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Ensayo sobre “De la experiencia del duelo: Reflexiones en torno a los significados de la

muerte y la vida” de Ninza María Marques Saavedra

Ante la experiencia del duelo por la pérdida de un ser querido, se ha intentado categorizar

la sintomatología por la cual pasan la mayoría de las personas en esta situación. De cierto que

muchos pasamos por gran dolor cuando fallece alguna persona cercana, y el propósito de la

autora es establecer diferentes puntos de vista, categorizaciones, procesos psicológicos y sociales

que es probable serán parte de la vida de la persona que acaba de pasar por una pérdida. Al

explicar los procesos del duelo, los cuales pretenden dar la “solución al dolor” de la persona, se

definen algunos términos importantes para comenzar la discusión del tema. Dichos términos son

la pena, el dolor, la aflicción, el luto y el duelo, los cuales varían de significado y aplicación

según su entorno cultural.

La pena, el dolor y la aflicción se definen en el ensayo como sinónimos y básicamente se

ven en las expresiones inmediatas ante la pérdida. Pienso que se pueden definir como las

reacciones psicológicas y emocionales ante la percepción de la muerte. O sea, es el primer

sentimiento ante la noticia; la primera reacción. Creo, sin embargo, que al pasar la pérdida no

siempre se sienten, pues hay momentos en que la realidad es otra para la personas y podrían

sentir incluso todo lo contrario a angustia. Pero continuando con la perspectiva del ensayo, la

pena, el dolor y la aflicción pueden implicar cambios inmediatos en la persona hacia su

ambiente, en su personalidad o ante la vida, al reaccionar a la situación. Es probable que estos

tres sentimientos sean más intensos si la situación de pérdida es inesperada.

El luto retoma el significado de la pena, el dolor y la aflicción, ampliándolo a su entorno

y modificación social. Es decir, que el luto se ve expresado en la aplicación social de los


sentimientos inaugurales de la experiencia del duelo. Se supone que sea un paso adelante para la

solución del duelo y la “recuperación” de la persona que pasa por la pérdida. Las prácticas

sociales en torno al duelo, el significado de la muerte y su posteridad (lo que viene después de la

muerte) varían según la cultura y se supone rijan la proyección del luto. Como bien explica el

ensayo: “…el luto y su eventual configuración en el duelo responden a la construcción social de

la realidad.”

Por último, el duelo es la integración de las expresiones mencionadas anteriormente junto

con el proceso de aceptación y adaptación a la vida sin la persona fallecida. Es la experiencia de

haber perdido alguien, mas los sentimientos de haberle sufrido, extrañado y eventualmente

superado. No es que la persona olvide a quien murió, sino que pasó por el proceso de duelo y

eventualmente superó la pérdida “saludablemente”, recordando a la persona con aceptación y

logrando una vida diferente, complementada por la experiencia adquirida.

Existen tres modelos principales que explican el fenómeno del duelo: el psicoanalítico, la

teoría de vínculo afectivo y el de transición psicosocial. El primer modelo teórico piensa en el

duelo como una labor que se desarrolla a través del abandono gradual de las ligaduras que atan la

libido con el muerto y se transfiere esa energía libidinal a otra persona o sujeto. El segundo

modelo teórico se basa en los estudios de Bowlby que visualiza la pérdida como el detonador de

un proceso innato de motivación. El proceso es un intento de re-establecer contacto con el

muerto. Por último, el tercer modelo teórico es el de transición psicosocial, que incluye tanto al

construccionismo social como a los acercamientos cognitivo-conductuales. Según ésta el duelo

sería un proceso gradual de otorgarle sentido a los que ha ocurrido y, de esta forma, modificar las

propias visiones del mundo.


Sigmund Freud define duelo como la reacción a la perdida de un ser amado y que no

debe ser considerado patológico aunque se trate de un estado que impone considerables

desviaciones de la conducta normal. Dice que el mismo deberá desaparecer por sí solo. Sin

embargo, el duelo puede convertirse en patológico, cuando las ligaduras que atan la libido con el

muerto no se desplacen hacia otros. Propone que las tendencias a perturbar o intentar cambiar

tales manifestaciones responden a la desvaloración del dolor que caracterizan a la cultura

moderna. Es decir, que los intentos de controlar el dolor para hacerle un bien a la persona, puede

ser exactamente lo menos que necesite para superar el duelo.

Bowlby se aparta de la tradición estrictamente psicoanalítica y da reconocimiento a otras

disciplinas o enfoques, como la psicología cognitiva y la etología. Según Bowlby, el duelo es una

respuesta adaptativa que se basa en el valor del apego a la sobrevivencia. A pesar de que el

contexto del duelo y las condiciones sociales son importantes, si existen lazos con el fallecido,

no se logrará un duelo “normal”. Bowlby establece cuatro fases principales del duelo: la primera

fase es la del embotamiento, en la cual se observa aturdimiento en la capacidad para aceptar la

noticia. La misma se ve manifestada con lapsos de silencio y descargas extremas de emoción e

ira. La segunda fase es la de anhelo y búsqueda de la figura perdida, donde la persona pasa por

un cambio y se empieza a dar cuenta de la realidad. La tercera fase es la de desorganización y

desesperación, en la cual los individuos usualmente se sienten deprimidos y tienen dificultad en

planear actividades para el futuro. Eso implica que la persona ya esta reorganizando su vida, lo

cual pertenece a la cuarta etapa. Aquí la persona debe reconocer y aceptar la perdida, además de

dar una nueva forma y significado a la vida. Bowlby comparte con el psicoanálisis la pulsión de

