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La via del amor: una forma de insurgencia Serd, precisamente, en el nuevo dominio abierto para la individua- lidad por la sociedad burguesa donde ta mujer establecera uno de sus principales puntos de apoyo en la larga y dificil lucha que afron- tard a lo largo del siglo XIX en pos de una nueva identidad, de un nue- vo lugar en la sociedad y de una nueva significacién para su vida La conquista a la que se apresté la mujer en el nuevo perfodo his- térico que abri6 el ineludible im- pacto de la revoluci6n francesa fue la de despojarse de la marca que signaba su destino como respon- sabilidad ante la especie, para ac- ceder a la experiencia de una vida propia y particular, materializada en miltiples realizaciones. El si- glo XIX estuvo cruzado por una Derseverente, aunque no siempre soherente, lucha de la mujer que le permitié dar el paso de la con- dicién casi exclusiva de madre, es- posa y garante de la moral en la que el siglo desde sus albores qui- so reconocerla, a la que quedo de Ia mujer del siglo XIX Carlos Mario Gonzalez Restrepo plasmada en las palabras de Lou Andreas Salomé: “Soy incapaz de rogular mi vi- da segin modelos y no ofrocoré nunca uno a nadie. En cambio, Jo que seguramente hard, me cueste lo que me cueste, es adaptar mi vida a mi propio mo- delo. Al actuar de esta manera no defiendo ningiin principio, si- no algo mucho més maravilloso, que estalla de alegria en el co- raz6n del individuo, eélido de vi- da y con la Gnica aspiracién de liberarse” ®), Es cierto que el cambio al que asisti6é el siglo no permite decir que estas palabras fueran, en ge- neral de las mujeres de la época, mas atin, seguramente, Lou An- 1. Andreas: Salomé, Lou. Certa a Hendrik Guillot, 26 de mayo de 1882. Citada fen “Idolatrias: representaciones artisticas y Iiterarias” por Stephane Michaut en Historia de las mujeres, Tomo IV, Medrid, 1993. p. 154 102 dreas Salomé fue una mujer excep- cional, como excepcionales fueran mujeres de carne y hueso del esti- lo de Olympe de Gouges, Mary Wollstonecraft, Flora Tristan, las hermanas Bronte, George Elliot, George Sand, Jane Austen 0 Co- lette, no obstante, mas allé de que su hegemonia no fuera cuantitati- va, ellas concretaron nuevos para- digmas de mujer y certificaron pa- ra ésta posibilidades nuevas de en- carer la existencia, ademas de que constituyeron con el ejemplo de su propia vida el norte que de alli en més, y con las imprescindibles re- visiones de por medio, animé la busqueda del nimero creciente de mujeres que quiso romper con el mperio de un destino reducido a la servidumbre de la domesticidad familiar: los historiadores centran su atencién on los cambios y trans- formaciones en la condicién de la mujer, pues e| més sorpren- dente de ellos, ‘La emancipacién de la mujer’, fue iniciado y de- sarrollado de forma casi excl. siva en este periodo por la clase media y —de forma diferente— por los estratos més elevados de la sociedad, menos importantes desde el punto de vista estadis- tico. Fue un fenémeno modesto aunque este periodo dio a luz un numero de mujeres reducido, pe- ro sin precedentes, que eran ac- tivas y que se distinguieron de forma extraordinaria en determi- nados campos, reservados hasta entonces a los hombres: figuras como Rosa Luxemburgo, Mada- me Curie, Beatrice Webb, Con HISTORIA ¥ SOCTEDAD | todo fue un ntimero lo bastante elevado para producir no sdlo un puiiado de pioneras, sino —on ol contexto de la burguesia— una nueva especie, la ‘mujer nueva’ sobre la cual especularon y dis- cutieron los observadores mas- culinos a partir de 1880 y que fue la protagonista de las obras de autores ‘progresistas’: Nora y Rebeca West de Henrik Ibsen y las heroinas, 0 mds entiheroinas de Bernard Shaw" °), Asi no heyan sido las mas, mu- jeres como Emily Dikinson o Sara Bernhardt plasmaron, para todas las dems, y también para los hom- bres, ol mas", el plus, que puede realizar toda vida de mujer que asume que set madre y esposa Gnicamente no es el destino fatal que determina a su sexo. La gran tarea que de manera am- bivalente no dejé sin embargo de adelantar el siglo XIX en lo concer- niente a las mujeres, consistié en historizar el ser de la mujer y en igualar su condicién social a la del hombre. Pero es menester repe- tir: tarea que se propuso el siglo, tarea que no cesé de acometer, ta- rea, sin embargo, que no pudo en ningén momento consumar a satis- faccién y que nunca dejé de ser ardua y dificil por todas les trabas ¥ reacciones que encontré. En to- do caso lo que si se puode afir- mar es que el siglo XIX al ofrecer las condiciones para que la mujer reconociera la necesidad de con- 2. Hobsbawn, Eric. La era det Imperio. td Labor, Barcelona, 1989. pp. 193-94. Carlos Mario Gonaiilez Restrepo quistar su propia vida alcanz6 un punto de no retorno en la historia de la cultura occidental: el de la mujer que rompe sus lazos de ser- vidumbre con el hombre, lo que, no obstante, no equivale a decir que la feminidad haya alcanzado su propio punto de ruptura con el sofocamiento a que la ha tenido sometida en los tltimos siglos la masculinidad en nuestra cultura occidental. Para decirlo con otras palabras: el siglo XIX da el pisto- letazo de largada a la emancipa- cién de la mujer, no asi a la de la feminidad, siendo esa una trage- dia que domina a este siglo y que queda recogida en Ja gran literatu- Ta que se produjo en él: se puede ganar como mujer un nuevo y emancipado lugar en una sociedad que menoscaba la feminidad al mismo tiempo, es decir, para po- ner un ejemplo, Ana Karenina no fracasa por ser mujer, fracasa por ser femenina y por agenciar en tan- to tal, valores y actitudes ante la vida y el ser que no podian tole- arse en una sociedad regida segtin los ideales de goce masculinos.. Y ye se sabe: el goce masculino tan- to puede ser esunto de hombres como de mujeres. Si se prefiere, se puede también decir que la so- cledad del siglo XIX, no sin ingen- tes luchas y esfuerzos, se dispuso a abrir un lugar a la mujer en el escenario social y publico, a cam bio de que abdicara de la femini- ded, Es esta exigencia implicita y pero categérica, la que relie- Va todavia més el papel histérico de esas mujeres que supieron en- frontar a la sociedad decimonénica 103 no solo para cargar su vida con sen- tidos distintos al del paradigma existente, sino que sostuvieron ese particular goce de ser que es pro- pio de la feminidad, cosa de la que testimonia una obra de vida que no redujo ésta al monotema del po- der (econémico 0 politico), cara realizacién del goce masculino, si- no que exploré las posibilidades de nuevas realizaciones en lo co, lo estético y lo espiritual. Pero dejemos por un momento esto y retornemos al punto en que deciamos que la tarea del siglo XIX consistié en darle un estatuto histérico a la condicién de mujer. Hasta entonces la idea de mejor aceptacién era la de concebir a los ‘sexos segtin un orden natural que los habia diferenciado de manera tal que su encuentro era el de dos complementarios. Acorde con esta idea el siglo XIX en sus comienzos define para la mujer, en funcién de su “naturaleza", un modelo cen~ trade en los papeles de esposa y madre, con derechos y deberes bien precisados, y con la misién de ser abanderada de la virtud y de la moral alli donde ella se definié como ama: la casa. Es indudable que si, de un lado, la asignacién del espacio doméstico como uni- verso fundamental de su realiza~ cién, representa una gran restric~ cién (contra la que, precisamente, no dejé de rebelarse a lo largo de todo el siglo) a sus posibilidades como ser, de otro lado no se pue- de negar que la condicién de ama de casa le otorgé un dominio en el cual reinar relativamente y del que carecié en épocas anteriores, pues 104 si bien siempre fue esposa y ma- dre, lo primero, antes que con un valor particular de ella, tenfa que ver con transacciones y célculos econdmicos que a través suyo se concretaban, mientras lo segundo no la asignaba a una funcién for- madora sino que la designaba co- mo factor de certificacién de la le- gitimidad de la descendencia. Ser “ama de casa” le deparé potesta- des nuevas como, por ejemplo, in- tervenir en la formacién