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Read MacDonald, Margaret (2001) Cuentos que van y vienen. Cómo inventar nuevos y narrar los
favoritos de siempre. Buenos Aires: Aique.
Profesora Matilde Orciuoli 1
Primero se acostó en la cama de Papá Oso.
Era MUY DURA.
Los tres osos nunca volvieron a ver a Ricitos de Oro por allí2
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El formato de frases cortas con algunas palabras resaltadas y separación entre los párrafos, se
denomina "etno poético". Esta es una forma de reproducir el lenguaje oral, permitiendo al lector intuir
dónde el narrador realiza pausas, da énfasis o baja la voz.
Profesora Matilde Orciuoli 2
EL GRILLO QUE QUERÍA TENER UNA CASITA
Juana Teresita Costas
Los tres vestidos de Fina
Había una vez un grillito que quería tener una casita sólo para él. Vivía en un jardín lleno de
flores y su lugar p referido era una enredadera que cubría los pies de una estatua.
Pero esa era una casa demasiado grande para un grillo tan pequeño.
Una tarde, antes de que el sol se ocultara, salió de su escondite y descubrió con gran
alegría una casita redonda y pequeña. Entonces cantó:
Al escuchar el canto del grillo, una cabeza con dos cuernitos se asomó y contestó:
Al escuchar el canto del grillo, una cabeza con un piquito se asomó y contestó:
El grillito estaba tan escondido que el viento creyó que era la rosa que cantaba y llevó la
noticia a todos los insectos y aves del jardín.
Las mariposas y picaflores se tomaron las alitas y bailaron alrededor de la rosa roja
Y así termina el cuento del único grillo cantor que encontró su casa en una flor.
"¿Qué les parece si sembramos trigo para hacer pan?" —dijo la Gallinita Roja.
(El cuento es muy sencillo. Siga el mismo modelo para contar el resto de la historia)
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Read MacDonald, Margaret (2001) Cuentos que van y vienen. Cómo inventar nuevos y narrar los
favoritos de siempre. Buenos Aires: Aique.
Profesora Matilde Orciuoli 4
EL HUEVITO
María Guadalupe Allassia
Colección La llavecita
Biblioteca infantil Editorial Plus Ultra.
Había una vez una rana que encontró un huevito. Estaba tan contenta que le dijo a la
tortuga, que se hallaba tomando sol:
—Tortuga, Tortuga,
yo encontré un huevito
y a todos mis amigos
los invito a comer.
La Tortuga dijo:
—Gracias, Rana. Yo les avisaré.
Y se fue caminando, caminando, caminando, hasta que encontró al conejo blanco
entre unos pastitos verdes y tiernos,
—Conejo, Conejo.
Vamos a ver, vamos a ver.
La rana encontró un huevito
y nos invita a comer.
El Conejo dijo:
—Gracias, Tortuga.
Y se fue corriendo, corriendo, corriendo, hasta que encontró a la abeja doradita entre
unas flores amarillas.
—Abeja, Abeja.
Vamos a ver, vamos a ver.
La rana encontró un huevito
y nos invita a comer.
—Gracias, Conejo.
Y se fue zumbando, zumbando, zumbando, zumbando, hasta que encontró al
pajarito azul, jugando en una rama.
—Pajarito, Pajarito.
Vamos a ver, vamos a ver.
La rana encontró un huevito
y nos invita a comer.
Profesora Matilde Orciuoli 5
El pajarito azul dijo:
—Gracias, Abeja.
Y se fue volando, volando, volando, hasta que encontró a la gallina colorada
picoteando un grano de maíz.
—Gallina, Gallina.
Vamos a ver, vamos a ver.
La rana encontró un huevito
y nos invita a comer.
—¿Un huevito? – preguntó asombrada la gallina. - ¿Un huevito? Me parece que yo lo
conozco…
Y se fue rápido a la casa de la rana que estaba al lado de la laguna. Allí estaban
todos reunidos: la rana, la tortuga, el conejo, la abaja y el pajarito. La rana había puesto la
mesa con un mantel blanco y en el medio de la mesa, sobre un plato grande estaba el
huevito que iban a comer. Pero justo, justito en ese momento, llegó la gallina colorada y dijo:
—Vamos a ver, vamos a ver.
