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LOS SAMURAIS Historia y leyenda de una casta guerrera n JONATHAN CLEMENTS CHITIKA Primera edicién en tapa dura: septiembre de 2010 Primera edicién en ristica: mayo de 2013 Los samurtis Jonathan Clements No se permite la reproducci6n total o parcial de este libro, ni su incorporacién a un sistema informatico, ni su transmisiGn en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrénico, mecanico, por fotocopia, por grabacién u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infraccién de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Gédigo Penal) Dirijase a CEDRO (Centro Espafol de Derechos Reprogrificos) si necesita reproducir algiin fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO través de la web www.conlicencia.com 0 por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04.47 ‘Titulo original: A Brief History of the Samurai © 2010, Muramasa Industries Led. Jonathan Clements tiene el derecho a ser identificado como el autor de esta obra de acuerdo con la ley de Copyright, Disefos y Patentes de 1988. Fotocomposicién: Victor Igual © de la waduccion, Cecilia Belza y Gonzalo Garcia, 2010 © Editorial Planeta $. A., 2010 Ay, Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (Espafia) Critica es un sello editorial de Editorial Planeta, S. editorial@ed-critica.es www.ed-critica.es www.espacioculturalyacademico.com ISBN: 978-84-9892-565-4 Depésito legal: B. 7653 - 2013 2013. Impreso y encuadernado en Espaiia por Book Print Agradecimientos Quiero mostrar mi agradecimiento a mi editor Leo Hollis y a to- das las personas que trabajan en Constable & Robinson; a mi agente Chelsey Fox, de Fox & Howard; a Sharon Gosling, Adam Newell, Ellis Tinios, Alex y Reiko McLaren, Jaqueline Mitchell, ‘Tamamuro Motoko, Stephen Turnbull y el equipo de la biblio- teca de la London School of Oriental and African Studies. Y, como siempre, a mi esposa Kati, que celebré la conclusién de este libro luchando durante cuatro dias en un templo de la isla de Shikoku: «preparada para enfrentarse a un dios 0 al diablo, valfa por mil guerreros» (Heike Monogatari, IX, 4). Principales clanes en el siglo XVI. Mar de Japon Batallas principales en la época medievaly a principios de la Edad Moderna. SUIKO 33." S908 KOTOKU 36. KOGYOKU 35" JOME! 34.° 1648-654 Petriamentsempsas Simei 20681 fat2ats (685-601 emmy 40: 470,41 GEMMEL 43 KOBUN 39. Macey Tans” ipmeie Oteeol KONIN 49° hea — kanmu PRINCIPE KUSAKABE 781-806 it tb MOMMU 42." EMPERATRIZ GENSHO 44 a nee ere POSTERIORES MINAMOTO stom 45.° TTS “mperadores de Japén en los siglos XVLy XVM. 13 (EMPERADOR KAMMU) 737-906 | VARIAS GENERACIONES | YORIYOSHI 988-1075 | —— YOSHITSUNA YOSHIIE 61K 1036-1106 YOSHICHIKA LOS ‘TAMEYOSHI 1096-1156 1 YOSHITOMO (HO) YOSHIIE 1123-1160 1039-1106 WADA TOSHIMOR! — TOMOE GOZEN — KISO YOSHINAKA, 11 Q UISHIS YOSHITSUNE 159189 MASAKO HOJO ___ YORITOMO. 1156-1225 r YORIE 204 1147-1199 SANETOMO 1192-1219 Los Minamoto. 14 SHIRAKAWA 72.° 1053-1087 UNA GENERACION TOBA 74. e107 GO-SHIRAKAWA 77.° SUTOKU 7 KONOE 76.° 13s e112s1ta2 eM | TAIRA NO KIYOMORI HO HIS-TI8E ————__——_, | NWO 78." PRINCIPE MOCHIHITO —TAKAKURA 80." TOKUKO 1096-1156 151-1180 TSi-t80 HS5-1213, 1138-1158 f. HG-1180 ROKUJO 79." ANTOKU 31.° THO6LI176 TITS-LI85 11168-1168 jiisiiss GO-TOBA82.° 1080-1239 fF TIS-1098 TSUCHIMIKADO 83.° 119461281 11981210 Emperadores japoneses en el siglo X11. 15 YORIFUSA MITSUKUNI ‘allito Komon» 1628-1701 4: IESTSUNA 16H1-1680 1651-1680 14: IEMOCHI 1846-1866 1 1858-1866 15: HITOTSUBASHI KEIKI Conocido ccmo Yoshinobu 1837-1913 1867-1868 sdtime shogin» 1: IEAYASU. 1545-1616 1. 1603-1616 IDETADA 79-1632. 1. 1605-1623 i 3: IEMITSU ond 1651 1625-1051 + ‘TSUNASHIGE sefior de Kofu 1 ENOBU 1662-1712 1ETSUGU 1709-1716 fe ITSIT16 a YORINOBU 1602-1671 1 5: TSUNAYOSHI ‘sshogin perio» 1646-1709, 11680-1709 MITSUSADA 1627-1701 | 8: YOSHIMUNE 1684-1751 1716-1745 «shogin del arox» 9: IESHIGE 10: IESHARU 1737-1786 1. 1360-1780 1 IENARI i718 1 TIST-IS7 12: IEYOSHI 1783-1883 1 ISS7=1853 1 EASADA s1-185H El shogunato Tokugawa, 16 Introduccién Los samurdis fueron la casta guerrera del Japon medieval, una clase de poderosos soldados montados que ascendieron al poder como servidores de los sefiores feudales y como brazo militar de la corte imperial, pero luego establecieron un nuevo orden na- cional. Al igual que los vikingos escandinavos, empezaron siendo hombres sin nada que perder, que conquistaban tierras a golpe de espada. Al igual que los cruzados europeos, también expor- taron sus habilidades marciales en numerosas expediciones en el extranjero. Pero en contra de una idea falsa muy extendida en la actualidad, los samurdis no son una creacién exclusivamente «japonesa». A lo largo de toda la historia de Jap6n, China y su reino vasallo de Corea acttian como poderosas influencias de las que apenas se hace mencién. Se las presentaba de formas diver- sas: como amenaza a la que combatir, como fuente de cultura y tradicién, como lugar de aristécratas refugiados y riqueza, como espacio de comercio. Fue el emperador «chino» —o, mejor di- cho, el conquistador mongol de China, Kublai Khan— quien sin percatarse de ello unié a los samurdis en su mejor momento: la animosa defensa de Japén en el siglo xt. Fue, a la inversa, la perspectiva de conquistar China la que Ilevé a los samurdis a comenzar su desventurada invasién de Corea a finales del si- glo xvi. Pero un milenio antes, los primeros samurdis también surgicron como reacci6n a un sistema militar importado de Chi- na, que se desmoron6 al aplicarse en terreno japonés. Buena parte de su imagen se origin6 en las guerras fronterizas en lo que ahora se considera territorio japonés, pero que entonces era clara- 17 mente extranjero. No obstante, pese a los contactos periddicos con otros paises, que han servido para definir una vez tras otra su propia imagen, la mayor parte de las batallas protagonizadas por los samurdis a lo largo de sus 700 afios de vida las libraron entre ellos mismos. Ensalzados ante los lectores modernos como la quintaesencia del alma de Jap6n, la aparici6n de la propia moder- nidad trajo consigo el derrumbe de su sistema. La palabra semurdi do». Los primeros usos del término aparecen ligados a la cate- gorfa inferior de los servidores civiles en el Jap6n arcaico: una casta guerrera que tuvo sus origenes en la chusma violenta de principios de la Edad Media, antes de que la clase guerrera em- pezase a ser mejor vista, a obtener dominios feudales propios y, con ellos, cl ansia de una cultura mas elevada. A medida que un guerrero victorioso iba acumulando botines y riqueza, los ele- mentos ornamentales de estos militares eran cada vez mas os- ignifica, literalmente, «servidor» 0 «cria~ tentosos. Lo mismo sucedfa en su batalla personal con la natu- raleza de la propia lealtad. A lo largo de la historia de los samuriis, la cuesti6n de la lealtad es una constante que se repite sin cesar. Lealtad a guién: ja este aspirante al trono o a aquel otro; a este oa aquel otro general? Lealtad a gué a lainstitucién imperial, a sus representantes castrenses, al statu guo o incluso a la propia /dea de un nuevo orden, si llegaban a derrocar el orden vigente? Un cédigo de valores que primaba cl arrojo y la constancia suicidas cre6 un culto casi religioso a la batalla en sf misma, con los samurdis como actores jactanciosos en letales demostraciones de valor. Las primeras batallas samurdis —al menos, segtin lo cuentan las fuentes preservadas— posefan un cardcter ritual y teatral: los paladines avanzaban sobre su cabalgadura para anun- ciar en alta voz sus nombres y su linaje; era importante hacer re- cuento de las presas y dejar constancia de la propia actuacién. Era frecuente que los samurdis portasen banderas y estandartes personales para dejar claro quién iba cortando cabezas en el cam- po de batalla; muchos Ilevaban una armadura distintiva, muy or- 18 namentada, con adornos deliberadamente Iamativos cn el ycl- mo, tales como cuernos de demonio, una media luna 0 la cabeza de un diablo. En periados posteriores de su historia, algunos vie- jos guerreros lamentaron el anonimato de los masificados campos de batalla modernos, asf como el antiestético y deshonroso igua- litarismo que permitfz y abrir fuego tras recibir un adiestramiento de tan solo unos po- a los mosqueteros no cualificados apuntar cos dias, en lugar de haber dedicado la vida entera a aprender el manejo del arco y la espada. Se suponfa que el samurai era un soldado perfecto, respetuo- so de un cédigo marcial draconiano que mucho tiempo después quedarfa recogido como Bushido: el «camino del guerrero». Se va- loraban, por encima de la vida misma, el honor, la valentia y la destreza en el campo de batalla. Uno de los samurdis més famo- sos fue Kusunoki Masashige;* hoy atin podemos contemplar una estatua de su figura a caballo situada en un lugar destacado, en el exterior del Palacio Imperial de Tokio. Tras recibir érdenes de entrar en combate en una batalla que sabia que no podia ganar, se lanz6 igualmente a la carga y murié gritando que ojali dispu- siera de siete vidas para entregarselas a su pafs, Mas