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Arquimedes: El método ‘Introduccién y notas de Luis Vega El Libro de Bolsillo Alianza Editorial Madrid Titulo original: "Apyyshdoug Iept tév unxavukdyv lewpnudtwv Tpd¢ Epatoctivny Epodoc. Traduccién: M.* Luisa Puertas y Luis Vega. © de la traducci6n, introduccién y notas: Luis Vega © Bd. cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid] 1986 Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1986 Calle Milan, 38; teléf. 200 00 45 LS.B.N.: 84-206-0151-9 Depésito legal: M. 431-1986 Papel fabricado por Sniace, S. A. Compuesto en Fernandez Ciudad, S. L. Impreso en Artes Graficas Ibarra, S. A. Matilde Hernandez, 31. 28019 Madrid Printed in Spain Introduccién I. La PERSONALIDAD HISTORICA DE ARQUiMEDES 1. Las noticias que nos han llegado acerca de la per- sonalidad histérica de Arquimedes no son muchas ni, en general, muy fiables. Se ha perdido una biografia com- puesta por su coeténeo Herakleides. Las referencias de historiadores posteriores —desde Polibio hasta Tzetzes, polfgrafo bizantino del s. x11— son més bien anecdoticas, aparecen al hilo de alguna otra historia y, a menudo, traslucen la aureola tejida en torno a su figura por diver- sas tradiciones legendarias. Arquimedes se convirtié en un personaje gracias al asedio y captura de Siracusa en el curso de la segunda guerra ptnica. Los relatos coinciden en situar su muerte en medio de la confusién y del saqueo que sucedieron a - la toma de la ciudad por los romanos, el afio —212. Es fama que murié asaltado por un legionario mientras se hallaba absorto en Ja consideracién de un problema geo- métrico. Esta sdlo es una de las versiones que corrian 7 8 Luis Vega en el s, 1 sobre un accidente harto lamentado por el gene- ral romano Marcelo —para quien el «Briareo gedmetra», tras su despliegue de mdquinas y recursos bélicos en la defensa de Siracusa, resultaria tan interesante como, pon- gamos por caso, Wernher von Braun para el estado ma- yor USA en Baviera—-. Segtin Plutarco (Marcelo, xvii), Arquimedes habia pedido a sus deudos y amigos que, legado el momento, grabaran sobre su tumba una esfera circunscrita por un cilindto, as{ como la razén entre am- bos. Cicerén, siendo quaestor en Sicilia por el afio —75, atin pudo encontrar una pequefia columna con ese gra- bado y un pedestal en el que a duras penas cabia desci- frar el epigrama del resultado (Tusc. D., V, xxiii, 64-66). Nada se sabe hoy de tales restos. Cuando menos, el celo mostrado por Cicerén en la limpieza del monumento po- dria ser una de las contadas contribuciones de un romano a la historia de las matematicas. Si Tzetzes asegura que Arquimedes «trabajé en geo- metria hasta edad avanzada, viviendo setenta y cinco afios» (Khil., xxxv), debié nacer hacia el —287. El mismo se declara hijo del astrénomo Fidias (Arez., I, 8). Con la dinastia siracusana estuvo ligado por buenas rela- ciones y cumplidos servicios. Tal vez fuera pariente o, al menos, consejero intimo de la corte de Hierén II. Hie- r6n, un sagaz estadista, procuré sacar partido de la capa- cidad inventiva de Arquimedes, orientdndola, sobre todo, hacia la ingenieria militar. A su hijo Geldén estd dedicado el Arenario. Arquimedes mantuvo correspondencia cientffica con al- gunos matematicos alejandrinos: Conon, Eratéstenes, Do- siteo. Reconoce y aprecia ef talento de los primeros. Su relacién con Dositeo es tan ambigua como su actitud general hacia la ortodoxia de la escuela alejandrina: muestra cierto respeto por la normalizacién de la demos- traci6n geométrica a la que parecia haber conducido el modelo de los Elementos, de Euclides; pero no es grande Introduccién 9 Busto antiguo en bronce, encontrado en Herculano, y que se identifica con el de Arquimedes. 10 Luis Vega la estima que le merecen la competencia matemitica o la imaginacién creadora de los investigadores y becarios —digamos— del Museo de Alejandria. Es probable que Arquimedes, en su juventud, rindiera la obligada visita a esta institucién. También es verosimil que; visitando Egipto, dejara como constancia de su ingenio un artilugio de toma de agua para facilitar la irrigacién de las tierras del delta, un kokblias, «rosca o tornillo de Arquimedes» (Diodoro Siculo, H. Bib., 1, 34; V, 37), que luego cono- cid otros usos (fig. I). Pero, seguramente, Arquimedes pasé la mayor parte de su vida en Siracusa, y desde alli alcanzé fama y notoriedad, puede que no tanto por su genio matemético y cientifico como por su ingenio téc- nico y mecdnico (fig. IT) Fic. I—Kokblias arquimédico, de roble, procedente de una mina situada en Sotiel Coronada (Huelva), donde se emplearia para la extraccién de agua. 2. Apenas hay rastros de sus invenciones mecdnicas. Por fortuna, sus escritos bastan para acreditarlo como el hombre de ciencia més notable de la antigiiedad, y ellos Introduccién Fic. Il—Anverso y reverso de una moneda siciliana acufada en honor de Arquimedes. El reverso representa una esfera sobre un soporte; las letras AR y MD son una abreviatura de su nombre latinizado «Archimedes». Il 12 Luis Vega son los que pueden justificar el poderoso influjo de Ar- quimedes sobre las ideas fisicas y mateméaticas de los si- glos xvi y xvi. La suerte de estos escritos dista de ser la conocida por algunas obras cientificas de la antigtiedad (e.g., los Elementos). Cierto es que fueron estudiados y glosados por mateméticos posteriores, como Hierdén, Pap- po o Theon, de modo que circulaban por Alejandria en los ss. 111 y Iv. Pero su transmisién hasta nosotros ha de- pendido del interés que despertaron en la Constantinopla de los ss. vi-x, sobre todo a raiz de unos comentarios de Eutocio de Ascalén. Luego se revisaron textos y glosas en una primera compilacién donde los escritos arquimédicos empezaron a perder su dialecto dorio original y sufrieron otras alteraciones tendentes a facilitar su uso escolar. En el s. 1x, Leén de Tesaldnica retine las obras de Arquime- des disponibles en Constantinopla, y de ahi resulta el ma- nuscrito griego arquetipo A, que incluye la mayorfa de los textos hoy conocidos y es la fuente directa 0 indirecta de las copias y versiones renacentistas. G. de Moerbeke, en su versién latina de 1269, atin pudo contar con otra fuen- te bizantina, el manuscrito griego B, que al fin desaparece en el s. xtv. Hoy disponemos de una tercera fuente bi- zantina, el manuscrito griego C, contenido en un palimp- sesto del s. x que pasa desapercibido hasta que Heiberg logra identificarlo en 1906 en Istanbul, adonde habia le- gado procedente de Jerusalén. Agitada vida la de muchas fuentes antiguas de las que no manaba el agua de la Gracia. Aunque la sobreabundancia de virtud también alcanzara a preservar algunas: el manuscrito C debe su conservacién a unos monjes del s. x11 que hubieron de echar mano de sus 185 hojas para escribir encima una coleccién de textos littrgicos y plegarias. Gracias a esta fuente poseemos la comunicacién de Arquimedes a Era- téstenes sobre el Método. Por lo demés, hacia el s. rx, Arquimedes también empezé a ser estudiado por los 4ra- bes. El occidente europeo recibié a Arquimedes a través Introduccién 13 de estas dos lineas, bizantina y drabe, de versién y co- mentario. Las obras que hoy conocemos suelen encuadrarse den- tro de tres grupos mds o menos caracteristicos. (Afiado a cada titulo su ntimero de orden segtin la estimacién cronolégica de Heiberg y la indicacién de la fuente.) a) Escritos mateméticos dirigidos a la demostracién de proposiciones sobre éreas y voliimenes de figuras limi- tadas por lineas o superficies curvas: Sobre la cuadratura de la parabola (2, A-B), Sobre la esfera y el cilindro (5, A-C), Sobre espirales (6, A-C, probab. en B), Sobre co- noides y esferoides (7, A), Sobre la medida del circulo (9, A, frag. en C). 5) Obras que proceden a andlisis geométricos de problemas estdticos e hidrostéticos, o se sirven de consi- deraciones mecdnicas en el tratamiento de cuestiones geo- métricas: libros I (1) y II (3) de Sobre el equilibrio de planos (A-B, frag. en C), el Método (4, C), Sobre los cuerpos flotantes (8, B-C), amén de las prop. 1-17 de Sobre la cuadratura... c) Trabajos con un aire de miscelénea matemiatica: Arenario (10,.A) y un fragmento del Stomakhion (?, C). No faltan algunas atribuciones dudosas ni referencias a obras perdidas sobre temas aritméticos —sistemas nu- méricos—, geométricos —poliedros semirregulares—, me- cdénicos —«balanzas», centros de gravedad y condiciones de equilibrio—, dpticos —espejos y fenémenos de refrac- cién—, y, en fin, astronémicos —técnicas de construc- cién de planetarios—. 3. Asf pues, las contribuciones de Arquimedes cu- bren el amplio dominio accesible a la matemética de la época: aritmética, geometria, astronomia, dptica y mecé- nica. La reputaci6n de Arquimedes en su propio medio descansé sobre todo en la originalidad y calidad de sus 14 Luis Vega aportaciones a las dos primeras. Su influjo posterior tam- bién guarda una relacién estrecha con la ultima: gracias a sus contribuciones estdticas e hidrostéticas, Arquimedes pasa por ser uno de los fundadores de la fisica matemé- tica. Aqui sélo cabe resaltar algiin aspecto de su trabajo més o menos relacionado con el contenido del Método. Por ejemplo, sus aportaciones a la tradicién griega de la geometria orientada a determinar medidas (4reas, voli- menes) y correlaciones entre ellas (cuadraturas, cubaturas, rectificaciones de curvas en general). Para ello se sirve de procedimientos como la equivalencia de la magnitud buscada con otras familiares o su inserci6n en una pro- porcién de la que se conocen ya —o pueden construir- se— los restantes términos. Es una via de determinacién usual en la geometria del s. 111. Pero el trabajo de Ar- quimedes marca un desarrollo decisivo, bien sea en orden a mejorar planteamientos previos y completar resultados anteriores, bien sea en la linea de considerar figuras y cuerpos nuevos, bien sea con vistas a afinar y comple- mentar los métodos disponibles de demostracién e inves- tigacién. La comunicacién a Eratéstenes sobre el Método puede ser un muestrario de todo esto. Por otro lado, la reduccién o resolucién de los problemas caracterfsticos de esa tradicién matematica (cuadratura del circulo, du- plicacién del cubo, triseccién del dngulo) y, en general, el estudio de cuadraturas y cubaturas sobrepasan el nivel de la geometria elemental —«plana», en calificaci6n de Pappo—, al tener que considerar medias proporcionales y, por ende,’secciones cénicas —problemas «sdlidos»—, amén de curvas que suponen superficies irregulares y desplazamientos, e.g., espirales —problemas «lineales»—. Hoy en dia serfan cuestiones a tratar por medio del célcu- lo infinitesimal, especialmente con los recursos del célculo integral y sobre la base de un lenguaje como el deparado por la geometria analitica. Los griegos disponian, en cambio, de la teorfa de las razones o proporciones, de la Introduccién 15 demostracién indirecta por reduccién al absurdo, y de una metodologia de aproximacién a, o acotacién de, un margen de equivalencia métrica entre construcciones geo- métricas, que desde el s. xvi dio en llamarse «método de exhaucién». En él se ha querido ver una versién primi- genia de la operacién del paso al limite propia de los métodos infinitesimales. Pero el concepto de limite nunca fue formulado por un griego, ni siquiera por Arquimides, al que se considera mds cerca de imaginarlo. De ahi que convenga distinguir entre dos «lecturas» del texto arqui- médico. Una es la reconstrucci6n de Arquimedes de su historia y de su literatura, en favor de un lenguaje mds «técnico» y moderno cortado por patrones infinitesimales y analiticos. Puede incluso apoyarse en la presuncién —discutible— de que este lenguaje es matemdticamente neutro, o en el supuesto —no indiscutible— de que matematica sdlo hay una: la que hoy interesa apren- der o practicar. Pero algo muy distinto es la inter- pretacién y comprensién histéricas del peculiar lenguaje tedrico y metodolégico de Arquimedes. A su luz no hay razén para contar entre las contribuciones de Ar- quimedes la de haber sentado un precedente de la geo- metria analftica o del cdlculo integral, ni seria hacerle un gran favor el ver en su geometria métrica un remedo de ambos. Otro aspecto relevante del trabajo de Arquimedes es su investigacién geométrica de cuestiones de estdtica e hidrostatica. Antes de Sobre el equilibrio de planos, \a filosoffa natural griega ya estaba familiarizada con algunos fenédmenos mec4nicos y, en particular, con la relacién de equilibrio luego llamada «ley de la palanca». Los aristoté- licos tendian a explicarlos desde supuestos dindmicos, como la fuetza de un cuerpo para mover una carga situa- da en el brazo opuesto de una balanza, y cinemiaticos, en el marco teérico de los movimientos naturales y forza- dos. Arquimedes adopta una perspectiva estdtica orien- 16 Luis Vega tada por ciettos supuestos métricos. Para empezar, considera magnitudes geométricas que actiian perpendicu- larmente sobre una barra ingrdvida: los pesos de los cuerpos y sus distancias respectivas al fulcro de la palan- ca son magnitudes aditivas, pertenecientes a un sistema de medicién conjunta de relaciones conexas de orden o de equivalencia. Asimismo postula un principio de simetrfa: el equilibrio de cualquier palanca de brazos iguales some- tidos a pesos iguales. Por ultimo, aduce la nocién de centro de ‘gravedad y procura determinar las condiciones de unicidad y ubicacién de los centros de gravedad de figuras planas. Sobre esta base establece que magnitudes conmensurables o inconmensurables se equilibran a dis- tancias inversamente proporcionales a sus respectivos pesos, mediante la reduccién de la ley al caso paradigmd- tico del equilibrio entre pesos iguales a distancias iguales. Este proceso de deduccién ha sido muy debatido. Sus deficiencias no residen seguramente en una reduccién circular del caso general al caso particular ni en el supues- to'de simetria geométrica —segtin las objeciones cldsicas de Mach—, sino més bien en la insuficiente determina- cién del concepto de centro de gravedad. No es impo- sible que Arquimedes diera por descontadas precisiones existentes en algtin otro escrito suyo, hoy perdido. Sea como fuere, la deduccién de la ley de la palanca en Sobre el equilibrio de planos, I, la que més se aproxima a una forma axiomética en el conjunto de su obra, es buena: muestra del rigor informal de las demostraciones arqui- médicas. Sobre los cuerpos flotantes es una contribucién pareja a la fundacién de una hidrostdtica geométrica. Estudia las condiciones de equilibrio de cuerpos sumer- gidos en fluidos, enuncia el llamado «principio de Arqui- medes» y considera sus aplicaciones al casquete esférico y al segmento de paraboloide de revolucién. (La guirnalda del rey Hierén tiene que ver con todo esto lo que la manzana de Woolsthorpe con la. gravitacién universal Introduccién 17 newtoniana.) Este tratado tiene el interés afiadido de cierta disparidad de supuestos entre el libro I y el libro IJ. En el I, Arquimedes se hace eco de las ideas aristotélicas sobre la direccién del peso hacia el centro de la tierra, concebida a'su vez como centro del universo; imagina que los fluidos forman una esfera, cuyas partes tienen pesos convergentes hacia el centro de la esfera; la superficie esférica puede considerarse dividida en un numero igual de partes que representan las bases de sectores cénicos cuyo vértice es el centro de la esfera. En el II, Arquimedes parece adoptar otro supuesto mds congtuente con el resto de sus investigaciones estdticas y geométricas, a saber: los pesos trazan verticales para- lelas en vez de converger en el centro de una esfera. 