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Descubra la

voluntad de
Dios para su
vida
por Daniel Kolenda Parte 2

No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he


puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca.

Juan 15:16

En el libro de Josué, capítulo 3, leemos que los hijos de Israel se encontraron con un
obstáculo aparentemente insuperable en su viaje por el desierto: el río Jordán, cuyas aguas
inundaban sus orillas y les impedían seguir su camino. Si Josué hubiera realizado su carrera
profesional en uno de nuestros excelentes seminarios teológicos, habría calmado a los
Israelitas con palabras llenas de sabiduría, diciéndoles algo como: “Esperaremos justo aquí
hasta que el Señor nos abra un camino entre las aguas” o, parafraseándolo en palabras más
modernas: “Esperaremos hasta que el Señor nos abra una puerta”. Su orden fue, sin embargo,
todo lo contrario. Les dijo a los sacerdotes que tomaran el arca y se metieran en el agua. En
cuanto los pies de los sacerdotes tocaron el agua del Jordán, el río se abrió.

Y cuando los que llevaban el Arca entraron en el Jordán y los pies de los sacerdotes que
llevaban el Arca se mojaron a la orilla del agua (porque el Jordán suele desbordarse
por todas sus orillas todo el tiempo de la siega), las aguas que venían de arriba se
amontonaron bien lejos de la ciudad de Adam, que está al lado de Saretán, y las que
descendían al mar del Arabá, al Mar Salado, quedaron separadas por completo, mientras
el pueblo pasaba en dirección a Jericó. Pero los sacerdotes que llevaban el Arca del pacto
de Jehová, permanecieron firmes sobre suelo seco en medio del Jordán, hasta que todo el
pueblo acabó de pasar el Jordán. Y todo Israel pasó por el cauce seco. (Josué 3:15-17).

Si Josué les hubiera ordenado a los hijos de Israel que esperasen hasta que Dios separase
las aguas del río, sus esqueletos aún estarían blanqueandose en el sol a orillas del Jordán,
porque las aguas no se abren hasta que nuestros pies se mojan.

Pedro nunca hubiera caminado sobre las aguas si no habría estado dispuesto a mojarse los
pies. Si saben lo que Dios les ha llamado a hacer, deben dejar de esperar a que algo especial
suceda. Deben dar el primer paso. Deben salir de la barca. Deben mojarse los pies. Deben
empezar a moverse hacia ese llamado. ¡Deben empezar a hacer algo!

El semáforo está en verde

Nadie que está bien de la cabeza se quedaría parado delante de un semáforo verde, esperando
a que todos los semáforos a lo largo de esa misma calle estuviesen en verde antes de arrancar
el coche. Aún así, muchísimas personas se quedan sentadas esperando porque no todas las
puertas se han abierto delante de ellos y no pueden ver cómo las cosas se desarrollarán para
ellos. El paso más importante es el que está justo delante de uno. Hagan lo que puedan hacer y
mientras permanencen fieles en ello, Dios les dará más.

Para muchos, este primer paso es el más difícil porque no están seguros del “tiempo de
Dios”. Tienen miedo de precipitarse y “adelantar” a Dios y están siempre “esperando en el
Señor”. Estas ideas de por sí son nobles, desafortunadamente, muchos creyentes las usan
como excusas muy convenientes.

En Lucas 9:59 Jesús llamó a un hombre y le dijo, “Sígueme”. A este hombre le hubiera
gustado seguir a Jesús, pero le contestó: “Déjame ir primero y enterrar a mi padre.” La
respuesta que Jesús le dio fue muy clara: “Deja que los muertos entierren a sus muertos;
pero tú vete a anunciar el reino de Dios.”

Debo ser sincero. Durante mucho tiempo sentía que esta respuesta de Jesús estaba fuera
de lugar. No entendía que porqué Jesús no le permitía a este pobre joven participar en
el funeral de su padre. No hubiera tardado mucho. Un día, mientras leía ese pasaje, le
pregunté al Señor: “¿Porqué fuiste tan cruel con ese joven? ¿Porqué no le permitiste
enterrar a su padre?” Entonces escuché al Señor hablar claramente a mi corazón: “¿Qué
te hace pensar que el padre estaba muerto?”. Y de repente veía lo que no había visto antes.
La Biblia no dice que el padre estaba muerto, solo dice que este joven quería esperar hasta
el entierro de su padre antes de responder al llamado. Puede ser que su padre era muy
mayor o estaba enfermo. Fuera lo que fuere, este joven opinaba que vendría un tiempo más
adecuado que el presente para seguir a Jesús.

