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KUHN Y EL PROGRAMA FUERTE EN SOCIOLOGÍA DE LA CIENCIA

Por: Juan Carlos Aguirre García

En sus inicios, la filosofía de la ciencia del siglo XX propugnaba por un análisis de las
teorías científicas a la luz de lo que ellos denominaban “nueva lógica”, la cual estaba
íntimamente ligada a la matemática. Mediante el análisis lógico de las proposiciones
podría fácilmente demarcarse aquello que tiene sentido de lo que no; y no sólo eso, también
podría relegarse una serie de problemas tradicionales de la filosofía que, tal y como lo había
enunciado antes Wittgenstein, estaban mal formulados y, por tanto, o deberían reformularse
o desaparecer (Wittgenstein, 1981: 201 y 203). No es extraño pues que los miembros de la
llamada received view fueran tan celosos a la hora de traducir todo a lenguaje lógico, al
punto de desterrar cuestiones como las creencias de los científicos, sus estados de ánimo, su
contexto histórico, etc. Su análisis era sólo análisis sincrónico.

Esta posición fue mantenida con fuerza hasta, aproximadamente, mediados de la década del
60, período conocido en la historia de la filosofía de la ciencia como Revuelta historicista.
Este período se caracterizó, entre otras cosas, por introducir la dimensión histórica en el
estudio sistemático de la ciencia. Díez y Moulines afirman al respecto:

debemos tener siempre presente (aun cuando para examinar ciertas cuestiones epistemológicas
concretas lo tengamos en cuenta sólo de manera implícita) que las teorías científicas y todo lo que va
asociado a ellas constituye entidades que existen en el tiempo histórico; no son entidades
connaturales al ser humano y mucho menos entidades que lo trasciendan, sino que tuvieron un
nacimiento en determinado momento histórico, se desarrollaron y cambiaron de cierta manera y
eventualmente desaparecieron en otra fase histórica, al igual que lenguas, naciones, códigos jurídicos
o religiones (1997: 439).

El encuentro frontal de estas posiciones se dio en 1965 en el marco del Coloquio


internacional sobre filosofía de la ciencia, celebrado en Londres y cuyas memorias fueron
editadas en 1971 por Lákatos y Musgrave en el trabajo titulado: Criticism and the growth of
knowledge. Aunque en el Coloquio intervinieron, entre otros, Watkins, Toulmin, Pearce
Williams, Masterman, Lákatos y Feyerabend, fueron las ponencias de Kuhn y Popper las
que se llevaron la mayor atención. Pese a no ser pertinente desplegar las líneas básicas del
debate entre las dos mayores concepciones de la filosofía de la ciencia de ese momento 
baste decir que, a partir de ahí, la Concepción historicista adquiere un estatus
preponderante; incluso, generó un impacto positivo en el gran público, por años molesto
con el lenguaje y la radicalidad de los llamados positivistas lógicos.


Por análisis sincrónico entendemos la consideración hecha por la Concepción heredada según la cual una
teoría empírica cumple dos condiciones: a. es un conjunto de afirmaciones susceptibles de ser estructuradas
mediante relaciones de dependencia lógica; y, b. versan sobre la realidad física, algunas directamente y otras
indirectamente a través de las primeras. El análisis sincrónico, entonces, considera las teorías como entidades
que permanecen en el tiempo y perduran a través del cambio (Cf. Díez y Moulines, 1997: 267 - 308).

Esta polémica está esbozada en Aguirre, J. y Jaramillo, L. “La controversia Kuhn – Popper en torno al
progreso científico y sus posibles aportes a la enseñanza de las ciencias”. En: Cinta de moebio, Nº 20,
Universidad de Chile, septiembre de 2004.
El entusiasmo ya se había ido gestando con la aparición de The structure of scientific
revolutions de Thomas Samuel Kuhn en 1962 y la posterior publicación de Against method
(1970) de Paul Feyerabend y History of science and its rational reconstructions (1971) de
Lákatos, tres nombres que, aunque desde perspectivas diversas, encararon el programa de la
received view incluyendo consideraciones históricas en el análisis de la ciencia.

Como se había dicho, las tesis de Kuhn, Lákatos y Feyerabend, entre otros, fueron acogidas
alegremente por parte del gran público y empezaba a reinar un clima acorde con los
planteamientos postmodernistas franceses de crisis de los metarrelatos, lo que se tradujo
como un fracaso de la racionalidad occidental y una libertad a la hora de expresar las
opiniones personales sin tener que pasar bajo la lente del razonamiento lógico el cual fue
tachado de reductivo, imperialista, conservador u opresor.

Desde este momento, la filosofía de la ciencia dejaba de ser una especialidad exclusiva de
filósofos con ascendencia científica y no era raro ver en ciencias disímiles, en especial en
las humanas, conceptos extraídos de la jerga kuhniana como paradigma, enigma, ciencia
normal, etc. En parte por la imprecisión de los primeros trabajos de Kuhn y en parte por la
acelerada lectura de los mismos, muchos sociólogos, antropólogos, educadores usaron sus
tesis con resultados tan problemáticos como el que vamos a considerar.

