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http://www.galeon.com/pcazau/307-dic-psicoan.htm
Módulo 307
Diccionario de psicoanálisis
Por José Luis Valls y otros autores
Aclaraciones
Ricardo Bruno y Pablo Cazau
Al final de casi todas las entradas el lector encontrará [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
porque unas pocas no fueron escritas por este psicoanalista argentino. Al comienzo, [freud.]
quiere recordar que el Dr. Valls se propuso escribir un diccionario “freudiano” y no “de
psicoanálisis”, como lo llamamos en esta edición, con una expresión más popular.
Ricardo Bruno
Ricardo Bruno fue entre 1978 y 1998 asesor literario de la Revista de Psicoanálisis de la APA (Asociación
Psicoanalítica Argentina), y ha dirigido el Diccionario de Psicología (Ed. Claridad, Buenos Aires, 2000). Actualmente
modera la lista de correos http://groups.yahoo.com/group/lenguasuelta/
Este Diccionario tiene registro de propiedad intelectual, y fue cedido gentilmente por el Dr.
José Luis Valls por la intermediación de Ricardo Bruno. Periódicamente se irán agregando
nuevas entradas.
Pablo Cazau
Abasia (astasia-abasia)
José Luis Valls
[freud.] Tipo de afección característico de la histeria de conversión*, aunque también se lo
encuentre en algunos trastornos neurológicos. Consiste en una fuerte dificultad de caminar,
la que puede llegar hasta la imposibilidad absoluta, sin tener el paciente parálisis en los
miembros inferiores y pudiendo realizar con éstos otro tipo de movimientos correctamente.
Es el síntoma* predominante de Elisabeth von R.*, una de las pacientes más famosas de la
primera época de Freud. “[La señorita Elisabeth von R.] padecía de dolores en las piernas y
caminaba mal [...] Caminaba con la parte superior del cuerpo inclinada hacia adelante, pero
sin apoyo; su andar no respondía a ninguna de las maneras de hacerlo conocidas por la
patología, y por otra parte ni siquiera era llamativamente torpe. Sólo que ella se quejaba de
grandes dolores al caminar, y de una fatiga que le sobrevenía muy rápido al hacerlo y al
estar de pie; al poco rato buscaba una postura de reposo en que los dolores eran menores,
pero en modo alguno estaban ausentes. El dolor era de naturaleza imprecisa; uno podía
sacar tal vez en limpio: era una fatiga dolorosa. Una zona bastante grande, mal deslindada,
de la cara anterior del muslo derecho era indicada como el foco de los dolores, de donde
ellos partían con la mayor frecuencia y alcanzaban su máxima intensidad. Empero, la piel y
la musculatura eran ahí particularmente sensibles a la presión y el pellizco; la punción con
agujas se recibía de manera más bien indiferente. Esta misma hiperalgesia de la piel y de los
músculos no se registraba sólo en ese lugar, sino en casi todo el ámbito de ambas piernas.
Quizá los músculos eran más sensibles que la piel al dolor; inequívocamente, las dos clases
de sensibilidad dolorosa se encontraban más acusadas en los muslos. No podía decirse que la
fuerza motriz de las piernas fuera escasa; los reflejos eran de mediana intensidad, y faltaba
cualquier otro síntoma, de suerte que no se ofrecía ningún asidero para suponer una afección
orgánica más seria. La dolencia se había desarrollado poco a poco desde hacía dos años, y
era de intensidad variable” (1893a, A. E. 2:. 151-2). En el historial de “Elisabeth von R.”
Freud logró hacer una reconstrucción bastante exhaustiva de cada uno de los elementos de
la conversión histérica correspondientes a su parte asociativa, vinculándolos con distintos
momentos en que a través de éstas, las zonas histerógenas*, se habían concretado cierto
tipo de vínculos con el marido de su hermana, todos los que participaban a su vez de una
fantasía global incestuosa en el vínculo con este cuñado y ante la cual la parálisis expresaba,
simbólicamente, el giro lingüístico de “No avanzar un paso” (A. E. 2:188). Durante el
tratamiento la cura del síntoma histérico se va produciendo a medida que vuelven a la
memoria consciente todos estos hechos traumáticos cargados de momentos de
hiperexcitación libidinal; como pruebas de su participación en la idea global incestuosa. El
significado del síntoma va entonces pasando al proceso secundario*, y se puede así expresar
ahora el deseo* con palabras y descargarlo por abreacción*. No se necesita más, por lo
tanto, de la expresión corporal sintomática. El significado del síntoma tiene aquí entonces
dos vertientes: como símbolo mnémico* de los sucesos que produjeron la excitación o las
contigüidades de ellos, dejando hiperalgesia o anestesia de esas zonas histerógenas. La otra
está en su globalidad impidiendo la acción, como contrainvestidura* del deseo* incestuoso,
del que es un retoño el amor al cuñado. A este último corresponde esencialmente la astasia-
abasia que es un trastorno motriz contrario al deseo reprimido. Sería una metáfora cuya
significación es la contraria a la satisfacción del deseo, a favor de la represión defensiva
yoica. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Abreacción
José Luis Valls
[freud.] Acción adecuada realizada por el sujeto en el mundo exterior al que altera en algo.
Merced a ella produce una descarga duradera en la fuente de la pulsión*. Se contrapone, en
ese sentido, a la “alteración interna”* (expresión de emociones) y a la satisfacción
alucinatoria de deseos*, las que, justamente, no producen descarga en la fuente pulsional.
Freud la mencionó en el Proyecto de psicología (1950a [1895]) y en La interpretación de los
sueños (1899-1900), pero está implícita en muchos de sus otros trabajos, desde el texto
sobre “la neurosis de angustia” (1894-1895), pasando por La represión (1915), hasta El
malestar en la cultura (1929-1930). Por ejemplo, en Pulsiones y destinos de pulsión (1915)
dice que la fisiología “[...] nos ha proporcionado el concepto de estímulo y el esquema del
reflejo, de acuerdo con el cual un estímulo aportado al tejido vivo (a la sustancia nerviosa)
desde afuera es descargado hacia afuera mediante una acción. Esta acción es “acorde al fin”,
por el hecho de que sustrae a la sustancia estimulada de la influencia del estímulo, la aleja
del radio en que éste opera”. Renglones más abajo dice que “la pulsión sería un estímulo
para lo psíquico [...] el estímulo pulsional no proviene del mundo exterior, sino del interior
del propio organismo”, además de que “no actúa como una fuerza de choque momentánea,
sino siempre como una fuerza constante”. [ ... ] “Será mejor que llamemos ‘necesidad’ al
estímulo pulsional; lo que cancela esta necesidad es la ‘satisfacción’. Ésta sólo puede
alcanzarse mediante una modificación, apropiada a la meta (adecuada), de la fuente interior
de estímulo” (1915, A. E. 14:. 114). Por lo tanto la acción específica debería ser el fin del
arco que comienza en el polo perceptual* del modo de una sensación displacentera que se
expresa como afecto* (alteración interna, expresión de emociones, llanto, inervación
vascular) y que se dirige a través del aparato psíquico* luego, ligándose con las
representaciones* que conducen a la acción específica. Esta debe realizarse en el polo
motor* y disminuirá, entonces, la sensación de tensión que se había producido al entrar el
estímulo en el aparato psíquico. El concepto de acción específica, referido originalmente a la
pulsión de autoconservación*, se complejiza muchísimo al referirlo a la pulsión sexual*, pues
es en los avatares de ésta donde existe básicamente el conflicto generador de las escisiones
y enfrentamientos entre partes del aparato psíquico. Y se complejiza aún más si agregamos
la pulsión de muerte* y su deflexión hacia el exterior del sujeto a través del aparato
muscular, o sea pulsión de destrucción*. Incluso la reintroducción de ésta vuelta contra el
yo* desde el superyó*, o la que queda flotando desde un principio en el aparato psíquico
como masoquismo* primario o erógeno. En todos estos casos la acción en que debe culminar
el esfuerzo (Drang) de la pulsión pierde especificidad o ésta se hace más relativa. Por
ejemplo: ¿Se puede considerar a la sublimación*, una acción específica? ¿Y a la perversión*?
La pulsión busca la descarga. En su enfrentamiento con la cultura* (en parte exterior, al
aparato psíquico, en parte interior a él como es el caso del superyó) puede “sucumbir” o se
desinvestida su representación (sepultamiento* o represión exitosa), o puede satisfacerse en
forma sustitutiva como en 1 sublimación (satisfacción parcial, pero satisfacción al fin).
También puede descargarse en parte a través de la alteración interna (expresión afectiva)
por ejemplo como angustia*; o por retorno de lo reprimido* por fallas de la represión que
generan síntomas (degradación de la pulsión, o satisfacción pulsional que no puede de ser
sentida como tal) neuróticos. La pulsión también puede descargarse en forma perversa.
Desde luego puede hacerlo e forma “normal”, como lo serían las acciones sexuales permitida
en general por la cultura. En términos generales la problemática hasta ahora expuesta
respecto de la pulsión sexual gira alrededor de la libido* objetal y sus conflictos. En cuanto a
la libido narcisista también ésta tiene su propia problemática cuando no consigue devenir en
libido objetal. En el caso de las perversiones, se consigue u espacio intermedio de
satisfacción libidinal entre objetal y narcisista (objetal por satisfacerse en un objeto y
narcisista por representar éste al yo). Si se satisface entonces la pulsión narcisista erotizada
se generarán conflictos con la cultura, en lo vínculos sociales, al no estar la pulsión
homosexual inhibida en su meta (pulsión social). Incluso puede haber conflictos con el
superyó y éstos generar los aspectos neuróticos (sentimiento de culpa*) de una perversión.
La libido narcisista se satisface en gran parte (en el adulto) complaciendo al ideal del yo*
que exige sublimación. Por lo tanto, las acciones que realizará el yo deberán apuntar en es
dirección; también la libido narcisista se satisface con el amor proveniente de los objetos*.
En las psicosis*, la libido es puramente (en términos generales) narcisista y la acción es
autoplástica*. No se necesita modificar el mundo exterior, se puede regresar al
autoerotismo*. La acción es pura o casi pura “compulsión de repetición”*, pierde así su
característica de acorde a un fin. En cuanto a las principales posibilidades que poseemos de
acción específica existen, entonces, los ya mencionados actos sexuales permitidos por la
cultura, y básicamente los vínculos de meta inhibida como la ternura, la amistad, las
actividades grupales y sociales, las actividades sublimatorias en general (libido homosexual).
Al irse inhibiendo la meta se va generando la necesidad de variación del tipo de acto, dado lo
parcial de su satisfacción, lo que a su vez da cabida y hasta impone la actividad creativa y
cambiante, característica de la cultura pero no de la pulsión. La creación resulta, entonces,
más bien un efecto cultural sobre la compulsión repetitiva pulsional. Resumiendo: la acción
específica o “acción acorde al fin”, es la descarga parcial o total de la fuente que realiza el yo
en forma adecuada (según la pulsión esté más o menos desexualizada*). Esta adecuación se
produce, en forma importante, al ser aceptada la acción de descarga por el superyó
(representante de la cultura y el narcisismo* en el aparato psíquico) y por la cultura (su no
adecuación a ésta le producirá “angustia social”). Las así diferentes y cambiantes formas de
descarga pulsional, aunque limitadas seriamente por todos estos procesos, producirán
bienestar. Implican una acción en el mundo exterior “que cambiará la faz de la tierra”, una
adecuación al principio de realidad*, pleno funcionamiento del proceso secundario*,
incluyendo probablemente cierta dosis de agresión* (odio* perteneciente en parte a la
pulsión de autoconservación, a la pulsión sexual y a la pulsión de destrucción), y tan
extrema complejidad se consigue contadas veces en la vida del sujeto, a merced de tantos
vasallajes opuestos constantemente. De todas maneras es una aspiración constante y debe
ser incluida en el concepto de salud. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Activo-pasivo
José Luis Valls
Acto fallido
José Luis Valls
[freud.] Acto aparentemente erróneo realizado por el yo* oficial (Prec. y Cc.), que posee un
significado de realización de deseos* reprimidos. En realidad no es un error sino un acto que
puede ser sumamente complejo de realizar, pero que es visto o juzgado por la consciencia*
o, mejor dicho, por el yo consciente, como fuera de sus intenciones. Las intenciones son las
del ello* inconsciente, las que a través de símbolos, de analogías* o de contigüidades* entre
las representaciones* consiguen por un momento comandar la acción y, en cierta manera,
producir la identidad de percepción*. Se da lugar así a una filtración del proceso primario*
en el proceso secundario* a través de un acto (el hablar también es un acto), esto lo
considera el yo consciente como un error, o acto fallido. Freud describe distintos tipos de
actos fallidos como el olvido*, en el habla o en la acción, de nombres propios, palabras
extranjeras, nombres y frases, impresiones y designios; el trastrabarse, deslices en la
lectura y en la escritura, el trastrocar las cosas confundido, acciones casuales y sintomáticas,
errores en general y operaciones fallidas combinadas. Serían, al igual que los sueños y los
síntomas, realizaciones de deseos reprimidos Inc., no reconocidos como propios por el yo
oficial. La explicación dada por Freud al fenómeno se sustenta solamente (como en el caso
de los sueños y los síntomas excepciones) en la primera tópica y primera teoría pero se
puede enriquecer con la teoría de la pulsión y la estructural (véase: aparato psíquico),
utilizando para ello explicaciones realizadas por él mismo con respecto a similares, es el caso
de los sueños punitorios* que como “[...] cumplimientos de deseos, pero no de las mociones
pulsionales, sino de la instancia criticadora, censuradora y punitoria de la vida anímica”
(1933, A. E., 22:26), o del humor*. En esta misma línea Freud describe a las personas con
necesidad de castigo*, la que se infiere por su propensión a accidentes, enfermedades
autodestructivas, etcétera. Los castigos son atribuidos al destino, etcétera. En realidad
provienen del superyó* inconsciente o son buscados inconscientemente por el yo para expiar
el sentimiento inconsciente de culpa* que le produce el superyó. A diferencia del acto fallido
clásico, en éstos se satisfaría el autocastigo* producido por el sadismo del superyó Inc. o el
masoquismo* del yo. Se trata de actos involuntarios también vividos como error, que
producen fracaso, castigo, autodestrucción, a los que habría que ubicar dentro de las
desmezclas pulsionales*, por lo tanto acciones más allá del principio de placer*, regidas por
el principio de nirvana*, puras compulsiones de repetición*. Los actos fallidos también
pueden expresar la resistencia*, producto de la contrainvestidura* defensiva del yo Inc., por
lo tanto no satisfaciendo a la pulsión sino a la defensa* contra ella, sin necesidad de
pertenecer, por lo menos absolutamente, a la necesidad de castigo, pero sí a la parte Inc.
defensiva, la resistencia del yo. Ésta puede producir, por ejemplo: olvidarse de concurrir a
una sesión, el llegar tarde, o una equivocación de horario, etcétera, actos todos vividos como
errores por el yo Cc. del paciente y en realidad producidos por causas Inc. contrarias a las
satisfacciones de los deseos Inc. Mezclándose de todas maneras con las otras formas de
satisfacción, la pulsional y la necesidad de castigo. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Afecto
José Luis Valls
Agorafobia
José Luis Valls
[freud.] Tipo de fobia*, consistente en el temor a hallarse en espacio abiertos (miedo a salir
“afuera”, “a la calle”). Es más común en los adultos que en los niños. Freud lo atribuye al
temor del neurótico a la tentación de ceder a sus concupiscencias eróticas, lo que le haría
convocar como en la infancia, el peligro de la castración o uno análogo. Pone el ejemplo de
un joven que temía ceder a los atractivos de prostitutas y recibir como castigo la sífilis. La
agorafobia gana terreno paulatinamente, como toda fobia, y va imponiendo limitaciones al
yo* para sustraerlo de los peligros pulsionales. Puede conducir al encierro del sujeto y su
aislamiento social (introversión libidinal*), para evitar los peligros de “la calle”. Se produce,
a la vez, una “regresión* temporal” a la época infantil en que podía “salir a la calle” siempre
que fuera acompañado por alguien que lo cuidara. Ahora este acompañante lo cuidaría, más
que de los peligros reales, de sus propias tentaciones pulsionales que merced al
desplazamiento* y proyección son sentidos como peligros provenientes de “afuera”, “de la
calle”, lo que era de alguna manera “real” en la infancia. En esta misma formación
sintomática se hace evidente e influjo de los factores infantiles que gobiernan al adulto a
través de su neurosis*. En contraposición aparente a la agorafobia está la “fobia a la
soledad”, una forma de la claustrofobia, que Freud explica como el querer escapar a la
tentación del onanismo solitario. La agorafobia se instaura como enfermedad, por lo general,
después de haber vivenciado un ataque de angustia en alguna de la circunstancias
desencadenantes y luego temidas, a las que se dedicará a evitar. Cuando no lo logra,
reaparece el ataque angustioso. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Aislamiento
José Luis Valls
Alianza fraterna
José Luis Valls
Aloplástica, conducta
José Luis Valls
[freud.] Es la que resulta adecuada a fines, la que a su vez se empeña en modificar la
realidad*, sin desmentirla (véase: desmentida), en un trabajo sobre el mundo exterior que
produce cambios en él. Dentro de ella podemos incluir todos los tipos de acción específica*,
o sea acciones que descarguen la fuente de la pulsión*, en la forma más completa posible.
Incluimos en ellas, por ejemplo, la producción o captura de alimentos, la posesión del
objeto* sexual, y todas las sublimaciones*, generadoras de y generadas, por la cultura*. La
aloplástica es un tipo de conducta que conduce a la descarga pulsional. Por el hecho de
funcionar dentro del principio de realidad*, produciendo cambios en el mundo exterior, como
por ejemplo los hechos de la cultura misma, podemos emparentarla con el concepto de
salud. Cuando son desexualizadas, fruto de identificaciones* con atributos de seres que
antes tuvieron investidura de objeto, constituyen las sublimaciones. Éstas son aquellas que
justamente pierden su capacidad de realizar los paranoicos al resexualizárseles los vínculos
homosexuales con los objetos, generando el yo* la defensa* paranoica contra éstos. La
libido* homosexual desexualizada es aquella de la que están compuestos los vínculos
sociales. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Alteración del yo
José Luis Valls
Alteración interna
José Luis Valls
Alucinación
José Luis Valls
[freud.] Tipo de psicosis* mencionada por Freud varias veces en su obra y descrita por uno
de- sus maestros, el psiquiatra Meynert. Es un tipo de psicosis aguda que se produce como
reacción ante la pérdida de un ser querido (quizá con una previa discriminación incompleta
entre yo* y objeto*), al desmentirse la percepción* de este aspecto doloroso de la realidad*.
Freud trae el ejemplo de la madre que perdió su bebé y sigue acunando un leño, y el de la
novia abandonada que sigue esperando la llegada de su novio en cada llamada de la puerta.
Se desmiente* la pérdida del objeto*, al que se sigue percibiendo, o mejor dicho, se recibe
como percepción el recuerdo* de la imagen de aquel, Hay una alteración del yo* por la que
éste retira investidura del polo percepción consciencia* (PCc.) y pasa a funcionar regido por
el principio de placer* en vez de por el principio de realidad*, para el que es tan necesario el
aparato perceptual; confundiéndose, entonces, la fantasía de deseo* de la presencia del
objeto con la percepción real de su ausencia. La amencia de Meynert se diferencia de otro
tipo de psicosis. Por ejemplo en la psicosis histérica, las fantasías* que se perciben como
alucinación* son reprimidas (disfrazadas, angustiantes, retornan de lo reprimido*) mientras
que en la amencia no, todo lo contrario, son queridas por el yo. En la esquizofrenia*, la
investidura se retira de la representación-cosa* con lo que se pierde el deseo* inconsciente
del objeto, siendo que éste es el motor del aparato psíquico. Para que pueda suceder
semejante hecho, o como consecuencia de él, el yo queda prácticamente arrasado e incluso
se lo proyecta al mundo exterior, siendo percibido en forma alucinatoria retornando desde él
(sonorización del pensamiento*), también a través de órdenes enviadas por máquinas
(símbolos del cuerpo, origen del yo) u observaciones críticas (el superyó*, que también es
proyectado y percibido alucinatoriamente) de sus actos. En la amencia la alteración es menor
y mucho menos profunda, por lo tanto menos irreversible, aunque pueden existir cuadros
intermedios, o un cuadro puede devenir en el otro y esto dependerá del grado de alteración
y regresión* yoica que se produzca. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Amnesia infantil
José Luis Valls
[freud.] Proceso universal por el cual el ser humano no recuerda en general todos los
sucesos acaecidos en su vida antes de los cinco años, más o menos, a pesar de haber
poseído durante gran parte de ese período recursos, si bien incipientes, para recordar (len-
guaje*, pensamiento*, yo*, principio de realidad*, angustia de pérdida de objeto*,
reconocimiento de éste como fuente de placer*, etcétera). La amnesia se produce después
del sepultamiento* del complejo de Edipo* y la instauración definitiva del superyó* en el
aparato psíquico, el que actúa como una inmensa contrainvestidura* que engloba todas las
contrainvestiduras previas (represiones primarias*) produciendo la represión* (también
primaria, incluyendo todas las represiones primarias anteriores) y, por lo tanto, el olvido* de
toda la sexualidad infantil*. Ésta podrá luego ser reconstruida merced al psicoanálisis de
sueños*, síntomas*, recuerdos encubridores*, actos fallidos*, etcétera. Un interesante
ejemplo de amnesia infantil es el de Hans, primer paciente niño de la historia del
psicoanálisis, que se trató entre los tres y los cinco años. A sus diecinueve años, Hans no
recordaba casi nada de su proceso analítico y de todos los sucesos durante él acaecidos. El
producto de la amnesia infantil no es ni más ni menos que la sexualidad infantil comandada
ya por la zona erógena* fálica; con la unión bajo su supremacía de todas las zonas erógenas
generando un yo realidad definitivo*, que definitivamente reconoce al objeto* (centro de la
realidad*) como fuente de placer, ahora con características diferentes del yo (tiene otro
sexo, aunque la diferencia reconocida sea solamente la de posesión o no de falo), en fin,
toda la problemática edípica. Ésta se “hundirá” o pasará al estado de represión y, junto con
ella, toda la problemática anterior; así terminarán de constituirse la represión primaria, el
superyó y el aparato psíquico en general. Se hunde o reprime la sexualidad infantil y nace el
inconsciente* reprimido -descubrimiento crucial de Freud- conteniendo a toda esa sexualidad
infantil en su interior. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Amor
José Luis Valls
[freud.] En Pulsiones y destinos de pulsión (1915) Freud define el amor como “[...] la
relación del yo con sus fuentes de placer” (A. E. 14:130). Las fuentes de placer* del yo*
pueden estar en su propio cuerpo, en sí mismo o en el objeto*. Cuando las fuentes están en
el propio cuerpo, esto lleva el nombre de autoerotismo*. Una vez que el cuerpo se constituye
en yo y la libido* se ubica en él, hablamos de narcisismo*. La libido que encuentra placer en
el yo se llama narcisista. El narcisismo sería una forma del amor: el amor al yo. Cuando se
comienza a reconocer al objeto como la fuente principal de placer del yo, la libido que busca
complacerse en el vínculo con él se llama libido objetal*. Ésta constituirá el amor más
elevado, el amor por excelencia, el amor objetal, el que puede a su vez poseer diferentes
matices, clases o formas. La capacidad de amor objetal se va desarrollando junto con el yo
de una manera muy compleja. “Luego que la etapa puramente narcisista es relevada por la
etapa del objeto, placer y displacer significan relaciones del yo con el objeto. Cuando el
objeto es fuente de sensaciones placenteras, se establece una tendencia motriz que quiere
acercarlo al yo, incorporarlo a él; entonces habíamos también de la “atracción” que ejerce el
objeto dispensador de placer y decimos que llamamos al objeto” (1915, A. E. 14:131). En las
primeras etapas infantiles el amor es ambivalente, no se distingue totalmente del odio*.
Tampoco se distingue el ser* y el tener*. De ahí que la forma primera del lazo afectivo sea la
identificación*. El modelo analógico es el del canibalismo, en el que la tendencia amorosa
hacia el objeto implica el incorporarlo, por lo tanto su desaparición y transformación en parte
del propio ser. Es un tipo de amor que lleva implícita la destrucción del objeto como tal. En el
apoderamiento de la etapa anal (véase: erotismo anal y pulsión de apoderamiento) la
ambivalencia* es menor aunque más evidente, y mayor la diferenciación entre las categorías
ser y tener. Cuando la síntesis de las pulsiones sexuales* se ha cumplido, estableciéndose la
etapa genital (véase: genital), el amor deviene el opuesto de] odio y coincide con la
aspiración sexual total. Existe toda una gradación de posibilidades dentro del fenómeno del
amor. Durante el periodo del complejo de Edipo* el niño encuentra un primer objeto de amor
en uno de sus progenitores; en él se reúnen todas sus pulsiones sexuales que piden
satisfacción. La represión que después sobreviene obliga a renunciar a la mayoría de estas
metas sexuales infantiles y deja como secuela una profunda modificación de las relaciones
con los padres. En lo sucesivo el niño permanece ligado a ellos, pero con pulsiones que es
preciso llamar de “meta inhibida”, Los sentimientos que en adelante alberga hacia esas
personas amadas reciben la designación de “tiernos”. Este amor de “meta inhibida” o ternura
es el que logra crear ligazones más duraderas entre los seres humanos, 1.0 que se explica
por el hecho de no ser susceptible de una satisfacción plena. El amor sensual está destinado
a extinguirse con la satisfacción; para perdurar tiene que encontrarse mezclado desde el
comienzo con componentes puramente tiernos, vale decir, de meta inhibida, o sufrir un
cambio en ese sentido. El amor de meta inhibida es el que liga a los miembros de la masa* y
es factor esencial generador de cultura*. El amor sensual es antisocial, la pareja quiere
intimidad, no puede compartir su amor. También “[...] el niño (y el adolescente) elige sus
objetos sexuales tomándolos de sus vivencias de satisfacción. Las primeras satisfacciones
sexuales autoeróticas son vivenciadas a remolque de funciones vitales que sirven a la
autoconservación. Las pulsiones sexuales se apuntalan al principio en la satisfacción de las
pulsiones yoicas, y sólo más tarde se independizan de ellas; ahora bien, ese apuntalamiento
sigue mostrándose en el hecho de que las personas encargadas de la nutrición, el cuidado y
la protección del niño devienen los primeros objetos sexuales; son, sobre todo, la madre o su
sustituto”. En otros casos no se elige el objeto siguiendo el modelo de la madre, sino el de la
persona propia: “Decimos que [el sujeto] tiene dos objetos sexuales originarios: él mismo y
la mujer que lo crió” (1914, A. E. 14: 84). De ellos saldrán los modelos de la elección de
objeto* según el tipo de apuntalamiento* (más comúnmente masculino) y según el tipo
narcisista (más típicamente femenino). El amor, entonces, podríamos decir que deriva de
complejizaciones realizadas por el yo de los destinos de la pulsión sexual. Ésta produce a su
vez mezclas complejas con la tendencia a la vuelta a lo inorgánico, propia de la pulsión de
muerte*. El principal obstáculo -casi podríamos decir el único- que encuentra la pulsión de
muerte en su camino hacia lo inorgánico, es esta complicación que le surge con los
fenómenos de la vida, de los cuales el principal exponente es el amor. A medida que
aumenta la complejización, aparecen fenómenos diferentes. La pulsión sexual se mezcla*
con la pulsión de muerte y con eso consigue domeñarla. El acto sexual genital llevado a su
meta final, el amor sensual, resulta la principal forma de domeñamiento* de la pura cantidad
(véase: cantidad de excitación), de la no-cualidad, de la pulsión de muerte. La cultura está
edificada, básicamente, sobre la sofocación* de la pulsión sexual, específicamente del
incesto. La represión* hace cabeza de playa en la represión del incesto y luego se va
extendiendo hacia toda la sexualidad posible. También se sofoca la pulsión de destrucción*
que resulta de un primer nivel de mezcla con la pulsión sexual, en el que no se distinguen el
odio del amor, en cambio sí se perciben en la agresión* y el apoderamiento (en el primero se
ve quizá más claro el, dominio de la tendencia destructiva sobre la -.morosa, no así en el
segundo que retiene al objeto por amor, sin tener en cuenta que en esa retención está
implícito el daño al objeto). Las ligazones libidinales sobre las que se forman las masas
culturales, son de meta inhibida. Todas las creaciones culturales son fruto de esta libido que
podríamos llamar sublimada. El domeñamiento de la pulsión de muerte en ellas es menor.
Queda un plus de pulsión de muerte no mezclado. Así nace la paradoja de que esta
complicación que le surgió a lo inorgánico y que generó los fenómenos de la vida, de los que
a su vez nació la cultura, lleva incluida en su propio interior las pulsiones de muerte con
cierta libertad, no domeñadas, en la esencia de la creación del hecho cultural. Cultura en la
que entonces pareciera que por momentos predominaran las tendencias destructivas del ser
humano sobre las del amor. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] [sida]
Amor de transferencia
José Luis Valls
[freud.] Situación por la que pueden pasar algunos tratamientos psicoanalíticos. Consiste,
según el ejemplo freudiano, en el enamoramiento básicamente sensual de la paciente mujer
por su terapeuta hombre. Cabe que pueda enamorarse un paciente hombre de su terapeuta
mujer aunque Freud, por alguna causa que no podemos adjudicar simplemente a machismo,
no la menciona. También puede darse, obviamente, cuando paciente y terapeuta pertenecen
al mismo sexo, pero en esos casos tendríamos que pensar más detenidamente si entran
dentro de la categorización específica del fenómeno descrito, dada la libido* narcisista
puesta en juego en ellos. En el caso de que el enamoramiento provenga desde el terapeuta
se trata de un fenómeno de la contratransferencia*. El fenómeno descrito es considerado,
desde luego, un obstáculo para el análisis, parte de la “transferencia* negativa” y como tal
expresión de la resistencia* del yo* del paciente con serios riesgos para la continuidad del
tratamiento. Si bien en última instancia todo amor* es transferencial, en estas ocasiones lo
que suele estar en juego es más la transferencia inconsciente que el amor. Cada caso tendrá
su especificidad y cada terapeuta deberá recurrir a su creatividad para salvar la situación,
pero básicamente la actitud debería ser la de siempre, la actitud analítica, no rechazando al
paciente ni aceptándole sus propuestas. Simplemente a éstas se las tomará como un emer-
gente más del inconsciente* que se está repitiendo en la transferencia en forma vívida, por
lo que el correcto análisis y construcción* de los hechos que se repiten permitirán avanzar
más profundamente en el conocimiento del yo. Cierto grado de “enamoramiento” del
terapeuta hay en cualquier análisis, y como cualquier otro implica el fenómeno de la
idealización*, la que se va desvaneciendo con el progreso del tratamiento, pero este
“enamoramiento” por lo general es deserotizado y por lo tanto más manejable, menos
compulsivo, incluso puede tener momentos o cierto grado no desexualizado y participar de la
transferencia positiva por “amor al terapeuta” como otrora lo fuera con los padres de la
infancia. En ese caso las “mejorías” serán por amor a él. De todas maneras si no se debelara
durante el curso del tratamiento no se generarían cambios en el yo, habría simples
repeticiones, nada más. El tratamiento psicoanalítico busca conocer la verdad histórica* del
yo y de la historia pulsional del paciente y en esa tarea el analista debe encontrarse con
situaciones que ponen a prueba su propio yo, sus propios afectos*. De este y otros tipos de
situaciones nació la necesidad de la institucionalización del análisis didáctico en las
instituciones psicoanalíticas. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Anna O.
