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CAPITULO PRIMERO META TA OYXIKA So bleibt Metephysik der Titel fiir die Verlegenheit der Philosophie schlechthin. (M. Heweccer, Kant und das Problem der Metapbysik, p. 21.) «Hay una ciencia que estudia el ser en cuanto ser y sus atributos esenciales» ', Esta afitmaci6n de Aristételes al comienzo del libro T de la Metafisica puede patecer banal, tras m4s de veinte siglos de es- peculacién metaffsica. No lo eta, sin duda, para sus contemporéneos. Quizé incluso la seguridad de Aristételes al afirmar resueltamente la existencia de una ciencia semejante era menos la expresién de la cons- tancia de un hecho que el reflejo de un anhelo atin incumplido: su insistencia, en las lineas siguientes, por justificar una ciencia del ser en cuanto ser —siendo asf que tal preocupacién no aparece cuando se trata de les ciencias «particulares»— muestra, en cualquier caso, que Ja legitimidad y el sentido de esa ciencia nueva no eran cosas obvias para sus oyentes, y acaso ni siguiera para él mismo Dicha ciencia carecfa de antepasados y de tradici6n. Basta remitirse a las clasificaciones del saber que circulaban antes de Aristdteles para darse cuenta de que en ellas no habia ningin lugar reservado a lo que hoy Ilamarfamos ontologia. Los Platénicos dividfan generalmen- te el saber especulativo en tres ramas: dialéctica, fisica y moral?, Je- néctates, segtin Sexto Empirico’, habrfa sustituido el nombre ‘de dialéctica por el de I6gica, y el propio Aristételes, en un escrito —los Tépicos— atin de influencia platénica, conservatd esa divisién, que Met. I, 1, 1003 a 21. N.B. 1) Segtin el uso més corriente, designamos los libros de ‘la Metafisica mediante las letras griegas correspondientes, y los libros de las demas obras de Aristételes mediante ciftas romanas. Cuando una referencia empieza por una letra griega, sin mds indicaciGn, se trata de la Me- tafisice. Bj A, 9,992 b 2= Met., A, 9, 992 b 2. 2) Las referencias, en las citas de los comentaristas, reenvfan sin otra indicacién a la edicién de'la Aca demia de Berlin, 2 Crcendy, Acad. Post, I, 5, 19. 3 Adv. Mathemat, VII, 16. 25 Iegarfa a ser tradicional en la Escuela: «Limitaéndonos a un sencillo esquema, distinguimos tres clases de proposiciones y de problemas: entre las proposiciones, unas son éticas, otras fisicas y otras ldgicas» *; divisién que Aristételes presenta, ciertamente, a titulo aproximativo, reservdndose para més adelante su sustitucién por una clasificacién més cientifica. Lo extrafio es que tal divisién tripartita, que no deja lugar alguno para las especulaciones «metaffsicas» °, sobrevivird al aristotelismo, como si el esfuerzo de Aristételes encaminado a crear una ciencia nueva hubiera sido desdefiado o ignorado por sus sucesores. Es bien conocida la férmula mediante la cual delimitarén y dividirdén los Estoicos el dominio entero de la filosoffa: un campo cuyo suclo es Ia fisica, el cercado Ja légica y el fruto la moral ®. Didgenes Laercio, intérprete poco perspicaz, pero fiel, de la tradicién filoséfica media, recoger4 camo cosa obvia Ia divisién platénica y estoica: «La filoso- fia se divide en tres partes: fisica, ética y dialéctica. La fisica trata del mundo y de su contenido, la ética de Ia vida y las costumbres, la dialéctica da a las otras dos disciplinas los medios de expresién» ?. Més atin: el propio Diégenes Laercio, al resumir Ia filosofia de Atis- tdteles, encontrard muy natural incluirla en los marcos tradicionales: si bien admite la distincidn aristotélica entre filosoffa préctica y filo- soffa teorética, subdivide la primera en ética y politica, y la segunda en ffsica y Igica, reproduciendo asf, salvo una sola diferencia —Ia disociacion de ética y polftica— la divisién clésica. ‘Tal persistencia de una tradicién que Arist6teles deseaba sin duda modificar expresa al menos su fracaso en este punto. La ciencia del ser en cuanto ser no tenia antepasados: tampoco tendré posteridad inmediata. Tan sdlo Teofrasto recogeré, por lo demés en forma apo- rética, los problemas metafisicos abordados por su maestro. A partir de Estrabén, la escuela aristotélica se consagrard a las especulaciones fisicas, morales y en menor grado— légicas, como si con eso se # Top., I, 14, 105 b 20. 5 Algunos intérpretes alemanes del siglo xrx, sin duda por influencia de Hegel, no dudaron en clasificar la metafisica entre las especulaciones légicas, Cfr. Rirrer, Histoire de la philosophic, trad. fr, t. TIT, p. 54; PRANTL, Geschichte der Logik, I, p. 89. Pero nada hay en Aristételes que autotice semejant interpretciin: a adjetivo Nowe no, signa nunca en 4 la Tice en el moderno sentidd del término (que é! designa como cnalitica), sino que cs précticamente sinénimo de Bizhexexds y excluye por tanto de su campo de aplicacién las especulaciones apropiadas a su objeto, es decir, ciewtificas, como preienden serlo las metaffsicas. Fa cuanto a la analitica, no es una ciencia, sino una propedéutica por la que es preciso pasar «antes de abordar ciencia alguna» (Met, T, 3, 1005 b 2). $ Dios, Larxc, VIL, 3940. Los epicdreos distinguirén asimismo tres par- tes en Ja filosoffa: candnica, fisica y ética (DioG. Lazrc., X, 29-30). 