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EL MUNDO Miércoles 8 de diciembre de 1937 -- p.

El infierno santiagueño

¡Agua! ¡Agua! ¡Agua! ...

POR ROBERTO ARLT

El tren del Estado corre hacia el Norte, entre alambrados de siete hilos.
Son las doce y media del día. A pesar de la sequía hay mucho menos
tierra de lo que podría presumir el lector. Cierto es que aún estamos
en la provincia de Santa Fe, pero algunas horas más tarde, cuando
entremos en Santiago del Estero, comprobaremos que aparentemente
la sequía no ha modificado la naturaleza del suelo a lo largo de los
rieles. Hasta se llega a dudar de la efectividad de tres años sin lluvia.
Sin embargo, el drama de Santiago del Estero se hace presente en las
conversaciones de los pasajeros que conocen aquellas tierras y el
síntoma de la sequía asoma a través de la palabra única: "Agua".

No se habla más que del Agua. Es el tema de todas las oraciones. Dos horas, tres horas,
cinco horas, siete horas, nueve horas. Ellos no h a b l a n más que del Agua. "Agua".
"Agua". "Agua". La palabra acaba por perder su sentido expresivo. El "Agua" está
injertado en cada cinco palabras que un hombre o una mujer dialogan en la travesía
ardiente del Norte argentino. Injertada con tanta insistencia, que yo, espectador, acabo
por asombrarme de la astucia que coloca esta palabra en cada giro de las conversaciones
más distantes o más cercanas. De la astucia o del temor, que ha caído sobre llos viajeros
que hablan del "Agua" como si se refirieran a una diosa indígena, cuya cólera
recientemente acaba de probarse.
El tren corre a lo largo de campos barbudos de pasto, chacras santafecinas prósperas y
orgullosas, con airosos molinos de viento y caballos de lustroso pelaje que pastorean
dignamente en los cuadrados verdes de la inmensidad redonda. Los caminos amarillos
llegan hasta el fondo del horizonte y ppor estos tubos resoplan bocanadas de aire caliente.
En los pasillos de los coches dormitorios se sobrelleva una atmósfera de baño turco. Los
pasajeros siguen conversando del "Agua". En tonos diversos. Habla del "Agua" el jefe del
coche comedor, los corredores de artículos rurales, los abogados que diligencian pleitos
en las capitales, la señora extranjera que muestra las medias hasta la curva de la rodilla, la
modesta pareja de sastrecillos riojanos. Hablan del "Agua" los tipos de seres humanos
más opuestos: el rubio opulento y el mulatillo menestral, la señora emperifollada y la
pobre mujer.
Entramos en Santiago del Estero. Esperaba que el paisaje cambiara, que súbitamente
aparecieran los campos tostados como lo hacía en las primeras crónicas. Pero pasan las
horas y el coche comedor calienta como un horno de panadero y los campos verdes
cruzan ante nuestros ojos, maravillosos de pasto fresco. Y sobre estos campos, ralos
rebaños de cabras, de caballos, de vacas, se mueven lentamente con el hocico a ras del
suelo.
A veces, se ven agujeros tremendos excavados en el suelo. Son bocas de pozos excavados
en tierra amarilla. A veces. Pero los campos verdes se extienden hasta el infinito. Y yo
me pregunto:
– ¿Dónde está la sequía? ¿Donde esa falta de agua de la que la gente no hace más que
hablar constantemente? ¿Dónde los efectos de tres años de sequía, si el tren no hace más
que correr a lo largo de praderas verdes? Y a la distancia, bajo un sol terrible, de fuego,
en medio de las praderas verdes, se ve el ganado inmóvil. De tanto en tanto, la osamenta
de una vaca, de un caballo. Y me pregunto:
– ¿Dónde está esa mortandad de ganado de que tanto he oído hablar? He venido hacia
Santiago del Estero creyendo que encontraría los caminos sembrados de osamentas de
animales. He venido hacia Santiago del Estero creyendo que me ahogaría en las llanuras
terrosas, y salvo algunos escasísimos trechos, podríamos admitir que corremos, a lo largo
de un camino pavimentado, tan escasa es la polvareda que levanta el convoy.
Y pasan las horas. Y mientras pasan las horas pienso:
– Probablemente la gran sequía está al norte de Santiago. Probablemente los campos
yermos están al norte. Probablemente las bestias muertas están al norte.
Escribo y me quedo satisfecho. Creo que he cumplido con mi deber y orondamente paseo
la mirada por los campos santiagueños. El tren se detiene en bonitas estaciones. Leo y
miro el paisaje. En uno de aquellos intervalos se acerca a mi e capataz del coche
comedor, a quien le digo:
– Lo que es aquí, los santiagueños no se pueden quejar. Vea qué verdes están los
campos...
El capataz del coche comedor me mira estupefacto ... y finalmente termina por
responderme:
– Pero no sabe que estos campos verdes, lo están de manzanilla...
– ¿Manzanilla?
– Sí, manzanilla. Un terrible veneno para los animales. Todos estos campos están
muertos. ¿Ha visto los pozos al lado de la vía? Fueron hechos para buscar agua por
los criadores sedientos. Y en esos pozos ya no hay ni una gota. Todo aquí está
muerto.

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