fisica y espiritual de su hijo y velar por la moral que todos debian acatar, in cluso el esposo. Por ego Ia condi- cidn de ama de casa, en cierto sen- tido representaba un logro para la mujer, pues, por lo menos, los uni- versos quedaban repartidos, el pt- blico para el hombre y el privado para la mujer, y no como sucedia antes cuando tanto e! dominio pri vado como el ptblico eran potes- tad de! hombre, Esta asignacién de “Reina del hogar", que conso- lid5 el siglo XIX, con la reduccién de la existencia de la mujer al ém- bito doméstico, cosa que desde el principio estuvo en la mira critica de ciertos feminismos (pues hubo algunos que lo aceptaron asi y 36- lo pedien algunas condiciones que mejor le permitieran cumplir con ésta su funcion natural), se justifi- 6 en el susodicho orden que la naturaleza habia establecido y que obligaba, a una sociedad que pre- tendiera la armonia, a respetarlo. Una esencia natural le sefialaba a la sociedad cémo distribuir los se- x08 y qué funciones y potestades conferirle a cada uno de ellos: la mujer, habilitada por la naturale- HISTORIA ¥ SOCIEDAD 1 za para la gestacién y el parto, de- bia tener el hogar como su “hebi tat” pues allf no sélo daba a luz, sino que atendfa e la crianza de su prole; el hombre, en cambio, des- Pojado por la naturaleza de las fun- ciones de alumbramiento y crian- za, debia proveer la manutencién de los suyos, cosa que lo obliga- ba, aunque el trabajo se hiciera en casa, a participar en actividades y Preocupaciones extra-hogarefias, lo que definia el émbito ptblico co- mo el dominio de realizacién del hombre. “EI papel principal le compete al ama de casa, encargada de po- ner en escena la vida privada tanto en la intimidad familiar —las ceremonias cotidianes de las comidas y las veladas junto al fuego— como en las relacio- nes de la familia con el mundo exterior —la organizacién de la sociabilidad, las visitas y las re- cepciones—, Ella habré de ser quien dirija el curso de las fac~ nas domésticas de modo que to- do el mundo, y el primero de to- dos su esposo, encuentre en la casa el maximum de bienes- tar” ®) “Estudiar, para una adolescente de la burguesia, equivale a pre- pararse para el desempeno de su papel de mujer de casa: mante- ner una, dirigir la servidumbre, ser la interlocutora de su esposo 3. Martin-Fugier, Anne. “Los Ritos de la Vida Privada Burguesa” en Historia de la Vida Privada. Tomo IV. Ditigida por Phi- lippe Ariés y Georges Duby. Altea, Taurus, Alfoguare, Madrid, 1989. p. 207. Carlos Mario Gonaiiler Restrepo y la educadora de sus hijos. Pa- ra semejantes tereas no se nece- sita latin ni conocimientos cien- tiflcos especializados; basta con un barniz de cultura general. ar- tes de adornos —mtsica y dibu- Jo— y una formacién doméstica teGrica y préctlca-cocina, higie- ne y puerlcultura” ®, “La privatizacién habla ganado s6lo a les mujeres (Incluidas las que trabajaban) y los nifios; los hombres habian escapado par- cialmente a ella y, con seguri- dad, vefan en eso uno de sus privilegios de machos, Para las mujeres y nifios, no habia casi vida fuera de la familia y de la escuela, que constitulan todo su universo. Al contrarlo, para los hombres existia slempre entre la familia y el trabajo un lugar de encuentro y animaci6n: la ciu- dad” ©, “El tiempo de los hombres es el de la vida pablica, su empleo se haya dictado por el ritmo de los negocios. Son raros los hombres de buena sociedad que viven ociosos y pueden organizar sus jornadas como bien les parezca Si, todavia en 1828, hay un ma- nual que le traza al fashionable un empleo del tiempo libre, a medida que avanza el siglo las publicaciones para uso masculi- no se convierten en guias profe- sionales..."(®. 4, tbidem, p. 243. 5, Aries, Phillippe. “La Cludad Contra la Familia”, Revista Vuelta 10/mayo 1987. p. 27. 6, Martin-Fugier, Anne, Op. cit. p. 207. 105 Esta bipartici6n que se atribuye a la naturaleza, y por tanto que ca- receria de historia, es decir, de cambio, sugiere un modelo de mu- jer y un modelo de hombre que deben complementarse mutuamen- te, Antes que nada el siglo ofrecié el modelo de mujer propio del ro- manticismo: una mujer ideal, des- carnada, a la que sélo [(!) se le pi- de que sostenga el éxtasis y la fas- cinacién del hombre y que no sea para éste sino puro objeto de con- templacién y admiracién “...y en alguna parte, al otro la~ do del mar 0 pasadas las monta- fias esté la mujer. La mujer que lo liberaré de aque! suefio de amor, de aquellas fantasias erd- ticas, convirtiéndolas en una re- lactén de éxtesis Inacabable. El roméntico fascinado por las ima- genes inconsclentes del otro sexo, vuelve la espalda a la mu- jer sensata que no puede dejer de pensar en sus hijos, su casa y un ingreso regular saneado. A través de esta literatura (roman- tica) desfilan una serie do cria- turas femeninas que son cual quier cosa menos mujeres de carne y hueso: hadas, ninfas, on- dinas, reinas salvajes, princesas orientales; cualquier mujer lo bastante exética para no ence- “La amada del roméntico es tan extraordinariamente emada que muchas veces es ella Ia que pa- 7. Priestley, J. B. Uteratura y Hombre Occidental. Op. cit, pp. 168-69. 406 ga que la amen tanto, porque re- sulta intocable, inabordable e inaccesible. La amada es una flor azul que existe en medio de las zarzas, que expande su per- fume dulce como un secreto en la profunda soledad. El mundo que la rodea es un mundo que no es digno de ser habitado por un ser asi, Nadie esté a su altura y ni siquiera nota su excelsitud, fuera del poeta que la canta sin cosar acercarse a ella". Pero este modelo, configurado en la fantasia del roméntico y en el que se apuntalé el ideal amoro- 80 que animé en un principio al si- glo XIX, bien pronto recibié una contundente critica, incluso, con la literatura realista que cobra fuer- za después de 1830, desde el mis- mo campo literario, pero sobre to- do desde las concepciones que te- nian que dar cuenta de las muje~ res de carne y hueso que existian en la vida concreta. Ese modelo de mujer que el siglo quiere con- solidar comienza por definir a la mujer como un dechado de inge- nuidad e inocencia, que desde su misma apariencia abroga cualquier connotacién sexual, tal como lo su- gisre la presentacién que Stendhal hace do la gran heroina de “Rojo y Negro”: “La sefiora de Renal parecia te- ner unos treinta afios y era adn bastante bonita (...). Tenia cier- to aspecto de sencillez y de ju- ventud en su forma de andar 8 Zuleta, Estanislao. Are y Filosofia. Op. cit. pp. 182-83. HISTORIA ¥ SOCIEDAD 1 }, aquella gracia ingenua, lena de inocencia y de vivaci- ded puede que hubiera !legado incluso a despertar sentimientos de dulce voluptuosidad. Si hubie~ ra conocido su éxito, la sefiora de Renal se hubiera avergonze- do mucho. Ni la coqueteria, ni la afectacién habjan rondado nunca su corazén (...)", La misma sefiora de Renal sirve para sefialar otros dos rasgos bé- sicos de! modelo de mujer valori- zado en el siglo XIX: esposa y ma- dre, dando cuenta de ello de abne- gaci6n y entrega al marido y a los hijos _respectivamente: “Era un alma ingenua, que nun- ca se hubiera atrevido a juzcar a su marido, ni a confesarse si- quiera que éste le aburria. Supo- nia, sin decirselo, que entre ma- rido y mujer no existian relacio- nes més dulces, Sentia sobre todo que amaba al sefior de Re- nal cuando éste le hablaba de sus proyectos pera con sus hi- Jos (...)" 0, “Hasta la Ilegada de Julidn, no se habia preocupado en realidad mds que de sus hijos, Sus enfer- medades, sus dolores, sus peque- fas alegrias, Ilenaban toda su sen- sibilidad (...)" 9, “Hubiera sa crificado su vida sin dudarlo un momento para salvar la de su ma- rido, si lo hubiera visto en peli- 9. Stendhal. Rojo y Negro. Ed. La Oveja Negra Ltda, 1983. p. 19, 10. Ibidem, p. 19. 11, Ibidem, pp. 43-44, Carlos Marlo Gonzales Restrepo gro” “2, Pero también en la sefio- ra de Renal se describe la opinion que los hombres tienen de sus mu- jeres, a las cuales consideran no razonables, indolentes y débiles: “jEstés hablando como una necia, como lo que eres!