José Luis Valls
[psicoan.] Nombre figurado de la primera paciente a la que se le aplicó el método que dio a
luz a lo que luego sería el psicoanálisis. El tratamiento fue realizado por J. Breuer entre 1880
y 1882. Es uno de los historiales publicados por Breuer y Freud en los Estudios sobre la
histeria (1895). Se trata de un caso de psicosis histérica de una joven de veintiún años
sumamente inteligente, razonadora, de una voluntad enérgica y tenaz, uno de cuyos rasgos
de carácter principales era su bondad compasiva. Sus síntomas principales eran: parafasia,
strabismus convergens, perturbaciones graves de la visión, parálisis por contractura, total en
la extremidad superior derecha (con cierta anestesia especialmente en el codo) y en las dos
inferiores, parcial en la extremidad superior izquierda, paresia de la musculatura cervical;
también alucinaciones visuales, sonambulismo, tussis nervosa, asco ante los alimentos,
imposibilidad de beber pese a tener sed, ataques de sueño a ciertas horas, etcétera. A
medida que avanzó el tratamiento aparecieron nuevos síntomas: alteraciones progresivas del
lenguaje, primero con pérdida de palabras, luego pérdida de gramática y sintaxis y
conjugación del verbo, utilización de un infinitivo creado a partir de formas débiles del
participio y el pretérito, sin artículo. Luego faltaron casi por completo las palabras,
rebuscándolas trabajosamente entre cuatro o cinco lenguas, entonces apenas si se le
entendía. Escribía también en este trabajoso dialecto. Hubo un período (dos semanas) en
que estuvo en total mutismo. Breuer entiende que algo la había afrentado mucho y ella se
había decidido a no decir nada. Al comunicarle esto a la paciente, ceden algunas
contracturas y comienza a hablar en inglés y a entender el alemán, sin darse cuenta de que
contesta en inglés. Esta sintomatología no era permanente, sino de algunas horas del día (a
la mañana, a la tarde). Después de hablar con Breuer de ella, se sentía alegre y jovial pero
no recordaba nada del episodio anterior, hecho al que Breuer llamaba “condición segunda”.
La enferma estaba fragmentada en dos personalidades: a ratos era psíquicamente normal y
a ratos entraba en “condición segunda”, alienada. Como desencadenantes de la enfermedad
coinciden el descubrimiento de una gran dolencia en el padre y la posterior muerte de éste.
Cuidaba a su padre en el lecho de enfermo cuando, al comenzar a presentar un cuadro de
debilidad con las contracturas, tos, espasmo de glotis, etcétera, se decidió separarla del
paciente, el que un tiempo después falleció. Breuer realizaba sesiones con ella en las que
reconstruía todos los hechos y fantasías que había tenido Anna 0. en relación con los
síntomas, llegando al motivo de su origen. Por ejemplo, la paciente recordó en estado
hipnótico, conducido por Breuer, que la contractura con parálisis y anestesia del brazo
derecho había comenzado cuando una noche en que cuidaba a su padre en su lecho de
enfermo, estando semidormida, tuvo una alucinación: “vio cómo desde la pared una
serpiente negra se acercaba al enfermo para morderlo” (en el parque de la casa solía haber
serpientes). “Quiso espantar al animal, pero estaba como paralizada; el brazo derecho,
pendiente sobre el respaldo, se le había "dormido", volviéndosele anestésico y parético, y
cuando lo observó, los dedos se mudaron en pequeñas serpientes rematadas en calaveras
(las uñas). Probablemente hizo intentos por ahuyentar a la serpiente con la mano derecha
paralizada, y por esa vía su anestesia y parálisis entró en asociación con la alucinación de la
serpiente. Cuando ésta hubo desaparecido, quiso en su angustia rezar, pero se le denegó
toda lengua, no pudo hablar en ninguna, hasta que por fin dio con un verso infantil en inglés
y entonces pudo seguir pensando y orar en esa lengua” (A. E. 2:62). Tras estas
reconstrucciones, la gravedad de los síntomas cedía. Luego podían surgir otros, hasta que se
realizaba el mismo tipo de cura y demás. En el período que pasaba hasta que se lograba
encontrar el recuerdo (hecho que al ser hablado con el terapeuta producía la mejoría), podía
haber un cierto reagravamiento de los síntomas, “estos entraban en la conversación”. Esta
talentosa paciente se curó, al cabo de dos años de tratamiento, de su psicosis histérica y de
todos los síntomas neuróticos que la acompañaban. A ella se debe el acertado nombre de
“talking cure” (cura de conversación) y el humorístico de “chimney-sweeping” (limpieza de
chimenea) para la tarea realizada por Breuer. En el historial los síntomas que surgían en la
condición segunda se comparan con los mecanismos del sueño. Además se habla del soñar
despierto o fantaseo diurno habitual de esta paciente como predisponente de la histeria y
generador de síntomas. La paciente llamaba a su fantaseo su “teatro privado”. Dice Breuer:
“Yo acudía al anochecer, cuando la sabía dentro de su hipnosis, y le quitaba todo el acopio
de fantasmas (Phantasme) que ella había acumulado desde mi última visita. Esto debía ser
exhaustivo si se quería obtener éxito. Entonces ella quedaba completamente tranquila, y, al
día siguiente, amable, dócil, laboriosa, hasta alegre” (A. E. 2:54-5) pero luego volvía al
estado anterior, insistentemente. También son mencionadas en este historial como
disparador de la “condición segunda” y aparición consecuente de los síntomas, las
asociaciones por analogía o contigüidad. Además se exponen otros múltiples síntomas e
interpretaciones teóricas dignas de ser reconsideradas y profundizadas. [José Luis Valls,
Diccionario freudiano].
Aporte de Ricardo Bruno
“Joseph Breuer era un eminente médico vienés con el cual Freud trabó una estrecha amistad
en el Instituto de Brücke. El tratamiento de “Ana O” (y de manera específica su
comunicación a Freud de los detalles del caso) fue uno de los factores que llevaron al
desarrollo del psicoanálisis.
Breuer trató a “Ana O”. (Bertha Pappenheim) desde diciembre de 1880 a junio de 1882. La
paciente era una inteligente chica de 21 años que había desarrollado un conjunto de
síntomas histéricos en asociación con la enfermedad de su padre, al cual quería
apasionadamente. Estos síntomas comprendían parálisis de las piernas, contracturas,
anestesias, alteraciones de la visión y del habla, incapacidad para ingerir alimento y una tos
dolorosa de origen nervioso. Más adelante, su enfermedad se caracterizó por dos fases
distintas de conciencia. Durante una, ella era normal, durante la segunda, adquiría otra
personalidad. La transición entre estos estados de conciencia fue efectuada por auto-
hipnosis, que Breuer suplementó luego con hipnosis artificial. Anna había compartido con su
madre los deberes de cuidar a su padre hasta su muerte. Durante sus estados alterados de
conciencia podía relatar las vívidas fantasías e intensas emociones que había experimentado
cuando atendía a su padre, y ante el gran asombro de la paciente (y de Breuer) sus
síntomas podían hacerse desaparecer si lograba recordar con una expresión asociada de
afecto, las escenas de circunstancias en que habían aparecido. Cuando se dio cuenta del
valor de esta “cura de habla”, Anna empezó a ocuparse de cada uno de sus múltiples
síntomas, uno después de otro.
En el curso del tratamiento, Breuer se había ido preocupándose cada vez más por esta
paciente insólita, y su esposa se había ofendido y puesto progresivamente celosa. Cuando se
dio cuenta de esto, Breuer terminó bruscamente el tratamiento. Sin embargo al cabo de
unas pocas horas fue llamado urgentemente al lado de Anna. Encontró a la paciente, que
creía que estaba muy mejorada, en un estado de excitación aguda. Anna que nunca había
aludido al tema prohibido del sexo en el curso del tratamiento, estaba experimentado un
parto histérico (seudociesis) y el final lógico del embarazo fantasma que había desarrollado
en respuesta a los esfuerzos terapéuticos de Breuer, el desarrollo del cual éste desconocía
completamente. Breuer intentó calmarla mediante hipnosis. Sin embargo, la experiencia lo
acobardó y, en consecuencia, tuvo que restringir posteriormente su participación en las
investigaciones de Freud sobre el desconocido y, por tanto, impredecible y peligroso juego
de la mente” (página 69).
Kaplan H y Sadock B (1992) Compendio de psiquiatría. México: Salvat. 2ª edición.
Analogía
José Luis Valls
Angustia
José Luis Valls
Angustia, teoría de la
José Luis Valls
[freud.] Suele decirse que Freud postuló dos teorías de la angustia*. Sin embargo
seguiremos la hipótesis de que hay una sola que se va complejizando a medida que se
profundiza el conocimiento del funcionamiento mental. En el fondo la angustia es una y la
misma, lo que puede variar son los motivos que la ocasionen o las diferentes explicaciones
que tengamos sobre ella. En sus trabajos sobre la neurosis de angustia*, la explica como
producto de la acumulación de tensión sexual somática (cantidad de excitación* no
transformada en libido*, en deseo* sexual, al no estar unida a representaciones*). Cuando
por alguna causa no psíquica (la causa no es la represión* de las representaciones psíquicas,
sino un efecto mecánico actual producido en el hecho mismo de la acción sexual, por
ejemplo: una incorrecta relación sexual, o una relación sexual insatisfactoria) se produce una
inadecuada descarga sexual, la cantidad de excitación acumulada, sin ligadura psíquica,
deviene automáticamente en angustia. Esta teoría implica la concepción de que no toda
acción va unida a representaciones, o tiene un correlato psíquico; o si así lo fuera, de que
cada acción tiene también un correlato mecánico ajeno a lo psíquico (en el sentido de
representación), o corre paralelamente a él por otra vía produciendo efectos corporales y,
por este lado, genera afectos* (angustia automática*). Estas sensaciones displacenteras, en
algunos casos muy intensas y en otros compuestas casi únicamente por afecciones
corporales, son percibidas por el polo percepción consciencia* (PCc.) donde adquieren
cualidad* displacer*, por lo que el yo* en segunda instancia busca encontrarle ligadura con
representaciones-palabra* preconscientes* y darle cualidad representacional, cosa que
difícilmente consigue. La conclusión es que la cantidad de excitación acumulada es percibida
automáticamente por el aparato perceptual* como angustia. Esta base teórica influirá hasta
1925 en la teoría de la represión y junto con ella, en la teoría de la angustia de la primera
tópica. En ese período, Freud dice que la represión genera la angustia, en tanto separa la
representación de su investidura, que se transforma en afecto y principalmente en angustia.
Al ir profundizando su conocimiento del yo y luego de describir su segunda tópica o teoría
estructural en 1923 en El yo y el ello, interrelacionará la explicación de la formación de los
síntomas* neuróticos con la de los mecanismos de defensa* contra la angustia, además de
diferenciar y vincular la angustia ante las pulsiones* con la angustia ante los peligros
exteriores. Entonces se enhebrarán todas estas teorías contradictorias hasta ese momento.
La síntesis brillante se expone en Inhibición, síntoma y angustia (1925). Mantiene la
primitiva explicación: “Vemos ahora que no necesitamos desvalorizar nuestras elucidaciones
anteriores, sino meramente ponerlas en conexión con las intelecciones más recientes” (A. E.
20: 133); sirve aún para explicar las neurosis actuales* o el factor actual neurótico de toda
psiconeurosis, incluso la angustia automática en el brote esquizofrénico, a lo que se podrían
agregar neurosis traumáticas* y alguna patología psicosomática. La acumulación de cantidad
de excitación explica el trauma* del nacimiento y aquella es la máxima sensación de
desvalimiento* temida. Ella, prácticamente, es la que se vuelve a producir cuando la
angustia automática es síntoma*. Para defenderse el yo va generando mediaciones, gracias
a las cuales va a poder dominar al ello*. El yo será “el almácigo de la angustia”. La cultivará
en él transformándola en señal y la insinuará a la pulsión proveniente del ello y a la parte
inconsciente del yo para que el mecanismo defensivo yoico, guiado por el principio de
placer*, reprima a la pulsión y se evite entonces el displacer al que podría conducir su
satisfacción. Este tipo de angustia es angustia señal*, es una señal que utiliza el yo para
manejar a la pulsión y reprimirla, para que no se descargue. Es la angustia señal la que
genera entonces la represión y no a la inversa. A esta angustia no se necesita explicarla
tampoco por acumulación cuantitativa, es una tramitación, un recuerdo* de lo que podría
pasar si.... que consigue que la pulsión retroceda y el proceso no siga adelante (cuando la
represión tiene éxito, obviamente, pues cuando falla resurge la angustia automática, que sí
requiere explicación económica). La angustia señal nace en íntima vinculación con la
realidad*, pues se basa en hechos reales o vividos como reales (véase: verdad histórica) en
determinados momentos de la vida, como lo son la pérdida del objeto, la amenaza de
castración o de pérdida de amor. Podemos decir que la angustia de castración* va a ser el
prototipo de las angustias señales y a ella van a remitir las otras angustias como la de
pérdida de objeto*, la de pérdida de amor*, la angustia ante el superyó* y la angustia
social*. Como ya vimos, todas estas angustias señales pueden fallar -por alguna causa
psíquica (esquizofrenia*), o no psíquica (neurosis actuales)- y entonces el aparato psíquico
es invadido por la cantidad de excitación y, por lo tanto, la angustia automática ocupa el
panorama. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
[freud.] Tipo de angustia señal* sentida por el yo*, debido al hecho de que éste produce
mecanismos defensivos frente a la moción pulsional, ante la amenaza de castigo recibida
desde el superyó*, cuando existe el peligro del avance pulsional proveniente desde el ello*.
Implica la formación del superyó, entonces, producida merced a la introyección de la figura
de los padres (principalmente el padre), corno identificaciones secundarias* prohibidoras y
castigadoras de la satisfacción pulsional. Así los sentía el sujeto en su infancia. Después del
hundimiento del complejo de Edipo* devinieron en identificaciones*. La sola presencia del
deseo* Inc. investido es pasible de sanción para el superyó. Esto refuerza, por un lado, la
necesidad de su desconocimiento con la utilización de los mecanismos de defensa* del yo,
los que producen el desconocimiento del deseo, de todas maneras insuficiente para el yo, ya
que al tener el superyó una parte inconsciente*, capta al deseo Inc. pulsional in statu
nascendi, produciendo el yo de todas maneras la señal de angustia, que luego toma el matiz
del sentimiento de culpa*. La angustia* ante el superyó remite a la angustia de castración*
en el varón y a la angustia de pérdida del amor* del objeto* en la mujer, que eran las
angustias más temidas durante el período del complejo de Edipo, cuyo sepultamiento* y
represión* originó la formación del superyó. Para evitar la angustia ante el superyó, también
se generan entonces mecanismos de defensa. Este tipo de angustia señal es el que
predomina en la neurosis obsesiva*, en la que son típicos el aislamiento* y la anulación de lo
acontecido*. En las fases más tardías de la neurosis obsesiva la angustia coincide con el
sentimiento de culpa, culpa del yo ante el superyó, independiente de los hechos de la
realidad* (por ejemplo las leyes sociales). Obviamente la angustia ante el superyó también
pareciera ser típica de la melancolía* aunque en esta afección el superyó ha tomado el poder
sobre el yo y lo castiga sin piedad. La angustia ante el superyó puede aparecer en los
tratamientos psicoanalíticos con la forma de angustia de muerte* o ante el destino
(representantes del castigo del superyó). [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Angustia automática
José Luis Valls
Angustia de castración
José Luis Valls
[freud.] Angustia* sentida por el niño varón cuando comprende la diferencia de los sexos en
términos de fálico-castrado. En este período (fálico) el niño comprende el genital femenino
confundiéndolo con la falta del masculino, merced a un juicio* basado en la percepción* (que
lo es de una falta), el que le acarrea la angustia realista* de que sea una posibilidad cierta el
que ese peligro le pueda ocurrir a él. A posterior¡* deviene en la angustia señal* por
excelencia (posteriormente al hundimiento o represión* del complejo de Edipo* e
instauración del superyó* en el aparato psíquico*). La angustia de castración aparece,
entonces, en la cumbre del complejo de Edipo y es generadora de las neurosis infantiles (el
pequeño Hans, el “hombre de los lobos”*), generalmente zoofobias*, relictos del
totemismo*; luego va tomando las características del símbolo mnémico* que cultiva en su
“almácigo” el yo* para producir sus mecanismos de defensa* ante lo que siente como el
peligro pulsional. La angustia de castración es también un nivel de angustia señal, más alto
en su complejidad que la angustia de pérdida de objeto*. Se la siente básicamente ante el
padre, rival edípico, y es resultado, en la hipótesis filogenética freudiana, de que en las
épocas de la horda primitiva*, éste castraba a sus hijos para poder poseer a todas las
mujeres de la horda, En Inhibición, síntoma y angustia (1925) dice Freud que la angustia de
castración remite a la angustia de pérdida de objeto, pues la posesión del pene sería la
condición para, en este nivel, poder tener* a éste. El reconocimiento definitivo de la diferen-
ciación sexual, con toda su conflictiva a cuestas, trae mayor complejidad al vínculo con el
objeto*. La carencia objetal remite, en última instancia, al peligro de volver a caer en la
tensión de necesidad, la angustia automática*. La angustia de castración sería una angustia
señal que llevará al yo a hacer efectivos, automáticamente, sus mecanismos de defensa,
generando así nuevas mediaciones que lo alejen de ese peligro. En el adulto la angustia de
castración es reemplazada por lo general por la angustia ante el superyó* y la angustia
social*, cuyo sustrato es en el fondo. Pero esas angustias implican un grado aún mayor de
mediación y complejidad. La angustia de castración será factor principalísimo en la creación
de síntomas neuróticos, en las así llamadas neurosis históricas o de transferencia*,
principalmente la histeria de angustia* y sus fobias*. Es interesante acotar que el yo
realidad definitivo* culmina su constitución en el período fálico, cuando el falo haciendo caer
bajo su supremacía al resto de las zonas erógenas* les da una unidad, la que va a ser
llamada yo. Esto es otra muestra de la importancia de la angustia de castración en la
constitución del aparato psíquico masculino (mayor imperativo categórico, mayor
dramaticidad en la formación del superyó, la que a su vez es más temprana, termina con el
complejo de Edipo y no en la pubertad, como en el caso femenino). Por lo demás, esta
angustia es realista en el niño durante el complejo de Edipo, luego deviene en angustia señal
cultivada por el yo y usada como símbolo mnémico ante las pulsiones* que pretenden
retornar desde lo reprimido* y satisfacer la sexualidad infantil* reprimida primariamente, y
de las cuales el yo se defiende con sus represiones secundarias* o mecanismos de defensa.
[José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Angustia de muerte
José Luis Valls
[freud.] Tipo de angustia realista* preconsciente*, que resulta una forma de elaboración
secundaria* de la angustia ante el superyó* inconsciente* (por ejemplo: como angustia*
ante el destino), y en ocasiones la angustia de castración*, también inconsciente (por
ejemplo: angustia ante los accidentes, enfermedades venéreas, etcétera). No hay
representación-cosa* inconsciente de la muerte propia, pues no pudo haber vivencia de ella.
Las representaciones* surgen de las vivencias, son huellas de éstas en última instancia. Para
tener una noción de la muerte propia e incluso de la ajena, hay que poseer representación-
palabra* que permita pensarlas preconsciente o conscientemente. A partir de ahí, entonces,
se vinculan la muerte ajena con la propia, pero apenas si se tienen teorías, fantasías y
representaciones exteriores básicamente creadas merced a las palabras (“el frío de los
sepulcros”) hablando de la muerte y no una representación cabal o vívida de lo que es. Por lo
tanto, la angustia de muerte resulta una elaboración preconsciente de la angustia. La
angustia señal* se produce ante el peligro. El peligro real durante el complejo de Edipo* es
la--- castración; antes lo había sido la pérdida del objeto, y después el castigo del superyó,
todos a su vez niveles de mediación ante la indefensión o desvalimiento* frente a la cantidad
de excitación* o tensión de necesidad, cuyo prototipo es el trauma* del nacimiento. [José
Luis Valls, Diccionario freudiano]
[freud.] Tipo de angustia señal* percibida principalmente por la niña al entrar en el período
fálico, por lo tanto, en el complejo de castración*. Al comprender la diferencia de su cuerpo
con el del niño, en fin, con lo que ella entiende como niño no castrado, comprende ésta como
si a ella le faltara el genital y no como sexo femenino (proceso al que deberá llegar
trabajosamente el yo*, tras un esfuerzo de actividad de pensamiento* complejo y al que
arribará en la pubertad, en el mejor de los casos). Por lo tanto, en la época de este crucial
descubrimiento, sucumbe a la envidia del pene*. Se agrega a la diferencia anatómica el
hecho de que aparece una desigualdad con respecto al niño en la constitución del yo, dado
que el falo no tendría en este caso la suficiente primacía (véase: primacía fálica) sobre el
resto de las zonas erógenas* (el falo es el clítoris en todo caso, de ahí la envidia). Lo que en
el período del complejo de castración en la niña es entendido como falta de genital,
paulatinamente es reemplazado por el cuerpo erógeno todo, y la vagina en particular
(pensemos en lo difuso y generalizado del orgasmo femenino). Por eso el narcisismo* de la
mujer no se constituye de un principio como “amor propio” sino que predomina en ella una
necesidad* de ser amada, lo que la hace más dependiente del objeto*. También esto puede
ser otro elemento que puede ayudar al hecho de que algunas mujeres constituyan su yo más
como objeto que como sujeto. En el período del complejo de castración, en la niña la
necesidad de ser amada (en un principio por la madre) se hace extrema; de ahí lo intenso de
la angustia de la pérdida de su amor. Posteriormente viene, por lo común, un tiempo en el
que culpa a la madre por su minusvalía, rompe con ella, y pasa a querer poseer un hijo,
símbolo del pene anhelado (a este pasaje se lo llama ecuación simbólica). Por este camino
conducente a su feminidad, encontrará al padre como objeto y pasará a sentir angustia ante
la pérdida de amor de éste, de quien ahora espera su hijo-pene. Más tarde, en la
adolescencia, hará su elección definitiva de objeto* exogámico*, elección que llevará incluida
la historia con sus objetos primarios y las angustias* correspondientes. El superyó*
femenino tarda más que el masculino en constituirse, asimismo es menos drástica su forma
de estructuración. La angustia de la pérdida de amor femenina se prolonga más en el tiempo
y probablemente esto influya incluso en la generación de diferencias respecto de las
angustias posteriores, frente al superyó* y la angustia social*. La angustia de pérdida de
amor “[...] desempeña en la histeria un papel semejante a la amenaza de castración en las.
fobias, y a la angustia frente al superyó en la neurosis obsesiva” (1925, A. E. 20:135), lo que
seguramente tiene alguna relación con que la histeria sea predominantemente femenina.
[José Luis Valls, Diccionario freudiano]
[freud.] Angustia* sentida por el bebé cuando en su camino de salida del yo placer
purificado* (en el que el objeto* en la medida en que producía placer* era considerado yo*)
va reconociendo poco a poco a la madre como objeto de placer, como no-yo, por lo que pasa
a ser deseada (recordemos que en el yo placer se reconocía como no-yo todo lo odiado).
Comienza a pasar de la categoría ser*, a la categoría tener*, por lo tanto, a la posibilidad de
no tener; esta posibilidad generará angustia pues la presencia del objeto se ha mostrado
importantísima, hasta imprescindible, para no ser invadido por la tensión de necesidad*, la
cantidad de excitación*, en otras palabras, la angustia automática* del trauma* del
nacimiento. Esta angustia de pérdida de objeto es la primera angustia que actúa como señal,
generadora de mecanismos de defensa* del yo, inconscientes algunos, y de formas de
defensa que aunque no se las pueda considerar mecanismos quizá sean las más eficientes
que pueda tener el yo. Fruto de este tipo de angustia, irán surgiendo entonces los juegos
infantiles, el lenguaje*, etcétera, que harán las veces del objeto de placer al que, de esta
manera, se podrá tener. La angustia de pérdida de objeto se expresa en la clínica
básicamente como angustia ante la soledad, la oscuridad, la presencia de extraños, etcétera.
De todas maneras, también esta angustia tiene como trasfondo a la angustia de castración*.
La angustia de pérdida de objeto consiste en una señal que es producida en ínfima cantidad
por el yo, lo que hace que automáticamente y en forma inconsciente surja el mecanismo de
defensa que originará una formación sustitutiva*, una transacción, la que producirá el efecto
buscado de inconscientizar a la pulsión*, y en este sentido será eficaz. Esta forma de
angustia no necesita explicación económica, es producida por el yo (como todas las
angustias señales*) con ínfimas cantidades y basándose en el recuerdo*, la representación*
peligrosa. El resultado del mecanismo defensivo puede ser la generación de síntomas*,
rasgos de carácter*, etcétera. En el adulto se puede producir por regresión* yoica, pues es
más primitiva (la distinción yo-objeto de placer, en el período infantil en que este tipo de
angustia predomina, es menos clara) que la angustia de castración, la angustia ante el
superyó* y la angustia social*, aunque se pueden mezclar y ser difíciles de distinguir. Es el
tipo de angustia predominante en los mecanismos defensivos (desmentida*) de la amencia
de Meynert*. Si por alguna causa los mecanismos defensivos yoicos fallan, puede devenir el
ataque de angustia y producirse la angustia automática, la cual sí tiene explicación
económica, pues es producida por la cantidad de excitación, o lo que es lo mismo, la invasión
de la tensión de necesidad. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Angustia neurótica
José Luis Valls
Angustia realista
José Luis Valls
Angustia señal
José Luis Valls
[freud.] Señal producida y sentida por el yo*, el que la utiliza para lograr dominar a la
pulsión*. Esto lo hace mediante los mecanismos de defensa* ante ella. Utiliza para ello el
principio de placer* en contra de la satisfacción pulsional, paradójicamente, pues tras la
instalación de la represión primaria* la posibilidad de la satisfacción pulsional le generaría
displacer* (angustia*) al yo. Al enviar el ello* una investidura de deseo* pulsional Inc. (o lo
que es lo mismo, una representación-cosa* investida buscando representación-palabra* para
poder ser conocida por la consciencia* perteneciente al yo), el yo puede no aceptarla como
propia produciendo la angustia señal, para lo que utiliza el recuerdo* de momentos de
angustia que fueron reales en la infancia, por ejemplo: la visualización del genital femenino
en el caso de la angustia de castración*. La angustia señal está basada, entonces, en la
experiencia. Éste es el caso de la angustia de pérdida de objeto* cuando el bebé comienza a
reconocer al objeto* como tal. También el de la angustia de castración que surge en la etapa
fálica del varón, cuya contrapartida en la mujer es la angustia de la pérdida de amor* del
objeto. En el adulto no neurótico (a excepción del neurótico obsesivo en el que predomina la
angustia ante el superyó*, pero como amenaza de castigo inconsciente) las angustias
señales suelen ser las que se producen ante el superyó* y la angustia social*. La angustia
señal es para el yo un recurso sumamente eficaz para dominar a la pulsión, si bien muchas
veces costosísimo, los daños en su estructura son un efecto no buscado (por lo menos
dentro del principio de placer) que no puede atribuirse a la angustia señal sino a los
mecanismos defensivos que produce el yo gracias a ella. Así y todo es de subrayar la eficacia
defensiva; ante la señal automáticamente se desinviste* la representación* (de palabra o de
cosa según el caso, lo que también va a indicar niveles de gravedad en la patología o
alteración del yo) y la pulsión, “desactivada”, pierde su eficacia. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]
Anulación de lo acontecido
José Luis Valls
Añoranza, investidura de
José Luis Valls
[freud.] Intensa investidura de la libido* objetal que se produce ante la realidad* irreparable
de una pérdida de objeto*. La añoranza es por la sobreinvestidura que al no poder
satisfacerse, no tiene posibilidad de salida, produciendo el dolor* psíquico durante el proceso
de duelo*. En el caso del dolor* físico hay para Freud una cantidad de excitación*
proveniente de las “masas en movimiento” del mundo exterior (Proyecto de psicología,
1950a [1895]) que penetró en el cuerpo por una solución de continuidad de su superficie.
