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Goransky, Mirna, Hacia un Ministerio Público eficaz, eficiente y democrático.

Un
estudio comparado, Editores del Puerto, Buenos Aires, 2010.

Prólogo
Alberto Bovino

I
El título del libro que Mirna Goransky nos presenta hoy no podía ser
más acertado: Hacia un Ministerio Público eficaz, eficiente y democrático. Un
estudio comparado. La estructura de la obra es ya, en sí misma, particular-
mente original e interesante. Luego de la Introducción se publica una exce-
lente entrevista realizada por la autora al profesor Julio B. J. Maier, sobre
historia y presente del Ministerio Público. La Primera, Segunda y Tercera
Secciones se dedican, respectivamente, al Ministerio Público en la Argenti-
na, Chile y Estados Unidos. En el primer caso, se toma como objeto de aná-
lisis al Ministerio Público Fiscal de la Nación.
En cada una de estas primeras tres secciones, la autora analiza el Minis-
terio Público de dichos países bajo una índice común, en el cual se estudian
los siguientes aspectos: 1) antecedentes; 2) ubicación institucional, 3) presu-
puesto, 4) mecanismos de control, 5) principios que regulan su actividad, 6)
la misión del Ministerio Público, 7) su estructura, organización y funciona-
miento y 8) su relación con otros actores. Sin perjuicio de ello, algunos de
los tres países estudiados agregan información no estandarizada.
En la Cuarta Sección, Goransky realiza otro de sus valiosos aportes al
análisis de la lógica operativa del Ministerio Público Fiscal: la cultura orga-
nizacional de las tres instituciones elegidas y su cercanía a los pares opues-
tos que se utilizan en este análisis –v. gr., interacción/aislamiento, entre
otros–. Finalmente, en la Quinta Sección, sobre la base de los datos analiza-
dos en este proceso, la autora elabora un “Decálogo” para un Ministerio
Público eficaz, eficiente y democrático, al que se agregan unas Considera-
ciones finales tan breves como interesantes.
Es difícil prologar una obra tan particular e interesante como la de
Mirna Goransky, principalmente por dos razones no relacionadas entre sí.
En primer término, la originalidad del abordaje a su objeto de estudio y la
finalidad que la autora ha buscado: no una aproximación formalista limita-
da a las normas sino, principalmente, una mirada de la cultura organizacio-
nal del Ministerio Público y sus prácticas reales, para medir desde allí el
menor o mayor éxito del proceso de reforma que ha depositado nuevas y
ambiciosas funciones en su actuación.
La segunda razón es porque me une con Mirna un fuerte vínculo de
amistad y, también, de admiración y respeto por la manera en que defiende

I
Prólogo

sus principios, y por la responsabilidad con la que asume su labor profesio-


nal. En años pasados, tuve la fortuna de compartir con ella y su capacitado
grupo de asistentes, la tarea académica –trabajé como auxiliar docente con
ella–; la tarea editorial que asumió dirigiendo la edición y compilación de los
primeros números de “Pena y Estado”, y otras tareas de administración,
estudio y trabajos diversos en los primeros años del Inecip1.

II
La originalidad de la obra de Goransky es explicada al lector ya en las
primeras páginas de la Introducción. Allí se dice que sobre lo que más se ha
escrito en América Latina a raíz del proceso de reforma de la justicia penal
que comenzó a manifestarse con fuerza en la década del 80 del siglo pasado,
en relación con el Ministerio Público se refiere a “su ubicación institucional,
el giro hacia un sistema acusatorio, el alcance de las facultades discreciona-
les, etcétera” (p. XIV). Y aquí nos comprenden las generales de la ley, pues
ese es un tema sobre el que hemos opinado largamente; aun así, coincidimos
con la autora en su diagnóstico.
En dicha parte señala que no son estas cuestiones ni su regulación nor-
mativa las que tendrán más relevancia a la hora de “poner en marcha” la
reforma, para lograr el objetivo de que el Ministerio Público logre adaptarse
a las nuevas modalidades de trabajo. En este contexto, “la estructura admi-
nistrativa de las fiscalías, su cultura organizacional y sus formas de funcio-
namiento, tanto en lo administrativo como en lo que hace al proceso de
investigación, pasan a primer plano” (p. XIV, destacado agregado).
El problema más serio que enfrenta la administración de justicia penal
de todos nuestros países es un problema cultural, que podríamos simplificar
denominado “cultura inquisitiva”. Este legado cultural que ya hemos sufri-
do por cinco siglos –heredado de nuestros colonizadores– es el que determi-
na en mayor medida los aspectos institucionales y organizacionales de nues-
tra administración de justicia penal como un todo. Por ello, hasta que no nos
libremos de este terrible problema de raíces culturales que configura las
prácticas de la justicia penal, muchos de nuestros esfuerzos serán, proba-
blemente, inútiles. Es por ello que Alberto Binder nos dice de modo real-
mente esclarecedor:

“El sistema judicial de América Latina es básicamente el inquisitivo, y éste es un


modelo judicial nacido en una época precisa y al servicio de una concreta
estructura del Estado. El sistema inquisitivo no sólo es una forma de proceso,
sino un modelo completo de organización judicial, una figura específica del juez

1 www.inecip.org/.