— gri- t6 el sefior de Renal con voz te- rrible. —jQué se puede esperar de una mujerl—. Las mujeres nunca prestan atencién a lo que es razonable: zc6mo podrian sa- ber cémo se debe obrar? Su in- dolencia, su pereza sélo les con- siente actividad cuando se trata de cazar mariposes. jSeres débi- les! jQué desgracia la nuestra, que tenemos que aguantar!” () De todas maneras, en el modelo decimonénico la mujer es la encar- gada de velar, en su hogar, porque se guarde la moral y la virtud: “La obrera habré de convertir a su ma- rido a la temperancia, lo mismo que la burguesa redentora tiene por misién conducir de nuevo al esposo incrédulo al camino de la ortodoxia" '""). Esta concepcién de la mujer se encuentra ratificada por una ideologia religiosa de gran calado en la época: “A propésito de la mujer, dice el cristignismo: Es ella, en pr- mer lugar, la que ha introducido e| pecado en el mundo (...), aunque la maternidad la salva. 12. Ibidem, p. 168, 13. tbidem, p. 140. 14, Corbin, Alain. “Entre Bastidores” en Historia de la Vida Privada. Tomo IV. Op. cit. p. 586. 107 La sumision aparece como la ex- presién femenina del amor con- yugal. A los maridos se les re- comienda que amen a su mujer, a ellas se les recomienda que sean sumisas. La diferencia de matiz no es pequefa” \") Ama en su casa, en realidad su dominio doméstico, con el que sue- fia cuando es joven espantada por el triste destino de la solterona, es un dominio puesto al servicio del hombre y cudntos mas logros consiga ella en su reino, mas y mejores tributos rinde al esposo que los usufructta tras su retorno del escenario pablico: “La vida privada es el puerto al que los hombres se acogen pa- ra descansar de las fatigas de su trabajo y del mundo exterior. Todo ha de estar preparado pa- ra hacer armoniaso este puerto. La casa es el nido, el lugar del tiempo suspendido. La idealiza- cin del nido Ilev6 a la idealiza- cién del personaje del ama de casa. Es preciso que, como un hada, haga surgir la perfeccion esforzandose por disimular los esfuerzos desplegados a tal fin Que sélo se advierta el resulta- do y no el trabajo de la escenifi- cacién: semejante al maquinis- ta de la opera, ha de presidirlo todo sin que se la vea ac- tuar” (7), 15. Aris, Phillipe. “El Amor en el Matrimo- io" en Sexualidades Occidentales. Ph. Ariés, A. Béjin, M. Foucault y ottos. Edicio- nes Pardds. 1* ed. 1987. pp. 182-63, 16, Martin-Furgier, Anne. Op. cit. p. 207. 108 Por otra parte, el modelo de hombre queda precisado en térmi- nos de ser productor de bienes y proveedor de fondos. Este hom- bre, frenético productor y acucio- 30 acumulador segiin la Iégica que impuso el capitalismo, tuvo tam- bién que pagar un elevado precio como consecuencia de ese goce masculino que expresado como verdadera obsesién por el dinero se fue apoderando de la sociedad: ‘se fue haciendo un esclavo del tra- bajo, e! cual le impuso una asfixian- te y exhaustiva jornada en la cual el tiempo, calculado y programe- do, qued6 destinado en lo esencial al rendimiento y a la eficiencla. La consigna que se Impuso lo dice to- do: “El tiempo es oro”. Dos espa- cios fundamentales se delinean en este siglo y se distribuyen segdn el supuesto orden natural de los sexos: la casa para la mujer, el tra~ bajo para el hombre; la mujer ufa- nandose de su diligencia domésti- ca, el hombre de “no perder el tiempo” en su frenética laboriosi- dad, Es cierto que el cuadro quo aca bamos de describir no slcanza su plena nitidez hasta el siglo XX y que el siglo XIX apenes lo esboza, pues todavia le quedan remanen- tes de antiguas socisbilidades que Ie permiten, sobre todo a los hom- bres, ganarle a la ciudad industrial un tiempo y un luger para el ocio cameraderil, por ejemplo el café como lugar de encuentro y de pe- labra, mediendo entre esos dos puntos cada vez més privilegiados de la red social: la casa y el traba- Jo, pero también es cierto que ya HISTORIA ¥ SOCTEDAD 1 el siglo comenzaba a desplegar la implacable légica que reduce el tiempo del hombre a pura funcién productiva. Es lo que caracteriza al esposo de Ana Karenina: “Cada minuto de la vida de Alexey Alexan- drovich estaba dedicado a algo. Y para que le diera tiempo de cum- plir Io que le correspondia diaria- mente, observaba un orden severi- simo, ‘Sin precipitacién y sin dos- canso era su lema’"(", Una vida asi, cuadriculada en tiempo y ta- reas, seré una vida ordenada y sin sorpresas, es decir, la aventura a que lanza la sociedad capitalista, cada vez més descomunizada e in- dividualista, es una aventura en 46rminos de la incertidumbre de los caminos por los cuales pueda tran- sitar la vida de un hombre ya no estrictamente determinado por su origen, pero definido este camino e inserto en el engraneje casa-tra- bajo, su existencia obedeceré a una cotidianidad geométricamente regularizada, sin mayor oportuni- dad de sobresaltos y completamen- te predescible: es la vida ordena- da reclamada por la particular tem- poralidad de la produccién cepi- talista. Ya Matilde, la segunda he- roina de “Rojo y Negro”, lo alcan- za a vislumbrar: “(...) la vida de un hombre era una serie de casua- lidades. Ahora, la civilizacion y el prefecto de policia han alejado la casualidad y no queda lugar para lo imprevisto" ('") 47. Tolstoi, Leén, Ana Karenina. Aguilar SA. edliciones. Madrid, 1952. p. 162. 8. Stendhal. Op. cit. p. 355, Carlos Mario Gonadlez, Restrepo Pero estos modelos de hombre y mujer no sélo eran complementa- rio, sino jerarquizados, siempre sogin un fundamento que se hacia radicar en un orden establecido por la naturaleza, que habia queri- do establecer la prevalecencia del hombre sobre la mujer. “En nombre de la naturaleza, el Cédigo Civil (napoleénico) esta- blece la superioridad absoluta del marido en la pareja y del pa- dre en la familia, asi como la in- capacidad de la mujer y de la madre. La mujer casada deja de ser un individuo responsable: cé- libe © viuda, lo es mucho més. Semejante incapacidad expresa- da por el articulo 213 (El mari- do debe proteger a su mujer y la mujer debe obediencia a su ma- ido’), es practicamente total, 1a mujer no debe ser tutora ni sen- tarse en un consejo de familia: Se prefiere a parientes lejanos y varones (...), La mujer addltera puede llegar a ser castigada con la muerte porque amenaza con atenter contra lo més sagrado de la familia: la descendencia legitima” Esta misma situacion, aunque ya no en el orden legal sino en el de los habitos y las costumbres, si se quiere, en el de la mentalidad, es la que suscita en Daria Alexan- drovna, el personale de Tolstol, pa- labras que no pueden ocultar una amarga quela (lo que, por lo demés, 19. Perrot, Michelle. “La Familia Triunfante”” en la Historia de la Vida Privada. To- mo IV. Op. cit. p. 128. 109 es indicio, ast sea tenue, del re- chazo que empieza a cugjar de par- te de las mujeres): “Si, ahora lo he entendido todo —continué Daria Alexandrov- na—. No puede usted compren- derlo; para ustedes los hombres, que son libres y pueden esco- ger, esta claro a quién aman, Pe- ro una muchacha obligada a es- perar, con su pudor femenino, virginal, que los ve a ustedes desde lejos y tiene que fiarse de los que le digan, puede experl- mentar un sentimiento que no puede explicarse (...). Si, el co- raz6n habla. Pero piénselo: us- tedes los hombres, cuando se interesan por una muchacha, fre~ cuentan su casa, la tratan, la ob- servan y esperan para ver si en- cuentran en ella lo que les gus- ta, y una vez que estén conven- cidos se declaran (...), y a la muchacha no se le pregunta na- da, Quieren que ella escoja; pe- ro ella no puede hacerlo, y s6lo le cabe contestar: ‘Si’, o ‘Not 2), Estos modelos, pues, de mujer y hombre, definidos segdn una su- puesta raigambre natural que esta blece una clara divisién sexual de Jas funciones sociales y que valida un determinado orden de poder entre los sexos, es un aspecto Im- portante del siglo XIX y constitu: ye el intento de preservar y pro- longar una desigualdad entre los géneros que tiene a su haber por lo menos todos los siglos que com- 20. Tolstoi, Ledn. Op. cit. p. 405. 