I. RAÍCES DEL PROGRAMA FUERTE:

Antes de hablar directamente del Programa fuerte, me parece conveniente hacer una
aproximación a lo que se entiende por sociología de la ciencia. Parto de la definición de
Bunge: “la sociología de la ciencia es una rama de la sociología que estudia las influencias
de la sociedad sobre la investigación científica, así como el impacto de esta última sobre la
sociedad” (Bunge, 1998: 11). Cabe aclarar que esta sociología comparte sus terrenos con la
sociología de la técnica, del arte, de las humanidades, de la moral, de la religión, y de las
creencias populares.

La razón primordial de esta rama de la sociología está ligada al desarrollo exponencial que
la ciencia ha ido teniendo a lo largo de tres siglos y a su importancia como institución
dentro de la sociedad moderna. Algunos sostienen que es la ciencia la que permite
comprender a cabalidad los rasgos característicos del capitalismo avanzado, así como las
manifestaciones culturales de la sociedad contemporánea. Sin embargo, dentro de la
historia de la sociología no se registran desarrollos completos del fenómeno científico
dentro del grueso de los autores clásicos.

El Programa fuerte, tema que nos ocupa, es ubicado por Bunge luego de recorrer la breve
historia de la sociología de la ciencia, la cual tiene sus raíces en quien primero habló de
sociología del conocimiento: Karl Manheim, discípulo de Weber y estudioso de Marx. El
que haya sido el primero en hablar del tema, no indica que fuera el fundador de esta nueva
rama que ya estaba en germen en los trabajos de Marx y Engels bajo tres ítems básicos:
1. “no es la conciencia de los hombres la que determina su ser, sino, al contrario, su ser
social el que determina su conciencia”; 2. el individuo, gracias a la tradición y la educación,
recibe aquello que conforma la superestructura; y, 3. la ciencia social tiene un compromiso
ideológico. Aunque cada tesis comporta un grano de verdad, la ambigüedad del lenguaje
oridinario usado para expresarlas, dio lugar a una variedad de puntos de vista y polémicas
que no llevan a ninguna conclusión en esta materia. Luego de la sociología del
conocimiento de inspiración marxista, aparece la escuela de Merton, el otro antecedente del
Programa fuerte.

Podría decirse que la sociología de la ciencia como tal parte de la obra de Robert Merton
quien en 1945 “ya había elaborado un enfoque en el cual identificaba la ciencia como una
institución social con un ethos característico, y la sometió al análisis funcional” (Barnes,
1980: 12). La obra de Merton se convirtió por mucho tiempo en el enfoque más elaborado
a la hora de abordar el objeto de la sociología de la ciencia. Respecto a su obra, Bunge
sostiene que su interés externalista completaba la ingenua sobrevaloración que la filosofía
de la ciencia había hecho de lo sincrónico: “todo parecía indicar –continúa Bunge– que
marchábamos hacia una síntesis del internalismo con el externalismo, síntesis según la cual
los factores endógenos se combinan con los exógenos, y el investigador aparece como un
nudo en una red social compleja y cambiante” (1998: 12).

Pero el monopolio mertoniano fue cediendo gracias a los nuevos trabajos de sociólogos que
como Mulkay, Downey y Barnes han cuestionado los supuestos teóricos funcionalistas con
los que opera Merton. Puede decirse que en la sociología de la ciencia existen múltiples
perspectivas teóricas alternativas, aumentando el interés por cuestiones culturales. El
campo es hoy más vasto, aunque menos unificado. Barnes lo ve como en estado de
ebullición promisorio.

Pero la visión optimista de Barnes contrasta con la de Bunge, para quien el tren iniciado por
Merton se descarriló: “irrumpió [durante la guerra de Vietnam] una nueva escuela en la
filosofía y la sociología de la ciencia. Esta escuela rompió con la tradición: minimizó el
papel de la curiosidad y del talento, y acentuó la importancia de la presión y la convención
sociales, y negó tanto la continuidad del esfuerzo científico como la posibilidad de alcanzar
la verdad” (Bunge, 1998: 12). Como profetas de esta desgracia, Bunge responsabiliza a
Kuhn y Feyerabend.

Frente a la ebullición enunciada por Barnes, Bunge sólo ve dos caminos: el primero
corresponde al camino “moderado” el cual, inspirado en las ciencias duras y en la filosofía
rigurosa, da por descontado que el investigador científico busca la verdad y admite que la
organización social condiciona la investigación; sin embargo, niega que ella dicte los
resultados de la pesquisa o dictamine sobre el valor de verdad de los mismos. El segundo
camino, llamado “maximalista”, está basado en lo denominado por Bunge: literatura de
ficción y ciencia blanda. Se caracteriza por ser iconoclasta y por épater le burgeois (dejar
pasmada a la burguesía). Quien se adhiere al segundo camino, sostiene que la verdad es
una ilusión o convención social, de igual modo, afirma que todas las proposiciones
científicas, incluso las matemáticas, tienen un contenido social y son aceptadas o
rechazadas después de mucho negociar y politiquear (Bunge, 1998: 12-13). En esta
segunda línea se ubica el Programa fuerte.