7 Vie des philosophes, Tauod., wad. Guan, pp. 3738. * [bid., V, 1, p. 214. 26 agotase pare ella Ja totalidad de la filosoffa: no sdlo la legitimidad 0 el sentido, sino la existencia misma de problemas que no sean ni fisicos, ni morales, ni éticos, se perderdn a partir de entonces incluso dentro de un medio que pretendia nutrirse del pensamiento de Aris- t6teles. La ciencia del ser en cuanto ser, apenas nacida, caerd durante siglos en el olvido. Si consideramos la singular boga en que estaré la Metafisica, pri- mero con el rebrote neoplatdnico, y después, tras un nuevo eclipse, con el renacimiento escoldstico de Ios siglos ximt y x1V, no podemos dejar de ver, en este vaivén de olvidos y resurrecciones, de marchas subterrdneas y resurgimientos, el signo de una extrafia aventura inte- Jectual. Si nos atenemes, por otra parte, al relato més 0 menos legen- datio acreditado desde la Antigiiedad, dichas expresiones casi no serfan metaf6ricas. Es bien conocida la yersién novelesca que nos han transmitido Estrabén y Plutarco’. Los manuscritos de Aristéte- les y de Teofrasto habrian sido legados por este tiltimo a su condis- cfpulo Neleo; los herederos de Neleo, gente ignorante, los habrian enterrado en una cueva de Skepsis para sustraerlos a la avidez biblid- fila de los reyes de Pérgamo; mucho tiempo después, en el siglo 1 a. C., sus descendientes los habrfan vendido a precio de oro al peri- patético Apelicén de Tecs, quien los transcribi6. Por tiltimo, durante Ja guerra contra Mitridates, Sila se apoderé de la biblioteca de Apeli- cén, transporténdola a Roma, donde fue comprada por el gramitico Tycanién: y a él fue a quien el iltimo escolarca del Liceo, Andrénico de Rodas, compré las copias que le permitieron publicar, hacia el 60 a. C., la primera edicién de los esctitos «esotéricos» de Aristételes y Teoftasto (mientras que las obras «exotéricas, publicadas por el propio Aristételes, y perdidas hoy, nunca habfan dejado de ser cono- cidas). Asf pues, el Corpus aristotélico deberfa a una serie de afortu- nados azares el haber escapado a la humedad y los gusanos antes de ser «exhumados» definitivamente por Andrénico de Rodas. Hoy se tiende a ver en dicho relato, segtin la expresi6n de Ro- bin ®, un «prospecto» publicitario, inspirado por el mismo Andrénico para hacer creer en el cardcter completamente inédito de los textos que publicaba. En efecto: no es verosimil que los escritos cientificos de Aristételes fueran ignorados por la escuela aristotélica desde Estra- bén, como tampoco por los adversatios (megéticos, epictireos, estoi- cos), que a veces perecen referirse a ellos en sus polémicas", Pero 9 Eerrandn, XIIT, 54; Pruranco, Vida de Sila, 26. 10 “Aristole, p. 11; cfr. J-M. Le Brown, «Atistote et Théophraste. Un re- nonvellement radical de la question atistotélicienne (A propos du_livre de J. Zircur, Aristoteles’ Werk und Geist)», en Critique, 1952, p. 858. 11 Asf Jo han mostrado diversos trabajos recientes, Véase un buen enfoque de la cuestién en J. Tricor, trad. de la Metafisica de ArtsTOTELES, nueva ed., 1953, Introduccién, pp. VIL-VIII. 27 quizd no se ha subrayado lo bastante que el relato de Estrabén tiene el mérito al menos de explicar muy naturalmente la decadencia filo séfica de la escuela peripatética a partir de Estrabén y, en particular, su silencio total respecto a las especulaciones metafisicas: «ocurtié entonces que los antiguos peripatéticos, los sucesores de Teofrasto, al carecer de estos libros, con excepcién de un pequelio mimero de ellos que, ademds, eran exotéricos en su mayot parte, no padieton filosofar cient{ficamente (xpajpattxdic), sino tan s6lo perorar acerca de tesis dadas» *. También Plutarco ve como una excusa pata las insuficiencias de Ja Escuela la ignorancia que a ésta afectaba acerca de Jas obras del maestro. ‘Asi pues, patece que Estrabén y Plutarco hayan quetido tanto al menos justificar las Iagunas y carencias de Ia escuela peripatética como alabar Ia originalidad de Andrénico. Tras su relato, discernimos ante todo el doble sentimiento de extrafieza y satisfaccién que debie- ron expetimentar los eruditos contempordneos cuando se dieron cuen ta del inestimable «descubtimiento» que les proporcionaba Ia edicién de Andrénico. Sin duda, les parecié lo més sencillo admitir que, si tales esctitos no habfan ejercido influencia