4. Un punto debatido de la personalidad histérica de Arquimedes es su actitud hacia sus propias invenciones mecdnicas. Segtin Plutarco, Arquimedes desdefiaba las aplicaciones de este género y sdlo vefa en ellas una dis- traccién. Plutarco justifica este desdén por motivos pla- ténicos. Algunos mateméaticos del s. 1v (Eudoxo, Arqui- tas, Menaekhmo) ya habian provocado la indignacién de Platén por contaminar la geometria al introducir medios sensibles —diagramaticos— y modelos mecdnicos en la dilucidacién de problemas como el de la duplicacién del cubo. Plutarco termina haciendo constar el declive de la mecénica: separada de la geometria y despreciada por los filésofos ha venido a dar en simple arte militar (Marce- lo, xiv). En un pasaje posterior (Marcelo, xvii), vuelve a elogiar a Arquimedes por su observancia del purismo platénico. Es dificil saber con exactitud cudl era la acti- tud de Arquimedes tanto en relacién con las artes mecé- nicas en general como en relacidn con sus propias inven- ciones en particular. Desde luego, bien podfa estar més orgulloso de sus contribuciones teéricas que de sus apli- caciones prdcticas. Era norma comtin entre los ingenieros ‘helenfsticos (Ctesibio, Filén, Hierén), y aun romanos 18 Luis Vega (Vitrubio), el valorar la competencia teérica y las mues- tras profesionales de ingenio por encima del posible ren- dimiento y utilidad de sus obras, proyectos o artilugios. Sin embargo, Plutarco platoniza a un Arquimedes que nunca parece haber sentido escripulos platénicos. En realidad, Arquimedes se muestra libre de dogmas filo- séficos o metodoldégicos; su concepcién métrica de la na- turaleza no es platénica ni aristotélica, ni favorece el ensimismamiento de las ciencias exactas; a lo sumo, se aviene al protocolo de la demostracién geométrica prac- ticada en su medio. Més atin, recomienda el uso de no- ciones mecénicas en la investigacién geométrica; estudia movimientos lineales uniformes como el descrito por su espiral; recurre a técnicas diagramaticas de construccién geométrica, como la newsis o insercién de una recta entre dos lineas con una inclinacién hacia un punto dado. Préc- ticas todas ellas censurables desde un punto de vista pla- tonico (e.g., a la luz de Rep#blica, VII, 527a). Por otro lado, Arquimedes es uno de los exponentes expresamen- te aducidos por Pappo cuando declara que «el estudio de la mecdnica... siendo util para muchas cosas importantes en la vida, es considerado con razén por los filésofos digno de reconocimiento y es seguido por todos los ver- sados en mateméticas» (Mathem. Coll., VIII, 1). Este ‘diagnéstico de la mecdnica helenfstica concuerda con otros testimonios y referencias (e.g., de Gémino o de Proclo), y contrasta con la imagen ofrecida por un hombre de letras como Plutarco. En cualquier caso, Arquimedes, segtin la tradicién, contribuye efectivamente a todas las especiali- dades mecdnicas helenfsticas: la construccién de maqui- naria bélica y la fortificacién militar, la construccién de artefactos y obras de utilidad publica —como sistemas de poleas compuestas 0 aparatos de extraccién de agua—, la construccién de mecanismos y artilugios espectacula- res, el disefio de planetarios y esferas celestes, el estudio de centros de gravedad y condiciones de equilibrio. Por Introduccién 19 Ultimo, no conviene olvidar que la posicién de Arquime- des en la corte siracusana también apunta a una asocia- cién entre la investigacién cientffica y la ingenieria civil o militar; eran servicios de este tipo los que de él espe- raban. Asf pues, no es preciso mucho esfuerzo para ver en Arquimedes un prototipo no sdlo de cientifico, sino de ingeniero de la época. (Naturalmente, una época toda- via no educada en el ejercicio de una racionalidad tecno- légica ni en las necesidades productivas alentadas por los programas de Investigacién y Desarrollo.) Pero incluso hoy en dia hay quien asegura —e.g., Ivo Schneider— que la actitud de Arquimedes frente a la matemitica, la ciencia y la técnica ha tenido un predicamento ejempla- rizante para gente tan dispar como Huygens y Gauss. 5. Hay otras muchas cuestiones abiertas en torno a la personalidad histérica de Arquimedes. Dan que pensar, en particular, la suerte de los escritos arquimédicos y las circunstancias de su influjo posterior. Asi: el eclipse de la perspectiva geométrico-estética de Arquimedes en la filosofia natural antigua; su discurrir un tanto «guadiana» en diversos momentos y lugares del pensamiento medie- val; su recuperacién como arquetipo ejemplar o, al me- nos, cémplice de los nuevos planteamientos mecdnicos de los ss. XVI y XVII; 0, en fin, su insercién retrospectiva en la tradici6n moderna de la fisica matemética. Pero, cier- tamente, todo esto ya seria otra historia. II. Ext «Méropo», LOS METODOS ¥ LA IDEA DE DE- MOSTRACION. 6. La comunicacién de Arquimedes a Eratéstenes —matemiatico y bibliotecario en Alejandrfa— sobre el método seguido en el tratamiento de cuestiones geomé- tricas con la ayuda de nociones y consideraciones mecéni- cas, ocupa un lugar especial en el conjunto de su obra.. 20 Luis Vega A ello han contribuido algunas circunstancias externas. Al irse conociendo en la Baja Edad Media y en el Rena- cimiento los tratados arquimédicos, cundié la sospecha de que Arquimedes habia dispuesto de alguna clave miste- riosa u oculta de investigacién. Gracias a este recurso no sdlo habia podido establecer leyes estaticas e hidrostéticas por medios estrictamente matematicos, sino ademés con- cebir las audaces cuadraturas y cubaturas que luego de- mostraba por el «método de exhaucién». Estas especta- tivas y las circunstancias un tanto dramaticas que rodean la aparicién del Método a principios del presente siglo, cuando la documentacién textual de la obra de Arqui- medes ya se consideraba un caso cerrado, han deparado al escrito cierta notoriedad. Pero el Método constituye un documento histérico de sumo interés por otros motivos més sustanciales o internos. Arquimedes se propone dar a conocer una via de investigacién que no sdlo permite hacerse una idea previa de la solucién de ciertos proble- mas mateméticos, sino que, de paso, sugiere un plantea- miento plausible y facilita el acceso a la demostracién propiamente dicha. E. W. Beth —entre otros— ha sefia- lado que en la préctica de la investigaci6n matematica siempre ha existido un dualismo metédico como el repre- sentado por la oposicién tradicional entre el ars invenien- di, la via del descubrimiento, y el ars disserendi, la via de la demostracién. Si consideramos que ambos caminos son complementarios, y que el primero incluye tanto sugerencias heurfsticas como razonamientos plausibles que hacen verosimil en principio la solucién imaginada o propuesta, entonces el Método constituye la primera de- claracién franca de ese dualismo tradicional. Por ultimo, también representa una muestra de lo que podfa ser la comunicacién de investigaciones avanzadas entre colegas eminentes 0, en otras palabras, el intercambio cientffico de alto nivel entre los miembros de un «colegio invisi- ble», en el seno de la matemética helenistica. Introduccién 2 7. La comunicacién de Arquimedes es un informe acerca de un método de investigacién y de argumenta- cién plausible en geometria, ilustrado mediante su apli- cacién a unos pocos casos, unos ya conocidos, otros no- vedosos, todos relevantes en la matemética del s. 111. Quizds al calor de unas expectativas como las renacen- tistas o a la sombra de la equivocidad del término ‘inves- tigacién’, alguien espere la revelacién de una via secreta y segura de la invencién matematica o del éxito geomé- ttico. Mas vale no aguardar claves imposibles de este tipo. Por otro lado, la invencién matemiatica sigue siendo uno de los tépicos més visitados a la hora de preguntar por las virtudes de la intuicién y por las relaciones entre el descubrimiento y la deduccién. Tampoco en esta linea el escrito de Arquimedes es muy prometedor. Hay vagas alusiones heuristicas al respecto, alguna confesién espo- radica que en ultimo término revela la riqueza y el entre- namiento de la imaginacién tedrica del propio Arquime- des —e.g., al final de la proposicién 2—, junto con abundantes muestras de olfato matematico. Pero la comu- nicaci6n a Eratéstenes no es una confidencia psicoldégica ni un relato de descubrimientos. Mas bien tiene la hechu- ra de una memoria cientifica, un tanto singular por cuan- to no es frecuente cultivar esta clase de informes meto- doldgicos. (A pesar de que historiadores y filésofos bien los agradecen.) Y, en definitiva, no ilustra tanto el arte de la invencién como el arte de la argumentacién cienti- fica informal. Al recomendar la interpolacién de conside- raciones mecdnicas como via de investigacién geométrica, Arquimedes estd proponiendo un tipo de conceptualiza- cién fértil en analogias y rico en sugerencias, asi como una pauta de argumentacién dirigida a mostrar la plau- sibilidad de unos resultados antes de que éstos queden convalidados con arreglo al canon de demostracién vigen- te. Arquimedes distingue claramente entre este método de examen o consideracién. —theoria— de un teorema 22 Luis Vega geométrico y el método a seguir en su demostracién efec- tiva —apddeixis—. Pero la diferencia entre ellos no es sdlo una cuestién de rigor, maxime si se tiene en cuenta que el patrén alejandrino no constituye cabalmente un cuerpo axiomatico de demostracién formal a pesar de al- gunas pretensiones en tal sentido, y que, por lo demas, el interés de Arquimedes por el desarrollo riguroso del co- nocimiento matematico no le lleva a detenerse en su reorganizacién axioméatica interna. La diferencia también es, en parte, una cuestién de observancia de la norma entonces establecida en la disciplina geométrica. Por todo ello conviene trazar el perfil del método mecdnico de Ar- quimedes a la luz de la idea griega de demostracién. 8. Cualquier nociédn o pauta metodoldgica tiene visos de artificiosa, pero pocas lo serén tanto como la idea de demostracién. De ahi que la génesis y el desarrollo de este legado griego sean cuestiones fascinantes para los inte- resados en la historia del pensamiento y del método cientificos. Los origenes de la demostracién entre los griegos han suscitado no pocos debates —e.g., entre los partidarios de una matriz dialéctica o filoséfica y los partidarios de una matriz matemética—, y atin siguen concitdndolos. En cualquier caso, la primera muestra inequivoca es una demosttacién indirecta con arreglo al patrén luego cono- cido como «reduccién al absurdo», y procede de un medio matematico: se trata de la prueba de la inconmen- surabilidad de la diagonal del cuadrado con el lado, en los términos recordados por Aristételes (APr., 1, 23, 41a, 26-30). Suele reconocerse el influjo del medio socio- politico y cultural de la antigua Grecia en la gestacién de unas primicias de argumentacién deductiva en los ss. v1 y v. Hay, ademés, lineas de trabajo intelectual orientadas en este sentido: la discusién y confrontacién critica de ideas cosmoldgicas entre los filésofos jonios; el grado de abstraccién intelectual alcanzado por los pitagéricos Introduccién 23 y, més atin, por los eledticos; incluso la aparicién de intentos de organizacién conceptual y de exposicién fun- damentada de resultados matemdticos —e.g., el tratado de Elementos atribuido por Proclo a Hipdcrates de Khfos—. Seguramente hay que esperar a la madurez dia- léctica, filoséfica y matemética del s. 1v para contar con una idea cabal de demostracién. Los ambientes intelec- tuales de la Atenas de entonces y, en particular, la Aca- demia platénica facilitan el encuentro y la connivencia de estas tres lineas de inspiracién y desarrollo. Los Analiti- cos aristotélicos proponen al fin la primera fundacién Idgica y metodoldgica de una idea relativamente precisa de demostracién cientifica. Una demostracién ha de satis- . facer: (a) la condicién Idgica de revestir la forma de un silogismo concluyente; (b) las condiciones epistemoldgicas de constituir una serie ordenada y finita de verdades ne- cesarias y poseer fuerza explicativa, en el sentido de refle- jar la estructura inteligible o causal de lo demostrado; (c) la condicién metodoldgica de pertenecer a un cuerpo tedrico «axiomatizado», lo cual supone una distincién capital entre las asunciones bdsicas o indemostrables en ese campo y las proposiciones derivadas o demostrables a partir de ellas. En este contexto, una demostracién es una forma candénica de exposicién fundamentada de lo que ya se sabe a ciencia cierta. A pesar de las ilusiones que se hacen los Analiticos y algunos comentadores suyos antiguos y modernos, esta propuesta aristotélica no pasa de ser un suefio programé- tico. En la investigacién cientifica o filoséfica griega, in- cluida la del propio Aristételes, no hay trazas de que alguien demostrara algo por medio de un silogismo apo- dictico como el contemplado en esta teoria de la demos- tracién. Hay que aguardar al cambio del s. tv al 111, ie. a los Elementos de Euclides, para hallar un modelo «axiomé- tico» de demostracién efectivamente practicado, al menos 24 Luis Vega en mateméaticas. Desde luego, la demostracién euclidiana poco tiene que ver con el programa aristotélico salvo en lo que concierne a la condicién metodoldgica (c), antes indicada. En los Elementos se adopta una forma axiomé- tica a partir de nociones comunes, postulados y definicio- nes. En ellos parecen confluir dos tradiciones comple- mentarias: la consideracién de teoremas, en una linea que tiende a establecer asertos sobre propiedades y relaciones abstractas, deducibles a partir de supuestos fundamen- tales; la consideracién de problemas, en una linea que tiende a la construccién de objetos geométricos, envuelve recursos diagramaticos y procede por deduccién directa sobre la base de definiciones y postulados constructivos, o por deduccién indirecta en los términos de una reduc- cién al absurdo. Si la primera atin tiene rafces filosdficas, la segunda parece inequivocamente mateméatica. Por otra parte, la exposici6n de una demostracién suele incluir estos pasos: (i) la proposicién del aserto a establecer o de la construccién a realizar; (ii) la presentacién o introduc- cién de un caso determinado mediante la cldusula «sea...»; (iti) la especificaci6n por referencia a este caso del objeto de la demostracién —en los teoremas es usual la frase «digo que...»; a veces también se determinan las condiciones y limites del aserto o de la construccién considerados—; (iv) la preparacién o disposicién de rela- ciones y construcciones en orden a la obtencién del resul- tado propuesto; (v) el proceso demostrativo propiamente dicho; (vi) la conclusién. Hay indicios de que los usos «axiométicos» —la mencién expresa de postulados y de- finiciones en particular— y el patrén de exposicién se- guidos por Euclides se convierten en una especie de nor- ma académica de la demostracién matematica en el seno de la comunidad alejandrina. Sin embargo, esto no implica la existencia de una prdctica undnime y coherente en la investigacién, al menos entre los matemdticos menos sen- sibles a la autoridad de Alejandria. Arquimedes es un Introduccién "25 brillante y cumplido ejemplo: aunque sus demostraciones se atienen al estdndar geométrico establecido, evidencia una considerable incoherencia en el uso de la terminologia «axiomatica» y no se cuida de los Elementos de Euclides cuando ha de recurrir a construcciones 0 teoremas ajenos ‘y conocidos. Tal vez prefiere enlazar mds directamente con el genio matemético creador del s. 1v representado por Eudoxo. Por lo demas, los mateméticos alejandrinos tam- poco logran el objetivo de una axiomatizacién cabal, ni siquiera en geometria, donde cuentan con los medios més poderosos: una delimitacién precisa del ambito de la geo- metria plana, la teorfa de las proporciones y el «método de exhaucién» desarrollado sobre la firme base de la re- duccién al absurdo. Un proyecto andlogo de Arquimedes en estdtica —presentado en el libro I de Sobre el equili- brio de planos— también deja bastante que desear si se toma en un sentido axioméatico preciso. Pero, en realidad, el propésito principal de Arquimedes no es desarrollar la estructura metodoldégica de la matematica establecida, sino hacer contribuciones originales y sustantivas, mejo- rar los resultados conocidos, plantearse nuevos problemas y sugerir, llegado el caso, nuevas vias de solucidn. 