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“Si salvase tu vida, ¿qué harías?” Esta fue la pregunta que Ciro, Rey de Persia, planteó a
Cagular, jefe de un grupo de rebeldes a quien había capturado y estaba a punto de ejecutar.
Cagular respondió: “Su Majestad, le serviría por el resto de mis días”. Podríamos pensar que
esta promesa de lealtad y servicio a Ciro no era nada más que una obligación lógica y
esperada a cambio del perdón y la misericordia de un rey. Cagular entendió que por haber
sido salvado de la muerte, ahora su obligación era servir.
En Mateo 8 leemos que la suegra de Pedro estaba enferma y padecía de fiebre. Jesús fue a
la casa de Pedro, y en el versículo 15 dice: “Entonces tocó su mano y la fiebre la dejó; ella
se levantó, y los servía.”
Madres, abuelas, suegras… supongo que todas son iguales. Mientras que respiran,
trabajan. Nada más dejar la cama, la suegra de Pedro volvió a la cocina para “servir” a sus
invitados. Yo, probablemente, le hubiera dicho, “¡Relájate, mamá! Hace tan solo un
momento que aún estabas enferma y en cama, no hace falta que te ocupes ahora de
nuestros invitados. ¡Que otro les sirva el café y las tartitas!” ¿Pero cómo podría ella
quedarse en la cama? Jesús la había tocado y sanado. Sentía la obligación de levantarse y
servirle. ¿Nos damos cuenta de que Jesús no la frenó? Puede, incluso, que desde el
principio, Él esperaba esta reacción de ella.
Pablo se fue a Roma para comunicarles a los creyentes de allá que ellos también debían
presentarse a Dios como sacrificio vivo, concluyendo “…este es vuestro verdadero culto”
(Romanos 12:1). Dicho en otras palabras, no se trata de algún favor que le hacemos
generosamente a Dios. Él te compró y te redimió con la sangre de su Hijo. Él te liberó del
pecado y rompió tus ataduras. En Cristo, Él te bendijo con toda bendición espiritual en los
lugares celestiales. Ante todo lo que Él ha hecho por ti, tu servicio como respuesta solo
puede ser “lógico”. Fuiste salvado para servir.
“¡Quién me diera a beber del agua del pozo de Belén que está junto a la puerta!”, dijo el rey
David con vehemencia (2 Samuel 23:15). Hubo tres soldados que al oír este deseo cogieron
sus espadas y desaparecieron en la oscuridad. Nadie les había dado la orden, ni tenían la
obligación de hacerlo, había, sin embargo, una fuerza más poderosa que el deber – su amor
por el rey – que los impulsó a irrumpir en el campamento de los filisteos, sacar el agua del
pozo y llevarsela a David.
David se conmovió profundamente ante esta hazaña, de manera que no pudo beber el agua
sino que la derramó como ofrenda delante de Jehová. No le impresionó el riesgo de tal acto,
ya que arriesgarse la vida era algo que se daba por sentado en un soldado. Pero esto era
diferente. Lo que los tres habían hecho, no lo hicieron por Israel o por Judá, ni por la guerra
o la batalla. Fue una ofrenda personal para David y, sin duda alguna, el regalo más valioso
que jamás había recibido.
Alguien me dijo una vez: “No siento ninguna carga para una nación particular.” Esto, según
su modo de ver, le eximía del ministerio evangelístico. Pero, ¿amas a Jesús? Ese es el
Si recibimos este don de vida que a Cristo le costó todo, ¿cómo podemos posiblemente
consumirlo intentando satisfacer nuestras propias ambiciones, nuestros deseos y placeres?
¡Dios nos guarde! Nos vemos más bien obligados a entregarle a cambio nuestra vida, con
una actitud reverente y amor profundo, derramarla como ofrenda delante de Él. No nos
equivoquemos, esto no es ningún error, ningún derroche. Es nuestro servicio verdadero,
lógico. Fuimos salvados para servir.
Cuando Cristo vino, vino – por ti. Vivió su vida perfecta – para ti. Sus lagrimas, su sudor, su
sangre, todo fue – por ti. Los clavos, los pinchos, la cruz, la tumba, todo fue – por ti.
El evangelista Leonard Ravenhill preguntó una vez: “¿Mereció la pena que Cristo muriera
por lo que tú ahora estás viviendo?” Él no nos salvó para luego coleccionarnos y
mirarnos toda una eternidad como artículos de decoración todo pulidos y bonitos. Nos salvo
con un propósito, y cumplir con este propósito es la única respuesta aceptable que podamos
tener ante tan maravillosa salvación.
Tienes una obligación, un deber y una responsabilidad ante Aquél que dió su vida por ti. No
fuiste salvado por amor a la salvación, fuiste salvado para servir. Este es tu verdadero culto.
Recomendación de un libro
Pero Dios es más grande que los sueños, más fuerte que los temores, y más
alto que cualquier expectativa. Obras aún mayores ofrece historias reales,
conmovedoras y edificantes acerca de personas comunes de todas partes del
mundo. Personas como tú, en quienes Dios realizó obras extraordinarias a
pesar de sus sueños quebrantados, sus fracasos y sus debilidades. Su gracia
nos es dada libremente …
Dios obrará maravillosamente a través de toda persona que se encuentre dispuesta a creer
sinceramente en su Palabra. Reinhard Bonnke es un gran hombre de Dios quien, a través de este
libro, Obras aún mayores, encenderá en ti la pasión por llevar a cabo “obras aún mayores” de lo que
pudiéramos imaginar, para la gloria de Dios. Joyce Meyer, escritora y maestra bíblica.