También puede ser por una enfermedad de alguno de sus órganos, a la que se agrega un
monto de libido narcisista que se agolpa en el órgano dolorido (1925). Algo análogo ocurre
en el caso del dolor psíquico. Hay un agolpamiento muy intenso, pero ahora es de libido
objetal, investidura de añoranza. La realidad muestra que el deseo* del objeto perdido no se
satisfará nunca más como otrora, con lo que aquel se intensifica y choca ante la
imposibilidad real, situación que se repite en cada ocasión que remeda al objeto perdido. El
proceso de duelo consiste precisamente en el ir despegando de la realidad la investidura de
añoranza. Este proceso se podrá realizar en tanto la investidura predominante haya sido de
libido objetal, pues si la elección de objeto* previa fuera predominantemente narcisista* se
producirá seguramente retracción libidinal*, la que volverá al yo*, como en el caso de la
melancolía*. En esta última, el sentimiento de culpa* del yo ocupa el lugar de la añoranza
por el objeto. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Aparato psíquico
José Luis Valls
A posteriori
José Luis Valls
Apronte angustiado
José Luis Valls
Apuntalamiento o apoyo
José Luis Valls
[freud.] Camino facilitado por la pulsión de autoconservación del yo* a la pulsión sexual*
para escoger sus predominantes zonas erógenas* y sus elecciones de objeto*. “El quehacer
sexual se apuntala (anlehnen) primero en una de las funciones que sirven a la conservación
de la vida, y sólo más tarde se independiza de ella” (Tres ensayos de teoría sexual, 1905,
agregado de 1915. A. E. 7:165). Formando parte primero de las sensaciones
correspondientes a la vivencia de satisfacción* realizada con la madre, va separándose un
plus de placer* que estaba unido en un principio a la pulsión de autoconservación, de la que
la pulsión sexual paulatinamente se va separando, en forma independiente del hecho de que
en las primeras épocas para la pulsión sexual predomine el yo-placer* que no distingue a la
madre como objeto*. En cambio, ya en las primeras épocas para la pulsión de
autoconservación es vigente el yo realidad inicial*. De ahí que en un sentido el objeto pueda
ser reconocido como tal y en otro no tanto y pase a predominar el autoerotismo*. Cuando el
incipiente yo* investido de pulsión sexual comienza o llega a reconocer al objeto como la
fuente de su placer, se decide a tenerlo*; por ello el primer objeto elegido es la madre, tanto
para la niña como para el niño. Después del complejo de Edipo*, una vez interiorizada la
prohibición del incesto a través del superyó*, pese a ello y justamente sin que el yo se
aperciba, se elegirá en general al objeto que posea atributos en algo semejantes a los
primeros objetos, satisfacientes de sus pulsiones de autoconservación. De esta manera, se
elegirá según los modelos de la madre nutricia o el padre protector. Si predominó más
absolutamente el autoerotismo o el “yo placer purificado”, y no se pudo aceptar en forma
importante la diferencia de los sexos, probablemente se haga elección de objeto de tipo más
o menos narcisista*. Sin embargo, podríamos decir que en ambos casos, la pulsión sexual
siempre se “apuntala” sobre la pulsión de autoconservación, sobre todo cuando lo hace sobre
los atributos de los primeros objetos; pero con más razón incluso en caso de hacerlo sobre
atributos del propio yo. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Arte
José Luis Valls
Asco
José Luis Valls
[freud.] Forma especial de la angustia* que funciona como dique represor (fijación*) de una
pulsión* relativa a determinada zona erógena* predominante en un período, y pasar este
predominio a otra más evolucionada, con problemáticas más complejas. Es producto de la
represión primaria* normal y constitutiva de la primera línea defensiva yoica (véase: yo), en
parte entonces contribuyente a la creación de su infraestructura Inc. El mecanismo
metapsicológico que constituye el asco es la contrainvestidura* y origina un punto de fijación
al que se recurrirá en el caso de regresiones* pulsionales ulteriores. Al pasar de] período*
oral al anal suele ser común en los niños el sentimiento de asco a la leche, al pecho o a la
nata de la leche (representación* del pezón); al superar el período de la satisfacción anal
como zona erógena predominante queda asco a las heces, principalmente de los demás, así
como a todo lo vinculado con ellas. En el caso de lo fálico, puede quedar cierto asco a lo
sexual si se permanece fijado a esta zona erógena, razón por la cual los objetos* deseados
inconscientemente son predominantemente incestuosos, o derivados próximos a ellos,
fenómeno típico de la histeria. Hay diversos grados de fijación, producidos por lo que resulta
ser uno de los diques pulsionales, el asco, y por el que se trastorna el afecto* ante la
posibilidad de la satisfacción pulsional (lo que era placentero, se vuelve asqueroso). Estos
grados de fijación dependen de cuáles hayan sido los montos de excitación que ocurrieron en
cada época. Por lo tanto también dependen de los hechos traumáticos transcurridos en ellas,
los que obligaron al yo* débil a aumentar la contrainvestidura (único mecanismo de la
represión primaria) para frenar a la pulsión, cambiándole el afecto, que en este caso sin
llegar a ser definitivamente angustia, es, no obstante, una forma especializada de ella. A
mayor contrainvestidura, mayor fijación, más asco. El asco lo siente el yo ante el peligro de
que la pulsión consiga su objetivo de descarga. El yo utiliza entonces sus mecanismos de
defensa*, de los que el asco resulta un detonante, una señal para que aquellos se
desplieguen (dando origen a conversiones* histéricas, por ejemplo). Situado en pleno frente
de batalla, puede continuar sintiéndose en forma consciente y egosintónica (y formar parte
también de ciertos rasgos de carácter*). Dentro de ciertos límites, controlados por el yo,
forma parte de la normalidad. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Asistente ajeno
José Luis Valls
[freud.] Nombre usado por Freud en el Proyecto de psicología (1950a [1895]) para señalar al
otro, al semejante, cuya presencia es vital para el niño desvalido, además de mostrarnos lo
importante de la presencia del objeto* en la estructuración misma del aparato psíquico*.
También lo menciona en La interpretación de los sueños (1900), Inhibición, síntoma y
angustia (1925), etcétera. En el momento del nacimiento, el bebé entra en estado de
desvalimiento* ante la cantidad de estímulos provenientes del interior de su cuerpo, de sus
pulsiones*. Esto mueve al proceso de descarga más primitivo, la alteración interna*
(expresión de emociones, grito, inervación vascular). A todo este complejo, centrado en la
invasión de la cantidad de excitación*, con un aparato psíquico demasiado incipiente para
ligarla por falta de experiencias de vida con qué relacionarla, se le llama también “trauma*
de nacimiento”. La alteración interna del bebé es una válvula de escape. Para que el bebé
sobreviva y se puedan constituir las bases de su aparato psíquico, la alteración interna debe
convertirse en una llamada que deberá ser comprendida por un “asistente ajeno” (la
atención de la madre, ni más ni menos, o alguien que cumpla sus funciones) que cubra las
necesidades* primitivas y de diversa índole del bebé, haciéndole disminuir las cantidades de
excitación: alimentándolo, limpiándolo, dándole calor, ternura, etcétera. Ésta implicará una
vivencia de satisfacción*, que dejará profundas huellas fundantes del funcionamiento de un
psiquismo cada vez más complejo. Las huellas principales serán las del objeto, sus
movimientos y la sensación de descarga producida en el contacto con él. En adelante, ante
las nuevas apariciones de la cantidad de excitación en el aparato psíquico ya en formación,
quedará facilitada* su ligazón con las huellas mnémicas* de la anterior vivencia. Así pasa a
constituirse una representación* de deseo* psíquico (representación de deseo del objeto y
los movimientos, para poder sentir la sensación buscada), de lo que era cantidad de
excitación somática. El razonamiento de Freud, aparentemente biológico, es esencialmente
social, o mejor dicho una excelente y dinámica ensambladura entre lo biológico, lo social y lo
psicológico. La representación del objeto (el asistente ajeno de la vivencia de satisfacción) es
inauguradora del psiquismo. El deseo surgirá cuando reaparezca la tensión de necesidad
somática, la que devendrá ahora en deseo del objeto, independientemente de que el objeto
sea al principio reconocido como tal por el narcisismo* reinante en el yo placer purificado*.
La representación-cosa* así fundada es principalmente representación del objeto, de las
cosas sentidas con él. Su presencia fundó el psiquismo de la desvalida cría humana. [José
Luis Valls, Diccionario freudiano]
Asociación
José Luis Valls
Asociación libre
José Luis Valls
[freud.] Regla técnica fundamental del psicoanálisis. Se le pide al paciente que diga todas
sus ocurrencias, que suprima su censura* consciente* e invista con atención las
representaciones-palabra* que se van vinculando por las leyes asociativas con un débil nivel
de ligadura y un cierto libre desplazamiento*. En otras palabras, se invita en forma activa al
paciente a que exprese en voz alta su libre fantaseo, su soñar diurno, que habitualmente es
censurado por la censura Cc. No todos los pacientes consiguen asociar en igual medida. La
asociación* es más libre cuando predomina la transferencia* positiva, hay pocas
resistencias*, no existen rasgos de carácter* demasiado rígidos, etcétera. En esas palabras
-que en otro contexto podrían parecer insensatas o absurdas- irán apareciendo indicios,
rastros dejados por el deseo* Inc.* reprimido en su huida, escondidos tras el síntoma*. El
analista podrá gracias a ellos ir armando las interpretaciones -construcciones* que van
haciendo consciente lo inconsciente. En realidad la asociación libre es un camino paulatino
hacia lo reprimido. En ese camino surgen las resistencias (al asociar, por ejemplo)
provenientes del yo*. El análisis de estas resistencias insumirá gran parte de la tarea
analítica. No serán sólo resistencias ante lo reprimido sino también ante lo represor,
inconsciente también pero perteneciente al yo. El análisis de las resistencias tomará
conocimiento, entonces, predominantemente de la parte Inc. del yo (los rnecanismos de
defensa*, por ejemplo), por lo tanto, de su carácter y de su grado de alteración*. [José Luis
Valls, Diccionario freudiano]
Ataque histérico
José Luis Valls
[freud.] Forma aguda de la sintomatología de la “gran histeria” a la que Freud describe como
ataques convulsivos con un aura y tres fases (para Charcot eran cuatro las fases, pues
postulaba un delirio* terminal). El aura proviene de una sensación de las zonas
histerógenas*, lugares hipersensibles del cuerpo cuya estimulación desencadena el ataque.
La primera fase es la epileptoide y semeja un ataque epiléptico común; la segunda, de los
“mouvements”, muestra movimientos de gran envergadura, como los “movimientos de
saludo”, el “arc de cercle” y contorsiones. Los movimientos son desarrollados con elegancia y
coordinados y no torpes como los de los epilépticos. La tercera fase es alucinatoria, de las
“attitudes passionelles “. Se caracteriza por posturas correspondientes a escenas apasio-
nadas alucinadas. Lo más frecuente es que la consciencia* se mantenga durante casi todo el
ataque, salvo momentos, semejantes al clímax de la excitación sexual. En algunos casos
cualquier fase del ataque se puede presentar por sí sola y subrogarlo. Son importantes
también los ataques apopléticos llamados “attaques de sommeil”. El ataque histérico está
compuesto por fantasías* proyectadas sobre la motilidad, representadas pantomímicamente
y desfiguradas a la manera de los sueños*. Se expresan en dicho ataque múltiples fantasías
condensadas y con identificaciones* múltiples (representándose en este caso dos o más
personajes), a veces con actitudes opuestas entre sí, Asimismo tiene la facultad de invertir la
secuencia temporal de los hechos fantaseados. El ataque puede ser convocado asociativa u
orgánicamente y como tendencia primaria (consuelo) o beneficio secundario* (por ejemplo:
el ataque se produce ante determinadas personas) de la enfermedad. El ataque es el
sustituto de una satisfacción autoerótica anterior resignada (masturbación*), que retorna sin
ser registrada por la consciencia. La pérdida de consciencia, la “ausencia” del ataque
histérico, proviene de aquella pasajera pero inequívoca privación de consciencia que se
registra en la cima de toda satisfacción sexual intensa (incluso autoerótica). Lo que señala a
la libido* reprimida el camino hacia la descarga motriz en el ataque, es el mecanismo reflejo
de la acción del coito. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Atención
José Luis Valls
[freud.] Actitud que Freud aconseja tener a los analistas durante la sesión psicoanalítica, por
lo menos en su iniciación. El analista tratará de inhibir sus representaciones meta* y de estar
parejamente dispuesto a percibir todas las percepciones*, sin buscar ninguna en especial. Es
la aplicación en la técnica del primer nivel de atención* con baja investidura y libre
desplazamiento, abierta tanto como se pueda a las percepciones, pues lo deseado puede
estar entre ellas. Las situaciones deseadas por el analista son indicios de situaciones
significativas que trae el paciente: recuerdos*, asociaciones*, sueños*, actos fallidos*, en
fin, vías de entrada hacia el Inc.* En este caso se pasa al segundo nivel de atención, la cual,
entonces, se hará más copiosa y con mayor nivel de ligadura, se pondrá mayor grado de
expectación. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
autocastigo (automartirio)
[freud.] Trastorno hacia lo contrario* (transformación de la actividad en pasividad) del
sadismo*. Hallamos la vuelta contra la persona misma* sin la pasividad hacia una nueva. Es
una etapa intermedia de la transformación del sadismo en masoquismo* para la que no se
necesitará la presencia de un objeto* que haga las veces de sujeto sádico. En el autocastigo
típico de la neurosis obsesiva*, aunque presente en la neurosis* en general, el verbo en voz
activa no se muda a la voz pasiva, sino a una voz intermedia reflexiva. El objeto es
resignado y sustituido por la persona misma. El autocastigo llega más lejos que el
autorreproche*, pues implica acción (el castigo) pero está antes del masoquismo, que
requiere la presencia de un sujeto sádico. El autocastigo permanece dentro del narcisismo*,
el masoquismo necesita por lo menos de una elección narcisista de objeto*, pero objeto al
fin. Este concepto lo expone Freud en Pulsiones y destinos de pulsión (1915). Agregando
elementos de obras posteriores, como Más allá del principio de placer (1920) y El yo y el ello
(1923), podemos decir que hay en él elementos de mezcla pulsional* entre Eros* y pulsión
de muerte*, cierto grado de mezcla que implica cierto grado de desmezcla* también. Por
cierto que si bien no es necesaria la presencia del objeto en lo real, existe una identificación*
del yo* con él, por lo que el superyó* castiga al yo, aprovechando la situación. En ocasiones
el yo se defiende (neurosis obsesiva), en otras se entrega dulcemente, como en la
melancolía*, esta última neurosis narcisista por excelencia. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]
Autoerotismo
José Luis Valls
Autoplástica, conducta
José Luis Valls
[freud.] Se dice de un tipo de conducta, propio de las psicosis* y en parte de las neurosis*,
que en su empeño de modificar una realidad* inaceptable, se limita a alteraciones internas*,
que a lo sumo modifican la percepción* (alucinación*), la concepción de la realidad
(delirio*), o producen alteraciones del cuerpo propio (síntomas* neuróticos, algunos
equivalentes de angustia* y la angustia misma), pero no la realidad misma. Freud habla de
esta adjetivación de la conducta en su artículo de 1924: La pérdida de realidad en la neurosis
y la psicosis. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Autorreproches
José Luis Valls
Banquete totémico
José Luis Valls
[freud.] Concepto desarrollado por William Robertson Smith, que Freud aprovechó como
parte de su construcción teórica, su por él llamado “mito científico”, sobre el origen de la
cultura* humana en general y del totemismo* en particular. Robertson Smith formuló “el
supuesto de que una peculiar ceremonia, el llamado banquete totémico, había formado parte
integrante del sistema totemista desde su mismo comienzo” (Tótem y tabú, 1912-13, A. E.
13:. 135). En este banquete se sacrificaban en determinadas fechas, animales cuya carne y
cuya sangre tomaban en común el dios y sus adoradores. Un sacrificio así era una ceremonia
pública, la fiesta de un clan entero. “El poder ético del banquete sacrificial público
descansaba en antiquísimas representaciones acerca del significado de comer y beber en
común. Comer y beber con otro era al mismo tiempo un símbolo y una corroboración de la
comunidad social, así como de la aceptación de las obligaciones recíprocas. [ ...] El animal
sacrificial era tratado como pariente del mismo linaje; la comunidad sacrificadora, su dios y
el animal sacrificial eran de una misma sangre, miembros de un mismo clan” (1912-13, id.
pág. 136-38). Robertson Smith identifica pues, sobre la base de abundantes pruebas, al
animal sacrificial con el antiguo animal totémico. Todos los animales sacrificiales eran
originariamente sagrados, y solamente en oportunidades festivas y con la participación de la
tribu era lícito comer su carne. “El clan, en ocasiones solemnes, mata cruelmente y devora
crudo a su animal totémico, su sangre, su carne y sus huesos; los miembros del linaje se
han disfrazado asemejándose al tótem, imitan sus gritos y movimientos como si quisieran
destacar la identidad entre él y ellos. [...] Consumada la muerte, el animal es llorado y
lamentado. El lamento totémico es compulsivo, arrancado por el miedo a una amenazadora
represalia, y su principal propósito es [...] sacarse de encima la responsabilidad por la
muerte”. A continuación prosigue la fiesta, la cual “[ ... ] es un exceso permitido, más bien
obligatorio, la violación solemne de una prohibición” (id. pág. 142). Para Freud el banquete
totémico, acaso la primera fiesta de la humanidad, sería la repetición y celebración
recordatoria del momento en que en la horda primitiva* darwiniana, se unieron todos los
hijos en el destierro y mataron al padre devorándolo. Este hecho generó y fue generado por
la “alianza fraterna”* que produjo luego los vínculos sociales. Apareció la prohibición del
incesto y el parricidio desde dentro de ellos, como producto de la añoranza* por el padre y la
culpa* por haberlo matado, generando el superyó*. Se repetiría en esa fiesta, ahora
desplazado al animal tótem, aquella hazaña memorable y criminal con la cual tuvieron co-
mienzo tantas cosas: las organizaciones sociales, las limitaciones éticas y la religión. [José
Luis Valls, Diccionario freudiano]
Barreras-contacto
José Luis Valls
Belle indifférence
José Luis Valls
[freud.] Característica de los pacientes (en general mujeres, pues la histeria es más
típicamente femenina, de ahí lo de “belle”) histéricos de conversión* principalmente con
trastornos motores, pero también cuando los síntomas* mayores residen en el área
sensorial. Fue descrita por Charcot. En la histeria de conversión, la represión* de los retoños
de las representaciones* incestuosas es exitosa, en tanto consigue hacer desaparecer tanto
la representación como el monto de afecto*, mientras que en la histeria de angustia* y en la
neurosis obsesiva* la angustia* se hace presente. El contenido representacional de la
pulsión* se ha sustraído radicalmente de la consciencia*. En ella no queda ningún tipo de
representación-palabra* que pueda “hablar” de lo reprimido. Ha surgido en su reemplazo,
como formación sustitutiva* (al mismo tiempo como síntoma) una inervación hiperintensa
(somática), unas veces de naturaleza sensorial y otras motriz, ya sea como excitación o
como inhibición. Al ser exitosa la desaparición del monto de afecto, se hace notoria la
indiferencia de la paciente ante un síntoma corporal, como la parálisis de un miembro, que
en un caso de enfermedad orgánica debería despertar angustia realista*, cuando menos.
[José Luis Valls, Diccionario freudiano]
[freud.] Tipo de resistencia* yoica a la cura, o sea al hacer consciente* lo inconsciente*, por
lo tanto rellenar las lagunas mnémicas e integrarlas al yo* después de un trabajo de
reelaboración*. Se basa en una cierta integración del síntoma* en el yo, merced a la cual se
consigue, por ejemplo, cuidados o atención* de parte de los objetos* que quizá de otra
manera no se hubieran conseguido (según lo siente el paciente). No está en la base de la
enfermedad ni es causa de ella, pero aparece secundariamente y contribuye a sostenerla y
hasta actúa como motivo para no abandonarla, o como resistencia a hacerlo. Dice Freud:
“Cuando una organización psíquica como la de la enfermedad ha subsistido por largo tiempo,
al final se comporta como un ser autónomo; manifiesta algo así como una pulsión de
autoconservación y se crea una especie de modus vivendi entre ella y otras secciones de la
vida anímica, aun las que en el fondo le son hostiles. Y no faltarán entonces oportunidades
en que vuelva a revelarse útil y aprovechable, en que se granjee, digamos, una función
secundaria que vigorice de nuevo su subsistencia. [ ... ] Lo que en el caso de la neurosis
corresponde a esa clase de aprovechamiento secundario de la enfermedad podemos ad-
juntarlo, como ganancia secundaria, a la primaria que ella proporciona” (Conferencias de
introducción al psicoanálisis, 1915-17, A. E. 16: 349-50). En Inhibición, síntoma y angustia
(1925) Freud la incluye como una de las tres resistencias yoicas, junto a la de represión* y
la de transferencia*; además de las del ello* y el superyó*. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]
Bisexualidad
Juan Carlos Kusnetzoff
Bordeline, personalidad
César Pelegrín
[freud.] El término borderline (en cast.: fronterizo o limítrofe) se utilizó ya en el siglo pasado
para designar un trastorno psíquico, pero sólo hacia 1950 comenzó a pretender una acepción
más rigurosa, a medida que el cuadro polifacético, evanescente, casi inasible iba siendo
aislado en la clínica, se reunía una casuística y se realizaban incluso estudios estadísticos.
Como el individuo bordeline presenta un collage de síntomas, ni siquiera constantes, algunos
terapeutas preferían seguir arreglándoselas con la anterior nosografía y negaban la
necesidad de agregar una entidad nueva. En general, el acuerdo era mayor en los hechos, o
por lo menos se compartía la misma perplejidad. ¿Por qué los comportamientos y las
fantasías de ciertas personas pasaban de neuróticos a psicóticos o psicopáticos, con algunos
períodos de normalidad aparente? Al investigar y sobre todo al encarar el tratamiento, el
terapeuta ¿tendría que apelar sucesivamente y por separado a las nociones de neurosis,
psicosis, psicopatía, etc.? También eran inestables en estos pacientes las relaciones de
objeto, las de trabajo, y los sistemas de creencias. Hacía falta una teoría explicativa, y ella
comenzó por ser, prudentemente, una teoría de la transición (entre las psicosis, las
caracteropatías, las psicopatías y las neurosis). Después se fueron dibujando líneas de
desarrollo, en los EE.UU., en Gran Bretaña y en la Argentina. 1) En los EE.UU., Otto
Kernberg, tratando de ceñirse al psicoanálisis, y Gunderson, recurriendo a estudios
estadísticos, partieron de definir el fenómeno borderline como desórdenes de la
personalidad. Desórdenes que Kernberg explica por una fijación a sistemas defensivos
arcaicos, una detención del desarrollo en la fase de separación-individuación, descripta y
estudiada por Margaret Mahler. Un concepto clave para entender la florida sintomatología del
borderline es el de escisión del yo. Sólo un yo escindido puede corresponder a
manifestaciones tan caóticas. ¿Y por qué se escindiría, quebraría el yo? Dicho brevemente:
para evitar un peligro mayor. 2) En Gran Bretaña, aplicando el modelo de Bion, consideraron
tales desórdenes una forma de psicosis: la “psicosis borderline. El yo tiene una parte
neurótica y otra psicótica. Está pues escindido. ¿Por qué o para qué? Para defender al
individuo evitando el incremento de la parte psicótica, función que está a cargo de la parte
neurótica. 3) En la Argentina se intenta sintetizar aspectos de ambas escuelas. César
Pelegrín propone un modelo de una escisión múltiple del self con detenciones escalonadas de
partes que terminan formando una personalidad múltiple. Explica los desórdenes borderline
como la restitución de una psicosis infantil, una restitución incompleta, en tanto partes de la
personalidad funcionan unas al modo neurótico, otras al caracterológico, otras al psicopático,
con un predominio transitorio de alguna de las tres modalidades. Los tres modelos tienen en
común basarse en la escisión del yo. [César Pelegrín]
Cantidad de excitación
José Luis Valls
Carácter
José Luis Valls
Carta 52 (a Fliess)
José Luis Valls
[freud.] Una de las más famosas cartas de Freud a Fliess (véase: manuscritos a Fliess),
fechada en Viena el 6 de diciembre de 1896. En ella hace un esbozo de ordenamiento de las
representaciones* que le van acercando a definir su primera tópica, mientras formula otras
ideas importantes que van a perdurar en el resto de su obra. Habla ahí de que la
representación de los deseos* psíquicos se va generando por estratificación sucesiva, la que
sufre reordenamientos y retranscripciones. La memoria* no es simple sino múltiple. Se
registra en diversas variedades de signos. Estarían primero las neuronas* que registran las
percepciones*. La primera trascripción sería el signo perceptivo que se asocia por
simultaneidad. Luego se pasaría al inconsciente*, en donde intervendrían nexos tal vez
causales, las huellas aquí serán recuerdos* de conceptos. En este último sentido globalizador
se podría pensar su correspondencia con lo que más adelante llamará representaciones-
cosa*. Estas últimas pueden volver a la consciencia* a través de su traducción a un tercer
tipo de trascripción ligado a representaciones-palabra*, correspondiente al yo* oficial, aquí
llamado indistintamente preconsciente*. En la carta se detalla el camino que va desde la
percepción, su forma de inscripción en el aparato psíquico*, hasta la posibilidad de su
recuerdo merced a la palabra. También se explica el mecanismo de la represión*, relacio-
nando cada una de las trascripciones con distintas épocas de la vida. Para Freud, en la
traducción de una trascripción a otra una defensa* es normal si las trascripciones
corresponden a la misma fase psíquica. En cambio existe una defensa patológica contra una
huella mnémica* no traducida de una fase anterior, Esta defensa se llama represión y
sucede con la sexualidad* por la particularidad que tiene en su desarrollo evolutivo. Una
estimulación genital* sólo será comprendida o “sentida” en el período* que le corresponde;
en períodos previos no, sucederá el fenómeno del “a posteriori”* por el que aquella será
“recordada” en el período genital, con un monto de excitación proveniente del anterior
episodio excitatorio, por lo que éste se torna traumático y este displacer* generará la
defensa o represión. Volvamos un párrafo atrás para aclarar mejor algunas cosas. Freud dice
que una trascripción es traducida a otra. “Según mi mejor saber o conjeturar” se refiere aquí
al hecho de que las representaciones-cosa son traducidas a representación-palabra para
poder llegar a la consciencia. Si los sucesos que ocurrieron dejando representación-cosa, lo
fueron anteriores a la posibilidad de poseer representaciones-palabra que “comprendan”
(véase: comprensión) a las representaciones-cosa, corresponden a una zona erógena*
todavía no desarrollada, y por lo tanto a las situaciones traumáticas* que dichas
representaciones-cosa conmemoran. Se apela, entonces, a la represión, que en este caso es
sólo contrainvestidura* (represión primaria*), pues no hay palabra a la que desinvestir*. Si
la representación-cosa encuentra una sexualidad correspondiente al nivel de la zona erógena
en una forma convenientemente desarrollada, comprendida, “pasada por una investidura*
corporal”, por lo tanto con las representaciones-palabra con un cierto nivel de elaboración y
vinculación entre ellas, se puede establecer una defensa normal, si no es así deberá usarse
aquella que aquí llama patológica, pero que es la más común: la represión. En la misma
carta trata de relacionar los recuerdos de los hechos con la causa de la neurosis*, la
histeria*, la neurosis obsesiva* y la paranoia*. “[...] los recuerdos reprimidos fueron
actuales, en la histeria, a la edad de un año y medio a cuatro; en la neurosis obsesiva, a la
edad de cuatro a ocho años, y en la paranoia, a la edad de ocho a catorce años" (1896, A. E.
1: 277). Otra consecuencia de las vivencias prematuras es la perversión*, cuya condición
pareciera ser, a esta altura de la teoría, que la defensa no sobrevenga antes que el aparato
psíquico se haya completado, o que no se produzca defensa alguna. Posteriormente, a partir
de Pegan a un niño (1919) y del historial del “Hombre de los lobos” (1914), se comprende
que esta afección es producida por otro tipo de represión o defensa ante el reconocimiento
de la diferencia de sexos que aparece en la etapa fálica, durante el complejo de Edipo (fálico-
castrado), etapa y período a los que queda fijado, fijación* basada en una desmentida* de
aquella diferencia, a la que a partir de entonces se debe dedicar a sostener, produciendo
escisiones en su yo*. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Castigo, necesidad de
José Luis Valls
Catarsis
José Luis Valls
Escribe Freud en “Dos artículos para enciclopedia”: “De las investigaciones que constituían la
base de los estudios de Breuer y míos se deducían, ante todo, dos resultados: primero, que
los síntomas histéricos entrañan un sentido y una significación, siendo sustitutivos de actos
psíquicos normales; y segundo, que el descubrimiento de tal sentido incógnito coincide con
la supresión de los síntomas, confundiéndose así, en este sector, la investigación científica
con la terapia. Las observaciones habían sido hechas en una serie de enfermos tratados con
la primera paciente de Breuer, o sea por medio del hipnotismo, y los resultados parecían
excelentes hasta que más adelante se hizo patente su lado débil. Las hipótesis teóricas que
Breuer y yo edificamos por entonces estaban influidas por las teorías de Charcot sobre la
histeria traumática y podían apoyarse en los desarrollos de su discípulo P. Janet, los cuales,
aunque publicados antes que nuestros Estudios, eran cronológicamente posteriores al caso
primero de Breuer. En aquellas nuestras hipótesis apareció desde un principio, en primer
término, el factor afectivo; los síntomas histéricos deberían su génesis al hecho de que un
proceso psíquico cargado de intenso afecto viera impedida en algún modo su descarga por el
camino normal conducente a la conciencia y hasta la motilidad, a consecuencia de lo cual el
afecto así represado tomaba caminos indebidos y hallaba una derivación en la inervación
somática (conversión). A las ocasiones en las que nacían tales representaciones patógenas
les dimos Breuer y yo el nombre de traumas psíquicos, y como pertenecían muchas veces a
tiempos muy pretéritos, pudimos decir que los histéricos sufrían predominantemente de
reminiscencias. La catarsis era entonces llevada a cabo en el tratamiento por medio de la
apertura del camino conducente a la conciencia y a la descarga normal del afecto. La
hipótesis de la existencia de procesos psíquicos inconscientes era, como se ve, parte
imprescindible de nuestra teoría. También Janet había laborado con actos psíquicos
inconscientes; pero, según actuó en polémicas ulteriores contra el psicoanálisis, ello no era
para él más que una expresión auxiliar, une manière de parler, con la que no pretendía
indicar nuevos conocimientos. En una parte teórica de nuestros Estudios, Breuer comunicó
algunas ideas especulativas sobre los procesos de excitación en lo psíquico, que han
marcado una orientación a investigaciones futuras, aún no debidamente practicadas. Con
ellas puso fin a sus aportaciones a este sector científico, pues al poco tiempo abandonó
nuestra colaboración”.