tarde se con- virtié en simbolo no oficial de los pilotos kamikazes durante la segunda guerra mundial. Entre los rasgos mas llamativos de un samurai, destaca que se esperaba de él que escogiera la muerte antes que la deshonra. Para demostrar que no conocfan el miedo, los suicidios samurdis seguian la practica del seppuku, que consistia en rajarse el vientre y desentrafiarse (el acto mas conocido con el nombre vulgar de haraquiri). Se consideraba la forma de morir mas insoportable y desagradable conocida por el hombre y, por eso mismo, era un tipo de tortura voluntaria Hevada a cabo por el samurai decidido a demostrar la pureza de sus objetivos. * Bl autor adopta en este libro la costumbre japonesa de escribir primero el apellido y posteriormente el nombre propio, de modo que el nombre de familia es «Kusunoki», no «Masashige», (N. de dos t) 19 Con el paso del ticmpo, ciertos samurdis terminaron domi- nando a los emperadores a los que se suponfa que servian. Mu- chos se valdrian de un antiguo grado militar como justificacién, afirmando que el emperador los habia nombrado shogunes: un. general supremo con 6rdenes de apaciguar los disturbios y, en particular, proteger Japén frente a |: Des- de la Edad Media hasta finales del siglo x1x, Japén estuvo bajo el incursiones barbaras control efectivo de la clase samuri eran mis que la simple ratificacin de las decisiones tomadas por el caudillo dominante. Los samurdis continuaron luchando entre ellos y, a menudo, afirmaban ser leales a un emperador que habia recibido los consejos erréneos de sus sirvientes mas prdximos. Esta actitud convirtié a los emperadores en peones de los jefes militares que tenian un acceso mas directo a ellos. En el siglo xvi se dio fin a una serie de guerras civiles, tras lo cual varios destacados generales samuriis se hicieron con el con- y los decretos imperiales no trol del pais en nombre del emperador. Los vencedores tiltimos y mis duraderos fueron la familia Tokugawa, que ocuparia el sho- gunato durante los 250 afios siguientes. La mera magnitud y el simple alcance del mundo samurai ha- cen que sea imposible abarcarlo por entero. Cada pueblo tiene su héroe local; cada prefectura tiene sus excursiones escolares a cam- pos de batalla que el consejo escolar considera importantes. La historia de los samurdis tiene puntos culminantes innegables, con lideres que, de algtin modo, se hicicron merecedores de un nom- bre propio, tinico y poderoso, en los relatos populares: Yoshitsune, Nobunaga, Hideyoshi, leyasu. Ante el historiador, no obstante, se presenta la inevitable necesidad de ser conciso y dejar de lado al- gunos momentos, periodos 0 personajes, por mor de la claridad. Existen libros sobre los samuréis que reducen toda mencién a los siete afios de la campaiia de Corea a una mera nota a pie de pagina, libros que fijan su inicio mucho después de la guerra de los Trein- tay ocho Afios, o que se terminan siglos antes de la Restauracién Meiji. Incluso el fin exacto de la era samurai puede ser objeto de debate. Se podria aducir que la tiltima batalla librada por estos 20 gucrreros fue la de 1638, cuando un pufiado de vetcranos (muchos de ellos, cristianos) lideré una malhadada revuelta en el sur del pais, contra el tercer shogtin Tokugawa. La rebelién fue sofocada despiadadamente y los hombres y sus familias fueron masacrados para enviar un mensaje claro al resto de Japén. En palabras del propio shogtin: «No habra mas guerras». Jap6n qued6 oficialmen- te cerrado a los extranjeros; se sellé la entrada a la omnipresente influencia del cristianismo y los extranjeros en general. glos posteriores, Japon fue un estado poli- cial préspero, pero aterrador: los samurdis constitufan el 10 por 100 del total de la poblacién y se mantuvieron en ese nivel gra- cias a unas estrictas reglas suntuarias. Las clases bajas tenian di cultades para sostener a una élite guerrera sin mds batallas que librar y los propios samurdis decayeron y pasaron a desarrollar funciones de burocracia, o bien de bandolerismo, y en ocasiones Durante los do: quedaron en la pobri va. Algunos perdicron la vida en venganz: desatadas a raiz de las leyes —cada vez mas intrincadas— de la propiedad y la conducta. Otros, habiendo perdido su medio de vida tras la muerte o deshonra de su sefior, quedaban huérfanos de amo y se convertfan en matones itinerantes (ramin) 0 se esca- bullfan fuera del pafs para luchar en guerras del extranjero. Algu- nos incluso dieron un paso que hubiera sido impensable en épo- ca de sus predecesores: renunciara su condicién de samurais para convertirse en comerciantes 0 campesinos. La mayoria de las historias que conocemos de estos guerreros provienen de esta €poca. Incluso narraciones de batallas y gestas antiguas se fijaron por escrito en sus formas modernas durante la era de la decadencia, de la mano de escritores que intentaban recrear 0 recordar los dias gloriosos, 0 bien de autores teatrales obligados a contar viejas historias con las que enmascarar noticias prohibidas sobre los eventos contempordneos. Nuestro conoci- miento de los samurdis se ve, cn muchas ocasiones, refractado por estas exigencias, sufre de anacronismos o Hegamos a él me- diante unas lentes de color de rosa, las de los libros, las impresio- nes xilograficas y las obras teatrales. 21 ‘Tampoco se trata de una cuestién que afecte exclusivamente ala era moderna. La gran época de las gunkimono 0 crénicas mili- tares fue el siglo xv, que distaba ya cien afios de los sucesos que relataba. La gran era de las historias sobre la sangrienta unifica- cién del pafs fue el siglo xvi; de nuevo, al menos un siglo des- pués de los hechos. Debemos contemplar tales fuentes con el mismo recelo que aplicarfamos a una saga vikinga; debemos pre- guntarnos quiénes las escribicron, a quién iban destinadas, qué se perdié y qué se afiadié antes de que estas narraciones queda- sen fijadas para la posteridad. El anacronismo supone una parte fascinante en la experien- cia samurai. Durante mas de doscientos aiios, los japoneses en- traron en un bucle temporal consensuado y regresaron al mundo de los burgos, los espadachines y los arqueros, renunciando a las armas de fuego y preservando la artillerfa en los niveles tecnol6- gicos del siglo xvi. Mientras en todas partes se habia iniciado ya la reyolucién industrial, Jap6n segufa curiosamente preocupado por las cuestiones de la élite guerrera que lo habia unificado. Tras varios siglos de conflictos, podria decirse que la victoria aleanza- da con tanto esfuerzo por los samurdis fue tan sangrienta, brutal y generalizada, que quedaron aturdidos, sin preparacién para la propia paz. Son muchos los problemas que se presentan ante el escritor (y el lector) de una historia general de los samurdis. En ocasiones parece que todas y cada una de las peque colina estén vinculadas a un gran guerrero oa un famoso incidente. El historiador que ha de mostrarse breve se ve obligado a menu- do a tomar decisiones desgarradoras con respecto a algunas anéc- dotas, testimonios y descripciones que no podria incluir en su re- lato. También es dificil aleanzar el equilibrio entre la precisién y la complejidad. Se recomienda a los estudiosos que eviten enér- gicamente cualquier paralclo con las institucioncs o los periodos temporales de Occidente; aunque términos como caballero, barén 0 conde podrian parecer instructivos y evocadores, para muchos autores lo son demasiado ¢ imponen por la fuerza los ideales eu- s aldeas de cualquier 22 ropeos cn un sistema extranjero. Si llevamos demasiado lejos to- dos estos consejos, sin embargo, el estudio de la historia japonesa se perderd en una prosa ilegible, plagada de conceptos intraduci- bles como daimyd, sankin kétai, katana, junshi 0 giri. Todos estos conceptos son necesarios para comprender los textos mas impe- netrables, pero yo he hecho un uso moderado de ellos a lo largo de este libro. En consecuencia, muchos solamente aparecen una yezencl indice, en la pagina en que los menciono por primera vez, junto con la traduccién que usaré en adelante; pese a lo que mu- chos autores puedan sugerir, pocos términos son plena y verda- deramente intraducibles. Espero que esto ayude a mantener una claridad minima para el lector medio y, al mismo tiempo, conser- ve cierta utilidad para el especialista o el investigador que desea profundizar en otras fuentes. Otro problema mucho mayor se nos ofrece con la traduccién, de la historia japonesa para un lector medio, porque el sistema de escritura japonés permite multiples lecturas. Esta lengua se es- cribe usando una combinaciGén de caracteres chinos y caracteres fonéticos locales. Cada cardcter cuenta con una pronunciacién ja- ponesa local y una lectura china mas refinada, cuando no son va- rias. A menudo, el significado de una palabra resulta mds obvio a primera vista que sila pronunciamos exactamente como se debe- ria (es una cuestién que ha contribuido a que los japoneses mo- dernos insistan sobremanera en el uso de las tarjetas de visita). Para un lector japonés, no cabe la menor duda de que el titulo Gikeiki puede leerse también como Grénica de Yoshitsune, que el libro conocido