alguna, era porque se los habfa ignorado: a espfritus predispuestos a lo novelesco no les costé trabajo expresar bajo la forma medio mitica del enterramiento y la exhumacién Ia historia de un olvido y un redescubrimiento que acaso tenfan razones més profundas. Aun cuando tomésemos al pie de la letra el relato de Estrabén y Plutarco, seguitfa sin explicar por qué Teofrastro legé imprudentemente al oscuto Neleo una biblioteca de la que habria podido hacer mejor uso stt suceso’en el Liceo; si hay que imputarle de veras la responsabilidad de un legado semejante, es que debfa de haber en circulacién copias suficientes de las clases de Acistételes como pata que dicha herencia no privese al Liceo de tex tos esenciales; y si, por ultimo, los manuscritos de Aristételes fueron a patar efectivamente al fondo de una cueva, es que ya nadie se inte- resaba por ellos. Por cualquier parte que abordemos el problema, Ja permanencia en el Liceo de una escuela organizada, destinada a pro- longar la obra de Atistételes, prohfbe creer en una pérdida acciden- tal: no se trata entonces, ni mucho menos, de que la pérdida explique el olvido, sino que'es el olvido el que explica la pérdida, y es dicho olvido lo que hay que explicar antes que nada. Respecto a cierto nimero de obras de Aristételes, ha podido mos- trarse recientemente que ese olvido nunca fue total: en especial, cier- 12 Esrrandn, loc. cit. La tiltima expresién (Osan hyeo8ifew) es francamen- te peyorativa: ZxOiGew sdlo sc dice de un estilo ampuloso y hucco (cfr. Cr cer6n, Ad. Att, I, 14), 28 tos textos epictireos *, y acaso incluso ciceronianos “, no se explican més que a través del conocimiento de obras esotéricas de Aristételes, con antetioridad a la edicién de Andrénico. Pero hay un conjunto de tratedos cuya huella, después de Teofrasto, se pierde antes del si- glo 1d. C. (es decit, cerca de un siglo después de la edicién de An- didnico), y respecto a ellos el problema sigue en pie: es cl grupo de escritos llamados metafisicos. Pueden ensayarse razones de tal olvido: la dificultad del asunto, el carécter abstracto de especulaciones sobre el ser en cuanto ser, la aplicacién de espfritu necesaria para pensar un set que no sea un ente particular, explicarian que inteligencias peor dotadas, o simplemente més positivas, que la del maestro, hayan renunciedo en seguida a leer textos que los repelfan por su aridez y abstraccién, y que, de rechazo, la investigacion metafisica, privada del impulso o apoyo que habria encontrado en los textos atistotélicos, se haya agotado rdépidamente. Pero esta explicacién sigue siendo insuficiente: una cosa es, por ejem- plo, no comprender las matemiticas, y otra cosa estimar que las mate- méticas no existen; los discipulos de Aristételes habrian podido apar- tarse de la metaffsica, reservéndole con todo un lugar en el edificio del saber. Lo que se perdié en realidad durante siglos no fue sélo la comprensién de los problemas metafisicos, sino el sentido mismo de su existencia *. La persistencia de la divisién de Jenécrates en légica, fisica y moral parece ser indisolublemente consecuencia y causa de ese olvido fundamental: consecuencia, evidentemente, porque si la meta- fisica se hubiera impuesto como ciencia nueva tal divisién habria sido revisada; pero causa también, en el sentido de que esa divisién, que pretendfa ser exhaustiva, habfa acabado por impregnar los espiritus hasta el punto de hacer psicoldgicamente imposible toda nueva organi- zacién del campo filosdfico. Se produjo, segtin parece, un fendmeno de «bloqueo mental», andlogo al que ha podido ser descrito en otto terte- no del pensamiento griego , Esa es quizd Ja razén profunda en cuya virtud los esctitos metaffsicos fueron ignorados o mal conocidos hasta Andrénico de Rodas: mas bien que proceder a una revisiéa radical de los conceptos filosdficos para dejar sitio a tales intrusos, parecié mejor BE, Bionone, L’Aristotele perduto e la formazione filosofica d’Epicuro. 8 Ri Wer, resefia de P. Monavx, Les listes anciennes des ouvrages Aristotes, en Revue historique, 1953, p, 466. 8 Ello no quiere decir que no pucdan hallarse, p. ej, en el estoicismo antiguo, momentos metafisicos, Aqui nos referimos sélo a la metafisica como ciencia ‘auténoma, consciente de su eutonomia y en posesién de su campo pro- pio: es evidente que los estoicos no tienen idea alguna de semejante ciencia y no plantean jamds el ser en cuanto ser como objeto o tema de su investi- ‘gacién, 1 Cf, PM. Scuutt, Biocage mental et machinisme, comunicacién al Institut frangais de Sociologic, abril de 1937, y Machinisme et pbilosophie, 2? ed., pp. XIEXIII. 