¡Este huevito es mío
y nadie lo va a comer!
Había una vez un ratón muy alto y un ratón muy bajo que eran buenos amigos.
Cuando se encontraban Ratón Muy Alto decía: “¡Hola, Ratón Muy Bajo!”.
Y Ratón Muy Bajo decía: “¡Hola, Ratón Muy Alto!”.
Los dos amigos solían ir a pasear juntos.
Cuando pasaban por un jardín Ratón Muy Alto decía: “¡Hola, flores!”
Y Ratón Muy Bajo decía: “¡Hola, raíces!”
Cuando pasaban delante de una casa Ratón Muy Alto decía: “¡Hola, tejado!”
Y Ratón Muy Bajo decía: “¡Hola, sótano!”
Esta era una viejecita que tenía un pequeño huerto. Allí cuidaba lechugas, coles y
cebollas. Un día entró un chivito y mordía y comía sus plantitas y sus cebollitas. Salió la
viejecita y le dijo que se fuera, pero el chivito la miró de frente y furioso la contestó.
-Soy el chivito del chivatal
y si me molestas te voy a dañar.
La viejecita se fue llorando por el camino, diciendo:
-¡Ay, ay, las cebollitas del cebollar!
Y se encontró con el perro. Llorando le contó que el chivito no quería salir de su
huerto. El perro le dijo:
-No llore, viejita,
ni por el chivito ni por la cebollita.
Cuando llegaron al cebollar, el perro dijo:
-Sal, chivito, sal.
Y el chivito, mirándolo fijamente, le responde:
-Soy el chivito del chivatal
y si me molestas te voy a dañar.
El perro le dijo a la viejecita que volvería otro día para ayudarle y se fue silbando. La
viejecita volvió al camino llorando y diciendo:
-¡Ay, ay, las cebollitas del cebollar!
Y se encontró con el toro. Llorando le contó que el chivito no quería salir de su
huerto. El toro le dijo:
-No llore, viejita,
ni por el chivito ni por la cebollita.
Cuando llegaron al cebollar, el toro le dijo:
-Sal, chivito, sal.
Y el chivito, mirándolo fijamente y bajando la cabeza, contestó:
-Soy el chivito del chivatal
y si me enfurezco te voy a dañar.
El toro dijo a la viejecita que volvería otro día para ayudarle y se fue suspirando. La
viejecita volvió al camino llorando y lamentándose:
-¡Ay, ay, las cebollitas del cebollar!
Y se encontró con una hormiga delgada de cintura. Llorando le contó que el chivito
no quería salir de su huerto, y la hormiguita dijo:
-No llore, viejita,
ni por el chivito ni por la cebollita.
Cuando llegaron, la hormiguita se acercó al chivito y le dijo muy bajito:
Profesora Matilde Orciuoli 15
-Sal, chivito, sal.
Y el chivito, rojos sus ojos:
-Soy el chivito del chivatal
y si me enojas te voy a dañar.
Y la hormiguita, plantándose:
-Pues yo soy hormiguita del hormigal
y si te pico vas a llorar.
El chivito no quiso oírla y siguió comiendo lechugas y cebollas. La hormiga trepó por
las barbas del chivito y le picó a todo picar. El chivito, sorprendido y dolorido, salió disparado
balando, balando, balando, hasta que se perdió de vista por el camino.
La hormiga volvió pasito a paso a la casa de la viejecita.
La viejecita le regaló un saco de trigo, pero la hormiguita aceptó tres granos y se fue.
Cuenta el cuento del jardín redondo que cuando brilla la luna de pastilla de naranja, Bú sale
a pasear. Los bichitos lo saludan:
—¡Adiós caracol con un maíz arriba!
Y Bú contesta: ¡Col col!
Está muy contento paseando su casa, que se pone y se saca, porque, después de todo, ¿a
quién no le gusta ponerse y sacarse su casa alguna vez?