como Shinchd Koki trata, obviamente, sobre Oda Nobunaga, 0 que el conflicto denominado Genpei (0 Gempei) se refiere a una guerra entre las casas Minamoto y Taira. Es frecuen- te que quien no esta familiarizado con los caracteres y sus miilti- ples lecturas acabe creyendo que en Japén todo posee dos nom- bres. He hecho cuanto he podido para dejar todas estas cuestiones al margen del cexto e incluirlas en las notas, donde no interfieren en la lectura. En los casos en que un titulo japonés no resulta de- masiado extrafio en las fuentes de lengua inglesa (como Hagaku- 23 re, Hakkenden 0 Ghishingura), he dejado cl término en japonés y he afiadido su traduccién. Muchos historiadores se ven tentados a relatar la historia de Jap6n como si se tratara de algo herméticamente aislado del resto del mundo. Aunque este es el modo en que la mayorifa de los ja- poneses quiere verse, Jap6n no deja de ser una parte integrante del noreste asidtico. Sus tratos comerciales, la piraterfa y los in- tercambios culturales con el continente, asf como las guerras li- bradas contra sus pueblos, han resultado ser influencias cruciales en el desarrollo de una tradicién marcial que los propios japone- ses gustan de considerar como algo tinico. En consecuencia, en muchas ocasiones a lo largo del presente libro centraré la aten- cién en los contactos extranjeros, y lo haré con toda conciencia. Mi propio interés se centra muchas veces en las regiones fronte- allf donde la familia Matsumae Ilevé la civilizacién a los riz: «barbaros» de Ezo, donde el clan S6 mantuvo una vigilancia cons- tante sobre las naves hostiles en aguas de Tsushima, y donde los navegantes de Satsuma persiguieron una secreta soberania sobre las islas Rykyi. Debemos recordar que la autoridad Ultima de la era samurai, el propio shogtin, era el «general supremo y somete- dor de los barbaros», un jefe militar cuyo cometido era defender la cultura japonesa de la rapacidad e influencia de los inoportu- nos extranjeros. Si comprendemos el impacto de estos contactos extranjeros, podremos entender las draconianas reacciones de Jap6n en contra de ellos. Es de primordial importancia entre es- tas, por supuesto, el confinamiento del pais a lo largo de dos si- glos del shogunato ‘l’okugawa, cuando se erradicé despiadada- mente la tiltima de las grandes importaciones premodernas: el cristianismo. En la historia japonesa suele ser bastante dificil precisar con exactitud quién esté al mando en cada momento. Para el milenio del que se ocupa este libro, se ha acordado de forma universal que la autoridad tltima residié en los emperadores. Aun asf, an- tes incluso de que el periodo samurai se afianzase, muchos em- peradores eran ya simples marionetas en manos de sus regentes, 24 tal como sucedié, por ejemplo, con los poderosos micmbros de las familias Soga y Fujiwara. Desde 1192 a 1333, los emperadores se vieron obligados a delegar su autoridad en el shogunato Ka- makura: nueve generaciones de generales supremos, investidos de autoridad absoluta y, en gran medida, hereditaria. A su vez, cada uno de los shogunes Kamakura delegaba su autoridad en un shi) do siempre a partir de la familia de la poderosa esposa del prime- tema de poder distribuido ‘hen © regente del shogtin, un poder en la oscuridad, estableci- ro de los shogunes. Con semejante s en capas, al modo de las cebollas, emo podria determinarse quién estaba al mando de todo? En el periodo Muromachi, que se desarrollé a continuacién, se constatan maquinaciones parecidas en las que los shogunes de la nueva familia principal —los Ashikaga— pronto se halla- ron enredados en candidaturas opuestas al trono imperial, asf como en las intromisiones de un emperador «retirado», del que se podria decir de todo, salvo que estuviera verdaderamente re- tirado. El periodo Muromachi termin6 de forma violenta con las guerras de unificacién de finales del siglo xvi, y la tiltima saga de shogunes —la familia Tokugawa— se convirtié en gobernante de facto en Japon a lo largo del periodo comprendido entre 1603 y 1867. La posicién del shogtin Tokugawa, y la de sus servidores samurdis, fue a su vez mortalmente socavada por el regreso en masa de extranjeros, sobre todo los famosos «buques negros» de los Estados Unidos, que obligaron a Japén a reabrir sus fronteras a los visitantes extranjeros en un triunfo de la diplomacia de las cafoneras. Habiendo fallado en su misién primordial, la de «exterminar alos barbaros», el shogtin no duré mucho mas. Fue derrocado en el curso de la Restauracién Meiji, que empez6 como una compe- ticién entre élites samurdis rivales pero terminé restaurando al cmpcrador en su papel nominal como jefe del Estado. Los samu- r4is fueron abolidos oficialmente al poco tiempo y los tltimos que quedaban ingresaron en el ejército moderno o se perdieron entre la poblaci6n general. 25 Aunque este es un relato histdrico, basado en los hechos, las obras de ficcién protagonizadas por los samurdis interpretan un papel importante en la forma en que los entendemos e igualmen- te, con frecuencia, en el modo en que ellos se entendfan a si mis- mos. Algunas autoridades de este campo de estudio, encandila- das por los s en flor y | una imagen roméntica del samurai, en la que han preferido ver solamente los ornamentados equipos y los devaneos poéticos de dirigentes mas acaudalados y los propictarios de los grandes sefiorfos. No obstante, para la mayoria de los samurdis, la vida consistia en un severo régimen de instruccién y servicio militar, acosado por las venganzas y las privaciones. Buena parte de los conflictos de los samurdis tenfan como objeto alcanzar los lujos y el poder de la minorfa privilegiada; en gran medida, nuestra mala interpretacién moderna de los samuri terpretacién deliberadamente falseada que los samuréis tenfan cerezq s ceremonias del té, han ofrecido is hunde sus rafces en la in- de sf mismos, la imposicién de un cédigo de honor y un protocolo cortés mucho después de que las guerras hubieran terminado. El teatro japonés de la era samurai giraba muchas veces en tornoa la yuxtaposicién del deder y la emociéu (giri frente a ninjé), en la que contrastaban los deseos personales con las exigencias draconia- nas de obedecer las érdenes de sus superiores. Los chicos de los pésteres y los supethéroes de épocas pasadas exhiben distintas prioridades en su funcionamiento. En general, la historia la escriben los vencedores; pero la tradicién japonesa ha conservado un poderoso afecto por las narraciones de fracasos tragicos y hombres desamparados; algunos de los samurdis mas famosos de la historia fueron derrotados por el mismo orden so- cial que luego los colocé en un trono elevado. Vale la pena sefia- lar asimismo que muchas de las supuestas virtudes del samurdi no estaban en boga en la Edad Media, sino que fueron divulga- das en sefial de protesta a principios de la cra moderna, a modo de quejas y denuncias de una élite en declive. Los héroes samu- rais siguen apareciendo y desapareciendo en el escenario de las modas: la tiltima batalla de Kusunoki tuvo su momento de gloria, 26 pero también las astutas maquinaciones de Hideyoshi, la clegan- te y malhadada nobleza de Yoshitsune o la inesperada piedad cristiana de Agustin Konishi. En este libro me he ocupado, a pro- pésito, de los casos més notorios, pero también he querido reser- var cierto espacio para unos pocos personajes més oscuros cuyos dias, no cabe duda, volveran a resurgir mas adelante. En la era moderna, la éti conservadurismo y el patriotismo de derechas, a menudo como oposicidn a las politicas de modernizacién. Paradéjicamente, la mayoria de los personajes que mejor evocaron el espfritu samurai a finales del siglo x1x fueron los mismos hombres que habjan sido aplastados y destruidos por el nuevo orden. Aunque luchaban porel emperador, establecieron un nuevo mundo que luego des- manteld sus dominios, les quité las espadas y destruy6 efectiva- mente el valor de todo aquello que habian aprendido. Los tilti- mos partidarios del shogtin se apifiaron por poco tiempo en una a samurai empez6 a asociarse con el repablica samurai autoproclamada en el norte de Japon, antes de que los metieran en vereda por la fuerza. El legendario «tiltimo samurai», Saigo ‘Takamori, fue uno de los vencedores en la Res- tauracién Meiji, que sin embargo se vio desencantado con la di- recci6n del nuevo orden y lideré su propia revolucién, condenada de antemano, en 1877. En adelante, cuanto qued6 del espfritu samurdi pas6 a formar parte del credo de la faccién militar que se hizo con el control de Japén en la década de 1920 y arrastré a la nacién hacia la segunda guerra mundial. En el periodo inmediatamente posterior, las autoridades de la Ocupacién suprimieron las historias marciales por miedo a que alentasen un inoportuno fervor entre los japoneses derrotados. Los nuevos héroes figuraban en historias fechadas con posterio- ridad a la era samurdi: el brutal «honor de los ladrones» de los. gansteres yekuza 0 el taimado espionaje de la clase marginada de los asesinos winja. Pero no es facil desbancar de la historia a una clase guerrera tan tremendamente omnipresente como la de