vida y la importancia de los lazos afectivos, relacionales, establecidos con el objeto amado.
Neimeyer (2002) intenta explorar los desafíos comunes que caracterizan la experiencia

humana de la perdida y los problemas particulares que plantea. Señala que hablar de las “etapas”

del proceso del duelo puede inducir a error. Se debe considerar la individualidad y variabilidad

circunscrita a la persona que vive la pérdida. Establece unos patrones para describir la anatomía

del duelo: la evitación, que dificulta la plena consciencia de una realidad que resulta demasiado

dolorosa para poder asumirla. Básicamente es como la negación de la realidad de la perdida. El

patrón de la asimilación, que supone que luego de la primera fase se experimentan soledad y

tristeza con toda intensidad. Por ultimo, la acomodación implica una mejoría en el

funcionamiento, de manera que se va logrando un autocontrol emocional y se regresa a la

construcción de un mundo social, destrozado tras el evento. Neimeyer rechaza que las personas

pasen por una secuencia universal de etapas y que los procesos de duelo deben acabar con una

“recuperación”.

También existen postulados pos-modernos al duelo de Ingram, Hunt y Robson (2000),

que argumentan que es posible entender que exista una “multiplicidad de formas validas a través

de las cuales las personas hacen sentido de, y viven la experiencia de la pérdida”. Marqués

establece que según estos, el duelo es un fenómeno que involucra que cada individuo pueda

identificar sus propias tareas de duelo y, a su vez, pueda negociar a su forma el proceso de vivir

diariamente luego de la perdida. Creo que mi postura radica cerca de los postulados pos-

modernos pues considero la importancia de la individualidad del ser humano y su potencialidad

de desarrollo sin tener necesariamente que considerar categorías. Ellos destacan que hay que

“considerar qué es lo que hace más o menos capaz de vivir y enfrentar la pérdida, a cada

individuo.” Se toma en consideración el carácter adaptativo de cada persona y el significado que

tiene la perdida en su vida individual.


Se ha establecido que el concepto del duelo implica que es el proceso saludable o

necesario por el cual pasan las personas que sufren una pérdida para transitar la misma

eficazmente. Ante esta visión se puede desprender otra que sugiera que hay una manera de pasar

por una pérdida de manera ineficaz y no saludable. Existen modelos que consideran el duelo a

través de respuestas emocionales comunes y un encuadre patológico.

Según Serrano (2002), “en el duelo saludable, el logro del proceso de reajuste se

determina por el nivel en que se es permisible expresar los sentimientos de tristeza y pérdida, a la

vez que el coraje, la culpa y el alivio.” Esta visión del duelo no complicado o saludable es

respaldada en el mismo ensayo cuando dice que “la perspectiva dominante en estos estudios es

que las sociedades que promueven la expresión abierta de dolor son aquellas en las que se

informan menso problemas en el manejo del duelo” (p.12).

Por otro lado, según Rando (1984) el duelo patológico se refiere a algún disturbio en el

proceso “normal” hacia la solución del mismo. El mismo parte, obviamente, de la premisa de que

hay un proceso normal de solución del duelo. Y si el duelo tiene solución, está infiriendo que es

un problema. Es probable que esta noción de “normal” de Rando coincida con lo que Serrano

establece como proceso saludable de duelo.

Ambas visiones, aunque antagónicas, parten de la premisa de que el duelo surge por la

necesidad de recuperarse de la pérdida. Desde mi perspectiva, considerando que mi área de

estudio es la psicología, pienso que debo dejarme llevar por la visión de que el duelo no es un

proceso patológico, sino un proceso subjetivo que esta sujeto a la situación individual de cada ser

humano; sujeto a la interpretación de cada cual hacia la pérdida, la muerte y la vida. En caso de

que la persona necesite ayuda, no le sugeriría que las fases del duelo y la superación son tales las
establece Ross, sino que, desde su interpretación y perspectiva de la situación encuentre la

solución personal e individual que surgirá a través de su propio interés. Hay que analizar cada

caso por separado, identificar las necesidades, circunstancias y opciones que existen para cada

individuo y entonces partir a buscar una solución que vaya más allá de lo preestablecido.

Considerando las visiones de que el duelo consiste de un proceso normal y que

expresarse abiertamente ayuda a aliviar el sentimiento de pérdida, podemos inferir que el dolor

que sienten muchas personas durante el duelo es percibido como un mal. Dice la autora que

“desde la perspectiva, el dolor es entendido como algo que debemos ‘curar.’ Sin embargo, el

dolor es compañero de muchas experiencias humanas y en gran medida, posibilita la

significación de tales experiencias”. Se entiende que la visión del dolor como un mal es errónea

y que en muchos casos lleva a la desesperación por intentar solucionarlo como un problema.

Según Marqués “el ser humano se duele porque está vivo y no porque está enfermo”, lo cual

desmiente la posición de que el dolor es malo y que hay que curarlo.

Desde mi posición, concuerdo con la visión de la autora de que el dolor no es un mal,

sino una necesidad del ser humano. Estoy de acuerdo con sus palabras cuando dice que el dolor

“posibilita la significación de experiencias al ser un modo de instalarse físicamente en el mundo

y, a su vez, manifestar la profundidad propia del ser humano.” La perspectiva hacia el dolor

humano debe ser restablecida en la vida como algo natural y necesario si queremos entender el

duelo sin estereotiparlo como proceso de solución a la pérdida o al sufrimiento. Si la mentalidad

hacia el dolor humano cambia, no habrá necesidad de establecer síntomas para el mismo, sino

que se consideraría natural y necesario para el desarrollo y formación de la personalidad madura

de cada individuo que pase por la experiencia de pérdida.

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