II. EL PROGRAMA FUERTE:

Podría decirse que el Programa fuerte es la primera corriente dentro de las llamadas
sociologías del conocimiento científico; sin embargo, sus reflexiones no se ciñen al ámbito
de lo sociológico, sino que también incursionan en la filosofía y la historia de la ciencia,
considerándose un esfuerzo interdisciplinario por comprender el fenómeno científico. Tal y
como lo dice uno de sus fundadores, el sociólogo David Bloor, estas reflexiones se
iniciaron en octubre de 1967, en el Departamento de estudios interdisciplinares de la
Science Unit de la Universidad de Edimburgo, donde se abrieron unos cursos de postgrado
cuyo sentido era consierar aspectos sociales de la ciencia y la tecnología. Continúa Bloor:
“desde el comienzo, estos cursos tomaron sus materiales de la filosofía, la historia y la
sociología, seleccionados para que los estudiantes de ciencia reflexionaran más
efectivamente sobre «las formas de analizar el papel del científico (tanto dentro de la
comunidad científica como en la sociedad en general), así como algunas de las
implicaciones globales del pensamiento científico y sus prácticas»” (Bloor, 1975: 507).

Las preocupaciones de los miembros del Programa fuerte comenzaron con la mencionada
crítica a las concepciones mertonianas y la consiguiente consigna que “variables externas
tales como la clase social de referencia de los científicos, o factores internos como el
corpus específico de conocimiento que el grupo científico comparte, afectan de modo
permanente a la actividad científica” (Lamo de Espinosa, González, Torres, 1994: 521 -
522). Pero el núcleo de sus análisis lo dedicaron a la consideración de los procesos de
producción y validación del conocimiento científico, para lo cual se basaron en una lectura
sui generis de las tesis de Wittgenstein y, a partir de allí, criticaron los programas de la
filosofía de la ciencia, especialmente el positivismo lógico, Popper, Kuhn y Lákatos; y
también la tradicional sociología del conocimiento de Manheim.

Los miembros del Programa fuerte se esforzaron por hacer una declaración metodológica,
la cual gira en torno a los siguientes cuatro rasgos que han sido resumidos por Martin Hollis
así:

1. Causalidad: El programa busca las condiciones causales que originan las creencias
(o los conocimientos), tratando las creencias como efectos y luego, de la misma
manera, poder estudiar cualquier objeto.


La lectura sui generis de Wittgenstein se debe a la interpretación que de ella hicieron los filósofos
postanalíticos. Tal lectura puede controvertirse para intentar hacer justicia al autor de las Investigaciones
filosóficas; sin embargo, ello no es objeto directo de este trabajo. Baste remitir al trabajo de Hilary Putnam:
El pragmatismo: Un debate abierto; en especial el capítulo 2: ¿Wittgenstein era un pragmático?
2. Imparcialidad: Es imparcial con relación a las creencias verdaderas o falsas (así
como entre las racionales e irracionales, o cualquier otra clasificación epistémica).
Todas las creencias son igualmente molidas en el molino de la explicación.
3. Simetría: La explicación, debido a que no varía con el estatus epistémico de la
creencia explicada, puede ser analizada simétricamente.
4. Reflexividad: El programa no se exime de ser evaluado bajo estos mismos
parámetros; se aplica reflexivamente a sí mismo; de igual forma, las creencias que
asuman los sociólogos del conocimiento son también objeto de estudio científico
(1996: 222).

Mediante estos cuatro intrumentos conceptuales, el Programa fuerte trató de sentar las
pautas generales que permitirían conocer los mecanismos sociales (provenientes de la más
amplia sociedad o la cultura, y/o del grupo de científicos de referencia), así como su modo
de funcionamiento, que intervienen en la génesis y validación de las proposiciones
científicas tenidas por verdaderas (Lamo de Espinosa, González, Torres, 1994: 526).

Respecto a las tesis que profesan los miembros del Programa fuerte, sería iluso intentar
enunciarlas de modo pleno, baste hacer un recorrido por dos de sus principales exponentes.

Consideremos, en primer lugar, el trabajo de Michael Mulkay: El crecimiento cultural en la


ciencia (1969). Inicia el escrito con una crítica al funcionalismo mertoniano en tanto este
“tiene un fundamento empírico débil y plantea considerables dificultades teóricas”
(Mulkay, 1980: 125). A partir del sonado caso de Velikovsky, analizado desde la
perspectiva de Merton, específicamente lo referido a la concepción que los modelos
científicos operan como normas, la consonancia cognoscitiva y la educación científica,
concluye que es problemático abordar con estos postulados el cambio cultural en la ciencia.
De igual modo, examina las tesis de Kuhn y, rápidamente, se llega a la afirmación que
también parece tener serias deficiencias. Finalmente, el ensayo se centra en explicar el
principio de fertilización cruzada en la ciencia moderna, del cual se dice que “ha sido
históricamente importante en el desarrollo de la ciencia y es importante también hoy”
(Mulkay, 1980: 136). ¿En qué consiste tal principio?

Haciendo uso de la forma en la que Kuhn explica la dinámica de la ciencia, Mulkay explica
el “proceso de generación” o innovación en la ciencia a través de los siguientes pasos: 1.
toda investigación se estructura en torno a un paradigma (o a una situación
preparadigmática); 2. la ciencia normal genera anomalías que exigen innovaciones
radicales; 3. “aunque la ciencia normal puede ser practicada muy eficazmente en
organizaciones centralizadas, las innovaciones científicas son facilitadas por una estructura