Había una vez un vendedor de gorras. Vendía gorras verdes, marrones, azules y
rojas. ¡Y las llevaba sobre la cabeza! Primero se ponía su propia gorra rayada; encima de
ésta, apilaba las cinco gorras verdes; después, las cinco marrones; más arriba, las cinco
azules y arriba de todo, las cinco gorras rojas.
Un día, el vendedor se sintió cansado y triste porque no había vendido ni siquiera
una gorra: ni una verde, ni una marrón, ni una azul, ni una roja.
Entonces, abandonó el pueblo en donde nadie necesitaba sus gorras y caminó y
caminó hasta que llegó al campo. Allí encontró un gran árbol y se sentó a la sombra. Se
sacó las gorras y las contó. Las tenía todas: la suya, rayada; las verdes, las marrones, las
azules y las rojas. Pero como no había vendido ninguna, no tenía dinero para comprar
comida.
Paciencia –pensó, mientras volvía a ponérselas-. Venderé alguna esta tarde. –Y se
quedó dormido.
Se despertó sintiéndose mucho mejor y enseguida levantó un brazo para tocar la pila
de gorras. ¡Pero sólo le quedaba una! ¡Sólo su gorra rayada!
Se levantó de un salto y empezó a buscarlas. Pero no aparecía ni una gorra verde, ni
una marrón, ni una azul, ni una roja...
Miró entonces hacia la copa del árbol... ¡y allí estaban todas sus gorras! ¡Cada una
puesta en la cabeza de un mono!
—-¡Monos ladrones! –gritó el vendedor-. ¡Devuélvanme mis gorras! Los monos no le
contestaron nada.
—¡Eh! ¿Me oyen? ¡Devuélvanme mis gorras! –gritó entonces el vendedor,
amenazándolos con el puño.
Los monos le mostraron entonces su puños, pero no le devolvieron las gorras.
Enojado, el vendedor pegó una patada en el suelo y exclamó: -¡No me hagan burla,
monos feos!
Todos los monos pegaron una patada sobre las ramas y le dieron la espalda.
Desesperado, el vendedor se quitó entonces su gorra rayada y la arrojó sobre el
suelo mientras les decía: —-¡Aquí tienen otra más, ladrones!
Y ya se marchaba cuando vio que los monitos se sacaban las gorras y las tiraban al
suelo, tal como él había hecho. En un segundo, todas sus gorras estaban sobre el pasto.
Entonces el vendedor se apuró a recogerlas y a colocarlas otra vez sobre su cabeza:
primero, se puso la gorra rayada; encima de ésta, las verdes; después, las marrones; más
arriba, las azules y, arriba del todo, las rojas.
Y se fue a jugar.
Osito volvió a casa otra vez.
—-¿Qué te pasa, Osito?
—-Tengo frío –dijo Osito.
—-Vete, frío –dijo mamá Osa-, que mi Osito es mío.
Entonces mamá Osa le quitó el gorro, el abrigo, el pantalón para la nieve y le dijo:
—-¡Ea! Ya tienes abrigo de piel...
—-¡Qué bien, qué bien, qué bien! –dijo Osito-. ¡Ya tengo un abrigo de piel! Ahora ya
no tendré frío.
Folclórico
Había una vez un gatito negro que tenía la cola blanca y una gatita blanca que tenía
la cola negra.
—-¡Cómo me gustaría ser todo, todo negro!- decía el gatito negro de la cola blanca.
—-¡Cómo me gustaría ser toda, toda blanca!- decía la gatita blanca de la cola negra.
Los dos se pusieron de acuerdo ¡Tenían que cambiar sus colas!
—-¿Quién nos ayudará? -pensaban.
Entonces fueron a la casa del carpintero.
—-Buenos días, Sr. Carpintero -saludaron los dos. Luego habló el gatito:
—-Yo soy un gatito negro que tiene la cola blanca y ella es una gatita blanca que
tiene la cola negra. ¿podría usted cambiarnos las colas?
—-Oh, no -contestó el carpintero. -Eso no se puede, gatitos. ¿Con qué las pegaría?
Pero... ¿Por qué no van a la casa del tejedor? Quizás él los pueda ayudar.