9. Una caracterizacidn sumaria de la demostracién practicada por Arquimedes podria ser la siguiente. La base tedrica es la suministrada por la teoria de las razones y proporciones entre magnitudes geométricas: longitudes, d4reas y voliimenes. Estas magnitudes compo- nen un sistema ordenado y satisfacen las condiciones or- dinarias de adicién, sustracci6n y multiplicacién, exten- sibles a sus partes y miultiplos. Si x es un m-miltiplo de y (x mide m veces y), y es una m-parte de x. Dos magnitudes guardan entre sf una razén si, al ser multipli- cadas, una puede exceder a la otra (Elementos, V, def. 4). Este criterio euclideo comporta la homogeneidad de las magnitudes consideradas. Como siempre cabe considerar la m-parte de una magnitud, no hay una magnitud mini- 26 Luis Vega ma. El sistema contiene al menos una magnitud y las iguales a ella, y admite magnitudes inconmensurables. La teorfa puede determinar cudndo una razén entre mag- nitudes es igual o mayor que otra (Elem., V, def. 5 y 7); en el primer caso se habla de proporcién: x es a y como z es a w. Arquimedes afiade expresamente el postulado: de dos magnitudes desiguales, la mayor excede a la menor en una cantidad tal que, afiadida a si misma, puede exce- der a cualquier magnitud determinada del mismo tipo que las comparadas (lambanon 5, Sobre la esfera y el cilindro). Al parecer, quiere postular que si dos magni- tudes guardan entre si una razén, conforme al criterio euclideo (Elem., V, def. 4), entonces su diferencia tam- bién guarda una razén en el mismo sentido con cualquier otra magnitud homogénea. La perspicacia de Arquimedes al proponer esta condicién adicional queda de manifiesto si se repara en que, de un lado, Euclides tiene que recu- rrir implicitamente a ella en los libros V y XII de los Elementos, y, de otro lado, representa un postulado inde- pendiente, segtin ha mostrado Hilbert. Por ultimo, cabe formular una condicién de continuidad similar a la divi- sibilidad sucesiva de un continuo, e.g., en los términos de la prop. 1 del libro X de los Elementos: por mds que se prolongue el proceso de sustraccién de magnitudes, la magnitud resultante siempre guardar4é una razén con la més pequefia de las magnitudes dadas, i.e., serdé menor que ella. En suma, la axiomatizacién de la teorfa de las proporciones utilizada por la matemética del s. 111 incluye la asuncidén de: la no existencia de una magnitud md4xima o minima; la existencia de m-partes y de un cuarto tér- mino proporcional; la condicién arquimédica, la de den- sidad y la de continuidad. (Desde luego, no es todo esto lo que ofrece expresamente el libro V de los Elementos, a pesar de que algunos, como Hasse y Scholz, hayan visto en él un primer intento serio de axiomatizacién cabal. Quizds se trate més bien de una primicia de expli- Introduccién 27 cacién tedrica precisa de la nocién intuitiva de proporcio- nalidad implantada en la tradicién matemédtica griega. A esa explicacién contribuyen sefialadamente Eudoxo, Euclides y Arquimedes.) Sigamos con la demostracién geométrica. Sobre esa base tedrica, el llamado «método de exhaucién» opera por medio de reducciones al absurdo, «a lo imposible». Las formas de demostracién que Arquimedes suele prac- ticar pueden reducirse a dos tipos principales: el método de comprensién y el de aproximacién —segtin denomina- cién de Dijksterhuis—. La compresién, 0 acotacién de equivalencia, puede considerar, a su vez, diferencias o razones en orden decreciente. En ambos casos se parte de inscripciones y circunscripciones sucesivas de figuras regulares dentro y fuera, respectivamente, de la figura cuya 4rea o volumen se desea establecer. Cuando se con- sideran diferencias, el 4rea o volumen de las figuras ins- critas o circunscritas crece o decrece regularmente hasta que la diferencia entre ellos y el 4rea o volumen buscados sea menor que cualquier magnitud previa dada. En el otro caso se consideran razones entre poligonos de forma similar. Un esquema del procedimiento més usual es el siguiente: sea la proposicién a demostrar de la forma X = Y, donde X es la figura curvilinea cuya magnitud se trata de conocer e Y es una figura rectilinea regular cuya magnitud es conocida. Supongamos que X es mayor que Y; entonces cabr4 construir una figura inscrita rectilinea regular Z mayor que Y; pero, al estar inscrita, también sera de hecho menor que Y; asf pues, por reduccién al absurdo, la suposicién es falsa. Supongamos que X es me- nor que Y; entonces cabré construir una figura circuns- crita W menor que Y; pero, de hecho, W también resul- taré mayor que Y; asi pues, por reduccidén al absurdo, la suposicién es falsa, Luego, al amparo de una tricotomia elemental, X = Y. En la proposicién 15 del Método pue- 28 Luis Vega de verse una aplicacién concreta del procedimiento, una variante suya. El método de aproximacién sélo aparece en las pro- puestas 18-24 de Sobre la cuadratura...; es el que podria sugerir una especie de «exhaucién». Consiste en la cons- truccién sucesiva de tridngulos inscritos en un segmento de pardbola, cuya suma converge hacia el drea del seg- mento. En la demostracién de que el 4rea del segmento es igual a cuatro tercios el drea del tridngulo inicial —que tiene la misma base y altura que el segmento—, Arqui- medes vuelve a emplear la reduccién al absurdo de modo parecido al anterior. (La prop. 1 del Método muestra el examen o consideracién mecdnica de este resultado.) En resumen, las demostraciones geométricas de Arquf- medes presentan los rasgos principales siguientes: (i) des- cansan en la tradicién de la teorfa de las proporciones —desarrollada con contribuciones propias—; (ii) parten de algunas asunciones bdsicas y especialmente significati- vas para los teoremas considerados —suelen ser postula- dos y definiciones, aunque la terminologia de Arquimedes es no poco voluble al respecto—; (iii) los resultados conocidos o teoremas ya probados, aducidos en el curso de la demostracidén, se usan sin cita o referencia expresa, como objetos de dominio publico; (iv) utilizan métodos resolutivos de compresién y aproximacién que incluyen sustancialmente la reduccién al absurdo; (v) ocasional- mente también recurren a otras técnicas de construccién —e.g.: meuseis— que tampoco se consideran dignas de explicacién, como si fueran harto familiares en este me- dio; (vi) las demostraciones de Arquimedes suelen con- traerse a la consideracién de unos pocos problemas y cons- tituyen deducciones rigurosas, pero informales, al servicio de un desarrollo sustancial del conocimiento matemético. 10. Una lucidez informal andloga es la que muestra Arquimedes al dar cuenta de su método de investigacién y de argumentacién por medio de consideraciones mecé- Introduccién 29 nicas. Sus posibilidades son las propias de una via heu- ristica de razonamiento plausible. Sus limitaciones estri- ban en la carencia de fuerza demostrativa. Como reitera una y otra vez Arquimedes, por este método se examina —se ve, considera u observa, «theorettai»— un resultado verosimil, pero no se demuestra. No obstante, la exposicién argumentada por medio de este método tiene una estructura externa andloga a la de una demostracién euclidea. Arquimedes formula de entrada diez asunciones geométricas previas que envuel- ven esencialmente la nocién de centro de gravedad. Tam- bién recuerda un teorema propio. Luego, en el curso de la atgumentacién, aduce proposiciones tanto establecidas por él mismo como pertenecientes al acervo matemdatico de la época. Por lo demés, la argumentacién sigue en general la pauta ordinaria: proposicién, exposicién de un caso determinado, preparacién o disposicién —me- diante construcciones geométricas introducidas por un ‘sea’ o un ‘trdcese», y consideraciones estdticas introduci- das por un ‘imaginese (entiéndase, considérese —«noefs- tho») tal linea como una palanca’— hasta finalizar en la conclusién. Pero mds esclarecedora que esta estructura ex- terna de exposicién es la estructura interna. del proceso discursivo. Pueden distinguirse tres fases en él: (a) una geométrica, que comprende la construccién del objeto geométrico pertinente y la comparacién de secciones de cuerpos, cuyo volumen o centro de gravedad es el moti- vo de la investigacién, con otras secciones de cuerpos ya conocidos; (b) obtenida la correlacién buscada, se pasa a una segunda fase, presidida por consideraciones esté- ticas elementales, nociones y condiciones de situaciones de equilibrio; (c) por ultimo, se desarrolla y generaliza este planteamiento estético mediante sugerencias tan aven- turadas como la consideracién de que las figuras se com- ponen o llenan de sus cuerdas o la consideracién pareja de que los sdlidos se Ilenan o componen de sus secciones, 30 Luis Vega hasta Megar a la deduccién final del resultado. Hoy en dia este feliz desenlace del proceso podria entenderse en los términos de una integral definida: el resultado de las inte- gtales de este tipo no depende sino de las funciones inte- grando que son justamente las secciones con las que opera Arquimedes. Pero tal sugerencia es segutamente uno de los motivos de la debilidad que Arquimedes atri- buye a su método heuristico de argumentacién. Otro motivo podria ser que la introduccién de consideraciones estdticas atenta contra la prioridad metédica generalmente reconocida a la propia geometria —esta prioridad de la geometria sobre sus aplicaciones mecdnicas ya formaba parte del programa de la teorfa de la ciencia de los Ana- liticos aristotélicos—. Y, en fin, también es probable que Arquimedes temiera la acusacién de atentar no sdlo con- tra la prioridad, sino contra la autonomfa tedrica de la geometrfa, por parte de la comunidad alejandrina. De hecho, tanto él mismo, como antes su amigo Conon y después Apolonio, fueron tachados de heterodoxia por servirse de construcciones més complejas que las eucli- deas en la resolucién de problemas «sdlidos» y «lineales». A la presente traduccién hemos llegado por un pro- ceso de revisidn conjunta a partir de una primera ver- sién resueltamente literal de Marfa Luisa Puertas. Sus escripulos y mis licencias no siempre se han avenido, de manera que asumo la responsabilidad de algun posible desafuero. Hemos seguido el texto griego establecido por J. L. Heiberg: Archimedis opera omnia cum comm. Eutocii (Leipzig, 19137; IL, pp. 426-507), y cotejado la edicién critica de Ch. Mugler: Archiméde (Paris, 1971; III, pp. 81-127). De las versiones consultadas, hemos prestado més atencién a la dirigida por J. Babini (Ar- quimedes: El «Método», Buenos Aires, 1966) en la me- dida en que parece seguir de cerca a E. Rufini: Il «Me- Introduccién 31 todo» di Archimede (Milano, 19617), estudio al que no hemos tenido acceso. Las peculiaridades del texto me han obligado a intro- ducir Iaves angulares para acotar la reconstruccién por parte de Heiberg de algunos pérrafos ilegibles o lagunas del ms. C; corchetes para enmarcar obvias interpolacio- nes; paténtesis para indicar notas o afiadidos aclaratorios mios, asi como la mencién de los lugares en que se sien- tan las proposiciones 0 los teoremas aducidos, sin que de ello se infiera, desde luego, la existencia de una cita o re- ferencia expresa del propio Arquimedes. Por lo demés, las evidentes lagunas de esta introduc- cién —no todas voluntarias— pueden colmarse sobrada- mente con obras como la de T. L. Heath: A History of Greek Mathematics (New York, 1981?) y, mejor ain, con monografias como el artfculo de M. Clagett: «Archime- des» (Dictionary of Scientific Biography, t. 1, New York, 1970; pp. 213-31), el estudio clésico de E. J. Dijkster- huis: Archimedes (Copenhaguen-New York, 1956), o el més reciente de I. Schneider: Archimedes: Ingenieur, Naturwissenschafiler und Mathematiker (Darmstadt, 1979). Luis Veca Las Rozas-Aranjuez, marzo 1985 A Eratdéstenes: método de Arquimedes relativo a las proposiciones mecdnicas Arquimedes a Eratdstenes, salud. Te envié anteriormente algunos teoremas que habia descubierto invitaéndote # que, tras haber formulado yo sus enunciados, hallaras las demostraciones que atin no te habia indicado. Los enunciados de los teoremas eran los siguientes: Del primero: si en un prisma recto que tiene como base un paralelogramo (es decir: cuadrado, en este con- texto), se inscribe un cilindro que tiene las bases situadas en dos paralelogramos opuestos y los lados en los restan- tes planos del prisma, y se traza un plano por el centro del circulo que es la base del cilindro y por un lado del cuadrado situado en la cara opuesta, el plano trazado cortaré del cilindro un segmento limitado por dos planos y la superficie del cilindro, siendo uno (de los planos) el trazado y el otro aquel en que estd la base del cilindro, y siendo la superficie (cilfndrica) la comprendida entre dichos planos; el segmento cortado del ‘cilindro es la ‘sex- ta parte del prisma entero. 33 34 Arquimedes EI enunciado del segundo teorema era: si en un cubo se inscribe un cilindro que tiene las bases situadas en dos paralelogramos opuestos y la superficie tangente a los cuatro planos restantes, y se inscribe en el mismo cubo otro cilindro con las bases en otros dos paralelo- gramos y la superficie tangente a los cuatro planos res- tantes, la figura comprendida por las superficies de los cilindros e inserta en ambos es dos tercios del cubo entero. Pero ocurre que estos teoremas difieren de los ante- riormente descubiertos. Pues en aquéllos compardbamos los volimenes de las figuras de conoides y esferoides', y sus segmentos, con los voltimenes de las figuras de conos y cilindros, sin que ninguna de ellas resultara ser igual a una figura sdlida limitada por planos; mientras que cada una de estas figuras (comprendidas) entre dos planos y superficies cilfndricas resulta igual a una figura sdlida limitada por planos. 1 Aun respetando las denominaciongs arquimédicas, se pueden te- ner en cuenta estas equivalencias con términos més convencionales: ‘conoide rectdéngulo’ equivale a ‘paraboloide de revolucién’; ‘conoide obtusdngulo’ a ‘hiperboloide de revolucién’; ‘esferoide’ a ‘elipsoide de revolucién’; ‘secci6n de cono acuténgulo’ a ‘elipse’; ‘secci6n de cono rectdéngulo’ a ‘parabola’; ‘seccién de cono obtusdngulo’ a ‘hipérbola’. Los términos ‘parabolé’, ‘élleipsis’, ‘hyperbolé’ procedfan del len- guaje pitagdérico de la aplicacién de éreas y fueron introducidos en el estudio de cénicas por Apolonio, matemético alejandrino natu- ral de Perga y unos treinta o treinta y tantos afios mds joven que Arquimedes. El cambio de nomenclatura envolvia un cambio con- ceptual: estas curvas ya no serfan descritas conforme habian sido descubiertas, —i.e., mediante secciones producidas por planos per- pendiculares al generador del cono—, sino que responderian en cada caso a propiedades fundamentales o «sintomas», —equivalen- tes a las ecuaciones consideradas por la geometrfa analftica pla- na—, y serfan susceptibles de un tratamiento tedrico relativamente unitario. El lugar de este cambio son las Cémicas de Apolonio. El método 35 Pues bien, habiendo formulado en este libro las de- mostraciones de estos teoremas, te las envio. Reconociendo, como digo, tu celo y tu excelente do- minio en materia de filosofia, amén de que sabes apre- ciar, Ilegado el caso, la investigacién de cuestiones mate- miticas, he crefdo oportuno confiarte por escrito, y explicar en este mismo libro, las caracteristicas propias de un método segtin el cual te serd posible abordar la investigacién de ciertas cuestiones matem4ticas por medio de la mecdnica. Algo que, por lo demés, estoy conven- cido, no es en absoluto menos util en orden a la demos- tracién de los teoremas mismos. Pues algunos de los que primero se me hicieron patentes por la mecdnica, reci- bieron luego demostracién por geometria, habida cuenta de que la investigacién por ese método queda lejos de una demostracién; como que es més facil construir la demostracién después de haber adquirido por ese método cierto conocimiento de los problemas, que buscarla sin la menor idea al respecto. <... Por esta razén, aun en el caso> de los teoremas referentes al cono y a la pitdmide, cuya demostracién fue Eudoxo el primero en hallar, a saber: que el cono es la tercera parte del cilindro y la pirémide es la tercera parte del prisma, con la misma base e igual altura, conviene atribuir buena parte del mérito a Demécrito, el primero que enuncié esto sin demostracién acerca de dichas figuras. También en mi caso sucede que el descubrimiento de los teoremas que ahora doy a conocer ha tenido lugar de modo semejante al de los precedentes. Y he querido publicar el método una vez perfilado para que no den en pensar algunos que hablaba por hablar al haberme referido a él anterior-’ mente? y, al mismo tiempo, porque estoy convencido de 2 Al final de la carta-predmbulo a Dositeo que acompafia a So- bre la cuadratura de la parabola, Este texto fue bien conocido du- rante la Baja Edad Media y el Renacimiento. Precisamente la pri- mera edicién impresa de los escritos arquimédicos, el Tetragonis- 36 Arquimedes que puede representar una contribucién no poco prove- chosa a la investigacién matemética. Pues supongo que algunos de mis contempordneos 0 sucesores llegardn a encontrar por el método expuesto otros teoremas que a mi todavia no se me han ocurrido. Asi pues, expongo en primer lugar el resultado que también fue el primero en manifestarse por via mecéni- ca, a saber: que todo segmento de una seccién de cono recténgulo es cuatro tetcios del ttidngulo que tiene la misma base e igual altura, y seguidamente, uno por uno, los resultados tratados de la misma manera. Al final del libro formulo las demostraciones geométricas de los teo- remas cuyos enunciados te habia enviado con anterio- tidad. mus (Venecia, 1503), recoge la versién latina de este tratado y de Sobre la medida del circulo, segin la traducci6n de Moerbeke *contenida en el ms. de Madrid (Biblioteca Nacional, 9119). La po- pularidad de Sobre la cuadratura... y la familiaridad con esta alu- sién de Arquimedes a su método «mecdnico», asi como el desco- nocimiento de la presente comunicacién a Eratéstenes sobre el Método, pudieron alentar las expectativas renacentistas en torno a una clave oculta y singular del trabajo geométrico de Arqui- medes, Asunciones previas* 1. Si de una magnitud se quita otra magnitud y el centto de gravedad tanto de la magnitud entera como de la magnitud quitada es el mismo punto, este mismo pun- to es el centro de gravedad de Ja magnitud restante. 