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Malerba
La Historia en América Latina
Ensayo de crítica historiográfica
Rosario, 2010
Malerba, Jurandir
La historia en América Latina : ensayo de crítica historiográfica.
1a ed.-Rosario: Prohistoria Ediciones, 2010.
130 p.; 21x14 cm. - (Fundamentos / Darío G. Barriera; 3)
ISBN 978-987-1304-47-9
colección fundamentos – 3
Dora y Giulia,
celebración de la vida
Índice
Presentación
Carlos Antonio Aguirre Rojas
Prólogo
INTRODUCCIÓN
Antes de la década de 1960
Contexto histórico e intelectual de la “transición paradigmática”
Las relaciones con los polos culturales hegemónicos
Nuevos objetos
Marxismo e historiografía latinoamericana
CAPÍTULO I
Años 1970-1980
La historia económica
La historia social
CAPÍTULO II
Años 1980-1990
Historia política
Historia cultural
CONSIDERACIONES FINALES
Orientación bibliográfica
Bibliografía
Presentación
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CARLOS ANTONIO AGUIRRE ROJAS
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LA HISTORIA EN AMÉRICA LATINA
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JURANDIR MALERBA
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LA HISTORIA EN AMÉRICA LATINA
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Prólogo
L
a investigación que dio origen a este libro se inició a mediados de
2004, gracias a una invitación realizada por Héctor Pérez Brignoli
y Estevâo Martins, los editores del último volumen de la História
Geral da América Latina titulado Teoría y metodología en la Historia de
América Latina (UNESCO-Trotta, París-Madrid, 2006, Vol. 9). Mi es-
trategia para escribir el capítulo sobre “perspectiva y problemas” en la
historiografía latinoamericana fue realizar un recorte que cubriese, apro-
ximadamente, desde la ruptura epistemológica ocurrida en la década de
1960 hasta la actualidad, cuando los efectos de aquella ruptura aún se
hacen sentir. El capítulo que me habían encargado debía constar de 25
páginas y para ello produje un texto borrador de 75; esa versión extensa,
revisada y acrecentada en más de 20 páginas –profundizando algunas
cuestiones (como el contexto de la transición paradigmática) y acrecen-
tando otros temas (como el debate sobre el marxismo en aquel mismo
contexto) y ejemplos de las vertientes historiográficas analizadas– cons-
tituye el cuerpo de este libro.
El lector podrá notar que el texto se estructura en dos ejes principa-
les, uno lógico y otro cronológico. Desde el punto de vista lógico, se
abordan las formas de escritura histórica que fueron preponderantes en
América Latina (antes y) a partir de la fractura epistemológica iniciada
en los años 1960 en los centros hegemónicos de la cultura occidental,
con la emergencia del movimiento intelectual del postestructuralismo
en las ciencias humanas; y su recepción paulatina, con relativo descom-
pás cronológico, en los ambientes intelectuales latinoamericanos. Ese
desajuste se explica, en buena medida, porque la historia económica y
social se mantuvo aún, por casi dos décadas, como el registro historio-
gráfico más importante entre los historiadores de la región, hacia me-
diados de los años 1980, cuando se inició la afluencia vertiginosa de las
nuevas orientaciones temáticas y teóricas asentadas, grosso modo, en
aquello que se bautizó como cultural turn en las ciencias humanas y en
la Historia.
JURANDIR MALERBA
Jurandir Malerba
Porto Alegre, octubre de 2009
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INTRODUCCIÓN
E
n un excelente balance de los estudios históricos sobre América
Latina, escrito hace poco más de tres décadas, el historiador sueco
Magnus Morner (1973) reconocía la dificultad de analizar, en
pocas páginas, un asunto tan vasto y complejo como las “nuevas pers-
pectivas y problemas en la historiografía latinoamericana”, especial-
mente si el autor no era Richard Morse (1964). Para la generación en
que ambos célebres latinoamericanistas produjeron, aún era posible para
un único historiador, como Morner o Morse, enfrentar un trabajo de ta-
maña envergadura. Desde entonces, sin embargo, se asiste a una verda-
dera explosión de la producción historiográfica, marcada por un cuadro
de expansión de las historiografías nacionales, de consolidación de sus
programas de postgrado, de los vehículos de difusión del conocimiento
histórico, de una mayor inserción de los historiadores latinoamericanos
en el debate internacional y de una relativa profesionalización del área
en gran parte de los países de América Latina. Esa expansión, tanto cua-
litativa como cuantitativa, de producción en las últimas tres décadas, a
su vez exige un esfuerzo de evaluación permanente, que fue practicado
en la región por investigadores aislados o por los centros que comenza-
ban a surgir. Dada la extensión y diversidad que alcanzó la historiografía
latinoamericana en las últimas décadas, la propuesta, hoy urgente e im-
periosa, de evaluaciones críticas de sus itinerarios, demanda esfuerzos
colectivos y coordinados, que sólo tímidamente se anuncian. En este
sentido, el alcance y el objetivo de este pequeño libro son necesaria-
mente heurísticos, en el sentido de que muchas de las afirmaciones aquí
sostenidas tendrán el carácter de hipótesis de investigación, que deberán
ser testeadas a la luz de investigaciones posteriores. Que sirva, entonces,
como un estímulo a nuevas incursiones en el campo.
