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Vicente Saldvar, cariosamente conocido por Visho, era un joven cerreo muy amigo de
andar en jolgorios y jaranas. Su maestra para pulsar la guitarra era muy bien apreciada en
las reuniones. En la poca en que nuestra ciudad minera contaba con pocos guitarristas,
Visho se llevaba las palmas cuando ejecutaba traviesas cachuas, querendones huainitos,
acompasadas chimaychas, hermosas mulizas y desgarradores tristes. Reclamado por amigos
y compaeros de trabajo, sala diariamente al cerrarse la noche, acompaado de su
infaltable compaera: la guitarra. Eso s, al asomar las primeras claridades del alba, tras un
desayuno reconfortante y sostenido, dejaba el instrumento en su casa y se iba a trabajar
puntualmente. Pase lo que pase, nunca faltaba a su trabajo.
Una de esas tantas noches de jolgorio, haba salido muy entusiasta para animar una fiesta a
extramuros de Paragsha en la que, adems de excitante trago y abundantes viandas, habra
una profusin de elemento femenino. Estaba de plcemes. As que envolviendo su guitarra
espaola en una talega vaca de harina nevaba copiosamente- encamin sus pasos a aquel
barrio tan cerreo y tan querido.
El jaleo, como se haba programado, fue excelente. Se bail, se comi y se bebi con gran
entusiasmo. Las chicas, a cul ms alegre y bonita, hicieron que las horas parecieran muy
breves; la comida cerrea, prdiga, variada y riqusima, mantuvo las fuerzas al tope; el
trago, adems de abundante, fue muy fino y variado.
Cumpliendo con su costumbre, al aparecer los primeros rayos de luz por el oriente, guard
su guitarra en su talega y se retir desoyendo las splicas y reclamos de los juerguistas. Al
salir de la reunin advirti que la nieve cada durante la noche haba sido tan copiosa que,
borrando los caminos de la zona, la haca parecer territorio de un inslito y blanco planeta;
sin embargo, venciendo mil dificultades y mirando como hitos las lumbreras mineras,
emprendi el regreso a su morada. Los pies al hundrsele en la nieve dificultaban su avance,
sin embargo, alentado por su buen humor y mantenido por los humos de los tragos, sigui
adelante entonando una meloda lugarea.
Ya haba logrado avanzar un buen trecho cuando a la altura de Gayachacuna, barrio donde
viva, oy llorar a un nio. Curioso, ote a su derredor y no alcanz a descubrir nada. Slo
la tersura de la nieve del horizonte. Intrigado sigui progresando cuando nuevamente oy el