El caso Velikovski es uno de los más interesantes en la historia de la ciencia. Este personaje judío nació en
Rusia y dentro de sus trabajos más representativos están Wolds in collision y Earth in Upheaval. Su
relevancia en la historia consiste en que propuso una explicación sobre las catástrofes globales, utilizando no
sólo datos de la física o la astronomía, sino también recurriendo a pasajes antiguos, generalmente religiosos,
para probar su tesis. Para una mejor presentación de la polémica que desató véase: Bakker, G. y Clark, L.
(1994). La explicación: una introducción a la filosofía de la ciencia. Madrid: Fondo de cultura económica.
social fluida que une marcos de referencia divergentes” (Mulkay, 1980: 139). Este último
punto permite entender que no son los especialistas quienes permiten el crecimiento de la
ciencia sino, precisamente, los legos, toda vez que no estarían ceñidos al rol unívoco de una
especialidad. En consecuencia, “la rápida expansión de la ciencia moderna se debió, no
tanto a la acumulación de conocimientos sistemáticamente relacionados dentro de campos
establecidos, como al descubrimiento más o menos accidental de nuevos ámbitos de
ignorancia” (Mulkay, 1980: 139). Es aquí donde entra el concepto de fecundación cruzada,
el cual, lejos de la actitud del especialista, está en el actuar del novato quien aunque
agrupado en torno a un paradigma, es capaz de desempeñar roles duales: a. se deja guiar
por el paradigma; y, b. amplía la práctica investigativa. Estos roles fusionarían la rigidez
del entendimiento con el azar del hallazgo.

El segundo texto a considerar es Sobre la recepción de las creencias científicas (1970) de


Barry Barnes. La pregunta inicial de Barnes se sitúa en el problema de las creencias,
específicamente, en elaborar una explicación sociológica de las creencias. Tal explicación
requiere de una serie de etapas, a saber:

1. Investigaciones sobre: a. grado y naturaleza de la información potencialmente


disponible por el actor; b. criterios que utiliza el actor para determinar qué es lo
atinente a su creencia y cómo interpretarlo.

2. Determinar si la información que tiene el actor es coherente o no con su creencia.


Si las creencias son incoherentes se intenta reducir a coherencia mediante dos
recursos: a. suponer que las reglas y los conceptos del autor han sido
incorrectamente entendidos. b. Explicación causal.

 Si las creencias son coherentes: a. su coherencia puede juzgarse por referencia a


otras creencias. b. Puede explicarse la vía determinista. En este caso:

b1: El actor humano adopta un modo de vida determinado en gran medida por
su cultura y la posición que ocupa dentro de ella.
b2: El actor, con un sistema dado de conceptos y creencias, es inducido por su
experiencia del mundo a adoptar nuevas creencias o idear nuevos conceptos.
b3: Los factores sociales y culturales pueden actuar de modos especiales para
influir en la adopción de creencias específicas.

3. Etapa final: Explicar por qué algunas creencias perduran pese al transcurrir del
tiempo y otras son progresivamente modificadas o eliminadas

Después de esta caracterización de las formas de explicar las creencias, Barnes se sitúa en
su objeto de estudio: la ciencia. Sostiene que tales estudios no se han desarrollado bastante


La presentación detallada de estos pasos se encuentra en Barnes, B. (1980): Sobre la recepción de las
creencias científicas. En: Barnes, B.; Kuhn, Th.; Merton, R. y otros. (1980) Estudios sobre sociología de la
ciencia. Madrid: Alianza.
ya que ha predominado una imagen de científico asociada con conceptos de “verdad” e
“infalibilidad”. Lo cierto, a juicio de Barnes, es que la ciencia (mejor, el científico) está
basada en presuposiciones. Para apoyar esto recurre tanto al planteamiento de Polanyi,
según el cual las normas esotéricas están tácitas en los juicios científicos, como a lo
propuesto por Kuhn acerca del paradigma que se interpone entre el científico y su
experiencia. Según Barnes, “Polanyi y Kuhn ejemplifican una tendencia general, que se
manifiesta en la filosofía como un ataque al empirismo y la idea de un lenguaje de
observación neutral, en la historia como una revolución en el método y en la sociología en
la reciente conciencia de la importancia de las normas técnicas en los procesos de
evaluación” (Barnes, 1980a: 271).

Apuntalado en esos dos pensadores, Barnes da por sentado que se ha abandonado el método
científico y, por tanto, la evaluación externa de la verdad y el error debe abordarse desde
una nueva perspectiva. Ahora bien, habiendo caído esa normatividad técnica, esta no pasa
de ser mero núcleo de adhesión contingente, no necesario y, por ende, “es arbitrario y
engañoso considerar extraviado a un actor que no se atiene a ellas” (Barnes, 1980a: 271).
Ahora bien, si en una controversia científica no pueden darse unos criterios que permitan
estudiar las controversias científicas, el análisis debe centrarse, entonces, en el punto de
vista del actor.

El ensayo de Barnes culmina con una reflexión sobre cómo los legos reaccionan ante las
creencias científicas y cómo las disciplinas científicas se convierten en fuentes legítimas de
conocimientos; sin embargo, como el interés no es agotar la temática de esta corriente
sociológica sino enunciar las tesis que más referenciará Kuhn, es suficiente este breve
recorrido por las mismas.