2. Si de una magnitud se quita otra magnitud sin que el centro de gravedad de la magnitud entera y el de la magnitud quitada sea un mismo punto, el centro 3 El término griego correspondiente, ‘prolambanémena’, perte- nece al propio Heiberg y es comtinmente traducido por ‘lemas’. Sin embargo, conviene no marcar su presunto cardcter técnico, tanto por el motivo indicado como por la despreocupacién que muestra Arquimedes en lo que concierne a una terminologia téc- nica a este respecto. Para referirse a postulados o definiciones, Arquimedes puede emplear términos tan variados como ‘hypothé- seis’, ‘lambanémena’, ‘Iémmata’ y derivaciones de ‘hypokeimai’ o ‘aitéd’; ni siquiera hace un uso coherente de las cldusulas ‘étéstho’ («astimase») y ‘hypokefsthd’ («supdéngase») que, entre los matemé- ticos alejandrinos, introducian respectivamente los postulados y las definiciones u otras proposiciones primordiales. En realidad, la terminologia «axioméatica» griega atin no parece bien estableci- da en una época tan tardfa como la de Proclo (s. v). 37 38 Arquimedes de gravedad de la magnitud restante se halla en la pro- longacién de la recta que une los centros de gravedad de la magnitud entera y de la magnitud quitada, situado a una distancia cuya razén con la recta comprendida ‘en- tre los centros de gravedad es la que guarda el peso de la magnitud que se ha quitado con el peso de la magni- tud restante (Sobre el equilibrio de los planos, I, 8). 3. Si los centros de gravedad de tantas magnitudes cuantas se quiera se hallan sobre una misma recta (seg- mento de recta, en este contexto), el centro de gravedad de la magnitud compuesta por todas estas magnitudes se hallaré también sobre la misma recta (Ibid., 1, 4 y 5; Il, 2y 5). 4. El centro de gravedad de cualquier recta es el pun- to que divide la recta en dos partes iguales (Ibid., I, 4). 5. El centro de gravedad de cualquier tridngulo es el punto donde se cortan las rectas trazadas desde los 4n- gulos del tridngulo hasta los puntos medios de los lados (Ibid., I, 14). 6. El centro de gravedad de cualquier paralelogramo es el punto en el que convergen las diagonales (Ibid., I, 10). 7. Elcentro de gravedad del circulo es el propio cen- tro del circulo. 8. El centro de gravedad de cualquier cilindro es el punto que divide el eje en dos partes iguales. 9. El centro de gravedad de cualquier prisma es el punto que divide el eje en dos partes iguales. 10. El centro de gravedad de cualquier cono est sobre el eje, en un punto que lo divide de tal manera que la parte situada hacia el vértice es el triple de la parte restante. Me serviré también de este teorema [establecido en el escrito anterior sobre Conoides]: Si tantas magnitudes cuantas se quiera y otras magnitudes en igual ntimero El método : 39 guardan entre sf, tomadas de dos en dos las ordenadas de modo semejante, una misma razén; si, ademds, todas o algunas de las magnitudes primeras tienen razones cuales- quiera con otras magnitudes, y las segundas tienen las mismas razones con otras magnitudes tomadas en el mis- mo orden, el conjunto de las magnitudes primeras es al conjunto de las magnitudes puestas en relacién con ellas lo que el conjunto de las magnitudes segundas es al con- junto de las relacionadas con ellas *. .4 El teorema viene a-significar que, dadas cuatro series de mag- nitudes Ai, Bi, Ci, Di (i = 1, 2, ..., n), la proporcionalidad entre cuatro términos correlativos de cada serie implica la proporciona- lidad correspondiente de las sumas de las respectivas series de mag- nitudes. Hay una demostracién en la proposicién 1 de Sobre co- noides y esferoides. Ds (Area de un segmento parabdlico. Cf. fig. III) Sea ABI el segmento comprendido entre la recta AT y la seccién de cono recténgulo ABI; dividase AT por la mitad en el punto A y trdcense la recta ABE, paralela al didmetro, y las rectas convergentes AB y BI. El método 41 Digo que el segmento ABI es cuatro tercios del tridn- gulo ABI. Tracense a partir de los puntos A y I la recta AZ, pa- ralela a ABE, y la recta TZ, tangente a la seccién; pro- Iénguese I'B hasta K; sea IK igual a K@. Imaginemos que T'@ es una palanca cuyo punto medio es K, siendo M& una recta cualquiera paralela a EA. Dado que BA es una [parabola] y TZ es tangente a ella, y TA es una ordenada, EB es igual a BA, como se demuestra en los Elementos*. Por esto mismo y porque ZA y M& son paralelas a EA, MN es igual a NE y ZK es igual a KA. Puesto que ME es a BO como TA es a AB [segtin se demuestra en un lema] (Sobre la cuadra- tura de la parabola, 5; cf. Euclides: Elementos, V, 18), y TK es a KN como A es a A, yIK es igual a KO, entonces ME es a BO como OK es a KN. Ahora bien, al ser el punto N el centro de gravedad de la recta ME (asuncién 4), justo porque MN es igual a N, si pone- mos la recta TH, igual a HO, con el centro de gravedad en el punto @, de modo que T@ sea igual a @H, enton- ces T@H equilibraré a MH, manteniéndose en su sitio, por estar dividida @N en partes inversamente proporcio- nales a los pesos TH y MB, siendo ME a HT como OK a KN (Sobre el equil., I, 6 y 7). Asi pues, el punto K es el centro de gravedad de la suma de ambos pesos (cf. asuncién 3). Andlogamente, cuantas paralelas a EA se tracen en el tridngulo ZAT equilibrarén, mantenién- dose en su sitio, a los segmentos intersecados sobre ellas por la seccién y transportados al punto © de modo que el centro de gravedad de unas y otros sea el punto K. 5 No se trata de los cldsicos Elementos de geometria de Eucli- des, sino de una referencia genérica a los Elementos sobre cénicas entonces disponibles —quizds los escritos por Aristeo o por el propio Euclides, resefiados por Pappo (Mathem. Coll., VII) y hoy perdidos—. Cf. Sobre la cuadratura de la parabola, 2. 42 Arquimedes Ahora bien, como las rectas trazadas en el tridngu- lo T'ZA constituyen el propio tridngulo T'ZA y los seg- mentos tomados en la seccién del mismo modo que BO componen el segmento ABI, por ende el triéngulo ZAT, manteniéndose en su sitio, equilibraré respecto del pun- to K al segmento de la seccién colocado con su centro de gravedad en @ de manera que el centro de gravedad de la suma de ambos sea el punto K. Dividase ahora IK por el punto X de modo que TK sea el triple de KX; entonces, el punto X seré el centro de gravedad del tridngulo AZT’, segtin se ha demostrado en Sobre el equilibrio (1, 15; II, 5; cf. asuncién 5). Pues bien, como el tridngulo ZAI, manteniéndose en su sitio, equilibra respecto del punto K al segmento BAT colocado con su centro de gravedad en ®, y el centro de gravedad del tridngulo ZAT es el punto X, entonces la recta @K es a la recta XK como el tridngulo AZT es al segmento ABI’ colocado con su centro de gravedad en @. Pero OK es el triple de KX. Por consiguiente, el tridngulo AZT es también el triple del segmento ABI. Pero el triéngulo AT'Z es asimismo el cuddruple del tridn- gulo ABI, pues ZK es igual a KA y Ad es igual a AT’. Por lo tanto, el segmento ABI es cuatro tercios del tridn- gulo ABI. 6 Pues, como anotan Heiberg y Mugler, de la proposicién AT: AT = AB: AK (Euc., VI, 4), se desprende AB = 1/2 AK = 1/4 AZ . 2. (Volumen de la esfera. Cf. fig. IV) Lo que hemos aducido no demuestra ciertamente ese resultado; sin embargo, da a la conclusién visos de ver- dad. Asi pues, viendo que no es un resultado demostrado pero sospechando que la conclusién es verdadera, expon- dremos en su debido lugar la demostracién geométrica que hemos hallado, y hemos publicado con anterioridad (Sobre la cuadratura de la parabola, prop. 14-17). Toda esfera es el cuddruple del cono cuya base sea igual al circulo maximo de la esfera y cuya altura sea igual al radio de la esfera, asi como el cilindro que tenga la base igual al circulo maximo de la esfera y la altura igual al diémetro de la esfera es una vez y media mayor que la esfera. Ambos tesultados se examinan por el presente método asi: 44 Arquimedes Fis. IV . Sea una esfera donde ABI'A es un circulo maximo, y AT y BA dos didmettos perpendiculares entre si; supén- gase también en la esfera un cfrculo descrito en torno del didmetro BA, perpendicular al circulo ABTA, y sobre ese circulo perpendicular constriyase un cono que tenga por vértice el punto A. Prolongada la superficie del cono, cértese éste con un plano paralelo a la base que pase por el punto I’. Resultar4 un cfrculo perpendicular a AT, cuyo diémetro seré EZ. A-partir de este circulo describase un cilindro que tenga el eje igual a AI’, siendo EA y ZH los lados del cilindro. Prolénguese T'A resultando en esta prolongacién de la linea A® igual a ella. Considérese PO como una palanca cuyo punto medio esté en A. Trdécese una recta MN, paralela a BA, que corta el circulo ABY'A en los puntos & y O, el didmetro AT en £, la recta AE en II y la recta AZ en P. Levéntese sobre MN un plano perpendicular a AT’; este plano producir4 en el cilindro como seccién un circulo de didmetro MN, El método 45 en la esfera ABFA un circulo de diémetro HO, y en el cono AEZ un cfirculo de didémetro IP. Pues bien, como el recténgulo de lados TA y AZ’ es igual al recténgulo de lados MZ y ZI, dado que AT es igual a £M y AX es igual a IZ (Euc., VI, 4), y como ademés el rectdngulo de lados TA y AZ es igual al cua- drado de lado AZ (Euc., VI, 8 corolario) 0, lo que es lo mismo, igual a la suma de los cuadrados de lado BZ y lado XII (Euc., I, 47), entonces el recténgulo de lados MZ y XII es igual a la suma de los cuadrados de lado BX y lado XII. Y puesto que MZ es a LI como TA es a AX, y TA es igual a A@®, entonces @A es a AX como MZ es a XII, es decir: como el cuadrado de lado MZ es al recténgulo de lados MZ y ZI. Ahora bien, se habia de- mostrado que el recténgulo de lados MZ y ZII es igual a la suma de los cuadrados de lado BX y lado EI; por consiguiente, el cuadrado de lado MX es a la suma de los cuadrados de ladq B= y lado XII como A®@ es a AX. Pero el cuadrado de lado MN es a la suma de los cuadra- dos de lado HO y lado IIP como el cuadrado de lado ME es a la suma de los cuadrados de lado BE y lado EM (Euc., V, 15), y la razén del cuadrado de lado MN a la suma de los cuadrados de lado HO y lado IIP es igual a la razén que el circulo de diémetro MN, situa- do en el cilindro, guarda con la suma de dos circulos, a saber: el que, situado en el cono, tiene por didme- tro TIP y el que, situado en la esfera, tiene por did- metro BO (Eucl., XII, 2). Luego, el circulo situado en el cilindro es a la suma del circulo situado en la esfera y el circulo situado en el cono como @A es a AZ. 7 Para designar el rectdéngulo de lados —digamos— AB y BI, o el cuadrado de lado AB, Arquimedes emplea en el primer caso la expresién ‘td hypé ton AB, BI, ie. «lo (contenido) por AB, BI», y en el segundo caso Ia expresién ‘td apd tés AB’, ie. «lo (descrito) sobre AB». Son expresiones relativamente usuales; véase, por ejemplo, Euc. II, 4, y Euc. I, 47, para uno y otro caso. 46 Arquimedes Asf pues, habida cuenta de que @A es a AZ como el circulo que esté en el cilindro, manteniéndose en su sitio, es a los dos circulos de didmetros HO y IIP trasladados y puestos de manera que @ sea el centro de gravedad de cada uno de ellos, estos cfrculos se equilibrarén respecto del punto A. Del mismo modo se demostrar4 que si en el palalelo- gramo AZ se traza otra paralela a EZ, y sobre la recta asi trazada se levanta un plano perpendicular a AT’, el circulo generado en el cilindro, manteniéndose en su lugar, equilibrar4 respecto del punto A a los dos circulos juntos, el generado en la esfera y el generado en el cono, trasladados al punto @ de la palanca de manera que el centro de gravedad de cada uno de ellos sea @. Asi pues, Ilenados el cilindro, la esfera y el cono con tales circulos, el cilindro, manteniéndose. en su lugar, equilibrard res- pecto del punto A a la esfera y el cono juntos, transpor- tados al punto @ de la palanca de manera que el centro de gravedad de cada uno sea ®. Por consiguiente, dado que los sélidos indicados se equilibran respecto del punto A, manteniéndose el cilin- dro en torno al centro de gravedad K y transportados la esfera y el cono, segtin se ha dicho, con el centro de gra- vedad en @, resultardé que el cilindro es a la esfera y el cono juntos como @A es a AK (Sobre el equil., I, 6 y 7). Pero @A es el doble de AK; luego, el cilindro es el do- ble de la suma de la esfera y el cono, y es el triple del propio cono (Euc., XII, 10). Asf pues, la suma de tres conos es igual a la suma de dos de estos mismos conos y dos esferas. Quitense los dos conos comunes; entonces, el cono cuyo tridngulo por el eje es AEZ es igual a la suma de las dos esferas mencionadas. Pero el cono cuyo tridngulo por el eje es AEZ equivale a ocho conos cuyo tridngulo por el eje sea ABA (Euc., XII, 12), al ser EZ el doble de BA. Por ende, los ocho conos citados son El método 47 iguales a dos esferas. Luego la esfera cuyo circulo méxi- ‘mo’es ABFA es el cuddruple del cono que tiene por vértice el punto A y por base el circulo de didémetro BA perpendicular a AT (cf. Sobre la esfera y el cilindro, I, 34). Trdcense ahora en el paralelogramo AZ, por los pun- tos B y A, las rectas PBX y VAN paralelas a AT; con- sidérese un cilindro cuyas bases sean los circulos de dié- metro ®Y y XQ, y cuyo eje sea AI’. Entonces, como el cilindro cuyo paralelogramo por el eje es ®0 es el doble del cilindro cuya paralelogramo por el eje es ®A, y como este mismo cilindro es el triple del cono cuyo tridngulo por el eje es ABA (Euc., XII, 4, 10), segtin se ha esta- blecido en los Elementos *, el cilindro cuyo paralelogramo por el eje es N. es seis veces el cono cuyo tridngulo por el eje es ABA. Pero se habfa demostrado que la esfera que tiene por circulo méximo ABIA es el cuddruple de este mismo cono. Por consiguiente, el cilindro es una vez y media la esfera, que es lo que hab{a que demostrar °. En vista de esto, a saber: que toda esfera es el cud- druple del cono que tiene por base el circulo maximo y una altura igual al radio de la esfera, se me ocurrié la idea de que la superficie de toda esfera es el cuddruple del circulo maximo de la esfera (cf. Sobre la esfera y el cilindro, I, 33); pues, en efecto, como todo circulo es 8 Heiberg considera esta referencia a los Elementos de Euclides como una interpolacién. Otros (e.g.: J. Babini, en la edic. c. de El «Método», pag. 92, n. 7) la aceptan sin la menor reserva. Desde luego, en caso de considerarla auténtica, no seria facil dar una explicaci6n de esta tinica mencién expresa, por parte de Ar- quimedes, del tratado de Euclides. 