Más oportuno que intentar mapear un cuadro general de la historio-
grafía latinoamericana contemporánea, que redundaría en una tipología
o en una clasificación estática y no más que descriptiva de las vertientes
historiográficas del continente, me pareció presentarlas en una perspec-
tiva histórica; o sea, rehacer sus itinerarios en las últimas cuatro décadas,
JURANDIR MALERBA
1
Aunque los propios líderes de aquel movimiento quieran negarlo. LICHFIELD, John
“Ex-anarchist visits ‘enemy’ Sarkozy”, en The Independent, Londres, 17 de abril de
2008, sobre un libro recién lanzado donde Daniel Cohn-Bendit, “el rojo”, uno de los
más prominentes líderes de las jornadas francesas de 1968, reniega de la importancia
del movimiento y prácticamente “pide disculpas” por su actuación en él.
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años 1980 y 1990. Vale aclarar la plena consciencia del alto grado de
aleatoriedad inscripto en esas clasificaciones y cronologías, que aquí se
adoptan con fines exclusivamente heurísticos y expositivos. El criterio
de inclusión será, sin duda, mucho más fácil de justificar que los de ex-
clusión, en tanto se reconoce la frustración de no contemplar en este en-
sayo vertientes importantísimas y con fuerte tradición en la producción
historiográfica de la región, como la historia de las ideas, la historia in-
telectual y de los intelectuales, la historia administrativa, diplomática y
de las relaciones internacionales, la historia de la Iglesia y de las religio-
nes, la historia militar, la historia demográfica y la historia urbana y
agraria; y otras, más recientes, pero no menos vigorosas, como la historia
del deporte y la historia ambiental. Los campos incluidos son suficientes,
con todo, para esbozar las tendencias generales de transformación en
las concepciones del quehacer historiográfico en América Latina.
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historia cultural”. Ésta vino a intentar llenar las lagunas existentes; com-
parte con el marxismo el entendimiento de la función emancipadora de
la historiografía (pero considera de manera distinta los límites que hom-
bres y mujeres deben superar). Los modos de exploración y dominación
no se encuentran más, por los menos primordialmente, en las estructuras
institucionalizadas, en la política o en la economía, sino fundamental-
mente en las diversas relaciones interpersonales en las cuales los seres
humanos ejercen poder unos sobre otros. Así, la cuestión de género
asume un papel importante. Foucault sustituye a Marx en tanto analista
del poder y sus relaciones con el conocimiento (Iggers, 1997: 98). Así
empezaba a definirse el estatuto epistemológico de una corriente de
pensamiento que se denominó “postestructuralismo”, precursora del
postmodernismo veinte años más tarde.
No cabe aquí buscar una definición del concepto de postmoderno,
ese sincretismo de diferentes teorías, tesis y reivindicaciones que tuvie-
ron origen en la filosofía germánica moderna, especialmente en Nietzs-
che extendiéndose hasta Heidegger –y en la adaptación de esa filosofía
por varios intelectuales franceses, particularmente los impulsores de las
teorías postestructuralistas del lenguaje desde la década de 1960, como
Michel Foucault y Roland Barthes.
En un sentido muy general, el postmodernismo sustenta la propo-
sición de que la sociedad occidental pasó, en las últimas décadas, por
una transformación desde una era moderna hacia una “postmoderna”;
que se caracterizaría por el repudio final de la herencia de la Ilustración,
particularmente la creencia en la Razón y en el Progreso, y por una in-
sistente incredulidad en las grandes meta-narrativas, que impondrían
una dirección y un sentido a la Historia, en particular la noción de que
la historia humana es un proceso de emancipación universal. En el lugar
de esas grandes meta-narrativas surge ahora una multiplicidad de dis-
cursos y juegos de lenguaje, el cuestionamiento de la naturaleza del co-
nocimiento junto con la disolución de la idea de verdad, y otros
problemas de legitimación en varios campos. El impacto de las propo-
siciones postmodernas en la teoría de la historia, más específicamente,
en la teoría de la historiografía, fue enorme.