III. LA PROBLEMÁTICA RELACIÓN ENTRE KUHN Y EL PROGRAMA


FUERTE:

Todo lo anterior ha ido preparando el camino para considerar la postura de Kuhn acerca del
Programa fuerte. Como se ha visto, ambos programas reaccionaron de forma semejante
frente a una concepción sincrónica de ciencia que se alzaba como única; de igual modo, el
Programa fuerte asume muchas de las tesis de Kuhn y puede verse entre ellos una similitud
de problemas, modos de abordarlos, lenguajes. La posición cómoda sería plantear los
puntos de encuentro entre ambos programas, seguir considerando a Kuhn como el padre de
corrientes con visos irracionalistas, aumentar el optimismo de quienes, desde ópticas ajenas
a la filosofía, hablan de ella como si tuviesen conocimiento absoluto de causa; sin embargo,
múltiples hechos deben ser desvelados pues incurren en consideraciones injustas con
respecto al autor. Basta citar dos:

Ha ido haciendo carrera la concepción según la cual Kuhn es el “profeta” de lo que Bunge
llamó el enfoque “maximalista”, llamado en esta era postmodernista: pensamiento débil o
elogio de la liberación de las cadenas de la razón y la contrastación empírica (Bunge, 1998:
12-13). Tal apelativo fue recogido por Alan Sokal y Jean Bricmont en su célebre texto:
Imposturas intelectuales, en el cual dedican un intermezzo llamado: el relativismo
epistémico en la filosofía de la ciencia, donde luego de considerar temas como el
empirismo radical, la epistemología en crisis, la polémica Duhem-Quine sobre la
subdeterminación, la inconmensurabilidad kuhniana y el anarquismo de Feyerabend,
abordan el Programa fuerte. Es bien sabido por todos que estos dos físicos hicieron una
lectura de las llamadas por ellos “imposturas” que están campeando en esta era
postmoderna. En lo que toca a la cuestión que estamos analizando, abordan a Kuhn desde
la óptica de su “aparente” contribución al relativismo contemporáneo (Sokal y Bricmont,
1999: 82), apariencia que, a la larga, toman por un hecho. El interés, de este apartado, será
mostrar, en primer lugar, cómo los ataques que a este respecto se hacen a Kuhn son
indefendibles y se reafirmará que en Kunh aún se puede asistir a una defensa de la
“discusión razonada”.

La segunda sospecha que se pretende despejar es la supuesta esquizofrenia que padecía


Kuhn. Hay por lo menos dos citas que pueden respaldar esto: en primer lugar, la expresada
por Tim Maudlin y recogida por Sokal y Bricmont, según la cual, existen dos Kuhn: el
moderado y el desenfrenado:

el Kuhn moderado admite que los debates científicos de antaño se dirimieron correctamente, pero
destaca que las pruebas disponibles en la época no eran tan sólidas como se suele pensar y que
también intervinieron consideraciones extracientíficas [...] En cambio, el Kuhn desenfrenado, aquel
que se ha convertido, quizá contra su voluntad, en uno de los padres fundadores del relativismo
contemporáneo, está convencido de que los cambios de paradigma se deben principalmente a
factores no empíricos y que, una vez adoptados, condicionan hasta tal punto nuestra percepción del
mundo, que sólo pueden ser confirmados por nuestras experiencias posteriores (Sokal y Bricmont,
1999: 85 - 86).

La segunda cita es la de Newton-Smith, para quien también podría hablarse de dos Kuhn: el
no racionalista moderado y el racionalista embrionario: “uno, el racionalista moderado,
piensa que a pesar de que haya acuerdo acerca de los factores que orientan la elección de
teoría es imposible justificar esos factores. El otro, el racionalista embrionario, considera
que las cinco vías pueden justificarse como criterios a utilizar para lograr el progreso de la
ciencia; es decir, para aumentar su capacidad para resolver problemas” (Newton-Smith,
1987: 140). Tanto la de Maudlin como la de Newton-Smith dejan de lado que hay una
evolución típica en cada obra humana y, de igual modo, centran sus ataques a determinados
textos sin considerar las réplicas que del mismo hizo el propio Kuhn.

Precisamente, nos vamos a centrar en la réplica que Kuhn hace a lo que él denomina:
filosofía de la ciencia histórica. Sus críticas a esta concepción se dirigen explícitamente al
Programa fuerte, mostrando cuáles son sus puntos problemáticos.

Kuhn no se sonroja al afirmar que la filosofía de la ciencia en la década del 60 sufrió una
gran transformación y que él fue uno de los pensadores que tuvo que ver con este cambio.
Resultado de esta revuelta fue una comprensión más realista de la empresa científica; es
decir, pudo comprenderse mejor cómo es que opera la ciencia y qué puede conseguir y qué
no. Sin embargo, como subproducto de tal revuelta, ha surgido una serie de desviaciones o
errores, que como vimos en el caso de Bunge o Sokal y Bricmont, han sido asociadas
directamente con él. Frente a esto, Kuhn sostiene: “he sufrido por ser asociado con él [el
subproducto] y, durante años, he atribuido esta asociación a un malentendido [...] También
estaba involucrado algo muy importante para la nueva visión de la ciencia” (Kuhn, 2002:
132). Como puede notarse, sus esfuerzos se concentrarán en aclarar tales malentendidos,
así como salvaguardar la imagen científica, tan golpeada en la era actual.

La pregunta que se lanza Kuhn, para intentar superar los malentendidos, es: ¿qué salió
mal?, es decir, ¿cuándo el programa kuhniano y el Programa fuerte, aparentemente ligados
por una causa común, empezaron a recorrer caminos tan disímiles? Hemos utilizado la
expresión causa común para situarnos en un hecho que permitió la explosión de nuevas
reflexiones: ambos programas estaban motivados por las dificultades que planteaba la
filosofía de la ciencia tradicional, específicamente el positivismo lógico o empirismo
lógico, aunque también otras clases de empirismo. Ambos recurrieron a la historia pues, en
palabras de Kuhn, “lo que pensábamos que hacíamos al dedicarnos a la historia era
construir una filosofía de la ciencia sobre las observaciones de la vida científica, y la
documentación histórica nos proporcionaba los datos que necesitábamos” (Kuhn, 2002:
133).