Cäcilie m.
José Luis Valls
[psicoan.] Se trata de una paciente histérica mencionada muchas veces en Estudios sobre la
histeria (1893-95). Freud dice haberla conocido más a fondo que a las otras, pero que
razones personales le impiden comunicar con detalle su historial clínico. En una nota al pie
sobre los enlaces falsos pone el ejemplo de Cäcilie M., en aquella dice que “[...] el talante
perteneciente a una vivencia, así como su contenido, pueden entrar con toda regularidad en
una referencia desviante con la conciencia primaria” (1893, A. E. 11:90). Aparentemente
esta apreciación está dirigida a las racionalizaciones como una forma de enlaces falsos, pero
al hablar del talante y la representación como el pasaje de una escena a otra, no deja de
referirse al problema de la transferencia y al fenómeno de la represión. Dice que aparecían
reminiscencias, como si se repitieran escenas que eran precedidas por el talante
correspondiente. La paciente se volvía irritable, angustiada, desesperada, sin vislumbrar en
ningún caso que ese estado de ánimo no pertenecía al presente, sino al estado que estaba
por aquejarla. En ese período de transición establecía un “enlace falso”. En otra nota al pie,
trae ejemplos de comunicaciones del paciente que recuerda en determinado momento un
síntoma ya superado tiempo atrás y éste reaparece al ser recordado, como si fuera esto una
especie de vislumbre o presentimiento, cosa relativamente común en Cäcilie. “Era siempre
una vislumbre de lo que ya estaba listo y formado en lo inconsciente, y la conciencia "oficial"
(para emplear la designación de Charcot), sin sospechar nada, procesaba la representación
que afloraba como repentina ocurrencia dándole la forma de una exteriorización de
satisfacción, que en cada caso, con harta rapidez y puntualidad, recibía su mentís” (1893, A.
E. 2:96). Luego: “[...] uno sólo se gloria de la dicha cuando ya la desdicha acecha” (1893).
Este tema de los presentimientos o vislumbres, lo va a retomar, según mi entender, mucho
más adelante en la teoría, en una nota al pie del artículo La negación (1925), sin embargo,
es traducido ahí por Etcheverry como invocación. Por último Cäcilie M. es usada como
ejemplo de formación simbólica de síntoma. La paciente posee una violentísima neuralgia
facial que emerge de repente dos o tres veces por año. Cuando Freud intentó convocar la
escena traumática, “[...] la enferma se vio trasladada a una época de gran susceptibilidad
anímica hacía su marido; contó sobre una plática que tuvo con él, sobre una observación que
él le hizo y que ella concibió como grave afrenta (mortificación), luego se tomó de pronto la
mejilla, gritó de dolor y dijo: "Para mí eso fue como una bofetada"“ (A. E. 2:190-191). Con
ello tocaron a su fin el dolor y el ataque. Esa neuralgia había pasado a ser, por el habitual
camino de la conversión, “[...] el signo distintivo de una determinada excitación psíquica;
pero en lo sucesivo pudo ser despertada por eco asociativo desde la vida de los
pensamientos, por conversión simbolizadora” (id.). El síntoma, en este caso, se forma
originalmente por asociación por simultaneidad, merced al conflicto y defensa, y luego se lo
evoca por simbolización principalmente de palabra, o sea por analogía de la expresión
lingüística. En otra ocasión atormentaba a Cäcilie M. un violento dolor en el talón derecho,
punzadas a cada paso, que le impedían caminar. En el análisis se evocó una oportunidad de
una internación clínica en la que le había expresado al médico el miedo de “no andar
derecha” en esa reunión de personas que le eran extrañas. Freud dice que en ninguna otra
paciente ha podido hallar un empleo tan generoso de la simbolización, pero que ésta se debe
extender a la histeria en general y que el síntoma conversivo no hace más que animar las
sensaciones a que la expresión lingüística debe su justificación. Así por ejemplo, las frases:
“[...] me dejó clavada una espina en el corazón”, o el “tragarse algo” (id.192), son metáforas
de hechos concretos corporales que pueden expresar el dolor o cierto sometimiento. En estos
casos en vez de ser expresados como metáforas verbales vuelven a ser “sentidos”, o
realizados, en la histeria. Estas sensaciones o acciones corporales a su vez “simbolizan” a
aquellas metáforas verbales, sin que la consciencia, así, tome nota del significado. La
representación-palabra en la normalidad puede expresar en forma metafórica, como en esos
ejemplos, los afectos correspondientes a representaciones de deseo. En la histeria, al ser
estas representaciones-palabra desinvestidas por la represión, no le queda al deseo Inc. más
que la posibilidad de expresar la misma frase metafórica pero en forma corporal, utilizando el
cuerpo en un sentido simbólico de lo que alguna vez fue concreto, para poder saltear la
represión, y retornar así lo reprimido. Se apoya en que para Darwin la “expresión de las
emociones” consiste en operaciones que en su origen estaban provistas de sentido y eran
acordes a un fin, por más que hoy se encuentren en la mayoría de los casos debilitadas a
punto tal que su expresión lingüística nos parezca una transferencia figural. Es harto pro-
bable que todo eso se entendiera antaño literalmente, y la histeria acierta cuando restablece
para sus inervaciones más intensas el sentido originario de la palabra. [José Luis Valls,
Diccionario freudiano]
Celos
José Luis Valls
[freud.] Estado afectivo normal, que está en directa relación con el aspecto de pulsión de
apoderamiento* perteneciente a la pulsión sexual*. Se vincula con la intimidad que busca la
pareja amorosa, pues la pulsión sexual es asocial en ese sentido. El amor* sexual no es
compartible, más que con la propia pareja. Freud describe tres niveles de celos: 1) los de
competencia o normales; 2) los proyectados y 3) los delirantes. Los primeros están
compuestos del duelo* por el objeto* de amor que se cree perdido y por la afrenta narcisista
sufrida. Pueden existir sentimientos de hostilidad hacia los rivales y un monto mayor o
menor de autocrítica. A pesar de ser normales, son irracionales.“[...] arraigan en lo profundo
del inconciente, retoman las más tempranas mociones de la afectividad infantil y brotan del
complejo de Edipo o del complejo de los hermanos del primer período sexual” (Sobre algunos
mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad, 1922, A. E. 18: 217).
En muchos casos incluso son vivenciados bisexualmente, por ejemplo los celos entre amigos,
etcétera. El segundo tipo, los celos proyectados, provienen de la propia infidelidad, sea
practicada, fantaseada, o reprimida y en segunda instancia proyectada como alivio del yo*
ante su consciencia moral* y ante los embates de lo reprimido*.“Los celos nacidos de una
proyección así tienen, es cierto, un carácter casi delirante, pero no ofrecen resistencia al
trabajo analítico, que descubre las fantasías inconcientes de la infidelidad propia” (1922, id.
218).Los celos del tercer tipo o estrato (Freud los considera diferentes tipos pero éstos
pueden coexistir) también provienen de anhelos de infidelidad reprimidos, pero en este caso
los objetos de fantasía* son del mismo sexo; las diferencias sexuales están previamente
desmentidas* y luego reprimidas de una manera muy particular, en la que intervienen la
desinvestidura* de la representación-cosa* y ulterior proyección* del deseo* inconsciente en
el objeto. Corresponden a una forma de la paranoia*, aquella que desmiente la moción
homosexual no aceptada por el yo, o sea su “protesta masculina”, la “roca de base”*, tan
poco profunda en la paranoia, por lo que se torna tan difícil su acceso terapéutico. La
paranoia de celos desmiente la moción homosexual que le retorna desde lo proyectado, con
la frase “No yo amo al varón - es ella quien lo ama” (en el varón) o “No yo amo a las
mujeres - sino que él las ama” (en la mujer) (Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso
de paranoia (Dementia paranoides) descrito autobiográficamente, 1911, A. E.12:60).“Frente
a un caso de delirio de celos, habrá que estar preparado para hallar celos de los tres
estratos, nunca del tercero solamente” (1922, A. E. 18:219). [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]
Censura
José Luis Valls
[freud.] Este concepto sufre una evolución particular en la obra freudiana. Es el proceso en
que a una representación -retoño (de otra representación reprimida primariamente) se le
impide el acceso a un nivel superior del psiquismo (a la palabra, al preconsciente*), o se le
permite siempre que esté bien disfrazada y no sea reconocida como propia por el yo*.Freud
define en primer término la censura onírica. Su función es desfigurar la representación*
intolerable para la consciencia*. En el capítulo VII de La interpretación de los sueños (1900)
y en los escritos metapsicológicos de 1915 llevará el nombre de “represión”*. Esta represión
escindirá el aparato psíquico en un Inc.* y un Prec. y a su vez tendrá dos tiempos: la
represión primaria*, que se producirá en los distintos momentos de la sexualidad infantil*
creando sus fijaciones* que culminan en el período del complejo de Edipo* y generan la
amnesia infantil* posterior; y la represión secundaria*, que da caza a los retoños de aquella
sexualidad infantil ya reprimida, la que intenta retornar de lo reprimido* a través de ellos,
generando, si lo consigue, entre otras cosas los síntomas* neuróticos.Freud describe
también una censura consciente que impide el pasaje de las representaciones-palabra* Prec.
a la consciencia (Cc.), restándoles valor, o por productoras de vergüenza*, etcétera. Esta
censura, cuya forma de acción es la de quitarle a la representación-palabra la
sobreinvestidura* de atención* que necesita para acceder a la consciencia*, es la que se le
pide al paciente que deponga, al entregarle la “regla fundamental”* de la “asociación
libre”*.En términos de la segunda tópica, la censura es en ese caso ejercida por el superyó*
hacia un yo que no accede al nivel del ideal del yo* exigido. Tomando la forma de
autorreproche* o autocensura, expresiones de sentimiento de culpa*. También el superyó
puede castigar al yo por permitir éste al ello* ciertas libertades no aceptadas por la
consciencia moral* (actuadas o fantaseadas). Es un resabio de la censura de los padres en el
momento de la educación; censura que remite entonces, en el inconsciente, a la amenaza de
castración*.El yo censura en forma automática a la moción pulsional cuando su
representación-cosa* busca representación-palabra en alguna forma asociada por el yo con
algo no aceptado por el superyó, pues si no le produce angustia señal* al yo. Éste se
defiende de la angustia aplicándole a la pulsión* los mecanismos de defensa* que al
sustraerle investidura Prec. (a la representación-palabra) impiden su conocimiento y acceso
al yo. Estos mecanismos de defensa son formas cada vez más sofisticadas de la censura.
[José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Ceremonial obsesivo
José Luis Valls
Chiste
José Luis Valls
[freud.] Procedimiento intelectual por medio del cual un rápido empleo de un proceso
primario* ahorra parte del gasto que demandaba la represión* de las pulsiones sexuales*
incestuosas, de las pulsiones destructivas* y de sus retoños. Se descarga, entonces, la
energía* así ahorrada, energía cuya descarga da origen al placer* de la risa, la que según la
clase de chiste (como en el chiste tendencioso) llega a ser risa franca, hasta carcajada. El
método que por un instante se utiliza es el de usar un proceso primario, en forma parecida al
sueño*, pero sin regresión* de palabra a imagen percibida, sino tratando a la palabra como
si fuera representación-cosa*, o aprovechando los diferentes significados que tienen las
palabras y también las varias cosas a las que aluden. A veces se cambia una letra o una
sílaba, o las palabras se descomponen en sílabas, gracias a condensaciones* y desplaza-
mientos* que aprovechan contigüidades*, analogías*, homofonías, oposiciones*. Son
asociaciones* superficiales de las palabras (analogías formales) que ocultan asociaciones
más profundas (de significados).En fin, se vuelve a jugar con las palabras como jugaba el
niño durante la época del aprendizaje del lenguaje*, para el que las palabras más que
representar a las cosas, son una más de éstas. Existen varios tipos de chistes: del juego
infantil con las palabras pasamos al chiste inocente o abstracto cuyo efecto nunca es
excesivamente reidero; en general nos produce una simple sonrisa. El chiste que produce
más placer suele ser el tendencioso, que nace de la pulla grosera o insulto sexual con
carácter alegre de los grupos con bajo grado de cultura o inhibición. En el chiste tendencioso,
en forma oculta, mediante condensaciones y desplazamientos, se busca agredir*
sexualmente (desnudar) a alguien o agredir simplemente (desacreditar, degradar a una
autoridad por ejemplo). Para esto se necesita de un tercero que escuche el chiste, éste es el
que principalmente, entonces, sentirá el placer al producirse la descarga con la risa. Por lo
tanto en el chiste tendencioso hay tres personajes: a) el creador que lo cuenta, b) la persona
de quien se cuenta algo (imaginaria o ausente por lo general, salvo en la pulla grosera) y c)
el tercero que es el que goza. En el autor o relator del chiste el placer empieza siendo ínfimo,
pero por contagio (identificación* con el que goza) llega a ser intenso. Este complejo meca-
nismo hace que el chiste tenga un efecto social buscado, necesita espectador, no se puede
disfrutar en soledad. Los mejores chistes equilibrarán el disfraz con lo entendible para un
tercero; si es muy complejo le demandarán a éste demasiado esfuerzo y perderá el efecto
placentero al demandar gasto. Si es excesivamente fácil necesita de un talante alegre previo
del tercero, en el que las inhibiciones* estén disminuidas y se convierta en pulla grosera, con
lo que el nivel cultural desciende. Si el tercero es el que más goza es porque la operación
intelectual creativa, el uso momentáneo del proceso primario insertado en un discurso en
proceso secundario* en forma repentina, le viene regalada por el autor, no le demanda el
gasto que exige la ocurrencia creativa. Consigue así, mediante la operación intelectual del
otro, dar cierto nivel de satisfacción a una pulsión* prohibida interiormente en su aparato
psíquico*. Pero el autor necesita del tercero para gozar, pues como hemos dicho el chiste en
soledad no produce placer, sólo al producir la risa en el tercero el autor puede sentir placer
al contagiarse, por identificación, de la risa de aquel. Esto transforma al chiste en un
fenómeno social por excelencia, diferenciándose así del humor* que es un tipo de placer
parecido, pero con libido* narcisista. En el humor el sujeto puede sonreírse de sí mismo, o
de los problemas de la realidad*, gastándoles una broma, disminuyéndoles con ésta el valor,
tornándose por un instante omnipotente el yo*. El humor no necesita de terceros, si bien
éstos pueden disfrutar de él, al sujeto no le son imprescindibles para gozar. El chiste es una
válvula de escape que en lo social permite desinhibición de pulsiones sin llegar a la acción.
Puede estar ayudado por una fachada cómica (véase: cómico), la que va preparando
previamente el ambiente para el placer chistoso. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Cloaca
José Luis Valls
[freud.] Segunda de las tres principales teorías sexuales infantiles*. La primera atribuye a
todos los seres humanos un pene y la tercera es la concepción sádica del coito. La teoría de
la cloaca surge de la ignorancia que tiene el niño sobre la existencia de la vagina como
genital, o si se quiere, de la desestimación* de la diferencia de los sexos que el niño realiza.
De ahí que atribuya el nacimiento no a un parto sino a una evacuación. Si los hijos nacen por
el ano, los varones pueden parir igual que la mujer (esto se corresponde con la primera
teoría que dice que las mujeres tienen pene). En realidad, según esta teoría no existirían dos
sexos más que por los caracteres sexuales secundarios, la función en la familia, el tipo de
preferencias, de manera de ser, etcétera, pero no por lo esencial. Una vez reconocida la
diferencia de los sexos, al menos en un primer nivel (la oposición* fálico-castrado), la teoría
cloacal es desechada. Sin embargo, puede permanecer en el inconsciente* reprimida o
incluso dentro del yo*, merced a mecanismos de escisión yoica* que en parte reconozcan la
castración y en parte no. Esto último sucede, en forma característica, en el caso de la
desmentida* de la diferencia de los sexos que se produce en la perversión sexual*. En el
historial del “Hombre de los lobos” (1918), Freud plantea esta problemática y la manera
compleja en que aparece en el caso. El paciente poseía en su yo tres actitudes diferentes
frente a la castración:1 ) Abominaba de ella desde su “protesta masculina”, lo que originaba
la angustia* de su fobia* (angustia de castración*).2) Tenía una segunda corriente que
aceptaba la castración y se consolaba con la feminidad como sustituto. Ésta originaba sus
síntomas* de constipación como conversión* histérica.3) Había una tercera más antigua y
profunda que podía todavía ser activable y que seguramente es la teoría de la cloaca
desestimadora de la castración, que momentáneamente podría resurgir durante un conflicto
agudo. Con la teoría cloacal se vincula íntimamente la trasmutación de las pulsiones* anales
a través de la ecuación simbólica: heces-pene-niño-regalo-dinero, todas identidades para el
inconsciente*. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Cómico
José Luis Valls
[freud.] Operación anímica placentera, cuyo medio de descarga es la risa. Se origina como
un hallazgo de algo no necesariamente buscado en los vínculos sociales entre los seres
humanos, que también se puede extender a la apreciación de ciertos animales, objetos
inanimados o situaciones, que resultan con ciertos atributos exagerados, caricaturescos,
cómicos. La descripción corresponde, por lo general, a hechos cómicos acaecidos a personas
adultas o por lo menos con un aparato psíquico* terminado de establecer; con un ello*, un
yo* y un superyó*, y en el que está bien definida la frontera entre lo que es inconsciente* y
lo que es preconsciente* y consciente*. Lo cómico es una operación que corresponde al yo
en su parte preconsciente (Prec.), lo que pertenece ala actividad de pensamiento*, al juicio*,
al proceso secundario*. No interviene el inconsciente en su gestación, como en el caso del
chiste*. Lo cómico es algo que se halla en personas, en sus movimientos, formas, acciones y
rasgos de carácter*; originariamente es probable que sea sólo en sus cualidades corporales,
más tarde * también en las anímicas o bien en sus manifestaciones. Por otro lado, como
decíamos, se puede extender a animales, cosas o situaciones. Reímos de los movimientos
del clown porque, desmedidos y desacordes con un fin, nos recuerdan la torpeza infantil.
Reímos de un gasto de energía demasiado grande; desde la comicidad de los movimientos se
puede ramificar lo cómico a las formas del cuerpo y los rasgos del rostro.¿Por qué produce
efecto cómico lo desmedido y carente de fin del movimiento, que incluso luego deriva a otras
situaciones? Freud lo atribuye a la comparación entre el movimiento observado en el otro y
el que uno habría realizado en su lugar. Por el proceso de juicio y a través del “complejo del
semejante”* “Adquiero la representación de un movimiento de magnitud determinada
ejecutando o imitando ese movimiento, y a raíz de esta acción tengo noticia en mis
sensaciones de inervación de una medida para ese movimiento” (El chiste y su relación con
lo inconciente, 1905, A. E. 8:182). Comprendemos a un semejante realizando sus mismas
acciones; luego, una vez conocidas éstas, podemos pasar a compararlas con las nuestras. El
proceso se irá simplificando a medida que participe en él la memoria, lo que nos dispensará
de realizar el acto cada vez, sustituyéndolo por un gasto de investidura* de representación*.
Al ver a un prójimo realizando actos desmedidos o desacordes a un fin -en la comparación
que automáticamente hacemos, para comprender, con la acción que realizaríamos nosotros
en la misma situación- hay un ahorro de investidura de representación. Esa energía ahorrada
se descarga por el mecanismo placentero de la. risa. Así “[...] la génesis del placer por el
movimiento cómico sería un gasto de inervación que ha devenido inaplicable como excedente
a consecuencia de la comparación con el movimiento propio” (1905, id. 185). El placer de lo
cómico surge entonces de un gasto de investidura de representación que la desproporción
del movimiento realizado por el semejante, nos ahorra. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]
Complejo de castración
José Luis Valls
[freud.] Excitaciones y efectos relacionados con la pérdida del pene. El desarrollo sexual del
niño se realiza en dos tiempos. El primero dura hasta los cinco o seis años, la sexualidad
infantil* que cae bajo el manto de la represión*, luego es seguido por un período de
latencia*, y el segundo que resurge en forma definitiva en la pubertad y posterior
adolescencia. En la culminación del período sexual infantil la zona erógena* predominante es
la fálico-uretral*; al advenir el predominio de esta zona ocurren simultáneamente múltiples
cosas. Por lo pronto se abren distintos caminos en la evolución del niño y la niña. En el nivel
infantil de conocimiento se notan diferencias sexuales, las que son vividas como posesión o
no de genital (el que no lo posee es porque fue castrado, el que sí lo posee corre peligro de
serlo). Esta realidad difícil de enfrentar y resolver con el aparato psíquico* infantil, es
aceptada en parte, lo que originará angustia de castración* en el niño y envidia fálica en la
niña. También puede ser desmentida* en ambos casos y esto señalar el camino a las
perversiones sexuales*, las que se pueden extender a algún tipo de psicosis*. Tanto en la
niña como en el varón, en el nivel infantil de pensamiento* no se reconoce del todo la
existencia de la vagina femenina como órgano genital (no obstante, es de suponer que para
el yo* realidad todavía incompleto, en parte sí, además para las pulsiones sexuales*
objetales también, no hay más que fijarse en los símbolos universales* de ella que aparecen
en los sueños*, provenientes del inconsciente*), lo que en forma definitiva deberá lograrse
en ambos casos en el largo camino hasta la pubertad y adolescencia. La vagina y el clítoris
son vividos por ambos, en la etapa fálica, como la castración del único genital que en última
instancia es considerado como tal en este nivel infantil, el falo. Al miedo del varón ante la
posibilidad de la castración, comprobada entonces en la visión del genital femenino, se lo
llamará angustia de castración, y es aquella de la que se defenderá, principalmente, el yo del
neurótico adulto con los mecanismos de defensa* inconscientes, origen de rasgos de
carácter* y síntomas* neuróticos. En la niña la aceptación de la existencia de la castración
origina el complejo de castración por excelencia. Fundará su yo basado en esta (sentida por
ella) mutilación. Esta situación originará sensación de minusvalía, dependencia extrema, la
constitución de su superyó* será más lenta, no estará acuciada por la urgencia de la
angustia de castración. Respecto a este punto Freud señala que en la mujer hay tres
caminos principales en su evolución sexual:1 ) La represión de la sexualidad* en general.2)
La no aceptación de la castración, conducente a la masculinidad en el carácter, o a la
homosexualidad* como perversión.3) El pasaje a la feminidad aceptando la diferencia entre
los genitales femeninos y los masculinos, entre la masculinidad y la feminidad, con sus
características propias. No como una castración de la posesión de una única forma posible de
genital (el falo). Este último paso podrá ser logrado a partir de la pubertad y obviamente
será el camino normal, el que sin embargo incluye en parte, reprimidos, los anteriores. [José
Luis Valls, Diccionario freudiano]
Complejo de Edipo
José Luis Valls
Complejo materno
José Luis Valls
[freud.] Tipo particular de relación de la hija con su madre. Ésta es la primera elección de
objeto* sexual para aquella, por apoyatura de la pulsión sexual* sobre las pulsiones de
autoconservación*. Es previa a la entrada en el período edípico (preedípica*) y luego
deviene edípico-negativa cuando ya pertenece a él, al tomar valor vivencial las diferencias
sexuales. En esta intensa relación, más prolongada que en el caso del varón, va creciendo
paulatinamente su ambivalencia*, especialmente al entrar en el período edípico. Es entonces
cuando debe abandonarla y reconocer la diferencia de sexos (en este nivel de zona erógena*
fálica, reconocerse castrada) cambiando de objeto*, pasar al padre, de quien podrá recibir el
pene-hijo anhelado. En todo este tiempo determinado, el vínculo con la madre se torna cada
vez más hostil, generándose a veces fijaciones* que dificultan el pasaje al padre (el vínculo
con el padre, de esta manera, de entrada es transferencial del anterior, materno), o este
pasaje se realiza con matices pertenecientes a aquel. La niña acepta de mala gana la nueva
situación. Debe pelearse con la madre (hasta entonces primera elección de objeto) y hacerla
responsable de su minusvalía, con lo que consigue a duras penas alejársele. Es un pasaje
muy doloroso que, si no se supera, retorna en la adolescencia y la torna tormentosa. Como
siempre, en su superación -siempre humanamente relativa- intervendrán las series
complementarias.“Cuando la madre inhibe o pone en suspenso la afirmación sexual de la
hija, cumple una función normal que está prefigurada por vínculos de la infancia, posee
poderosas motivaciones inconcientes y ha recibido la sanción de la sociedad. Es asunto de la
hija desasirse de esta influencia y decidirse, sobre la base de una motivación racional más
amplia, por cierto grado de permisión o de denegación del goce sexual. Si en el intento de
alcanzar esa liberación contrae una neurosis, ello se debe a la preexistencia de un complejo
materno por regla general hiperintenso, y ciertamente no dominado, cuyo conflicto con la
nueva corriente libidinosa se zanja, según sea la disposición aplicable, en la forma de tal o
cual neurosis. En todos los casos, las manifestaciones de la reacción neurótica no están
determinadas por el vínculo presente con la madre actual, sino por los vínculos infantiles con
la imagen materna del tiempo primordial”. (Un caso de paranoia que contradice la teoría
psicoanalítica, 1915, A. E. 14:267). [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Complejo paterno
José Luis Valls
[freud.] Tipo de relación del hijo varón con su padre, en ésta hay una importante
coincidencia de sentimientos de amor* y odio* (ambivalencia*). Se origina durante el
período del complejo de Edipo*, positivo y negativo, pues en ambos casos siente que el
peligro de la castración proviene de él. En el adulto es inconsciente*, se apoya fuertemente
en la “roca de base”* y, retorna de lo reprimido* a través de las relaciones que se
establecen con las figuras correspondientes a la línea paterna (los maestros, el líder, Dios,
etcétera). Incluso con el psicoanalista, y en este caso constituirse en una de las resistencias*
más sustantivas a la cura. Fruto de esa fijación* a este tipo de vínculo ambivalente con la
figura paterna original, aparecerán entonces, de manera transferencial, el miedo, el desafío y
la desconfianza a cualquier posterior figura paterna sustitutiva. El complejo paterno juega
también un rol importante como base de la constitución de la masa*, en la que existe una
compulsión a la repetición* de la historia hipotetizada por Freud; los hijos varones de la
horda primitiva* asesinaron al padre (parricidio) y establecieron después la alianza
fraterna*, generadora de la cultura*. La masa crea al líder al que se somete, al mismo
tiempo que comienza a atacarle buscando ocupar su lugar. El complejo paterno puede estar
también en la base del delirio* paranoico de persecución. Donde más claramente se lo ve es
en la compulsión obsesiva, en la que hay una relación ambivalente del yo* con el superyó*,
a la manera que en la infancia lo era la del niño con su padre. En Las perspectivas futuras de
la terapia psicoanalítica (1910) dice Freud:“En pacientes del sexo masculino las resistencias
más sustantivas a la cura parecen provenir del complejo paterno y resolverse en el miedo al
padre, el desafío al padre y la incredulidad hacia él” (A. E. 11:136). [José Luis Valls,
Diccionario freudiano]
Comprensión
José Luis Valls
[freud.] Actividad del pensamiento* por la cual una persona puede entender lo que le sucede
a otra, poniéndose en su lugar, sintiendo lo que ella siente o haciendo lo que ella hace,
pasando por una investidura* corporal propia (todo esto en forma mitigada y controlada por
el yo*, por supuesto). Forma parte del “complejo del semejante”* por el cual el bebé
comprende a su madre imitando sus actos. Si ella mueve una mano, comprende qué significa
esto al mover la mano propia; si ella llora, la comprende al llorar, si ríe al reír. En adelante
será una de las formas del aprendizaje humano. Corresponde, por lo tanto, al proceso
secundario*, a la actividad del pensamiento, por el cual los atributos del otro, del semejante,
se van haciendo yoicos. En esta forma de pensamiento se percibe el “valor imitativo de una
percepción” (Proyecto de psicología, 1950a [1895], A. E. 1:379).Es un mecanismo
consciente pero está íntimamente emparentado con la identificación* (incluso con la
identificación primaria directa, en tanto el bebé repite lo que hace la mamá, sin considerar a
ésta necesariamente un objeto* separado del yo). La comprensión implica no sólo lo
intelectual, sino los sentimientos (la identificación es también la primera forma de amar) y la
curiosidad, perteneciente a la pulsión sexual* infantil. Justamente la curiosidad sexual
infantil le permite al niño ir descubriendo, a medida que se acerca a la etapa fálica, la
diferencia de los sexos. Comprenderá entonces las “escenas primarias”* entre los padres y
los hechos traumáticos sufridos previamente. Los comprenderá “a posteriori”*, al poder
sentirlos ahora corporalmente. El niño descubre el genital femenino deseado por la libido*
objetal y no puede comprenderlo fácilmente, no puede ponerse en su lugar así como así,
pues esto implica para su narcisismo* la aceptación de la posibilidad de la pérdida de su
pene. Nada menos que la pérdida de la sede de todas las sensaciones placenteras que dieron
unidad a su yo. La curiosidad infantil sucumbe entonces a la represión*. Origínase así el
período de latencia* que se extiende triunfal hasta la pubertad, en que nuevamente será
abierto el expediente. Gracias al rebrote de la libido objetal podrá acercarse poco a poco a la
mujer y comprenderla como a un ser con genitales diferentes a los propios. Un proceso
activo que deberá realizar el yo Prec., con su actividad de pensamiento y su “examen de la
realidad”*, los que deben superar sus temores infantiles a la castración, reprimidos, por lo
tanto pasibles de hacerse nuevamente presentes y tornarse eficaces. La comprensión
también es usada por la persona adulta, si bien en ésta está mitigada su necesidad de acción
para poder comprender. Usa, entonces, por un lado los recuerdos* en imágenes, vinculando
sus atributos entre sí, utilizando también para ello el universo simbólico de las palabras o las
representaciones de ellas, en fin, piensa. Pero en este pensar está incluido el afecto* (la
expresión de las emociones), la comprensión, el “ponerse en el lugar del otro”, no es
indiferente, conmueve, como dice Freud: “es reconducido a una noticia del cuerpo propio”
(1950a [1895], A. E. 1:377). [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Compulsión
José Luis Valls
Compulsión a la repetición
José Luis Valls
Conciencia
José Luis Valls
[freud.] Freud la define en La interpretación de los sueños (1900) como a “[. . . ] un órgano
sensorial para la percepción de cualidades psíquicas” (A. E. 5:603) . Se ubica en toda la
superficie corporal, por lo tanto es lo que limita al cuerpo con el mundo exterior.