II
Prólogo

y una cultura también de contornos bien precisos, él es una creación del Estado
moderno y la monarquía absoluta. Muchos de sus atributos centrales como el
carácter escrito, secreto, formalista, lento, curialesco, dependiente, burocrático,
etc., son cualidades esenciales de este sistema y no defectos”2.

III
Otra circunstancia que brinda originalidad a este trabajo de Mirna
Goransky se vincula con ciertos aspectos metodológicos para la recolección
de la información: la decisión de entrevistar a los operadores del Ministerio
Público en cada uno de los tres países seleccionados.
Esta particularidad, que la autora justifica en la Introducción, ha sido
“uno de los hallazgos más valiosos de la investigación” (p. XII), por la utili-
dad del material obtenido a través de ellas para detectar, discutir y buscar
soluciones a los problemas y dificultades. Para ello qué mejor que dejar
hablar a los propios operadores.
Si bien el profesor Julio B. J. Maier no fue entrevistado en su calidad de
operador, su vasta experiencia profesional como operador de la justicia, y
como protagonista de diversos procesos de reformas judiciales, como tam-
bién sus opiniones adquiridas durante el tiempo que ejerció la profesión,
sumadas a sus conocimientos técnicos, rindieron muchísimos frutos.
La autora, con habilidad e inteligencia, conduce al entrevistado pasan-
do de lo conceptual a la práctica jurídica una y otra vez. En este fructífero
intercambio de información y opiniones, el profesor Maier presenta un durí-
simo diagnóstico de los problemas de organización y funcionamiento del
Ministerio Público en nuestra cultura jurídica. Al mismo tiempo, propone
ejemplos de derecho comparado como también valiosos aportes propios.
Como ya dijimos, la metodología de la obra es uno de su puntos más
fuertes. Tomemos como ejemplo el Punto II. 3 (Relación con el Poder Eje-
cutivo) de la Primera Sección (El Ministerio Público en la Argentina). Allí la
autora recurre a las más diversas fuentes para obtener la información que
necesita. Los textos legales, información periodística, opiniones de actores
políticos, dictámenes del Poder Legislativo, entrevistas con sus operadores.
Goransky construye y reconstruye una trama con todos estos elementos
que –al dejar de lado la racionalidad del formalismo jurídico, siempre fasci-
nado por el texto legal– nos brindan un panorama y un diagnóstico realista
que le permite poner de manifiesto de modo claro, ordenado y sistemático
los principales aspectos de todos los problemas que surgen en el ámbito de
acción del Ministerio Público.

2 Binder, Alberto, Ideas y materiales para la reforma de la justicia penal, Ad-Hoc, Buenos
Aires, 2000, p. 25.

III
Prólogo

IV
En el caso de la Argentina, llama la atención el tratamiento del tema de
los mecanismos de control y rendición de cuentas; la organización “refleja”
del Ministerio Público creado a imagen y semejanza del Poder Judicial; la
debilidad del principio de unidad y de organización jerárquica, que genera
una “autonomía” no deseada. Así, Mirna Goransky señala:

“Como no puede ser de otra manera, esta ‘autonomía’ también se ve reflejada en


la falta de mecanismos de control y evaluación del trabajo llevado a cabo por los
fiscales”.

