Você está na página 1de 2

ENTRE OLAS.

Notaba la humedad del mar rozar mis mejillas, un agradable aroma a sal me
refrescaba la nariz. Los recuerdos navegaban en mis ojos. La espuma del mar
intentaba salpicarme con esfuerzo. La cálida arena se volvía fría por minutos,
el atardecer era el dueño del paisaje. Mi espalda tocó la suave arena, y mis
ojos contemplaban el viejo y gran azul, sin ninguna mancha, sin ninguna
nuble. Los colores se mezclaban y jugaban entre ellos, pero el azul los
conquistaba. Cerré los ojos y inspiré con fuerza. El móvil vibró en mi bolsillo.
Intenté ignorarlo, pero se iba haciendo más intenso y podría ser importante.
Metí la mano en el pantalón, y lo saqué al exterior. Retiré los diminutos
granitos de arena que habían la pantalla. No reconocí el número y pulsé el
botón de colgar.
Ya era hora de volver a casa, cogí mi guitarra y me levanté. Moví los pies
hacia los lados para que la arena pudiera salir sin problemas. Caminé, y por
cada paso, mis pies se hundían en ella. Miré al frente y el aire tiro mi pelo
hacia atrás. Pisé el portal de mi casa y ya empezaba a extrañar la playa, miré
hacia atrás una vez más y crucé la puerta.
- Ya era hora cariño – empezó Jennyfer, mi Mánager y madre en toda regla –
te han llamado de la Green Room, mañana tienes que tocar allí.
El estrés ya empezaba a llamar a la puerta, y la tranquilidad salía por la
trasera. Asentí con la cabeza y subí hacia mi habitación.
Las partituras llenaban el suelo, y el piano ocupaba casi la mitad de la
habitación. Con dificultad deje mi guitarra encima de la cama y me senté en
el escritorio. Adoraba las vistas que la ventana de este producía. La playa,
blanca y tranquila se reflejaba en mis ojos verdes, olvidándome de a cuanto
estrés tenía que estar establecida las horas siguientes.

Aplausos y más aplausos. Las flashes de las cámaras y las luces rojas de las de
vídeo me iluminaban. Mis mejores amigas junto a mi madre estaban en
primera fila. Ilusionados. Agradecidos. Sinceros. Sara mostraba una de sus
románticas sonrisas, confiada en que podía salir adelante. Alba estaba
orgullosa y aplaudía bien fuerte sin cesar. Y mi madre, Jennyfer estaba
apunto con la cámara para guardar uno de los tantos recuerdos para posarlo
en la tumba de mi querido padre. La audición empezó. Mi voz estaba serena,
tranquila y no se alteró en ninguna ocasión. Sentí la canción. Sentí las
emociones que esta producía. Mis dedos rozaban las cuerdas de mi vieja
guitarra, y el ritmo contagiaba a los asistentes. Pero mis dedos se
equivocaron. Mis dedos hicieron demasiada fuerza y mi vieja guitarra soltó
una de sus finas cuerdas. Entonces, recordé.

7 de Enero de 1998. Tenía sólo 4 años, hoy un frío siete de Enero los cumplía.
Y mi afecto hacía la música, heredado por mi padre, corría entre mis venas.
Él me regalo mi primera guitarra. Le di un fuerte abrazo, porque nadie, nadie
sabía lo que ese regalo podía significar para mi. Donde una guitarra, una
simple guitarra me había hecho llegar tan lejos. Nuestra pequeña casa, estaba
situada en frente de la playa. Y cada mañana antes que mis padres se
despertaran creaba mis propias canciones en ella. Componía canciones únicas
y especiales para una niña, que contaban la historia de las olas y de la espuma
que con esfuerzos tocaban la punta de mis dedos. Solo necesitaba eso y ya era
completamente feliz. Pero debí darme cuenta, de lo especial que pueden
resultar algunas personas en tu vida. Aquella misma noche, mi padre no
regresó a casa. Aquella misma noche, todo eran ruidos, voces y
desesperación. Aquella misma noche no me atreví a tocar la guitarra. Aquella
misma noche... mi padre estubo en la vieja playa componiendo una última
canción, entre las olas que le arrastraban a la orilla.

Você também pode gostar