Corresponde a los conceptos de: polo perceptual* (véase el esquema del capítulo VII de
aquella obra) y al polo percepción-consciencia (PCc. ) (del Complemento metapsicológico a la
doctrina de los sueños, 1915). La consciencia registra las cualidades* de los estímulos pro-
venientes del mundo exterior pero no tiene memoria, no guarda huella de aquellas, está
siempre disponible para registrar nuevas cualidades. Las huellas son “archivadas” en otros
“lugares psíquicos” (Prec, Inc. ). Además de registrar los estímulos exteriores como cualida-
des, la consciencia registra las sensaciones correspondientes al interior del cuerpo, en una
gama que va del displacer* al placer*. Por lo común los aumentos de cantidad de excitación*
interior son sentidos como cualidad “displacer” y las disminuciones como cualidad “placer”.
En un principio no hay otro tipo de registro cualitativo del mundo interior, a excepción de la
alucinación* que surge cuando la tensión de necesidad* en el bebé es muy grande y
probablemente tienda a percibir momentáneamente las condiciones de la satisfacción. Pero
la frustración*, real, le enseñará a inhibir* la satisfacción alucinatoria de deseos*, para lo
que irá naciendo un yo* inhibidor, antecedente o primera forma del yo realidad definitivo*.
Freud describe de varias maneras (no excluyentes) el aparato psíquico*. En la que dio en
llamarse la primera tópica, la consciencia es uno de los tres “lugares psíquicos”: inconscien-
te*, preconsciente* y consciente. En la llamada segunda tópica (1923) pasa a ser una parte
del yo, del que es su núcleo. En el Proyecto de psicología (1950a [1895]) había hablado,
quizá sea donde más lo hizo, de la consciencia. La describía, entonces, como compuesta por
dos tipos de neuronas* que perciben el mundo exterior: las neuronas fi que registran las
cantidades, y las neuronas omega que lo hacen respecto de la cualidad de las cantidades, el
período* de la cantidad. Estas últimas serían las propias de la consciencia. A partir del
Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños (1915-17) percepción* y
consciencia son una misma cosa, la que lleva el nombre de sistema percepción-consciencia
(Pcc. ). En Nota sobre la pizarra mágica (1924-25) el inconsciente, por medio del sistema
PCc. , envía al mundo exterior unas antenas para tomar muestras de éste y retirarlas
enseguida. Son inervaciones tentaleantes que muestran a una consciencia influida por el
resto del aparato psíquico, básicamente por sus deseos* inconscientes (aunque en un
artículo contemporáneo, La negación, 1925, dice que esas inervaciones le llegan a la
consciencia desde el yo). De todos modos, entonces, la consciencia no es un simple
registrador pasivo de percepciones*, sino que va a la búsqueda de determinadas
percepciones y huye de otras. Lo que está íntimamente vinculado con las diferentes
magnitudes de atención* que el yo envía a la consciencia. Esquemáticamente los niveles de
magnitud son dos: un bajo nivel de investidura* y otro con atención copiosa. Esta última da
la nitidez de consciencia y es el registro consciente por antonomasia. Si la consciencia
adquirió un nivel más alto en el ser humano es porque pudo registrar las huellas mnémicas*
como lo había hecho con el mundo exterior en general. Así pudo relacionar a las huellas
mnémicas, en formas complejas entre sí, gracias al lenguaje*. Las palabras son sentidas
nuevamente como cualidad perceptual (por la audición). Este nuevo tipo de representacio-
nes* (las representaciones -palabra*) representan a las representaciones de las cosas
concretas ante la consciencia. A medida que el aparato psíquico se va complejizando, las
representaciones-palabra significan a cadenas de otras representaciones-palabra, las que de
todas maneras tienen a las representaciones -cosa* como significados últimos. Apareció
entonces en la consciencia la posibilidad de conocer el pensamiento*. No sólo se perciben las
representaciones-palabra significantes de las representaciones-cosa, sino también las
diferentes formas de relaciones lógicas entre ellas (con representaciones -palabra asimismo),
lo que utilizado por el yo Prec. , le dio un medio eficientísimo para perfeccionar la acción que
cambió “la faz de la tierra”. La consciencia es una parte del yo que también se encarga de
realizar el “examen de realidad”*, por el que se distingue entre un deseo interior y una
percepción exterior. Al estar en contacto con el mundo exterior funciona como capa
protectora de estímulos*, los que así moderados pueden ser procesados por el aparato
psíquico. Resumiendo: el yo oficial se forma desde el exterior hacia el interior del aparato
psíquico y posee en su porción más externa al PCc. Éste busca ciertos registros por un lado y
registra todo lo que percibe por otro (pues lo deseado puede estar en cualquier percepción,
lo que muestra la influencia Inc. en las percepciones Cc. ), con un bajo nivel de investidura
general. Cuando algo atrae con más intensidad al yo, éste le envía al aparato perceptor (PCc.
) un mayor grado de investidura de atención, registrándose entonces cualidad consciente
perceptiva con mayor nitidez. Respecto a los pensamientos, para llegar a la consciencia se va
haciendo cada vez más imprescindible en determinado momento de la evolución que se
vehiculicen mediante palabras, las que deben estar investidas de atención. La
representación-palabra sin investidura de atención, o con una muy baja, permanece en el
preconsciente (Prec. ). Si a la representación-palabra, representante de la representación-
cosa ante la consciencia del yo, se le retira la investidura Prec. y se desplaza* la investidura
a otra palabra, de significado análogo u opuesto, por ejemplo, o a una investidura corporal,
etcétera, esta representación o inervación corporal funcionará como contrainvestidura*,
pasando aquellas al estado de represión*, dejando de pertenecer al yo, con lo que su acceso
a la consciencia se tornará imposible si no es levantada la represión. Para las
representaciones Prec. existe una censura* de la consciencia (la que funciona restándoles
valor, prohibiéndolas, ocultándolas por vergüenza*, etcétera). En realidad esta censura
pertenece al yo Prec. , por lo que es factible de hacerse fácilmente consciente con una simple
investidura de atención. Por eso el analista le pide a su paciente que la suprima en lo posible
(véase: asociación libre), buscando que los retoños de lo reprimido muestren el camino al
Inc. , a las representaciones reprimidas. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Conciencia moral
José Luis Valls
[freud.] Una de las partes o funciones del superyó*, aquella que realiza la función de juez.
La que en la prehistoria infantil y especialmente durante el desarrollo del complejo de Edipo*
estuvo a cargo de la figura del padre, otrora admirado como objeto de identificación*
anhelada y luego visto como rival en la posesión del objeto* que se ha tornado incestuoso
(en el complejo de Edipo positivo del varón; en el negativo, se forma por el complejo
paterno*; en la mujer en términos generales se va formando de manera diferente y más
lenta, culminando hacia la pubertad). La figura de ese padre ya reconocido claramente como
objeto con las características del rival (del odio* al rival, producto de la desmezcla* de
pulsión de muerte*, viene precisamente la fortaleza extrema que alcanza el superyó, lo
agresivo para con el yo* de su “imperativo categórico”) se entroniza en el aparato psíquico*
del hijo, generando la estructura superyoica encargada de mostrarle al yo cómo debe ser y
cómo no debe ser; por lo tanto, lo que está bien y lo que está mal, nada más y nada menos
que las limitaciones éticas. La consciencia moral, en términos generales, se dedica a las
prohibiciones, de las que la prohibición del incesto y la prohibición del parricidio son las
principales, las que originan todas las demás. La otra parte, subestructura o función del
superyó, es el ideal del yo*. Éste se genera desde otra vertiente proveniente del narcisismo*
infantil, exigente de omnipotencia, de perfección (como consecuencia de la indefensión
infantil, “fuente primordial de todos los motivos morales” (Proyecto de psicología,
1895~1950, A. E. 1:363). Al ser partes de una misma estructura -el superyó-, tanto la
consciencia moral como el ideal del yo trabajan juntos. La consciencia moral vigila que el yo
cumpla con los requisitos del ideal. Sí cumple, lo premia con un aumento de la autoestima*.
En caso contrario le castiga con la culpa*. La consciencia moral es heredera del complejo de
Edipo. Se instala en el aparato psíquico y resulta de una identificación secundaria* con el
padre castrador, la que pertenece al mismo complejo. En ese sentido es un destino de la
pulsión sexual* humana o una forma especial de contra¡ n vestidura* que se forma en el
aparato psíquico para impedir la satisfacción directa de la pulsión*. En otro sentido es una
forma de ligadura que tiene el aparato psíquico para la pulsión de destrucción* (deflexión de
la pulsión de muerte), usada por él para mantener a raya tanto a la pulsión sexual
anticultural, como a la misma agresión* producto de la deflexión de la pulsión de muerte. En
la primera infancia los padres observaban, daban órdenes, juzgaban y amenazaban con
castigos al niño, a partir de la instauración del superyó, éste cumplirá esas funciones con el
yo del adulto. Otra vertiente del superyó, decíamos, viene del narcisismo infantil. Es el ideal
del yo. La consciencia moral exige al yo ser perfecto como otrora lo era el yo ideal* infantil,
ahora ideal del yo, pues esa perfección la aspira el yo para sí. Si las acciones del yo se
acercan al ideal, se disipan las críticas de la consciencia moral y la autoestima crece. El yo se
siente estimado por su ideal del yo. Pero si la distancia entre el yo y el ideal del yo es
grande, crecen las críticas de la consciencia moral y la autoestima desciende, lo que produce
sentimiento de culpa. La consciencia moral está formada principalmente de palabras, las
recomendaciones, amenazas y reconvenciones de los padres. Se origina desde la
percepción* Cc. , una parte permanece en la memoria del Prec. y otra parte enraíza
fuertemente en el ello*, lo filogenético por lo pronto, y lo pulsional fruto de mezcla y
desmezcla de pulsiones de vida* y muerte, que la componen. Por lo tanto también hay una
parte Inc. de la consciencia moral y con ello representaciones-cosa* de ella (las representa-
ciones temidas). En el Inc. no sólo está lo más bajo; también lo más elevado forma parte de
él. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Condensación
José Luis Valls
[freud.] Una de las formas características de funcionamiento del proceso primario* respecto
de las representaciones-cosa*, aunque en ocasiones también respecto de las
representaciones-palabra*, propio del Inc. Se origina en la tendencia a la identidad de
percepción* con que funciona el inconsciente*. Es un tipo de mecanismo que se ve
clínicamente en los sueños*, en algunos síntomas*, actos fallidos*, mitos*, etcétera. Merced
a la condensación los distintos elementos se unen por sus atributos, que permiten
vinculaciones, sean de analogía*, sean de contigüidad*. Éstos son confundidos por el
proceso primario con identidades. De manera tal que un elemento, por el hecho de estar
cerca de otro, es éste y aquel, o por el hecho de tener un atributo similar, también ser los
dos. Existen diferentes tipos de condensaciones: a) Un solo elemento es varios a la vez
(elemento común intermedio de¡ sueño). b) Por el hecho de estar varios elementos unidos se
genera una figura nueva con diferentes atributos de cada uno de ellos (persona de
acumulación). e) Sumadas todas las características, los elementos comunes aparecen
resaltados y los diferentes borrosos persona mixta. La condensación forma parte del “trabajo
del sueño”* y sirve también a los fines de la censura* pues los elementos que aparecerán en
el sueño, condensados, serán inentendibles para la consciencia*. Por la condensación el
contenido manifiesto del sueño* es escueto, en comparación con su contenido latente* (las
asociaciones* que parten de aquel). Sufren condensación también los síntomas,
principalmente los histéricos y todos los productos del inconsciente, como el chiste*, los
actos fallidos, etcétera. La condensación se produce con energía libre*, con un nivel de
ligadura entre energía de investidura* y representación*, que permite un libre
desplazamiento* de la energía de una representación a otra. Por efecto de la condensación
una representación es muchas a la vez (lo que habla de sobredeterminación) y está entonces
sobreinvestida*, o muchas representaciones se mezclan entre sí. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]
Conflicto psíquico
José Luis Valls
[freud.] Un conflicto se produce cuando existen dos tendencias de sentido opuesto que
chocan. La noción de conflicto psíquico implica dinámica mental y pertenece a la esencia
misma del psicoanálisis. Por supuesto no siempre los conflictos son patológicos o
generadores de patología. Pero podríamos recordar que cualquier conflicto consciente puede
reactivar a conflictos inconscientes que le subyacen y, en ese caso, ayudar a la aparición de
neurosis*. Además, un yo* con un carácter* que en forma frecuente tiene tendencia al
conflicto, es fuente potencial de patología. Consideramos diferentes períodos de desarrollo
libidinal. En cada uno predomina una determinada zona erógena* sobre las demás. A través
de las zonas erógenas se suceden diversos tipos de conflicto: entre amor* y odio*, o entre
activo y pasivo* (ambivalencia* con el objeto*, en ambos casos), entre libido* objetal y
narcisista, o entre las pulsiones* libidinales y el yo que se angustia y defiende de ellas.
También el yo debe afrontar continuos conflictos con el ello*, el superyó* y la realidad*.
Debe mediar entre todos estos factores y lograr una síntesis. Cuando no lo consigue tendrá
que escindirse (véase: escisión del yo). El conflicto por excelencia -una especie de núcleo al
que los demás conflictos se van a referir- es el edípico, un complejo sumamente “complejo”.
En el varón, se origina el conflicto de amor y odio al padre por sentirlo rival de su deseo*
que se ha convertido en incestuoso (complejo de Edipo positivo); o un conflicto entre el
deseo homosexual al padre y la angustia de castración* que aquel implica (complejo de
Edipo negativo). También conflicto entre aceptar o no la existencia de la castración, y otros
más. Todos estos conflictos deberán ser superados por el yo mediante una síntesis
satisfactoria; de lo contrario se reactivarán cuando aparezcan situaciones semejantes en la
vida, o ante una intensificación pulsional se potencien con ella conflictos que en otras
circunstancias habían logrado cierto nivel de solución. En última instancia, todos los
conflictos neuróticos suceden entre las tendencias libidinales y las exigencias de la realidad
social, esta última ubicada dentro mismo del aparato psíquico (el superyó y el mismo yo, son
marcas de lo social dentro de aquel), agazapada, buscando conflictuar, está la pulsión de
muerte*. Sucede que las tendencias libidinales pertenecen a las pulsiones de vida* pero no
dejan de estar mezcladas con diversas proporciones de pulsión de muerte, de las que
probablemente provenga el diverso grado de ambivalencia y la mayor tendencia conflictiva.
Además, sabemos que el superyó es una contrainvestidura* libidinal que pide ayuda a la
pulsión de muerte para acabar con la libido. Esta “ayuda” puede tornarse excesiva, como en
la melancolía*. El superyó, entonces, resulta “una suerte de cultivo puro de las pulsiones de
muerte” (El yo y el ello, 1923, A. E. 19:54). De esta manera compleja e intrincada, en la que
la pulsión de muerte muda está representada por el grado de mezcla pulsional con la pulsión
de vida y sus representaciones*, podemos entonces hablar de conflicto entre pulsiones de
vida y pulsiones de muerte. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Construcción
José Luis Valls
[freud.] Una de las armas principales del arsenal terapéutico psicoanalítico. Consiste en el
rearmado lógico de las verdades históricas* vivenciadas por un sujeto, a través del análisis
minucioso y exhaustivo de un sueño*, un síntoma*, un acto fallido*, etcétera. En general el
término «construcción» se refiere a los hechos no recordables. Por lo tanto las
construcciones son hipótesis, pero hipótesis que surgen de pruebas valederas provenientes
de los datos surgidos del análisis, por ejemplo de un sueño. Una secuencia lógica que sirve
como explicación aclaratoria para una serie de conductas, hechos, síntomas, etcétera,
posteriores. Se les encuentra nuevas relaciones lógicas a contenidos representacionales que
el paciente posee en forma dispersa, no relacionados entre sí, o que están aparentemente
olvidados y reaparecen merced a un síntoma, recuerdo encubridor*, acto fallido, sueño,
etcétera. La construcción se hace, pues, sobre la historia y principalmente sobre la
prehistoria infantil, previa al complejo de Edipo*, e incluso al aprendizaje del lenguaje*. Sin
embargo, también se realizan construcciones de épocas posteriores olvidadas por lo
traumáticas (ciertos períodos de la adolescencia, por ejemplo). La construcción la hace el
analista gracias a los datos aportados por el paciente, en ocasiones es el paciente mismo el
que la esboza a partir de asociaciones* previas. Es una manera del levantamiento de la
represión*; de reencuentro con lo olvidado, víctima de aquella. La construcción suele
despertar recuerdos* y éstos a su vez generar nuevas construcciones, nuevas maneras de
comprensión* de la verdad histórica. Con la construcción lo reprimido es puesto en palabras
y las palabras pueden ser pensadas, ligadas. Lo que era reprimido pasa a ser integrante del
yo* Prec. , el que así se va fortaleciendo. No siempre una construcción despierta recuerdos.
Pero si el paciente la acepta, si la siente real y le abre un panorama sumamente novedoso en
la comprensión de sí mismo, a los fines de levantamiento de represión puede resultar algo
similar al recuerdo. Lo importante es que una buena construcción producida durante el
proceso analítico, puede hacer desaparecer síntomas, pero además puede modificar al yo,
sus rasgos de carácter*, y generar cambios profundos en él. Pero también puede sucederlo
contrario, por ejemplo luego de concluida una construcción, una persona con «reacción
terapéutica negativa»*, puede reagravar su sintomatología, pues el sentimiento inconsciente
de culpa* o necesidad de castigo* le obliga a permanecer aferrado a su enfermedad. En
estos casos suele suceder lo mismo con cualquier otra arma terapéutica, como la
interpretación*, el análisis de la transferencia*, etcétera. Otro elemento importantísimo en el
armado de una construcción es la compulsión de repetición* que se genera en el tratamiento
psicoanalítico. El paciente repite vivencias de su pasado olvidado transferidas a su analista.
Cuando se produce en grado moderado la «neurosis de transferencia»* con el analista, se
continúa con la construcción incluyendo la repetición transferencial en ella, pues el hecho de
ser repetición muestra que su origen está en la historia. La construcción así se va haciendo a
medida que aparecen asociaciones y recuerdos de escenas parecidas vividas con los objetos*
primarios, o sucesos posteriores pertenecientes al período de latencia*, o a la adolescencia y
que incluso ya habían surgido en otras ocasiones referidas a otras situaciones. Al hacerlo
ahora en el vínculo terapéutico, dan una impresión acabada de lo vivido entonces por el
paciente en su pasado olvidado, se encuentra así el significado de la repetición o nuevos
matices de significado que hasta ese momento no habían aparecido. Ese pasado olvidado
está presente en la transferencia y ahora es posible comprenderlo, pudiendo ser usado por el
yo, por su proceso secundario*. La construcción es entonces un arma terapéutica para hacer
consciente* lo inconsciente*, ella tiene connotaciones teóricas profundas, tornándose casi
sinónimo de proceso de pensamiento*; pensamiento ejercido en este caso sobre elementos
del proceso primario*, recuperando proceso primario y transformándolo en proceso
secundario, en yo, el objetivo del psicoanálisis. La palabra «construcción» tiene además un
sentido más laxo que la acerca al de interpretación. Por ejemplo: en el análisis de un
síntoma, al reconstruir muchos de los hechos pasados en conexión con él y que
contribuyeron a generarlo, se encuentra el significado reprimido del mismo. Estos hechos
pueden ser recordables, y no por eso deja de ser ésta una tarea de construcción. Ocurre que
prosiguiendo la tarea una vez develado el núcleo patógeno de un síntoma, se encuentran
otros núcleos patógenos que pueden vincularse con el anterior. Si se analiza de la misma
manera la historia de ciertas maneras de ser, características del yo del paciente, se van a
descubrir nuevos significados y aparecerán a la luz otros recuerdos e incluso rasgos de
carácter más o menos patológicos que hasta ahora no lo habían hecho, los que también
traerán nuevos significados. Y el análisis se irá complejizando cada vez más. Pero llegarán
momentos en que ya no se encontrarán más recuerdos, faltarán algunas piezas de]
«puzzle». Entonces se esbozarán hipótesis que «encajen» con todo el trabajo previo. Tales
hipótesis seguramente estarán más cerca de la verdad histórica cuando ensamblen en forma
lógica con más piezas del análisis previamente realizado y cuando éste haya sido lo más
completo posible. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
[freud.] Es el sueño* tal cual es percibido por el paciente y, por extensión, como lo cuenta al
analista. En tanto percibido, el primer caso es un proceso mental que ha sufrido un trabajo
por el cual regresa* a imágenes, recibidas como percepciones* por la consciencia* del sujeto
durante el dormir. El sueño expresa un deseo* reprimido que se satisface en forma
disfrazada. Como relato, el sueño es el retorno a palabras de lo percibido como imagen.
Tanto en uno como en otro caso actúa la elaboración secundaria*. Obviamente al contar el
sueño el paciente vuelve a darle un manto de inteligibilidad al servicio de la censura* que
puede oscurecer más el significado ante la consciencia. Dice Freud en El interés por el
psicoanálisis (1913): «El sueño tal como lo recordamos tras el despertar debe llamarse
contenido manifiesto del sueño» (A. E. 13:174). [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Contigüidad
José Luis Valls
Contrainvestidura
José Luis Valls
[freud.] Investidura* defensiva del yo* a una representación*, contraria por sus atributos, a
los de una cantidad de excitación* que penetra en el aparato psíquico* proveniente en
ocasiones del mundo exterior, rompiendo la protección antiestímulo* (vivencia de dolor*,
situación traumática* actual), o en ocasiones del interior (pulsiones sexuales*, las que
necesitan del «a posteriori»* para ser traumáticas). La formación de la contrainvestidura,
defensa* extrema, único mecanismo de la represión primaria* (esfuerzo de desalojo), deja
una fijación* y en algunos casos, como lo es el de la formación reactiva* -prototipo de
contrainvestidura- la inversión de la forma de satisfacción, o mejor dicho, el trastorno del
afecto*, respecto de la satisfacción pulsional original. La represión primaria (fijación) es el
corolario final de múltiples contrainvestiduras defensivas ante los hechos traumáticos
exteriores e interiores ocurridos durante la sexualidad infantil*. Se consolida definitivamente
con la represión* del complejo de Edipo* y el establecimiento del superyó*. Del superyó
podríamos decir también que es una enorme contrainvestidura, la que termina de instalar la
represión primaria, unificando así todas las contrainvestiduras previas, formadas durante el
predominio de cada zona erógena* (en unas se forman más contrainvestiduras que en otras,
depende esto de los sucesos vividos con los objetos*, dando origen así a los diferentes
puntos de fijación). Cada fijación previa -cuando se consolida la represión primaria edípica
originando la amnesia infantil* y la culminación de la escisión del aparato en un
inconsciente* y un preconsciente*- y toda la sexualidad infantil previamente reprimida es
resignificada «a posteriori»* a la luz del complejo edípico quedando en estado de represión.
Pugnará siempre por retornar desde lo reprimido, como deseo* Inc. ; a veces lo consigue,
siempre que encuentre puntos débiles en la represión. Después de la institución definitiva de
la represión primaria y la estructuración del superyó, la represión se realiza sobre los retoños
de la pulsión* -incestuosa y parricida- original. Se la denomina, entonces, «represión
secundaria»* o represión propiamente dicha. Ésa es la represión observable en la clínica, se
establece en un sujeto con un aparato psíquico terminado de constituir, con un ello*
inconsciente, y un yo y un superyó que tienen partes inconscientes, preconscientes y
conscientes*. La represión secundaria (esfuerzo de dar caza) tiene tres mecanismos: 1) la
sustracción de la investidura Prec. (de la representación -palabra*), 2) la atracción ejercida
desde la represión primaria hacia el Inc. , y 3) también la contrainvestidura. En la represión
secundaria la contrainvestidura es usada para reforzar a la desinvestidura* Prec. ; con el
monto de investidura libidinal proveniente de la sustracción se inviste a otra representación,
la que así desaloja al retoño de la reprimida, actuando como tapón e impidiéndole el acceso
al Prec. También esta contrainvestidura se instala en el sistema percepción -consciencia
(PCc. ). Se pueden percibir, en forma contrainvestida afectivamente, los estímulos exteriores
de la pulsión sexual reprimida (por ejemplo, el asco* ante los estímulos sexuales) y a veces
hasta no se los percibe (como en el caso de la ceguera histérica). La contrainvesfidura de la
represión secundaría es a su vez la fuerza contraria al avance del análisis que se muestra
clínicamente como una de las resistencias* del yo. Se define a la contrainvestidura
principalmente desde dos puntos de vista: económico y representacional. . Es la investidura
de otra representación diferente y hasta opuesta a la original. La original es desalojada al
inconsciente, del que no podrá volver. , mientras la nueva representación esté actuando
como contrainvestidura y el yo Inc. «tratando de dar caza» a toda otra representación
cercana o parecida. En el dolor* o los hechos traumáticos externos, se contrainviste
narcisistamente el órgano dolorido o dañado. Se percibe, entonces, un gran esfuerzo yoico.
Éste retira libido* del resto de los lugares psíquicos y la ubica ahí, en el lugar del cuerpo
dañado, luchando por evitar el dolor, restañando el cuerpo herido con el cariño narcisista, y
tratando de alejarse de lo traumático. Esta explicación muestra a la contrainvestidura
funcionando dentro del principio de placer*. En el caso de que en el hecho traumático la
cantidad de excitación sobrepase sus posibilidades, puede entrar a tallar el «más allá» de la
pulsión de muerte*, apuntando más, todo el fenómeno, hacia la tendencia a la repetición de
lo traumático, como marca la fijación. . Esta repetición será por la necesidad* de repetir la
situación traumática para reelaborarla* y recuperarla para el principio de placer, por un lado,
o por mera repetición, por otro. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Contratransferencia
José Luis Valls
[freud.] Sentir inconsciente* del psicoanalista vinculado con los contenidos inconscientes o
conscientes* del material expuesto por el paciente. Freud aconseja al psicoanalista
discernirlo y dominarlo en sí mismo (Puntualizaciones sobre el amor de trasferencia, 1914-
1915). Un ejemplo en el tratamiento psicoanalítico. Cuando se despliega el amor de
transferencia* de un paciente (dejo de lado de ex profeso la diferenciación de los sexos, a
ese respecto creo que se pueden dar todas las situaciones posibles) por el analista, deberá
ser discriminado por éste como. una compulsión repetitiva* en la transferencia* del paciente
y no como efecto de sus aptitudes o encantos personales. Afirma Freud que ningún
psicoanalista podría ir más lejos en el análisis de lo que le permiten sus propios, complejos-
Recomienda, entonces, profundización de sus psicoanálisis personales en los analistas,
principalmente en lo que hace a estos puntos. El tema de la contratransferencia fue
posteriormente tratado por S. Ferenczi y en especial se puso mucho énfasis a partir de los.
trabajos de Melanie Klein y sus discípulos (W. R. Bion, por ejemplo). En Argentina fue
especialmente estudiado por H. Racker. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Conversión
José Luis Valls
[freud.] Síntoma característico de la histeria, la que por ello lleva justamente el nombre de
«histeria de conversión»*. Fruto de la represión* de una fantasía* de deseo*, retoño, de
otro deseo perteneciente a la pulsión sexual* infantil y reprimido primariamente, luego
efecto del retorno de lo reprimido*. Genera como formación sustitutiva*, y al mismo tiempo
como síntoma*, una hiperintensa inervación somática, unas veces de naturaleza sensorial y
otras motriz, sea como excitación o como inhibición*. El lugar hiperinervado se revela como
una porción de la representación* reprimida que ha atraído hacia sí, por condensación*, la
investidura* íntegra. La conversión al condensar la realización de deseos pulsional con la
contrainvestidura*, constituye una formación de compromiso de la que resulta el síntoma
conversivo. La condensación predomina en la conversión histérica. En un mismo síntoma
están representadas diferentes fantasías que remiten a distintas escenas en las que se
vivieron situaciones vinculadas con las fantasías de deseo reprimidas. La conversión se
puede formar por mecanismos de asociación* (véase: Elisabeth von R.) (contigüidad*,
analogía*, etcétera), o lo hace como símbolo mnémico*, en este último caso no es necesario
recurrir a las asociaciones para su interpretación* (véase: Cäcilie M.). La conversión
consigue generalmente uno de los principales efectos buscados por la represión (producida
por el yo* utilizando la angustia señal* para conducir la energía): el no sentir displacer*. «Lo
sobresaliente en ella es que consigue hacer desaparecer por completo el monto de afecto. El
enfermo exhibe entonces hacia sus síntomas la conducta que Charcot ha llamado la "belle
índifférence* des histériques"» (La represión, 1915, A. E..14:150). El proceso represivo de la
histeria de conversión se clausura con la formación de síntomas*. En cambio, los de la
histeria de angustia* y la neurosis obsesiva* necesitan recomenzar en un segundo tiempo.
En la conversión también existe una importante regresión* yoica, regreso a una fase sin
separación de Prec. e Inc., por lo tanto sin lenguaje* y sin censura* (Manuscrito «Panorama
de las neurosis de transferencia» 1915). En esa fase el nivel posible de lenguaje era
corporal, a través de la mímica, tema éste también tratado por Freud en El chiste y su
relación con lo inconciente (1905), cuando describe el fenómeno de lo cómico*. También
existe cierto grado de regresión libidinal a la etapa fálíca* con sus objetos* incestuosos y su
problemática edípica relacionada con lo fálico-castrado, corno el nivel de diferenciación
sexual de ese momento. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
[freud.] La cosa del mundo es aquello referido al mundo exterior, a la realidad* externa, en
la que ocupa un lugar privilegiado el objeto*, el semejante, pero en la que ciertamente
participa la Naturaleza y el mismo cuerpo biológico. Freud en el Proyecto de psicología dice
que el mundo exterior está compuesto por «masas en movimiento, y nada más» (1895--
1950, A. E. 1:353). Nuestro aparato perceptual* les presta cualidad* al percibirlas,
haciéndolo con más precisión al describir que en realidad se percibe una característica
temporal de sus movimientos (el «período»*). La cosa del mundo, entonces, es la cosa
objetiva percibida a través de la subjetividad. La ciencia pretende conocer cada vez más esta
cosa objetiva, o quizá se conforme con una forma coherente y racional de subjetivizarla. Los
complejos perceptivos que se nos presentan entonces, entre los cuales el del objeto o el
semejante es el privilegiado pues es el que está más directamente relacionado con la
satisfacción de los deseos*, están compuestos de una parte central y de atributos. La parte
central se repite y es intrínseca a la cosa, no la podemos conocer, comprender*. Los
atributos son la otra parte. A éstos los podemos aprehender, hacer nuestros a través de
imitar sus movimientos, momento en el que los comprendemos. Sabemos lo que significa
mover la mano cuando lo hacemos, comprendemos el significado de la risa cuando nos
reímos, o del grito o el dolor (tanto es así que para poder sentir el placer sádico se debe
pasar por la experiencia masoquista primero: el sádico goza identificatoriamente el placer*
del masoquista). Comprendemos, entonces, al semejante cuando hacemos pasar por nuestro
cuerpo -por una investidura* de un determinado movimiento corporal- sus atributos.