En este contexto de organización, que se llama organización refleja por


su semejanza con el Poder Judicial, se reiteran los peores vicios que afectan
a la cultura organizacional de la justicia, tornando prácticamente imposible
una distribución de recursos propios con el objeto de lograr la eficiencia de
la función de persecución penal en los delitos de acción pública.
A continuación enunciaremos algunos motivos que, a nuestro juicio,
explican la falta de control y, en consecuencia, de responsabilidad del Esta-
do por su actividad en la persecución de los hechos delictivos:
• La primera razón manifiesta de la falta de responsabilidad del Estado
por sus negligencias, errores y falta de seriedad en la aplicación de las polí-
ticas persecutorias es que se trata del Estado, y aprovecha su situación pri-
vilegiada respecto de los individuos sometidos a persecución penal para no
responder por los daños que legítima o ilegítimamente causa en su actividad
acusatoria.
• Otra razón de la falta de responsabilidad del acusador estatal se vin-
cula con la existencia estructural de contraincentivos procesales propios de
la persecución penal pública3. En efecto, regulado el procedimiento penal
sobre la base de la persecución penal pública, la práctica judicial genera
espontáneamente una serie de contraincentivos a su actuación responsable.
• Así, por ejemplo, no existe mecanismo alguno que estimule a los acu-
sadores estatales a cumplir los plazos, a ser diligentes o a conducir una
investigación en un plazo razonable. Los errores en la investigación y pro-
curación de los casos penales no producen consecuencia negativa alguna en
la tarea de los fiscales ni de los jueces.
• Los fracasos en la tramitación de los casos tampoco generan mecanis-
mos que puedan actuar como incentivos para reducir seriamente tales fra-
casos.

3 Por ejemplo, el carácter “ordenatorio” de los plazos para las autoridades judiciales o del
Ministerio Público; la inaplicabilidad del plazo de la ley 24.390 de modo automático como expre-
sión del “plazo razonable” de detención previsto en el art. 7.5 de la Convención Americana.

IV
Prólogo

• El encarcelamiento preventivo se aplica indiscriminadamente no


como consecuencia de una investigación responsable, sino para iniciar las
investigaciones. Se detiene para investigar, en vez de investigar para detener.
En síntesis, la justicia penal aplica un sistema arbitrario e ilegal que se
caracteriza por lo siguiente:
a) incumplimiento de los deberes legales de los órganos públicos de la
justicia penal;
b) abuso de detenciones preventivas legítimas e ilegítimas,
c) constante negligencia en la investigación preliminar,
d) morosidad en la tramitación de los casos, y
e) trato desigual entre órganos públicos y partes privadas que intervie-
nen como operadores en el procedimiento.
Y todo ello, sin costo funcional, profesional ni económico alguno, pues,
a diferencia de los demás operadores, los miembros del Ministerio Público
son prácticamente irresponsables por sus actos. De manera vergonzosa, un
demandante que solicita una medida cautelar en un proceso civil es respon-
sable del daño que pueda causar, pero un funcionario encargado de la acu-
sación estatal de los delitos puede lograr la detención infundada de una per-
sona inocente por años sin responder por semejante arbitrariedad. En
definitiva, los intereses patrimoniales merecen mayor protección por parte
del ordenamiento jurídico que la libertad personal.
Es decir que, como bien señala la autora, la organización se traduce en
una disminución o ausencia de controles y, además, no existen incentivos
para que los acusadores realicen su trabajo de manera responsable. En con-
secuencia, con este modelo de organización difícilmente se pueda lograr el
objetivo que el título de este libro plantea.
Veamos, por ejemplo, lo que Goransky señala como un ingreso típico a
la “carrera” en el Ministerio Público protagonizada por una meritoria, esto es,
una persona que trabaja gratis para el Estado sin obligación legal alguna:

“Cuando terminé de cursar derecho penal en la facultad, el profesor me ofreció


ir a trabajar a una fiscalía. Estuve ahí mientras estudiaba unos dos años y medio
como meritoria y, después, me nombraron auxiliar administrativo. Trabajé casi
un año hasta que otro fiscal me ofreció pasar a su fiscalía con un ascenso. Cono-
cía a todos los de esa fiscalía porque siempre bajaba a sacar fotocopias. Pasé al
cargo de quinta, escribiente auxiliar. Estuve pocos meses en esa fiscalía hasta
que se hizo una vacante efectiva de auxiliar de quinta en la otra fiscalía por lo
que volví a la anterior. Ahí no termina mi paseo. Estuve un tiempo de auxiliar
de quinta hasta que otro fiscal que estaba buscando alguien para un cargo de
escribiente y ya había entrevistado a varios candidatos, le preguntó al fiscal con
el que estaba trabajando si tenía alguien para recomendar. Me recomendó a mí,
me entrevistó y quedé en esa otra fiscalía como escribiente interina.
En la entrevista, me senté y el fiscal me dijo: ‘vos sos la correntina… me habla-
ron bien de vos. Estoy buscando una escribiente, ¿dónde vivís?.’ ‘Vivo en Paler-
mo’, contesté. ‘Bueno, me caíste bien, dame tus datos que mando el oficio’. No
me preguntó nada más. Volví impresionada”.

