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LIBRO 3

INDICE
CAPITULO 1.- San Ambrosio revela a santa Brígida cuánto valga la oración de los buenos para con
Dios.

CAPITULO 2.- Decláranse a santa Brígida algunas excelencias de la santísima Virgen por boca de la
misma Señora.

CAPITULO 3.- La santísima Virgen habla a santa Brígida sobre la verdad de estas revelaciones.

CAPITULO 4.- San Juan Bautista confirma a santa Brígida la verdad de sus revelaciones.

CAPITULO 5.- Dice santa Inés a santa Brígida, que no se debe dejar la conversión para la hora de la
muerte.

CAPITULO 6.- Contiene mucha doctrina y un precioso final sobre el celo de las almas.

CAPITULO 7.- Palabras de la Virgen a santa Brígida elogiando a santo Domingo de Guzmán.

CAPITULO 8.- Laméntase santa Brígida al Señor, de las distracciones que padecía en sus ejercicios
espirituales, y cómo la consuela Jesucristo.

CAPITULO 9.- Habla la Virgen María a santa Brígida sobre los dones del Espíritu Santo y hace un
grande elogio del patriarca san Benito.

CAPITULO 10.- Nuevos elogios que hace la santísima Virgen del patriarca san Benito.

CAPITULO 11.- Responde el Padre Eterno a los ruegos de la Santa, dándole testimonio de que en ella
habita la santísima Trinidad, como también en el alma de los que de veras creen.

CAPITULO 12.- Instruye el Salvador a santa Brígida sobre la importancia de rogar por los malos y por
los infieles.

CAPITULO 13.- Palabras de la Virgen, quejándose del olvido que los cristianos tienen de su divino
Hijo.

CAPITULO 14.- Magnífica idea de la Beatísima Trinidad y de la inmensa misericordia de Dios.

CAPITULO 15.- Ruega la Santa por la ciudad de Roma, y descúbrele la Virgen María muchas grandezas
de esta ciudad y de sus innumerables mártires.

CAPITULO 16.- Gran doctrina de la Virgen María, sobre la caridad y amor de Dios, con un maravilloso
ejemplo de cuatro ciudades, en las que se significan el limbo, el purgatorio, el infierno y el cielo.

CAPITULO 17.- Preciosa descripción y elogio de la Virgen María, y contestación de la Señora.

CAPITULO 18.- Santa Inés habla a santa Brígida del inmenso amor que Jesús tiene a su Madre.

CAPITULO 19.- Como el imán atrae el hierro, así la Virgen María atrae los pecadores a Dios.
CAPITULO 20.- Consejos que da la Virgen María a santa Brígida sobre la pureza del alma y la
abstinencia del cuerpo.

CAPITULO 1

San Ambrosio revela a santa Brígida cuánto valga la oración de los buenos para con Dios.

Escrito está, dijo san Ambrosio a santa Brígida, que antiguamente los amigos de Dios clamaban a Él y le
pedían que rompiese los cielos y bajase a librar su pueblo de Israel. De la misma manera claman en estos
tiempos los siervos de Dios y le dicen: Oh benignísimo Dios; vemos perecer innumerable gente en las
tempestuosas olas, porque sus codiciosos superiores quieren siempre llevarlos a aquellas tierras, donde
calculan que han de sacar mayor lucro de ellos.

Encamínanse ellos y los que los siguen adonde hay más peligrosos escollos, sin conocer la navegación ni
la seguridad del puerto, y por esto perecen miserablemente muchos, y es raro el que llega al puerto de
salvación. Te rogamos, pues, Rey de toda gloria, que seas servido poner un farol y luz en el puerto, para
que pueda el pueblo evitar los peligros, y no tenga que obedecer a inicuos gobernadores, sino que con tu
bendita luz lleguen a puerto seguro.

Por estos gobernadores entiendo todos los señores que en el mundo tienen potestad espiritual o temporal;
porque no pocos de éstos aman tanto su propia voluntad, que engolfados en las tempestades y borrascas
del mundo, en la soberbia, en la codicia y en los placeres, no atienden al provecho de las almas de sus
súbditos. Y los sigue el miserable vulgo, creyendo ir por el camino recto, y de esta suerte perecen ellos
juntamente con sus súbditos, siguiendo cada uno el apetito de su voluntad.

Por el puerto, entiendo el conocimiento de la verdad, que en los presentes tiempos se halla tan
obscurecido para muchos, que si alguien dijere que el camino para el puerto de la patria celestial es el
Santísimo Evangelio de Jesucristo, le dirán que miente, y prefieren seguir las obras de los que a cada paso
pecan, antes que creer a los que enseñan la verdad del Evangelio.
La luz que piden los amigos de Dios, es que se sirva el Señor renovar la verdad en el mundo, para que se
reanime el amor de Dios en los corazones de los hombres, y no se olvide ni menosprecie su justicia. Y por
esto fué del agrado de Dios, por su misericordia y a ruego de sus amigos, alumbrarte con la luz del
Espíritu Santo, para que veas, oigas y entiendas cosas espirituales, y todo lo que oyeres en espíritu, debas
manifestarlo a los otros según la voluntad de Dios.

CAPITULO 2

Decláranse a santa Brígida algunas excelencias de la santísima Virgen por boca de la misma Señora.

Yo soy, hija mía, dice la Virgen, a quien amó Dios desde su eternidad, y desde mi niñez estuvo conmigo
perfectamente el Espíritu Santo; y como puedes ver valiéndote como de ejemplo una nuez, que cuando va
desarrollándose, al modo que crece la cáscara, crece también la parte que tiene dentro, de suerte que la
nuez siempre está llena y no puede caber en ella ninguna otra cosa, igualmente yo desde mi infancia
estuve llena del Espíritu Santo, y al modo que crecía mi cuerpo, con tanta abundancia me iba llenando el
Espíritu Santo, que no dejó en mí vacío ninguno, donde pudiese caber pecado. Y así yo soy la que nunca
cometí pecado venial ni mortal; porque estaba tan encendida en el amor de Dios, que ninguna cosa me
agradaba, sino sólo el cumplir con mucha perfección su voluntad.

Ardía en mi corazón el fuego del amor Divino; y también Dios bendito sobre todas las cosas, que con su
poder me crió y llenó de la virtud del Espíritu Santo, me amó grandemente, y con el fervor de su mucho
amor me envió su mensajero, haciéndome entender su voluntad de que fuese Madre de Dios; y cuando
supe que era esa la voluntad divina, al punto, con el amor de Dios que ardía en mi corazón, con gran
obediencia respondí al mensajero: Hágase en mí según tu palabra. Y en aquel mismo instante el Verbo
eterno tomó carne en mis entrañas, y el Hijo de Dios se hizo Hijo mío, de suerte que ambos teníamos un
Hijo, que juntamente era Dios y era hombre; así como yo Madre y Virgen.

Teniendo en mis entrañas a mi Hijo, sabio sobre todos los hombres, Jesucristo verdadero Dios, recibí de
él tanta sabiduría, que no sólo alcanzo la sabiduría de todos los maestros, sino que veo claramente en sus
corazones si sus palabras dimanan de la caridad divina, o sólo de la presunción de sus letras.

Yo soy la que oí la verdad de los labios del ángel Gabriel, y la creí infaliblemente, por lo cual la Verdad
tomó carne y sangre de mi cuerpo, y moró en mí, y engendré la misma Verdad, que a la par es Dios y
hombre. Y puesto que la Verdad, que es el Hijo de Dios, quiso venir a mí, habitar y nacer de mí, entiendo
perfectísimamente si en los labios de los hombres hay o no verdad.

CAPITULO 3

La santísima Virgen habla a santa Brígida sobre la verdad de estas revelaciones.

No temas, hija mía, creyendo que lo que ahora vieres, dimana del espíritu malo. Porque a la manera que
cuando sale el sol, hace dos efectos, que son alumbrar y calentar, así también con la llegada del Espíritu
Santo a tu corazón, vienen el ardor del amor divino, y la luz perfecta de la fe santa. Sientes en ti estas dos
cosas, las cuales no las tiene el demonio, que se compara a sombras tenebrosas.
Yo soy, pues, aquella Virgen a cuyas entrañas se dignó venir el Hijo de Dios, sin ningún deleite
contagioso de carne, y la que lo parió con gran consuelo y sin dolor alguno.

Yo estuve junto a la cruz, cuando mi Hijo con su verdadera paciencia vencía victoriosamente al infierno,
y con la sangre de su corazón abría las puertas del cielo; yo también estuve en el monte cuando el Hijo de
Dios y mío subió al cielo, yo conocí clarísimamente toda la fe católica que enseñó en su Evangelio, para
que todos los que quisiesen entrasen en el cielo, y yo soy, pues, la que estoy en continua oración sobre el
mundo, como el arco iris sobre la nube, el cual parece que se inclina a la tierra, y que la toca con ambas
puntas. Por este arco del cielo me represento a mí mis ma, que me inclino a todos los habitadores del
mundo, tocando a los buenos y a los malos con mi oración: a los buenos, para que sean firmes y
constantes en lo que manda la santa Iglesia; y a los malos, para que no vayan adelante en su malicia y se
hagan peores.

Por tanto, todo el que quisiere cuidar de que se haga estable el fundamento de la Iglesia y se renueve esa
bendita viña que Dios plantó con su sangre, anímese, y si se encontrare insuficiente para ello, yo, la Reina
de los cielos, prometo ayudarle con todos los ángeles, arrancando de cuajo las malas raíces, arrojando al
fuego los árboles estériles, y poniendo en su lugar ramas fructíferas. Por esta viña entiendo la Iglesia de
Dios, en la que deben renovarse dos cosas, que son la humildad y el amor a Dios.