De repente pude ver lo que muchos de nosotros hacemos. Jesús nos llama cuando somos
adolescentes y nosotros respondemos: “Señor, te seguiré, pero primero dejame graduarme”.
Cuando nos graduamos, volvemos a escuchar el llamado y entonces decimos: “Señor
te seguiré, pero dejame primero formar una familia”. Nos casamos, tenemos hijos y de
repente, se repite el llamado, a lo que respondemos: “Señor, te seguiré, pero dejame
primero ahorrar algo de dinero por si acaso”. “Pero dejame primero financiar la educación
escolar de mis hijos”. “Pero dejame primero jubilarme y recibir mi pensión”. Pero primero,
pero primero, pero primero. Antes de enterarnos, nuestro cadaver se enfría, nos entierran y
nunca seguimos el llamado de Dios.

La única respuesta adecuada al llamado de Dios

Siempre habrá un tiempo más “conveniente” para responder al llamado de Dios que el hoy
y ahora. Pero ese tiempo más conveniente nunca llegará. Jesús llamó a Simón y a Andrés
cuando estaban muy ocupados con su negocio pesquero. Pero cuando Jesús los llamó,
“dejándo al instante sus redes, lo siguieron” (Marcos 1:18). Esta es la única respuesta
adecuada al llamado de Dios. Deja todo, renuncia a todo y síguele.

Reinhard lo dice con estas palabras: “Los que siempre están buscando la voluntad de
Dios se ven adelantados por aquellos que la hacen.”

Quiero terminar esta carta animándoles a empezar a responder al llamo de Dios para sus
vidas hoy. Empiecen a dar ese primer paso.

Pueden pasar su vida entera estudiando la teoría de la música, pero uno nunca aprenderá a
tocar el piano hasta que se siente delante de uno y empiece a tocarlo. Será difícil al principio.
Sus dedos no sabrán qué hacer. Se sentirán frustrados y desanimados a veces. Se sentirán
incapaces de coordinar sus dedos como si todos fueran dedos gordos. A veces, se sentirán
como un fracasado completo. Es el temor ante estas emociones lo que impide a muchas
personas seguir el llamado de Dios para sus vidas.

No puedo decir que todo lo que he hecho en mi ministerio ha sido un éxito maravilloso. De
hecho, podría enumerar muchas cosas que terminaron fracasando en todos los aspectos.
Pero incluso durante estas experiencias negativas aprendí lecciónes valiosas de las que hoy
saco provecho. A Thomas Edison le tomó muchos años y miles de intentos malogrados
para inventar la bombilla eléctrica. Dijo: “Si descubro 10.000 maneras como algo no va a
funcionar, no he fracasado. No me desanimaré, porque cada intento fracasado es otro paso
hacia delante.” Se negó a temer el fracaso.

¿De qué tienen miedo?

En Mateo 25 leemos la historia de un señor que reparte dinero entre sus siervos antes de
salir de viaje. Uno de los siervos recibe cinco talentos, otro dos talentos y el último recibe
un talento. Estoy seguro de que conocerán la historia. El primer siervo invierte los cinco
talentos y pronto tiene diez. El segundo invierte los dos talentos y pronto dispone de
cuatro. Pero el tercer siervo toma su talento y lo entierra. Lo interesante de la historia es la
explicación que este siervo le da a su señor a su regreso. Dice: “Tuve miedo, y fui y escondí
tu talento en la tierra” (Mateo 25:25).

¡Enterró su talento por temor!

¿Qué es lo que temía? ¿El fracaso? ¿El ser burlado? ¿El trabajo duro? No lo sé, pero algo
está claro. No importa lo que temía, el temor de ello era más grande que el temor de su señor.

Cuando Dios creó a Adán, lo creó del “polvo de la tierra”. Somos vasijas hechas de tierra.
Y es justo en esta “tierra” en la que tantos entierran sus talentos – por temor.

El cementerio es uno de los lugares más trágicos en una ciudad. No por la gente enterrada
allá, pero por lo que ha sido enterrado en las personas enterradas allá: libros y canciones
que nunca se escribieron, predicaciones que nunca se predicaron, perdón que nunca se
concedió, inventos nunca desarrollados, tanto potencial nunca aprovechado. Son múltiples
las cosas que han sido enterradas y perdidas para siempre por la simple razón de que
alguien temía la crítica, el rechazo, dificultades financieras o peligro físico.

Queridos amigos, llegará el día en el que cada uno de nosotros estará delante de nuestro
Señor y tendrá que dar cuenta de todo lo que Él nos entregó. No cabe ninguna duda,
debemos temer ese día más que nada y estar dispuestos a arriesgarlo todo para que, cuando
llegue, no tener que avergonzarnos.

¿Qué hubiera pasado si ese siervo habría invertido ese talento y entonces, la bolsa hubiera
colapsado y él perdido todo? Creo que su señor habría tenido más paciencia con el, pues por
lo menos hizo algo. Siempre perderemos el cien por cien de las batallas que no luchamos.

Hoy hay tantas personas con los brazos cruzados porque no saben exactamente qué hacer.

Queridos amigos, ¿de qué tienen miedo? ¿Qué tienen que perder? No hacer nada es peor
que fracasar.

Mayo 2010

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