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Yo entonces no conoca
el cielo de los caballos,
pero rezaba por ellos todas las noches,
y era un nio que rezaba por los caballos de Dios,
y era un nio al que Dios
perdonaba sus insolencias
porque rezaba por los caballos
y lloraba por ellos
y les prometa un dios omnipotente,
que los convertira en ngeles
aunque los hombres se negaran.
Un Dios con el que soaba mi madre
cuando era muchacha
y ya me descubra
descalzo por la arena.
Cuando los carreros eran silenciosos
como las torres de nuestra casa
y los jazmines eran argentinos
porque eran nuestros,
dando la vuelta al patio
hasta la noche,
en que la patria era en el cielo.