CAPITULO 4

San Juan Bautista confirma a santa Brígida la verdad de sus revelaciones.

Haciendo oración santa Brígida a nuestro Señor, le dijo humildemente. Señor mío Jesucristo, tan
firmemente os creo, que aunque estuviera delante de mi boca una víbora, tengo por cierto que no entraría
si vos no lo permitiéseis para bien mío. Respondió san Juan Bautista: El que verás ahora es el Hijo
Unigénito de Dios, de quien el Padre, oyéndolo yo, dió testimonio diciendo: Este es mi Hijo. Este es
sobre quien vino el Espíritu Santo, al cual lo vi con mis ojos sobre su cabeza en figura de paloma cuando
estaba bautizándole. Y el mismo es Hijo verdadero de la Virgen según la carne, cuyo cuerpo toqué con
estas manos. Cree y confía firmemente en él, y dirige tus pasos por el camino que te enseñare, porque él
es el que señaló el camino derecho para el cielo, por el cual puede marchar tanto el rico como el pobre.

Y si me preguntas cómo el rico se ha de componer para entrar en el cielo, cuando el mismo Dios dijo la
dificultad grande que tenía para lograrlo, y que era más fácil entrar un camello por el ojo de una aguja,
que salvarse un rico, te respondo, que el rico que procura no tener nada ajeno ni mal ganado, y no gastar
su hacienda sin fruto y contra Dios, y de tal manera lo posee, que lo dejaría de muy buena gana, si fuese
la voluntad de Dios para vivir como él pobre, y se entristece y turba de ver las deshonras de Dios y
pérdidas de las almas, y aunque por disposición divina está metido en cosas de mundo es como forzado, y
procura con gran empeño amar a Dios, este tal, aunque rico, es de mucho provecho en el mundo, y muy
amado de Dios.

CAPITULO 5

Dice santa Inés a santa Brígida, que no se debe dejar la conversión para la hora de la muerte.

Muchos hay en el día de hoy, dijo santa Inés a santa Brígida, que tienen estos pensamientos, de caminar
gozando del mundo, para volverse a Dios a la hora de la muerte, y dicen: Cosa dura es meternos por
camino tan estrecho, y dejar las honras y nuestra propia voluntad. Y se apoyan en una esperanza falsa y
peligrosa, diciendo: Larga es nuestra vida, y grandísima la misericordia de Dios. El mundo está lleno de
goces, y para ellos fuí creado; así, no importa que por algún tiempo use yo del mundo según mi voluntad,
que al fin de mi vida quiero seguir a Dios, pues en este camino del mundo hay cierto atajo o vereda, que
es la contrición y confesión, y si me acogiere a ella, me salvaré.

Este deseo de pecar hasta el fin y pensar confesarse entonces, es una esperanza muy flaca, porque cuando
ellos menos piensen, ya están en manos de la muerte, y suele ser tal el dolor y tan arrebatado el fin, que
no pueden hacer confesión ni tener contrición que les sea de provecho. Y con muchísima razón se les
niega eso, pues no quisieron prevenirse cuando pudieron, sino que quisieron atar la misericordia de Dios
y guardarla para cuando ellos quisiesen aprovecharla, y no cuando Dios se la ofrecía; ni tenían
pensamiento de dejar de pecar, sino hacerlo hasta más no poder, y se volvían a Dios porque el pecado los
dejaba a ellos, y no podían ya gozar de sus deleites. La justicia, hace su oficio en juzgar, y la misericordia
el suyo en atraer a sí y convidar.

Y la Madre de Dios dijo a santa Brígida: Aun cuando Dios puede hacer todas las cosas, no obstante, el
hombre debe cooperar para salir del pecado y alcanzar el amor de Dios. Porque tres cosas hay para que el
hombre salga del pecado, que son: perfecta penitencia, intención de no volver a pecar, y la enmienda,
según consejo de los que han despreciado el mundo por Dios, y están autorizados para darlo. Otras tres
cosas hay para alcanzar la gracia, que son: humildad, misericordia y deseo grande de amar mucho a Dios;
pues cualquiera que con estas condiciones dijere aunque sea solamente un Padre nuestro por alcanzar la
gracia de Dios, muy pronto sentirá los efectos de esta misma gracia.

Hasta que está el hombre debajo de la tierra, no me aparto de él; y si se anima a romper las cerraduras, le
salgo al encuentro como su sierva para servirle, y como Madre para ayudarle. Y debo decirte, que como
ves que la tierra produce plantas y flores de diverso género y especie, del mismo modo si desde el
principio del mundo todos los hombres hubiesen permanecido en su justicia original, todos habrían
obtenido excelente recompensa; porque todo el que está gozando de Dios pasa de una alegría a otra, no
porque en ninguna haya hastío, sino porque se va aumentando el placer, y continuamente se renueva un
gozo a otro, y todos tan grandes, que no se puede explicar.

CAPITULO 6

Contiene mucha doctrina y un precioso final sobre el celo de las almas.

Aquel amigo mío, dijo la Virgen a santa Brígida, que dice que me ama tanto, ha de hacer lo que yo le
dijere, pues quiero enseñarle un tesoro, que si lo saca, nunca tendrá pobreza mi miseria, y con sólo verlo
no sentirá los trabajos ni la muerte, y todos los que lo desearen, tendrán cuanto quisieren con gran alegría.
Este tesoro está metido en un alcázar que tiene cuatro cerraduras y gruesos muros, cercados de dos fosos
anchos y hondos. Dile que yo le ruego los pase ambos de un salto, que suba a los muros con un paso, y
que quiebre de un golpe todas las cerraduras, y me presente el tesoro que hallará dentro.

Ahora te diré lo que esto significa. Vosotros llamáis tesoro aquellas riquezas que están en resguardo y se
usa poco de ellas. Este tesoro son las palabras de mi amadísimo Hijo y sus preciosísimas obras, así las
que hizo en su Pasión, como antes de la Pasión, y aquellas maravillosas obras que hizo, cuando el Verbo
encarnó en mis entrañas, y lo que cada día hace cuando en el altar el pan se convierte en su misma carne
con las palabras de la consagración. Todas estas cosas son preciosísimo tesoro, tan descuidado y olvidado
por las almas, que son poquísimos los que de él se acuerdan ni le usan para su provecho.

Pero ¿qué es ese paso espiritual? Vosotros llamáis paso, cuando un pie se aparta de otro cierta distancia,
para que con más presteza vaya el cuerpo adonde quiera; así también, el paso espiritual es cuando
estándose el cuerpo en la tierra, el amor del corazón está en los cielos, y con este paso sólo se sube a los
tres muros; porque con el conocimiento y amor de las cosas celestiales gusta el hombre dejar su propia
voluntad, ser desechado y perseguido por la justicia y hasta morir con gusto por la honra de Dios.

Los dos fosos que están entre los muros, son la hermosura del mundo, y el tener amigos con quienes
holgar y deleitarse. Muchos hay que de muy buena gana se estarían siempre en estos fosos, sin desear
nunca ir al cielo para ver a Dios. Y así, son estos fosos anchos y profundos: anchos, porque la voluntad de
los hombres que hay en ellos, está muy lejos y muy distante de Dios; y son profundos, porque llevan a
muchísimos al profundo de los infiernos; y así se han de pasar de un salto estos dos fosos. ¿Qué es, pues,
el salto espiritual, sino apartar del todo su corazón de las cosas vanas, y desde la tierra subir al reino del
cielo?

Voy ahora a decirte cómo este amigo mío debe presentar lo más precioso que jamás hubo. La Divinidad
fué y es desde la eternidad sin principio alguno, porque no se puede encontrar en ella principio ni fin.
Pero la Humanidad estuvo en mis entrañas, y recibió de mí carne y sangre. Por tanto, es lo más precioso
que jamás hubo ni hay; y así cuando el alma del justo recibe con amor el cuerpo de Dios, y este cuerpo de
Dios llena el alma, entonces está allí lo más precioso que jamás hubo. Pues aunque la Divinidad tiene tres
personas sin principio ni fin en sí, con todo, cuando el Padre envió a mí a su Hijo con la Divinidad y con
el Espíritu Santo, tomó entonces de mí el Hijo su bendito cuerpo.

Y ahora mostraré a ese mismo amigo mío, cómo debe presentarse al Señor ese tesoro preciosísimo.
Dondequiera que el amigo de Dios hallare un pecador, en cuyas palabras hubiese poco amor a Dios y
mucho al mundo, allí esta el alma vacía para Dios. Por consiguiente, el amigo de Dios tenga amor a Dios,
duélase de que es enemigo de Dios y con un alma redimida con la sangre del Creador, y compadézcase de
aquella miserable alma, haciendo uso para con ella como de dos clases de súplica: una con que ruegue a
Dios tenga misericordia de aquella alma, y otra con que le muestre su peligro; y si pudiere reunir en una
estas dos cosas, Dios y el alma, entonces en las manos de su amor presenta a Dios una cosa preciosísima.

También me es a mí gratísimo cuando se reunen en una sola amistad el cuerpo de Dios que estuvo en mí,
y el alma criada por Dios. Y no es de extrañar que me sea tan grato, porque me hallé presente cuando
aquel valeroso soldado, mi Hijo, salió de Jerusalén para sostener una lucha, que fué tan dura y cruel, que
se desencajaron todos los nervios de su cuerpo, la espalda estaba ensangrentada y lívida, los pies y manos
horadados con gruesos clavos, sus ojos y oídos estaban bañados en sangre, el cuello inclinado al expirar,
y su corazón atravesado con la punta de una lanza. Con este grandísimo dolor ganó las almas el que
estando ahora en el cielo, tiene los brazos abiertos para recibir a los hombres; pero muy pocos hay que le
presenten esta esposa que es el alma, que Él tanto quiere.