29 atenerse a la divisi6n tradicional, a tiesgo de excluir, primero como demasiado oscuro, y Iuego, con ayuda del olvido, como inexistente, aquello que no podia adaptarse a ella Sigue en pie el problema de cémo, aun durante su vida, Aristételes pudo fracasar en su intento de reestructuracin del campo filosofico, implfcito en la aparicidn de una ciencia que por vez primera adoptaba como objeto propio no tal o cual ente particular, sino el ser en cuanto ser. Seria atin comprensible que Aristételes no hubiera podido imponer su punto de vista a las escuelas rivales, las cuales, a pesar de todo, ea tun terreno en que el Estagirita tuvo més éxito, se vicron obligadas a reconocer en él al fundador de la ldgica. Pero gue Aristételes no haya podido coavencer a sus propios discipulos de la especificidad de una ciencia del ser en cuanto ser y del interés por consagrarse a ella, indica una situacién tan extrafia que podemos preguntarnos si el propio Aris. toteles no la provocd. Resulta tentador invocar aqui las opiniones de W. Jaeger acerca de 1a evolucién del pensamicnto de Aristételes "; seguin él, los escritos metafisicos no datarfan de la tilima parte de Ja vida del autor (hipdtesis que se le ocurre esponténeamente a quien intenta explicar el porqué de su estado incompleto), sino que se ha- Iarfan ya constituidos al principio de la segunda estancia de Aristéte. Jes en Atenas. En otras palabras: Aristételes, antes de haberles dado término, se habria apartado él mismo de las especulaciones de la meta. fisica, para consagrarse a trabajos de orden, sobre todo, histérico y biolégico: recopilacién de constituciones, confeccién de una lista de vencedores en los juegos piticos, problemas de fisica préctica, obser. vaciones sobre los animales. W. Jaeger nos presenta a un Aristételes, al final de su vida, que organiza el Liceo como un centro de investi. gacién cientifica. Esta evolucién parece set atestiguada por un texto del libro I del tratado Sobre las partes de los animales: el conocimien- to de las cosas terrestres, sujetas a devenir y corrupcida, no posee me- tos dignidad, y en,todo caso tiene mayor extensi6n y cetteza, que el de los seres eternos y divinos; y Aristételes menciona en apoyo de tal juicio la respuesta de Heréclito a unos visitantes extranjeros que, ha- diéndolo encontrado calenténdose al fuego de su cocina, no sabfan si antrar: «Entrad, también aqui abajo hay dioses, xl évtad0z Veode » ®. 3in duda existe, en este pasaje de cardcter introductorio, el deliberado designio de revalorizar el conocimiento del cuerpo humano, por el sual el joven Aristoteles no ocultaba en otto tiempo su repugnancia ®, 1, Avistoteles, Grundlegung einer Geschichte seiner Entwicklung. 1 Part. Animal, 1, 5, 645 @ 17 35. 19 «Si los hombres poseyeran los ojos de Linco, de tal modo que su ‘sta penetrase todos los obstéculos, gacaso no hallarfan muy vil, si su mi- ada se hundiese en_Jas visceras, el cuerpo de Alcibiades, tan hermoso en 2 superticie?» (fr. 59, Rose, citalo por Borcio, Sobre el consuclo de la ‘losojta, II, 8). Los’ dos textos han sido cotejades por P-M. Sciritz, an Pero si sigue siendo cierto que Ia filosoffa, la sogis, no se ocupa de Jo que nace y petece®, ¢no hay también que ver, en esa rehabilitacién de la investigacién «terrena», la confesidn de cierto desafecto pot aquella sabidurfa mas que humana, que tiene el doble inconveniente de ser dificilmente accesible y de no referirse diretamente a nuestra condicién? Tal es desde luego, por lo demis, el resultado de las investigacio- nes de W. Jacger. Tendremos que preguntarnos si esa interpretacién del recorrido de Aristételes es Ia tinica posible, y si el progresivo pre- dominio de las investigaciones positivas no significa, al menos tanto como el abandono de ellas, una ampliacién del campo de la filosofia o ‘una transmutacidn de su sentido #. Ahora bien: eno es veros{mil que los discfpulos interpretasen como renuncia definitiva por parte de ‘Aristétcles 1 reconocimiento de unas dificultades que eran quizé esen- ciales a la metaffsica misma? En cualquier caso, no parece muy dudo- so que el desafecto del Liceo por las especulaciones abstractes y la otientacién empirica de sus primeros trabajos™ hallasen su otigen en las preocupaciones, acaso mal interpretadas y, en todo caso, insu- ficientemente meditadas, del Aristételes de la vejez. Y asf, la historia externa de la Metafisica nos reenvfa a la interpretacién interna: el telato de Estrabén y Plutarco no hace sino prolongar, en el plano de la anécdota, el drama de una pérdida y un redescubrimiento que se representa, ante todo, en Ja obra del propio Aristételes. eee Hemos hablado hasta ahora de metafisica y de ciencia del ser en cuanto ser, asimilando provisionalmente, conforme a la tradicién, esas dos expresiones. En realidad, dicha asimilacién no es obvia y me- rece un examen: es bien sabido que la denominacién petd td puowxd es postaristotélica; ordinariamente se Ja explica por la obligacién que tenfan los editores de Aristételes de inventar un titulo, a falta de tLe thime de Lyncéen, en Etudes philosopbiques, 1946 (reproducido en Le merxeillex, la pensée et Paction, p. 82). 