Pero hemos dicho en repetidas ocasiones en este corto texto que Kuhn y el Programa fuerte
reaccionaron contra la imagen de la received view; sin embargo, ¿cuáles eran las tesis que
no les satisfacían? Recordemos un poco los lemas recurrentes de la Concepción heredada:
En primer lugar, lo referente a los hechos: se tenía la creencia en que la ciencia procede de
hechos dados por observación y, por tanto, cualquier observador en condiciones normales,
podría observar los mismos hechos, con lo cual quedaba salvaguardada la exigencia de
objetividad científica. Con respecto al contexto de descubrimiento y el contexto de
justificación, se creía que los hechos primero son descubiertos y luego justificados; para
justificarlos se requería la ayuda de instrumentos sofisticados. Finalmente, los hechos son
previos a las teorías científicas, son como su fundamento. En segundo lugar, lo referente a
las leyes: se cree que los hechos deben ser interpretados y para ello es preciso formular
leyes y teorías que permitan encajarlos en un sistema; si bien la interpretación es un
proceso humano y habría posibilidad de disenso entre los científicos, no habría dificultad en
tanto la corte de apelación final la constituyen los hechos. Por último, las leyes son un
resultado que se obtiene mediante la aplicación irrestricta del método científico, el cual se
pretendía único (monismo metodológico).

Frente a esta concepción estática de ciencia, ambos programas reaccionaron,


desenmascarando las dificultades que encerraba: primero que todo, los hechos, pese a
parecer sólidos, eran dúctiles; esto hacía que los investigadores divergieran entre sí,
afectando puntos cruciales de la interpretación; según esto, quedaba en evidencia que “los
llamados hechos nunca eran meros hechos, independientes de la creencia o teoría existente.
Producirlos requería un aparato que a su vez dependía de la teoría, a menudo de aquella que
se suponía que iba a someter a prueba el experimento” (Kuhn, 2002: 134). Ahora bien,
siendo que los desacuerdos persistían, muchas veces los miembros de una comunidad
científica defendían sus creencias no sólo a través de la pura argumentación sino, incluso,
violando los cánones de conducta usuales en su profesión.

Ahora bien, ¿cómo es que personas tan inteligentes, como los miembros del Círculo de
Viena, dejaron pasar aspectos tan importantes de la ciencia? Obviamente, los filósofos de
la ciencia tradicionales no eran ajenos a estas problemáticas, lo que pasa es que las
consideraban como meras situaciones que no alteraban, en esencia, la formación de la
doctrina científica. Este descuido fue el que inspiró tanto a Kuhn como a los miembros del
Programa fuerte para reformar el viejo proyecto, apoyados principalmente en la historia.

Tenemos, entonces, que el punto de partida es similar. La cuestión será mostrar cuándo el
proyecto de Kuhn se desvirtúa. Para esto, recapitulemos el punto alcanzado: si los hechos
no podían considerarse como fundamento seguro, dejamos el campo abierto para considerar
factores personales a la hora de aceptar las leyes científicas. El dilema era: o se aceptan
estos factores o se echa una moneda al aire para llenar estos vacíos. La pregunta que se
formuló el Programa fuerte fue: ¿Cuál es el proceso por el cual el resultado de los
experimentos es unívocamente especificado como hecho y por el que las nuevas creencias
autorizadas –nuevas leyes y teorías científicas– pasan a basarse en este resultado? (Cf. la
explicación sociológica de las creencias de Barnes) Con este cuestionamiento empieza a
zanjarse la irreconciliable diferencia entre Kuhn y los estudios adelantados por el
Programa fuerte. Sostiene Kuhn:

Estos estudios han tratado con detalle microscópico, sobre los procesos sufridos en el interior de la
comunidad o grupo científico a partir de los que finalmente surge un consenso autorizado, un proceso
al que esta literatura a menudo se refiere como “negociación”. Algunos de estos estudios me parecen
brillantes, y todos ellos están sacando a la luz aspectos del progreso científico que teníamos gran
necesidad de conocer. Creo que su importancia o su novedad no pueden ser cuestionadas. Pero su
efecto neto, por lo menos desde una perspectiva filosófica, ha consistido en profundizar más que en
eliminar la dificultad que se intentaba resolver (2002: 135 - 136).