Así, pues, el amigo de Dios no debe excusar medio, aun a costa de su vida y hacienda, para ayudar a los
demás y presentarlos a mi Hijo.
Dile también, a ese amigo mío, que pues me quiere como a su Madre, que yo cumpliré su deseo y me
uniré a él con un estrecho vínculo, porque el cuerpo de Dios que estuvo en mí, lo recibirá en su alma con
sumo amor, a fin de que como el Padre estuvo en mí juntamente con el Hijo, el cual tuvo en sí mi cuerpo
y alma, y como el Espíritu Santo, que está en el Padre y en el Hijo, estuvo siempre conmigo, el cual tiene
también a mi Hijo dentro de sí; de esta manera quedará unido mi siervo al mismo Espíritu Santo. Pues
cuando el hombre ama la Pasión de Dios, y y tiene en su cuerpo y en su corazón lo que le es tan querido,
entonces tiene también la Humanidad, la cual contiene la Divinidad dentro y fuera de sí, y Dios está en él,
y él en Dios, así como está Dios en mí, y yo en Él. Y cuando mi siervo y yo tenemos un mismo Dios,
tenemos también un mismo vínculo de amor, y el Espíritu Santo, que con el Padre y el Hijo es un sólo
Dios.

Dígote, por último, que si este amigo mío me cumple su palabra, yo le ayudaré mientras viva, y al final de
su vida le serviré y acompañaré, presentando a Dios su alma y diciéndole así: Señor y Dios mío, este te ha
servido a ti y me obedecía a mí, por tanto te presento su alma.
Hija mía, ¿qué piensa el hombre que no hace caso de su alma? ¿Por ventura, Dios Padre con su
incomprensible divinidad hubiera dejado que su inocente Hijo padeciese en su Humanidad tan dura pena,
si no hubiese sido por el cariño y amor que profesa a las almas, y por la gloria eterna que les tiene
preparada?

CAPITULO 7

Palabras de la Virgen a santa Brígida elogiando a santo Domingo de Guzmán.

Te hablé ayer, hija mía, de dos religiosos del Orden de santo Domingo. Este Santo amó a mi Hijo como a
su muy querido Señor, y a mí me amó más que a su misma vida. Inspiróle mi Hijo cómo en el mundo
había tres cosas que le desagradaban muchísimo, y eran soberbia, codicia y sensualidad. Con muchos
gemidos y lágrimas pidióle el Santo remedio, y movido por sus ruegos mi Hijo, inspiróle la regla y modo
de vivir, que contenía tres remedios contra aquellos tres males. Contra la soberbia, mandó que tuviesen
sus religiosos un hábito humilde y sencillo; contra la codicia prohibió poseer nada, a no ser con licencia
del Prior; y contra la insaciable sensualidad, mandó se guardase abstinencia y dividióles el tiempo para
que en todo tuviesen concierto.

Mandó también tuviesen un prior para guardar la paz y conservar la unidad. Y queriéndoles dejar una
señal y armas, con que defenderse del enemigo, imprimió a sus religiosos una cruz espiritual en el brazo
izquierdo junto al corazón con su ejemplo y doctrina, enseñándoles que tuviesen perpetua memoria de la
Pasión de Jesucristo, y predicasen fervorosamente las palabras de Dios, no por vanidad de mundo, sino
sólo por amor de Dios y provecho de las almas. Enseñóles, además, que más bien deseasen ser súbditos
que prelados, que aborreciesen su propia voluntad, que sufrieran con paciencia las injurias, que no
apeteciesen más de lo precisamente necesario para comer y vestir, que amasen con el corazón la verdad y
la trajeran siempre en la boca, que no buscasen su propia alabanza, sino que siempre tuviesen en sus
labios y enseñasen las palabras de Dios, sin callarlas por temor o vergüenza, ni proferirlas por adquirirse
favores humanos.

Llegado el día de su muerte, que le reveló mi Hijo, acogióse a mí diciendo con muchas lágrimas: Oh
María, Reina del cielo, a quien escogió Dios para sí, y en quien se juntaron con estrechísimo vínculo la
Divinidad y la Humanidad. Vos sois juntamente excelentísima Virgen, dignísima y singular Madre; Vos
sois la poderosísima Señora de quien nació la potencia misma. Dignaos oirme, que por estar cierto de lo
mucho que con Dios podéis, me atrevo a pediros recibáis bajo vuestro amparo estos hermanos míos, que
he criado bajo mi estrecho escapulario, y los defendáis con vuestro soberano manto. Regidlos y dadles
ayuda para que no los venza el antiguo enemigo, y destruya esta nueva viña plantada por la diestra de
vuestro Hijo.

Bien sabéis vos, Señora mía, que por tener el escapulario una parte a las espaldas y otra al pecho,
entiendo yo dos consideraciones con que los he criado; la una, el desvelo que de día y noche he tenido en
que sirvan a Dios con moderada templanza y abstinencia; la segunda, el empeño con que he rogado a
Dios que no deseasen cosa alguna del mundo con que ofendiesen a Dios, o manchasen la fama de la
humildad y piedad que yo les dejo encomendada. Ya, Señora, que se llega el tiempo de mi paga, os
encargo y encomiendo a estos que son cosa mía; enseñadlos como a hijos y sufridlos como Madre. Con
estas y otras palabras, fué santo Domingo llamado a la gloria.

Respondí, pues, a su petición, del siguiente modo: Domingo, querido hijo mío, pues tú me has amado más
que a ti, defenderé con mi manto a tus hijos, los gobernaré, y se salvarán todos cuantos perseveraren con
fervor en tu regla. Mi manto es mi misericordia, que no niego a nadie que debidamente la pide, sino que
todos los que la buscan, hallan en ella su amparo.
Pero, ¿qué piensas tú, hija mía que es la regla de santo Domingo? No es más que humildad, continencia y
menosprecio del mundo, y los que con todas veras cumplen estas tres cosas, no se condenarán y habrán
guardado la regla de este Santo.

CAPITULO 8

Laméntase santa Brígida al Señor, de las distracciones que padecía en sus ejercicios espirituales, y cómo
la consuela Jesucristo.

De qué te acongojas y turbas? le dijo Jesucristo santa Brígida. Señor, respondió ella, porque ando llena de
diversos y vanos pensamientos, que no los puedo echar de mí, y la voz de tu terrible juicio me trae
trastornada. Es mucha justicia, dijo Jesucristo, que pues en tu vida pasada te deleitabas con afectos de
mundo contra mi voluntad, así ahora te atormenten pensamientos varios contra la tuya. Sin embargo, teme
con discreción, y confía mucho en mí, que soy tu Dios, y ten por muy cierto, que cuando el alma no se
deleita en los malos pensamientos, sino que lucha con ellos, le sirven para purificarse y granjear mayor
corona. Pero si entendiendo tú que una cosa es pecado, aunque leve, gustas de hacerla, y confiada en tu
abstinencia y en mi amistad lo haces, y no te arrepientes ni le pones otra enmienda, ten entendido que
podrá llevarte al pecado mortal.

Por consiguiente, si con pensar en el pecado hubieres tenido algún deleite por pequeño que sea, mira bien
a lo que propende, y haz penitencia. Porque después que enfermó la naturaleza humana, cae muchas veces
en pecado, y no hay hombre que no peque, al menos venialmente. Pero Dios misericordioso díó al
hombre el remedio, que fué dolerse de todos los pecados, hasta de los enmendados, por si no fué
suficiente la enmienda; porque nada hay que odie Dios tanto, como que el hombre conozca su pecado y
no haga caso de él, o que presuma que por otras obras de virtud que haya hecho está desquitado, como si
Dios, por ejemplo, tolerase algún pecado tuyo, porque sin ti no pudiese ser honrado, y por esto te
permitiese lícitamente hacer algo malo, porque hiciste muchas cosas buenas; siendo todo a la inversa,
pues aunque cien veces hubieras obrado bien, aun no tendrías bastante para pagar a Dios por un solo
pecado, según es el amor y bondad del Señor.

Vive, pues, con prudente temor, y si no puedes desechar los pensamientos, al menos ten paciencia y pelea
contra ellos con toda tu voluntad; porque no te condenarás por tenerlos, pues esto no está en tu mano, sino
por deleitarte en ellos. Y aunque no consientas los malos pensamientos, teme también, no sea que vengas
a caer por tu soberbia; pues todo el que persevera, únicamente persevera por la virtud de Dios; y así, el
temor es una puerta del cielo, que por no tenerlo, se han despeñado muchos y caido en la muerte eterna,
por haber desechado de sí el temor de Dios, y tenido vergüenza de confesar su culpa ante los hombres, no
teniéndola de pecar ante Dios.

Por tanto, al que no cuidare pedir perdón por un pecado pequeño, tampoco cuidaré yo de perdonárselo; y
aumentados de esta suerte con la repetición los pecados, lo que era remisible con la contrición y no
pasaba de ser venial, llega a ocasionar pecados graves con la negligencia y desprecio, según puedes ver en
esta alma ya condenada que voy a mostrarte. Esta alma después que cometió un pecado venial y de fácil
perdón, fué aumentándolos con la costumbre confiada en algunas buenas obras, y sin acordarse de que
había yo de juzgar los pecados leves. Aprisionada así el alma con la costumbre del desordenado deleite,
no se enmendó, ni reprimió el placer de pecar, hasta que el juicio estaba a la puerta y acercábase la última
hora.