Aquellas partes de él con las que no podemos hacerlo -sus rasgos, lo propio de él que no
responde a su manera de moverse- corresponden a su núcleo cosa, intrínseca a ellos,
incognoscible, inasible, por lo tanto, para nosotros. Esas cosas del mundo incomprensibles,
que no podemos comprender por no pasarlas por una investidura corporal, quedan entonces
como objetivas, cantidad de excitación* no ligable por el aparato psíquico*, quedando fuera
de él. Lo que al decir de Kant configuraría la «cosa en sí». Freud no agrega nada teórico a
este concepto kantiano; lo que hace es integrarlo a su teoría de la cura. Es más, las partes
no comprensibles, no ligables con una representación*, se pueden tornar traumáticas,
fácilmente se unen con el monto libre de pulsión de muerte* pugnando por una repetición
más allá del principio de placer*. El mundo interior al aparato psíquico empieza por tener
representaciones de las cosas, no las cosas en sí sino las huellas subjetivas de éstas.
Esencialmente son las huellas de los objetos, es más, podríamos decir que de la historia del
vínculo con ellos. Vínculo que se hizo a través del aparato perceptual (recordemos que las
zonas erógenas* son parte de éste) que las subjetívizó en el momento de su percepción* y
mucho más a posterior¡*. Aquellas que no pudo subjetivizar, quedaron como las «cosas del
mundo», «masas en movimiento», cantidades de excitación -traumáticas por lo tanto- que
pueden compulsar al aparato psíquico a su repetición en un intento de comprenderlas, o
aliarse con la pulsión de muerte y quedar en mera compulsión repetitiva*. [José Luis Valls,
Diccionario freudiano]
[freud.] Se dice que el yo* cree que algo es real cuando es percibido por los sentidos, cree
en ellos, en lo que le muestran de la realidad*. Para ello el yo sobreinviste* el aparato
percepción* consciencia (PCc.) con energía atentiva, e incluso puede realizar el examen de
realidad*, por lo que deberá realizar movimientos, estudiar lo percibido, etcétera. Cuando se
retira investidura* del aparato perceptual* (como en el sueño*, o en algunas psicosis* como
la amencia de Meynert*, incluso la psicosis histérica), se puede producir una regresión*
tópica de la actividad del pensamiento*. Se pasa, entonces, de representación-palabra* a
representación-cosa* (imagen), y al estar el polo perceptual* poco investido, se percibe el
deseo* -o la contra¡ n vestidura* defensiva contra él, como en la psicosis histérica- como
real, como alucinación* (en los casos descritos aquí, generalmente visual). El polo perceptual
(PCc.) registra en ese caso percepción* y el yo entonces le da creencia a esta percepción, la
siente como real, y sus afectos* se expresan en consecuencia. En el sueño, la inmovilidad
del aparato muscular hace que se saltee el examen de realidad, el que vuelve a surgir al
despertar. En las psicosis anteriormente mencionadas -amencia de Meynert y psicosis
histérica- la desinvestidura* del aparato perceptual por un lado, hace que se registre
percepción de lo que es una fantasía* realizadora de deseos, y la fuerza del deseo que se
realiza con la alucinación sumada a la momentánea debilidad yoica para inhibir la
alucinación; por el otro, hace que se deje de lado el «examen de realidad»*. En la
«esquizofrenia», en cambio, no hay regresión de palabra a cosa. Las alucinaciones son
predominantemente de palabras, las que son escuchadas como provenientes del exterior. En
esta afección el yo y el superyó* han sido proyectados al exterior, o sea devueltos a su lugar
de origen (la identificación* se había producido con los objetos* exteriores). Pero de allí
retornan como palabras escuchadas. En los grados avanzados de esquizofrenia el aparato
psíquico* está casi destruido, y aunque los restos del yo intenten realizar el examen de
realidad, éste no alcanzará para distinguir el adentro del afuera, dada la magnitud de la
alienación (el yo es más exterior que interior, como cuando se era bebé). Para el aparato
psíquico todo lo que es percibido por el sistema percepción consciencia es lo real. Él no se
mueve en busca de la realidad sino de la identidad con lo deseado. Mejor dicho, quiere
«reencontrar» a lo deseado en la realidad (Proyecto de psicología, 1895; La negación, 1925).
Por eso todo lo percibido es estudiado por el pensamiento, para lo que se realiza un juicio de
existencia* y un juicio de atribución*. Se puede entonces llegar a la conclusión de que el
objeto existe, y que tiene determinadas características. A través de estas características
justamente, el yo tratará de encontrar la identidad de pensamiento*. Buscará, utilizando el
pensamiento y estudiando en forma minuciosa sus atributos, hasta dónde se acerca el objeto
-ése en cuya existencia se creyó- al deseado. Así, con esta complejidad debida a que lo que
se busca encontrar es lo deseado (incluyendo que lo que no se busca es lo temido) podemos
hablar de un examen de realidad. Se complica más al incluirse la pulsión de muerte*, pues
los deseos, entonces, incluyen mezcla pulsional* con ella; de todas maneras el examen de
realidad no varía, lo que sí lo hace es aquello que se trata de hallar en la realidad. [José Luis
Valls, Diccionario freudiano]
Cualidad
José Luis Valls
[freud.] Característica que adquiere un fenómeno cuando es percibido por un sujeto a través
de su sistema percepción consciencia (PCc.). La cualidad entonces es perceptual, es parte de
la subjetivización de las «cosas de] mundo»*, incluso una manera que tiene el aparato
psíquico de defenderse de las cantidades de excitación* exteriores. En el mundo real exterior
no existen mas que «masas en movimiento» (Proyecto de psicología, 1895-1950). El aparato
perceptual* las percibe como cualidades, lo hace hasta que llegan a un máximo más allá del
cual son registradas como dolor*, y con un mínimo, debajo del cual no se perciben. En el
medio todos los matices de las cualidades: los colores, las formas, los olores, en fin todo lo
percibible por los sentidos. El PCc. percibe como cualidades las masas del mundo exterior y
percibe también sus propios cambios energéticos, de manera que los aumentos de energía
son sentidos como displacer* y las disminuciones como placer*. Cuando aparece el
lenguaje*, la palabra puede ser percibida como una percepción* cualitativa exterior, pues ha
sido emitida con el habla y por lo tanto ha sido oída. En consecuencia el sistema de
percepción consciencia (PCc.) puede percibir de esta manera las relaciones entre sus
representaciones -cosa* gracias a las representaciones-palabra* que las simbolizan,
moderando merced a la acción inhibidora del yo* Prec., los pasajes entre ellas, característica
propia del proceso secundario*, cuya máxima expresión es la actividad de pensamiento*.
Luego, gracias a la memoria sobre las emisiones de las representaciones-palabra, este
proceso puede obviarse y percibirse el pensamiento sin necesidad de volver a ser emitido
como palabra, tornándose automático. Toda cantidad de excitación que proviene del cuerpo
al ligarse a representaciones* (por ejemplo: la pulsión* o el deseo*), toma entonces
cualidad representacional, la que no es cualidad perceptual, pero que nació de ella. Es el
recuerdo ahora deseado, buscado, de volver a encontrarse con la cualidad perceptual, con el
objeto* que la produjo. Para ello se requerirá realizar la acción específica*. [José Luis Valls,
Diccionario freudiano]
Culpa, conciencia de
José Luis Valls
[freud.] Tipo de culpa también llamada «angustia* social»* que se produce cuando el sujeto
realiza actos no bien vistos o prohibidos por la autoridad. Cuando en los niños todavía no se
ha instaurado el superyó*, es el único tipo de culpa posible. En el adulto, se suma la
angustia de la consciencia moral* o del superyó o sentimiento de culpa*, siempre que se
realizan actos contrarios a las leyes que rigen la comunidad social. Éste es, por ejemplo, el
caso de las perversiones*, como la homosexualidad*, que puede producir consciencia de
culpa o angustia social. El individuo se siente condenado por la comunidad, lo que aumenta
su aislamiento* narcisista; o intenta contrarrestarla buscando ser aceptado por ella, sea con
actitudes conciliatorias, sea con actitudes altaneras y desafiantes. También es el caso de las
personas que cometen delitos conscientes contra las leyes sociales, de los que luego se
arrepienten. La consciencia de culpa se expía con el arrepentimiento, merced al cual se
recuperan el amor* de la autoridad, en el niño, y la reinserción en la comunidad, en el
adulto, quien además deberá cumplir las penas impuestas por la comunidad humana para el
delito cometido. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Culpa primordial
José Luis Valls
[freud.] En la hipótesis freudiana culpa originaria de la cultura* humana sentida por los
hijos, hermanos aliados, que cometieron el asesinato del padre primordial de la horda
primitiva*. Como la relación con el padre incluía admiración, y por lo tanto amor*, al
descargarse el odio* quedan la añoranza* y la culpa por la cual se inhibe definitivamente la
pulsión* incestuosa y parricida, instaurándose el superyó*. Estos sucesos, deducidos según
la lógica freudiana, apoyada en los estudios antropológicos de la época -Darwin, Atkinson,
Robertson Smith- pero avanzando sobre ellos a partir del descubrimiento de las fantasías*
Inc. de sus pacientes, se deben haber producido en la prehistoria según la hipótesis
freudiana. Freud piensa que por un lado son heredados por cada sujeto, a través de las
«fantasías primordiales»* y los «símbolos universales»* y por otro vueltos a vivir por cada
sujeto «haciéndolos suyos», durante el período de su complejo de Edipo*. Entonces los
deseos de muerte hacia el padre suelen desplazarse a un animal (relicto totémico) y originar
las fobias* infantiles. La culpa primordial habría sido generada por aquellos actos que
hicieron posible la cultura. La humanidad deberá pagar esa conquista eternamente con esta
sensación displacentera, que se hará carne al revivir cada individuo una historia similar. Las
religiones hablan de «pecado original». En el cristianismo, religión del hijo, éste ofrece su
vida como redención para pagar una ofensa de la humanidad a Dios Padre. ¿Y cuál puede ser
la ofensa que se paga con la muerte si no la muerte misma (ley del talión)? La muerte del
padre de la horda primitiva, que deriva primero en Tótem, animal sagrado y luego recupera
la forma humana en el Dios Padre. Con esta culpa nacen la moral, las religiones, la ética, las
prohibiciones máximas de toda cultura: la del incesto y la de matar. [José Luis Valls,
Diccionario freudiano]
Culpa, sentimiento de
José Luis Valls
[freud.] Tipo especial de angustia* que siente el yo* ante el superyó* cuando sus atributos
se alejan del ideal del yo* exigido por aquel; también lleva el nombre de «angustia de la
consciencia moral»* o «angustia ante el superyó»*. Al ser ésta una angustia yoica que se
siente ante otra estructura interior al aparato psíquico, no cede con el arrepentimiento, pues
el superyó, que proviene en parte del ello* y es en sí una contrainvestidura* contra sus
pulsiones*, tiene noticias directas del deseo* inconsciente*, de la pulsión sexual*, que
aunque reprimida sigue existiendo. Por lo tanto el sentimiento de culpa se sigue sintiendo en
este caso independientemente de los actos y de las fantasías* conscientes o
preconscientes*, pues proviene de las pulsiones reprimidas inconscientes. Dándose el efecto
de que a mayor beatitud del yo -mayor contrainvestidura, formación reactiva* o incluso
sublimación*-, mayor sentimiento de culpa. Se podría decir que una consciencia de culpa
proveniente desde la autoridad exterior inicia la sofocación* de la pulsión. Luego,
posteriormente a los sucesos edípicos, se instala el superyó, con su sentimiento de culpa o
angustia ante la consciencia moral, consciencia moral que se dedica en adelante a sofocar
más y más a las pulsiones y a castigar al yo por no conseguirlo. El sentimiento de culpa es
inherente entonces -claro que en diferentes grados- a la estructura del aparato psíquico*
humano, es universal. Se lo observa en todas las neurosis y origina el frecuente sentimiento
de inferioridad, pero especialmente aparece en la neurosis obsesiva* y en una afección
narcisista como la melancolía*. En la neurosis obsesiva se expresa en los autorreproches*, la
escrupulosidad, en algunos síntomas* como ceremoniales*, etcétera, los que son producidos
por mecanismos de defensa* ante esta angustia de la consciencia moral, y que en la
neurosis obsesiva puede ser o no conocida por la consciencia*. En la melancolía, el
sentimiento de culpa ocupa todo el cuadro. Es culpa: consciente por lo tanto, lo que
desconoce el sujeto Y es la causa. El superyó se ensaña sádicamente con el yo identificado
con el objeto*, yo que masoquistamente se somete al superyó sádico. El sentimiento de
culpa es, paradójicamente, causa de delincuencia, como sí el yo buscara alivio teniendo una
causa real para esta displacentera sensación; ésta resulta una explicación interesante para
algunos casos de personalidades asociales (véase. «Los que delinquen por sentimiento de
culpa»). Un integrante bastante común de las fantasías Prec. o Ce. que generan sentimiento
de culpa es la masturbación* de la pubertad. A través de ella se esconde toda la sexualidad
infantil* reprimida, cuya actividad es casi exclusivamente autoerótica* y de la que su
segundo nivel de masturbación está cargado de fantasías incestuosas y parricidas,
precisamente las edípicas. Las fantasías perversas onanistas y masoquistas de algunos
adultos (como las fantasías de Pegan a un niño (1919) o fantasías de paliza), llevan
entrelazados entre sus motivaciones procesamientos del sentimiento de culpa. Por ejemplo el
masoquismo* femenino (presente más en el varón) y mucho más el masoquismo moral, en
que el sentimiento de culpa es parte principalísima, aunque inconsciente. Respecto a los
grados de mezcla* de las pulsiones Freud expone la hipótesis de que «cuando una aspiración
pulsional sucumbe a la represión, sus componentes libidinosos son traspuestos en síntomas,
y sus componentes agresivos, en sentimiento de culpa» (El malestar en la cultura, 1929-30,
A. E. 21:134). [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Cultura (humana)
José Luis Valls
[freud.] Freud la define como a todo aquello en lo cual la vida humana se ha elevado por
encima de sus condiciones animales y se distingue de la vida animal. Se distinguen dos
aspectos: por un lado, todo el saber y poder hacer que los hombres han adquirido para
dominar las fuerzas de la naturaleza y arrancarle bienes que satisfagan sus necesidades; por
el otro, comprende todas las normas necesarias para regular los vínculos recíprocos entre los
hombres y, en particular, la distribución de los bienes asequibles. La cultura es, entonces,
una creación del hombre; está edificada sobre una compulsión* y una renuncia de lo
pulsional. Paradójicamente es una creación humana y el peor enemigo de la cultura es el
hombre mismo. Freud hipotetiza el origen de la cultura en el complejo de Edipo*, Tiene
antecedentes: la bipedestación, o sea el pasaje a la postura vertical que aleja al hombre de
los estímulos olfatorios, y la separación de los períodos menstruales como forma de atracción
del objeto* sexual. Pasan a tener mayor relevancia los estímulos visuales (ante la
visualización directa de los genitales) y posteriormente los auditivos. (La alteración interna*
como expresión de las emociones mediante el grito que deviene en llamado al objeto, los
ruidos de la escena primaria*, y por último la aparición del lenguaje* y con ello la posibilidad
del pensamiento* consciente y preconsciente merced a la palabra y su significado.) Otro
escalón en el acceso a la cultura es el aprendizaje del control de esfínteres, del que nace el
afán cultural por la limpieza (El malestar en la cultura, 1930). En Sobre la conquista del
fuego (1932) hipotetiza que la cultura se estructura también sobre la renuncia pulsional al
placer* de extinguir el fuego mediante el chorro de orina. La hipótesis freudiana expuesta en
Tótem y tabú (1913) explica el advenimiento definitivo a la cultura gracias a la represión* de
los deseos* sexuales y agresivos provenientes del complejo de Edipo. Los hijos no soportan
al padre omnímodo, jefe de la borda primitiva*. Se le rebelan. Le asesinan. Se establece la
prohibición del incesto.. Toda cultura se edificaría sobre estas dos básicas prohibiciones: la
del incesto y la de matar. El ser humano es apto para entrar en la cultura una vez que
reprimió su sexualidad infantil*, una vez que se instaló en su aparato psíquico un superyó*.
La historia de la humanidad desde sus orígenes es una lista interminable de matanzas y
luchas por el poder. Así y todo la cultura perdura. ¿Cómo hace la cultura para dominar las
pulsiones*? Les asigna un representante dentro del aparato psíquico* de cada individuo,
llamado superyó*, encargado de dominar las pulsiones sexuales* y destructivas, incluso
apelando a armas a su vez más destructivas, pues este superyó liga pulsión de destrucción*
y pulsión de muerte* en su interior para defenderse de la pulsión sexual, ¿con el objetivo de
adecuar ésta a la cultura? La masa* humana se vincula por pulsiones homosexuales de meta
inhibida (la ternura, la amistad), que son las que establecen los lazos culturales. Las grandes
creaciones de la cultura surgen también de la inhibición* de la meta de las pulsiones
sexuales para que éstas sean aceptadas socialmente. Este producto y este proceso llevan el
nombre de sublimación*. Tenga o no el hombre un «pecado original», la cultura tiene un
«problema original». Ha sido edificada sobre la sofocación* de las pulsiones. La sofocación
no puede sino generar un malestar, también la existencia de las neurosis y enfermedades
mentales en general, como formas del padecer humano, un alejamiento de la posibilidad de
felicidad. La sublimación desexualiza a la pulsión. Lo que implica desmezcla pulsional*, por lo
tanto liberación de pulsión de muerte o destrucción, con lo que la cultura tendería
radicalmente a la destrucción (El yo y el ello, 1923; El malestar en la cultura, 1929-30). En
esta contradicción dialéctica se mueve la cultura, creación humana que cambia la naturaleza,
que llena de prótesis al ser humano haciéndolo cada vez más poderoso, poder que puede
generar su propia destrucción. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
[freud.] Fantasía* de curación del neurótico (opuesta por lo general a la analítica y utilizada
a menudo como resistencia* contra el tratamiento) que «busca, entonces, desde su derroche
de libido en los objetos, el camino de regreso al narcisismo, escogiendo de acuerdo con el
tipo narcisista un ideal sexual que posee los méritos inalcanzables para él» (1914, A.
E..14:97). Se ama en estos casos a lo que posee el mérito que falta al yo* para alcanzar el
ideal, característica del neurótico, quien inviste excesivamente sus representaciones* de
objeto* en detrimento de las del yo. A veces el paciente llega al tratamiento en busca de
esto, conseguir el amor* de un objeto. Si lo consigue, por algún levantamiento transitorio de
la represión*, piensa que ya está curado. A veces esto se concreta en la persona del
analista. Se genera en este último caso el amor de transferencia*, una de las resistencias
más fuertes al tratamiento. «Este plan de curación es estorbado, desde luego, por la
incapacidad para amar en que se encuentra el enfermo a consecuencia de sus extensas
represiones» (Introducción del narcisismo, 1914, id.). Durante el tratamiento, al levantarse
algunas represiones, el paciente suele elegir un objeto de amor idealizado. A la satisfacción
de este amor confía, entonces, su completo restablecimiento. Ésta no es la curación
psicoanalítica. Si no están levantadas la mayoría de las represiones, reconstruida toda la
época de la sexualidad infantil* y la constitución del yo, no están cumplidos los objetivos del
psicoanálisis. Éstos siguen siendo el levantamiento de las represiones, de todas ellas, por lo
menos las representaciones primarias*, y la posterior «reelaboración»* de lo reprimido, el
relleno de las lagunas mnémicas -las que eran producidas por las represiones- y el
advenimiento del yo sobre el ello* (el domeñamiento de la pulsión* del ello por parte del yo,
conociéndola y aceptándola como propia). Podríamos contentarnos con el desenlace de la
curación por el amor «[ ... 1 si no trajera consigo todos los peligros de la oprimente
dependencia respecto de ese salvador» (1914, id. 98). La curación psicoanalítica busca el
desarrollo del proceso secundario* a través del conocimiento del proceso primario*, busca
domeñar a las pulsiones merced a su conocimiento, a su ligadura. La posibilidad de vivenciar
y expresar el amor, distinto de esta «curación por el amor», es buscada por el tratamiento.
Una verdadera relajación de la represión de la sexualidad infantil con reelaboración de ésta,
permite al yo, por ejemplo, la posibilidad de amar al objeto sin necesidad de tener que
reprimir sus deseos* incestuosos inconscientes. De hecho el yo es fuerte, entre otras cosas,
por su capacidad de amar, y porque no necesita tanto del ser amado para mantener su
autoestima; es más libre del objeto aunque también necesite de amarlo y ser amado,
enriqueciéndose en ese amor. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Defensa
José Luis Valls
[freud.] Todo organismo vivo está expuesto a continuos estímulos, que en el caso de los
organismos complejos provienen del mundo exterior y del propio interior del cuerpo (las
pulsiones*). Los seres humanos poseen un aparato psíquico* que los defiende de los
continuos estímulos a que están sometidos, los que les generan un impulso a volver al
estado anterior, el previo a la llegada del estímulo. La defensa, en este sentido, es como la
razón de ser del psiquismo. Éste ante todo quiere defenderse de los estímulos. La• mejor
manera de hacerlo, entonces, es realizando las acciones específicas* que acaben con ellos.
Si son exteriores, huyendo de ellos o destruyéndolos. Si son estímulos interiores (es decir,
pulsiones), satisfaciéndolos. Para ello deberá incluir el principio de realidad* en su
funcionamiento y la instauración de un yo* que piense y maneje la acción en forma
adecuada. Surgen sin embargo durante la evolución del ser humano serios problemas en la
satisfacción de sus pulsiones (sexuales''` y destructivas*) pues éstas chocan con los ideales
culturales primero y luego con los que existen en el mismo aparato psíquico (ideal del yo*-
superyó*). Por esto se van formando otros tipos de defensa dirigidos a impedir la
satisfacción de la pulsión, o a desconocerla. A los mecanismos inconscientes encargados de
que el yo Prec. no conozca la existencia de pulsiones incompatibles con él, se los ha llamado
< mecanismos de defensa* del yo», los cuales pertenecen al yo Inc. Éste se encarga de
defender al yo Prec. , sin que él lo sepa, del acoso de las pulsiones. Esta defensa tiene, por
lo pronto, un precio: rasgos de carácter* y -cuando fallan- neurosis*. Hay algunas formas de
mecanismo defensivo que permiten ciertas formas de placer-, pulsional, por ejemplo los
mecanismos defensivos pertenecientes a las perversiones*. Este tipo de afección consigue
satisfacer pulsiones sexuales, parciales, infantiles, homosexuales y narcisistas. Lo hace
gracias a mantener relaciones sexuales reñidas con lo aceptado en el medio social (el sujeto
sufre por ello angustia social*, de la que a su vez se defiende). Llevan incluidas en el mismo
acto placentero ciertos mecanismos de defensa del yo contra los peligros que derivan del
complejo de Edipo*, tratan de ahorrarse la angustia de castración-, con la desmentida* de la
diferencia de los sexos. La desmentida comprueba la ausencia de la castración, entonces, en
cada acto sexual (fetichista, homosexual, exhibicionista, etcétera). No lo logran totalmente,
porque el yo se escinde*; en parte acepta la castración y en parte no, perdiendo el yo la
función sintética, pasando a ser dos yoes. Entonces, la manera más adecuada de defensa
ante el estímulo pulsional, tendría que ser la síntesis que tiene que lograr el yo ante las
presiones a que está sometido por el ello*, el superyó y la realidad*. Una vez conseguida esa
síntesis, ha de llevarla a la acción (véase: acción específica). Respecto de los estímulos del
mundo exterior, el organismo establece una barrera de protección antiestímulo* en el
sistema percepción consciencia (PCc. ), al cual pertenece la investidura* de atención* que es
en realidad (como apronte angustiado*), el último nivel de esta barrera. Si ésta es
sobrepasada, se siente dolor* orgánico, pudiendo llegar a instalarse una neurosis
traumática* si la cantidad de estímulo que penetra en el aparato psíquico va más allá de las
posibilidades de ligadura de éste. En las neurosis traumáticas queda una compulsión* a
repetir la escena, primero en los sueños* hasta llegar a los actos, en busca de que el aparato
psíquico pueda, merced a la repetición, sentir el apronte angustiado que no sintió en el
momento en que fue superada la barrera defensiva. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Defensa, mecanismos de
José Luis Valls
[freud.] Operaciones automáticas que realiza la parte inconsciente* del yo* para defenderse
de las pulsiones*, o mejor dicho de los posibles peligros que la satisfacción de éstas podría
generar. El yo Inc. , ante la aparición de la representación* de una pulsión incestuosa o
parricida, o retoños de ellas, apela a una señal, muestra de angustia en pequeña cantidad.
Esta angustia señal* hace que el camino asociativo, guiado por el principio de placer*,
cambie, huyendo de la angustia señal. Consigue así que la pulsión original o sus retoños
retornen al ello* inconsciente, pasando al estado de represión*. De esta manera la defensa*
yoica es eficaz en librarse de la pulsión, momentáneamente. Para que la pulsión se quede
allí, para que no pueda volver a introducirse en el yo, y por este medio llegar a la acción,
habrá que dejar como centinela, una contrainvestidura* permanente. El mecanismo de
defensa por excelencia es la represión. En algunos momentos de la teoría represión es
sinónimo de defensa, pero desde Inhibición, síntoma y angustia (1925) pasa a ser el
mecanismo específico de la histeria de conversión*. La represión, en cuya esencia está el
desconocimiento, tiene dos pasos. La represión primaria* consiste únicamente en la
contrainvestidura que es el origen del resto de los mecanismos defensivos ulteriores o
represiones secundarias*. En éstas se sustrae también investidura de la representación de la
palabra (Prec. ), con lo que no puede ser nombrada por el yo y vuelve al ello inconsciente. La
investidura retirada pasa a otra palabra o a una formación sustitutiva*, transacción entre el
yo y la pulsión, que actúa como contrainvestidura. La contrainvestidura se instala también en
el aparato perceptual* (PCc. ) -para evitar percibir en la realidad* todo lo que remita al
conflicto-, o se desplaza a otras representaciones poco importantes, que pasan a ser
obsesiones, por ejemplo. Además lo reprimido primariamente atrae al inconsciente a todo lo
que puede remitir a él. Otros mecanismos de defensa clásicamente descritos son: la
anulación de lo acontecido*, el aislamiento*, la formación reactiva*, la proyección*, la
identificación* (histérica y melancólica), la desmentida* de la diferencia sexual y de la
pérdida del objeto, la negación*, la escisión del yo*, etcétera. Lo común de todos ellos es la
inconcientización de la moción pulsional para evitar la angustia señal que sentiría el yo. Si el
mecanismo de defensa falla, la cantidad de excitación* puede arrasar con el yo y ocasionar
la angustia automática*, similar al trauma* del nacimiento. Esto último es una de las causas
por las que si bien los mecanismos de defensa producen alteraciones patológicas, en algún
momento se constituyan en un mal necesario que evita males mayores, como la angustia
automática, por ejemplo. Además no debemos olvidar que a partir de los mecanismos de
defensa inconscientes, el yo forma una infraestructura Inc. sobre la que se instala la
superestructura Prec. , la que entonces puede funcionar sin tener que estar acosada por la
pulsión, a la que ignora. Cuando el yo se apoya demasiado en sus mecanismos de defensa y
éstos comandan a su proceso secundario*, puede quedar una alteración del yo* más o
menos severa, la que será un fuerte obstáculo para la cura y que participa de la formación
de las caracteropatías, dependiendo muchas veces el tipo de ésta, del mecanismo de defensa
preferentemente usado, lo que a su vez tiene relación con los puntos de fijación*. Freud, en
el Proyecto de psicología (1895-1950) describe cómo se va formando el yo a través de
investiduras colaterales, cadenas de pensamientos* que le hacen crecer, aprender de la
experiencia, acumular representaciones para poder comparar con los nuevos perceptos,
etcétera. Cuando las cantidades de excitación exceden de cierto límite la investidura colateral
es insuficiente para conducirla, y debe recurrir a una defensa primaria consistente en una
contra-investidura, que ahora impedirá el pasaje de la investidura a nuevas
representaciones. Éstas, rechazadas por el yo, se acumularán en el inconsciente. La
investidura colateral enriquece al yo, modera a la pulsión haciéndola propia. La
contrainvestidura expulsa el estímulo pulsional al inconsciente. Una y otra van dando forma a
partes diferentes dentro del yo: a) el proceso secundario, el pensamiento, el yo con su
función sintética, su principio de realidad*; b)una parte que quedará inconsciente, funcionará
automáticamente, fuera de la voluntad* del yo Prec. y que será el yo de la defensa, o los
mecanismos de defensa del yo, el yo Inc. En la cura psicoanalítica se hacen patentes los
mecanismos de defensa, dando expresión a la resistencia* yoica. Debemos de habérnoslas
con ellos, entonces, para poder llegar al conocimiento del deseo* reprimido, beneficiándose
ahora el yo del deseo antes reprimido al colocarle investiduras colaterales. Haciendo que
participe del comercio asociativo, que vaya integrando el yo del pensamiento, del proceso
secundario, el yo Prec. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Delirio
José Luis Valls
Depresión
José Luis Valls
Deseo
José Luis Valls
[freud.] El deseo, en la teoría freudiana, consiste en una propuesta psíquica que busca ser
complacida. Ésa podría ser una manera de presentación del tema. En rigor no hay una
definición del deseo dentro de la teoría que pudiéramos llamar demasiado rígida o estricta,
pese a que la teoría freudiana, en términos generales y en toda su tremenda extensión, sí lo
es. El concepto, sin embargo, es bastante claro y conciso. Freud lo usa en determinados mo-
mentos de su desarrollo teórico más que en otros, pero nunca lo deja de lado. Lo usa para
explicar más algunos fenómenos que otros, o algunos matices de éstos más que otros. Pero
en ningún momento desarrolló una teoría específica del deseo, como sí lo hizo respecto de
conceptos similares como el de pulsión* o de libido*. En términos vagos, podríamos decir
que el concepto de deseo se mueve más cómodamente dentro de la así llamada «primera
tópica» porque es en ella donde Freud desplegó toda su teoría representacional y el deseo
está, como veremos, íntimamente relacionado con la investidura* de la representación*.