2 Eth. Nic, VI, 13, 1143 6 19. 21 Podrfames invocar aqui el ejempls de Platén: admitir una idea del barro o de los pelos, no es suprimir Ja filosoffa, sino realizarla; si el joven S6crates siente tepugnancia a admitir tales Ides, se debe t que es insu- ficientemente fildsofo: «Es que eres atin joven, Sécrates, y ia filosofta ain no ba tomado posesion de ti, como lo hari, sin duda, cuando ya no desprecies ninguna de esas cosas» (Parménides, 130 a). 2 Evidentemente, habria que hacer una excepeiéa con los esctitos me- tafisicos de Teofrasto. Pero nada prucba que no fueran redactados avin en vida de AristSteles, antes de su evolucién final, Los trabajos de M. ZincrteR (Arisioteles’ Werk’ und Geist, Paderborn, 1952), por excesivas que sean sus Conclusiones, haa mostrado por lo demés lo dificil que es distinguir el Corpus de Tzornasro del de Anistorexss. 31 una designacién expresamente indicada por el propio Estagirita, De hecho, como veremos, esa designacién existe: es la de filosofia pri mera o teologia. Asi pues, nos hallamos en presencia de tres térmi nos: ciencia del ser en cuanto ser, filosofia primera (0 teologia) y metafisica. ¢Son sinénimos? Si lo son, epor qué Ia tradicién no se ha contentado con los dos primeros, establecidos por el mismo Atis- tételes? Si no lo son, gcudles son las relaciones entre ellos? La filoso- fia primera, ¢es la ciencia del ser en cuanto ser? Y si es que no se confunden ambas, gcudl de ellas es la metafisica? La primera mencién que conocemos del titulo werd td quand se encuentra en Nicolés de Damasco (primera mitad del siglo 1 d. C.). El hecho de que no figure en el catdlogo de Didgenes Lactcio, cuya fuente serfa uaa lista que se remonta a Hermipo o incluso quizd « Aristén de Ceos, y por tanto muy anterior a Nicolés de Damasco, ha Ievade a attibuir a éste la paternidad de tal designacién (cue vuelve a aparecer en los catdlogos posteriores: los del Anénimo de Ménage y de Tolomeo). El origen tardio de dicho titulo ha parecido por aS tiempo prueba suficiente de su cardcter no aristotélico: pura denominscidn extrinseca, se ha dicho, que expresaba el orden de los escritos en la edicién de Andrénico de Rodas. Esta interpretacién tradicional ® descansa sobre el postulado, a primera vista discutible, de que una consideracién que afecta al orden es necesatiamente exirinseca y no podria tener significacidn filos6- fica. Ahora bien: recientemente ha podido mostrarse que las tres Jistas antiguas de les obras de Aristételes se apoyaban en una clasi- ficacién sistemética, inspizada en parte en indicaciones del propio Estagirita ®, Es veros{mil que Ja edicién de Andrénico de Rodas res- pondiera a preocupaciones andlogas; un testimonio de,Filopén mani. fiesta por lo demis que la preocupacién por el orden intrinseco de la ensefanza y la lectura, que legaré a ser entre los comentaristas tema dlasico de discusién, estaba ya presente en Andrnico: «Boeto de Si- dén dice que hay que empezar por Ia fisica, porque nos ¢s més fami. liar y conocida; ya que debe empezarse por lo mds cierto y mejor conocido. Pero su maestro Andrénico de Rodas decfa, apoyandose en una investigacién mAs profunda, que habria que empezar por la légi- ca, pues ésta trata de Ja demostracién»®. El orden del Corpus de ® La atribucion a Aristén de Ceos, cuarto escolarca del Liceo, ha sido mantenida recientemente por P. Moraux, Les listes avcienies.... pp. 233 ss. # La encontramos en Zeller (pp. 80 ss.), Hamelin, Ross, Jaeger. Fs ad. mide por M: Heupsccen (Kant ef le probleme de le métephysigue, rad. fran cesa, p. 66), % C&. P. Monavz, op. cit., especialmente pp. 173, 239, 304. % In Categ., 5, 16 ss. Busse—Discusiones semejantes se produjeron a Propésita del orden en que debian ser Iefdos y editados los’ didlogos de Plat6n. Una huella de tales polémicas se halla en el Prélogo de ALBINUS, ue, por su parte, se inclina hacia una clasifioacién sistemitiea: alo que der 32 Andrénico era considerado en Ia antigiiedad tan poco acbitrario que Porfirio, en el capitulo 24 de su Vida de Plotino, propondré tomarlo como modelo en la clasificaci6n de Jos escritos de su maestro ™ Si el titulo metafisica hubiera nacido del azar, nunca nos admira- xfamos bastante de que diese lugar, desde tan pronto, a una interpre- tacién filosdfica. Kant se asombraré de esa coincidencia, Ja cual he- bria convertido una designacién arbitraria en una indicacién positiva para el contenido misma de la obra: «En lo que concierne al nombre de la metafisica, no puede