Por esto, llegado su fin, ofuscóse de pronto y miserablemente su conciencia y afligióse de morir tan
presto, temiendo separarse de lo mezquino y temporal que amaba. Pues bien, Dios sufre al hombre hasta
el último momento y está esperándolo para ver si el pecador quiere apartar toda su voluntad, que es libre,
del afecto del pecado. Mas como no se corrige en su mal deseo, perece su alma; porque como el demonio
sabe que cada uno ha de ser juzgado según su voluntad y deseos, trabaja muchísimo en la hora de la
muerte, para que el alma sea seducida y apartada de la rectitud de intención, lo cual también lo permite a
veces Dios, porque el alma no quiso velar, cuando debiera.

Tampoco se ha de confiar mucho ni tener presunción porque yo llame a alguno amigo o siervo mío, como
llamé a este que te he dicho; porque también a Judas lo llamé amigo, y a Nabucodonosor siervo; porque
como dije en mi Evangelio, son amigos míos los que cumplieren mis mandamientos. También digo ahora,
que son amigos míos los que me imitan, y enemigos los que me persiguen, menospreciándome a mí y mis
mandamientos. David, después de decir yo de él que había hallado un varón según mi corazón, fué un
homicida; y Salomón, a quien hice tan señaladas mercedes y promesas, dejó de ser bueno, y por su
ingratitud no se cumplió en él todo lo prometido en orden a mí, el Hijo de Dios. Y así advierte, que como
cuando tú escribes algo, lo concluyes con una cláusula, de la misma manera concluyo yo todas mis
palabras con esta cláusula final: Si alguien hiciere mi voluntad y dejare la suya mala, recibirá la vida
eterna; mas el que oyere mis palabras y no perseverare con obras, será tenido por siervo inútil e ingrato.

Tampoco se ha de desconfiar porque yo llame a alguno enemigo, pues aunque lo sea, enmendando su
mala voluntad, se hace mi amigo. También estaba Judas con los demás Apóstoles, cuando dije: Vosotros
sois mis amigos; y os sentaréis en doce asientos.

Seguíame entonces Judas, pero no se sentará con los doce. Y si me preguntas cómo se han de cumplir las
palabras de Dios, te respondo que Dios ve los corazones y voluntades de los hombres, juzga según ellas y
remunera lo que ve; pero el hombre juzga según lo que ve exteriormente; y para que no se ensoberbezca
el bueno ni desconfiase el malo, llamó Dios al apostolado a buenos y malos, como cada día llama a las
dignidades a buenos y a malos, a fin de que todo el que viviere, según el cargo que tiene, goce la vida
eterna; mas el que recibe la honra y arroja de sí la carga, disfruta en este mundo, y perece después para
siempre.

Judas, que no me seguía con todo su corazón, no pertenecia a los que yo dije: Vosotros los que me seguís,
porque no perseveró hasta alcanzar la recompensa; y así no lo dije por él, sino por los que habían de
perseverar; así sucede en los tiempos presentes y sucederá en los futuros; porque como todas las cosas me
están presentes, hablo a veces como si fueran presentes, de las que están por venir y de las que se han de
hacer, comi si ya estuviesen hechas; y algunas veces mezclo lo pasado con lo futuro, y hablo de lo pasado
como si fuera futuro, para que nadie presuma discutir los inmutables consejos de mi divinidad. Oye por
último: Escrito está que muchos son los llamados y pocos los escogidos.

Te maravillas, hija, de que uno de estos dos hombres que señalo tuvo tan dichoso fin y el otro tan
horrendo, según el parecer de los hombres, porque al caer una pared lo cogió debajo, y lo poco que
sobrevivió fué con sumo dolor. A eso te respondo con lo que dice la Escritura y yo mismo dije, que el
justo, muera de la muerte que muriese, siempre es justo para con Dios; pero los hombres del mundo
piensan que es justo el que tiene una tranquila muerte, sin dolor ni deshonra. Mas Dios considera justo al
que ya tiene probado con una larga abstinencia, o padece trabajos y tribulaciones por la justicia; porque
los amigos de Dios son afligidos en este mundo, o para tener menos purgatorio o mayor corona en el
cielo.

San Pedro y san Pablo murieron por la justicia; pero san Pedro padeció más cruel muerte que san Pablo,
porque siendo cabeza de mi Iglesia, debió asemejarse a mí en tener más penosa y amarga muerte. Por
haber amado la continencia y trabajado mucho, obtuvo san Pablo la espada como soldado valeroso,
porque yo lo dispongo todo según los méritos y medida.

Por consiguiente, en el juicio de Dios no justifica ni condena el fin o muerte a la vista despreciable, sino
la intención y el deseo de los hombres y la causa porque mueren.
CAPITULO 9

Habla la Virgen María a santa Brígida sobre los dones del Espíritu Santo y hace un grande elogio del
patriarca san Benito.

Escrito está, hija mía, en el Evangelio, que el que había recibido cinco talentos, granjeó otros cinco. El
talento es el don del Espíritu Santo; pues unos reciben sabiduría, otros riquezas, este es otro favor con los
poderosos, y todos deben entregar a su Señor las ganancias, que son: de la sabiduría, viviendo útilmente
para sí e instruyendo a los otros, y de las riquezas y demás dones, usando de ellos razonablemente y
socorriendo a los otros con misericordia.

De esta manera aquel buen abad san Benito multiplicó el don de la gracia que había recibido, cuando
despreció todo lo transitorio, obligó a su carne a servir al alma y no antepuso nada al amor de Dios; y
temiendo recibiesen daño sus oídos con oir palabras vanas, o sus ojos con ver cosas deleitables, se fué al
desierto, imitando a aquél que antes de nacer saltaba de gozo en las entrañas de su madre, por haber
conocido la venida de su piadosísimo Redentor. Mas aun sin retirarse al desierto hubiera alcanzado el
cielo san Benito, porque el mundo estaba muerto para él y su corazón se hallaba todo lleno de Dios; pero
quiso el Señor llamar a san benito al yermo, para que dándose a conocer a muchos, se moviesen con su
ejemplo a seguir una vida más perfecta.

El cuerpo de este justo varón era como un saco de tierra en que se halla encerrado el fuego del Espíritu
Santo, el cual arrojó de su corazón el fuego del demonio; pues al modo que el fuego material se enciende
con dos cosas, que son el aire y el soplo del hombre, así el Espíritu Santo entra y se enciende en el alma y
eleva la mente a Dios, o por inspiración personal, o por alguna operación humana o locución divina. De
igual modo visita a los suyos el espíritu diabólico; pero hay diferencia incomparable, porque el Espíritu
Santo da calor al alma para que busque a Dios, pero no abrasa la carne; da luz con la pureza de la
modestia, pero no ofusca el entendimiento con malicia. Mas el espíritu maligno abrasa el alma para cosas
carnales y produce insufriables amarguras; ciega también el entendimiento para no conocerse y lo abate
sin consuelo a las cosas de la tierra.

Y así, para que este fuego que tuvo san Benito abrasase a muchos, lo llamó Dios al desierto, donde
después de juntar muchas astillas, hizo de ellas el Santo una grande hoguera con el espíritu de Dios, y
dióles regla dictada por el mismo Dios, con la cual fueron muchos tan perfectos como el mismo san
Benito.

CAPITULO 10

Nuevos elogios que hace la santísima Virgen del patriarca san Benito.

Ya te he dicho, hija, que el cuerpo de san Benito era tal, que se dejaba regir y gobernar sin meterse él en
nada. Ahora te quiero decir de su alma, que fué como un ángel que calentó y y abrasó el mundo, y lo
entenderás por este ejemplo. Supongamos que hay tres lumbres: la primera, encendida con mirra, daría
suave olor; la segunda, compuesta de leños secos, tendría carbones encendidos y gran resplandor, y la
tercera, alimentada con olivas, daría llama, luz y calor. Por estas tres clases de lumbres entiendo tres
personas, y en estas personas los tres estados que hay en el mundo.

El primer estado es, de los que considerando el amor de Dios, dejaron en manos de otros su propia
voluntad, y trocaron la vanidad y soberbia del mundo por la humildad y pobreza, y la destemplanza por la
pureza y continencia. Estos tuvieron lumbre de mirra, porque si bien la mirra es amarga, sin embargo,
ahuyenta los demonios y apaga la sed sensual; y así la abstinencia de estos es amarga para su cuerpo, pero
les mata la sed de la concupiscencia y espele de sus almas todo el poder de los demonios.

El segundo estado de hombres es de los que consideran y dicen para sí: ¿Para qué hemos de amar las
honras del mundo, que no son más de un poco de aire que suena en los oídos? ¿Para qué queremos el oro,
que es un poco de tierra amarilla? ¿Qué fin ha de tener nuestra carne, más que venir a ser podredumbre y
ceniza? ¿Para qué hemos de desear cosas de la tierra, siendo vanidad todas ellas? Nada de esto es digno
de aprecio, y sólo queremos vivir y trabajar para que Dios sea honrado en nosotros, y para que con
nuestras palabras y ejemplos se abrasen otros en Dios. Estos tuvieron lumbre de madero seco, porque el
amor del mundo estaba ya muerto para ellos, y cada uno despedía de sí carbones encendidos de santidad,
y el resplandor de la predicación evangélica.
El tercer estado es de aquellos que son tan fervorosos amantes de la Pasión de Jesucristo, que todo su
deseo es morir por él. Estos tuvieron lumbre de oliva, porque como la oliva tiene en sí una humedad
aceitosa y cuando se enciende despide de sí gran calor; así estos, ungidos totalmente con la divina gracia,
dieron de sí luz de sabduría divina, ardor de muy fervoroso amor de Dios y llama de honestísima
conversación.