—-Gracias, Sr. Carpintero -dijeron los gatitos. Y se fueron contentos a la casa del
tejedor.
—-Buenos días, Sr. Tejedor -saludaron los dos- Luego habló la gatita:
—-Yo soy una gatita blanca que tiene la cola negra y él es un gatito negro que tiene
la cola blanca. Queremos cambiarlas ¿podría usted tejer para mí una cola blanca y para él
una cola negra?
—-Oh, no -contestó el carpintero. -Eso no se puede, gatitos. A ustedes les gusta
mucho jugar con la lana. Las colas se destejerían. Pero... ¿Por qué no van a la casa del
pintor? Quizás él los pueda ayudar.
—-Gracias, Sr. Tejedor -dijeron los gatitos. Y se fueron contentos a la casa del pintor.
—-Buenos días, Sr. Pintor -saludaron los dos- Luego dijeron juntos:
—-Somos un gatito negro que tiene la cola blanca y una gatita blanca que tiene la
cola negra. Queremos cambiarlas ¿podría usted pintarnos las colas?
—-Oh, sí -contestó el pintor. -Con mucho gusto, gatitos.
Y mientras cantaba una canción, el pintor buscó sus pinceles, un tarrito de pintura
negra y un tarrito de pintura blanca. Y cantando otra canción, les pintó las colas.
Muy contentos salieron los gatitos. Ahora eran un gatito negro con la cola negra y
una gatita blanca con la cola blanca.
Y muy contentos volvieron a su casa.
-Toc, toc, toc.- golpearon a la puerta. Pero cuando mamá gata la abrió, no los
reconoció.
Judy West
Tim Warnes
Editorial Atlántida
Una mañana, Sapo se levantó y supo inmediatamente que algo andaba mal en el
mundo. Algo había cambiado.
Se asomó por la ventana y se quedó extrañado al ver que todo estaba
completamente blanco.
Corrió afuera, confundido. Había nieve por todas partes. El suelo estaba resbaloso.
De repente, cayó de espaldas...
... y se deslizó río abajo. El río estaba congelado y Sapo quedó tendido en el hielo
frío y duro.
—-Si no hay agua ¿cómo podré lavarme? –pensó Sapo alarmado.
Tiritando de frío, alcanzó la orilla y allí se sentó.
En eso, llegó Pata patinando.
—Hola Sapo –dijo Pata- Qué tiempo tan bonito hace hoy. ¿Vienes a patinar
conmigo?
—-No –contestó Sapo-. Me estoy congelando.
—-Te hará bien patinar-dijo Pata-. Ven que te enseño.
Pata le prestó a sapo su bufanda roja y le ayudó a ponerse los patines. Empujó a
Sapo por el hielo. Sapo se deslizó velozmente y muy pronto se cayó.
—-¿No estás gozando? –preguntó Pata.
Pero Sapo estaba congelado como un témpano y sus dientes castañeteaban.
—-Tú tienes un abrigo de plumas calentito –dijo Sapo-, pero yo soy un sapo pelado.
—-Tienes razón. Quédate con mi bufanda –dijo Pata y se marchó.
Entonces apareció Cochinito cargando una cesta de leña.
—-Cochinito, ¿no te estás congelando? –preguntó Sapo.
—-No –dijo Cochinito-. Me encanta el aire fresco y saludable. El invierno es la
temporada más hermosa de todas.
—-Tú tienes una deliciosa capa de grasa para mantenerte abrigado –dijo Sapo-. Pero
¿qué tengo yo? Soy sólo un sapo pelado.
—-Pobre Sapo –pensó Cochinito-. Ojalá lo pudiera ayudar.
¡Un, dos! ¡Un, dos! Liebre estaba trotando en la nieve.
—-¡Viva el deporte! –exclamó Liebre-. No hay nada como hacer ejercicio en pleno
invierno. ¡Un, dos! ¡Un, dos!
—-Sapo –dijo Liebre-, ¿por qué no me acompañas?
—-Me estoy congelando. Tú tienes una piel peluda y abrigada, pero yo no tengo
nada –dijo Sapo y regresó a casa tristemente.