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A propósito del asesinato de la esposa del Inca Valero

Tibisay (fallecida hace un año por falta de oportuno tratamiento para una dolencia
neurológica), trabajó como empleada doméstica en mi casa durante varios años. Yo
contrataba al padre de su hija, jardinero, pintor y todero, para trabajitos. Un día le me
llamó para decirme que él no podía venir a hacer el jardín porque se le había dañado la
cortadora de grama. Seguidamente me dijo “de paso” que Tibisay tampoco vendría
porque él le había dado “unos golpes” y no se sentía bien. Lo cierto es que él la había
esperado en la parada de los jeeps con una piedra con la cual la golpeó repetidamente
en la cara hasta que ella cayó inconsciente en un charco de sangre, frente a su
pequeña hija a quien estaba llevando a la escuela.

Obviamente hablé con ella para decirle que se quedara descansando hasta que se
sintiera mejor y que yo de todas maneras le pagaría los días no trabajados. Volvió a
trabajar una semana más tarde, todavía con el rostro desfigurado; a penas si podía
abrir uno de los ojos. Le pregunté si estaba dispuesta a denunciarlo y ante su
respuesta afirmativa contundente, comencé a mover la maquinaria.

Hablé con Isolda Heredia de Salvatierra, gran luchadora por los derechos de la mujer y
promotora de la primera ley sobre violencia en sus tiempos en el Senado, quien me
dio abundante orientación. Días más tarde coincidí en un evento con Odalys Caldera,
fundadora de la unidad (o como se llame) de atención a mujeres víctimas de la
violencia de la antigua PTJ. Ella me remitió a un comisario, discípulo suyo, muy bien
formado y sensible sobre el tema, jefe de la delegación del ahora CICPC en El Llanito
(perfecto para Tibisay, quien vivía en Petare). Ella acudió, preguntó por el comisario
(tarjetica de Odalys en mano), éste la atendió muy receptivo y la remitió a otro
funcionario para que le tomara la denuncia. Pasaban los días y no había novedades. Le
sugería Tibisay ir nuevamente a El Llanito para ver en qué andaba la cosa y le dijeron
que no habían podido entregarle al agresor la boleta de citación para realizar la
“audiencia de conciliación”, por lo que le entregaron al boleta a ella para que se la
hiciera llegar a su agraviante cuando lo viera. Hasta allí llegó el proceso…

Es evidente que falta mucha formación y sensibilización a los funcionarios, pero


también a las potenciales víctimas, no simplemente sobre sus derechos, sino sobre los
límites y alcances de los procedimientos. La misma ley establece que si no se hace la
audiencia de conciliación, el proceso debe continuar en un lapso de 48 horas. Esa
disposición no fue activada por los formadísimos funcionarios del CICPC de El Llanito,
por lo que seguiremos teniendo Tibisays para rato…

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