Estas tres hogueras y lumbres se extendieron y dilataron mucho. La primera, se encendió en los ermitaños
y religiosos, como lo escribe san Jerónimo, quien inspirado por el Espíritu Santo, halló sus vidas
admirables y dignas de ser imitadas. La segunda lumbre se encendió en los confesores y doctores. La
tercera en los mártires, que menospreciaron por Dios su vida, y otros muchos hicieran lo mismo, si Dios
se lo concediese.
A varias personas de estos tres estados y lumbres fué enviado san Benito, el cual reunió las tres lumbres
en una, de suerte que los ignorantes eran enseñados, los fríos se inflamaban, y los fervorosos aumentaban
su fervor. Con estas tres lumbres principió la Orden de san Benito, en la que según su disposición y
talento, era encaminado cada uno para alcanzar la salvación y la bienaventuranza.

De este modo salía de la Orden de san Benito una suavidad del Espíritu Santo, con la cual se edificaban y
renovaban muchos monasterios.
Para consuelo de muchos me ha dado Dios tres centellas, en las cuales entiendo muchas. La primera está
sacada de un cristal con el calor y resplandor del sol, la cual ha prendido ya en una estopa seca, para que
se venga a hacer un gran fuego: la segunda está sacada de un pedernal duro, y la tercera de un árbol
silvestre que tiene muchas raíces y hojas.

Por la centella del cristal entiendo las almas que son frías y frágiles en el amor de Dios, como lo es el
cristal, pero que desean ser perfectas y piden a Dios su ayuda para ello. Este buen deseo lleva el alma a
Dios, y merece que se le aumenten las tribulaciones, con las que probada, se aparte de la mala tentación,
hasta que en enviando Dios los rayos de su amor, se fije en su alma vacía de los deleites de tal modo, que
ya no quiera vivir sino para honra de Dios.
Por la centella del pedernal se entiende la soberbia; porque no hay mayor dureza que la soberbia del alma
de aquel que desea ser alabado por todos, y ambiciona al mismo tiempo ser llamado humilde y parecer
devoto. Ni tampoco hay nada más abominable que un alma que piense preferirse a todos, y no consiente
ser reprendida ni enseñada por nadie. No obstante, muchos de estos soberbios piden a Dios que arranque
de sus corazones la ambición y la soberbia, y se digna oirlos el Señor, y con la cooperación de la buena
voluntad aparta de sus corazones esos vicios, y a veces otros menores con que se daban al regalo, y los
desvía de las cosas terrenales, incitándolos a que aspiren a las del cielo.

Por la lumbre del árbol silvestre se entienden las almas, que criadas con la leche de la soberbia, sólo han
producido vanidades, y desean tener todo el mundo y sus honras; pero como temen la muerte eterna, van
cortando muchas ramas de pecados, que no dejaran de hacer, si no fuera por el temor de la muerte. Por
este temor se llega Dios a tales almas, y les inspira su gracia para que el árbol inútil se haga fructuoso.

CAPITULO 11

Responde el Padre Eterno a los ruegos de la Santa, dándole testimonio de que en ella habita la santísima
Trinidad, como también en el alma de los que de veras creen.
Oh mi dulcísimo Dios; os ruego por los pecadores, en cuya compañia estoy, que os dignéis tener
misericordia de ellos. Oigo y sé tu buen deseo, respondió Dios Padre, y así se cumplirá lo que pides. Por
tanto, como dice san Juan en la Epistola de hoy, y yo por él, tres son los que dan testimonio en la tierra, el
espíritu, el agua y la sangre; y tres en el cielo, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Igualmente tres te dan a ti
testimonio, pues el Espíritu que te custodió en las entrañas de tu madre, da testimonio a tu alma de que
eres de Dios por la fe del Bautismo, la cual prometieron por ti tus padrinos.

El agua del Bautismo te da testimonio de que eres hija de la Humanidad de Jesucristo, pues mediante ella
fuiste renovada y limpia del primer pecado. La sangre de Jesucristo da testimonio de que eres hija de la
Divinidad, que te redimió del poder del demonio por los sacramentos de la Iglesia. Y nosotros, Padre,
Hijo y Espíritu Santo, tres en personas, pero uno en sustancia y potencia, damos testimonio de que eres
nuestra por la fe, igualmente que todos los que siguen la verdadera fe de la santa Iglesia. Y en testimonio
de que quieres nuestra voluntad, ve a recibir de manos del sacerdote el cuerpo y sangre de la Humanidad
de Jesucristo, para que mi Hijo te dé testimonio de como eres suya, pues recibes su cuerpo para fortalecer
tu alma; y yo estoy en mi Hijo, te daré testimonio de que eres del Padre y del Hijo, y te dará también
testimonio el Espíritu Santo, el cual está en el Padre y en el Hijo, y el Espíritu Santo en ambos, porque
estás en los tres y en cada uno por la fe y por el amor.

CAPITULO 12

Instruye el Salvador a santa Brígida sobre la importancia de rogar por los malos y por los infieles.

Señor mío Jesucristo, ruégote que tu santa fe se dilate entre los infieles, los buenos se enciendan más en tu
amor, y los malos se mejoren. Te acongojas, le dice Jesucristo, de que a Dios se le dé poca honra, y
deseas con todo tu corazón que todos honren a Dios; y así te voy a poner un ejemplo, para que entiendas
cómo Dios es honrado hasta por la malicia de los malos, aunque no por virtud ni voluntad de ellos.

Había una doncella prudente y hermosa, rica y de buenas costumbres, que tenía nueve hermanos, y cada
uno la amaba como a su alma, de tal manera, que el corazón de cada cual de ellos parecía estar en la
hermana. En el mismo reino donde estaba esta doncella, había una ley que mandaba que el que honrase
fuese honrado; el que hurtase fuese robado, y el que violase fuese decapitado. El rey tenía tres hijos. El
príncipe y mayorazgo amaba a esta doncella, y la presentó calzado dorado y cinturón de oro; púsole un
anillo en la mano y una corona en la cabeza. El segundo hijo del rey se aficionó a la doncella y la robó. El
tercer hijo procuró pervertirla y desacreditarla.

Prendieron los nueve hermanos de la doncella a los tres hijos del rey, y los entregaron a su padre,
diciéndole: Tus hijos se han aficionado a nuestra hermana. El primera la honró y la amó de todo corazón;
el segundo la robó, y el tercero de buena gana hubiese dado su vida por perderla. Y los hemos prendido
cuando tenían resolución y perfecta voluntad de hacer lo que hemos dicho.

Oyendo esto el rey, contestó: Todos son hijos míos y los amo igualmente, mas no por eso puedo ni quiero
obrar contra justicia, y pienso juzgar a mis hijos como si fueran extraños. Así, pues, tú, hijo mío, que
honraste la doncella, ven y serás honrado y coronado con mi corona. Tú, hijo, que quisiste ser señor de la
doncella y la robaste, estarás en la cárcel hasta que hayas restituido todo el daño, y uso contigo de
misericordia, porque me han dicho que, arrepentido de tu hecho, quisiste restituir debidamente, pero no
tuviste lugar, porque te cogieron y te presentaron a juicio; por tanto, estarás en la cárcel hasta que pagues
el último cuadrante. Y tú, hijo, que procuraste con todas tus fuerzas quitar su honra a la doncella, y no te
has arrepentido de ello, se te darán tantos tormentos y penas, cuantas fueron las trazas que empleaste para
deshonrarla.

Respondieron todos los hermanos de la doncella: Todos os alaben por vuestra justicia; porque si no
hubiera en vos mucha virtud, y en vuestra virtud mucha igualdad, y en vuestra igualdad mucho amor,
nunca hubiérais sentenciado de tal modo.
Esta doncella significa la Iglesia, de excelente disposición en la fe, muy hermosa con los siete
sacramentos, bien morigerada con las virtudes, y amorosa con su buen fruto porque enseña el verdadero
camino para la eternidad. Esta santa Iglesia tiene tres hijos, en los cuales se comprenden muchos. El
primer hijo son los que aman a Dios de todo corazón; el segundo son los que aman las cosas temporales
para honrarse con ellas; el tercero son los que anteponen su voluntad a la de Dios. La virginidad de la
Iglesia son las almas de los hombres creadas por el solo poder de la Divinidad.

El primer hijo presenta calzado de oro, cuando tiene dolor de sus pecados y negligencias. Presenta
vestidos, cuando guarda los preceptos de la ley, y observa en cuanto puede los consejos evangélicos. Se
ajusta el cíngulo, cuando propone firmemente perseverar en la castidad y continencia. Se pone un anillo,
cuando cree firmemente lo que manda la santa Iglesia católica, a saber, el juicio final y la vida eterna: la
piedra de este anillo es la esperanza; con la cual confía justamente que no hay pecado alguno por
abominable que sea, que no se perdone con la penitencia y propósito de la enmienda. Ciñe sus sienes con
una corona, cuando tiene verdadero amor de Dios; y como en la corona hay diferentes piedras, así
también en el amor de Dios hay diferentes virtudes. La cabeza del alma o de la Iglesia es mi cuerpo, y
todo el que lo honra, con razón es llamado hijo de Dios.

Por consiguiente, todo el que como se ha dicho, ama la santa Iglesia, y su alma, tiene en ella nueve
hermanos, que son los nueve coros de ángeles, porque será participante y compañero de ellos en la vida
eterna. Y estos mismos ángeles tienen a la santa Iglesia un amor tan grande, como si estuviese en el
corazón de cada uno; porque no has de entender, hija, que la Iglesia santa las piedras ni las paredes, sino
las almas de los justos; y por esta razón los ángeles se alegran de la honra y provecho de ellas, como del
suyo propio.
El segundo hijo, o hermano, significa los que menospreciando las disposiciones de la santa Iglesia, viven
en pos de las honras del mundo y del regalo de su carne, y dejan la hermosura de la virtud por seguir su
voluntad; pero al final de sus días caen en la cuenta y hacen penitencia de sus pecados. A estos se les da
por cárcel el purgatorio, hasta que por los sufragios y oraciones de la Iglesia, paguen y se vayan a gozar
de Dios.