los samurais. Para una importante proporcién de japoneses, los samuriis erav Jap6n. No solo como guerreros, sino también como 27 sposos, como aspiracién para sus hijos, como validacién estatal de los terratenientes acaudalados, como clientes de las geishas, de los taberneros y mecenas de los artistas. Al poco tiempo de partir los censores estadounidenses, las historias de los samurdis se recuperaron con fuerza en las novelas de consumo popular, los c6mics y, como escenario por antono- masia, en los dramas de costumbres, cuando la televi i6n se puso en marcha en Japén. En la era moderna, los samuriis se han con- icas del propio Japon. El jidaigeki (pro- ducciones de ambientacion histérica) sigue siendo un ingredien- te fundamental en los medios de comunicacién japoneses, que presentan a los samurdis en papeles de distinto tipo y condicio- nes variadas, que reflejan el modo en que los japoneses se ven a si mismos y la forma en que este va cambiando. Al comprendera lo también entenderemos una par- te crucial del alma japonesa. Los fantasmas de aquellos antiguos vertido en claves dramé mur guerreros pucden contemplarse por todas partes en el mundo mo- derno: en las relaciones de poder entre jefes y subordinados, en las filas cerradas de «Japan Incorporated», en los enrarecidos nive- les de cortesfa y huida de los conflictos que encontramos en la lengua japonesa. Jap6n, por supuesto, es mds que los samurdis; pero estos han modelado tanto el pafs que es imposible contem- plarlo sin ellos. 28 Capitulo 1 Hombres robustos E/ ascenso de la clase guerrera El archipiélago japonés dibuja la forma de una media luna a lo largo de casi 2.000 kilémetros de océano Pacffico, trazando un arco de suroeste a noreste. El interior de Japén, que en pocos lu- gares supera los 320 kilémetros de ancho, esté cubierto por ele- vadas cumbres boscosas. Situada en la interseccién de cuatro pla- cas tecténicas, en Japén abundan los volcanes y las fuentes termales, tanto como los terremotos y maremotos. El 80 por 100 del territorio japonés est4 recubierto de montafias, si bien la ex- tensién del pafs rivaliza con la de California: apenas un 15 por 100 de sus 377.835 km? son tierras cultivables. Durante la era samurai, cuando los agricultores todavia estaban limpiando bos- ques y secando marismas, la superficie arable era atin menor. En época moderna, Jap6n esta integrado por las islas de Kyiishi, Honshi, Shikoku y Hokkaido, pero esta Ultima, la més septentrional, es una adicién relativamente reciente, que perma- necié virgen hasta la tiltima época del periodo samurai. Durante buena parte de su historia, fueron las otras tres islas las que cons- tituyeron la patria de estos guerreros y de sus stibditos. En Japon es raro que uno se encuentre a mas de 160 kil6me- tros del mar. Entre las tres islas principales existe un canal nave- gable, muy resguardado: el mar Interior de Seto, que constituy6 la primera gran ruta comercial. Los marineros que realizaban la 29 pcligrosa travesia desde Corea debian mantenerse pegados a la costa de Kydshi antes de penetrar en el mar Interior por el an- gosto estrecho de Shimonoseki. A partir de ahi, al abrigo ya de las terribles tormentas que podjan asolarlos a mar abierto, seguian navegandoa lo largo de toda la costa interior de Honshi y Shikoku. El centro de la civilizacién japonesa, en la €poca presamurii, se situaba en el extremo oriental de este canal de agua, en la Ilanura de Kansai. Allf se localizaban algunas de las primeras capitales, como Asuka, Nara y Kioto. Donde fuera que estuviese la capital, se esperaba que constituyera el centro de la cultura cortesana, un espacio retinado de poetas y sacerdotes, damas elegantes y sesu- dos estudiosos. Era, a todas luces, el lugar menos indicado para un guerrero, una situaci6n recurrente en la historia japonesa en la que una corte hedonista y refinada contrataba a samuriis para que librasen sus batallas, pero preferfa tenerlos a mano, dentro de la propia capital. Al este de la Hanura de Kansai, las montaiias se alzan de nue- vo y separan el territorio del resto de Japén. Al principio de la era samurai, buena parte de las tierras situadas al noreste de esta mu- ralla montafiosa escapaba a la autoridad de los emperadores. Aquella marafia de bosques y marismas estaba habitada por los emishi, wn pueblo «birbaro» que se comunicaba en otra lengua, distinta al japonés, y que al parecer descendfa de un grupo de colonos asentados antes en Japén: posiblemente, la cultura pre- hist6rica Jomon, cuyos productos cerimicos pueden encontrarse por todo el pais. Leyendo entre Ifneas los textos antiguos, los japoneses Ileva- ban mucho tiempo avanzando hacia la tierra de los emishi. Las cr6nicas chinas de la dinastia Tang describen el norte de Japén como un pais independiente, de «gentes peludas»; dos de aque- llos hombres le fueron presentados al emperador ‘Taizong como parte del séquito de un embajador japonés. Segtin le contaron al emperador, existfan dos clases de emishi: los «pacificos», que ha- bian aceptado la Iegada de los japoneses y se adaptaban a su cul- tura, y los «salvajes», que seguian causando problemas en la fron- 30 tera, que no dejaba de avanzar. Sabemos poco de la lengua emishi, pero sus genes se han conservado en buena parte en la lengua Japonesa moderna. Quedan restos de sus top6nimos en el norte de Jap6n, asi como vestigios de su tecnologia y estilo militar, que constituyeron una parte importante de lo que al final conoceria- mos como samurai El hecho de que parte de las nuevas tierras de las mareas fron- terizas resultaran ser areas Ilanas fue de gran importancia; se tra- taba de una Ilanura que doblaba con creces la superficie de la de Kansai. Kansai («al oeste del muro [montafioso]») habia dado con un rival nuevo: Kant («al este del muro»). Desde aquel momen- to, la historia japonesa se ha caracterizado por la tensién sosteni- da entre ambas Ilanuras. La regién de Kanto atrajo a ambiciosos hombres de la frontera, asf como a exploradores y, transcurridas varias generaciones de trabajos de desforestacién, aquella zona pas llos y resulté ser asimismo la mas adecuada para los arrozales. No deberia sorprendernos, entonces, que la regién de Kanto no tar- dara en producir mas arroz, mas caballos y mas hombres que las otras regiones del oeste, establecidas tiempo atras. Al poco tiem- po, el papel polftico de los hombres de Kanté adquirfa cada vez mas protagonismo dentro de la corte. Al final, serfa esta regién la que dominarfa la politica japonesa; aunque la capital permanecié 6 aser una fuente incomparable de pastos para la eria de caba- en Kansai durante mil afios, la verdadera sede de poder estaba en Kanto. En la década de 1860, esto se reconocié por fin de forma oficial cuando la capital se traslad6 de Kioto a la ciudad de Edo, que solo entonces cambié su nombre por el de ‘Tokio, «la capital oriental». La historia del Jap6n anterior al ascenso de los samuriis es algo confusa. La arqueologfa nos dice que hubo varias oleadas colonizadoras llegadas del continente asidtico, que dejaron mula- dares de conchas marinas cn las playas virgenes y fabricaron las primeras vasijas de ceramica documentadas en el mundo. Desa- rrollaron el cultivo del arroz y se fueron extendiendo despacio por el territorio, desde el suroeste. 31 En las crénicas chinas se hallan referencias ocasionales que nos hablan de islas situadas en el este, consideradas dominio de los inmortales. Supuestamente, el primer emperador de China mand6 una expedicién a ese lugar en busca del elixir de la eterna juventud. La flota de exploradores jams regresé a China, aunque ias tradiciones locales de Japén se emplaza el lugar exacto del desembarco e incluso se habla de dénde habitan hoy sus des- cendientes. Esas narraciones prosaicas de diaspora y dispers no concuerdan, por lo general, con las leyendas de los propios poneses, quienes sostienen que su pais era «la tierra de los dio- ses», creada a partir de las gotitas de agua del mar que saltaron al agitar la punta de una lanza divina, con joyas incrustad: Izanagi e Izanami, el dios y la diosa que alumbraron las islas japonesas, también propiciaron el nacimiento de unas deidades perversas y deformes; cuentan que se debid a la Aybris” de la dio- sa, que tom6 primero la palabra durante la boda. Por mor de las env: apariencias, representaron de nuevo la ceremonia nupcial, pero observando esta vez el rito correctamente para asi dar origen a una mejor estirpe. Es la primera vez —pero en modo alguno la tiltima— que las crénicas japonesas nos hablan del papel crucial que las ceremonias y las apariencias representan en el desarrollo de una vida afortunada Amaterasu, la diosa del Sol, es una de sus muchos v4stagos. Se la consideraba una antepasada de los gobernantes del pais a través de Jimmu, nicto de su bisnicto, cl primer emperador le- gendario. Fue Jimmu, segtin afirman las primeras leyendas japo- nesas preservadas, quien guié asus hermanos hacia Oriente des- de Kyiishi para gobernar todo Japén. Las historias posteriores contienen miiltiples referencias a caudillos locales vencidos por Jimmu y su familia en combate; quiz4 Japén