110 prenden la historia de la cultura occidental. La caracteristica del si- glo XIX fue la forma que le dio a esta vieja desigualdad, confirien- do a la mujer el estatuto de ama de casa en términos de unas precisas funciones de esposa, madre y edu- cadora y haciéndola relativa reina del universo doméstico, en tanto al hombre lo define en funcién de productor y proveedor y precisando como su esfera especifica la del universo ptblico. Es verdad que desde los albores mismos de la cultura occidental la diferencia en- tre lo privado y lo publico ha esta- do marcado por un trazo muy niti- do y que la mujer, en general, ha estado confinada al ambito domés- tico, pero lo que singulariza al si glo XIX es la distribucién propia que hace de poderes y funciones, tanto en Io privado como en lo pi- blico, entre los hombres y las mu- Jeres, distribucién caracterizada de la manera que ya hemos indicado. En sintesis, el siglo XIX occiden- tal recoge una vieja diferencia y Jerarquizacién entre los sexos, la modela segin sus propias formas y pretende asi perpetuarla acogién- dose a un supuesto orden natural inviolable por la sociedad, so pena de introducir en ella la desarmo- nia y el caos total. Este es un as- Pecto importante que caracteriza al siglo XIX. Pero no es el tinico, Existe por lo menos otro que se opone radicalmente al primero y que ofrece la imagen de un siglo que comienza a conmover lenta pe- ro inexorablemente los cimientos de la milenaria diferencia y jerar- quizecién de los sexos. La coexis- HISTORIA ¥ SOCIEDAD 1 tencia a lo largo de todo su trans- currir de estos dos aspectos con- tradictorios a propésito de las con- cepciones sobre e| hombre y la mujer y de la relacién entre ellos es lo que explica la especial ten- sién y dindmica de que esta reves- tido este siglo a propésito de esta problematica. Que el tema de la mujer en particular no era un te- ma resuelto para los hijos y las hi- Jas del decimonénico, lo muestra Precisamente el hecho de que nun- ca antes otro siglo se acupé y ha- bl6 més de ella: la filosofia, la me- dicina, los catecismos, los cédigos, la teologia y la literatura la hicie- ron frecuente objeto de sus dis- cursos. A decir verdad e! asunto de la mujer esté ya presente en los comienzos del siglo si a éstos se les ubica en la revolucién fran- cesa, no porque se la tome como el origen magico de nuevas proble- méticas, sino porque ella, con su indiscutible impacto, constituye un hito simbélico que inaugura un nue- vo periodo histérico en la cultura lental. Y la revolucién france- sa con su fuerza para trastrocar el antiguo orden, todo !o puso en vilo y de ello no podia hacer excepcién con la mujer. Uno de los efectos més profun- dos y al mismo tiempo més mani- flestos de la revolucién francesa fue haberle dado curso, a nivel de la ideologia y del imaginario co- lectivo, a la certidumbre de que todo orden humano es histérico, transitorio y revocable. La geste francesa en buena medida puso al hombre occidental de cara al he- cho, no ajeno a la dificultad y a la Carlos Mario Gonzalez Restrepo angustia para aceptarlo, de que su destino personal y colectivo, es he- chura de sus propias manos y no de un forjador eterno e inmutable, llamese dios o rey. La revolucién francesa, sobre todo, en el periodo de hegemonia jacobina, quebré los fundamentos trascendentales en que se habia erigido hasta enton- ces toda sociedad y, no sin vérti- go, le hizo constatar al hombre que el Gnico fundamento de su desti- no es su propio obrar, Signer co- mo histérica a la sociedad en to- das sus dimensiones (instituciones, regimenes, ideas, creencias, cos- tumbres, leyes, etc.) era no sdlo poner una pica en el Flandes de la monarquia y de la iglesia, sino tam- bién en esa tercera fuerza que fun- gia como gerante de lo eterno e in- modificable: la naturaleze, Lo que la revolucién francesa, asi haya regulado poco més tarde asustada ante su propia intropidez, erosio~ 1né con eo} dcido de Ia historicidad fueron esas antiguas y duras rocas que sostenian pare el hombre la certidumbre de un orden inconmo- vible: dios, rey y natura, Que des- pués de heberse atrovido a oste osado paso haya quorido poner freno y cambiar de direccién, ya que dar marcha atrés era imposi- ble, poco importa: e! dafio estaba hecho y de ahi en mas las renova- das letanias de lo eterno no po- drfan hogar en la cultura occiden- tal el perseverante murmullo de lo histérico que le certifica al hom- bre que, con tal que a ello dispon- ga su lucha y su empefio, él tiene la potestad de configurar los Gr- denes que lo rigen. Esta certeza Mt de ser histéricos, que abrié la re- volucién francesa, es la que expli ca que este siglo haya parido pen- sadores como Hegel y Marx quo hacen de |o histérico el centro do su reflexién. La revoluci6n francesa todo lo pu- so en cuenta de la historia... gto- do? Por Jo menos en lo relativo a la mujer quiso hacer una excepcién y dejarla consignada al rubro de la naturaleza pero, como hemos di- cho, su fuerza para trastrocar el antiguo orden no pudo dejar de afectar también este dominio, con lo cual la pretendida excepcidn co- br6é también su lugar en la historia del siglo XIX como problema que comenz6 a reclamar su solucién. Se sabe que la mujer, tanto la obrera como la campesina y la aristécrata, participé activamente durante los acontecimientos revo- lucionarios fuera en calidad de amotinada, de defensora de curas e iglesias 0 de promotora de salo- nes en los que se daban cita mu- chos de los principales protagonis- tas de los hechos. En particular las mujeres de Paris fueron activas participantes en los motines, alza~ mientos y arengas, pero, por una peculiar légica que seguia el pro- ceso, inmediatamente habia que pasar de! amotinamiento esponta- neo, en el que muchas veces el pa- pel de la mujer fue de liderazgo, a un plano formal y organizativo, se procedia a excluir a la mujer y a enviarla de regreso a casa. Ni en la organizacién armada, ni en la po- litica, ni siquiera en las organiza~ ciones civiles (con contadas y muy 112 breves excepciones) tenfa lugar la mujer, por el contrario, se le pro- hibfa explicitamente y se le recor- daba que su lugar estaba en el ho- gar. Una revolucién que todo lo echaba abajo no encontraba me- Jor argumento para mandar las mu- Jeres a casa que invocar el caos social que arreciaria si la mujer desconocfa el lugar natural que le correspondia en el orden de las co- sas y de los seres. Pero las muje- res no aceptaron este proceder de una revolucién que se fundaba en nociones tales como individuo e Igualdad y que se contradecia con sus propios postulados cuando se- xuaba la ciudadania, pues si la re- volucién creé la categoria de clu- dadano no creé la de ciudadana y con esto condenaba a la mitad de su poblacién a la carencia de liber- tad, lo que iba a contravia de su principal causa, Las mujeres, recha- zando el trato de Inferioridad que se Jes daba adelantaron a partir de entonces la reivindicactén de un es- pacio politico que las integrara co- mo seres libres, esto es, como ciu- dadanas. Desde ese momento se levantaron voces como las de Olympe de Gouges, Mary Wolls- tonecraft y ms tarde Flora Tris- tan, que no cejaron en reclamar la igualdad con los hombres a partir del reconocimiento de una condi- cién humana que trasciende la di- ferencia de sexos. Por su propia légica la revolu- cién francesa no pudo dejar de Plantear la cuestin de la mujer aunque no la resolvié. De ella se ocuparon desde adversarios a que tuviera algdn lugar en la politica HISTORIA ¥ SOCIEDAD 1 como Telleyrand, pasando por quie- nes la veian como algo de! mero orden juridico, al estilo de Condor- cet hasta quienes asumieron su abierta reivindicacién como el ca- so del representante jacobino Gu- yomar. De! lado de las mujeres muy pronto se oyé Ia voz, en 1793, de Olympe de Gouges quien rei- vindicé una “Declaracién de los derechos de la mujer” y quien, po- co después, hubo de pagar el pre- cio con su cabeza en la guillotin ‘también se manifesté Mary Wolls- ‘tonecraft quien, a diferencia de la anterior, no ubicaba la solucién del problema capital de la mujer en una reivindicacion politica sino en una profunda reforma cultural de la sociedad. Puesta en el tapete la cuestién de la mujer por una revolucién que en lugar de solucionarla posible- mente le dio una vuelta més a la tuerca de la opresi6n con la expe- dicién del Cédigo Civil, hubo de ser recogida por los filésofos