Antes de proseguir con las transformaciones paradigmáticas en la
historiografía latinoamericana, cabe profundizar un poco esos dos pos-
tulados axiomáticos de la teoría del conocimiento postmoderna –si así
podemos llamarla– que son su teoría del lenguaje y su vehemente nega-
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ción del realismo. Las dos bases del postmodernismo asientan su con-
cepción en el lenguaje y en la negación del realismo. La primera es tri-
butaria directa de los desdoblamientos del linguistic turn y de las
negaciones postestructuralistas, que llevaron al paroxismo las apropia-
ciones que los primeros estructuralistas, como Lévi-Strauss, hicieron de
la obra de Saussure. Se trata ahora de una filosofía del idealismo lin-
güístico o pan-lingüismo (panléxico) que afirma que el lenguaje consti-
tuye y define la realidad para las mentes humanas, v. g. que no existe
realidad extralingüística independientemente de nuestras representacio-
nes de esa realidad en el lenguaje o en el discurso. Ese idealismo lingüís-
tico considera el lenguaje como un sistema de signos que se refieren
sólo unos a los otros internamente, en procesos sin significación que
nunca llegarán a un sentido establecido.
La gran vulgarización de esa concepción de lenguaje en años recientes
es un aspecto fuerte de aquello que se acordó en llamar linguistic turn en la
Historia y en otras ciencias sociales. Así, el postmodernismo niega tanto la
capacidad del lenguaje o del discurso de referir a un mundo independiente
de hechos y cosas, cuanto la determinación final –o la “resolutibilidad”–
del sentido textual. A partir de ahí, niega también la posibilidad del conoci-
miento objetivo y de la verdad como horizontes utópicos de cualquier inves-
tigación. El lector crítico, con todo, no tendrá dificultad en percibir que esa
filosofía idealista es ella misma una especie de metafísica fundada en afir-
maciones no probadas e improbables respecto de la naturaleza del lenguaje.
La teoría postmoderna del lenguaje es producto de las sesgadas in-
terpretaciones postestructuralistas del trabajo del lingüista suizo Ferdi-
nand de Saussure, expuestas en su Curso de lingüística general,
publicado póstumamente. Sólo para recordar los principales ejes de su
teoría, Saussure se tornó el fundador de la lingüística estructural al en-
señar que el objeto de las ciencias de la lingüística debía ser la langue o
el estudio sincrónico, a-histórico del lenguaje como un sistema total,
antes que la parole o el estudio diacrónico e histórico del lenguaje ha-
blado. Su explicación del lenguaje como un sistema de signos distingui-
bles sólo por su oposición y diferencia –y su definición del signo como
un significante arbitrariamente ligado al significado– no implicó, con
todo, la renuncia al realismo o la negación de que palabras pueden refe-
rirse a objetos en el mundo. Aunque formado por una conexión arbitraria
entre un sonido y un sentido particular, el signo, tal como Saussure lo de-
finía, era un concepto con una relación referencial a la realidad. Saussure
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en conflicto. Así, cada uno puede crear lo suyo, sin que haya parámetro de
crítica entre uno y otro, ya que cada cual funciona a partir de sus propios
postulados –o dentro de “intradominios especializados”. El fundamento de
esa nueva actitud epistemológica es la elevación –o la reducción– de todo
conocimiento a un efecto de lenguaje, a un producto discursivo, en una pa-
labra: la representación (Cardoso y Malerba, 2000). El abandono de las to-
talidades como horizontes utópicos es uno de los soportes de la vaga
ecléctica de pensamiento que se bautizó como “postmodernidad”. En una
palabra, y según Cardoso (1999), no habría más “historia” sino historias
“de” y “para” determinados grupos definidos por posiciones dadas, por los
“lugares desde donde se habla”. Para un gran número de autores postmo-
dernos eso implica que, al escribir, un historiador se dirige, en realidad, a
alguno de aquellos grupos, justamente aquél con el que comparta el mismo
campo semántico. Esa pulverización de los sujetos del discurso ha culmi-
nado en la proposición de la existencia de una historia de las mujeres, una
historia de los negros, una historia de los homosexuales, una historia cons-
truida en torno de intereses ecológicos, de jóvenes y viejos, en relación con
diversos grupos étnicos o nacionales. Tal actitud es marcada en los estu-
dios históricos en la década de 1990, incluso en América Latina, como se
verá a continuación.