creerse que hay; nacido del azar, pues se ajusta tan bien a Ia ciencia misma: si se llama gia¢ a la naturaleza y si s6lo podemos Ilegar a los conceptos acerca de Ja naturaleza me- diante la experiencia, entonces la ciencia que viene a continuacién de ésta se llama metafisica (de pevd, trans, y physica). Es una ciencia que de algtin modo se halla fuera, es decir, més alld, del campo de la fisica» De hecho, la interpretacién intrinseca de la ribrica Metafisice es la dinica que encontramos cn los comentaristas griegos, los cuales, si bien se equivocaban al atribuir el tftulo al mismo Atistételes, no por seamos buscar es el comicnzo y el orden de Ia ensefianza segen Le sabidurfa> (trad. Lz Conre, en Revue philosophique, 1956, p. 35). U7 De creer a P. Moravx (op. cit.), no podria extraerse ninguna con- dlusién de las preocapaciones de Andrénico; sin embargo, a efectos de la interpreticién de la ribrica Metaffsica. Segin él, el titulo perd wa qooud Ia edicién androniquea (y, @ fortiori, a la de Nicolés de Damasco), puesto que habsfa figurado, desde ‘finales del s. mr a, C., en la lista confeccionada por Aristén ce Ceos, de la que detivan los catélogos de Didgenes y del Ané- timo: sin duda, dicha ribrica no se encuentra en Diégenes, pero esa ausencia serfa accidental’ (p. 188). El Andnimo, en contrapartida, menciona una Me/a- fisica en 10 libros, que tepresentarfa el estado preandroniqueo de ese tra- tado. El tinico papel de Andrénico habria sido el de afiadir a esa Metafisica primitive los libros actualmente designados como a, A, K y A, resultando asf nuestra Mecafisica en 14 libros, atestiguada por’el ‘catdlogo de Tolomeo (p. 279). Sobre el papel de Andrénico, Moraux sigue por otta parte la opi- én de W. Jazcen, Studien zur Entstebungseeschichte der Metaphysik des Airstoteles, p>. 177-180. M. H. Reiser («Die Entstehung und urspriingliche Bedeutung des Namens Metaphysiles, en Zeitschrift fir philocophische Forsch- ang, 1954, pp. 210-37) se ba basado en el trabajo de Moraux para concluir que al titulo Metafirice habria sido directamente inspirado por indicaciones del mismo Aristételes, utilizdndose desde la primera generacién del Liceo: su paternidad podria attibufrsele a Eudemo, del que por otra parte sabemos (Ascaris, in Metaph, 4, 4-16; Ps-Atrx, in Metaph., 515, 3-11) que se habria ocupado de la puesta a punto de los esctitos metafisicos de Aristételes. A la luz de estos trabajos, una cosa nos parece bien establecida de ahora en adelante: el titulo yew td guaud no designa un orden de sucesién en un catdlogo (Moraux observa al respecto que, en Ia lista primitiva, reconstraida por 4, la Metafisica no va después de las obras fisicas, sino ‘de las obras matematicas), y responde, aun cuando hays nacido —y sobre todo si lo ha hecho-— denixo, del cteulo de los succsores inmediatos de Aristcreles, a una intencién doctrinal. aoTrct 33 ello dejaban de estat mejor intormados que nosotros acerca de las tradiciones vinculadas con aquél. Dicha interpretacién es, ciertamen- te, de dos clases, segiin el sentido que se le dé a la preposicién etd. De acuerdo con el primer tipo de interpretacién, que podrfamos llamar syduck); Asctzpi0: «La obra leva por titulo Mefafisica porque Aristételes, después de haber tratado primero de las cosas fisicas, trata luego en esta disciplina de las cosas divinas» (in Met., 1, 19), etc. # Cie, los numerosos textos citados por J. Owens (The Doctrine of Being in the Aristotelian Metaphysics, Toronto, 1951, pp. 3 ss.) quien sus- ctibe por lo dems dicha asimilacién. SM, Huprecen, Kens ef Ie problime de le métephysigue, wad. fran. cesa, p. 67. % 6, 700 b 7. 36 fia primera (ox xept ie xpbrms @hecogine). En defecto de Arist6te- les, Teofrasto hubiera podido suministrar un titulo: en las primeras lineas del escrito que los editores Iamarin Metafisica por analogia con el de Atistételes, se menciona «la especalacién acerca de los pri- metos principios» (i opép ta xpdrov Sempla)”, como si se tratara de una expresién consagrada, que designaba, por oposicién al estu- dio de Ja naturaleza, un género de actividad teocrética claramente delimitado *. Las dificultades de los primetos editores, entonces, parecen ha- ber sido de orden distinto al que se les atribuye habitualmente; y si dieron muestras de espfritu de iniciativa, lo hicieron menos por in- yentar un titulo nuevo que por rechazar aquel o aquellos que les su- gerfa una tradicién que se remontaba hasta Aristételes. Todo nos hhace creer, putes, que la nibrica De la filosofia primera no les pareci6 de adecnada aplicacién al coniunto de escritos, reunidos por una tra- dicién anterior, que tenfan a la vista. Y en efecto, equé es lo que designa, en los textos mismos de Aristételes, la expresién filosofia primera? La calificacién