El tercer hijo, significa aquellos, que sirviendo de escándalo a su alma, no se cuidan si han de perecer
eternamente, con tal que puedan satisfacer sus pasiones. Contra estos piden justicia los nueve coros de
ángeles, porque menospreciaron convertirse y dolerse de sus pecados. Así, pues, cuando Dios hace
justicia, lo alaban los ángeles por su inflexible equidad, y cuando se ensalza la honra de Dios, se alegran
de la virtud del Señor, porque para su honra se vale también de la malicia de los malos.
Por consiguiente, hija, cuando vieres a los pecadores, compadécelos, pero alégrate de la honra eterna de
Dios, pues el Señor, que nada malo quiere, porque es el Creador de todas las cosas y el único bueno por
sí, permite no obstante como justísimo Juez, que acontezcan muchas cosas, con las cuales es honrado, así
en el cielo como en la tierra por su infinita equidad y bondad oculta.

CAPITULO 13

Palabras de la Virgen, quejándose del olvido que los cristianos tienen de su divino Hijo.

Grandes quejas tengo del mundo, hija mia, dijo la Virgen. Con razón me quejo, primeramente, de que era
llevado al sacrificio aquel Cordero inocentísimo, que muy bien sabía adónde iba. Tal día como hoy
callaba el que muy bien sabía hablar, y tal día como hoy fué circuncidado aquel inocentísimo Niño que
jamás pecó. Y así, aunque no puedo irritarme, parezco estarlo, porque veo que el Señor omnipotente,
hecho un pobre Niño, es olvidado y menospreciado por su criatura.

CAPITULO 14

Magnífica idea de la Beatísima Trinidad y de la inmensa misericordia de Dios.


Yo soy, dice Jesucristo, Creador del cielo y de la tierra, uno con el Padre y con el Espíritu Santo, y
verdadero Dios. Porque el Padre es Dios, el Hijo es Dios, y el Espíritu Santo es Dios, y con todo eso no
son tres Dioses, sino tres personas distintas y un solo Dios verdadero.
Y si preguntas por qué no serán tres Dioses, pues son tres personas, te respondo, que Dios no es otra cosa
sino la misma potencia, la misma sabiduría y la misma bondad, de que procede todo poder en el cielo y en
la tierra, toda la sabiduría y toda la piedad que pueda imaginarse. Por consiguiente, Dios es trino y uno,
trino en personas y uno en naturaleza. Pues el Padre es potencia y sabiduría, de la cual proceden todas las
cosas; y Él es antes que todas las cosas, poderoso, no por nadie, sino por sí mismo y eternamente.

También el Hijo es potencia y sabiduría igual al Padre, pero engendrado poderosa e inefablemente por el
Padre, que es principio de principio, y jamás separado del Padre. Potencia y sabiduría también es el
Espíritu Santo, procedente del Padre y del Hijo, eterno como el Padre y el Hijo, e igual a ellos en
Majestad y poder. Hay, pues, un solo Dios y tres personas, porque una misma es la naturaleza de las tres,
una misma la operación y la voluntad, y una misma la gloria y el poder, y así, el que es un solo Dios en
esencia, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son distintos en la propiedad de las personas. Porque todo el
Padre está en el Hijo y en el Espíritu Santo, y el Hijo está en el Padre y en el Espíritu Santo, y el Espíritu
Santo en ambos, en una misma naturaleza Divina; pero no antes uno que otro, sino todo inefable, donde
no hay primero ni postrero, ni uno uno menor o más que otro, sino todo inefable é igual; y por esto con
razón está escrito, que Dios es maravilloso y muy digno de alabanza.

Mas ahora me quejo de que soy poco alabado y desconocido para muchos, porque todos buscan su propia
voluntad, y pocos la mía. Pero tú, hija, permanece constante y humilde, no te ensalces en tu mente cuando
te muestro los peligros de los demás, ni descubras sus nombres, a no ser que se te mande; porque no se te
dicen sus peligros para avergonzar a esos pecadores, sino para que se conviertan, y conozcan la justicia y
misericordia de Dios.

Ni tampoco has de huir de ellos, como si ya estuviesen condenados; porque aunque ahora diga yo que
alguno es malísimo, si me invocare con dolor de sus pecados y con propósito de enmendarse, estoy
dispuesto a perdonarlo; y entonces el que ayer dije que era pésimo, lo llamo hoy amigo muy querido, a
causa de la contrición que tuvo; y de tal suerte, que si esta contrición fuere permanente, no sólo le
perdono el pecado, sino también la pena del pecado mismo, como podrás comprender con un ejemplo.
Supongamos que dos porciones de azogue corriesen a juntarse entre sí, y que no faltara para mezclarse
sino un solo átomo; aun todavía puede Dios hacer que no se reunan; de la misma manera puede suceder
que, aunque el pecador estuviese tan arraigado en dar gusto al demonio, que se hallara ya a punto de
perderse, no obstante, alcanzaría perdón y misercordía, si invocase a Dios con dolor y propósito de la
enmienda.

Por tanto, yo, que sin principio nací eternamente del principio, y por segunda vez al final de los tiempos
he nacido temporalmente, supe desde luego remunerar los méritos de cada cual, y doy a cada uno según
sus obras, de suerte, que no quedará sin recompensa el menor bien que sea para honra de Dios. Así, pues,
estás obligada a dar muchas gracias a Dios por haber nacido de padres cristianos y en tiempo de
salvación, pues muchos desearon alcanzarlo y ver lo que se ofrece a los cristianos, y no lo consiguieron.

CAPITULO 15

Ruega la Santa por la ciudad de Roma, y descúbrele la Virgen María muchas grandezas de esta ciudad y
de sus innumerables mártires.

Oh Virgen María, aunque soy indigna y pecadora, me atrevo a llamarte y pedir que me ayudes, y te
suplico ruegues por la insigne ciudad de Roma, pues veo muchas iglesias, en las cuales hay huesos y
reliquias de santos; y porque he oído, según ciertos documentos, que para cada día del año tiene Roma
siete mil mártires. Y así, aunque sus almas no tienen menor gloria por la poca estima que hay de sus
reliquias, te suplico no obstante, que tus santos y sus reliquias sean más veneradas en la tierra, y de esta
suerte, se despierte la devoción del pueblo. Si tomaras cien pies de ancho y otros tantos de largo, dijo
nuestra Señora, y lo sembraras de trigo tan espesamente, que no hubiese distancia de un grano a otro, sino
que estuviesen tan unidos como las articulaciones de los dedos, y cada grano diera ciento por uno, aún
habría más mártires y confesores en Roma desde que san Pedro entró con humildad en ella, hasta que
Celestino salió de ella por evitar la soberbia, y volvió a su vida solitaria.

Todos los mártires y confesores de que te estoy hablando, predicaban la fe contra la incredulidad, y la
humildad contra la soberbia, y murieron por la verdad de la fe, o estaban dispuestos voluntariamente a
morir. Pues san Pedro y otros muchos, eran tan fervorosos y ardientes en predicar la verdad, que si
hubiesen podido morir por cada hombre, de buena gana lo habrían hecho. Temieron, sin embargo, que los
arrebatasen de la compañía de aquellos a quienes animaban con palabras de consuelo, y de la predicación
evengélica, porque deseaban más la salvación de éstos que su propia vida y honra. Fueron también cautos,
y por consiguiente, se ocultaron en las persecuciones, por ganar y recoger muchas almas.

Y aunque en el período desde san Pedro hasta Celestino no todos fueron buenos ni todos malos, quiero
poner los tres grados de cristianos que tú hoy pusiste: unos buenos, otros mejores y otros excelentes. Los
buenos son aquellos que decían así: Creemos todo lo que manda la santa Iglesia; no queremos engañar a
nadie, sino antes bien restituir lo ajeno, y deseamos servir a Dios de todo corazón. Por este estilo hubo
varios en tiempo del primer fundador de Roma, los cuales según su fe, decían: Sabemos y entendemos por
las criaturas, que hay un Dios creador de todas las cosas, y a él queremos amar sobre todas ellas. Otros
muchos decían: Sabemos por los hebreos, que Dios se les mostró con milagros manifiestos; y así, si
supiéramos lo que deberíamos hacer, lo haríamos de buena gana. Todos estos estuvieron en el primer
grado.

Cuando fué voluntad de Dios, vino san Pedro a Roma, el cual levantó a unos y los puso en primer grado,
a otros en el segundo y a otros en el tercero. Los que recibieron la verdadera fe y en sus matrimonios y
costumbres perseveraron, según la disposición de san Pedro, estos estuvieron en el primer grado. Los que
dejaron sus haciendas por el amor de Dios, y con obras y palabras enseñaron y fueron dechado para que
otros hiciesen lo mismo, y amaron a Jesucristo sobre todas las cosas, estos estuvieron en el segundo
grado. Mas los que dieron su vida por Dios, estos estuvieron en el tercero y excelentísimo grado.
Habló después la Santa, diciendo: Vi otra vez muchos jardines con muchas rosas y lirios. En cierto lugar
espacioso de la tierra vi luego un campo de cien pies de largo y otros tantos de ancho, y a la distancia de
cada pie había sembrados siete granos de trigo, y cada grano daba el céntuplo de fruto.

Y apareciéndose al punto el Hijo de Dios, le dice a la esposa: Voy a explicarte lo que has visto. La tierra
que viste, significa todo paraje donde ahora existe la fe cristiana. Los jardines significan los lugares donde
los santos de Dios recibieron sus coronas, aunque entre los paganos, en Jerusalén y en otros puntos
murieron muchos escogidos de Dios, cuyos lugares no se te han manifestado todavía.