quienes, Planteendo a priori ora unas rela~ ciones arménicas, ora unas conflic~ tivas, entre los sexos, la pensaron en funcién de la familia y el ma- trimonio. la especie y su perpetua- ci6n, y la propiedad y su herencia. Filésofos como Fichte, Kant. Hegel, Friedrich Schlegel, Kierkegaard, Fourier, Schopenhauer, Comte John Stuart Mill. Marx y Nietzsche no pudieron dejar de referirse a ella. Otro tanto sucedi6 con Ia litera~ tura a cual a través de plumas co- mo las de Balzac, Stendhal, Flau- bert, Tolstoi, Chejov, Turgueniev, Ibsen y otros, hizo de la cuestién Carlos Mario Gonsiler Restrepo de la mujer objeto privilegiado de su mirada, explorando las compli- cadas relaciones que establece con el hombre, con la masculinidad, con la feminidad, con el matrimo- nio, con el amor, con la sexuali- dad y con su realizacién posible en la sociedad actual, por menclo- nar parte de los problemas que in- daga. La literatura fue la forma de expresi6n de mujeres como las hermanas Bronté, Jane Austen, Co- lette y esa pléyade de mujeres que, quizés revelando con ello la ambi- valencia de su posicién entre la reivindicacién de un nuevo lugar para la mujer y la sumisién a la condicién de hombre para alcanzar un valor, deciden hacerse recono- cer con nombres viriles y perseve- rar con ellos més allé de que todo el mundo ya suplera que no eran sino seudonimos tras los cua- les hablaban mujeres, como fueron George Elliot, George Sand, Daniel Stern, Vizconde de Launey y Da- niel Lesueur, por citar los més co- nocidos. No s6lo fue una indagacién dis- cursiva, muchas veces critica, la que sostuvo el siglo XIX con res- pecto al modelo de mujer caracte- rizada por la dedicacién, la ebne- gacién y el olvido de sf misma que le exigfa su doble condicién de ma- dre y esposa, sino que fue también una critica expresada en las acti- tudes de rechazo que muchas mu- jeres adoptaron frente a ese con- ducto a la conyugalided y a la ma~ ternided que constituye ol matr monio, ol cual estaba rodeado de una leyenda dorada, ademas de que goz6 de gran valoraci6n pues era 113 el medio de hacerse a una identi- dad social y poder rehuir al doloro- so espantajo de la solterfa, sobre todo para el caso de la mujer pues en el caso de! hombre no era pe- yorativa, Ese rechazo al matrimo- io y la opcién por un celibato lair co se hacia como oposicién a la es- clavitud sexual y a la obligacién de tener que subyugar el espiritu ¢ la tirania de esposo ¢ hijos. Tanto en la mujer que se inclinaba por el camino religioso, como en la que optaba por esa especie de sacer- docio laico en que consistia el ofi- cio de enfermera, trabajadora so- clal 0 maestra, y como en la in- telectual que defendia celosa- mente su autonomia, pueden re- conocerse formas de evasién de! imperio del padre, el marido y la maternidad. Otro factor que contribuy6 a pri- vilegiar, por mujeres de poco peso cuantitativo pero de mucha incl dencia por el radical gesto que rea~ lizaban, la soledad femenina, a des- pecho de una sociedad que la veia como una amenaza contra el mode~ lo familiar y como el antimodelo de la mujer Ideal, fue el progresi- vo y acentuado valor que fue al- canzando la individualidad, en la cual también la mujer fue logren- do cada vez mas la posibilidad de dibujarse un rostro propio que no hiciera depender la identidad de la certificacién que le depararan el padre, el esposo o los hijos. Esa nueva conciencia y sentimiento de si va materializéndose en hechos como el surgimiento de la habite~ cién propia, el trénsito del diario intimo del examen de conciencia 114 cristiano a la introspecci6n, la pro- pagacién del retrato y la fotografia personal, la popularizacién del es- pejo, el establecimiento de la hue- lla dactilar como criterio de iden tidad, en fin, mds allé del matrimo- nio como una Institucién conveni- da por intereses y sin ninguna ree~ lizacion intima significativa, la pa- reja como realidad nueva en cur- so de invencién y la idealizacion de ella como unién de dos identida- des singulares promovida por el también valorado amor y destina- da a posibilitar la dicha personal En consecuencia, la mujer del siglo XIX fue también enfrentando un modelo de si que le reclamaba resignacién ante su destino y co- menz6 a otear otros horizontes pa- ra su vida, aunque muchas veces el rechazo y la esperanza carecie- ran de una expresi6n nitida, como sucede en el corazén de madame Bovary: "...Emma... no crefa que las cosas pudieran ser iguales en sitios diferentes, y, como la parte vivida habia sido mala, seguramen- te lo que quedaba por consumir seria mejor", Vago sentimien- to de rebeldia on la entranable Emma que explica sus desvarios roménticos y su decidida y conmo- vedora apuesta por una vida mejor a la idealizacién del amor, pero sen- timiento de rebeldia que en otros casos, como en el de la no menos entrafable Ana Karenina, comien- za a cobrar la forma de nuevas y significativas realizaciones vitales: 21, Flaubert, Gustave. Madame Bovary. Alianza Editorial, evarta ed. Madrid, 1981. p. 136. ‘HISTORIA ¥ SOCIEDAD 1 “Al parecer, te imaginas que toda mujer es solamente una hembra, une couveuse —replicé Stepan Ar- cadievich—, Ana esté ocupada, pe- To no precisamente con su hija. La crefa muy bien, sin duda; pero no se trata de ella. En primer lugar, Ana escribe. Ya veo que sonries irénicamente, aunque no tienes por qué hacerlo. Esta escribiendo un libro para nifios. No habla a nadie de esto (...) 1". Puesta en la linea de desarrollar las posibilidades de su vida y de alcanzar nuevas realizaciones la mujer debio superar, tanto en lo in- dividual como en Io social, los obs~ téculos que el hombre puso a su Paso y que podian ir desde la infe- rioridad en que la situaba la legis- lacién hasta la descalificacién que denota la sonrisa irénica de Levin en la cita anterior. Pero si la con dicién de mujer era de por sf razén de obstaculo para la conquista de realizaciones propias y diversas, muchisimo més grande era el im- Pedimento que se le erigia cuando la conquista a la que se dirigia po- nia en juego esencialmente la rea- lizacién de una actitud femenina ante la vida, porque entonces a la fuerza de la dominacién social de los hombres se le sumaba el pe- so de unos valores predominan- temente masculinos que regian la cultura prevaleciente en la ép0- ca. Si lo femenino es una actitud ante la vida regida por el goce de ser y lo masculino otra caracteri- zada por el goce de tener, y si por 22, Tolstoi, LeOn. Op. cit. p. 1038. Carlos Mario Gonailer Restrepo Principio lo femenino y fo mescu- lino no se distribuyen puntualmen- te entre mujeres y hombres res- pectivamente (aunque, como lo ha mostrado hoy por hoy el psicoend- lisis, os explicable, sin necosidad de acudir a una determinacién por la naturaleza, que no existe, que en las mujeres prime la tendencia 2 la feminidad y en los hombres la inclinacién a la masculinidad), 1a mujer podia adelantar su reivindi- cacién social apuntalada en los va- lores masculinas dominantes en la cultura, caso en el cual Ia resisten- cla que se le oponia era grande pero no radical, o podia adelantar Su reivindicacién social agencian- do valores de la feminidad, situa- cin ésta que sf se topaba con la més extrema y radicalizeda de las oposiciones pues ya su reclama- cién no solo afectaba al orden de poderes y derechos de los diversos sujetos sociales, sino el corazon mismo de la cultura esteblecida, El goce de sor traza una relacién con todo aquello quo le permite al humano explorar y shondar en su experiencia ontolégica, diversifi- car la valoracién y la significacién de su existencia y del mundo que habita, en una pelabra, es el goce que depara el oficio de hacedor sin fin de significantes que enrique- cen y complejizan la vida; por eso se puede lamar goce femenino al que se inscribe en ese dominio que ha recibido el vago nombre de “es- piritual", que comprende articula- ciones a la vida tales como Ia éti- ca, la estética, el arte, la filosofia, lo mitico, lo sacro, en general lo simbolico que trabaja al humano 115 desde su carencia constitutiva, Por su parte el goce masculino defi do como goce de tener (0 de ente} se inscribe en ese dominio que po- driamos llamar “la cosa”, que com- prende