fuera tierra de dio- ses, pero cuando llegaron los antepasados de los emperadores ya habfa sido ocupada. Las primeras victorias de los guerreros «ja- * Desmesura, exceso de orgullo que lleva a incumplir la propiedad espe- rada para determinada condicién, (N. de /os ¢.) poneses» estaban todavia a afios luz de los samurdis armados con espada que describe la tradicién. Una cancién que, segtin se afir- ma, habria sobrevivido desde aquella época es un himno al poder de los palos y las mazas de piedra. Aunque sean muchos hombres los que vengan a quedarse, nosotros, gloriosos hijos de guerreros empuiiando cabezas de mazas, empufiando mazas de piedra, golpearemos hasta aniquilarlos.! Las crénicas chinas mencionan Japén como la tierra de la Gran Paz (Dade, en japonés: Yamato), 0 bien como el Origen del Sol (Riden, en japonés: Nippon); esta ultima forma hace referencia asu emplazamiento geogrdfico, pero es aceptada con fervor por los propios japoneses, como alusién a Amaterasu. Los chinos también contemplaron a los japoneses como barbaros salvajes, controlados en una época por la reina chaménica Himiko, una auténtica reina abeja, servida por un millar de mujeres y un solo hombre que, segtin algunas fuentes, era su hermano. Al morir soltera, la sucedié una joven de trece afios, ;Nos encontramos ante una referencia a un matriarcado japonés olvidado, o se trata quiza del primer indicador de soberanos menores de edad, sim- ples titeres que actuaban como voceros de los que se presenta- ban como sus «servidores»? En cualquier caso, son pocas las veces en que Jap6n aparecia en las crénicas chinas. Solamente con el resurgimiento de un imperio estable, a finales del siglo v1, los chinos empezaron a pensar en enviar nuevas embajadas y establecer mas contactos con los reinos de la periferia. Entonces, como siempre, China se consideraba a si misma como el centro del mundo y el resto de las regiones de la periferia no valfan sino como meros reflejos de su gloria. La dinastia Tang se fund6 en 618, pero Japén, del que sc suponfa que por entonces atin era un estado vasallo, no mandé ninguna embajada hasta pasados doce afios. Los embajadores regresaron elogiando profusamente a la lejana corte ‘Tang y se- fialaron que el emperador Taizong era un militar poderoso, que habfa ganado su imperio por dos veces a punta de espada: una vez, como promotor principal del asalto al poder que protagoni- z6 su padre para arrebatar el trono a la dinastia precedente, la dinastfa Sui; mas adelante, en una refriega fratricida que lo dejé como tinico heredero. Los embajadores japoneses Iegaron cuando habian transcurrido solo cuatro afios desde este tiltimo suceso y no cabe duda de que a la vuelta debieron de informar adecuadamente. En 645, Jap6n obtuvo un gobemante propio que imité la figu- ra del animoso emperador ‘Taizong. El principe coronado —el futuro emperador Tenji— conspiré para matar a uno de los odia- dos asesores imperiales de su madre. Cuando se demostré que los otros cuatro conjurados carecian de la voluntad precisa para llevar a término el asesinato, fue el propio ‘Tenji quien se lanz6 sobre la victima. Al ver al ministro desangrandose en el suelo, la emperatriz, conmocionada, se retir6 a reflexionar sobre lo ocurri- do; mientras tanto, el resto de los intrigantes recuperé el coraje y terminaron con el ministro. Durante la purga, hubo otra victima imprevista: la historia misma. E] padre del ministro asesinado murié en el incendio —supuestamente suicida— de su mansion y se llev6 consigo va- rios tesoros, incluida una erénica irreemplazable sobre los tiem- pos pasados. Toda la historia japonesa anterior al siglo vil se mueve, por lo tanto, en el terreno de las conjeturas y las insinua- ciones; es una dilatadisima «Edad Oscura», sin anclaje textual y cargada de complejos interrogantes, tales como, por ejemplo, la naturaleza exacta de la relacién entre Japén y Corea. Los relatos legendarios sobre una emperatriz japonesa que invadié Corea podrian constituir, en realidad, una referencia confusa precisa- mente de lo contrario. El interés de Japén hacia la peninsula coreana podria haber rebasado la mera cuestién de proximidad vecinal; parece mas probable que las casas gobernantes de Japén y el sur de Corea estuvieran emparentadas y una fuese filial de la otra. Sin embar- gO, para seguir esta pista tinicamente disponemos de prucbas ar- queolégicas exiguas, atin mds limitadas por el desgaste del ti po y por la peculiar posi Desde el momento en que la tradicién japones nacién fue creada por los dioses y que el gobernante de Japon es descendiente directo de la diosa del Sol, no es facil fisgonear en- tre las antigiiedades japonesas con la misma impunidad de que gozaron los arquedlogos en Egipto, Italia o Grecia. Pero aun asi existen, por ejemplo, espadas ceremoniales de varias puntas, ofrecidas como regalo a los gobernantes japoneses por parte de aliados coreanos _ ién de los emperadores japoneses. sostiene que la No deberfa soprendernos que los japoneses hubicran trabado amistad con sus amigos del continente. Esta amistad se pondrfa a prueba pronto, en 654, cuando el soberano de la China Tang orde- n6 que los japoneses atacaran la nacién coreana de Baekje. Si Ja- p6n era realmente un estado vasallo fiel, como se le habfa hecho creer a China, entonces todo quedarfa en un simple ejercicio. Desde la distancia, tal vez parecfa que el emperador Kétoku estaba obedeciendo con entus una serie de edictos que reorganizaban Japén imitando el siste- ma chino: se revisaban las fronteras y se minaba el poder de los jefes locales, concentrando en su lugar toda la autoridad en ma- nos del emperador y creando nuevos distritos militares. Se movi- liz6.a hombres de todas partes del pais y se trasladaron igualmen- te suministros hacia la isla de Kyiishi, en el sur, el punto mas légico para lanzar cualquier asalto sobre Corea. Sin embargo, si leemos entre lineas, podremos ver que Kotuku estaba Icjos de ser obediente. Un edicto imperial de 646 ordena- ba la formacin de nuevas unidades militares y especificaba que cada persona deberia llevar una espada, una armadura, un arco y flechas, una bandera y un tambor. No obstante, el término em- mo. Inicié las reformas Taika, 35 pleado para referirse a estos hombres era sekimor?: «guardia de la frontera». Kotuku no planeaba atacar a sus aliados en Baekje; al contrario, se preparaba para las consecuencias mas probables una vez que China descubriese que habia ignorado sus 6rdenes. Las fuerzas que estaba concentrando en Kyiishi no eran para prepa- rar un ataque contra Corea; el objetivo era defender Japén.? Quiz4 Kotuku habfa albergado la esperanza de que la expan- sién china se detuviera antes de que el problema les Iegara a afectar. A fin de cuentas, hacia muchos siglos que ningtin solo imperio unfa todo el continente. La dinastia anterior, la Sui, ha- bia durado apenas cuarenta afios, tiempo durante el cual la adve- nediza dinastia japonesa habfa logrado irritar al gobernante de «cuanto hay bajo el cielo» dirigiéndose a él como a un igual. Tal vez Kotoku conservaba la esperanza de que las luchas intestinas, las enemistades familiares 0 la revolucién pudieran menguar pronto el vigor de la dinastfa Tang y distracrla de los problemas cn las fronteras. Al final, China acabarfa siendo demasiado ambiciosa, pero no sin antes haberse unido al reino coreano de Silla para acabar con Baekje, que dejé de existir en 660 cuando una fuerza conjunta de China y Silla entré en su capital. Usando las mismas Ifneas de comunicacién que habian sido camino de entrada para misione- ros budistas y productos comerciales, los tiltimos defensores de Backje lanzaron una llamada de socorro. La peticién de auxilio cruzé cl estrecho, pasé la isla de Tsushima, se adentré en el es- trecho de Shimonoseki y penetré en el mar Interior. Aunque desconocemos cual fue la oferta que se hizo en nombre de Baek- je, sin duda fue una clara tentacién para los japoneses. La res- puesta militar fue tan poderosa que la capital japonesa se trasladé temporalmente al sur de la isla, a Kyiishii, para hallarse mas cerca de los astilleros. Los augurios cran negativos. La emperatriz Saimei, gober- nante nominal de Jap6n, murié durante los preparativos, aunque esto no fue motivo suficiente para que su hijo, con una marcada inclinacién hacia lo militar, abandonara el proyecto. Una flota 36 formada por centenares de naves japonesas deshizo cl camino a lo largo del estrecho de Tsushima, hasta Iegar a la desemboca- dura del rio Baek, que los llevaria a la capital caida de Baekje.* Alli, los japoneses se lanzaron contra una fuerza china mas redu- cida que ellos, que —craso error— juzgaron facil de vencer. Du- ar, los china rante los siguientes cuatro dias de accién mi © anotaron cuatro victorias claras. Un cronista coreano escribid: s. Las Ila- mas y el humo se alzaban para abrasar los cielos, mientras las aguas del océano se volvfan tan rojas como el cinabrio». La flota japonesa qued6 hacinada en la cuenca baja del rio Baek, donde fue aplastada; las naves, obligadas a aproximarse demasiado unas a otras, carecfan del espacio necesario para ma- niobrar. Las bajas, aun en los cdlculos de las fuentes mas conser- vadoras, estuvieron cerca de los 10.000 hombres. En palabras de «En esta accién ardicron cuatrocientas naves japone uno de los historiadores, fue «la peor derrota de los japoneses en su historia premoderna».