Los presupuestos elementales de tal actitud cognoscitiva son la
existencia de una sociedad fragmentada en subculturas, la desistencia
de la búsqueda de horizontes holísticos, colectivos; como corolario, el
abandono de cualquier propuesta de explicación de fenómenos sociales
e históricos a partir de una comprensión totalizada y su desdoblamiento
político, la recusación a cualquier tipo de movilización colectiva, bien
característica de esta época de individualismo y narcisismo exacerba-
dos. La actitud de procurar retirar a los seres humanos su potencial de
agente transformador es una de las consecuencias directas de la procla-
mada “muerte de la Historia” y de la “muerte de las ideologías”. Los
postmodernos consideran al “hombre” solamente en tanto miembro de
comunidades de sentido, en una sociedad irrecuperablemente fragmen-
tada. Es importante señalar que ese gran movimiento se desarrollaba
en los polos hegemónicos de la cultura occidental, en los países de eco-
nomía capitalista central. En América Latina, otra ola innovadora se
propagaba aún bajo la égida de la racionalidad moderna, en las diversas
expresiones de la teoría de la dependencia. La misma será abordada en
particular más adelante.
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Nuevos objetos
La actual proliferación de objetos de investigación entre los historiadores
latinoamericanos, si por un lado espeja la fragmentación general carac-
terística de la fase de transición paradigmática iniciada a finales de la dé-
cada de 1960, por otro evidencia la dependencia –a falta de un mejor
término– cultural, de la comunidad intelectual latinoamericana, de cáno-
nes producidos en otro lugar –principalmente en los países de economía
central del sistema capitalista mundial.2 En 1985, John Johnson argu-
mentaba que el desarrollo realmente significativo en la escritura de la
historia moderna de América Latina en los Estados Unidos desde los
2
Por cierto que Europa desde siempre tuvo a América Latina como una gran área de in-
fluencia, incluso intelectual. Sin embargo, ese influjo fue notoriamente suplantado por
la ascendencia norteamericana en la región desde la Segunda Guerra Mundial. Y esa
ascendencia no necesariamente se hizo de manera directa. Europa fue destruida durante
la guerra y su reconstrucción se ha beneficiado no sólo de los dólares americanos allí
canalizados por el Plan Marshall, sino también por la llegada de historiadores y cien-
tíficos sociales americanos (con sus teorías) a los nuevos centros de investigación que
entonces se levantaron por todas partes, bajo los auspicios de la UNESCO. Acuerda
François Dosse (1992: 105 y ss.) que si Francia no tenía más que veinte centros de in-
vestigación en ciencias sociales en 1955, diez años más tarde ya contaba con más de
trescientos. Sería un estimulante objeto de investigación el estudio del “intercambio”
de ideas entre la intelligentsia europea y la norteamericana. Basta recordar, por ejemplo,
que si el postmodernismo fue destilado y ganó cuerpo en América del Norte con autores
como Hyden White, sus bases teóricas eran eminentemente francesas: Barthes, Derrida,
Deleuze, Lacan, Foucault.
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mado linguistic turn y los estudios postcoloniales con foco en los grupos
subalternos surgieron como abordajes preponderantes.
Además, los nuevos temas presentes en los estudios sobre América
Latina, derivados de imperativos contemporáneos ligados a actitudes e
intereses políticos y sociales, lo que se denominó “políticamente co-
rrecto”, reflejan anhelos y demandas de la cultura del investigador (ex-
tranjero) y no necesaria o prioritariamente los del pueblo investigado. La
recepción acrítica de cánones y problemas exportados por la fuerte co-
munidad académica norteamericana sugiere la progresiva imposición de
valores de la socialdemocracia liberal desde los Estados Unidos hacia el
mundo, a altos costos, como vimos en la década de 1960 en América
Latina –y hoy dramáticamente en el Oriente Medio. Hace treinta años,
Magnus Morner constataba con reserva esa asintonía verificada en el
collage de temas de investigación caros a las comunidades intelectuales
de los países de economía central a las historias y culturas llamadas “pe-
riféricas”, asintonía que ya se verificaba en la propia elección de un tó-
pico de investigación para una tesis académica. Observando la elección
de temas en función de intereses claramente políticos e inmediatistas,
como la onda de estudios sobre el militarismo latinoamericano por parte
de los historiadores norteamericanos durante los años 1960, Morner pre-
decía con mucho discernimiento lo que podría venir a ser estudiado en
el futuro. El súbito y vertiginoso crecimiento de estudios sobre la escla-
vitud en América Latina por investigadores norteamericanos, un campo
virgen hasta la década de 1960, fue prácticamente eco del movimiento
por los derechos civiles –y, posteriormente, de la affirmative action– en
los Estados Unidos, donde Jim Crow3 permanece como una herida
abierta. Todavía, como lúcidamente ponderaba Morner, si tales objetivos
3
Las leyes del Jim Crow constituyeron, a partir de 1876, la base legal de la discrimina-
ción contra los negros en los Estados del Sur prohibiendo hasta el hecho de que un es-
tudiante pasara un libro escolar a otro que no fuese de la misma raza. En Alabama,
ningún hospital podía contratar una enfermera blanca si en él estuviese siendo tratado
un negro. Las estaciones de ómnibus debían tener salas de espera y ventanilla de billetes
separados para cada raza. Los ómnibus tenían asientos separados. Y los restaurantes de-
bían proveer separaciones de por lo menos siete pies de altura para negros y blancos.