articulaciones a la vida cen- trades en la dominacién y el so- metimiento tales como las quo po- sibilitan ol dinero, lo militar, la po- litica, la ciencia y su técnica y en general todo lo que permite una acumulacién de poder para ejercer sobre un objeto (humano o natural) No sobra advertir que esta doble modalidad de! goce posible del su- jeto humano, el que le depara el ser y el que le depara el ente, no se inscribe en una valoracién mo- ral del tipo bueno-malo, sino que mas bien sefiala dos caminos posl- bles (y necesarios en su conjuga- cién) de articulacién de ta crlatu- ra humana a la vida. Igualmente no est de mas recalcar que fement- no no es, por principio, equivalente 2 mujer ni masculino a hombre. Planteadas las cosas asi, y reto- mando el hilo del siglo XIX, se pue- de decir que el capitalismo, que aleanza su consolidecién precisa- mente en esta centuria, promueve, desde su consustancial légica de acumulacién al infinito, una cultu- ra caracterizada por la prevalecen- cia de lo masculino y por “el olvi- do de lo femenino”, ast como Hei- degger dice que nuestra época se caracteriza por el “alvido del ser”: Este rasgo de “olvide de lo feme- nino” que caracteriza la cultura del siglo XIX afecté a la mujer pues, como dijimos antes, si ya la lucha por la igualdad social le fue dificil, 116 muchisimo més lo fue cuando traté de edelantarla desde la feminided. Por eso Ana Karenina, para poner un ejemplo, no representa Gnica- mente 2 esa mujer del siglo XIX que busca sus proplas realizacio- hes, sino también a la que al ha- cerlo desde una intensa valoracion del amor como pasi6n de ser (sen- timiento no medible, no acumula- ble, no potenciable en términos de dominacién creciente) se vio con- denada al ostracismo y al fracaso. No es descabellado pensar que si Ana Karenina no rompe con su ho- gar por darle un nuevo curso a su vida segiin los dictados de una pa- sién amorosa, sino para hacer una carrera en la politica, la adminis- tracién o los negocios Ia lucha ha~ bria sido dificil, pero en todo caso no terminarfa en ese fracaso defi- nitivo que es el suicidio. Por eso una mirada especial que hay que dirigir a la cuestin de la mujer en el siglo XIX es la que debe recoger el conflicto femini- dad-masculinidad, conflicto que Por no dirimirse en los marcos de las leyes, los Jueces o los policias, sino en el sutil e Intangible modo de asumir y valorar la vida que pro- vee una cultura, tiene a la literatu- ra como fuente privilegiada que ofrece testimonio de él y de las formas que adoptd. Si lo femenino s6lo se realiza de uno en uno, como lo advierte Goe- the: “Considérese un ser femeni- NO como amante, como novia, co- mo esposa, como ama de su casa y como madre; siempre est ais- lada, siempre es tnica y, quiere HISTORIA ¥ SOCTEDAD 1 ser nica”), Lo masculino tien- de a la uniformidad de todos, co- mo lo enuncia Stendhal: "(,,.) la sefiora de Renal (...), se figuré que todos los hombres eran igua- les (...), la groseria y la més bru- tal falta de sensibilidad hacia todo lo que no fueran intereses, hono- res, cruces, el odio go hacia cualquier razonamiento que los contrariase, le parecian algo natu- tal, propio dol sexo, igual que Ile var botas o un sombrero de fiel- tro”. En este dominio sutil y no manifiesto, dominio en el que las luchas se libran en las peque- fias esealas del individuo y de la cotidianidad, también se juega la historia del siglo XIX y de las mu- Jeres que encarnan una defensa fe- menina de la vida. En esta pers- pectiva, la historia de las mujeres del siglo XIX es en buena medida la historia de la feminidad, es de- cir, de una visidn y una actitud an- te la vida que se confronta con la masculina y que cuestiona el orden cultural establecido, y no solamen- te la historia de la lucha por un lugar social que deja incélume a la cultura dominante. Los grandes novelistas del siglo XIX, que fueron ellos mismos con su creacién artistica representan- tes de esa feminidad que puja por Preservar una dimensién poética de la vida frente a esa actitud que lo reduce todo a producir y consu- mir mereancias, nos ofrocen con 23. Goethe, J. W. Afinidades Electivas. Es- pasa-Calpe, sexta ed. Madtid, 1962. p. 17. 24, Stendhal. Op. cit. p. 44, Carlos Mario Gonzdlez Restrepo Ana Karenina, Emma, madame de Renal o Anna Serguevna (esa ado- rable dama del perrito) por decir s6lo unas cuantas, no solamente el cuadro de un dramético destino personal con desdichado final, si- no la pintura de una época y de una cultura que libré en su seno, de manera casi imperceptible en la al- garabia de otros acontecimientos, un crucial conflicto que desnud6 valores y actitudes disimiles para asumir la vida, Valgan para ratifi- cer esto unos cuantos ejemplos, en los cuales Ja literatura describe actitudes contrepuestas que sin du- da son estructurales de la femini- dad y la masculinidad, pero que leidas para el siglo XIX muestran que en la mujer cupo no solamen- te la lucha por otras realizaciones pera su ser sino también el hacer- lo sosteniendo una visién femeni- na de Ia existencia, es decir, no sélo era asunto de ganar para si en lo social, sino de suscitar una transformacion cultural de efectos globales sobre el conjunto de la so- ciedad. Un caso es la actitud ante el dinero: mientras lo masculino lo asume como un emblema félico que se constituye en fin en si mis- mo, lo femenino lo usufructia s6- lo como un medio para realizacio- nes de mas hondo calado como aquellas que permiten expandir el ser lo que plasman Eugenia Gran- det y su padre de manera inequi- voca: “Asi pues, el padre y la hija. cada uno por su parte, habian es- tado contando su fortuna; él para ir a vender su oro, Eugenia para arrojar e| suyo a un océano de afecto” ©) 117 Otra diferoncia de actitud es la que se da en las relaciones con el amor y la sexualidad, En la masculi- nidad la sexualidad también es un fin en si mismo, mientras que en la feminidad la sexualidad esta su- bordinada al amor por lo que el cuerpo solo puede acceder al goce erdtico como menifestacién del amor. Es la diferencia radical que separa a Emma y a Rodolfo res- pecto a la consumacién sexual de su relacién: '—jOh, es que te amo! —pro- segula Emma— te amo de tal manera que no puedo pasar sin tO). Tantas veces le habia oido de- cir estas cosas, que ya no tenia para é! nada de original. Emma era como todas las amantes, y al caer como un vestido el en- canto de la novedad, dejaba al desnudo la eterna monotonia de la pasién, (...)". "Ya no em- pleaba, como antes, aquellas pa- labras tan dulces que la hacian Norar ni aquellas vehementes caricias que la volvian loca ( No queria creerlo; ella intensi 6 su amor, mientras que Rodol- fo fue ocultando cada vez menos su indiferencia” 7, Ese destino de la sexua'idad co- mo fin en si mismo es lo que de- termina la incapacidad masculine 25, De Balzac, Honoré. Eugene Grandet Editorial La Oveja Negra Ltda., 1962. p. 132 26, Flaubert, Gustave. Op. cit. p. 241-42 27. tbidem, p. 221. 118 Para sostener una percepcldn esté- tica de a mujer mas all del vincu- lo carnal, como lo tiene que pade- cer Ana Karenina: “Vronsky levan- t6 la vista. Vio toda la belleza de su rostro y de su vestido, que siem- pre le sentaba tan bien. Pero aho- ra le irritaban precisamente esa be- lleza y esa elegancia” **), “Pero ahora sentia (Vronsky) su belleza (de Ana) de otro modo completa- mente distinto. No habia ningin misterio para él (...)"™, Al li- gar la sexualidad al amor, lo que la feminidad pone en juego es el ser, lo que no puede ser compren- dido por la masculinidad que sélo hace de ella un ejercicio de pose- sién. Por eso en la mujer del siglo XIX que lucha contra su obligato- tiedad al matrimonio al margen de su realizacién propia, no se puede reconocer Gnicamente a reivindi- cacién, en los hechos, de su cuerpo como algo propio, sino una deman- da més trascendente: la de su ser, en otras palabras, la transgresién al matrimonio no se explica ni se agota para ella en la sexualidad, a la que suele restringirse la trans- gresi6n masculina, mas bien se ha- ce a nombre de la esperanza de conquistar una nueva significacién ontolégica, como lo testimonia la dama del perrito: ) iMe abo- rrezco a m{ misma! iNo es ami marido a quien he engafiado. ... he engafiado a mi propio ser! jY no solamente ahora... sino hace ya tiempo! (...), (Después de casa- da, me torturaba la curiosidad por 28, Tolstoi, Le6n. Op. cit. p. 09. 