Las críticas que lanza Kuhn al Programa fuerte las dirige al concepto de “negociación”.
Argumentativamente muestra las contradicciones que la defensa de este concepto tiene
dentro de las reflexiones del Programa. Tales críticas se reducen a dos:

a. Falacia del razonamiento circular: La negociación trata de establecer los hechos de los
que podrían extraerse las conclusiones científicas (negociación fáctica) y las conclusiones
que podrían basarse en ellos (negociación interpretativa). Es decir: ambos aspectos de la
negociación se persiguen al mismo tiempo: las conclusiones determinan la descripción de
los hechos, al igual que los hechos determinan las conclusiones sacadas de estos.

b. Imposibilidad de negociación: Si apelamos al DRAE, tenemos que negociación es:


Tratos (tratados o convenios) dirigidos a la conclusión de un convenio o pacto. A partir de
esto podemos ver que en el Programa fuerte (Cf. el concepto de fertilización cruzada de


Esta falacia es también conocida en lógica como: Petición de principio, y consiste en adoptar como premisa
la conclusión que se pretende probar.
Mulkay y el punto de vista del actor de Barnes) la necesidad de la negociación parece
resultar del tipo de diferencias individuales generalmente descritas como meras cuestiones
de carácter biográfico. Lo que provoca que las partes de la negociación lleguen a diferentes
conclusiones son cosas como las diferencias en la historia individual, la agenda de
investigación o el interés personal. Concluye Kuhn que estas son la clase de diferencias
que podrían ser eliminadas sólo mediante el lavado de cerebro, mas nunca a partir de
negociación o argumentos razonados.

El concepto de negociación es atacado por Kuhn pues degenera en una “deconstrucción


disparatada” que convierte la imagen científica en algo tan endeble que cualquiera podría
considerarla un perjuicio cultural. Ejemplo de las conclusiones a las que llega el Programa
fuerte son: “las negociaciones en la ciencia, como en la política, la diplomacia, los negocios
y muchos otros aspectos de la vida social, estaban gobernados por el interés, y su resultado
era determinado por consideraciones relacionadas con la autoridad y el poder” (Kuhn,
2002: 136); o: “el interés y el poder es todo lo que hay [...] Lo que pasa por conocimiento
científico se convierte simplemente en la creencia de los ganadores” (Kuhn, 2002: 137).
Pero este ataque de Kuhn no se satisface en la denuncia de los abusos a que llegan, ni en
otorgarles determinados apelativos. Kuhn entiende que esta concepción plantea un desafío
a la propia racionalidad, no sólo científica y se lanza en una respuesta que ayude al
intelectual a no tener que ceder ante tan inaceptables conclusiones.

Para responder al desafío, Kuhn esclarece el concepto de historia que está tras sus tesis.
Sostiene que si bien la Concepción heredada exigió una consideración histórica, esto no
significa que la reflexión sobre la ciencia tenga que estar abocada a una anarquía; por el
contrario, muchas de las conclusiones importantes a las que llegó Kuhn mediente la
consideración de la historia, pueden derivarse alternativamente de una serie de principios
fundamentales, siendo una ganancia para la filosofía y la historia de la ciencia puesto que se
reduce la pretendida contingencia, a la vez que se gana una visión de ciencia en contraste
con los procesos de evaluación que estaban entrando en contradicción con conceptos como
razón, evidencia y verdad.

Kuhn afirma que el historiador se preocupa por el desarrollo a lo largo del tiempo, del cual
se da cuenta mediante la narración. Toda narración debe establecer una escena, contar la
historia del cambio de creencia a lo largo del tiempo y del contexto cambiante en el que
tales alteraciones se producen y, finalmente, inferir que el cambio puede llevar a algo
considerable pero no puede olvidarse que esto ha ocurrido a través de pequeños
incrementos. En este contexto, Kuhn hace la afirmación que sirve como argumento central
en contra del Programa fuerte: “en cada uno de estos estadios, excepto en el primero, el
problema del historiador no consiste en entender por qué la gente sostiene las creencias
que tiene, sino por qué eligen cambiarlas, por qué tiene lugar el cambio creciente” (Kuhn,
2002: 139 las cursivas son mías). Así mismo, cuando el filósofo de la ciencia que adopta la
Concepción histórica tiene preguntas acerca de la racionalidad, la objetividad o la
evidencia, no dirige sus preguntas a las creencias que eran corrientes antes o después del
cambio, sino simplemente al cambio mismo; por ejemplo: “¿por qué dado el cuerpo de
creencias que eran corrientes con el que empezaron, los miembros de un grupo científico
eligen modificarlo, un proceso que raramente supone una mera adición, sino que
normalmente exige el ajuste o abandono de unas pocas creencias ya vigentes?” (Kuhn,
2002: 139). ¿Qué se gana con este cambio de enfoque?

En primer lugar, el enfocar adecuadamente la cuestión permite alcanzar lo que Kuhn


denomina: plataforma arquimediana dinámica. Aunque parezca contradictorio, fusiona el
rigor con la visión diacrónica de la ciencia. Obviamente, no se trata de la plataforma
arquimediana de la Concepción heredada, basada primordialmente en las observaciones
para determinar la verdad o probabilidad de las teorías; ya se mostró que tal plataforma
fracasó. En la perspectiva histórica lo que está en cuestión es el cambio de creencia y, por
tanto, “la racionalidad de las conclusiones requiere sólo que las observaciones invocadas
sean neutrales para, o compartidas por, los miembros del grupo que toma la decisión, y para
ellos sólo en el momento de la toma de la misma” (Kuhn, 2002: 140). Las observaciones
implicadas ya no tienen que examinarse como independientes de toda creencia anterior,
sino sólo de aquellas que se modificarían como resultado del cambio. Esto permite hablar
de plataforma arquimediana dinámica pues hay una base para la discusión racional de las
creencias, así como las observaciones que la discusión invoca pues sólo basta que sean
compartidas por los que discuten.