9 Esta razén entre la esfera y el cilindro que la circunscribe, demostrada como corolario de la proposicién 34 de Sobre la es- fera y el cilindro, I, es el hallazgo que Arquimedes consideré digno de figurar sobre su tumba, segtin refiere Plutarco y ates- tigua Cicerén. 48 Arquimedes igual a un tridngulo que tiene por base la circunferencia del circulo y una altura igual al radio del circulo (cf. So- bre la medida del circulo, 1), supuse asimismo que toda esfera es igual a un cono que tiene por base la superficie y por altura el radio de la esfera ®. 10 El procedimiento heurfstico seguido por Arquimedes le per- mite conocer dreas de figuras planas y volimenes de sélidos, pero no le facilita de igual modo la obtencién de éreas de super- ficies curvas. Suple esta deficiencia con la intuicién de las analo- gias entre la superficie y el volumen de la esfera con el perime- tro y el drea del circulo. La demostraci6n geométrica del drea del circulo tiene lugar en Sobre la medida del circulo, 1, mediante el método de compresién aplicado a la consideracién de dife- rencias. 3. (Volumen del elipsoide de revolucién. Cf. fig. V) También se presta a examen por este método que el cilindro que tiene la base igual al circulo maximo de un esferoide y la altura igual al eje del esferoide, es una vez y media el esferoide. Observado esto, resulta evidente que si se corta un esferoide con un plano que pase por el centro y sea perpendicular al eje, la mitad del esfe- toide es el doble del cono que tiene la misma base y él mismo eje que el segmento (cf. Sobre conoides y esfe- roides, 27). Considérese, pues, un esferoide cortado por un plano a través del eje; sean, en la superficie del mismo, ABTA la secci6n de cono acuténgulo resultante, AT y BA sus didmetros, y K su centro; dado en el mismo esferoide un circulo de didmetro BA perpendicular a AT’, considérese un cono que tenga por base dicho circulo y por vértice el punto A. Prolongada su superficie, cértese este cono 49 50 Arquimedes Fic. V con un plano a través de T' paralelo a la base; la seccién ser4 un circulo perpendicular a AT’ que tendr4 como dié- metro EZ. Sea también un cilindto que tenga por base el mismo circulo de didmetro EZ y por eje la recta AT; prolongada TA, resulte en esta prolongacién una linea “A® igual a ella; e imaginese que I es una palanca y A es su punto medio. En el palalelogramo AZ trécese una recta MN paralela a EZ y por MN levdntese un plano perpendicular a AT’; este plano produciré como seccién en el cilindro un cfrculo de didémetro MN, como seccién en el esferoide un circulo de didmetro HO y como sec- cién en el cono un circulo cuyo didmetro es TIP. Ahora bien, dado que PA es a AZ como EA es a AI (Euc., VI, 4), 0 sea, como ME es a II (Euc., VI, 4; V, 18), y TA es igual a A@, entonces @A es a AZ como MZ es a XII. Por otra parte, MZ es a XII como el cuadrado de lado MZ es al rectdéngulo de lados MZ y XI; y el recténgulo de lados ME y =I es igual a la suma de los cuadrados de lado IZ y lado £8. Puesto que, en efecto, el recténgulo de lados AZ y EF es al cua- El método 51 drado de lado XE como el recténgulo de lados AK y KT, o sea como el cuadrado de lado AK, es al cuadrado de lado KB [ambas razones son iguales a la razén entre el lado transverso y el lado recto], y el cuadrado de lado AK es al cuadrado de lado KB como el cuadrado de lado AZ es al cuadrado de lado ZIM (Euc., VI, 4), entonces Ja razén del cuadrado de lado AX al recténgulo de lados AZ y XI ser4 igual, por permutacidn, a la razén del cuadrado de lado IZ al cuadrado de lado 2 (Euc., V, 16). Pero el cuadrado de lado AZ es al rectén- gulo de lados AZ y ZT como el cuadrado de lado EII és al recténgulo de lados XII y TIM (Euc., V, 15; VI, 4); por consiguiente, el rectdéngulo de lados MII y HZ es igual al‘cuadrado de lado BX (Euc., V, 9). Afiddase a ambos el cuadrado de lado IIZ; entonces el recténgulo de lados MZ y XII ser4 igual a la suma de los cuadra- dos de lado ITZ y lado 2H (Euc., II, 3). Luego la razén de @A a AX es igual a la razén del cuadrado de lado ME a la suma de los cuadrados de lado IZ y =H. Pero el cuadrado de lado MX es a la suma de los cuadrados de lado ZB y XII como el circulo, en el cilindro, que tiene por didmetro MN es a la suma de los dos circulos de diémetros ZO y IP (Euc., XII, 2); por lo tanto, el circulo de didémetro MN, manteniéndose en su sitio, equi- librard respecto del punto A a los dos cfrculos juntos cuyos did4metros son HO y IIP, transportados al punto @ 1 Arquimedes conocfa seguramente las propiedades fundamen- tales de la elipse que luego demostrarfa. Apolonio en las Cénicas, I, 21. En particular se supone que el estudio de las cénicas habfa alcanzado a mediados del siglo mm resultados del tenor de éste: en la seccién de cono acutdngulo, la razén entre el cuadrado de las ordenadas y el rectdngulo de las abscisas sobre el didmetro es igual a la que media entre el doble del segmento hasta el eje y el didmetro. Sin embargo, la interpolacién se evidencia en el uso de los términos ‘plagia’ (lado o didmetro «transverso») y ‘orthfa’ (lado «recto» o pardmetro de las’ ordenadas), tomados justamente de Apolonio. 52 Arquimedes de la palanca, de manera que © sea el centro de grave- dad de cada uno de ellos. Pues bien, @ es el centro de gtavedad de los dos circulos transportados cuyos didme- tros son EO y IIP; por consiguiente, @A es AZ como el circulo de di4émetro MN es a la suma de los dos circu- los de didémetros HO y IIP. De la misma manera se demostrar4 que si se traza en el palalelogramo AZ otra recta paralela a EZ y por la recta trazada se levanta un plano perpendicular a AT, el circulo generado en el cilindro, mantenido en su sitio, equilibrard respecto del punto A a la suma de los dos circulos, el generado en el esferoide y el generado en el cono, transportados al punto ® de la palanca de modo que @ sea el centro de gravedad de cada uno de ellos. Asi pues, Ienados el cilindro, el esferoide y el’ cono con tales circulos, el cilindro, manteniéndose en su sitio, equi- libraré respecto del munto A al esferoide y al cono tras- ladados y puestos sobre la palanca hacia el punto ® de manera que @ sea el centro de gravedad de cada uno de ellos. K es el centro de gravedad del cilindro (cf. asun- cién 8) y © es, segiin hemos indicado, el centro de gra- yedad comtin del esferoide y del cono; asf pues, @A es a AK como el cilindro es a la suma del esferoide y el cono. Pero @A es el doble de AK; luego también el ci- lindro es el doble de Ja suma del esferoide y el cono; por consiguiente, un cilindro es igual a la suma de dos conos y dos esferoides. Ahora bien, un cilindro es igual a tres de estos mismos conos (Euc., XII, 10); en conse- cuencia, tres conos equivalen a la suma de dos conos y dos esferoides. Quitense los dos conos comunes; el cono restante, cuyo trid4ngulo por el eje es AEZ, es igual en- tonces a dos esferoides. Pero uno de estos mismos conos es igual a ocho conos cuyo tridngulo por el eje sea ABA; luego, ocho de estos conos equivalen a dos esferoides y, por ende, cuatro de ellos equivalen a un esferoide. Asi pues, el esferoide es el cuddruple del cono cuyo vértice El método : 53 es el punto A y cuya base es el circulo de di4metro BA, perpendicular a AI’, y la mitad del esferoide es el doble de dicho cono. Tracense por los puntos B y A, en el paralelogramo AZ, las paralelas OX y WO a AT, y considérese un cilindro que tenga por bases los circulos de didmetros ®Y y XO, y por eje la recta AT. Como, en efecto, el cilindro cuyo paralelogramo por el eje es ®N resulta el doble del cilindro cuyo paralelo- gtamo por el eje es DA (Euc., XII, 13), puesto que sus bases son iguales y el eje del primero es el doble del eje del segundo, y como este mismo cilindro cuyo paralelo- gramo por el eje es A resulta el triple del cono cuyo vértice es A y cuya base es el circulo de didmetro BA, perpendicular a AT (Euc., XII, 10), entonces el cilindro cuyo paralelogramo por el eje es OM resulta el séxtuplo de dicho cono. Pero se demostré que el esferoide es el cuddruple de ese mismo cono; luego, ‘el cilindro es una vez y media el esferoide. Q.E.D. ”. tae 2 En el texto aparece la abreviatura ‘61’ de la cléusula’ que marca la conclusién de una demostracién: ‘héper édei deixai (deikhthénai)’, i.e., «lo cual precisamente habia que demostrar». En el contexto de las proposiciones 1-14, este uso de ‘defknymi’ (ie., en principio «mostrar algo a alguien», aunque en la mate- miatica del siglo m1 ya tiene el sentido técnico de «demostrar»), no patece muy congruente con las reservas enunciadas en el preémbulo por Arquimedes acerca de la capacidad demostrativa de su método; tal vez sea significativo que alli emplee ‘apodefkny- mi’ y su derivado ‘apédeixis’, en lugar de ‘defknymi’, para referirse a la demostracién geométrica; sin embargo, en los fragmentos de la prop. 15, donde procede a una demostracién geométrica propia- mente dicha, vuelve al uso matemftico habitual de ‘defknymi’. 4. (Volumen de un segmento de paraboloide. Cf. fig. VI) Todo segmento de un conoide recténgulo cortado por un plano perpendicular al eje es una vez y media el cono que tiene la misma base y el mismo eje que el segmento (cf. Sobre conoides y esferoides, 21). Se examina por el mismo método asi: a Z_N Tr Fic. VI 54 a“ El método : 5 Sea un conoide recténgulo cortado a través del eje por un plano que produzca en la superficie del conoide la seccién de cono recténgulo ABI (cf. ibid., 11); cérte- selo adem4s con un segundo plano perpendicular al eje y sea BY la interseccién comtin de los dos planos. Sea AA el eje del segmento y prolénguese AA hasta @ de modo que A® resulte igual a AA. Considérese A® como una palanca cuyo punto medio es A. Sea el cfrculo de didmetro BI, perpendicular a AA, la base del segmento. Considérese el cono que tiene por base el circulo de didmetro BI y por vértice el punto A; sea también un cilindro que tenga por base el circulo de di4metro BI y por eje AA. Trdcese en el paralelogramo una recta MN paralela a BI y, por MN, levdntese un ‘plano perpendicular a AA. Este plano produciré como seccién en el cilindro un circulo de didémetro MN y como «seccién en el segmento de conoide recténgulo un circulo de diémetro HO. Dado que BAT es una seccién de cono recténgulo, sien- do AA su didmetro, y las rectas HX y BA son dos or- denadas, entonces AA es a AZ como el cuadrado de lado BA es al cuadrado de lado BE (Sobre la cuadratura de la parabola, 3); pero AA es igual a A@®; en conse- cuencia, @A es a AZ como el cuadrado de lado MZ es al cuadrado de lado £8. Por otra parte, el cuadrado de lado MX es al cuadrado de lado Z# como el circulo situa- do en el cilindro, que tiene por didmetro MN, es al circulo situado en el segmento del conoide recténgulo, que tiene por didmetro HO (Euc., XII, 2); por consi- guiente, @A es a AZ como el circulo de didmetro MN es al circulo de didmetro HO. Asi pues, el circulo de dié- metro MN situado en el cilindro, manteniéndose en su lugar, equilibrar4 respecto del punto A al circulo de dié- metro HO transportado al punto ®@ de la palanca de modo que ® sea su centro de gravedad. 56 Arquimedes El centro de gravedad del cfrculo de diémetro MN es el punto & (cf. asuncién 7), y el centto de gravedad del circulo transportado, de didmetro HO, es el punto @; asimismo, @A est4 con relaci6n a AZ en razdn inversa a la que guarda el circulo de didmetro MN con el circulo de diémetro HO. Del mismo modo se demostrard que si se traza en el paralelogramo ET otra recta paralela a BI’, y por la recta trazada se levanta un plano perpendicular a AQ, el circu- lo generado en el cilindro, manteniéndose en su sitio, equilibraré respecto del punto A al cfirculo generado en el segmento de conoide rectdéngulo trasladado y puesto sobre la palanca hacia el punto @ de modo que ® sea su centro de gravedad. Asi pues, llenados el cilindro y el segmento de conoide recténgulo (con circulos obtenidos de la manera indicada), el cilindro, mantenido en su sitio, equilibrard respecto del punto A al segmento de conoide rettdngulo trasla- dado y puesto sobre la palanca hacia el punto @ de modo que @ sea su centro de gravedad. Ahora bien, como di- chas magnitudes se equilibran respecto del punto A y el centro de gravedad del cilindro es el punto K, al ser K el punto medio dela recta AA (cf. asuncién 8), y @ es el centro de gravedad del segmento trasladado, entonces @A esté con relacién a AK en razén inversa a la que guarda el cilindro con el segmento. Pero @A es el doble de AK; por consiguiente, el cilindro es el doble del seg- mento. Ahora bien, este mismo cilindro es el triple del “cono que tiene por base el circulo de didmetro BI y por’ vértice el punto A (Euc., XII, 10). Luego, es evidente que el segmento resulta una vez y media este mismo cono. 5. (Centro de gravedad de un segmento de pataboloide. Cf. fig. VIL) EI centro de gravedad de un segmento de conoide rec- tdngulo .determinado por un plano perpendicular al eje estd situado sobre la recta que es el eje del segmento en un punto que divide dicha recta de manera que la parte que se halla hacia el vértice sea el doble de la parte res- tante. Se examina por el mismo método asf: Fie. VII 57 58 Arquimedes Sea un segmento de conoide recténgulo determinado por un plano perpendicular al eje y cértese este segmento con un segundo plano que pase por el eje y produzca en la superficie la seccidn de cono recténgulo ABI; sea BI la interseccién del plano que ha determinado el segmento y del plano secante, y sea la recta AA el eje del segmen- to y el didmetro de la seccién ABI. Considérese A® como una palanca cuyo punto medio es A. Sea, ademds, un cono inscrito en el segmento, que tenga por lados BA y AT’; trdcese en la seccidén de cono recténgulo una recta HO, paralela a BI’, que corte la sec- cién de cono recténgulo en los puntos & y O, y los lados del cono en los puntos II y P. Pues bien, dado que en la seccién de cono recténgulo se han trazado las rectas RZ y BA perpendiculares al did- metro, el cuadrado de lado BA es al cuadrado de lado HE como AA es a AX (Sobre la cuadratura de la parabola, 3). Por otra parte, AA es a AX como BA es a IIE (Euc., VI, 4), y BA es a TIX como el cuadrado de lado BA es al recténgulo de lados BA y IIZ; entonces, el cuadrado de lado BA seré al cuadrado de lado HE como el cua- drado de lado BA es al recténgulo de lados BA y IIx. Por consiguiente, el cuadrado de lado RE es igual al rectangulo de lados BA y Mz (Euc., V, 9). Luego las rectas BA, £3 y XII son proporcionales (Euc., VI, 17) y, por ende, el cuadrado de lado BE es al cuadrado de lado XII como BA es a IIE (Euc., V, def. 9). Pero BA es a IIZ como AA es a AX, 0 sea como @A es a AX; por lo tanto, @A es a AZ como el cuadrado de lado EE es al cuadrado de lado =I. Levantese por HO un plano perpendicular a AA; este plano produciré en el segmento de conoide recténgulo un circulo de didmetro HO, y en el cono un circulo de didmetro IIP. Y dado que @A es a AZ como el cuadrado de lado BZ es al cuadrado de lado EII, y el cuadrado de El método 59 lado HEX es al cuadrado de lado XI como el circulo de didmetro HO es al circulo de didmetro IP (Euc., XII, 2), entonces @A es a AX como el circulo de didmetro ZO es al circulo de didmetro TIP. Por consiguiente, el circulo de didmetro HO, manteniéndose en su sitio, equilibrar4 respecto del punto A al circulo de didmetro IIP transpor- tado hacia el punto © de la palanca de modo que @ sea su centro de gravedad. As{ pues, como el-centro de gra- vedad del circulo de didmetro HO, manteniéndose en su sitio, es el punto (cf. asuncidén 7), y el centro de grave- dad del circulo de diémetro TIP, trasladado segtin se ha dicho, es el punto ©, y ademds la razén de @A a AZ es inversamente proporcional a la razén del circulo de did- metro HO al circulo de diémetro ITP, entonces estos circu- los se equilibraran respecto, del punto A. Del mismo modo se demostraré que si se traza en la seccién de cono rectdngulo otra recta paralela a BI,.y por la recta trazada se levanta un plano perpendicular a AA, el circulo generado en el segmento de conoide rectdngulo, manteniéndose en su sitio, equilibrard respecto del pun- to A al cfirculo generado en el cono, trasladado, y puesto hacia el punto @ de la palanca de manera que su centro de gravedad sea ©. Asi pues, Illenados con tales circulos el segmento y el cono, todos los circulos del segmento, manteniéndose en su lugar, equilibrarén respecto del punto A a todos los circulos del cono trasladados y puestos hacia el punto © de la palanca de manera que su centro de gravedad sea @. Asimismo, el segmento de conoide recténgulo, mantenién- dose en su sitio, equilibrar4 respecto del punto A al cono ttasladado y puesto hacia el punto © de la palanca de manera que-su centro de gravedad sea ®. Pues bien, como el centro de gravedad de ambas mag- nitudes, consideradas como una sola, es el punto A (cf. asuncién 3), mientras que el centro de gravedad del cono trasladado es @, éntonces el centro de gravedad 60 Arquimedes de la magnitud restante (i.e., del segmento) se halla sobre la recta A®, prolongada del lado de A, en el-extremo de un segmento AK tal que la razén de A® a AK sea la misma que la del segmento al cono (cf. asuncién 2). Pero el segmento es una vez y media el cono (proposicién 4, supra). Luego @A es una vez y media AK, y el centro de gravedad del (segmento de) conoide rectdngulo es el punto K que divide AT de modo que la recta que se halla hacia el vértice del segmento sea el doble de la parte restante. 