® La debacle constituy6, literalmente, la Ultima pagina de la historia de Baekje. Los anales de aquel desventurado reino se terminaron tan solo dos afios después de aquel suceso y los reyes siguientes ya no ocuparon més que un puesto honorario dentro de la nobleza china. Los supervivientes de la familia real de Baek- je o bien desertaron a China 0 buscaron asilo en Japén, donde permanccicron como aristécratas de segundo orden. La noticia de la victoria china fuc suficiente como para que algunos fuertes periféricos se entregasen sin siquiera presentar batalla; asi, lega- ron emisarios de la isla de Cheju, que juraron lealtad a la dinastia ‘Tang antes de que hubiera surgido ningtin problema. Cuando los renqueantes restos de la fuerza invasora regresaron a casa, destrozados, Japén fue presa de un miedo palpable ante la posi- bilidad de un contraataque chino-coreano. Ghina estaba en alza. La dinastia Tang, con apenas dos gene- raciones de antigiiedad, atravesaba una Epoca ciertamente prés- pera. La emperatriz Wu, esposa favorita del hijo de Taizong, el emperador lisiado Gaozong, gobernaba en nombre de su esposo 37 y estaba tan segura de su éxito que empezé a prepararse para cl mis extrafio de los rituales, que solo se ha visto unas pocas veces alo largo de la historia: aquel en el que el gobernante chino anun- ciaba a los dioses que todo estaba bien bajo los cielos. Hubo pri- sioneros de guerra japoneses que participaron, sin dudaa regafia- dientes, en las complejas ; los exhibieron junto con prisioneros coreanos, birbaros derrotados en los desiertos inte- riores de Asia y las estepas y rebeldes chinos vencidos ante la gran montafia en la que ‘Taizong estaba sepultado. Alli, el séqui- to multicultural fue ofrecido ante el espiritu del difunto empera- dor, en una ofrenda simbélica. Seguro que los japoneses espera- ban ser ejecutados, pero los chinos no vieron la necesidad de practicar sacrificios humanos. Asf pues, los japoneses, desalenta- dos por la noticia de que sus almas permanecerfan en aquella tumba, fueron devueltos a casa.7 ceremoni Solo entonces el emperador Tenji, instigador del golpe de pa- lacio en 645 y cerebro oculto tras la malhadada campaiia de Corea, ascendi6 por fin al trono de forma oficial; antes ya habia goberna- do, pero en la sombra, mientras otros miembros de la familia ocu- paban el trono. Tenji estaba plenamente convencido de que el contraataque chino era una simple cuestién de tiempo y dio co- mienzo a una serie de reformas adicionales para preparar al pais para la invasi6n. Trasladé la capital desde Asuka a Omi, protegi- dan tres de sus flancos por las montafias y, en el otro, por el lago Biwa. Los cortesanos de Tenji se acostumbraron a ir armados y a partir de entonces ya no se consideraba fuera de lo corriente ver aun noble con una espada al cinto o un arco y sus fechas. Distri- buyeron a la guardia de frontera en almenaras repartidas por las islas de la periferia, sobre todo las de Tsushima e Iki, delante de Corea. Soldados japoneses y refugiados coreanos construyeron asimismo un extenso dique, de quince metros de altura, alrede- dor de la bahia de Hakata; este era cl puerto natural més grande de Kyashi y, sin duda, el objetivo de cualquier desembarco a gran escala. En una certera jugada estratégica, levantaron varias estructuras para el asedio en lugares concretos emplazados a lo 38 largo del mar Interior, cerca de la nucva capital de Tenji, como si el emperador ya contase con la cafda de las defensas periféricas. En aquel mismo periodo se organiz6 también el primer censo nacional, gracias a los cdlculos de los cortesanos de ‘Tenji, que valoraron la disponibilidad de recursos humanos en previsién de un posible reclutamiento militar. La reorganizacién de las instituciones japonesas era un pro- ceso integral, que comprendié varias décad: las provincias y, a medida que la conquista ganaba terreno en las fronteras del noreste, se fueron afiadiendo nuevas provincias. Si- guiendo los pasos del modelo chino, otorgaron prioridad en el gobierno a un ministro de los sacerdotes, con autoridad sobre los ritos y ceremoniales. Al cargo de cuestiones mas seculares habia un ministerio de la burocracia. De los doce grados de servicio ci- vil, los documentos estatales designan a los seis inferiores con el nombre genérico de «servidores», samurai. En aquella época, Se reorganizaron este término no se usaba atin para referirse expresamente a un guerrero, pero es revelador: el hecho de que bajo el mismo térmi- no se acabase incluyendo también a los militares da una idea cla- ra de que los guerreros comenzaron ocupando una posicién bas- tante baja en las categorfas imperiales. No obstante, el esperado ataque chino jamds se produjo. Cuando Tenji murié en 671, China se enfrentaba a una hambru- na, una sequia y luego una guerra con el ‘Tibet. Si China habia planeado en algtin momento invadir Jap6n —pero no hay pruc- bas de que jamas fuera asi—, ahora la dinastia Tang estaba absor- ta en otros lugares y pronto inicié su prolongado y digno declive. Sin embargo, aunque los soldados chinos no invadieran Jap6n a finales del siglo vil, si que dejaron notar su presencia. Aunque el principe Oromo, hijo de Tenji, era el heredero preferido por el difunto emperador, fue el hermano de este, el principe Oama, quien apost6 con éxito por cl trono en un confiicto civil que duré uno de los meses del verano de 672. Basandose en el consejo tactico de un prisionero de guerra de la China Tang, el principe Oama preparé su ataque en un movi- 39 miento de vaivén desde cl este con la intencién de asaltar dos pasos montafiosos cruciales que conducian al norte de Japén. Al principio, sus fuerzas estaban formadas por tan solo unos pocos hombres; Oama cabalgaba con una pequefia partida de jinetes y unos pocos viveres, confiando mas en la buena voluntad y el apo- yo de los caudillos de cada lugar. Fueron estos agentes de poder locales quienes le proporcionaron un ejército en condiciones, en medio de promesas de beneficios y poder, una vez alcanzado el nuevo orden. Luego el ejército de Oamase dividié en tres partes y fue aproximandose a la capital desde ambas orillas del lago Biwa, mientras que el tercer grupo avanzaba desde Naniwa para cortar la Ginica ruta de escape razonable para Otomo. Lo que en su mo- mento habia comenzado como una estrategia defensiva —que hubiera una sola ruta para llegar al mar en Naniwa— pas a con- vertirse en la causa principal de la caida del principe Otomo, en cuyos planes jamas habfa figurado huir de su capital, solo prote- gerla de los supuestos invasores venidos del mar. Aunasi, la victoria de Oama no era segura. Con su propio con- sejero militar coreano y el apoyo de varias familias poderosas, el principe Otomo se anoté una temprana victoria cuando repitié la tactica de su tfo, prescindiendo de todo bagaje y todos los infan- tes para mandar a un veloz escuadrén de caballerfa que atravesa- rfa el pais para sorprender a las tropas de su tfo. Cuando las dos fuerzas se enfrentaron en una auténtica batalla, la Cronica de Ja- pon describe una confrontacién marcadamente continental. Al parecer, los soldados estaban divididos en unidades de arqueros, infanterfa y caballerfa, mientras que las fuerzas de Otomo habrfan hecho sonar sus tambores y gongs con el objetivo de asustar a sus enemigos, aunque también podria tratarse de un sistema de se- Aales al estilo chino para asegurarse una respuesta coordinada de los hombres en el campo de batalla. Las armas y armaduras se ajustaban también, en gran medida, a los disefios chinos. Los relatos de la época ofrecen muy pocas descripciones, pero las pruebas arqueoldgicas obtenidas en tum- bas y estatuillas de la época sugieren que los soldados del ejérci- 40 to de usurpacién de Oama Ilevaban espadas rectas, o lanzas 0 ala- bardas de guerra con una punta caracteristica, en forma de pico, que imitaba unas armas chinas parecidas. La Gnica excepcién pa- rece hallarse en la arquerfa, en la que los japoneses eran famosos. desde hacfa tiempo por usar unos arcos de disefio asimétrico, asi- dos més cerca de la parte inferior que del centro. Segtin parece: esta particularidad obedecfa en origen a razones de indole técni- ca, puesto que los primeros arcos estaban fabricados con arboles jovenes enteros, que invariablemente serfan mas flexibles en el extremo de las ramas que en el de las raices. Por tanto, los arque- ros japoneses cogerian el arco por la parte inferior de la varilla y quedarfa un trozo bastante mds largo por encima de la mano. Pro- bablemente, el arco asimétrico fuera un estilo mis extendido en €pocas antiguas, pero en China ya habja sido sustituido por ver- siones compuestas fabricadas con varias piezas y, por lo tanto, sin necesidad de ajustarse a las formas o di fios naturales. No obs- tante, los japoneses siguicron conservando el disefio asimétrico de sus arcos incluso cuando gracias a la tecnologia ya no resultaba necesario.