Pero nadie dijo que en la llamada «teoría estructural», Freud haya dado de baja el tema de
la representación. Muy por el contrario, sigue siendo tema hasta en el «Moisés». Es que al
explicar algo nuevo, un nuevo nivel de un problema, el teórico no tiene por qué repetir cada
vez lo dicho antes. Por otro lado, si no es mediante la teoría representacional, ¿cómo se
explican los sueños*? Se sobreentiende que las estructuras de la «segunda tópica» son
estructuras representacionales. El ello*, el yo* y el superyó* son estructuras psíquicas, y lo
que da la característica de fenómeno psíquico a algo es justamente la representación. Por lo
tanto, explícita o implícitamente en la teoría freudiana el deseo «siempre está». Puede
ocurrir que aparezcan al surgir nuevos conceptos, diferentes matices, nuevas aristas, que
obliguen a aparecer nuevos conceptos o complejizaciones y en ese camino surjan confu-
siones, esto es verdad. No siempre es fácil diferenciar entre deseo y libido en algunos
aspectos, y especialmente entre deseo y pulsión. El deseo nace en los momentos de
formación del aparato psíquico*, luego de ocurridas las primeras vivencias de satisfacción*.
En adelante la necesidad corporal surgirá unida a las representaciones que habían dejado en
el aparato psíquico aquellas vivencias. La necesidad* logró, entonces, representación
psíquica. Ésta provino de la huella mnémica* que dejó la experiencia, deviniendo en deseo. A
esta moción cine apunta hacia esta representación, a la ligazón que se establece entre la
necesidad corporal y la representación, la llamamos «deseo». El surgimiento del deseo
inaugura el psiquismo y será el motor del aparato psíquico. La vivencia de satisfacción deja
en realidad un complejo representacional en el que se distinguen tres tipos de representa-
ciones: 1) la que primero se activa cuando se reanima el deseo: la representación investida
del objeto* satisfaciente: 2) la representación de los movimientos que se hicieron con éste y
que éste hizo, y 3) la representación de la sensación de descarga en el r núcleo del yo
(«Proyecto», 1895-1950). El deseo será, por lo tanto, un deseo del objeto con el que se
busca realizar actos y que el objeto realice otros, para poder volver a sentir la sensación de
satisfacción o placer* en el núcleo. «Sólo puede sobrevenir un cambio cuando, por algún
camino (en el caso del niño, por el cuidado ajeno), se hace la experiencia de la vivencia de
satisfacción que cancela el estímulo interno. Un componente esencial de esta vivencia es la
aparición de una cierta percepción (la nutrición, en nuestro ejemplo) cuya imagen mnémica
queda, de ahí en adelante, asociada a la huella que dejó en la memoria la excitación
producida por la necesidad. La próxima vez que esta última sobrevenga, merced al enlace así
establecido se suscitará una moción psíquica que querrá investir de nuevo la imagen
mnémica de aquella percepción y producir otra vez la percepción misma, vale decir, en
verdad, restablecer la situación de la satisfacción primera. Una moción de esa índole es lo
que llamamos deseo; la reaparición de la percepción es el cumplimiento de deseo, y el
camino más corto para éste es el que lleva desde la excitación producida por la necesidad
hasta la investidura plena de la percepción» (La interpretación de los sueños, 1900, A.E.
5:557-8). Entonces, el deseo es el deseo de volver a repetir la vivencia de satisfacción,
aquella que se vivió en el vínculo con quien fuera el asistente ajeno* y ahora es el objeto
deseado. Cada vivencia de satisfacción irá dejando nuevos deseos; las pulsiones de
autoconservación* serán más repetitivas, el objeto será más fijo. Las pulsiones sexuales*,
en cambio, irán teniendo diferentes tipos de deseos según las zonas erógenas* de
predominancia, por lo menos hasta llegar la supremacía fálica cuando todas ellas se
organizan bajo su dirección y cuando se realiza una elección de objeto* que por tomar
características de incestuosa, será reprimida. El objeto de las pulsiones sexuales será mucho
más cambiante, característica que va disminuyendo a medida que se van produciendo
fijaciones*. Pueden también complacerse en el propio cuerpo. La elección de objeto sexual
exterior se apuntalará* en parte en las satisfacciones de las pulsiones de autoconservación y
en parte en el propio cuerpo, en cuyas sensaciones el objeto tendrá un factor determinante
de todas maneras, por lo que se irá eligiendo conforme a las fijaciones que irá dejando en el
cuerpo la historia con el objeto (la historia del cuerpo y su representación van deviniendo en
yo). En este período* preedípico*, el niño aprende a hablar, se ensaya con el lenguaje*. Los
deseos Inc. de los objetos podrán llegar al Prec. ligándose a las representaciones -palabra* y
generando así los deseos Prec. Después del complejo de Edipo* el aparato psíquico se
escindirá y múltiples deseos (los incestuosos, parricidas y con ellos gran parte de los deseos
infantiles) serán reprimidos, pasarán al estado de inconscientes* y a pertenecer al ello. No
serán considerados parte del yo, el que les negará su aquiescencia, les quitará la investidura
Prec., la investidura de la representación-palabra. Estos deseos reprimidos nunca cejarán en
su deseo de retorno, directo o por medio de retoños Prec. que los representen y eviten la
censura*. Ese retorno originará los sueños, los actos fallidos*, los síntomas* neuróticos,
etcétera. Los deseos Inc. pueden también en algunas ocasiones superar la censura
(desexualizándose*, por ejemplo) y transformarse en deseos Prec., por lo que en ese caso el
yo los sentirá propios y luchará por satisfacerlos. Aquí es importante, además de los factores
reales externos, su proximidad a los deseos incestuosos y parricidas prohibidos (a mayor
proximidad, menor posibilidad de satisfacción, por lo menos en el terreno de la «normalidad»
y la neurosis). Los deseos Prec. del yo que no han sido reprimidos por él son: los de su
autoconservación en parte (el deseo de dormir por ejemplo), otros configurarán deseos con
meta inhibida como la ternura o la amistad, o deseos desexualizados, podríamos decir. Otra
parte serán aquellos deseos sexuales que, provenientes del ello, son aceptados por el yo,
probablemente porque no le crean conflicto con el superyó o con la realidad*. Entonces
podrá fantasearlos o llevarlos a la acción (bajo el rectorado del principio de realidad*).
También podrán ser condenados por el juicio* cuando el yo así lo considere, aunque algunas
veces el yo simultáneamente los haga propios y los mantenga en el terreno de la fantasía*.
Cuando los lleva a la acción, a costa de cierto tipo de escisiones en el yo*, estamos ante las
«excentricidades de los normales», De todas maneras, el deseo será un deseo Prec. con
mayor grado, en general, de ligadura y pasaje al proceso secundario. Freud también
menciona deseos del superyó al atribuirle los deseos de los sueños punitorios*, de
autocastigo*, los que se explicarían como realización de deseos del superyó (Nuevas
conferencias de introducción. al psicoanálisis, 1933). De algún modo el sentimiento
inconsciente de culpa* o necesidad de castigo*, funciona en algunas personas a la manera
de un deseo, incluso reprimido en el sentido de desconocido por el yo, que se satisface
periódicamente con el sufrimiento de éste. Probablemente esto dependa de los diferentes
grados de mezcla* o desmezcla* de Eros* y pulsión de muerte* que estén en juego en esos
deseos (sadismo* del superyó y masoquismo* del yo). En términos generales, de cualquier
manera, hablar de deseo remite a deseo sexual (no se confunda con genital*), aunque la
posesión de representación (de cosa* y de palabra) le puede dar a la pulsión de
autoconservación característica descante, Pero cuando nos referimos a deseo inconsciente,
éste es sexual. ¿Puede haber un deseo correspondiente a la pulsión de muerte? Según Freud
no, porque no hay en el Inc. representación-cosa de ésta. Es un contrasentido hablar de una
«vivencia de muerte» que deje su huella en el aparato psíquico. En cambio, puede haber
necesidad inconsciente de castigo, pero ella proviene del superyó. El deseo agresivo para con
otro ya pertenece a la pulsión de autoconservación o a la sexual, merced al sadismo o
pulsión de apoderamiento* y hasta el odio* al rival. Paradójicamente sabemos que «existe»
una pulsión de muerte...«muda». Si «habla», es a través de las representaciones (de cosa y
de palabra) del deseo sexual, con el que se mezcla. Podemos decir que la vemos,
indirectamente, en los ejemplos ya mencionados de la agresión*, sadismo, apoderamiento,
etcétera. El concepto de deseo se superpone con el de pulsión y hasta con el de libido en el
deseo sexual. Por momentos parecen sinónimos, o distintos niveles del mismo fenómeno;
por momentos, cosas diferentes. El de pulsión, para Freud, es un concepto límite entre lo so-
mático y lo psíquico. Probablemente esté más del lado de lo somático y el esfuerzo (Drang)
hacia la acción y el deseo más del lado representacional. De ahí que Freud describa una
«satisfacción alucinatoria de deseos»*, no una «satisfacción alucinatoria de pulsiones», y
que hable de deseos cuando debe explicar los sueños, las fantasías, incluso los síntomas, es
decir cuando el énfasis está en el contenido representacional. En cambio, cuando debe
explicar los mecanismos de defensa* del yo ante las angustias señales* frente al peligro
pulsional, o cuando explica el ello, habla del apremio de la pulsión sobre el yo, también en la
búsqueda de su satisfacción, que en última instancia es la misma que la del deseo. Veamos
ahora qué diferencias hay entre deseo y libido. La energía sexual somática pasa a llamarse
«libido» cuando se liga a una representación, es la energía que la inviste, el deseo está más
ubicado en la representación (investida por libido), por lo tanto hay diferencias, pero un
fenómeno es muy cercano al otro como para poder distinguirlos muy claramente. En La
interpretación de los sueños (1900) habla de deseos, en Los tres ensayos de teoría sexual
(1905) menciona la pulsión, en los escritos metapsicológicos de 1915 predomina el concepto
de pulsión, aunque también habla de deseos, especialmente respecto de los sueños, en El yo
y el ello se refiere casi únicamente a las pulsiones del ello (1923), también en Inhibición,
síntoma y angustia (1925). El concepto de libido está en toda la obra. Sin embargo hay
diferencias importantes que hacen que sean cosas diferentes. Por ejemplo se puede hablar
de un deseo Prec., pero la pulsión por lo general está referida a un concepto Inc. También
existen una libido objetal y una narcisista; sí se puede hablar de un deseo objetal pero es
más difícil hablar de un deseo narcisista por lo menos puro, se puede hacerlo como extensión
del concepto de deseo homosexual, por lo tanto referido al objeto. Por ejemplo tal es la
dependencia del niño del amor* del objeto en el período de latencia* que puede hacer
propios los deseos del objeto. La educación en general se basa en estos principios: el niño
resigna sus pulsiones a cambio del amor materno, de una manera tan radical, a veces, que
se transforman en deseos Prec., a través de identificaciones* en el yo y principalmente en el
superyó, opuestos en general al deseo Inc., por lo tanto apoyando a la represión Inc. contra
la emergencia de los deseos reprimidos. Podríamos pensar, entonces, que la necesidad del
amor del objeto es narcisista y en alguna medida lo es, pero no en el sentido más estricto
del término (la libido proveniente del ello invistiendo al yo). Uno no puede desearse, se
tiene. Puede desear ser amado por el objeto, o desear ser el ideal, pero éste mismo está
constituido por huellas de objetos del pasado infantil o de la omnipotencia infantil perdida.
En ese sentido son deseos narcisistas, pero nunca falta el rastro del objeto en todas estas
complejizaciones del deseo que a veces confunden el pensamiento*. Quede claro que la
diferencia definitiva entre estos conceptos, de todos modos, no está totalmente clara, non
liquet, como diría en tantas ocasiones Freud. ¿Puede hablarse de una pulsión narcisista? A lo
sumo de una pulsión sexual con satisfacción autoerótica. Cuando se habla de. narcisismo en
sentido estricto, se habla de libido en el yo. Por último: nos apoyamos en lo expresado por
Freud en el capítulo VII de Lo inconciente (1915) respecto de la investidura de la
representación, para justificar un deseo preconscíente del objeto. Cuando está investida la
representación-cosa del Inc. más la representación-palabra Prec., esta última significa o
representa a aquella ante la Cc. Si se le retira la investidura Prec., el deseo pasa al estado de
represión y a pertenecer al inconsciente. En las neurosis de transferencia*, la investidura de
la representación-cosa Inc. está investida y quizá en demasía, pero no tiene la
representación-palabra Prec. para poder llegar a la Cc. Uno de los objetivos en el tratamiento
psicoanalítico es recuperar para la investidura de la representación-palabra Prec la energía
libidinal que mientras el deseo permanece en represión, pertenece únicamente a la
representación-cosa Inc. La investidura en estas neurosis se ha desplazado o transferido a
otras representaciones Prec. En la histeria de angustia* hasta constituir las fobias*. En la
neurosis obsesiva* se han aislado* sus conexiones asociativas y afectivas con el resto de las
representaciones Prec. o se ha recurrido a mecanismos mágicos para no sentirlas
pertenecientes al yo, en última instancia angustiándose ante estas obsesiones nunca
aceptadas como deseos del yo Prec., pese a estar ubicadas tópicamente en él. En la histeria
de conversión*, ha hallado expresión merced a investiduras corporales elegidas
asociativamente por leyes de contigüidad* o analogía*, convirtiéndose en el caso de las aso-
ciaciones* por analogía en símbolo mnémico* de las representaciones-cosa, ahora
reprimidas y que pugnan por retornar de ese estado. En las afecciones narcisistas (en
especial en las psicosis*, cuyo máximo exponente es la esquizofrenia* con sus distintas
formas clínicas), se desinviste* la representación-cosa del objeto y se desvía esa investidura
Inc. al yo. Este proceso consiste en el narcisismo* por excelencia, el deseo Inc. del objeto
está desinvestido. Repitamos: no hay deseo Inc. del objeto en estas afecciones, se retiró la
investidura de la representación-cosa Inc. (ésta configura el deseo Inc. del objeto, el motor
del aparato psíquico). Quedan, sin embargo, representaciones Prec. que no representan a las
Inc. sino que ocupan el lugar que dejaron aquellas al desinvestirse. Por lo tanto se rigen por
sus mismas leyes (el proceso primario*). Así se configuran los delirios* paranoides que,
quizá exagerando, hasta podríamos decir que son deseos Prec. del objeto sin sustento en un
deseo Inc. Intentos de reconstrucción* del deseo del mundo objetal, pero no desde lo
profundo del aparato psíquico, sino únicamente desde las palabras. Palabras que dejaron de
ser significantes, y ahora remedan el significado.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Desesperación
José Luis Valls
Desestimación
José Luis Valls
[freud.] No aceptación, por parte del yo* consciente, de algún dato nuevo de la realidad*, al
que considera poco importante, quedándose con juicios* establecidos anteriormente. Este
rechazo, previo a un juicio de existencia*, es universal, < normal» en la infancia. Los niños
son renuentes a reconocer la diferencia de los sexos o de la castración que lleva implícita la
etapa fálica. La teoría de la cloaca* había explicado hasta entonces el nacimiento de los
niños de un modo mucho menos conflictivo. En general el niño ante la amenaza de
castración actúa como el pequeño Hans (Análisis de la fobia de un niño de cinco años, 1909),
si le amenazan con la pérdida del “pipí” , no le produce angustia*: total, tiene el «popó» (en
términos teóricos, la teoría de la cloaca). Aceptar como posible la existencia de la castración
es el próximo paso. Una aceptación paulatina y tal vez siempre incompleta. La teoría de la
cloaca en parte es superada al reconocerse la existencia de la castración correspondiente a la
etapa fálica, pero nunca absolutamente, y en parte permanece en el inconsciente* reprimida
como todo lo relativo a la sexualidad infantil*. Puede retornar desde ahí a través de un
síntoma* intestinal con fantasía* de embarazo, como en el caso del «Hombre de los lobos»
(1914-18), o como cualquier otro producto del inconsciente. Cuando el niño reconoce,
siquiera parcialmente, la existencia 1. de la castración-] o que se vuelve inevitable al percibir
el genital femenino y, por el complejo del semejante* comprende¡-* la diferencia- hace su
entrada en el complejo de castración*. Una multitud de excitaciones y afectos* se enlazan,
entonces, con la pérdida del pene; es el caso de la angustia de castración* en el niño y la
envidia del pene* en la niña. El famoso sueño del «Hombre de los lobos» es una de las
pruebas de que el niño había entrado, en el momento del sueño* al menos, en el complejo
de castración. Por lo tanto había superado en parte la primera desestimación* de la misma,
aunque la teoría de la cloaca sobre la cual se había instalado, podía retornar en cualquier
momento y hasta convivir con el reconocimiento de las diferencias sexuales que generaban
la angustia de castración. En un mismo síntoma conversivo convivían el reconocimiento de la
diferencia sexual (la angustia ante la disentería) con la teoría de la cloaca (la fantasía
inconsciente de embarazo intestinal). Ésta incluía un reconocimiento de diferencia sexual al
ser tomado el ano como si fuera una vagina, lo que volvía a generar angustia de castración,
creándose aparentemente contradicciones, las que como sabemos no tienen cabida en el
inconsciente. Estas representaciones contradictorias, entonces, seguían perteneciendo al
Inc., logrando gracias a estas formaciones sustitutivas* -embarazo intestinal simbolizado en
la constipación- tener acceso al Prec. en forma disfrazada. Se desestiman también mociones
pulsionales, siempre que sean conscientes o que tengan investidura* Prec. (representación-
palabra*, investida con atención* o sin ella). En ese caso el yo puede desestimarlas a través
de la emisión de un juicio, condenándolas. El «juicio de condenación o desestimación»* es
una de las últimas defensas* que tiene el yo ante la pulsión*, una vez superada la negación*
y siendo aceptada la pulsión por el yo como propia; quizá sea la más evolucionada, la más
relacionada con la ligadura, el domeñamiento pulsional. Freud llama «desmentida»* a la no
aceptación de datos de la realidad, en adultos, como la existencia de la diferencia de los
sexos (parcialmente en los casos de perversiones* sexuales), o de datos de la realidad
dolorosa (como la pérdida de un ser querido en la confusión alucinatoria aguda o amencia de
Meynert*). En ambos se produce un enérgico mentís sobre los datos de la realidad,
tapándolos con otra percepción*, el fetiche en el fetichismo*, el pene en la
homosexualidad*, la alucinación* del objeto perdido en la amencia.[José Luis Valls,
Diccionario freudiano]
Desexualización
José Luis Valls
[freud.] Forma de funcionamiento común a todos los mecanismos de defensa*, por el cual se
le retira energía psíquica* (libido*): a representaciones-palabra* Prec. en las neurosis*; a
representaciones-cosa* Inc. en las psicosis* narcisistas; al aparato perceptual o sistema
percepción consciencia PCc. en las psicosis alucinatorias agudas, psicosis histéricas y, en
parte, en el fetichismo* y las otras perversiones sexuales*; o a todas las partes del aparato
psíquico*, en el caso del sueño*. La desinvestidura corresponde al segundo paso de la repre-
sión* o defensa*, o sea la represión propiamente dicha, complementaria de la represión
primaria* cuyo mecanismo único es la contrainvestidura*. Esta última también actúa en la
represión secundaria* reforzándola y sosteniéndola. Cuando la energía corporal inviste una
representación-cosa, se transforma en psíquica. Se la llama entonces «pulsión* Inc». Si es
sexual se la llama también «libido» (poniendo en este caso el énfasis en la energía
invistiente), principal representante de las pulsiones de vida*. Cuando además de la
representación-cosa inviste la representación-palabra correspondiente, crea la precondición
para el domeñamiento de la pulsión. Si se desinviste la representación-palabra, la
investidura*, permaneciendo en la representación-cosa en estado de represión, genera el
deseo* Inc. reprimido. En las psicosis narcisistas se retira la investidura de la
representación-cosa Inc--- lo que deja al aparato psíquico sin deseo Inc., sin pulsión de vida;
con cantidad de excitación* pura, sin poder ser ligada a una representación. Esto es
liberación de pulsión de muerte*, tendencia a la vuelta a lo inorgánico, a la pura cantidad.
Las representaciones-palabra están investidas entonces, como un puente sumamente
endeble tendido hacia un mundo objetal, delirante, pero mundo al fin. Se formarán así los
delirios*, las alteraciones sintácticas con tema hipocondríaco (lenguaje de órgano*). Se
habrá perdido la metáfora en estas representaciones-palabra, retornarán a su sentido de
representación-cosa original.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Desmentida
José Luis Valls
[freud.] Mecanismo utilizado por el yo* ante una realidad* que le resulta intolerable.
Retirando las investiduras* del polo perceptual* -también llamado sistema percepción
consciencia PCc.-consigue no percibir, no acusar recibo de su percepción*. Como dice Freud,
darle un «enérgico mentís» a su percepción. La desmentida no consigue ser absoluta, pues
siempre en parte la realidad, incluso la que específicamente se quiere desmentir, es en parte
percibida. Esto implica la formación de una escisión en el yo* Prec, El que acepta y no acepta
un mismo aspecto de la realidad al mismo tiempo. Acepta una contradicción que no molesta
a su proceso secundario*. Si el predominio de la desmentida sobre el reconocimiento de la
realidad es muy franco, se establece una confusión alucinatoria aguda o «amencia de
Meynert» *. Sobre el retiro de la investidura del PCc., éste registra alucinatoriamente, previa
regresión tópica (de palabra a imagen), la presencia del objeto* deseado y no reprimido (sin
disfraz). Objeto que en la realidad se perdió. Resulta así una defensa* psicótica ante el
duelo*, defensa poco duradera a la que a veces recurren personas no psicóticas, con escasa
o nula «alteración del yo» *, en situaciones en que la cantidad de excitación* resulta poco
común. Cuando la desmentida de la realidad es pareja con el reconocimiento de la misma, se
percibe claramente un yo escindido. Un yo que en su actividad de pensamiento* consciente
acepta contradicciones. Por ejemplo, en el fetichismo*, un tipo de perversión* sexual que
evita al sujeto la homosexualidad* efectiva. La 1 libido* con la que se vincula el fetichista
con el objeto es homosexual, o sea desmentidora de la diferencia sexual, y no
desexualizada. No obstante, consigue en la acción la heterosexualidad merced a la existencia
del fetiche, pues gracias a su presencia obtiene el refuerzo de la realidad, que sostiene el <
enérgico mentís» puesto al reconocimiento de la diferenciación sexual. Tanto en la psicosis*
alucinatoria aguda como en el fetichismo, la desmentida tiene dos pasos: 1) la no aceptación
de lo real (la pérdida del objeto y la aceptación de la existencia de la castración
respectivamente) y 2) el reemplazo activo de la realidad (la alucinación* y la presencia del
fetiche en la mujer, respectivamente). La escisión del yo en el fetichismo se observa
clínicamente en el hecho de que, pese a que se logra la erección en el acto sexual, siempre
que la mujer posea un fetiche (fetiche que se forma con representaciones* extraídas de las
vivencias de la sexualidad infantil* desplazadas* por lo común por contigüidad*, o por
simbolismo* del pene femenino), en otros momentos, sin embargo, se siente angustia de
castración*, lo que muestra que en parte el yo desmintió la castración y en parte la aceptó
(en tanto le angustia una asociación* que a ella remita). La escisión del yo en este caso es
intrasistémica, se produce en el mismo yo Prec. Es una falla de su poder sintético por laque
caben contradicciones en el proceso secundario, sin que el yo las considere un error.[José
Luis Valls, Diccionario freudiano]
Desplazamiento
José Luis Valls
[freud.] Tipo de mecanismo característico del proceso primario*, por el cual la energía
psíquica* (quantum de afecto*) pasa libremente de una representación* a otra,
desinvistiendo* a una e invistiendo* a otra según las leyes de la asociación*. Para lograr la
identidad de percepción* basta que una representación sea contigua a otra o análoga, u
opuesta, etcétera. Una representación es la otra por compartir atributos superficiales. La
tarea del proceso secundario* es precisamente inhibir* este mecanismo (que según la
hipótesis freudiana es el original). Solamente así una representación es distinguible de otra.
Entonces la investidura es fuerte y su desplazamiento débil. Características éstas del proceso
secundario, del proceso de pensamiento* realizado por el yo* Prec. El yo Inc. puede sin
embargo usar el desplazamiento con fines defensivos; lo hace mediante el libre movimiento
de la investidura entre las representaciones siguiendo las leyes de la asociación,
consiguiendo así un disfraz de la pulsión* o el deseo* prohibido. Así se observa el
desplazamiento a lo nimio en la neurosis obsesiva*, el que puede convertirse en rasgo de
carácter* del yo (la puntillosidad detallista). Además es el mecanismo característico de la
fobia*: el yo desplaza el miedo al padre castrador a un animal, o el temor a sus
concupiscencias eróticas en fobia a los lugares abiertos o cerrados, etcétera. Incluso la
misma transferencia* resulta una forma de desplazamiento, si bien intersistémica, del Inc. al
Prec. Los sueños* más complejos y más difíciles de entender son aquellos con más
desplazamiento, con más disfraces.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Desvalimiento
José Luis Valls
Dinámica psíquica
José Luis Valls
Displacer
José Luis Valls
Dolor
José Luis Valls
Domeñamiento pulsional
José Luis Valls
[freud.] Decimos que una pulsión* está domeñada por el yo*, cuando éste la puede
«manejar con sus riendas»; por lo pronto la reconoce como propia, la acepta como un
deseo*, ahora del yo, que le gustaría llevar a cabo, pero que puede resignarlo o postergarlo
en aras de otras variables que entren en su consideración, más o menos importantes para él
en ese momento. El domeñamiento implica representación-palabra* investida,
representando a la representación-cosa* (también investida) ante el Prec. del yo. Por lo
tanto la pulsión o su meta es conseguida como un deseo propio del yo y con esto también
inhibida (véase: inhibición) en su acción, momentáneamente, hasta la decisión final de si
convertirla en acción o no. El tema quizá más importante resida en la posibilidad de elegir
que el domeñamiento pulsional, merced a las relaciones de las representaciones-palabra
propias de la actividad de pensamiento* pertenecientes al yo Prec., le otorgan al yo. Éste
ahora conoce a la pulsión, puede hablar de ella, lograrle un lugar en la lógica de su
pensamiento, y entonces moderar su pasaje a la acción. En otras palabras, la
representación-cosa perteneciente al deseo Inc. que estaba en proceso primario* es lograda
pasar al proceso secundario* y éste es uno de los objetivos esenciales de la cura
psicoanalítica. Es absolutamente diferente a lo que produce el proceso de la represión*; éste
esencialmente origina un desconocimiento de la pulsión y transformación de ella en otra cosa
(síntoma*, acto fallido*) compulsivo e irrefrenable para el yo, con lo que logra el objetivo de
impedir su pasaje a la acción específica*, pero paga con su desconocimiento y consiguiente
empobrecimiento del yo. El que sí se enriquece al conocerla y domeñarla con la actividad de
pensamiento y desexualización* que esta última conlleva, a la vez que se libera del esfuerzo
de contrainvestidura* que le demandaba la represión. Dice Freud en Análisis terminable e
interminable: «Acaso no sea ocioso, para evitar malentendidos, puntualizar con más pre-
cisión lo que ha de entenderse por la frase "tramitación duradera de una exigencia
pulsionaV. No es, por cierto, que se la haga desaparecer de suerte que nunca más dé
noticias de ella. Esto es en general imposible, y tampoco sería deseable. No, queremos
significar otra cosa, que en términos aproximados se puede designar como el
"domeñamiento" de la pulsión: esto quiere decir que la pulsión es admitida en su totalidad
dentro de la armonía del yo, es asequible a toda clase de influjos por las otras aspiraciones
que hay dentro del yo, y ya no sigue más su camino propio hacia la satisfacción» (A. E. T.