6. (Centro de gravedad de un hemisferio. Cf. fig. VIII) El centro de gravedad de todo hemisferio se halla so- bre Ia recta que es su eje, en un punto que la divide de manera que la parte situada hacia la superficie del hemis- ferio tenga con la parte restante la misma razén que cinco tiene con tres. Fic. VIIL 61 62 Arquimedes 4 Sea una esfera, y cértese con un plano que pase por el centro y genere en la superficie como interseccién el circu- lo ABTA; sean AT y BA dos didmetros de este circulo perpendiculares entre s{; por BA levdntese un plano per- pendicular a AI’; sea un cono que tenga por base el circulo de diémetro BA, por vértice el punto A y como lados BA y AA. Prolénguese TA, resultando en esta prolongacién la linea A® igual a A. Considérese la rec- ta @T como una palanca cuyo punto medio es A. En el semicirculo BAA trdcese la recta HO, paralela a BA, que corte la superficie del semicirculo en los pun- tos & y O, los lados del cono en los puntos II y P, y la recta AI en el punto E. Por EO levéntese un plano per- pendicular a AE; este plano producird como seccién en el hemisferio un circulo de didmetro HO, y como seccién en el cono un circulo de didmetto IIP. Ahora bien, dado que AI es a AE como el cuadrado de lado BA es al cuadrado de lado AE (Euc., III, 31; V, def. 9; VI, 8 corolario), y el cuadrado de lado HA es igual.a la suma de los cuadrados de lado AE y lado EX (Euc., I, 47), y AE es igual a EI (Euc., VI, 4), enton- ces AIT es a AE como la suma de los cuadrados de lado BE y lado EII es al cuadrado de lado EI. Pero la suma de los cuadrados de lado RE y lado ED es al cuadrado de lado EII como la suma de los circulos de didmetro HO y IIP es al circulo de didmetro IIP, y TA es igual a A®. Por consiguiente, @A es a AE como la suma de los cfrculos de didmetros HO y IIP es al circulo de diémetro TIP. Luego los dos circulos de didmetros HO y TIP, manteniéndose en su sitio, equilibrarén respecto del punto A al circulo de didmetro IIP, transportado al punto’® de modo que su centro de gravedad sea ©. Asi pues, como el centro de gravedad de ambos cfrcu- los de diémetros HO y IIP, manteniéndose en su lugar, es el punto E (cf. asuncién 7), y el centro de gravedad del circulo de didmetro IIP, trasladado, es @, entonces El método 63 EA es a A® como el circulo de didmetro TIP es a la suma de los dos circulos de didmetros HO y IIP. Asimismo, si en la seccién de cono rectdngulo se traza otra paralela a BHA y por la recta trazada se levanta un plano perpendicular a AT, los dos circulos generados, uno en el’ hemisferio y otro en el cono, manteniéndose en su sitio, equilibrardn respecto del punto A al circulo generado en el cono, trasladado al punto ® de la palan- ca. Pues bien, llenados con circulos el hemisferio y el cono, todos los circulos del hemisferio y del cono, man- tenidos en su lugar, equilibraraén respecto del punto A a todos los circulos del cono trasladados y puestos sobre la palanca hacia el punto © de modo que @ sea su centro de gravedad. Por consiguiente, el hemisferio y el cono, manteniéndose en su lugar, equilibrardn respecto del pun- to A al cono trasladado y puesto hacia el punto @ de la palanca de modo que @ sea su centro de gravedad *. Y dado que la esfera es igual al cuddruple del cono que tiene por base el circulo de diémetro BA y por eje AH (proposicién 2, supra) . 7. (Volumen de un segmento esf€rico. Cf. fig. IX) También por este método se examina que todo seg- mento de esfera guarda con el cono que tiene la misma base y el mismo eje que el segmento una razén igual a la que media entre la suma del radio de la esfera més la altura del segmento suplementario, de una parte, y la al- tuta de este segmento suplementario, de la otra (cf. So- bre la esfera y el cilindro, II, 2)". y por MN levdntese un plano perpen- dicular a AT’. Este plano produciré como seccién en el cilindro un circulo de didmetro HO, y en el cono, cuya El método 67 base es el circulo de didmetro EZ y cuyo vértice es el punto A, un circulo de didmetro IIP. Asi pues, del mismo modo que antes (proposicén 2, supra), se demostrard que el circulo de didmetro MN, manteniéndose en su sitio, equilibrard respecto del pun- to A a los dos circulos de didmetros HO y IIP, traslada- dos al punto © de la palanca de manera que el centro de gtavedad de cada uno de ellos sea ®. Lo mismo vale para todo circulo. Pues bien, llenados con circulos el cilindro, el cono y - el segmento de esfera, el cilindro, manteniéndose en su lugar, equilibrar4 al cono y al segmento de esfera juntos, trasladados al punto @ de la palanca. Cértese AH por los puntos ® y X de manera que AX sea igual a XH y H@ sea igual a una tercera parte de AH. El punto X ser4 el centro de gravedad del cilindro por ser el punto medio del eje AH (cf. asuncién 8). Por con- siguiente, como las magnitudes mencionadas se equilibran respecto del punto A, la razén del cilindro a la suma del cono cuya base tiene por didmetro EZ mds el segmento de esfera BAA serd igual a la razén de @A a AX. Y dado que HA es el triple de H®, el recténgulo de lados TH y H®@ es igual a una tercera parte del rectdéngulo de lados AH y HI. Pero el recténgulo de lados AH y HT es igual al cuadrado de lado HB (Euc., VI, 8 corolario; VI, 17). Por lo tanto, el recténgulo de lados TWH y H® también es igual a una tercera parte del cuadrado de lado BH. . Pero también se ha demostrado que la razén de @A a AX es igual a la razén del cilindro que tiene por base el circulo de didmetro KA al segmento de la esfera ABA junto con el cono. Asimismo, @A . 8. (Volumen de un segmento de elipsoide) Por el mismo método se examina también que la raz6n entre todo segmento de esferoide determinado por un plano perpendicular al eje y el cono que tenga la misma base y el mismo eje que el segmento, es igual a la razén que guarda la suma de la mitad del eje del esferoide y del eje del segmento opuesto con el eje del segmento opuesto (cf. Sobre conoides y esferoides, . 29 y 31). 69 9. (Centro de gravedad de un segmento esférico. Cf. fig. X) El centro de gravedad de todo segmento de esfera se halla sobre la recta que es eje del segmento, dividida de manera que la parte situada hacia el vértice tenga con la parte restante la misma tazén que la suma del eje del segmento més el cuddruple del eje del segmento opuesto guarda con la suma del eje del segmento més el doble del eje del segmento opuesto. Sea una esfera y de ella cértese un segmento con un plano perpendicular; y, una vez cortada la esfera con otro plano que pase por el centro, sean la seccién de su superficie el circulo ABTA, y la seccidn del plano que corta al segmento la recta BA; sea, ademés, la recta TA un di4metro perpendicular a BA cortado por ella en el punto H; asf pues, el eje del segmento con vértice en A sera AH y el eje del segmento opuesto sera HI. Cérte- se AH en el punto X de manera que AX sea a XH como 70 EI método 71 la suma de AH més el cuddruple de HI es a la suma de AH mas el doble de HI. fic. X Digo que el centro de gravedad del segmento con vér- tice en el punto A es X. 5 Prolénguese AI’ resultando, por un lado, A® igual a AT y, por otro lado, T'S igual al radio de la esfera. Considérese T@ como una palanca cuyo punto medio es A. En el plano que determina el segmento describase un circulo con centro en H y radio igual a AH, y sobre este circulo constrtiyase un cono con vérttice en A; sean AE y AZ los lados del cono. Tracese una recta KA, paralela a EZ, que coincida con la superficie del segmento en los puntos K y A, con los lados del cono AEZ en los puntos P y O, y con la rec- ta AT en el punto II. Ahora bien, dado que AT es a ATI como el cuadrado de lado KA es al cuadrado de lado AII (Euc., III, 31; V, def. 9; VI, 8 corolario), y la suma de los cuadrados de lado AII y lado TIK es igual al cuadra- 15 Laguna de varias lineas que no se ha sabido cubrir. 72 Arquimedes do de lado KA (Euc., I, 47), y el cuadrado de lado IO es igual al cuadrado de lado AII (Euc., VI, 4); y dado, asimismo, que el cuadrado de lado EH es igual al cua- drado de lado AH, entonces T'A es a AII como la suma de los cuadrados de lado KII y lado TIO es al cuadrado de lado OII. Por otra parte, la suma de los cuadrados de lado KI y lado TIO es al cuadrado de lado TIO como el circulo de didmetro KA més el circulo de diémetro OP es al circulo de diémetro OP, y ‘A es igual a A®; por consiguiente, @A es a AI como la suma de los circulos de didmetros KA y OP es al circulo de didmetro OP. Pues bien, dado que también la suma de los circulos de didmetro KA y OP es al circulo de didmetro OP como A® es a IIA, traslddese el circulo de didmetro OP al punto @ de la palanca de modo que su centro de grave- dad sea ®. Entonces, @A es a AII como la suma de los circulos de didmetros KA y OI], manteniéndose en su sitio, es al circulo de didémetro OP transportado y puesto sobre la palanca de manera que su centro de gravedad sea @. Por consiguiente, el circulo situado en el segmen- to BAA y el situado en el cono AEZ equilibrardn respec- to del punto A al circulo situado en el cono AEZ. De la misma manera, todos los circulos situados en el segmento BAA y en el cono AEZ, mantenidos en su si- tio, equiltbrar4n respecto del punto A a todos los circulos del cono AEZ, transportados y puestos hacia el punto © de la palanca de modo que su centro de gravedad sea @. Asi también, el segmento de esfera ABA y el cono AEZ, mantenidos en su lugar, equilibrarén respecto del pun- to A al cono EAZ trasladado y puesto hacia el punto ® de la palanca de modo que su centro de gravedad sea ®. Sea un cilindro MN igual al cono que tiene por base el circulo de diémetro EZ y por vértice el punto A, cér- tese AH en el punto ® de modo que AH sea el cuddru- ple de ®H; consiguientemente, el punto ® es el centro de gravedad del cono EAZ, conforme se ha indicado an- El método 73 tes (cf. asuncién 10). Cértese ademds el cilindro MN con un plano perpendicular de manera que el cilindro M equilibre al cono EAZ. Puesto que el cono EAZ y el segmento ABA, mante- niéndose en su lugar, equilibran al cono EAZ, trasladado y puesto hacia el punto © de la palanca de modo que su centro de gravedad sea ®; y como el cilindro MN es igual al cono EAZ, y cada uno de los cilindros M y N descansa sobre @, y el cilindro MN equilibra a uno y otro (i-e., al cono y al segmento), entonces el cilindro N equilibraré respecto del punto A al segmento de esfera. Por otra parte, el segmento de esfera BAA es al cono que tiene por base el circulo de didmetro BA y por vér- tice el punto A como BH es a HI, segtin ha quedado establecido antes (proposicién 7, supra). Ahora bien, el cono BAA es al cono EAZ como el circulo de didme- tro BA es al circulo de didmetro EZ (Euc., XII, 11); y el circulo es al circulo como el cuadrado de lado BH es al cuadrado de lado HE (Euc., XII, 2); asimismo, el rectdéngulo de lados TH y HA es igual al cuadrado de lado BH (Euc., III, 31; VI, 8 corolario), el cuadrado de lado HA es igual al cuadrado de lado HE y el rectdn- gulo de lados TH y HA es al cuadrado de lado HA como TH es a HA; por consiguiente, el cono BAA es al cono EAZ como T'H es a HA. Pero ya se ha demos- trado que el cono BAA es al segmento BAA como TH es a HX. Asi pues, por identidad (cf. Euc., V, 22), el segmento BAA es al cono EAZ como BH es a HA. Y dado que AX es a XH como la suma de HA y el cué- druple de HI es a la suma de AH y el doble de HT, entonces, por inversién (cf. Euc., V, 7 corolario), HX ser4 a XA como la suma del doble de TH més HA es a la suma del cuddruple de TH mas HA. Por composicién (cf. Euc., V, 18), HA es a AX como la suma del séxtuplo de TH més el doble de HA es a la suma de HA més el cuddruple de HI. Ademds, es evidente que H es 74 Arquimedes igual a la cuarta parte de la suma del séxtuplo de HI mds el doble de HA", y T'@ es igual a la cuarta parte de la suma del cuddruple de HT mds HA; por consi- guiente, HA es a AX como BH es a I'@ (Euc., V, 15), y BH es a HA como I es a XA (Euc., V, 16). Pero también se ha demostrado que BH es a HA como el segmento que tiene por vértice el punto A y por base el circulo de didmetro BA es al cono que tiene por vér- tice el punto A y por base el circulo de didmetro EZ; en consecuencia, el segmento BAA es al cono EAZ como T® es a XA. Ahora bien, dado que el cilindro M equili bra respecto del punto A al cono EAZ, y el centro de gtavedad del cilindro es el punto @ y el del cono es el punto ®, entonces el cono EAZ seré al cilindro M como @A es a A®, 0 sea como TA es a A®. Ademas, el cilin- dro MN es igual al cono EAZ. Por descomposicién (cf, Euc., V, 17), el cilindro MN es al cilindro N como, AT es a I'®. Y siendo el cilindro MN igual al cono EAZ, entonces el cono EAZ es al cilindro N como TA es a T®, o sea como @A es a '®, Pero ya se demostré que el segmento BAA es al cono EAZ como I'@ es a XA; asi que, por identidad (cfr. Euc., V, 22), el segmento ABA ser4 al cilindro N como @A es a AX. También se demos- tré que el segmento BAA equilibra (respecto del punto A) al cilindro N, y el centro de gravedad del cilindro N es el punto ®; por consiguiente, el centro de gravedad del segmento BAA es el punto X. %6 Pues 3/2HI + 1/2HA =H + 1/2(TH + HA) = HE + +1/2Ar =HE+TH, asi como HE + 1/4HA =H + HO, segiin anotan Heiberg y Mugler. 10. (Centro de gravedad de un segmento de elipsoide) De la misma maneta se examina también que el centro de gravedad de todo segmento de esferoide se halla sobre la recta que es eje del segmento, en un punto que divi- de la recta de modo que la parte situada hacia el vértice del segmento y la parte restante tengan la misma razén que guarda la suma del eje del segmento més el cuddru- ple del eje del segmento opuesto con la suma del eje del segmento més el doble del eje del segmento opuesto. 5 11. (Volumen y centro de gravedad de un segmento de hiperboloide) También se examina por el mismo método que la razén de todo segmento de conoide obtusdéngulo al cono que tiene la misma base y el mismo eje que el segmento es igual a la razén que guarda la suma del eje del segmento més el triple de la recta agregada al eje con la suma del eje del segmento més el doble de la recta agregada al eje (cf. Sobre conoides y esferoides, 25). Y el centro de gra- vedad del conoide obtusdngulo se halla en el eje cortado de manera que la parte situada hacia el vértice y la otta parte estén en la misma razén que guarda la suma del triple del eje més ocho veces la recta agregada con la suma del eje del mismo conoide mds cuatro veces la recta agregada. Aunque otros muchos resultados parecidos sean sus- ceptibles de examen por el mismo procedimiento, los 76 El método 7 omitimos porque el método ha quedado suficientemente ilustrado a través de los casos ya expuestos ”, 17 El estado del texto impide establecer con seguridad este pé- rrafo, Sin embargo, no altera su sentido la variante posible (pro- puesta por Heiberg, edic. c., pdég. 485, n. 4): «dejando ahora aparte esos casos, sélo afiadimos los que habfamos anunciado desde un principio». Ciertamente, las proposiciones que siguen son las que constituyen el objetivo expreso de esta comunicacién a Era- téstenes. Los dos teoremas prometidos se refieren, uno al volu- men de la «ufia» o «calce» cilindrico, es decir, al volumen del s6lido que se obtiene al cortar un cilindro circular recto con un plano que pasa por un didmetro de la base y Ja tangente a la base opuesta y, el otro, al volumen de la doble béveda cilfndrica. El manuscrito C sélo conserva el tratamiento mecdnico y geomé- ttico del primero. 