® Los guerreros de ambos bandos Ilevaban armaduras fabrica- das con tiras de cuero curtido 0 pequefias planchas de hierro, fuertemente atadas unas a otras mediante cintas de piel. Los cas- cos se obraban segtin un modelo mAs sdlido, con planchas adicio- nales de picl o de metal fino, afiadidas mediante bisagras, para que protegieran la mandfbula y la parte trascra del cuello. Los guerreros montados, cuyo caballo y silla podian llevar un peso superior durante mds tiempo, solian llevar una armadura con ma- yor abundancia de planchas metélicas y una falda acampanada alrededor de las caderas. En el caso de las armaduras de cuero o de metal, solfan recibir un tratamiento con laca que las protegia de la fuerte humedad estacional de los inviernos y veranos de Japén. $i Oama obtuvola victoria, fue gracias su superioridad numé- rica. Al haber comenzado cabalgando hacia el este no solo contro- laba los pasos montafiosos, sino que también se aseguré el acceso 41 a todos los caudillos locales del otro lado del paso, al norte y al este, quienes le proporcionaron monturas suficientes para dar la vuelta a la tortilla. En cambio, el principe Otomo solo pudo bus- car ayuda en el sury el oeste, dominios que ya soportaban fuertes cargas fiscales para sufragar la desastrosa campafia de Corea, que habfan perdido a sus hijos en la catastrofe del rio Baek y también se habfan enfrentado a nuevos impuestos y el reclutamiento de trabajadores forzados en los aiios de los preparativos para la inva- ién china (que no habia Hegado a producirse). Como resulta comprensible, aquellos clanes no deseaban ofrecer mas apoyo al Ultimo titular del trono. Con a capital en llamas, el principe Otomo huyé de la batalla y se suicidé en la ladera de una montajia. Su breve reinado perma- necié en el olvido durante muchos siglos y el principe Oama fue entronizado como emperador ‘Temmu (r. 673-686). El titulo de su reinado se traduce como «guerrero celestial», lo que sin duda s un nombre bastante clocuente. EI reinado de Temmu ha sido considerado, de forma general, como un punto de inflexién en la historia japonesa. El propio’ Tem- mu también lo vefa asf; quizd fuera el primer gobernante japonés que utilizé el titulo de emperador (72nd) en vida, mientras que a sus predecesores solamente se les conferfa la dignidad imperial a titulo péstumo.? Uno de los hijos de Temmu fue el editor princi- pal de la Créwica de Japén (Nihongi), un resumen de la historia ja- ponesa que pretende desbancar de forma clara, ¢ incluso susti- tuir, los relatos que se habian quemado durante las purgas dictadas por el hermano de ‘lemmu. La Crénica de Japén se inicia con la creacién del mundo por parte de los dioses y abarca los mil ailos que, a juicio de los propios japoneses, habian pasado desde que apareciera el primer gobemador legendario de Japén. Pero del total de treinta capftulos, fueron ni mds ni menos que siete los dedicados a los reinados de Temmu, su hermano y sus pa- dres, que sumaban en total algo mas de cuarenta afios. Estos tlti- mos capitulos, que culminan con el reinado de la viuda de Tem- mu, fueron escritos cuando la memoria de los sucesos relatados 42 atin estaba viva, y quiz4 seria razonable considerarlos precisos, por mds que sean tendenciosos. Los capitulos precedentes magni- fican y elevan a la categoria de mito a los gobernantes japoneses anteriores, situados en un pasado impreciso y neblinoso, recrean- do a los mandatarios japoneses como descendientes de los pro- pios dios Es de crucial importancia el hecho de que Temmu fuera un gobernante criado en una nacién en guerra permanente. Durante su adolescencia, fue t 20 de cémo su hermano aleanzaba el po- der organizando el brutal asesinato de un cortesano; cuando con- taba unos veinte afios, habia supervisado los preparativos de una enorme flota invasora; a los treinta, contemplé los preparativos a escala nacional para defenderse de la amenaza de China. Ha- biéndole arrebatado el trono a su propio sobrino, ‘Temmu perma- necié siempre alerta. En lo que atafie al resto de su reinado, la Cronica de Japén se ocupa especialmente de cuestiones estratégi- cas: la vida en la nueva corte de Temmu en Asuka era una serie constante de torneos, inspecciones e instruccidn. A finales de su reinado, decreté: En el gobierno, las cuestiones militares son esenciales. En ade- lante pues, todos los funcionarios civiles y militares deberin prac- ticar con diligencia el uso de las armas y la monta a caballo. Debe tenerse el cuidado de proporcionar un suministro adecuado de ca ballos, armamento y articulos para el vestuario personal. Quienes dispongan de cabalgadura deberin convertirse en caballeros; quic- nes no dispongan de ella, serdn soldados de infanteria. Ambos reci- birdn adiestramiento." Sin embargo, cuando Temmu hablaba de las cuestiones mili- tares, se estaba refiriendo a nuevas instituciones. Decidido a echar abajo la escalera que él mismo habfa usado para subir al poder, confisc6 todo el equipamiento militar pesado de las casas particulares. Las ballestas, las catapultas y los sistemas de sefia- les (tambores, banderas y cuernos) quedaron requisados en las cdémaras de seguridad de los distritos. Entre tanto, nombré a 43 miembros de la corte para que sc ocupasen de scsenta distritos; uno de sus deberes consistfa en llevar un registro de la poblacién. Aunque ‘Temmu murié antes de que el sistema estuviese ple- namente instaurado, a principios del siglo vin ya se habfa implan- tado una organizacién pensada para realizar una leva de tropas entre los campesinos locales. El Estado repartié material bélico procedente de los arsenales de distrito, pero se esperaba que los reclutas aportasen su espada y su daga, una armadura y un casco de mimbre o paja, un arco y cincuenta fiechas. Buena parte del sistema se habia copiado, a veces palabra por palabra, de los cédigos militares chinos. En promedio, cada casa aportaba un recluta. La fortuna favorecia a los ricos: aquellos que podian permitirse un caballo, l6gicamente, podian ascender al rango de caballeros, mientras que los hijos de los potentados lo- cales solian cumplir el servicio militar haciendo guardias en la capital. Para los soldados de a pie, sin mds fortuna, las guardias se cumplian de forma especifica en zonas de frontera, destacdndo- los en Kyiishii oen una de las muchas almenaras situadasa lo largo del mar Interior, que establecian contacto entre los guardianes de Kyiisha y la capital. Hay algunas pruebas circunstanciales que indican que la ma- yorfa de los guardias fronterizos provenian del este de Japén. Una antologia de poesfa coeténea, que pretende mostrar instanténeas de todos los aspectos de la vida en las primeras épocas de Japon, contiene un nimero bastante Hamativo de lamentos de estos guardias que, con frecuencia, hablan de sus pueblos natales en el este o de puntos de embarque en Naniwa (cuando su viaje al oes- te era tan largo que necesitaban subir a bordo de una nave en Kansai para cruzar el mar Interior). Para los stibditos de Kyiishi, Shikoku ola zona oeste de Honshi, buena parte del servicio mili- tar obligatorio se destinaba al mantenimiento de carreteras, to- rres de vigilancia y almenaras. A nivel geografico, cl este de Japon representaba el punto menos probable con el que trabarfan con- tacto los invasores chinos y, por tanto, antes que ofrecer fortifica- ciones ¢ infraestructuras, el este de Japén podia ser de mas ayuda 44 si suministraba hombres y caballos. También empezaron a pro- ducir historias y cuentos sobre una tradicién marcial de la que se vefan como herederos de pleno derecho. Una leyenda sobre el primer gobernante de Japon, el empe- rador T'emmu, nos relata un episodio en el que su banda guerrera se detuvo en un lugar llamado Us paiias. Al parecer, este recéndito pueblo del norte de Kydishii ha- bia ocupado una posicién de cierta importancia y Jimmu habia rezado allf a los dioses, pidiéndoles la victor: local se cas6 con uno de sus «ministros». Cuando se descubrid que las plegarias de Jimmu habjan sido escuchadas, aumenté la reputacién de Usa en el mundo. Adquirié fama como santuario destacado y simbolo de la mano divina que guiaba las acciones del Estado japonés. El estrecho vinculo con Corea, que probable- mente permitié acceder pronto a los nuevos misterios budistas, también contribuy6é a que Usa se mantuviera al dia y, periédica- , en medio de una de sus cam- . Una «princesa» mente, se hablase de ella como el lugar en el que rezaban los ministros y rogaban por la recuperaci6n de un emperador enfer- mo 0 por la victoria de un emperador que atravesaba momentos, dificiles. El dios local era una deidad agricola 0 un santo patrén de los pescadores, hasta la €poca del legendario décimo quinto empera- dor, Ojin, cuyo nacimiento, segtin se cuenta, se distinguié por la aparicién divina de ocho estandartes. E] santuario de Usa se aso- cid justo con cl nombre de «ocho estandartes» (Hachiman), que al final termin6 pasando a la deidad local. En consecuencia, Hachi- man acabé siendo conocido como el dios de la guerra y varias cortes japonesas de las primeras épocas del pais le rogaban por la victoria. Durante una época, fue contemplado como el dios pa- trén de los clanes samurdis. Hachiman (0, mas bien, su efigie) vi- sité oficialmente la ciudad sagrada de Nara en el siglo vit, y las doncellas de su santuario, que mascaban hojas de laurel y cafan en profundos trances religiosos, hacfan las veces de profetisas. En una €poca en que incluso los oréculos de la diosa del Sol eran silenciosos, Hachiman, por el contrario, tenia algo que decir. Para 45 algunos guerreros de las provincias, cl dios empezé a aparecer vinculado con sus victorias. Fue adoptado como divinidad patro- nal de varios grupos de guerreros que acabarfan ejerciendo in- fluencia en la politica japonesa."