Estas Leis de Jim Crow eran distintas de los Black Codes (1800-1866) que restringían
las libertades y derechos civiles de los afroamericanos. La segregación escolar patro-
cinada por el Estado fue declarada inconstitucional por la Suprema Corte en 1954 en
el caso Brown v. Board of Education. Todas las otras leyes de Jim Crow fueron revo-
cadas por el Civil Rights Act de 1964. Cfr. Ayers (1992) y Barnes (1983).
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Cfr. Bagú (1949; 1952). Otros textos importantes de Bagú son: La batalla por la pre-
sidencia de Estados Unidos (1948) y “Transformaciones sociales en América Hispana”,
ensayo publicado en la revista mexicana Cuadernos Americanos en 1951. Cfr. Löwy
(1980).
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caso del Brasil petista5 de Lula (basta recordar que el PT abolió el tér-
mino “socialismo” en favor de su nueva meta utópica: la democracia).
El profesor Ronaldo Munck, editor de la mencionada revista Latin
American Perspectives y profesor de Sociología Política de la Univer-
sidad de Liverpool, presenta de modo comprometido las líneas generales
de la emergencia del postmodernismo en América Latina. El punto de
partida es la aceptación evidente del fin de la era de las teorías totalizan-
tes y de la búsqueda de verdades fundacionales. Antes de entrar en el
análisis de América Latina, deshila su rosario de credos postmodernos,
deudor de la figura de Lyotard, por haber inventado el postmodernismo
como el pensamiento que afirma la total incredulidad en las meta-na-
rrativas. De Derrida, el autor toma el concepto de logocentrismo, que se
refiere a la actitud moderna que impone una jerarquía dentro de oposi-
ciones binarias acríticamente aceptadas tales como hombre/mujer, mo-
derno/tradicional o centro/periferia, considerando a los primeros
términos como pertenecientes al reino del logos –una presencia pura,
invariante, exenta de la necesidad de cualquier explicación. De Foucault,
adopta el concepto de poder ubicuo y descentrado (Munck, 2000: 11-26;
Iggers, 1997; Pérez Zagorín, 1998).
El autor se refiere al interés creciente en articular una visión postmo-
derna de desarrollo, la cual deberá reflejar una “crisis de la conciencia
de la cultura europea” que, nuevamente, descubre que ya no es el in-
cuestionable centro dominante del mundo. Los conceptos no se refieren
más, dentro de los nuevos parámetros postmodernos, a la realidad sino
a meros discursos, los verdaderos constructores del mundo. No se trata
de atribuir más atención al lenguaje del desarrollo y a la deconstrucción
de sus presupuestos, pero habría incluso un movimiento para “reinven-
tar” el propio sentido de “desarrollo”. “Desarrollo”, de acuerdo con la
crítica postmoderna, sería un arma ideológica acuñada en la modernidad;
el postmodernismo deberá, entonces, llevar inevitablemente a un con-
cepto de “postdesarrollo”. En ese sentido, la falencia de las meta-narra-
tivas de desarrollo, modernización, dependencia y revolución
implicarían la necesaria desistencia de respuestas globales, ya que sólo
pueden alcanzar verdades parciales. El desencantamiento político estaría
5
“Petista”: término derivado de la sigla del Partido de los Trabajadores, el partido polí-
tico formado en los años 1980 dentro del movimiento obrero, que alcanzó la presidencia
de la República de Brasil en 2003 con Luiz Inácio Lula da Silva.
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Cfr. Borón (2000: 49-79). Sobre el rescate del marxismo en el escenario de la postmo-
dernidad, ver De Souza Santos (1995b).
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