de «prime- ra», sea cual sea st sentido, parece nacer de una preocupacién por distinguir varios campos en el seno de Ia filosofia en general. A la cuestién planteada en el libro B: «ehey una ciencia “nica de todas las esencias, o hay varizs»? ®, Aristételes responde muy claramente Met, 1,442. #8 “Asclepio no cita menos de cuatro tftulos de In Metattsica: , Estos dos sen- tides coincidfan en Platin, para quien la Idea, separada de lo sensible, era al propio tiempo Ia nica realidad subsistente. No coinciden ya en Aristételes; asf Ia substancia fisica es separtda en el segundo sentido, peto no lo es en tl primero; el ser matemético es separado en el primer sentido, pero no en 1 segundo (pues se trata de un abstract, que no existe por sf). De ahf la incertidumbre de los editores en la lectura de la 1, 1026 a 14, donde se define el objeto de Ja fisica: unos, siguiendo al Ps.Alejandro y los manus- critos, len aybpita (Bekker, Bonitz, Apelt, D. R. Cousin, P. Gohlke, J. Owens); en cambio, Schwegler, seguido por Christ, Jaeger, Ross, Chemniss, Merlan, cottige —y con rain, ‘creemos— aydpow leyendo ywpised, para conservar Ia oposicién con los objetos mateméticos que, en la Iinea siguiente, son Iamados 08 ywoised (se trata, pues, aquf de Ia separacién en el sentido de subsistencia). En cuento al set divino, se le llama «separado» en los dos sentidos: el platonismo sigue siendo verdadero para Aristé:eles en el plano de la teologfa. Sobre la lectura de 1026 2 14, cf. tltimamente V. Décar, ‘La physique porte-telle sur des «nonséparés»?», en Rev. Sci. philos. théol., 1994, pp. 466-468 (quien defiende, aunque sin aportar argumentos dccisivos, fa lectura de los manuscritos), y E. pz Srrycker, «La notion aristotélicienne de séparation dans son application aux Idées de Platon», Autour d’Aristote, Mélanges A. Mansion, 1955, quien lee yopieed (p. 131, n. 68). 57 “Comparar en E, 1, las lineas 1026 2 16 y 19. 58 Met, E, 1, 1026 a 20. ® E, 1, 1026'¢ 21. 39 del ser en cuanto set: al principio del libro E, Aristételes opone de nuevo, a una ciencia que —ciertamente— sigue innominada, aque- las otras ciencias que, «concentzando sus esfuerzos en un objeto de- terminado, en un género determinado, se ocupan de tal objeto, y no del ser tomado en términos absolutos, ni en cuanto ser»: ciencias que ignoran su propio fundamento, puesto que, al demostrar los atributos de una esencia, pero no esa esencia misma, deben admitirla en el punto de partida como una simple hipétesis. Instalada en la esencia de lo divino, cuya cxistencia presupone, Ia teologfa 0 filosofia primera no parece escapar a la condicién de las ciencias particula- res“; también ella parece sometida a la jurisdiccién de una ciencia més alta, que serfa a la filosofia primera lo que la matemitica en ge- neral es a la matemtica primera, Esta interpretacién de Ia filosofia primera como tcologia parece confirmada por todos aquellos pasajes en que Aristételes emplea la expresién ghosopla xpdty. Incluso alli donde no es asimilada expre- samente a la teologia, se la opone a la fisica entendida como filasofia segunda mientras que la ciencia del ser en cuanto ser es definida siempre (no por oposicién a la fisica, sino a las ciencias particulares en cuanto tales). En las obras de fisica, la filosofia primera es descri- ta por lo regular como ciencia de la forma, mientras que la fisica s6lo estudia formas ligadas a la materia; pero Ja forma en estado puro, ¢s decir «separadas» en los dos sentidos de esta palabra, sélo existe en el campo de las cosas divinas, y es Ia existencia de un campo tal la que fundamenta la posibilidad de una filosofia distinta de la filosofia de la naturaleza: si lo divino no existicra, la fisica agotarta la filoso- Fa®, 0, al menos, ella serfa la merecedora del nombre de filosofia primera, La lucha por la primacia® se entabla, pues, entre la fisica y Ia teologia, mientras que la ciencia del ser en cuanto ser no parece © E, 1, 1025 5 8. 4 La tradicién ecléctica, reasumiendo el esquema aristotélico, no se equi- vocard. Asi Albino presenta la ciencia teoldgica como Dechoyixdy dps (he qioaoglas (op. cit, ibid.). @ Ast, Met, 3, 1005 b 1; Fis., I, 9, 192 @ 36; IT, 2, 194 b 9 98.; De anima, T, 1, 403 b 16 (el xpaicos gthéaopos cs opuesto a la vez al fisicoy al matemitico). La expresién filosofta segunda designa frecuentemente a la fisi- ca: Met., Z, 11, 1037 @ 15; Part. animal., II, 7, 653 @ 9; De longitudine et brevitaie vitae, 1, 464 b 33 Cte. Part. animal., 1, 1, 641 a 36. & Met, B, 1, 1026 a 27. Cir. T, 3, 1005 @ 31 ss © Pensamos en Ia competiciSn instituida por PLar6n en el Filebo entre Jas distintas ciencias, en orden 2 la constitucién de la vida buena. En esos pasajes, Platén distingufa ya entre las cienciag «primeras» (62 