! Al desvanecerse la amenaza de China, se encontraron nuevos destinos para los soldados. El periodo de 774 a 812, conocido como la «guerra de los Treinta y ocho Atos», fue testigo de una serie de expediciones militares contra los emishi, al norte de Honsha. Quiénes eran exactamente los emishi es atin objeto de deba- te. Tenian varios nombres, nombres que, a su vez, podian expli- carse de varias formas. Algunas fuentes los funden con los ain, un grupo de nativos veneradores de los osos, que llamaban la atencién por sus cabelleras hirsutas y podrian haber entrado en el Jap6n prehistérico a través de una antigua conexién terrestre desde Siberia. La palabra emishi se escribié en cierta ocasién con los caracteres usados para decir «hombre peludo» y luego pasé a escribirse con los de «barbaros gamba». Tal vez fuera a conse- cuencia del intento de equiparar las tribus preexistentes con las extravagantes descripciones de las crénicas chinas, pero es mas probable que resulte un término descriptivo; tal vez de su dieta, sus peinados 0 de una clase de bigote especial preferido entre los guerreros. Podria existir también un origen militar en las dos ar- mas que hacian formidables a los emishi; en japonés, un yemishi cs un arquero; en Ta lengua perdida de los barbaros, un emushi podria haber sido una espada.!? Los informes de la corte del antiguo Japén sefialan que los emishi se tatuaban la piel y Ilevaban el pelo recogido en un mofo. Aunque por lo general los describen como cazadores y recolecto- res, también parece que en algunas zonas habian practicado la agricultura. Los contactos no siempre resultaban violentos, si bien pucde decirse que este grupo desconoefa la cultura escrita y aceptaba con cierto grado de desconcierto el regalo de armadu- ras, banderas y tambores de parte de los emperadores japoneses. Al parecer, en algunos casos los emishi no eran conscientes de 46 estar rindiéndose. Algunas «conquistas» militares terminaron sin una sola baja; los generales japoneses informaban de la rendicién emishi, cuando en realidad querfan decir que habian establecido la colonia y que nadie, por el momento, habia decidido atacarla. En otros casos, parece que algunos emishi dieron la bienvenidaa las caras nuevas y alos nuevos lujos del sur. Lejos de representar una amenaza barbara, cabria sostener que algunos emishi solo empezaron a resultar peligrosos cuando ellos mismos tomaron conciencia de lo que significaba la «civilizacién», con los prime- ros mestizajes y contactos culturales que dieron paso a posterio- res enfrentamientos acerca de la ley, los impuestos y las obliga- ciones.!5 Los programas de colonizacién patrocinados por el gobierno mandaron grupos de personas hacia el norte, para que se estable- como ciesen en 4reas limitrofes de los fuertes recién construidos por ejemplo en Akita y Taga (actualmente, Sendai). No obstan- te, aquellos «fuertes» no se parecfan en nada a las fortificaciones erigidas en el sur para protegerse de la invasion. En el norte nose usaron muros de piedra; en su lugar habia una empalizada de ma- dera sobre un terraplén, rodeada por una zanja. El hecho de que los tejados fuesen de paja nos hace pensar que los colonos no es- peraban que los problemas con los emishi locales, a quienes ha- bfan reemplazado, se prolongasen mucho tiempo, ni tampoco que el estilo combativo de los nativos Ilegase a practicar asedios 0 ataques incendiaries contra las propiedades del gobierno. En muchos casos, los «colonos» eran los mismos emishi, de la varie- dad «pacifica», mientras que las tropas gubernamentales simple- mente observaban porsi surgia algtin problema con alguno de los primos «salvajes». Los emishi, segtin parece, no siguieron siendo tan pacificos después de que los nuevos sefiores les impusieran desagradables cargas fiscales. Enojados ante la falta de voluntad local de adhe- rirse al nuevo orden, los dirigentes de la corte mandaron una pri- mera expedici6n punitiva, y mas adelante una segunda, que ini- ciaron una serie de desventurados ejercicios de pacificacién que 47 en realidad terminaron alargandosc hasta convertirse en la guerra de los Treinta y ocho Afios. Estas expediciones punitivas segufan los modelos que los japoneses habfan adoptado de los cédigos militares chinos. El grueso de cada una de las fuerzas estaba integrado por los solda- dos de infanterfa, armados con lanzas 0 con espadas rect manera de pufales. También destacaban los arqueros. Los: miembros mis ricos de la expedicidn Ievaban sus propios caba- los. La mayorfa de los soldados de a pie eran portadores de es- cudos con un disefo bastante distinto al mas familiar entre los europeos. Un «escudo» japonés se parecia mas a una plancha de madera alargada, con una barra de sujecién. No era facil de llevar porque jamas se habia pensado en él como un instrumen- to titil en la batalla; funcionaba mas bien como un muro tempo- ral, tras el cual los arqueros 0 los soldados de infanteria podfan agacharse durante el intercambio inicial de flechas durante la s,ala batalla. Tales escudos eran mas bien indicadores de que en cualquier batalla existia una serie de reglas de caballeros que ambos bandos acordaban respetar para seguir adelante. Los emishi ignoraban por completo este orden implicito y, contra- riamente al uso de los invasores, conservaban su elevada movi- lidad, sobre todo a caballo. Mantuvieron el elemento sorpresa y demostraron una capacidad excelente a la hora de atacar y salir huyendo. Aunque se los presenté como a un conjunto de barbaros todos iguales entre si, entre ellos también parece haber existido cierta organizaci6n estructural que los japoneses no comprendieron. Las pocas victorias japonesas en las refriegas, suficientes como para «pacificar» cualquier localidad, eran ignoradas sin mds por parte de los emishi en el valle siguiente. Las campajfias se dieron por concluidas en 778, pero un nuevo grupo emishi atravesé a cscondidas la frontera y quemé los pucblos de los colonos en otra parte del norte, Desde la seguridad de la corte en la Hanura de Kansai, el gobierno mand6 expediciones atin mayores para sofo- car los disturbios del norte. 48 Curiosamente, no se permitié que la guerra librada allf arriba afectase 0 alterase al resto de Japon. En las regiones occidenta- les, la situacién era tan calmada que el gobierno empezé a des mantelar de verdad el antiguo sistema de reclutamiento. Los sol- dados reclutados tenfan fama de no ser dignos de fiar ni contar con un buen adiestramiento y dejaron de usarse en la mayor par- te de Japén. Atin se esperaba que se produjesen levas en una si- tuacién de «emergencia», pero al no Ilegar invasores desde la China continental, la probabilidad de una emergencia deraba remota, con la excepcién de las nuevas provincias septen- trionales de Mutsu y Dewa, atin |lenas de emishi sin pacificar. Esta polftica pudo racionalizar los costes y la organizacién, pero también generé un nuevo vacio que Ilenaron de inmediato los soldados profesionales. Mientras las zonas meridional y orien- tal de Japén estaban acabando con la mayor parte de su organi- zacién militar, el norte y el este seguian siendo un terreno de © consi- prucbas para los hombres de guerra. Por el momento, aquellos guerreros eran los subalternos en la corte: hombres de baja cuna que pretendian hacerse con una fortuna, 0 los hijos de nobles menores decididos a labrarse un dominio personal en las tierras de frontera. Siguieron siendo los respetuosos sirvientes de la no- bleza cortesana, que actuaban en nombre de una capital lejana en la que muchos de ellos jams habfan puesto el pie. Esta misma distancia con las interferencias de la corte podria haber contribuido a la forja de los samurdis. En la frontera no habfa lugar para los generales débiles 0 teGricos; desaparecian pronto. Antes al contrario, los guerreros de la frontera empezaron a adoptar nuevas ideas aprendidas de sus enemigos. Entre ellas, a usar a los propios emishi. Podriamos sostener que la guerra de los Treinta y Ocho Afios duré toda una generacién porque fue el tiempo que necesitaron para que los emishi asimilados crecieran y luchasen a favor de la causa japonesa contra sus propios primos. No todos los emishi convertidos se manctuvieron leales, Si en 780 se reanudaron los ataques, fue como consecuencia de las ten- siones internas entre los colonos japoneses. Uno habia insultado 49

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