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Convertido al budismo, Asoka, con el ejemplo de sus propias virtudes, propagó esta religión
por toda la India y por todo su imperio, que se extendía hasta Malasia, Ceilán e Indonesia.
Después, el budismo conquistó Nepal, el Tibet, la China y Mongolia. Asoka respetaba,
empero, todas las sectas religiosas. Predicó el vegetarianismo y proscribió el alcohol y los
sacrificios de animales. H. G. Wells, en su historia del mundo abreviada, escribe: «Entre las
decenas de millares de nombres de monarcas que se apretujan en las columnas de la
Historia, el nombre de Asoka brilla casi solo, como una estrella.»
Se dice que, conocedor de los horrores de la guerra, el emperador Asoka quiso prohibir para
siempre a los hombres el mal uso de la inteligencia. Bajo su reinado, entra en el secreto la
ciencia de la Naturaleza, pasada y por venir. Las investigaciones, desde la estructura de la
materia a las técnicas de la psicología colectiva, se disimularán en adelante, y durante
veintidós siglos, detrás del rostro místico de un pueblo al que el mundo considera dedicado
sólo al éxtasis y a lo sobrenatural, Asoka funda la más poderosa sociedad secreta de la
Tierra: la de los Nueve Desconocidos.
Se dice aún que los grandes responsables del destino moderno de la India, y sabios como
Bose y Ram, creen en la existencia de los Nueve Desconocidos, e incluso reciben de ellos
consejos y mensajes. La imaginación entrevé la fuerza de los secretos que pueden detentar
nueve hombres que se lucran directamente de las experiencias, de los trabajos, de los
documentos acumulados durante más de diez decenas de siglos. ¿Cuáles son los fines de
estos hombres? No dejar que caigan en manos profanas los medios de destrucción.
Proseguir las investigaciones beneficiosas para la Humanidad. Estos hombres se supone que
se renuevan para guardar los secretos técnicos venidos de un remoto pasado.
Las manifestaciones exteriores de los Nueve Desconocidos son raras. Una de ellas tiene
relación con el prodigioso destino de uno de los hombres más misteriosos de Occidente: el
Papa Silvestre II, conocido también por el nombre de Gerbert d'Aurillac. Nacido en
Auvernia, el año 920, y muerto en 1003, Gerbert fue monje benedictino, profesor de la
Universidad de Reims, arzobispo de Rávena por la gracia del emperador Otón III. Se dice
que estuvo en España y que un misterioso viaje lo llevó a la India, de donde sacó diversos
conocimientos que llenaron de estupefacción a los que le rodeaban. Así fue como poseyó en
su palacio una cabeza de bronce que respondía «sí» o «no» a las preguntas que le hacían
sobre la política y la situación general de la cristiandad.
Según Silvestre II (volumen CXXXIX de la Patrística latina de Migne), el procedimiento era
muy sencillo y correspondía al cálculo con dos cifras. Se trataría de un autómata análogo a
nuestras modernas máquinas binarias. La cabeza «mágica» fue destruida a la muerte del
Papa, y los conocimientos registrados por ésta, cuidadosamente disimulados. Sin duda la
biblioteca del Vaticano reservaría algunas sorpresas al investigador autorizado. En el
número de octubre de 1954 de Computers and Automation, revista de cibernética, podemos
leer: «Hay que suponerle un hombre de saber extraordinario, de un ingenio y una habilidad
mecánica sorprendentes. Esta cabeza parlante debió de ser modelada bajo cierta conjunción
de las estrellas que se sitúa exactamente en el momento en que todos los planetas van a
comenzar su curso.» No era cuestión de pasado, de presente ni de futuro, pues este invento,
aparentemente, superaba con mucho el alcance de su rival: el perverso espejo en la pared
de la reina, precursor de nuestros cerebros mecánicos modernos. Se dijo, naturalmente, que
Gilbert fue sólo capaz de producir esta máquina porque estaba en tratos con el diablo y le
había jurado eterna fidelidad.
¿Estuvieron otros europeos en relación con la sociedad de los Nueve Desconocidos ? Hay
que esperar al siglo XIX para que resurja este misterio, al través de los libros del escritor
francés Jacolliot.
Jacolliot fue cónsul de Francia en Calcuta bajo el Segundo Imperio. Escribió una obra de
anticipación considerable, comparable, si no superior, a la de Julio Verne. Ha dejado además
varios libros consagrados a los grandes secretos de la Humanidad. Esta obra extraordinaria
ha sido saqueada por la mayoría de los ocultistas, profetas y taumaturgos. Completamente
olvidada en Francia, es célebre, en cambio, en Rusia.
Yersin, uno de los más próximos colaboradores de Pasteur y de Roux, pudo haber tenido
acceso a secretos biológicos a raíz de un viaje a Madras, en 1890, y puesto a punto, gracias
a las indicaciones que recibieron, el suero contra la peste y el cólera.
Con la leyenda de los Nueve Desconocidos, se relaciona el misterio de las aguas del Ganges.
Multitudes de peregrinos, portadores de las más espantosas y diversas enfermedades, se
bañan sin ningún peligro para los que están sanos. Las aguas sagradas lo purifican todo. Se
ha querido atribuir esta extraña propiedad del río a la formación de bacteriófagos. Pero,
¿por qué no se forman también en el Brahmaputra, en el Amazonas o en el Sena?
La hipótesis de una esterilización por radiaciones aparece en la obra de Jacolliot, cien años
antes de que se sepa que tal fenómeno es posible. Estas radiaciones, según Jacolliot,
provendrían de un templo secreto excavado bajo el lecho del Ganges.
¿Mito o realidad? Mito soberbio, en todo caso, surgido de lo más hondo de los tiempos... y
resaca del futuro.
Extracto del libro EL RETORNO DE LOS BRUJOS de
Louis Pawels y Jaques Bergier (1959)