29. Ibidem, p. 615. HISTORIA ¥ SOCIEDAD 1 todo!... jDeseaba algo mejor! iQueria otra vidal... {Deseaba vi- vir! (...). (Usted no podré com- prenderlo, pero juro ante Dios que ya era incapaz de dominar- me..." °, Esta exaltada declara- cién de Ana Serguevna certifica mejor lo que de manera insisten- te hemos repetido: hay una lucha de la mujer del siglo XIX en Ja que el asunto no es lograr lo que el hombre en tanto masculino ha al- canzado, més bien, cuando ella agencia la feminidad, se trata de realizar otra cosa: otra experien- cia con Ia vida y con el ser, Finalmente, esta inagotable de- manda de ser que hace la fel dad le depara una mayor sensibili- dad, en comparacién con la mascu- linidad, frente a la vida, compleja y dificil, y los dolores que siempre le habitan, tal como bellamente lo reconocia Balzac en las mujeres de su siglo: “En todo momento las mujeres tienen mas motivo de do- lor que el hombre y sufren més que él, El hombre tiene su fuerza y el ejercicio de su poder, actua, se mueve, se ocupa de algo, piensa, abraza el porvenir y encuentra en ello consuelo (...), pero la mujer permanece, se queda frente a fren- te con su pena y nada la distrae de ella, llega hasta el fondo de! abis- mo que la pena le ha abier- to (2.97 eH, Por otra parte, es también nece- sario decir que para la mujer dal 30. Chéjov, Anton. La Dama del Perrto. Editorial La Oveja Negra Ltda, 1982. p. 10. 31. De Balzac, Honoré, Op. cit. p. 155. Carlos Marlo Gonadles Restrepo siglo XIX su relaci6n con la vida al estar signada por un lugar impor- tante y significativo para el amor, se expres6, de un lado, en la po- sicién de sujeto del emor que re- clamé experimentarlo en ella para acceder al matrimonio y 2 la se- xualidad, lo que no acontecia con la mujer de épocas anteriores que legaba al matrimonio por decisic- nes de terceros y a la sexualidad por débito; pero, de otro lado, se expres6 en la posicién de objeto del amor, es decir en la demanda que hizo de ser amada, lo que le conferia un valor, una significacion y un lugar especial en el trato del hombre. No ser solamente bella para la atraccién sexual de los hombres como habia sucedido an- tes, en general, con la mujer. sina ser bella para ser amada y poder desplegar, desde esta especial consideracién que lograba, sus rea~ lizeciones propias, En poces pala- bras: a través del amor de que era objeto, la mujer del siglo XIX alcanzé a ser alguien y dejé de ser un simple instrumento de satisfac- cién sexual y de reproduccién. Es lo que le pasa a Ana Serguevna a los ojos de Gurov cuando éste, que sélo le habia dedo en un principio el lugar de un capricho sexual mas, se descubre enamorado de ella: “Aquella mujer, en la que nada lamaba la atencién, con sus vulgares impertinentes en la ma- no, perdida en el gentio provin- ciano, Ilenaba ahora toda su vida, era su tormento, su alegria, la Unica felicidad que deseaba. Y bajo los sonidos de los malos violines de una mala orquesta 149 pensaba en su belleza, pensaba ¥ sofiaba” Pero ese nuevo juego de posibi- lidades que trajo consigo el amor, excelsa expresién de la feminidad, activ6 en el siglo XIX formas de re- sistencia que apuntaron a sofocar ese peligroso factor de poetiza- cién que irrumpia precisamente en la sociedad que mas le habia pedi- do al ser humano que se hundiera en la fascinacion por la cosa. Dos formas adopt6 esta resistencia al amor: la primera, levarlo a la pu- ra ficcién, des-realizarlo, reducir- lo a un asunto de papel impreso, tarea en la que paradéjicamente jug6 un papel muy importante la literatura y principalmente la ro- méntica con su acento cargado a un amor hiperidealizado, imposible de localizar en la vida real. Si el amor es una experiencia que con- cierne al sujeto en el registro Ima- ginario y la literatura, en tanto uni- verso ficcional, también transita por la dimensién imagineria, el puente quedé tendido y entonces al emor se lo Ilevo a habitar e! pu- ro universo de la ficcién, recargan- do las tintas en ese enunciado tan caro al romenticismo acerca de la imposibilidad del mismo. Esta fic- cionalizacién del amor produjo esa especie de esquizofrenia en la mentalidad que no hacia incompa~ tible que un lector que se habia compungido y conmovido con el drama que desgarra la vida de Ana Karenina, censurara acremente y descalificara a la vecina que habia huido, atraida por una pasién amo- 32. Chejov, Anton, Op. cit. p. 16. 120 rosa, de un matrimonio asfixiante. Fue, pues, la primera forma de re- sistir al amor: convertirlo en mero asunto de papel, aunque también hay que decir que, contradiciendo lo anterior, 1a literatura no dej6, igualmente, de constituirse en un generador del ideal amoroso de la 6poca, De todas maneras esa ten- dencia a ficcionalizar el amor, y con él una nueva vida, es contra lo que, a su vez, se resiste una com- batiente por su vida como lo os ‘Ana Karenina, a diferencia de tan- tas mujeres que conjugaban amar- gamente la realidad de un matri: monio empobrecedor con la ideal zacin de un intenso amor que de- voraban en las novelas por entre- gas de los periédicos o en los li- bros a su alcance. No, Ana Kareni- na representa a esa mujer que lu- ché por lo suyo sin acepter ningén tipo de delegacién: “(...) pero aquella lectura le resultaba desa~ gradable, es decir le molestaba el reflejo de la vida de otras perso- nas. Tenfa demasiados deseos de vivir ella misma” La segunda —y sin duda la mas eficaz— forma de resistir la irrup- cion del amor que presencia el si- glo XIX, es a través de ese sopor- te que este siglo no invent6 pero si refind para que sostuviera esos dos valores que son la familia y el hijo y que exalté como ninguna otra época habia hecho hasta en- tonces: nos referimos al matrimo- nio, Por ef momento quisiéramos alu- dir a un par de aspectos de la re- 33, Tolstoi, Leon, Op. cit. p. 146, HISTORIA ¥ SOCIEDAD 1 lacién de la mujer del siglo XIX con esta institucién. Uno concier- ne con la primacfa de la apariencia sobre la realidad efectiva del de~ seo y del afecto entre los cényu- ges, el otro con el poder conmina- dor dei matrimonio y el elevado precio animico y social que le co- bra a la mujer del siglo XIX, no tan- to al hombre, por la ruptura que haga con él. Aunque podfa ser fre- cuente que una mujer del decimo- nénico se identificara con madame Bovary cuando decia que “se abu- rria, que su marido era odioso y la existencia horrible” *, es decir que se reconociera en la certeza de que ni el deseo ni el amor la li- gaba ya a su esposo, se reclamaba deponer esta verdad y guardar las apariencias de una buena concor- dia ante los ojos de los demas, Jos que a su vez muy probablemen- te también actuaban su respecti- vo papel. Esta salida a la aparien- cia era una manera de sortear, ilu- soria pero onerosamente, la verdad de una relacién convertida en un pesado lastre para la realizacién de una vida propia, Aparentar, co- mo una forma de mantener conte- nido un deseo que busca otro nor- te, es lo que le propone su esposo a Ana Kerenina: —Ya te he rogado que tu com- portamiento en la sociedad sea correcto para que las malas len- guas no puedan murmurar de ti. En una ocasién te hablé de nues- tras relaciones intimas; ahora no lo hago; ahora hablo de las relaciones externas. Te has com- 34. Flaubert, Gustave, Op. cit. p. 237. Carlos Mario Gonzales Restrepo portado inconvenientemente, y desearia que esto no se vuelva a repetir” 5), No obstante, algunas mujeres, precisamente en pos de respetar la identidad profunda que les con- fiero su deseo, rechezan esta fal- sa puesta en escena a la manera ‘en que lo hace Ana: "Soy una mala mujer, una mujer perdida —pens6—, pero no me gusta mentir, no soporto la men- tira, y él se elimenta de menti- ras. Lo sabe todo, lo ve todo; zqué siente cuando puede hablar con esa tranquilidad?, si me ma- tara, si matara a Vronsky, lo res- petaria; pero no, s6lo necesita mentiras y decoro” *), Quien piensa asf es alguien a quien el modelo de resignacién y abnegacién ya no le define el cur- so de la vida, pues éste ya consul- ta con la verdad de su deseo y no esté en disposicién de ceder en ello, Empero, esa actitud de escu- charse a si misma y no Gnicemen- te a una norma exterior como la que quiere imponer el matrimonio y que conduce « una transgresion de ésta, no es sercille de asumir por la mujer del siglo XIX que tie- ne que padecer los latigazos de la culpa proveniente de su refutacién de un modelo como el de madre y esposa, que si lo rechaza es por que Io ha incorporado, 1o que hace mucho més significative 2 su com- bate. Asi se lo confiesa madame de 35. Tolstoi, Leén. Op. cit, p. 316. 