El campo de cien pies de largo y otros tantos de ancho, significa Roma, pues si todos los jardines del
mundo estuviesen reunidos en Roma, sería esta ciudad igualmente grande en mártires, porque es el lugar
escogido para amar a Dios. Los granos de trigo que viste sembrados a un pie de distancia, significan a los
que entraron en el cielo por la maceración de la carne, por la contrición y por la inocencia de la vida. Las
rosas significan los mártires enrojecidos con el derramamiento de su sangre en diversos lugares. Los lirios
son los confesores que con palabras y obras predicaron y confirmaron la fe santa.

CAPITULO 16

Gran doctrina de la Virgen María, sobre la caridad y amor de Dios, con un maravilloso ejemplo de cuatro
ciudades, en las que se significan el limbo, el purgatorio, el infierno y el cielo.

Hija, ¿me amas?, le dice Nuestra Señora a santa Brígida. Y responde la santa: Enseñadme, Señora, a
amar, porque mi alma está manchada con falso amor y seducida con mortífero veneno, por lo cual no
puede comprender el verdadero amor.
Yo, le dijo Nuestra Señora, te quiero enseñar con un ejemplo de cuatro ciudades, en las que hay cuatro
modos de amar, aunque no todos merecen el nombre de amor, sino donde Dios y el alma se unen en
verdadera comunión de virtudes.
La primera ciudad es, de prueba y noviciado y es el mundo, en el cual está puesto el hombre, para
probarse si ama a Dios o no, para experimentar su flaqueza y para adquirir virtudes con las que vaya a la
gloria, a fin de que purificándose en la tierra, sea más gloriosamente coronado en el cielo. En esta ciudad
hay amor desordenado, cuando se ama al cuerpo más que al alma; cuando se desea con mayor anhelo lo
temporal que lo espiritual; cuando se honra al vicio y se menosprecia la virtud; cuando gusta más la
peregrinación que la patria adonde se camina, y cuando se teme y se honra más a un hombrecillo mortal,
que a Dios, que ha de reinar para siempre.

La segunda ciudad es de purificación, donde se lavan las manchas del alma; porque quiso Dios disponer
estos lugares en que se purificase el que había de ser coronado, pues cuando tuvo libertad se ensoberbeció
y fué negligente, aunque siempre con temor de Dios. En esta ciudad hay un amor imperfecto, porque se
ama a Dios con la esperanza de salir del cautiverio, mas no por sólo el fervor del cariño, sino por el pesar
y amargura al satisfacer los pecados.

La tercera ciudad es de dolor y allí está el infierno. En esta ciudad se ama toda maldad y desenfreno, toda
envidia y obstinación, y también en ella reina Dios por el orden que observa en su justicia, por la medida
con que ejecuta sus castigos, por la manera de refrenar la malicia del demonio, y por la equidad que
guarda según los delitos de cada uno. Porque como unos condenados pecaron más y otros menos, así
también tienen términos respectivos las penas y recompensas; pues aunque todos están allí en tinieblas,
hay diferencia de tinieblas a tinieblas, de horror a horror, y de fuego a fuego.

Pues en todas partes dispone Dios todas las cosas con justicia y equidad, hasta en el infierno, a fin de que
sean castigados de un modo los que pecaron por malicia, de otro los que pecaron por flaqueza, y de otro
los que murieron con solo la mancha del pecado original; cuyo castigo, aunque consiste en carecer de la
vista de Dios y de la luz de sus escogidos, se acercan, no obstante, al bien y la misericordia, porque no
son atormentados con penas, porque ni desearon ni obraron mal. Pues si Dios no lo dispusiese todo en
número y medida, jamás se cansaría el demonio de atormentar a los condenados.
La cuarta ciudad es el cielo, donde reside el amor perfecto y bien ordenado, en la que no se desea nada
sino a Dios y por Dios.

Para que llegues, hija mía, a la perfección de esta última ciudad, has de tener cuatro condiciones en tu
amor, a saber: bien ordenado, puro, verdadero y perfecto. Amor bien ordenado es cuando se ama el
cuerpo no más que para sustentarlo; cuando se ama el mundo para lo indispensable y no para lo superfluo;
cuando se ama al prójimo por Dios, al amigo por la pureza de vida, y al enemigo por la remuneración que
Dios da al que así obra. Amor puro es, cuando no se ama el vicio mezclado con la virtud, cuando se
abandona la mala costumbre y cuando no se trata de cubrir con excusas el pecado.

Amor verdadero es, cuando se ama a Dios de todo corazón y con todo cariño; cuando en todas las
acciones se tiene presente la honra y temor de Dios; cuando ni aun con la confianza de que se hacen otras
buenas obras se comete el pecado más leve; cuando prudentemente se modera cada cual a sí mismo para
no desfallecer por el excesivo fervor, y cuando por la pusilanimidad en las tentaciones, o por flaquear en
ellas, no se desciende al pecado. Amor perfecto es, cuando en nada sino en Dios, halla el hombre gusto y
dulzura. Este amor principia en el mundo y tiene su complemento en el cielo.

Tú, hija, has de tener amor verdadero y perfecto, porque todo el que lo tuviere imperfecto y mezclado con
otro, ha de ir al purgatorio, aunque sea cristiano, aunque sea fervoroso, aunque sea pequeñuelo, y aunque
esté limpio de otras culpas; porque si las tiene mortales, irá a la ciudad del horror. Así como hay un solo
Dios, así también hay una fe en la Iglesia de san Pedro, un bautismo, una gloria y perfecta remuneración.
Por tanto, el que quiere llegar a este Dios uno, debe tener una voluntad y un solo amor con solo Dios.
Compadécete, pues, de los miserables que dicen: Bástame si fuere el menor en el cielo, no quiero ser
perfecto. ¡Oh necio pensamiento! ¡Cómo ha de haber allí nadie imperfecto, donde todos son perfectos,
unos por la inocencia de su vida, otros porque murieron en la niñez, estos porque se han purificado en el
purgatorio, y aquellos por su fe, buenas obras y santos deseos!

CAPITULO 17

Preciosa descripción y elogio de la Virgen María, y contestación de la Señora.

Bendita seáis, gloriosísima María, Madre de Dios, dijo santa Brígida. Sois como aquel templo de
Salomón, cuyas paredes fueron dorados, el techo resplandeciente, el suelo cubierto con preciosísimas
piedras, todo cuyo conjunto era muy lucido, y su interior todo perfumado y delicioso a la vista. En todo,
Señora, os asemejáis al templo de Salomón, porque en vuestro seno tomó asiento el verdadero Salomón, y
en él colocó el arca de la gloria, y el candelabro para que diese luz. Así, pues, oh santísima Virgen, sois el
templo de aquel Salomón, que hizo las paces entre Dios y el hombre, reconcilió a los reos, dió vida a los
muertos, y libró del tirano a los pobres. Vuestro cuerpo y alma fueron templo de Dios, en que estaba el
techo de amor divino, y en el cual habitó con vos alegremente el Hijo de Dios, venido del Padre a vos.

El pavimento de este templo fué vuestra morigerada vida y el asiduo ejercicio de las virtudes, sin que os
faltase nada bueno u honesto; pues todo fué en vos estable, todo humilde, todo devoto, y todo perfecto.
Las paredes de este templo fueron cuadrangulares, porque no os turbaban las afrentas, ni os ensoberbecían
las honras, ni os inquietaba la impaciencia, ni deseabais otra cosa sino la honra y amor de Dios. Las
pinturas de vuestro templo, fueron el estar siempre inflamada en el amor del Espíritu Santo, con la cual
estaba tan encumbrada vuestra alma, que no había virtud que no fuese en vos más amplia y más perfecta
que en ninguna otra criatura.

Paseábase por este templo Dios, cuando derramó por todo vuestro cuerpo la dulzura de su visita; y
descansó en él, cuando la divinidad se unió con la Humanidad. Bendita, pues, seáis, Virgen
bienaventurada, en quien Dios grande e infinito, se hizo un pequeño niño, el antiquísimo Señor se hizo
hijo temporal, y el sempiterno Señor y Criador invisible se hizo criatura visible.
Y pues sois piadosísima y potentísima Señora, os ruego me miréis y tengáis misericordia de mí. Sois
Madre de Salomón, no de aquel que fué hijo de David, sino del que es padre de David y Señor de
Salomón, que edificó aquel maravilloso templo, en que verdaderamente estabais significada.

Y puesto que el Hijo oirá a la Madre, y mucho más a una Madre tal y tan excelsa, os ruego me alcancéis
que el niño Salomón, que durmió en vuestros brazos, esté vigilante conmigo, para que no me dañe el
deleite de ningún pecado, sea estable la contrición de los cometidos, muera en mí el amor del mundo, y
tenga yo una paciencia perseverante y una penitencia provechosa. No tengo nada bueno que alegar en
favor mío, sino estas breves palabras: compadeceos de mí, Virgen María, pues mi templo es enteramente
contrario al vuestro; porque está obscuro con las tinieblas de los vicios, sucio con la sensualidad,
corrompido con los gusanos de la codicia, inconstante con la soberbia, y deleznable con la vanidad de los
mundanos.

Bendito sea Dios, respondió nuestra Señora, que inspiró a tu corazón tal salutación, para que entendieras
cuánta bondad y dulzura hay en Dios. Mas, ¿por qué me comparas a Salomón y a su templo, siendo yo
Madre de Aquel cuya generación no tiene principio ni fin, de Aquel de quien Melquisedec era figura, del
que dice la Escritura que no tuvo padre ni madre? De este Melquisedec se dice que fué sacerdote, y a los
sacerdotes pertenece el templo de Dios, y así yo soy Madre del Sumo Sacerdote y Virgen a la par. En
verdad, te digo, que soy ambas cosas; Madre del rey Salomón, y Madre del Sacerdote pacificador, porque
el Hijo de Dios, el cual es también Hijo mío, es a un mismo tiempo Sacerdote y Rey de los reyes; y
finalmente revistióse espiritualmente en mi templo con vestiduras sacerdotales, con las cuales ofreció
sacrificio por el mundo. En la ciudad de Jerusalén fué coronado con áspera corona, y fuera de la misma
ciudad, cual valerosísimo adalid, sustentó el golpe y mayor tropel de la batalla.