12. (Volumen de un segmento del cilindro. Cf. figs. XI y XII) Del mismo modo se examina que si en un prisma recto de bases cuadradas se inscribe un cilindro que tenga las bases situadas en dos cuadrados opuestos y la superficie . tangente a los cuatro planos restantes, y si se traza un plano por el centro del circulo que es base del cilindro y por un lado del cuadrado puesto, entonces la figura determinada por el plano trazado es la sexta parte del prisma entero. Una vez mosttado esto, procederemos .a su demostracién geométrica *. 18 En términos de una especie de oposicién entre ‘defknymi’ y ‘apdédeixis’ (véase més arriba nota 12), Arquimedes expone el plan a seguir en el teorema relativo al segmento («ufia», «calce») del cilindro, La exposicién preliminar mecénica comprende las proposiciones 12-14. En la prop. 12 da a conocer el equilibrio que existe entre el semicilindro que contiene el segmento consi- 78 El método 79 QO A B | / | A Yr N 2 Fig. X1 Considérese un prisma recto, que tenga las bases cua- dradas, y un cilindro inscrito en el prisma, como se ha dicho. Cortado el prisma con un plano que pasa por el eje y es perpendicular al plano que ha determinado el seg- mento del cilindro, sean el paralelogramo AB la seccién derado, mantenido en su lugar, y este mismo segmento trasladado al borde del otro semicilindro. En la prop. 13 considera el equili- brio entre el semicilindro y un prisma triangular y, subsiguiente- mente, entre el segmento y el prisma; de donde obtiene la equi- valencia entre el volumen del segmento cilindrico y la sexta parte del prisma circunscrito. En la prop. 14 establece la equivalencia hallada por otra via «mecdnica», a saber: componiendo los sdlidos con sus secciones paralelas y las figuras planas con sus cuerdas paralelas. Al fin, la prop. 15 sienta la correspondiente demostra- cién geométrica. Esta equivalencia entre el segmento cilfndrico y la sexta parte del prisma circunscrito constituye, a juicio de Mug- . ler, el primer «kybismés» (cubatura) o medida exacta de un volu- men, limitado en parte por una figura curva, por medio de un cubo. Representa en el espacio de tres dimensiones el pendant de la cuadratura de la parabola en el plano. Arquimedes, como hace constar en el predmbulo a Eratéstenes, es perfectamente conscien- te de la importancia de este resultado. 80 Arquimedes del prisma que contiene al cilindro, y la recta BI la in- terseccién del plano que ha cortado el segmento del cilin- dro con el plano trazado por el eje perpendicular al plano que ha cortado el segmento del cilindro; sea la recta TA el eje del prisma y del cilindro, y EZ corte esa misma recta en 4ngulo recto por su punto medio. Trdcese por EZ un plano perpendicular a T'A; éste produciré como seccién en el prisma un cuadrado, y en el cilindro un circulo. Entonces sean el cuadrado MN la seccién del prisma y el circulo ROMP la seccién del cilindro, tocando el circulo los lados del cuadrado en los puntos #, O, I, P; sea la recta KA la interseccién del plano que ha cor- tado el segmento del cilindro con el plano trazado por EZ y perpendicular al eje del cilindro; la recta II@H divide esa misma recta KA en dos partes iguales. P N A Ne Fic. XII En el semicirculo OMIP trécese una recta ZT perpen- dicular a ITX; levantado por ZT un plano perpendicular a BI, prolénguese a ambos lados del plano que contiene al circulo ROMP. Este plano producird como seccién en el semicilindro, cuya base es el semicirculo OIIP y cuya altura es el eje del prisma, un paralelogramo que tendr4 un lado igual a ZT y el otro lado igual al lado de cilin- El método 81 dro; también producird como seccién en el segmento del cilindro un paralelogramo con un lado igual a ZT y el otro igual a NY, siendo NY una recta trazada en el para- lelogramo AE, paralela a BO, que corta a EI igual a TIX. Ahora bien, dado que EI es un paralelogramo y NI es paralela a OF, y las rectas EO y IB estdn trazadas a tra- vés de ellas, entonces E® es a @I como OF es a IN, o sea, como BO, es a YN (Euc., VI, 4). Pero BO es a YN como el paralelogramo generado en el semicilindro es al paralelogramo generado en el segmento del cilindro, ya que ambos paralelogramos tienen en comin el lado XT (Euc., VI, 1), ademés, EO es igual a OI y 1@ es igual a X®; puesto que II® es igual a @H, entonces OH es a ®X como el paralelogramo generado en el semicilindro es al paralelogramo generado en el segmento del cilindro. Imaginese el paralelogramo del segmento (del cilindro) trasladado y puesto hacia el punto & de manera que su centro de gravedad sea B, y considérese IIH como una palanca cuyo punto medio es ®. Entonces, el paralelo- gtamo que se halla en el semicilindro, manteniéndose en su sitio, equilibrard respecto del punto © al paralelogra- mo generado en el segmento del cilindro, trasladado y puesto hacia el punto © de la palanca de manera que su centro de gravedad sea &. Y puesto que X es el centro de gravedad del paralelogramo generado en el semicilin- dro (cf. asuncién 6), y & es el centro de gravedad del paralelogramo generado en el segmento (del cilindro) y trasladado, y como la razén de B® a OX es la misma que la razén del paralelogramo, cuyo centro de gravedad dijimos que era X, al paralelogramo cuyo centro de gra- vedad dijimos que era , entonces el paralelogramo cuyo centro de gravedad es X equilibrar4 respecto del punto @ al paralelogramo cuya centro de gravedad es 8. De la misma manera se demostrard también que si se traza en el semicirculo OIIP otra recta perpendicular a II®, y por ella se levanta un plano perpendicular a I1® que se pro- 82 Arquimedes longue a: cada uno de los lados del plano en el que esté el circulo ROMP, el paralelogramo generado en el semici- lindro, manteniéndose en su lugar, equilibraré respecto del. punto ® al paralelogramo generado en el segmen- to del cilindro, trasladado y puesto hacia el punto & de la palanca de modo que su centro de gravedad sea H. Luego, todos los paralelogramos generados en el semi- cilindro, manteniéndose en su lugar, equilibrarén respecto del punto @ a todos los paralelogramos generados en el segmento del cilindro, trasladados y puestos hacia el pun- to & de la palanca; por consiguiente, también el semi- cilindro, manteniéndose en su sitio, equilibrard respecto del punto ® al segmento (del cilindro), trasladado y pues- to hacia el punto & de la palanca de modo que su centro de gravedad sea el punto 2. be (Sobre el segmento del cilindro. Cf. fig. XIII) Sean, una vez més, el paralelogramo MN, perpendicu- lar al eje, y el circulo ROMP; traécense las rectas @M y @H, y levdntense por ellas dos planos perpendiculares al plano en el que estd el semicirculo OIIP, y prolénguense dichos planos por ambos lados. Resultar4 entonces un prisma que tiene la base igual al tridngulo @MH y la altura igual al eje del cilindro. Este prisma es la cuarta parte del prisma entero que contiene al cilindro (Euc., XI, 32). Tracense en el semicirculo OIP y en el cuadra- do MN las rectas KA y TY, equidistantes de IIE, que corten la superficie del semicirculo OIIP en los puntos K y T, el diémetro OP en los puntos & y Z, y las rectas @H y ©M en los puntos ® y X. Por KA y TY levdntense dos planos perpendiculares a la recta OP y prolénguense a un lado y otro del plano en el que est4 el circulo OP. Entonces, uno de estos planos producird como seccién en 83 84 2 Arquimedes Fic. XILL el semicilindro, cuya base es el semicfrculo OIIP y cuya altura es la misma que la del cilindro, un paralelogramo que tendr4 uno de sus lados igual a KZ y el otro igual al eje del cilindro; y, asimismo (como seccién), en el pris- ma @HM, un paralelogramo, uno de cuyos lados ser4 igual a AX y el otro igual al eje. Por la misma razén, en el propio semicirculo resultaré otto paralelogramo con un lado igual a TZ y el otro igual al eje del cilindro, y en el prisma un palalelogramo con un lado igual a Y® y el otro igual al eje del cilindro... . . 14. (Determinacién mecdnica. Cf. fig. XIV) Sea un prisma recto que tenga las bases cuadradas y sea una de sus bases el cuadrado ABTA; e inscribase en el prisma un cilindro cuya base sea el circulo EZH®, tangente a los lados del cuadrado ABTA en los puntos E, (CRS KA. Fie. X1V 86 El método 87 Z, H, ®. Trdcese un plano por el centro de este mismo circulo y por el lado correspondiente a T'A en el cuadrado situado en el plano opuesto a ABTA. Este plano cortaré del prisma entero dado otro prisma que serd la cuarta patte de ese prisma entero y estaré comprendido entre tres paralelogramos y dos tridngulos enfrente uno del otro. Inscribase en el semicirculo EZH una seccién de cono rectdéngulo y sea ZK la parte del didmetro compren- dida en Ja seccién; en el paralelogramo AH trécese una recta MN, paralela a KZ; esa recta cortaré la superficie del semicirculo en el punto & y la seccién de cono en el punto A. Entonces, segtin es manifiesto, el recténgulo de lados MN y NA es igual al cuadrado de lado NZ; por lo tanto (Euc., V, def. 9; VI, 17), MN seré a NA como el cuadrado de lado KH es al cuadrado de lado AZ (So- bre la’cuadratura de la parabola, 3). Levantese por MN un plano perpendicular a EH; este plano producird como seccién en el prisma cortado del prisma entero dado un tridngulo recténgulo, uno de cuyos lados determinantes del dngulo recto sera MN, y el otro, perpendicular en el plano que pasa por T'A a Ja recta PA en el punto N, ser4 igual al eje del cilindro; y la hipotenusa estard situada en el plano secante mismo. Pero este plano también pro- duciré como seccién en el segmento, cortado del cilindro por el plano trazado a través de EH y del lado del cua- drado opuesto a TA, un tridngulo recténgulo, uno de cuyos lados determinantes del d4ngulo recto seré MH, y el otro, situado en la superficie del cilindro, seré perpen- dicular al plano KN en el punto 3; y la hipotenusa se hallard situada en el plano secante mismo. Asi pues, dado que el recténgulo de lados MN y MA es igual al cuadrado de lado MH, pues esto es evidente®, MN serd a MA 2 Como recuerdan Heiberg y Mugler, MZ? = MH x ME (Euc. III, 31; VI, 8 corolario; VI, 17) = HK? — MK? (Euc. II, 5) = = MN? — MN x NA = MN x (MN — NA). 88 Arquimedes como el cuadrado de lado MN es al cuadrado de lado ME (Euc., V, def. 9; VI, 17). Ahora bien, el cuadrado de lado MN es al cuadrado de lado M& como el tridngulo de base MN, genetado en el prisma, es al tridngulo de base ME determinado en el segmento por la superficie del cilindro (Euc., VI, 19). Luego MN es a MA como el primer tridngulo es al segundo triéngulo. De la misma manera se demostrar4 también que si, en el paralelo- gramo circunscrito en la seccidn (de cono rectdngulo), se traza otra recta paralela a KZ, y por la recta trazada se levanta un plano perpendicular a EH, el tridngulo gene- rado en el prisma serd al triéngulo producido en el seg- mento del cilindro como la recta paralela a KZ, trazada en el paralelogramo AH, es a la parte de ella que estd comprendida entre la seccién de cono recténgulo EHZ y el didémetro EH. Asf{ pues, lenado el paralelogramo AH por rectas pa- ralelas a KZ, y llenado el segmento comprendido entre la seccién de cono‘rectdngulo y el didmetro por las partes de esas rectas intersecadas por el propio segmento 2 a las paralelas KZ trazadas en el paralelogramo AH; y todos los triéngulos del prisma guardan con todos los tridngulos contenidos en el segmento del cilindro la mis- ma razén que todas las rectas del paralelogramo AH guardan con todas las rectas comprendidas entre la sec- cién de cono rectdngulo y la recta EH. Ahora bien, el prisma esté compuesto por los tridn- gulos que se hallan en el prisma; el segmento del cilindro por los tridngulos que estan en el segmento cortado del cilindro; el paralelogramo AH por las paralelas a KZ en el paralelogramo AH; y el segmento de la [parébola] por las rectas comprendidas entre la seccién de cono rec- tdngulo y la recta EH. Luego, el prisma es al segmento 21 Laguna de varias lineas que no se ha sabido cubrir. El método 89 del cilindro como el paralelelogramo AH es al segmen- to EZH comprendido entre la seccién de cono recténgulo y la recta EH. Pero el paralelogramo AH es igual a una vez y media el segmento comprendido entre la seccién de cono recténgulo y la recta EH, como ya se ha demos- trado en exposiciones anteriores (Sobre la cuadratura de la parabola, 24). Luego, también el prisma es igual a una vez y media el segmento del cilindro; por consiguiente, el segmento del cilindro es a dos como el prisma es a tres. Pero el prisma es a tres como el prisma entero que contiene al cilindro es a doce, por ser uno Ia cuarta parte del otro; luego, el segmento del cilindro es a dos como el prisma entero es a doce; por consiguiente, el segmento del cilindro es la sexta parte del prisma. 15. (Demostracién geométrica. Cf. figs. XV y XVI) Sea un prisma recto que tenga las bases cuadradas, y sea una de ellas el cuadrado ABI'A; inscrfbase en el pris- ma un cilindro cuya base sea el circulo EZH, tangente a los lados del cuadrado en los puntos E, Z, H y @;.sea K su centro. Por el didémetro EH y por el lado del cuadrado opuesto correspondiente a I'A, trdcese un plano; este pla- no corta del prisma entero dado un prisma, y del cilindro un segmento de cilindro. As{ pues, digo que se demostraré que este segmento cortado del cilindro por el plano trazado es la sexta parte del prisma entero. En primer lugar, demostraremos que se podré inscribir en el segmento cortado del cilindro una figura sélida, asi como circunscribirle otra, compuestas ambas por prismas de igual altura y de bases triangulares semejantes, de 90 El método 91 Fic. XV modo que la figura circunscrita exceda a la inscrita en una magnitud menor que cualquier magnitud dada. 2a. entonces el prisma cortado por el plano oblicuo ser menor que una vez y media la figura sdlida inscrita en el segmento del cilmdro. Ahora bien, ya se demostré que el prisma cortado por un plano oblicuo es a la figura sdlida inscrita en el segmento del cilindro como el para- lelogramo AH es a la suma de los paralelogramos inscri- tos en el segmento comprendido entre la seccién de cono rectdngulo y la recta EH. Por consiguiente, el paralelo- gramo AH es menor que una vez y media la suma de los paralelogramos contenidos en el segmento comprendido entre la seccién de cono rectdéngulo y la recta EH. Lo cual es imposible, puesto que se ha demostrado en otro lugar (Sobre la cuadratura de la parébola, 24) que el pa- ralelogramo AH es igual a una vez y media el segmento comprendido entre la seccién de cono recténgulo y la recta EH. Luego el segmento del cilindro no es mayor que la sexta parte del prisma entero. ... 