4), que son las clencies «divinas» (62 6), y las otras ciencias, que se refieren a — ni de la «ciencia que trata de la demostracidn», puesto que ésta no contempla la materia misma de la demostraciéa ¥, El do- ble papel de establecer principios comunes a todas las ciencias yde justificar cada una de ellas mediante Ja clucidacién del estatuto de existencia propio de su objeto lo reservard Aristételes, como vere. mos, a le ciencia del ser en cuanto ser. Que aqui se lo asigne a la filosofta primera revela una concepcién de ésta poco concorde con el sentido habitual de la expresién. El insdlito carécter de la terminologfa del libro K conduce al re. planteamiento del problema de su autenticidad. Dicha autenticidad fue impugnada en el siglo xrx, especialmente por Spengel y Christ, a causa de ciertas particularidades estilisticas ®. La anormal identifi- cacién de Ia filosoffa en general con la filosofia primera, y de esta ultima con la ciencia del set en cuanto ser, aunque apenas haya me- recido la atencién de los comentaristes, plantea un problema que, des. le la hipétesis de Ja autenticidad, quedarfa sin resolver. Se viene observando hace mucho que los capitulos 1-8 del libro K reinciden, bajo una formaymenos elaborada, en los problemas abordados por Jos libros B, Fy E. Ahora bien: ya hemos visto que, si bien la expre- 1 K, 4, 1061 B 33. BK 4; 1061 & 28. BK, 4, 1061 } 19. ™ K, 1, 1059 } 1421. % En especial, el uso de la particula ye wy. La inautenticidad ha sido mantenida igualmente, en virtud de tazones internas, por Natorp (cfs. bliogr., n° 145) y recientemente por monseffor Mavston (cfr. Biblioge., n° 135). 42 sidn filosofia primera no se encuentra en ef primero de esos libros, es aplicada de un modo constante, en los otros dos, a la teologia. 2Cémo explicar que, en este punto capital, el libro K se halle en absolut desacuerdo con escritos de los que él no serfa més que nn resuinen 0 un esbozo? ®, gNo seré mejor atribuir la denominacién de la ciencia del ser en cuanto ser como filosofta primera a un dis- cipulo inhabil, que hubiera interpretado apresuradamente ciertos tex- tos sin duda sutiles del libro E, donde las dos ciencias, sin perjuicio de su distincién, son preseatadas como coincidentes? ”. Obsérvese por otta parte que el capitulo 7 del libro K, al volver sobre la clasi- ficacién de las ciencias teoréticas del libro E, no usa ya la expresiéa filosofia primera pata designar a la teologfa: tras haber definido, unas lineas més arriba, la filosoffa primera como ciencia del ser en cuanto set, le resultaba dificil al hipotético autor identificarla con la ciencia de un género detetminado del ser, aunque dicho ser fuese el divino Y con todo parece que el autor en cuestién se reserva en cierto modo una posible salida al asimilar subrepticiamente ef ser en cusnto ser al ser separado, es decir divino: «Pues existe una ciencia del ser en cuanto ser y en cuanto separado (ob bytes 4 by wi yopowy), debemos examinar si hay que admitir que esa ciencia es la fisica misma, o bien es diferente» ™. Dicha asimilacién del ser en cuanto % El Ps-Alej. ve en el libro K un resumen de los libros B, Py E. Bonrrz y W, Jarcer (Arittoteles, pp. 216-22) lo ven, al conttario, come un esbozo anterior a dichos libros, La azn que da Jaeger es la resonancia relative mente platénica, sestin él, del libro K; nos parece, al contrario, que Ja iden- tificacién de Ia’ filosoffa primera con Ja ciencia del ser en cuanto set mani- fiesta una evclucién radical por respecto al platonismo, e incluso por respecto a Ia definicién «teolégica» de Ia filosoffa primera: evolucién tan radical que nos resulta dificil atribuirla al propio Aristiteles. 77 La teologia o filosofia primera, aun siendo una parle de la filosofia en general, no deja de aspirar, como ésta, a la universalided: «es universe! porque es primerap, y en este sentido —si bien sélo en él— no es falso decir que se refiere también al «ser en cuanto ser» (E, 1, 1026 a 30-32). Sigue en pie el hecho de que, aun cuando Ia filosofia primera se confunda en ef limite con Ia ciencia del ser en cuanto set, es definida primero como teologla. Pues bien: en el bro K encontramos un modo de proceder cxactamente inverso: cn el pasaje paralelo al anterior, el autor se pregunta «si la ciencis del ser en cuanto ser debe set o no considerada como ciencia universal» (7, 1064 5 6), cuestién que carece de sentido (0, mejor dicho, reclama una respuesta obvi meate positiva) en la perspective axistotélica, segiin la cual esa ciencia es defi- nida precisamente por oposicin a las ciencias particulates; y el antor del libro K responde curiosamente: si, la ciencia del ser en cuanto ser es uni- versal porque es la teologia, o sea, una

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