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COMENTARIO DE TEXTO HISTÓRICO

Una y otra vez quiero deciros algo: vosotros, que permanecéis en la patria, no olvidéis cuán
horrible es la guerra. No dejéis, de rezar. Actuad con seriedad. Abandonad toda superficialidad. Arrojad
de teatros y conciertos a los que ríen y bromean mientras sus defensores sufren y se desangran y mueren.
De nuevo he vivido durante tres días (del 1 al 4 de enero) la más sangrienta y horrible batalla de la
historia, a doscientos metros del enemigo, en una trinchera provisional excavada a toda prisa. Durante tres
días y tres noches han caído granadas y más granadas: estallidos, silbidos, sonidos guturales, gritos y
gemidos ¡Malditos aquellos que nos condujeron a esta guerra!
Carta de un estudiante alemán desde el frente. Enero de 1915

El texto que nos disponemos a analizar es de carácter histórico. Se trata del


testimonio de un soldado alemán que se dirige por carta a sus compatriotas
(«vosotros que permanecéis en la patria») desde algún lugar frente durante la
Primera Guerra Mundial.

En dicha carta, el combatiente alemán previene a aquellos que se encuentran


en la retaguardia de los horrores de la guerra («no olvidéis cuán horrible es la
guerra»), denuncia la situación que se vive en las trincheras, donde a diario los
soldados son víctimas de la artillería enemiga («estallidos, silbidos, sonidos
guturales, gritos y gemidos») y, sobre todo, ataca a los políticos y mandos militares
a los que considera responsables de la contienda («los que ríen y bromean mientras
sus defensores sufren y se desangran y mueren»).

La Primera Guerra Mundial o Gran Guerra –como se conoció en su día— se


desarrolló entre 1914 y 1918 y fue un conflicto sin precedentes en cuanto a la
cantidad de países beligerantes, a los medios materiales y humanos movilizados, a
la destrucción causada y a la cantidad de víctimas que generó (millones de
muertos, inválidos y mutilados).

El detonante de la guerra fue el atentado que acabó en Sarajevo con la vida


del príncipe austrohúngaro Francisco Fernando del que fue acusado el gobierno
serbio, pero las causas profundas hay que buscarlas en los años precedentes, en
que la rivalidad entre la potencias europeas a propósito de antiguas guerras (los
franceses perdieron Alsacia y Lorena en 1871 tras su derrota contra Prusia), de su
lucha por las colonias en África (Alemania se sentía marginada del reparto de
África) o de los Balcanes (Rusia apoyaba el proyecto serbio de una patria para los
eslavos del sur, pero el Imperio Austrohúngaro era un obstáculo), había dado lugar
a dos bandos enfrentados: la Triple Alianza -formada por Alemania, Austria-Hungría
e Italia- y la Triple Entente –Francia, Gran Bretaña y Rusia. El atentado de Sarajevo
no hizo sino encender la mecha de un conflicto que se veía venir desde hacía años,
los años de la llamada «Paz armada».

En lo que se refiere al texto, éste nos sirve para comprender uno de los
aspectos que caracterizó a la Gran Guerra: la llamada guerra de trincheras,
especialmente cruenta en el frente occidental. Este tipo de guerra no era el que
esperaban los mandos militares que confiaban en un desenlace rápido.
Así, Alemania, bien comunicada con sus aliados austriacos, pero con la
dificultad de tener que hacer frente a enemigos dispersos a este (Rusia) y a oeste
(Francia y sus aliados británicos), planeó un ataque relámpago sobre Francia (Plan
Schlieffen) con el objetivo de derrotarla en pocas semanas y poder ocuparse
exclusivamente de la derrota de Rusia. Los alemanes aprovecharon el factor
sorpresa al penetrar en Francia por la frontera belga, por donde no se les esperaba,
y avanzaron hasta que fueron frenados por un reorganizado ejército francés a unos
40 km de París en la Batalla del Marne.

De esta manera, el frente quedó inmovilizado desde el mar del Norte hasta la
frontera suiza y, pese al escaso espacio que separaba a los soldados de ambos
bandos (la conocida como «tierra de nadie») y de las ambiciosas ofensivas de unos
y otros con batallas como la de Verdún o la del Somme, las posiciones defensivas,
simples trincheras cavadas en la tierra donde las condiciones higiénicas y sanitarias
eran precarias y donde los soldados, que morían por millones, víctimas de un nuevo
tipo de armamento mucho más mortífero y destructivo (ametralladoras, granadas,
cañones de largo alcance, armas químicas...), eran sustituidos por nuevos
reemplazos.

En este contexto, puede entenderse el malestar del autor de la carta hacia


sus superiores. Para empezar, porque la gran mayoría de soldados no acudieron a
esa guerra voluntariamente, sino reclutados a la fuerza de entre la población civil
en edad militar. Y para continuar, porque a pesar de la propaganda entusiasta que
los gobiernos hicieron intentando convencer a sus ciudadanos de sus posibilidades
de victoria, la moral en el seno de la tropa se iba desmoronando pues no parecía
que los millones de muertes hubiesen servido para nada.

Con el tiempo, motines, deserciones y protestas se fueron generalizando en


ambos bandos y gran parte de la población comenzó pensar que aquélla era una
guerra en la que los poderosos utilizaban a la población civil para defender sus
intereses, fundamentalmente económicos. De hecho, la capitulación de Alemania y
el fin de la guerra en 1918 vinieron precedidos por una revolución que, inspirada en
la que tuvo lugar un año antes en Rusia, obligó a abdicar al káiser Guillermo II y
forzó al nuevo gobierno republicano a firmar el armisticio el día 11 de noviembre.

En definitiva, el testimonio de este soldado anónimo es una pequeña muestra


del horror de una guerra que, lejos de solucionar nada, dejó un balance de ocho
millones de muertos, varios millones de inválidos y mutilados, un continente
destruido y la semilla de una guerra, aunque cueste creerlo, mucho más mortífera y
destructiva: la Segunda Guerra Mundial.

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