Pancho y la Raba en la sexta entrega, cuando se hace una
descripción detallada de las romerías a las que asisten. Esta descripción se asemeja a un
punteo en el que se informa sobre las piezas que se bailaron, las bebidas que consumieron,
las horas de apertura y cierre, además de otros detalles que culminan con el encuentro íntimo
entre estos dos personajes.
Otro monólogo interior es el de Juan Carlos al finalizar la primera parte de la novela. El
joven regresa a Coronel Vallejos y aparece una enumeración de los elementos que observa a
su paso. Una sucesión de lo que perciben sus ojos y de pensamientos atropellados que le dan
un ritmo vertiginoso al relato, intentando reproducir lo que suele suceder cuando una
persona viaja en micro y se pierde en su mente al mirar a través de la ventanilla.
Puig recurre también al mundo onírico para marcar dos cambios internos en los
protagonistas. En la octava entrega Juan Carlos duerme la siesta en Cosquín y, quizás
afectado por las palabras de otro paciente, que intenta hacerlo recapacitar sobre sus
intenciones de casarse con Nené estando enfermo, tiene un sueño más cercano a una
pesadilla, en la que una serie de imágenes muestran sus miedos.
Lo que le sucede a Nené en la decimoquinta entrega parece ser una mezcla de lo
anterior, mientras viaja por las rutas de Córdoba con sus hijos, y observa el camino, los
carteles y los elementos que quedan a su paso. Las publicidades de la ruta se relacionan con
sus pensamientos y deseos. La protagonista, adormilada, sueña con un rencuentro con Juan
Carlos, cuando ella también esté muerta y llegue la Resurrección. Nené piensa que así su
alma podrá permanecer eternamente con la de Juan Carlos, como no lo pudieron lograr en
vida.
Como expresa Bella Jozef en su artículo “Manuel Puig: las máscaras y los mitos en la
noche tropical” 12, el escritor «eleva lo coloquial a categoría literaria y lo carga de densidad,
buscando vencer el prejuicio que distingue entre lengua literaria y oral», por eso en
Boquitas pintadas no podían faltar los diálogos textuales, sin recurrir a acotaciones, para
presentar las voces de sus personajes.
Las conversaciones telefónicas entre la Raba y Nené tienen lugar en la décima entrega.
La protagonista ya está casada y viviendo en Buenos Aires; la Raba también trabaja en la
ciudad y ella es la única conexión de Nené y de los lectores con ese presente de Coronel
Vallejos. Nuevamente aquí, al igual que lo que sucedía en el caso de las cartas, vuelven a
aparecer los fragmentos narrativos, que constatan la apariencia que intenta sostener Nené
cuando habla con la Raba, además de dejar en claro que miente sobre muchas cosas que dice.
Otros géneros no literarios aparecen en la obra y estos sirven como vehículo para
suministrar cierta información de manera rápida, concisa y original.
Antes de que finalice “Boquitas pintadas de rojo carmesí”, un parte clínico expedido por
el Hospital Regional de Coronel Vallejos nos permite enterarnos del embarazo de la Raba.
Seguido a este informe, un documento policial sirve para conocer cuál será el destino de
Pancho cuando llegue a La Plata para convertirse en policía. De la misma forma, mediante un
texto jurídico, en este caso una orden administrativa, el autor nos deja enterarnos de la
demanda que inició el joven estanciero inglés contra el padre de Mabel, por la venta de
ganado enfermo.
Otros textos administrativos narran con vocabulario técnico, específico de la jerga
policial, a través de los extractos de un acta, lo sucedido con respecto al asesinato de Pancho,
haciendo referencia a las declaraciones posteriores de Mabel y de la Raba.
Para finalizar, Puig recurre a un aviso fúnebre para comunicar la muerte del personaje
principal, en el que se dan los datos primordiales que suelen aparecer en los obituarios de los
periódicos. Así, una vez más, vuelve a insertar un texto ajeno al género literario para hacerlo
funcionar como vehículo de información para el lector.
Como se pudo observar a lo largo de este trabajo, cada recurso utilizado cumple con un
fin determinado dentro de los engranajes de esta historia. «A mí me gusta jugar con la forma,
pero siempre que me ayude a desentrañar un contenido, un misterio. Jamás el ejercicio por el
ejercicio mismo…»13, declaraba Manuel Puig en una entrevista, consciente de sus maniobras
para contar los hechos de otra manera, para dejarlos fluir por sus páginas, fiel a sus creencias
y a un estilo particular que lo convirtió en uno de los más reconocidos y originales escritores
de la literatura nacional.
Bibliografía electrónica
Gillio, María Esther. Entrevista: “Yo escribía rememorando películas” [en línea]
Disponible en:
http://sololiteratura.com/puig/puigentradiez.htm
Josef, Bella. Manuel Puig: las máscaras y los mitos en la noche tropical [en línea]
Disponible en:
http://sololiteratura.com/puig/puiglasmascaras.htm