3 la suma de todos los prismas contenidos en el prisma cortado por el plano oblicuo ser4 a la suma de todos los prismas de la figura circunscrita en torno al segmento del cilindro como la suma de todos los parale- logramos comprendidos en el paralelogramo AH es a la suma de todos los paralelogramos de Ja figura circunscrita al segmento comprendido entre la seccién de cono rec- tdngulo y la recta EH, esto es: la razén del prisma cor- tado por el plano oblicuo a la figura circunscrita en torno al segmento del cilindro serd igual a la razén del parale- logramo AH a la figura circunscrita al segmento compren- dido entre Ja seccién de cono recténgulo y la recta EH. Pero el prisma cortado por el plano oblicuo es mayor que una vez y media la figura sdlida circunscrita al segmento del cilindro. , % Aqui finaliza el texto conservado de la comunicacién a Era- téstenes sobre el método relativo a los teoremas mecdnicos. De acuerdo con sus declaraciones iniciales, Arquimedes deb{fa de con- siderar a continuacién el segundo teorema anunciado, a saber: si en un cubo se inscribe un cilindro que tenga las bases situadas en dos paralelogramos opuestos y la- superficie tangente a los cuatro planos restantes, y si, en el mismo cubo, se inscribe otro cilindro con las bases sobre otros dos paralelogramos y la super- ficie tangente a los cuatro planos restantes, el sdlido limitado por la superficie de los dos cilindros es igual a dos tercios del cubo entero. No han faltado intentos de reconstruir esta parte perdida 9% Arquimedes del escrito de Arquimedes. H. Zeuthen y T. Reinach han tratado de adivinar tanto la investigaci6n mecdnica como la demostracién geométrica de esta proposicién; para ello siguen la pauta marcada por la proposicién 2 de este mismo texto y por la demostracién de la proposici6n 1 en Sobre la cuadratura de la pardbola, propo- siciones 18-24, Conjeturas similares han sido también propuestas por T. L. Heath y E. Rufini. En la versién de EJ «Método», di- tigida por J. Babini, edic. c., pp. 87-90, puede verse la parte pre- paratoria y mecdnica conjeturada por Rufini para esta proposi- cién 16; en lo que concierne a su demostracién geométrica, Rufini se atendria al precedente sentado en la prop. 15 de este mismo escrito. También cabe pensar que la demostracién de la presunta proposicién 16 sobre el volumen de la doble béveda cilindrica es, hasta cierto punto, superflua; pues podria considerarse como un corolario de la proposicién anterior. La doble béveda cilindrica se compone de ocho «ufias» o segmentos cilindricos iguales, cuyo vo- lumen es la duodécima parte del volumen del cubo; de donde resulta que el volumen de la doble béveda cilindrica equivale a dos tercios del volumen del cubo. Ahora bien, si Arquimedes hu- biera optado por este planteamiento del resultado, seguramente habrfa indicado algo al respecto en su presentacién inicial. En todo caso, puede que un desaffo y un encanto afiadidos de ciertos textos antiguos sea el de Iegarnos inacabados. Indice Introduccién, por Luis Vega ... 0... ee ee eee 7 A Eratéstenes: método de Arquimedes relativo a las proposiciones mecénicas . 33 Asunciones previas ... ... ... .. 37 El Libro de Bolsillo Alianza Editorial Madrid Libros en venta 413 Miguel Ange! Asturias: Hombres de maiz 414 Pierre Teilhard de Chardin: Et medio divino 415 Thomas Hardy: dude el oscuro ulsitive 417 George Lichtheim: EI imperialismo 418 Miguel Delibes: La caza en Espatia 419 Henrl Lefebvre: la vida cotidiana en el mundo moderno 420 Jorge Luis Borges: Obra poética Carlos Fuente Guerpos y ofrendas 422 Francois Mauriac: EI mico 423 Sigmund Freud: 424 43s Nuevas aportaclones Interpretacién de to: Evelyn Waugh: Un pufiado de polvo Edmund Wilson: Hacta ta Estacién de Finlandia 428 Pio Baroja: La feria de los discretos 427 Paul Roszen: Hermano animal 428 Simone Ortega: Mil ochenta receta 428 Macfarlane Burnet: El mamifero dominante 430 Peter Funke: Cscar Wilde 431 Carlos Castilla del Pino: La culpa 432 Cesare Pavese: De tu tier 433 Enrique Rulz Garcta: Subdesarrollo y liberacién 434 Joyce Cary: La boca del caballo 435 Assar Lindbeck: La economia politica de la nueva izquierda. Prélogo de Paul Samuelson 436 Ignacio Aldecoa: Cuentos completos, | 437 Ignacio Aldecoa: Cuentos completo, | 438 Henry Kam ta Tnquisietén espafola 439 John Dos Passo: De brillante po 440 Heinrich Ball: Los silencios del Or. Murke 441 Isaiah Berlin: Karl Marx 442 Antonio Buero Vallejo: Tres maestros ante el publica Ir a3. a4 445 aa a A. Hasler, E. Bloch, H. Marcuse, A. Mitscherlich y otros: El odio en el mundo actual Sigmund Freud: Introduccién al narcisismo y otros ensayos Ernesto Sabato: Hombres y engranajes. Heterodoxia V. Gordon Childe: La evolucién social Mijail Sholojov: Cuentos de! Don Annie Kriegel: Los grandes procesos en los sistemas comunistas Carlos Castilla del Pino: Introduccién al masoquismo Leopold von Sacher-Masoch: ta Venus de las pleles i G. Papandreot ‘451 Ramén del Valle-Inclén: El ruedo Ibérico. La corte de los milagros 452 John J. Fried: El misterlo de ta herencia 459 Reiger, Martin du Gard: 454 iroch: mundo en la encrucijada 488 Lewis Carroll: Alicia a travén del espejo 456 Friedrich Nietzsche El'nacimiento de la tragedia 487 Leopoldo Alas (Clarin): Cuentos morales 458 Isaac Asimov: EI univerao B88 8@ 888 Jean-Luc Godard: Cinco gulones Christopher Tugendhat: Las empresas multinacionales Mortimer Ostow: La depresién: psicologia de la melancolia Narrativa peruana 1950-1970 Seleccién de Abelardo Oquendo Norman F. Cantor: La era de la protesta Edgar Allan Po Ensayos y criticas Traduccién de Jullo Cortézar Carl J. Friedrich: Europa: el surgimiento de una nacién Adolfo Bloy Casare: Diarlo de la gi Friedrich Nietzsche: Crapisculo de los {dolos Willlam Golding: El dios escorplén. Tres novelas cortas Arnold J. Toynbee: Cludades en marcha del cerdo 470 Samuel Beckett: Malone muere 471 Norman Mackenzl Sociedades secretas 472 Poesia china: del siglo XXII a. C. a las canciones de la Revolucién Cultural Prélogo y traduccién de Marcela de Juan 473 Sétiras politicas de la Espafia moderna Seleccién de Tedfanes Egido 474 André Maurols: Lélia o la vida de George Sand 475 Sigmund Freud: El yo y el ello 476 Los vanguardistas espafioles (1925-1935) Seleccién de Ramén Buckley y John Griese 477 Karl R. Poppe! Ue"mnigeria’ del historiciemo 478 Franz Kafka: la ae china 479 Z Ercliopai del saber antiguo y prohl 480 Juan Beneyto: Conocimiento de ta Informacién 481 Luls Diez del Corral: El rapto de Europa 482 Hans Christian Andersen: La sombra y otros cuentos Selecci6én, traducclén y notas de Alberto Adel! Prélogo de Ana Marfa Matute 484 Wilbur R. Jacobs: El expollo del Indio norteamericano 485 Arthur Koestler: Autoblografia 4. Flecha en el azul 486 M. R. James: Trece historias de fantasmes Prélogo de Rafael Llopis 487 Las Casas, Sahagtin, Zumérraga y otros Idea y querella de la Nueva Espafia Seleccién de Ramén Xirau 488 John Dos Passos: Afios inolvidables 489 Gaspar Gémez de la Serna: Los viajeros de la Ilustracién 490 Antonin Artaud: El cine 491 Ramén Trias Fargas: Introduccién a la economia de Cataluie 492 James Baldwin: Blues para mister Charlie 493 George E. Wellwarth: Teatro de la protesta y paradoja 494 Américo Castro: Cervantes y los casticismos espafioles 495 Arthur Koestler: Autoblografia 2. El camino hacia Marx 496 Sigmund Freud: Escritos sobre la histerla 497 José Ferrater Mora: Cambio de marcha en filosofia 498 Relatos itallanos del siglo XX Seleccién de Guido Davico Bonino 499 Jorge Luis Bor EI'Informe de’ Brodie 500 José Ortega y Gasset: Discursos pollticos 501 Thornton Wilder: Los idus de marzo 502 Juan Reglé: Historia de Catalui Prélogo de Jestis Pabén 503 André Gide: Los sétanos de! Vaticano 504 Camilo José Cela: Diccionario secreto, 1 505 Camino José Cela: Diccionario secreto, 2 (Primera parte) 506 Camilo José Cela: Diccionario secreto, 2 (Segunda parte) 507 Friedrich Nietzsche: EI Anticristo 508 A. S. Diamond: Historia y origenes. del lenguaje 509 Arthur Koestler: Autobiografia 3. Euforla y utopla 510 René Jeanne y Charles Ford: Historia ilustrada del cine 1. El cine mudo (1895-1930) 511 René Jeanne y Charles Ford: Historia ilustrada del cine 2. El cine sonoro (1927-1945) 512 René Jeanne y Charles Ford: Historia ilustrada del cine 3. El cine de hoy (1945-1965) 513 Voltaire: Candido y otros cuentos 514.C. M. Bowra: La Atenas de Peri¢les 515 Ruth Benedict: El crisantemo y la espad: Patrones de la cultura Japonese 516 Don Sem Tom: Glosas de sabidurfa o proverbios morales y otras rimas Edicién de Agustin Garcia Calvo 517 Daniel Susiro: La pena de muerte: ceremonial, historia, procedimientos 518 Denis Diderot: Esto no es un cuento 519 Ramon Tamames: La polémica sobre los limites al crecimiento 520 Prosa modernista hispanoamericana. Antologia Selaccién de Roberto Yehni Glyn Daniel: Historia de la Arqueologia: De los anticuarlos a V. Gordon Childe 822 Franz Katka: Cartas a Milena 523 Sigmund Freud: Proyecto de una psicologia para neurélogos y otros escritos 524 Umberto Eco, Furlo Colombo, Francesco Alberoni, Giuseppe Sacco: La nueva Edad Media 525 Michel Grenon: La crisis mundial de la energia Prologo de Sicco Mansholt Peter Welss: Informes 827 Arthur Koestler: Autoblografia 4, El destierro Los Thibault 1. El cuaderno gris. E! reformatorlo 529 Hermann Hesse: Lecturas para minutos 530 E. L. Woodward: Historia de Inglaterra ‘531 Arthur C. Clarke: El viento del Sol: Relatos de la era espacial 532 Camilo José Cela: San Camilo, 1936 533 Mircea Eliade: Herreros y alquimistas 534 Miguel Hernéndez: Poemas de amor. Antologia 535 Gordon R. Lowe: Er desarrollo de la personalidad 536 Narrativa rumana .contempordnea Seleccién de Darie Novaceanu 537 H. Saddhatissa: Introduccién al budismo 538 Bernard Malamud: Una nueva vida 539 Sigmund Freud: Esquema del pslcoandlisis y otros escritos de doctrina psicoanalitica 540 Marc Slonim: Escritores y problemas de !a literatura soviética, 1917-1987 S41 Daniel Guerin: La lucha de clases en el apogeo de la Revolucién Francesa, 1793-1795 842 Juan Benet: Volverés a Regl6n 543 Swami Vishnudevananda: El libro de yoga 544 Roger Martin Du Gard: Los Thibault 2. Estle ‘545 Arthur Koestler: Autobiografia y 5. La escritura invisible 546 En torno a Marcel Proust Seleccién de Peter Quennell 547 Paul Avrich: Los anarquistas rusos 548 James Joyce: Dublineses 549 Gustave Flaubert: Madame Bovary Prélogo de Marlo Vargas Liosa “850 Max Brod: Kafka Edgar Snow: China: la larga revolucién 852 Roger Martin Du Gard: Los Thibault 3. La consulta. La sorellina. La muerte del padre Arturo Usiar Pietri: La otra peeilal Francois Truffau Elena segun Hitchcock 555 Gabriel Jackson: Introduccion a la Espana medieval 886 Evelyn Waugh: j...Més banderas! 887 José Ramén Lasuen: Miseria y riqueza: El conflicto presente entre las naciones $58 Bernhardt J. Hurwood: Pasaporte para lo sobrenatural: Relatos de vampiros, brujas, demonios y fantasmas Fritz J. Raddatz: Lukécs a g Bertolt Brecht: Historias de almar Scientific American: La energia Roger Martin Du Gard: Los Thibault 4, El verano os 1914 (primera parte) George Lichthal Breve historia dal. soclalismo Max Aub: Jusep Torres Campalans A. Tovar y J. M. Blézau Histore do Ya ‘Hispania: romana Louis Aragon: Tiempo de morir S. E. Luria: ta vida, experimento inacebado 568 Plerre Francastel: Sociologia del arte 889 Lloyd G. Reynolds: Los tres mundos de la economia: capitalismo, soclalismo y pafses menos desarrollados 570 Antologla del feminismo Seleccién de Amalia Martin-Gamero 871 Elliot Aronson: Introducclén a 1a psicologia social 572 Judith M. Bardwick: Pelcologia de la mujer 573 Constantin Stanislaveki: La construccién del personaje aa ee #28 8 574 Los anarquistas a teoria Soloccién do |. L. Horowitz 575 Roger Martin Du Gard: Los Thibault 5. El verano de 1914 (continuactén) 576 Emilia Pardo Bazén: Un destripador de antafio y ros cuentos elecclén de José Luis Lépez Mufioz 877 T. E. Lawrence: Ei troquel 578 Irendus Eibl-Eibesteldt: Las Islas Galépagos: un arca de Noé en el Pacifico 579 Roger Martin Du Gard: Los Thibault El verano de 1914 (fin). Epflogo 580 Isaac Asimov: Breve historia de la quimica 581 Diez siglos de poesia _castellana Seleccién de Vicente Gaos Sigmund Freud: Los origenes del psicoandlisis Luis Cernuda: Antologia postica J. W. Goethe: Penas del joven Werther 582 583 584 585 Vittore Branci 586 ‘587 588 Bocacio y su época Philippe Dreux: Introducclén a la ecologia James Joyce: Escritos criticos Carlos Prieto: El Océano Pacifico: navegantes espafioles del siglo XVI 589 Adolfo Bloy Casares: Historias le amor 590 E. O, Hletorte "do ios rellgiones Gonzalo R. Lafora: Don Juan, los milagros y otros ensayos Jules Verne: Viaje al centro de la Tierra 583 Stendhal: Vida de Henry Brulard Recuerdos de egotismo 594 Pierre Naville: Teoria de la orientacién profesional 595 Ramon Xirau: El desarrollo y las crisis de ta filosofia occidental $86 Manuel Anddjar: Visperas 1. Llanura 597 Herman Melville: Benito Cereno. Billy Budd, marinero 888 Prudencio Garcla: Ejército: presente y futuro 1. Ejército, polemologia y paz internacional 588 Antologia de Las Mil y Una Noches Seleccién y traducclén de Jullo Samsé. 600 Benito Pérez Galdés: Tristana 601 Adolfo Bloy Casaré Historias fantdsticas 602 Antonio Machado: Poesia Introduceién y antologia de Jorge Campos 603 Arnold J. Toynbee: Guerra y civillzacién 604 Jorge Luis Borg Otres Inquisietones 695 Bertrand Russell: La evolucién de’ mi pensamiento filoséfico 608 Manuel Andijar: Visperas 2. El vencido 607 Otto Karolyi: Introduccién a la musica 608 Jules Ve Los Leanne millones de La Begin 609 H. P. Lovecraft y August Derleth: tS habltacton ‘cefrede’y otros cuentos de terror 610 Luls Ange! Rojo: Inflactén y crisi mundial (hech Dionisio Ridruejo: Poesia Seleccién de Luis Felipe Vivanco Introduccién de Marfa, Manent 612 Arthur C. Danto: Qué es filosoffa ‘613 Manuel | Andi z ay ‘destino de Lazaro 814 Jorge Luls Borges: Discusién 815 Julio Cortézar: Los relatos 1. Ritos €16 Flora Davis: La comunicacién no verbal 817 Jacob y Wilhelm Grimm: Cuentos 618 Klaus Birkenhauer: Samuel Beckett 619 Umberto Eco, Edmund Leach, John Lyons, Tzvetan Todorov y otros Introduccién al estructuralismo Seleccién de David Robey 620 Bertrand Russell: Retratos de memoria y otros ensayos Luis Felipe Vivanco: Antologia poétic: Introduccion y do foes Marta Valverde 22 Steven Goldberg: La Inevitabilidad del patriercado 623 Joseph Conrad: El corazén de las tinieblas en la economia teorfas) oi 624 Jullo Cortézar: Los relatos 2. Juegos 625 Tom Bottomore: La soclologla marxista 826 Georges Sorel: Reflexiones sobre la violencia Preto i. Isaiah Berlin 627 K. C. Chang: Nuevas perspectives en Arqueotogta 628 Jorge Luis Borges: Evaristo Carrlego 629 Los anarquistas 2. La practica Seleccion de 1. L. Horowitz 630 Fred Hoyle: De Stonehenge a la cosmologia contempordnea. Nicolés Copérnico 631 Julio Cortézar: Los relatos 3. Pasajes 632 Francisco Guerra Las medicinas marginales 633 Isaak Babel: Debes saberlo todo Relatos 1915-1937 634 Herrlee G. Creel: EI pensamiento chino desde Confuclo hasta Mao-Tse-tung 635 Dino Buzzati: El desierto de los tartaros 636 Raymond Aron: La Repdblica Imperial. Los Estados Unidos en el mundo (1945-1972) 637 Blas de Otero: Poesia con nombres 638 Anthony Giddens: Politica y sociologia en Max Weber °639 Jules Verne: La vuelta al mundo en ochenta dias 640 Adolfo Bioy Casares: El suefio de los héroes 641 Miguel de Unamuno: Antologia postica Seleccién e Introduccién de José Maria Valverde 642 Charles Dickens: Papeles péstumos del Club Pickwick, 1 843 Charles Dickens: Papeles péstumos del Club Pickwick, 2 644 Charles Dickens: Papeles péstumos del Club Pickwick, 3 645 Adrian Berry: Los préximos 10.000 afos: el futuro del hombre en el universo 648 Rubén Darfo: Cuentos fantésticos 647 Vicente Aleixandre: Antologfa postica Estudio previo, selecclén y notas de Leopoldo de Luis 648 Karen Horney: Psicologia femenina 649, 680 Juan Benet: Cuentos completos 651 Ronald Grimsley: La filosofia de. Rousseau 652 Oscar Wilde: EI fantasma de Canterville y otros cuentos 653 Isaac Asimov: El electrén es zurdo y otros ensayos clentfficos 654 Hermann Hesse: Obstinacién Escritos autoblogréficos @55 Miguel Hernéndez: Poemas sociales, de guerra y de muerte 656 Henri Bergson: Memoria y vida 657 H. J. Eysenck: Psicologia: hechos y palabreria 688 Leszek Kolakowski: Husserl y la bisqueda de certeza 659 Dashioll Hammett: El agente de la Continental 680, 661 David Shub: Lenin 662 Jorge Luis Borges: EI libro de aren 663 Isaac Asimov: Cien preguntas bésicas sobre la clencia 864, 665 Rudyard Kipling: El libro de las tlerras virgenes 666 Rubén Darfo: Poesia 687 John Holt: El fracaso de la escuela 689 Charles Darwin: " Autoblografia 670 Gabriel Celaya: Poesia 671 C. P. Snow: Las dos culturas y un segundo enfoque ‘672 Enrique Ruiz Garcia: La era de Carter 673 Jack London: El Silencio “Blanco y otros cuentos 674 Isaac Asimov: Los lagartos terribles 675 Jestis Fernéndez Santos Cuentos completos 676 Friedrick A. H: ayek: Camino de servidumbre 677, 678 Hermann Hesse: Cuentos 679, 680. Mijall Bakunin: Escritos de filosof’ olitica

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