En segundo lugar, frente a un cambio radical, que nadie podría explicar por qué sucedió,
más que echando mano de factores fortuitos, habría que anteponer que los cambios que
tienen que evaluarse son siempre pequeños. Pese a que parecen gigantescos, han sido
previamente preparados gradualmente paso a paso, dejando sólo que sea colocada una
piedra angular en su lugar por el innovador que les cede su nombre. Hay cambio, sí; hay
revolución, sí; sin embargo, muchas de las consideraciones que sugerían la naturaleza del
cambio al innovador son igualmente las que suministran las razones para aceptar la
propuesta que este ha hecho (Kuhn, 2002: 140).

Por último, una cuestión espinosa: ¿dónde queda la verdad en todo este proceso? Los
miembros de la Concepción heredada concebían la cualidad de una teoría de acuerdo con
su verdad o probabilidad de ser verdadera (o correspondiente con los hechos). Cuando se
evalúa una creencia se utilizan expresiones como: entre dos cuerpos de creencia, A es más
precisa que B, A presenta menos inconsistencias que B, A tiene un campo de aplicaciones
más amplio que B, etc. ¿Significa esto que la verdad no tiene nada que ver en el campo del
desarrollo científico? ¿No será esta una caída del razonamiento kuhniano que haría
evidente su relativismo epistémico? Lastimosamente, Kuhn no desarrolla esta tercera
consecuencia de su cambio de enfoque; sin embargo, sostiene que la expondrá en otro
momento y que, lo que sí es seguro, tendrá que salirse de la verdad como correspondencia
con los hechos.

Una vez presentada la respuesta de Kuhn, puede concluirse este apartado retomando las
críticas que al inicio hacían los físicos Sokal y Bricmont, así como Maudlin y Newton-
Smith. Frente a los primeros puede decirse que la relación “aparente” entre Kuhn y las
teorías de corte relativista – irracionalista, son efectivamente aparentes, pues se deben a
malas lecturas de sus trabajos. No quiero decir con esto que Kuhn esté libre de toda culpa;
obviamente, sus trabajos han creado muchas confusiones desde sus orígenes; sin embargo,
sería deshonesto considerar sólo sus trabajos iniciales y no escuchar sus explicaciones
frente a lugares confusos. No significa, por tanto, que Kuhn tenga fraccionada su psique;
más bien, podríamos hablar de un pensador que, sin pretensiones de presentar La Obra, va
socializando sus hallazgos, a riesgo de cometer en ellos posibles ligerezas.

CONCLUSIÓN:

Con respecto a la discusión Kuhn – Programa fuerte, podemos llegar a conclusiones muy
puntuales: a. la reflexión sobre la ciencia no es privilegio sólo de la filosofía; desde la
década del 60, se han ido fortaleciendo diversas ramas en disciplinas ya constituídas como
la sociología, la antropología, la psicología, etc., dedicadas a estudiar estas cuestiones. b.
Dentro de la sociología de la ciencia, el Programa fuerte ha significado un intento valioso
por desentrañar aspectos de la ciencia que eran inadvertidos o deliberadamente ignorados
por la Filosofía de la ciencia. c. Algunas conclusiones del Programa fuerte estuvieron
inspiradas en los trabajos de Thomas S. Kuhn, aunque él en trabajos posteriores rechazó tal
vinculación. d. Muchas de los reclamos de Kuhn son válidos pues permiten vislumbrar
una comprensión errónea de sus tesis que lo matriculan en una corriente relativista. e. Más
que una denuncia, Kuhn propone formas de escapar del relativismo sin echar por la borda
lo alcanzado en los análisis historicistas. f. Es posible exorcizar algunos demonios que han
tomado posesión de la obra de Kuhn.

Pero además de una simple reconstrucción de la disputa entre dos concepciones de ciencia,
lo que se pretendió a lo largo de la presente exposición fue mostrar las difíciles relaciones
que se tejen entre filosofía de la ciencia y otras áreas del conocimiento que abordan el
mismo fenómeno. A diferencia de las posturas excluyentes que predominaron en los
orígenes de esta rama de la filosofía, se observa a un Kuhn que, aunque muchos concluirán
que se atrincheró en las barricadas positivistas para impedir el paso a los nuevos discursos,
dialoga buscando puntos de encuentro, sin que por ello tenga que renunciarse a la
racionalidad.

En nuestros contextos, toda reflexión tiene que servir para algo, en este caso específico, la
presente incentiva al diálogo interdisciplinario y a una lectura atenta de las tendencias
académicas, no con el afán de dictaminarles el camino a seguir (la mayoría de los discursos
han alcanzado su madurez), sino para señalar sus posibles inconsistencias y sugerir modos
de salida a sus atascaderos. Más que una actitud soteriológica, se busca de la filosofía un
compromiso intelectual que, aunque no se reduzca a mera terapéutica, la haga, sin perder de
vista que el filósofo es funcionario de la humanidad.


Véase, por ejemplo, la dificultad que creó el concepto de paradigma presente en la Estructura de las
Revoluciones científicas y denunciada por Margaret Materman. En este trabajo Masterman presenta 21 usos
distintos que hace Kuhn del término paradigma (Masterman, M. (1974). The nature of a paradigm. In:
Lakatos, I. & Musgrave, A. (1974). Criticism and the growth of knowledge. Cambridge: Cambridge
University Press).
BIBLIOGRAFÍA:

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y sus posibles aportes a la enseñanza de las ciencias”. En: Cinta de moebio, Nº 20,
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