36. Ibidem, pp. 309-10. 121 Renal a Julién: “Dios me concedié la gracia de comprender mi peca- do contra él, hacia mis hijos, hacia mi marido (...), aunque éste no me haya amado nunca como usted me amaba (...)". “C...) el més pequefio de los nifios, se pur so malo con fiebre, Al momento, la sefiora de Renal fue presa do hortibles remordimientos. Por pri- mera vez y sin cesar, se reproché su amor. Parecia comprender de repente, como por milagro, la mag- nitud de la falta que habia cometi- do (...)" ®)."(...) para apaciguar la célera del Dios celoso, tenia que odiar a Julién o ver morir a su hijo. Y precisamente por no poder odiar a Julidn se sentfa tan desgraciada (...). —Dios me castiga— afia- di6é en voz baja. ‘Es justo’ °", 2Son los mismos sufrimientos por los que pasa Ana Karenina?: “He causado la inevitable des- gracia de este hombre (del espo- so) —pensé—, (...). También yo sufro y he de seguir sufrien- do. Pierdo todo lo que més apre- el nombre de mujer honrada y a mi hijo, He procedido mal y por eso no deseo ser feliz, no deseo ol divorcio y sufriré mi deshonra y la separacién de mi hijo. Pero, a pesar de su sincero deseo de sufrir, Ana no sufria. No habia ninguna deshonra: con el tacto que ambos tenian, evi- taban en el extranjero a las se- 37. Stendhal. Op. cit. p. 235. 38, Ibidem, p. 12: 39. Ibidem, p. 123. 122 fioras ruses y nunca se ponfan en falsas situaciones” “, No, Ana no tiene tan interioriza- do el modelo de mujer esposa-ma- dre como la sefiora de Renal y por eso la fustigacién de la culpa es menor, pero en la inevitable ambi- valencia y contradiccién de un combate tan duro como el que le tocaba vivir para realizar su mas intima dicha, lo que no paga en re- mordimiento lo reconoce como una especie de concesién a la moral de la apariencia que en otro momen- to ha rechazado, sdlo que en for- ma invertida: no mostrando algo que no es, sino escondiendo lo que es. En fin, camino que no fue facil ni sencillo el que tuvo que reco- rrer la mujer del siglo XIX, a par- tir de esa puesta en escena de su problemética que hizo la revolu- cién francesa y que desde alli di- fuminé, como tantas otras de sus conquistes y preocupaciones, por todo el espectro de la cultura oc- cidental. Los del gorro frigio, sin duda sin obedecer en un principio a ningiin propésito consciente, em- pujeron e la mujer @ luchar por un espacio politico, social y econémi- co que, contradictoriamente, se le escamotecba en un mundo que vio hincar, pare ya no poder renunciar a ella asi fuera como ideal, la ben- dera de la libertad y Ia igualdad. Un reino: la casa, y un poder: co- mo esposa, madre y educedora constituyeron la propuesta inaugu- ral del siglo que asf buscaba aca- 40. Tolstoi, Leda. Op. cit. p. 692. HISTORIA ¥ SOCIEDAD 1 tar en la distribucién social de lo privado y lo ptblico, respectiva- mente, un supuesto orden natural entre la mujer y el hombre, Mode- lo exitoso y triunfante, no cabe du- da, pero que lenta y progresiva- mente comenz6 a padecer la ero- sién de movimientos y concepcio- nes de la mujer que se oponian a la sexuacién de la ciudadania y los espacios. Lucha social significati- va que adelanté la mujer sobre el fondo de un modelo hegeménico pero con defensas falibles. Pero es- ta lucha social que de manera per- severante un sector de mujeres supo sostener a lo largo del siglo XIX, se realizaba al interior de una cultura calificada de masculina por Ja predominancia de un goce cen- trado en el tener y en el ente y manifestado en la decidida voca- cién de destinar Ia vida a la légica febril produccién-consumo, al ser- vicio de una acumulacién de capi- tal que entra en un desfiladero sin término, que cada vez la define més como puro fin en si mismo en detrimento de cualesquiera otras dimensiones del ser humano. De ahi que la insurgencia de la mujer del siglo XIX reclame un doble ti- po de pregunta histérica: gpor qué objetivos peleaba?, y ;desde dén- de libraba su lucha, desde una po- sicién masculina o desde una po- sicién femenina, esto es. desde un goce de tener o desde un goce de ser? Dicho de otra manera: la mu- jer del siglo XIX pudo adelanter su reivindicacién como grupo social ratificando los términos de una modalidad masculine de la cultura y subordindndose a ésta o pudo lu- Carlos Mario Gonzalez Restrepo char por su lugar social adelan- tando al mismo tiempo una critica al cardcter casi exclusivo de lo masculino en la cultura y propen- diendo por una relativa feminize- cién de la misma, Esta puja por conquistar una rea- lizacién propia desde una valora~ cién femenina de la vida, es tam- bién un hecho fundamental de la historia de las mujeres del siglo XIX —en cuanto encarnaron la fe- minidad, cosa que no es un atribu- to por principio de ellas—, eunque sea una puja sutil, que no deja de~ masiadas huellas manifiestas. Es aqui donde [a literatura del siglo XIX, particularmente la llamada realista, cobra valor como fuente para reconocer cémo algunas mu- jeres de su siglo tuvieron la osa- dia de cuestionar el modelo de ma- dre, esposa y educadora, desde unos valores e ideales que simul- tdéneamente cuestionaron la cultu: ra masculina predominant. Por eso se proponfan realizar su vida rompiendo con el modelo estable- cido pero desde la reivindicacién de valores como el amor, el dere- cho a la felicidad entendida como ‘eonquista espiritual, la poetizacion de la experiencia humana, la cons- truccién de una ética que recono- ciera el deseo propio, an sintesis, valores 2 contravia de los de una cultura que, en su lamenteble re- duccion de las posibilidades de la vida humana, solo puede recono- cer lo que se exprese como mer- cancia 0 esté al servicio de ella. Por eso madame Bovary, arras- treda hasta el fondo por su doble fracaso en el matrimonio y en el 123 adulterio, sabe que Io que fallé fue ‘su propuesta de hacer una vida en la que el amor fuera un valor de primer rango, y fall por su posi- ble desmesura roméntica o por la Incapacidad de encontrar quién es- tuviera a la altura de su pasién, en todo caso no es esto lo que im- porta para nuestra indagacién del siglo XIX, sino el hecho de que ella, quijotescamente, salié arma- da del amor a enfrentar los impla- cables pero insulsos molinos, pa- ra ella, del matrimonio, la materni- dad y la apariencia social. “iAhI, si en la lozanfa de su be- lleza, entes de las mancillas del matrimonio y de la desilusién del adulterio, hubiera podido po- ner su vida en algdn gran cora- z6n fuerte, entonces la virtud, el carifio, las voluptuosidades se habrian unido y nunca habrian descendido de una felicidad tan alta (...)" 4, Madame Bovary, como sus otras compafieras en la saga de la lite- ratura, representa a un tipo de mu Jer del siglo XIX, seguramente mi- noritaria frente a la mayoria de adecuadas al modelo madre-esposa 0 al ntimero también superior de quienes luchando por realizaciones nuevas todo lo redujeron a lograr un lugar en la escuela, los nego- cios 0 el gobierno sin interrogar en nada la ldgica de la cultura en la que desplegaron su realizacion pero asi fueran minoritarias las madame Bovary del siglo XIX fue- 41, Flaubert, Gustave, Op. cit. p. 276, 124 ron otro conducto a la superacién de la condicion de mujer, pero con un valioso agregado: lucharon por una superacién de la condicién hu- mana en general. Y puede que en esto dltimo haya radicado su qui- HISTORIA ¥ SOCIEDAD 1 Jotada, pero acaso no nos mostré el caballero de Rocinante donde va a parar la humanidad cuando cree que los molinos siempre se- rén molinos y prefiere pasar de largo?

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