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«Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo». (Ap 3,20) Un andlisis superficial de nuestra vida es suficiente para mostrarnos con cuanta frecuencia nos involucramos tan profundamente en lo que hacemos-y en lo que pensa- mos que, en ese momento, Dios, que llama a la puerta _ de nuestro coraz6n, deja de existir para nosotros. Al sumergirnos de esta forma en la temporalidad, hacemos que ésta se convierta en un idolo, que nos vuelve cie- gos a la Luz divina y sordos a la llamada de Dios (cf Sal 115). El hombre, que se entrega asf a sus pensamientos oa su actividad, rechaza la soberania Gnica de Dios. Un hombre asf no sélo no es pobre en el sentido evangéli- co, sino rico de sf mismo. De aquf el juicio tremendo de Jestis: «iAy de vosotros los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo» (Le 6,24). La persona que esta Ilena de sf misma, vive en comu- nién consigo misma y no con Dios. Es imposible estar encerrado uno en sf mismo y querer, al mismo tiempo, estar en comunién con Dios (cf Le 16,13). Sélo quien vive en la verdad de su nada humana puede recibir al Todo Divino. La pobreza de! alma humana despojada de 19 Stawomir Biela sf misma, la famosa de san Juan de la Cruz, atrae la riqueza del Dios «Todos'. «Las cosas del mundo son vanas y engaftosas (...), todo se acaba y falta como el agua que corre», dice san Juan de la Cruz®. Tienes que percibir la falsedad de las luces que destellan engafiosamente, lo ilusorias que son las cosas que continuamente persigues. Sdlo entonces deseards seguir la Luz verdadera. Esta Luz, al llamar a tu puerta, te empuja a hacerte pobre. Para ello te libera de los espe- jismos de este mundo con los que engafias a tu coraz6n, inclinado continuamente a reinar entre la basura, en lugar de aceptar la soberanfa tinica de Dios, seguir la Luz de su voluntad y encontrar asf la verdadera perla del Reino de Dios por la que vale la pena sacrificarlo todo. San Juan de la Cruz subraya que después del pecado original, «el alma (...) estd como cautiva en este cuerpo mortal, sujeta a las pasiones y a apetitos naturales»*. Si el objetivo de la vida humana es abrirse a Dios que se nos revela y comunica, entonces, esta apertura implica la existencia de un vacfo, de un espacio interior para El. Este espacio interior es justamente la pobreza, la cual, liberando al hombre de los obstéculos y del amor propio, le trae la paz. Todos los asuntos, aun siendo buenos en sf mismos, si se vuelven objeto de una excesiva preocupacién, son un obst4culo para la unién con el Sefior, pues ocupan en " «Para venir a serlo todo, no quieras ser algo en nada> (Saw Juan oe La Cruz, Subida al Monte Carmelo, 1, 13, 11, en Obras completa, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1993, p. 212). «Cuando reparas en algo, dejas de arrojarte al todo. Porque Para venit del todo al todo, has de negarte del todo en todo. ¥ cuando lo vengas del todo a tener, has de tenerlo sin nada querer; porque si quieres tener algo en todo, no tienes puro en Dios tu tesaro> {ib |, 13, 12). Ip, Caintco EspiritualB, 1, 1, en ib, p. 590. > Ip, Subida al Monte Carmelo, I, 15. 1, en ib, p. 206. 20 Abrid de par en par las puertas a Cristo nuestro pensamiento el lugar que le pertenece a Dios. No se puede amar sin pobreza espiritual; en este sentido san Juan de la Cruz subraya que «amar es obrar en despojarse y desnudarse por Dios de todo lo que no es Dios»*. La pobreza es el despojamiento de los falsos tesoros que esclavizan e! coraz6n, impidiéndole seguir la llamada del amor de Dios; es el camino para alcanzar el tinico tesoro por el que merece la pena vivir. “Ib, 5, 7, p. 227,

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