XXIII, pág. 227).[José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Duelo
José Luis Valls
Economía psíquica
José Luis Valls
Elaboración secundaria
José Luis Valls
[freud.] Forma de reacción del sistema percepción consciencia (PCe.) perteneciente al yo*,
ante todas las imperfecciones, incongruencias, errores, etcétera, de las percepciones* y
hasta de las mismas actividades de pensamiento*. Tiende a rellenar, a tapar, no percibir las
imperfecciones, y a darle una forma coherente y lógica adecuada al proceso secundario*. En
La interpretación de los sueños (1900), Freud considera que la elaboración secundaria es el
cuarto factor del trabajo del sueño* junto con el trabajo de condensación*, el sometimiento
a una censura* del sueño y el miramiento por la figurabilidad. Sin embargo, en otros
artículos como Psicoanálisis (1922-23) y Un sueño corno pieza probatoria (1913) dice que
estrictamente no pertenece al trabajo del sueño, sino que es el trabajo del yo ante la
alucinación* del sueño, por lo tanto una percepción a la que se le da creencia* y a la que se
le trata de entender desde el mismo momento de la percepción y más aún, en el momento
de ser contado el contenido manifiesto*. El efecto logrado es el contrario al aparentemente
buscado por el yo consciente, pues con la elaboración secundaria el sueño se hace más
coherente formalmente pero menos entendible en lo que hace a su lógica. Ello sirve a los
fines de la censura, pues oculta el deseo* reprimido. A la elaboración secundaria recurren
también los síntomas* neuróticos, especialmente los de la fobia* y la neurosis obsesiva, en
las que se confunde con la racionalización. Es también parte importantísima de la elaboración
del delirio* paranoico.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Elección de objeto
José Luis Valls
[freud.] El reconocimiento por parte del niño de la importancia del objeto* para la obtención
de placer* no es un proceso simple, lineal. Parcialmente lo reconoce como tal desde un
principio (yo realidad inicial*, pulsiones de autoconservación*) aunque en forma
predominante (pulsiones sexuales*) lo confunde con su yo* en la medida en que le produce
placer (yo placer purificado*), y no lo distingue de las zonas del propio cuerpo que a su vez
le producen placer (autoerotismo*). A este primer estadio libidinal se lo llamará narcisismo*,
cuando el propio cuerpo unifique todas sus zonas erógenas y forme un yo. Reconocer un yo
es reconocer un no-yo, un objeto, principal fuente del placer y de la calma de la tensión de
necesidad. A este objeto se lo elige luego, apuntalándose* en aquel objeto reconocido por
las pulsiones de autoconservación. Éste es el primer nivel de elección de objeto* o elección
primaria de objeto, elección que recae, por lo tanto, en la madre nutricia. Cuando hay fallas
en el vínculo con ella puede el incipiente yo refugiarse en el autoerotismo, cuna del
narcisismo. Aún el autoerotismo necesita un mínimo de vínculo objetivo previo que lo
«inaugure», lo que no quita que a partir de ahí predominen las elecciones de objeto tipo
narcisista, buscando reforzar al yo, básicamente endeble, en el vínculo con el objeto, y
prevaleciendo este motivo en el tipo de elección. Como pronto llega el período del complejo
de Edipo* -con el reconocimiento de la diferencia de los sexos, angustia de castración* y
complejo de castración* concomitantes-, esta primera elección de objeto se torna
incestuosa. Sucumbe entonces a la represión* o subsiste pero inhibida en su meta, como
ternura. En la adolescencia al reforzarse el empuje pulsional se volverá a elegir objeto, una
elección ya secundaria que llevará las marcas de aquella primaria reprimida, inconsciente. El
otro tipo de elección de objeto que ya mencionamos es el que proviene del narcisismo. Se
elige entonces en el objeto atributos del yo, o del ideal del yo*; tal es la elección de objeto
narcisista. La elección de objeto por apuntalamiento y la narcisista suelen darse mezcladas,
pero una de ellas prevalece. La elección de objeto por apuntalamiento está más relacionada
con los avatares de la libido* objeta], la narcisista con la libido narcisista aunque con la
objetal también, en tanto resulta un refugio ante las dificultades de aquella e incluso surge
por identificaciones* con los objetos.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Ello
José Luis Valls
[freud.] Una de las provincias anímicas de la «segunda tópica»; es la sede de las pulsiones*,
de donde proviene la energía psíquica*. Al mismo tiempo pareciera ser una parte oscura,
inaccesible, de nuestra personalidad. Se lo describe por oposición respecto del yo*, el ello en
realidad corresponde a lo que en el Proyecto de psicología (1895-1950) Freud llamaba el
«núcleo del yo» (A.E. 1:373) o sea la parte del aparato psíquico* que estaba más en
contacto con los estímulos provenientes del cuerpo, estímulos que al investir* las
representaciones* toman el nombre de pulsiones, y en La interpretación de los sueños
(1900) mencionaba como el «núcleo del ser» (A.E. 5:593). El ello: « [...] en su extremo está
abierto hacia lo somático, ahí acoge dentro de sí las necesidades pulsionales que en él hallan
su expresión psíquica» (Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, 1932, A.E.
22:68). El ello es inconsciente*, pero no es lo único inconsciente: partes del yo y del
superyó* también lo son. Lo inconsciente en el ello no es sinónimo de reprimido, lo reprimido
es sólo una parte del ello, éste tiene otras partes que no corresponden a lo reprimido. En el
ello hay representaciones-cosa* con mayor o menor grado de investidura, vinculadas entre
sí a través de asociaciones* por contigüidad* y analogía*. La energía* se desplaza*
libremente entre ellas (energía libre*), regida por el principio de placer*, por lo tanto
buscando la identidad de percepción*. «Las leyes del pensamiento, sobre todo el principio de
contradicción, no rigen para los procesos del ello. Mociones opuestas coexisten unas junto a
las otras sin cancelarse entre sí ni debilitarse» (1932, id. 69). Estas mociones opuestas
producen condensaciones. En el ello no hay negación*, tampoco hay noción de espacio ni de
tiempo. Las mociones de deseo* que nunca salieron del ello y las impresiones que fueron
hundidas en él por vía de represión, son virtualmente inmortales. «[...] el ello no conoce
valoraciones, ni el bien ni el mal, ni moral alguna. El factor económico o [...], cuantitativo,
íntimamente enlazado con el principio de placer, gobierna todos los procesos. Investiduras
pulsionales que piden descarga: creemos que eso es todo en el ello» (1932, id.). Rige el
proceso primario* con la condensación* y el desplazamiento propios de él, para sus vínculos
entre representaciones-cosa. El nombre de «ello» Freud lo tomó de Groddeck*. Lo eligió
principalmente por el significado de extraño al yo que éste tiene, metafóricamente “una
tierra extranjera interior”. Paradójicamente el ello, que sería lo más profundamente íntimo
de nuestra vida interior, «el núcleo del ser», no es sentido por nuestro yo sino como algo
ajeno a sí mismo, lo que ya nos muestra la «alienación» del yo en su misma estructura de
formación. Dentro del ello está incluido todo el bagaje fílogenético de lo vivido por las
generaciones anteriores, lo que queda resumido en las cinco fantasías primordiales* (escena
primaria*, seducción, castración, retorno al vientre materno y novela familiar*) que, como
las categorías kantianas del entendimiento (el tiempo y el espacio), funcionan dándole una
orientación al entendimiento del niño (luego al adulto de manera inconsciente) sobre los
fenómenos que se presentan a su percepción*, ubicándolos dentro de algunas de aquellas
«categorías» o fantasías primordiales (De la historia de una neurosis infantil, 1914). Son
como un lecho premoldeado, que deberá ser rellenado con la experiencia, e incluso con otras
huellas mnémicas heredadas (Moisés y la religión monoteísta, 1934-39), conduciendo así la
manera de entender los fenómenos actuales, una especie de «saber instintivo» como el de
los animales. Dentro de este haber filogenético, también pertenece al ello el simbolismo
universal*, que es familiar a todos los niños pese a la diversidad de lenguas.[José Luis Valls,
Diccionario freudiano]
Emma
José Luis Valls
Emmy von N.
José Luis Valls
[psicoan.] Primer paciente al que Freud aplicó el método de hipnosis catártica de Breuer.
Emmy tenía cuarenta años, era vivida y madre de dos hijas adolescentes. El cuadro clínico es
el de una neurosis mixta con síntomas de neurosis de angustia, de fobias y de histeria, entre
los que predominan los estados agudos de delirio, con alucinaciones, que no son recordados
después por la paciente, además de algunos síntomas permanentes como tics y
tartamudeos, con pocas conversiones. La interpretación que hace Freud del material es
bastante superficial comparándola con las posteriores. Nos interesa sobre todo para apreciar
el proceso de descubrimiento que va realizando Freud, ya que la evolución del tratamiento se
describe día a día. Además de aplicar la hipnosis catártica Freud analizaba el síntoma
durante la hipnosis, hasta llegar a la conclusión de que la mejoría es más franca y duradera
con este segundo sistema. Explica en esta ocasión los tics y tartamudeos como resultado de
representaciones contrastantes, expresión de una voluntad contraria. El tratamiento de
Emmy tuvo dos períodos y consiguió suprimir los síntomas de la paciente, aunque sin
producir los cambios estructurales que le hubieran dado a ésta las armas necesarias para no
necesitar enfermar ante nuevos sucesos traumáticos. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
[freud.] Tipo de energía neutra (ni erótica ni destructiva) desplazable, que si se agrega a una
moción erótica o destructiva cualitativamente diferenciada, eleva su cantidad de investidura*
total. Esta energía podría estar en el ello* o en el yo*. La proveniente del yo sería Eros*
desexualizado, o sea inhibido en su meta, que en general es el tipo de energía que inviste al
yo. « [...] esta libido desplazable trabaja al servicio del principio de placer a fin de evitar
estasis y facilitar descargas. En esto es innegable cierta indiferencia en cuanto al camino por
el cual acontezca la descarga, con tal que acontezca» (El yo y el ello, 1923, A.E. 19:45).
Mucho más difícil es explicar una energía indiferente en el ello, ya que para tener carácter de
psíquica, de cualidad psíquica, una energía debe ligarse a una representación*. Sin la
representación es mera cantidad. En todo caso se la podrá cualificar como displacer*, incluso
como angustia* (automática*). La indiferencia de la energía también se podría pensar si
incrementara mociones de amor* u odio*, que en el principio de la vida anímica son casi
indiferenciables entre sí y sólo lo logran claramente en la etapa fálica. De todas maneras el
odio en aquel momento indiferenciado forma parte de la pulsión* libidinal. Freud se plantea
en la primera teoría pulsional la existencia o no de una energía psíquica indiferente entre la
libido* sexual o la pulsión de autoconservación*. Aquí la problemática giraría en torno de si
el hecho o no de la existencia del carácter de la energía se definiera merced a la ligadura con
una determinada representación-cosa*, entonces dependería de los atributos de ella el
carácter de sexual o de autoconservación de esta energía.[José Luis Valls, Diccionario
freudiano]
Energía ligada
José Luis Valls
Katharina
José Luis Valls
Lucy R
José Luis Valls
[psicoan.] El historial se puede leer en Estudios sobre la histeria. La de Lucy es una histeria
leve con pocos síntomas, arquetipo de histeria adquirida sin “lastre hereditario”. Lucy es una
inglesa de treinta años, que trabaja de gobernanta en la casa de un director de fábrica, con
dos niñas de éste a su cargo. (La madre de las niñas había fallecido hacía unos años.) Sus
síntomas son: desazón y fatiga, analgesia general, mucosa nasal sin reflejos y -su molestia
mayor- unas sensaciones subjetivas consistentes en “olor a pastelillos quemados”. Como la
paciente no respondía a la hipnosis, Freud renunció a ésta, lo que hizo que el análisis
transcurriera en un contexto apenas distinto de una conversación normal. Este hecho
provocaba una dificultad, pues la hipnosis producía un “ensanchamiento sonámbulo de la
memoria [...] y justamente los recuerdos patógenos [...] están “ausentes de la memoria de
los enfermos en su estado psíquico habitual” (A. E. 2:127). Este hecho se vuelve concreto
cuando el paciente corta sus ocurrencias y deja de asociar. Freud apela, entonces, a un
artificio: con la mano presiona la frente y la insta a continuar, lo que la mayoría de las veces
consigue. Freud considera a este artificio técnico una “[...] hipnosis momentánea reforzada”
(A. E. 2:277), que vence a la resistencia y deja libre el paso a las ocurrencias y recuerdos.
Utilizando este método, en este caso, llega al recuerdo de la situación traumática en la que
la paciente percibió de manera real el citado olor. Lucy recuerda una carta de la madre
pidiéndole que vuelva, una escena de ternura de las niñas y el fantasear culposamente que
debería abandonarlas a pesar de haberle prometido a la madre de aquellas el no hacerlo
nunca. No toleraba más el clima de la casa (estaba peleada con el resto del personal).
Simultáneo a esa escena, las niñas habían olvidado que cocinaban pastelillos y se percibía el
olor de su quemazón. ¿Ésa es la escena traumática: el olor tomó el lugar de símbolo
mnémico y es lo que se repite? Freud no queda satisfecho. Una condición indispensable para
adquirir una histeria es que una representación sea deliberadamente reprimida de la
consciencia, y eso falta. Freud arriesga una interpretación: Lucy está enamorada de su
patrón y teme que sus compañeros de trabajo se rían de ella. Lucy contesta: “Sí, creo que es
así, [...] yo no lo sabía o, mejor, no quería saberlo; quería quitármelo de la cabeza” (id.
134). En los días subsiguientes ese síntoma disminuye, y lo reemplaza otro, olor a tabaco.
Freud insiste. Surge el recuerdo de un visitante que besa a las niñas y, el padre que se lo
prohíbe enojado mientras miss Lucy siente que se le clava una espina en el corazón. Como
los señores estaban fumando, permanece en su memoria consciente el olor a cigarro. Esta
segunda escena en realidad sucede antes que la anterior, en la que leía la carta de la madre,
en su cronología real. El análisis prosigue. Aparece una tercera escena más antigua aún: el
director se había enojado con Lucy, y hasta había amenazado con despedirla. Esta escena
había pulverizado sus esperanzas amorosas y probablemente era el verdadero núcleo
patógeno, pues a partir de ese momento desaparecieron los síntomas, y miss Lucy se
resignó y aceptó su realidad. El olor a tabaco, símbolo mnérnico de la segunda escena, sirve
como contrainvestidura de la tercera escena (la verdadera escena traumática: el rechazo del
patrón). El tratamiento se realizó en forma irregular, aparentemente en el intervalo entre
pacientes, durante nueve semanas, lo que era mucho para esa época. Hubo remisión
absoluta de todos los síntomas, los que cuatro meses después no habían reaparecido. [José
Luis Valls, Diccionario freudiano]
Masturbación
Juan Carlos Kusnetzoff
Mathilde H.
José Luis Valls
[psicoan.] Paciente mencionada por Freud en una nota al pie de los Estudios sobre la
histeria, a propósito de las “conmemoraciones solemnes”, o sea de la repetición de la
sintomatología en el aniversario del hecho traumático. Se pregunta Freud si en estas
conmemoraciones que retornan año tras año se repiten las mismas escenas o cada vez son
detalles diferentes los que se presentan para su abreacción, se decide por esto último. Pone
entonces el ejemplo de Mathilde, bella muchacha de diecinueve años, a la que trata en dos
ocasiones. Primero, por una parálisis parcial de las piernas y, unos meses más tarde, por una
alteración del carácter: desazonada hasta la desgana de vivir, se mostraba desconsiderada
con su madre, irritable y hosca. Mediante la hipnosis descubre la causa de su desazón: la
ruptura de su noviazgo, ocurrida varios meses antes. En la relación con su prometido habían
aparecido muchas cosas desagradables para ella y su madre, pero el enlace le traería
muchas ventajas económicas, lo que le generaba un estado de indecisión, con gran apatía.
Por fin su madre pronunció, en lugar de ella, el “No” decisivo. Tiempo después despertó
como de un sueño, pensó largamente la decisión ya tomada, haciendo pesar los pros y los
contras, etcétera. Fue un largo período de duda con animadversión hacia la madre fundada
en aquella ocasión de la decisión. Al lado de esta actividad de pensamiento, la vida se le
antojaba una pseudoexistencia, algo soñado. Un buen día, cercano al aniversario del
compromiso, todo el estado de desazón cesó. Lo que fue interpretado por Freud como un
estado de “abreacción reparadora”, como contenido de una neurosis de otro modo
enigmática, en la que la conmemoración solemne había tenido efecto reparador. [José Luis
Valls, Diccionario freudiano]
Muerte, representación de la
Hanns Sachs
[freud.] La representación de la muerte ha sido desde siempre tan poco ajena a la religión
como a la poesía. Ésta nunca pudo prescindir de la liberadora de todos los enredos y nudos,
la que castiga y da felicidad al mismo tiempo, el punto de llegada desde el cual brilla un rayo
de luz incluso sobre la más pobre de las existencias. De todos modos, Thomas Mann* ha
hecho del motivo de la muerte, en su “nouvelle”. La muerte en Venecia [1914], un novedoso
uso que le da derecho a anteponer su nombre en el título, como si fuera ésta el héroe de su
narración. Lo nuevo aquí consiste en dos particularidades de la obra que se condicionan
recíprocamente. Por una lado, el hecho de que la muerte aparece no sólo como término
temático, llegado al cual el juego cromático de la vida se extingue, sino también como tema
mismo, que a la manera de otro tema cualquiera, ya al comienzo, luego de una breve
introducción, entra en escena para experimentar variaciones y desarrollos a través de todas
sus formas y posibilidades, para ser enlazado con un contratema y al final, para ser
aumentado a su más poderoso despliegue. Por otro, el hecho de que la muerte juegue un
papel y aparezca configurada en la obra. La muerte, no el morir. Esta no sólo da la nota de
afinación que se vierte sobre toda la obra sino también se corporiza en una serie de figuras
que, mitad a la sombra, mitad realmente, se deslizan a lo largo de la narración y con las
cuales el héroe va entrando en relación. Y el hecho de que la muerte no se encuentre vestida
con su tradicional modelo como esqueleto con guadaña y reloj de arena sino que sea
moldeada según la medida creadora del poeta, no puede merecer en otro lugar más atención
que entre los discípulos del psicoanálisis. También la cuestión de si el intento ha resultado o
no, no puede ser juzgada de manera más experta que por aquellos que se han puesto como
objetivo investigar las leyes de la representación simbólica en el vecino más próximo al
artista, esto es, en el soñante. En el caso que nos ocupa, además, fue voluntad consciente
del poeta transmitir a determinados episodios de la “nouvelle” el carácter de lo onírico.
Según los supuestos del psicoanálisis, sólo un camino puede conducir hasta allí; y éste no
consiste en reemplazar la técnica del pensamiento inconsciente -que se adhiere a la fantasía
creadora desde su surgimiento a partir del inconsciente- en tal manera por el pensamiento
consciente, cercano al principio de realidad, como lo requeriría la elaboración secundaria en
una obra de arte, sino dejar que la técnica del pensamiento inconsciente subsista en muchos
puntos y subordinarse a su capricho. Intentaremos observar si éste es el camino elegido por
Thomas Mann. La primera máscara con que la muerte rodea al escritor Aschenbach es la del
turista extranjero que aparece cerca del Cementerio del Norte en Munich. Aquí, el tema debe
sólo resonar, de modo que el lector intuya la cercanía de la muerte. El extranjero está
parado junto al portal del cementerio y según las reglas de la interpretación de los sueños la
contigüidad sirve para la representación de correspondencia interna; incluso para el ánimo
más despreocupado esta figura conserva un colorido ominoso. También el hecho de que el
paseante sea iluminado por el sol poniente, es un rasgo cuyo valor simbólico nadie puede
ocultar. Un par de alusiones traen el recuerdo de la figura de la vieja creencia popular, según
la cual la muerte es un muerto, un hombre de huesos. “Tenía la cabeza erguida, y en su
cuello flaco, saliendo de la camisa de sport abierta, se destacaba la nuez fuerte y desnuda.
Miraba a lo lejos con ojos inexpresivos, bajo las cenizas rojizas, entre las cuales había dos
arrugas verticales, enérgicas, que contrastaban singularmente con su nariz aplastada. [...]
sus labios parecían demasiado cortos, y no llegaban a cerrarse sobre los dientes, que se
destacaban blancos y largos, descubiertos hasta las encías”. Con esto concuerda también “la
mirada agresiva, cara a cara” del extranjero y su desaparición sin dejar huellas. Una
contigüidad significa siempre una correspondencia interna; enseguida después de ver al
extranjero, surgen en Aschenbach las ganas de viajar y, anudadas a éstas, la imagen
fantasiosa de la voluptuosa exuberancia de aquellas junglas indígenas en las que fue
incubado el germen del cólera. En caso de una interpretación de sueños concluiríamos que el
viaje, la muerte y el sofocante apetito de procreación son “complejos” derivados del tronco
de una misma representación base: ninguna otra cosa sino lo que el poeta intuitivamente
quiere hacer adivinar. El segundo disfraz es el anciano maquillado, con quien Aschenbach se
encuentra en la travesía desde Pola hasta Venecia. Aquí es tocado, de una manera especial y
retenida, un contratema, el único que puede sonar armónicamente con el de la muerte, el
amor. La pasión de Aschenbach es suficientemente singular, pues, ya en vías de envejecer,
este defensor de la más severa autodisciplina y de la limitación moral se enamora del
hermoso muchachito Tadzio. Ésta es, por cierto, la primera vez en la literatura alemana en
que un amor, cuyo objeto pertenece al mismo sexo que el amante, no es caracterizado como
perversión, deformidad o curiosidad psicológica, sino como excitación natural y evidente, que
no falta del todo a ningún alma, aun cuando ya no pueda caminar sin disimulo en nuestra
cotidianeidad. La pasión del artista, que solitario y sin hijos camina en descenso desde la
plenitud de la vida, crece desde el agrado inicial, aparentemente limitado a lo estético hasta
la monstruosa y exagerada pasión, y este proceso está representado tan magistralmente que
el libro significa para el psicoanálisis la más valiosa confirmación, pues aquí sus tesis sobre la
omnipresencia de la homosexualidad inconsciente y sobre las condiciones de su rebalse más
allá de la barrera de la consciencia se encuentran fundidas en poesía, esto es, en verdad
vital de jerarquía superior. El psicoanálisis se ha ganado la mayoría de sus adversarios
gracias a la afirmación de que también aquellas relaciones humanas consideradas
preferentemente por su “pureza” como dignas de honra reposan sobre una base que
conserva, a pesar de todas las ramificaciones de nuestra conciencia cultural, toda la fuerza y
pasión del instinto sexual. Quien sirviendo a la ciencia ha conocido los increíbles logros que
han sido realizados a través del uso social de las fuerzas de instintos eróticos, tanto en la
vida anímica del individuo como en el desarrollo de la humanidad, no puede suscribir el juicio
común, según el cual la amistad entre hombres o la relación entre padres e hijos sería
degradada por la intromisión de sentimientos eróticos. No se trata aquí del “de dónde” sino
del “hacia dónde”, y si la pasión caracterizada por Thomas Mann es digna de condena, no lo
es por tener su origen en la homosexualidad sino porque echando por tierra poco a poco
todos los refinamientos y las sublimaciones, hace descender el alma del que ha sucumbido
hasta el crudo nivel originario de los deseos primitivo-sexuales. Como preparación del nuevo
tema funciona el hecho de que el viejo borracho balbucee cosas con doble sentido sobre el
“amorcito” de Aschenbach. Más importante, sin embargo, es el conjunto de la figura y el
marco que la incluye, pues el desagradable anciano imita los gestos, la vestimenta y el
rostro de la juventud solo para poder vivir en íntima cercanía con los frescos jovencitos que
a su vez “respondían sin repugnancia a sus palmadas afectuosas”. De esta manera y sin que
haga mención alguna de ello, el anciano está recubierto por una atmósfera de amor
homosexual, consciente o inconsciente; del mismo modo Aschenbach, llevado por el amor a
Tadzio hacia lo sin medida, adopta la figura de éste. El ominoso gondolero tiene la nariz
aplastada y la dentadura desnuda del turista. Ojalá el viaje en la góndola, parecida a un
ataúd, dure para siempre, desea Aschenbach. “[...] aunque me mandes al Hades con un
golpe de remo por la cabeza, me habrás llevado bien” La muerte en tanto balsero despierta
como asociación obligada al Caronte de los griegos. Es un rasgo sutil aquí el hecho de que el
gondolero traslade gratis a su pasajero, sin recibir recompensa, mientras que, según la
creencia antigua, había que darle al muerto un óbolo en la tumba para pagar al barquero que
lo llevaría a través de la laguna Estigia. Esta representación por lo contrario, que sabe
recordara propósito el refrán “la muerte es gratis”, es un típico medio de expresión del
inconsciente, muy corriente en la interpretación de los sueños. [Hanns Sachs*, 1914]
Neocatarsis
Ricardo Bruno
[léxico] Son conocidas las quejas de Sándor Ferenczi acerca de haber sido analizado
insuficientemente por Freud. Quizá eso explique su dedicación constante por acortar los
tratamientos psicoanalíticos, aunque en su época fueran mucho más breves que en la
actualidad. Si por catarsis se entiende en medicina la expulsión de las sustancias nocivas, la
esperanza en una cura rápida, repentina, fue abandonada rápidamente por Freud, muchas
veces acusado de proponer una técnica lenta y/o costosa. En uno de los dos artículos que
escribió para la Enciclopedia Británica, Freud explica por qué el psicoanálisis debió ir más
lejos que el tratamiento catártico. [Bruno brunoricardo@ciudad.com.ar]
Escribe Freud en 1895b: “Mientras se continúe dando a la palabra «neurastenia» todos los
significados en los que Beard hubo de emplearla, será difícil decir nada generalmente válido
sobre la enfermedad a la que califica. A mi juicio, ha de ser muy ventajoso para la
Neuropatología intentar separar de la neurastenia propiamente dicha todas aquellas
perturbaciones neuróticas, cuyos síntomas se hallan más firmemente enlazados entre sí que
con los síntomas neurasténicos típicos que por otra parte en su etiología y en su mecanismo
difieren esencialmente de la neurosis neurasténica típica. Esta labor clasificadora nos
proporcionará pronto una imagen relativamente uniforme de la neurastenia, y habrá de
permitirnos distinguir de la neurastenia auténtica, con mayor precisión que hasta ahora,
diversas seudoneurastenias, tales como el cuadro clínico de la neurosis refleja nasal,
orgánicamente provocada; las perturbaciones nerviosas de las caquexias y de la
arteriosclerosis y de los estadios iniciales de la parálisis progresiva y de algunas psicosis.
Además, se hará posible separar - siguiendo la propuesta de Moebius - algunos estados
nerviosos de los degenerados hereditarios, y se encontrarán razones para adscribir más bien
a la melancolía algunas neurosis de naturaleza intermitente o periódica, a las que hoy se da
el nombre de neurastenia”. [Ricardo Bruno brunoricardo@ciudad.com.ar]
Psicoanálisis de control
Ricardo Bruno
[freud.] Uno de los requisitos exigidos por la Asociación Psicoanalítica Internacional para
acreditar a un psicoanalista. El estudiante (que en castellano suele ser llamado “candidato”),
mientras realiza su formación, relata a un psicoanalista más experto los pormenores del
tratamiento de uno de sus pacientes. [Ricardo Bruno brunoricardo@ciudad.com.ar]
Psicoanálisis de niños
Eduardo Salas
Psicoanálisis didáctico
Ricardo Bruno
Rosalía H.
José Luis Valls
[psicoan.] Paciente mencionada por Freud en los Estudios sobre la histeria mientras se ocupa
de los síntomas que se generan con efecto retardado, “a posteriori” (Nachträglich). Es decir
que la conversión no es una respuesta a las impresiones frescas, sino al recuerdo de ellas.
Rosalia tiene veintitrés años, y aprende canto. Se queja de que su bella voz no le obedece en
ciertas escalas, también de sus sensaciones de ahogo y opresión en la garganta y de que las
notas suenen como estranguladas, por lo que todavía no ha podido cantar en público. La
imperfección, que sólo afecta su registro medio y que no es constante, no puede explicarse
por un defecto de las cuerdas vocales. A través de la hipnosis Freud averigua que era
huérfana desde niña y había sido recogida por una tía, madre de muchos hijos, casada con
un hombre que la maltrataba y maltrataba a los hijos de una manera brutal y que mantenía
descaradas relaciones sexuales con las muchachas de servicio. Falleció la tía y Rosalia fue la
protectora de sus primos. Se esforzaba en sofocar las exteriorizaciones de su odio y
desprecio hacia el tío. Fue en esa época cuando apareció la opresión en la garganta.
Posteriormente tuvo un maestro de canto que la alentó y con quien tomó lecciones en
secreto. Como a menudo llegaba oprimida por las escenas hogareñas, se consolidó un
vínculo entre el cantar y la parestesia histérica. Incluso después que abandonó la casa de su
tío, siguió la opresión de la garganta, principalmente al cantar. Freud trató de “abreaccionar”
su odio al tío invitándola a insultarle en la sesión, y cosas similares, lo que le hizo bien.
Mientras tanto pasó a ser huésped en casa de otro tío, lo que disgustó a su tía, quien
pensaba que su marido tenía un especial interés en Rosalia y trató de arruinarle a ésta su
estadía en Viena. Además le envidiaba las inclinaciones artísticas. Por eso la sobrina no
osaba cantar ni tocar el piano si su tía estaba cerca. Como vemos, mientras Freud
progresaba en el análisis se iban creando nuevas situaciones de excitación. En esos
momentos apareció un síntoma nuevo, una desagradable comezón en la punta de los dedos
le hacía hacer movimientos como de dar papirotazos, para sorpresa de Freud, quien pensaba
que el análisis de un síntoma reciente resultaría más fácil. Surgió entonces una serie de
recuerdos de escenas de la primera infancia, los que tenían algo en común: ella había
tolerado una injusticia sin defenderse, en la que la mano podía actuar. Luego apareció otro
recuerdo con el primer tío: éste le había pedido que le masajeara en la espalda y mientras
ella lo hacía se destapó, se levantó y quiso atraparla; ella consiguió huir. No le agradaba
recordar esa situación, pero al hacerlo surgió el recuerdo más reciente, tras el que se había
instalado la sensación y los respingos en los dedos como símbolo mnémico recurrente. El tío
en cuya casa ahora vivía le había pedido una canción. Ella, segura de que su tía había salido,
tocó el piano y cantó. Pero la tía volvió y Rosalia se levantó de un salto, tapó el piano. La
partitura cayó lejos. Se removieron entonces las huellas mnémicas de aquellas injusticias
anteriores análogas a la actual, por la que debería irse de Viena, ya que no disponía de otro
alojamiento. Mientras contaba esta escena Rosalia hacía movimientos con los dedos como si
rebotara algo, o desechara una proposición (representación simbólica del rechazo yoico ante
el deseo reprimido, que quiere retornar). Por lo tanto la vivencia reciente había despertado
primero el recuerdo de parecidos contenidos anteriores, y el símbolo mnémico formado les
dio validez a todos los otros en forma condensada. La conversión entonces fue costeada en
parte por lo recién vivenciado y, en parte, por un afecto recordado. Llega Freud a la
conclusión de que un proceso así en el que se unen el pasado y el presente, merced a un
símbolo mnémico que los une como síntoma, debe ser la regla en la génesis de los síntomas
histéricos. El síntoma va apareciendo en dos tiempos, hasta que se afianza luego del
segundo trauma, recordatorio del primero. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
http://www.galeon.com/pcazau/307-dic-psicoan.htm