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o suprimido de Rayuela'

ooozco de sobra las trampas de la memoria, pero creo


de este "capítulo suprimido" (el 126) es aproxi-
:e la que sigue.
Brntla partió de estas páginas; partió como novela,
tc-.untad de novela, puesto que existían ya diversos tex-
es (como los que dieron luego los capítulos 8 y 132)
aban buscando aglutinarse en torno a un relato. Sé que
i e un tirón este capítulo, al que siguió inmediatamente
i misma violencia el que luego se daría en llamar "del ta-
~\n el libro). Hubo así como un primer núcleo en el
cerinían las imágenes de Oliveira, de Talita y de Trave-
fcruscamente el envión se cortó, hubo una penosa pausa,
cue con la misma violencia inicial comprendí que debía
: :co eso en suspenso, volver atrás en una acción de la que
B :cea tenía, y escribir, partiendo de los breves textos men-
: >. toda la parte de París.
De ese "lado de allá" salté sin esfuerzo al de "acá", porque
r y Talita se habían quedado como esperando y Olivei-
: r unió llanamente con ellos, tal como se cuenta en el libro;
terminé de escribir, releí la montaña de papeles, agregué
Atiples elementos que debían figurar en la segunda mane-
.ecturas, y empecé a pasar todo en limpio; fue entonces,
v no en el momento de la revisión, cuando descubrí que
capítulo inicial, verdadera puesta en marcha de la novela
:: ral, sobraba.
La razón era simple sin dejar de ser misteriosa: yo no me
.i dado cuenta, a casi dos años de trabajo, que el final del li-
bo, la noche de Horacio en el manicomio, se cumplió dentro

::a Iberoamericana, Pittsburgh, vol. XXXIX, n.° 84-85, julio-diciembre de 1979.


de un simulacro equivalente al de este primer capítulo; también Acerca de Rayuelo,'
allí alguien tendía hilos de mueble a mueble, de cosa a cosa, en
una ceremonia tan inexplicable como obvia para Oliveira y
para mí. De golpe el ya viejo primer capítulo se volvía reiterati-
vo, aunque de hecho fuese lo contrario; comprendí que debía
eliminarlo, sobreponiéndome al amargo trago de retirar la base
de todo el edificio. Había como un sentimiento de culpa en esa
necesidad, algo como una ingratitud; por eso empecé buscando Entre mi propia visión de Rayuelo, y la de la mayoría de
una posible solución, y al pasar en limpio el borrador suprimí sus lectores (entendiendo por mayoría a los jóvenes, mucho
los nombres de Talita y de Traveler, que eran los protagonistas más sensibles a ese libro que la gente de mi edad) hay un curio-
del episodio, pensando que el relativo enigma que así lo rodea- so cruce de perspectivas. "Triste, solitario y final", como dice
ría iba a amortiguar el flagrante paralelismo con el capítulo del Raymond Soriano, escribí Rayuela para mí, es decir para un hom-
loquero. Me bastó una relectura honesta para comprender que bre de más de cuarenta años y su circunstancia —otros hombres
los hilos no se habían movido de su sitio, que la ceremonia era y mujeres de más de cuarenta años. Muy poco después, ese mis-
análoga y recurrente; sin pensarlo más saqué la piedra funda- mo individuo emergió de un mundo obstinadamente metafísi-
mental, y por lo que he sabido después la casita no se vino al co y estético, y sin renegar de él entró en una ruta de participa-
suelo. ción histórica, de apoyo a otras fuerzas que buscaban y buscan
Hoy que Rayuelo, acaba de cumplir un decenio, y que Al- la liberación de América Latina. A lo largo de un decenio, pro-
fredo Roggiano y su admirable revista nos hacen a ella y a mí blemas considerados como capitales en Rayuelo, pasaron a ser
un tan generoso regalo de cumpleaños, me ha parecido justo para mí algunos de los muchos componentes de la problemática
agradecer con estas páginas, que nada pueden agregar (ni qui- del "hombre nuevo"; la prueba, creo, está en el Libro de Manuel.
tar, espero) a un libro que me contiene tal como fui en ese Así, en mi visión personal de la realidad, Rayuela sigue siendo
tiempo de ruptura, de búsqueda, de pájaros. una primera parte de algo que traté y trato de completar; una
primera parte muy querida, seguramente la más honda de mi
Saignon, 1973 ser, pero que ya no acepto con la exclusividad que le conferían
los propios protagonistas del libro, hundidos en búsquedas
donde el egoísmo de tanta introspección y tanta metafísica era
la sola brújula.
Pero entonces, sorpresa: En esos diez años de que hablo,
Rayuela fue leída por incontables jóvenes del mundo, muchísi-
mos de los cuales eran ya parte en esa lucha que yo sólo vine a
encontrar al final. Y mientras los "viejos", los lectores lógicos de
ese libro escogían quedarse al margen, los jóvenes y Rayuela en-
traron en una especie de combate amoroso, de amarga pugna

* Alberto Mario Perrone, La nueva literatura, Buenos Aires, Centro Editor de Améri-
ca Latina, 1974.

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fraterna y rencorosa al mismo tiempo, hicieron otro libro ce- Un cronopio en México*
libro que no les había estado conscientemente destinado.
Diez años después, mientras yo me distancio poco a i><» ••
de Hoyuela, infinidad de muchachos aparentemente llamad..'. ..
estar lejos de ella se acercan a la tiza de sus casillas y lanzan . I
tejo en dirección al Cielo. A ese cielo, y eso es lo que nos uní,
ellos y yo le llamamos revolución.

Cada cual tiene sus encuentros simbólicos a lo largo de


l.i vida. Algunos son ilustres, por ejemplo el que sucedió en el
i .iinino de Damasco, o ese otro en que alguien se encontró de
p,i >lpe con una manzana que caía, e incluso aquél, fortuito, de una
i n. ¡quina de coser con un paraguas encima de una mesa de di-
MH iones. Encuentros así, que proyectan a la inmortalidad a
los Newton, los Lautréamont y los San Pablo, no les ocurren
u los pobres cronopios que tienden más bien a encontrarse
i 011 la sopa fría o con un ciempiés en la cama. A mí me pasa
i|iir me encuentro con lustrabotas en casi todos mis viajes, y
.ninque esos encuentros no son nada históricos, a mí me pare-
i cu simbólicos entre otras cosas porque cuando no estoy de
vi.ijc jamás me hago lustrar los zapatos y en cambio apenas
i .unbio de país se me ocurre que uno de los mejores puestos
de observación son los banquitos de los lustrabotas y los lus-
ti.ibotas mismos; es así que en el extranjero mis zapatos refle-
|.m los paisajes y las nubes, y yo me los quito y me los pongo
t o n una gran sensación de felicidad porque me parecen la me-
jor prueba de que estoy de viaje y que aprendo muchísimas
1 1 isas nuevas e importantes.
Es por eso que hace algunos años escribí la historia de uno
ilc mis encuentros con un lustrabotas, y creo que ese texto bas-
lanie nimio fue muy leído en América Latina aunque su acción
s< desarrollaba en Nueva Delhi. Ahora que vuelvo de México
Mcnio la obligación de contar otro encuentro parecido, que tuvo
|>oi estrepitoso escenario el zócalo de Veracruz una mañana muy

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