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DON EUSEBIO

Cuento breve ( basado en una vivencia de la autora)


Apareci un da en la plaza de mi barrio. Era un hombre de
edad indefinida, de blancos cabellos y vestido con
humildad; haba hecho de ese lugar su propio hbitat y
all, sentado en una vieja silla, escriba apoyando las hojas
de papel sobre sus rodillas y hablando con alguien visible
slo para l. Nadie saba quien era ni de donde haba
venido; le molestaban los chicos que jugaban a la pelota y
los amenazaba con el puo en alto, pero ellos se rean y
seguan con sus juegos.
Casi todos los das iba a la panadera del barrio donde
le regalaban facturas, luego vena a mi casa y me peda
que calentara el agua con hebras de t que traa en una lata
con manijita de alambre, yo responda a su pedido y l me
daba las gracias y se alejaba hacia la plaza donde, sentado
en un banco,disfrutaba de su desayuno.
En los das de mucho calor, solicitaba permiso y se lavaba minuciosamente en la canilla del jardn, chapoteando en
el charco que se iba formando a sus pies, siempre se lo
vea impecable; de noche se refugiaba bajo el alero de una
casa y all, entre frazadas, dorma al amparo de las
estrellas.
Alguien le pregunt su nombre y crey entender
"EUSEBIO", porque lo dijo de mala gana y entre dientes.
Yo deseaba saber qu escriba, que vivencias de su vida
vagabunda, que experiencias melanclicas de los tiempos
transcurridos quin sabe dnde, quedaron plasmadas en
esas hojas de papel y dnde las guardaba?
Pero un da desapareci; los primeros en notar su
ausencia fueron los chicos que jugaban en la plaza, ya no
estaba el hombre aquel que les gritaba, se haba ido pero,

hacia dnde?
Meses despus lo supimos cuando una vecina del barrio
cont que lo haban llevado a un hogar para ancianos, pero
don Eusebio era como un pjaro con alas en vuelo, l
quera vivir en plena libertad, a sus anchas, yendo y
viniendo a su antojo, escribiendo tal vez, a la persona
invisible con la que dialogaba, a un amor imposible, un
amigo aorado, cmo iba a soportar el encierro?, se
escap y nadie nunca ms, supo de l.
A veces en esas tardes ardientes del verano, me parece
verlo lavndose el enigmtico rostro en la canilla de mi
jardn o acostado con indolencia a la sombra de un rbol.
Pero de l slo quedaron en la plaza, la vieja silla de
madera y la lata vaca con manijita de alambre.
Nidia H. Bernini

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