Oh Madre de misericordia, dijo santa Brígida, tened compasión y rogad por los pecadores. Y respondió la
Madre: Y respondió la Madre: Desde un principio amó Dios tanto a los suyos, que no solamente alcanzan
para sí, sino que, por causa de ellos, sienten otros el efecto de aquella súplica. Pero a fin de que sean oídos
las oraciones hechas en favor de otros, son necesarios dos requisitos en aquellos por quienes se ruega, a
saber: propósito de dejar el pecado y deseo de aprovechar en la virtud. A todo el que tuviere estas dos
condiciones, le aprovecharán mis ruegos.

CAPITULO 18

Santa Inés habla a santa Brígida del inmenso amor que Jesús tiene a su Madre.

Hija, le dice santa Inés, ama a la que es Madre de misericordia, pues es semejante a la planta llamada
espadaña, de figura muy parecida a la espada, la cual planta tiene muy agudas ambas extremidades y una
punta delgada, y su flor es más ancha y más alta que las demás. Del mismo modo, la Virgen María es la
flor de las flores, flor que creció en el valle y se propagó por todos los montes; flor que se crió en Nazaret
y se extendió hasla el Líbano; flor más alta que todas las flores, porque esta bendita Reina del cielo
excede a todas las criaturas en dignidad y en poder.

Tuvo también la Virgen María dos filos o extremidades agudísimas: la tribulación del corazón en la
Pasión de su Hijo, y la constancia en la lucha contra las acometidas de sus cruelísimos dolores, y así,
profetizó bien aquel anciano que dijo: Un cuchillo atravesará tu corazón , pues recibió espiritualmente
tantas heridas, cuantas fueron las llagas que preveía y veía después en su Hijo. Tuvo además la Virgen
María mucha anchura, esto es, misericordia, porque fué y es tan compasiva y misericordiosa, que sufrió
todas las tribulaciones con tal de salvar las almas.

Pero ahora que está unida a su Hijo, no se olvida de su inmensa bondad, sino que extiende su misericordia
a todos, aun a los muy malos, para que como con el sol se alumbran todas las cosas, así por la dulzura de
esta soberana Madre, no haya persona alguna que si la pide, no alcance piedad por medio de ella. Tuvo
también esta Señora una punta delgada, que es la humildad con que agradó al ángel, respondiendo que era
esclava, la escogida para Señora; por esta humildad concibió al Hijo de Dios, porque no quiso a los
soberbios, y por esta humildad subió al más alto trono del cielo, porque no amó nada tanto como al
mismo Dios. Ve, pues, a saludar a la Madre de misericordia, que ya viene.

En esta ocasión se apareció nuestra Señora y dijo: Inés, pues has comenzado, di lo que te resta. Si digo,
contestó santa Inés, que sois hermosísima o virtuosísima, a nadie compete esto por derecho sino a vos,
que sois Madre de la salud de todos. Y respondió la Virgen: Bien has dicho en que yo soy la más
poderosa de todos, pero te resta echar el sello con decir que soy la canal por donde distribuye las gracias
el Espíritu Santo.
Y tú esposa de mi Hijo, dijo a santa Brígida, estás muy pesarosa del adagio que es común entre los
hombres: Vivamos según nuestro gusto, porque fácilmente se aplaca Dios: gocemos, mientras podamos
del mundo y de sus honras, porque para los hombres se hizo el mundo. Cierto es, hija, que este modo de
hablar no procede de amor de Dios, ni encamina a él ni lo atrae.

Pero, sin embargo, no se olvida Dios de su amor, sino que a todas horas paga con su piedad la ingratitud
de los hombres, porque es semejante al artífice que hace una obra maravillosa, y para ella unas veces
calienta los hierros, y otras los enfría. Así Dios, supremo artífice que de la nada hizo este mundo,
manifestó su amor a Adán y a sus descendientes, pero enfriáronse tanto los hombres, que sin cuidarse
nada de Dios, cometieron abominables pecados. Por tanto, después de mostrar misericordia y precediendo
una benigna amonestación, manifestó Dios su justicia por medio del diluvio.

Con posterioridad a éste hizo Dios alianza con Abraham y le mostró señales de su amor, y a su
descendencia la libró con maravillosos prodigios: dióle al pueblo la ley con su propia boca, y con
evidentísimos milagros confirmó sus palabras y preceptos. Mas a pesar de tantas mercedes, volvieron a
enfriarse en el amor de Dios los hombres, y llegaron a tal desatino, que adoraban ídolos; por lo que
queriendo Dios con su infinita misericordia animar a los fríos, envió al mundo a su propio Hijo, para que
enseñase el verdadero camino del cielo, y fuese dechado y ejemplo de la verdadera humildad.
Mas hoy en día está muy olvidado y desatendido por muchos el Hijo de Dios, aunque todavía muestra y
hace patentes las palabras de su misericordia; pero no todas las cosas que envía a decir con sus amigos se
cumplirán juntas y enseguida, como tampoco se cumplieron antiguamente. Pues antes de venir el diluvio,
fué amonestado el pueblo y se le avisó que hiciese penitencia; y así también, antes que entrase Israel en la
tierra de promisión, fué probado y las promesas se prorrogaron para otro tiempo; pues aunque hubiera
podido Dios sacar del desierto al pueblo en cuarenta días y no en cuarenta años, la justicia del Señor
exigía que se echase de ver la ingratitud de su pueblo, y se manifestase la misericordía de Dios, y con esto
se humillase tanto más el pueblo cristiano, que había de suceder al israelítico.

Ysi alguno se pusiese a pensar por qué Dios castigó a su pueblo, o por qué deben existir las penas eternas,
no pudiendo ser eterna la vida para pecar, sería tan grande atrevimiento, como el del osado que por la
razón y por el cálculo quisiese entender y comprender cómo Dios es eterno. Dios, pues, es eterno e
incomprensible, y en él existe eterna justicia y recompensa, y una misericordia superior al alcance de los
hombres. Y para manifestar la justicia con que todo lo juzga con equidad, castigó a los primeros ángeles;
así como para manifestar su bondad y su inmenso y perfecto amor, usó por segunda vez de su misericodia
criando al hombre y librándolo con infinitas maravillas.

Luego por ser Dios sempiterno, es también sempiterna su justicia, en la cual no hay diminución ni
aumento, como tampoco lo hay en el hombre que resuelve hacer su obra tal día y de tal modo. Pero
cuando Dios ejerce su justicia o su misericordia, al concluir es cuando la manifiesta y la notan los
hombres, porque en lo que respecta a Dios, desde la eternidad conoce todas las cosas pasadas, presentes y
futuras.

Deben, pues, los amigos de Dios, permanecer con paciencia en el amor de tan buen Señor, y no
inquietarse, aunque vean prosperar a los pecadores; porque Dios es como una prudente madre de familia
que pone entre las olas el lienzo sucio, para que con el movimiento del agua se purifique y blanquee; pero
cuida muy bien de que con el oleaje no se sumerja el lienzo. Del mismo modo pone Dios en el mundo a
sus amigos entre las oleadas de la pobreza y de la tribulación, a fin de que se purifiquen para ir a la vida
eterna; pero los cuida mucho, para que no se sumerjan con demasiada tristeza o con insufrible tribulación.

CAPITULO 19

Como el imán atrae el hierro, así la Virgen María atrae los pecadores a Dios.

Andando un lapidario buscando piedras, dijo a santa Brígida la Virgen halló un pedazo de piedra imán, y
cogiéndolo, lo guardó en su tesoro, y por medio de él llevó su nave al puerto. Igualmente mi Hijo,
buscando muchas piedras de Santos, me escogió especialmente por Madre suya, para llevar por medio de
mí los hombres al puerto del cielo. Y como la piedra imán atrae a sí el hierro, del mismo modo, atraigo yo
a Dios los corazones duros. Por consiguiente, no te has de turbar, cuando vieres tu corazón en obscuridad,
porque es para tu mayor corona.

CAPITULO 20

Consejos que da la Virgen María a santa Brígida sobre la pureza del alma y la abstinencia del cuerpo.

Si a uno le dieran un anillo que le estuviese muy estrecho en el dedo, dice la Virgen, y se le pidiera
consejo a su enemigo sobre lo que se había de hacer, contestaría: Córtese el dedo, y así se acomodará el
anillo. Pero uno que sea su amigo dirá: De ninguna manera se haga tal cosa, sino a fuerza de martillo,
extiéndase el anillo. Si alguno quisiere colar y purificar por un paño limpio la bebida de un señor
poderoso, y pidiera consejo a su enemigo, diría éste: Id haciendo pedazos el paño, y por donde lo halláreis
limpio, por allí la podéis colar.

Pero el amigo le diría: No hagáis eso, sino lavad y limpiad bien el paño, y después podéis colar la bebida.
Lo mismo acontece en las cosas espirituales. Por el anillo se entiende el alma, y por el paño el cuerpo. El
alma que ha de ponerse en el dedo de Dios, se ha de extender con el martillo de la discreción y de la
purificación; y el cuerpo, que es el lienzo por donde se han de colar las palabras de Dios, no debe cortarse
ni acabar con él, sino que se ha de limpiar con la abstinencia y mortificación.

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