V
Prólogo

La historia sigue. Como la Procuración tarda mucho en sacar las resoluciones,


yo no me trasladé hasta que se firmó la designación a mediados de noviembre.
Empecé a trabajar y al mes, una persona que trabajaba en la Fiscalía 33 renun-
ció y me avisaron que iba a haber una corrida. Me ofrecieron volver y volví, esta
vez, como escribiente efectiva. Empezaba la feria y nos fuimos todos de vaca-
ciones. El primero de febrero, el oficial se fue al Senado por lo que no sólo pasé
ascendida sino que, además, terminaba con un cargo de oficial interina. Una
carrera meteórica”.

Sabrá disculpar el lector, pero siento una imposibilidad absoluta para


poder desempeñarme como un operador de la administración de justicia
estatal (valoro mucho mi libertad). La historia de esta –ahora funcionaria–
persona no me parece meteórica sino aterradora. Además, ¿cómo es posible
que, además de conservar un sistema de jerarquías prerrepublicanas, ni
siquiera dirigidas a garantizar la realización del principio de unidad de
actuación del Ministerio Público, existan cargos que, hoy en día, se designen
con términos tales como el de “escribiente”?

V
Un tema más que relevante del cual se ocupa Mirna Goransky es el de la
existencia y “vida propia” del expediente. Al tratar este tema, la autora pre-
senta un “punteo” de un expediente tramitado contra un señor mayor por el
hurto de $1,65 –algo menos de u$s0,50–. Causa que duró dos años y pasó por
casi todas las instancias judiciales (ver ps. 100-105).
Recuerdo haber escuchado decir a Binder que, durante la redacción de
un Proyecto con Julio Maier –creo que era el Proyecto de CPP Guatemala–,
no habían pensado en el valor cultural del expediente y, luego de la reforma,
ahora hay cuatro copias del expediente.
Recientemente, en un enlace de Facebook que conduce a mi blog perso-
nal (“No Hay Derecho”), bajo el título “Justicia burocrática = justicia infla-
mable”4, se discutía sobre cómo neutralizar esa tendencia imposible de fre-
nar: el ingreso de la información generada en el expediente. Las respuestas
fueron varias, la más original fue, con seguridad, la propuesta de Silvina
Manes, quien escribió: “Estoy totalmente de acuerdo, pero, lamentablemen-
te la mayoría piensa otra cosa: se dictan acordadas habilitando a los jueces
a ‘rearmar’ los legajos del Ministerio Público, cuando se piden audiencias, lo
primero que hacen los jueces es pedir los legajos –sin ellos (es decir, sin expe-
diente) ¡¡¡no pueden resolver!!!!–. ¿Cómo se puede hacer para eliminar esta
cultura? ¡¡¡Quemar todo, pero todo!!! ¡Ojo, no me tilden de incendiaria!–.
Alberto, ¡se aceptan sugerencias!”.

4 http://nohuboderecho.blogspot.com/2009/02/justicia-burocratica-justicia.html.

VI
Prólogo

Vale aclarar que antes de que Silvina dijera eso, yo había propuesto lo
mismo y que, por supuesto, estábamos hablando en broma. En nuestra jus-
ticia penal, el expediente no sólo incluye un montón de papeles y documen-
tos absolutamente irrelevantes, sino que incidentes, impugnaciones y peri-
tajes parecen clonarse y aparecen una y otra vez, sin sentido alguno.
Si bien hemos trabajado con casos de más de 200 cuerpos en muchas
ocasiones, creemos que cualquiera que supere los diez cuerpos se transfor-
ma en un problema en sí mismo.

VI
Como ya hemos adelantado, en la Segunda Sección, Goransky se ocupa
de las fiscalías chilenas, y en la siguiente (Tercera Sección), de la fiscalía del
Bronx. La elección de los tres sistemas que se comparan no puedo haber
sido más acertada.
Por un lado, nuestro Ministerio Público, típico exponente de un modelo
inquisitivo reformado ya superado hace demasiado tiempo. A continuación,
el sistema chileno, que entró en vigor en diciembre de 2000, que refleja el
modelo acusatorio formal probablemente más definido de todos los nuevos
sistemas adoptados en los países de la región como producto del movimien-
to de reforma. Finalmente, el modelo estadounidense, fiel reflejo del sistema
de justicia penal del derecho anglosajón. Las profundas diferencias que sur-
gen del análisis de cada uno de ellos enriquecerá el análisis comparativo y
ampliará la posibilidad de elaborar conclusiones.
Estas diferencias en la cultura organizacional de los tres modelos sur-
gen de modo palmario en los cuadros comparativos comprendidos en la
Cuarta Sección. Entre otros aspectos de la cultura organizacional se da
cuenta del grado de formalismo con el cual se realiza el trabajo; los sistemas
de ingreso, promoción y egreso de los empleados de las fiscalías; el nivel de
interacción con otros actores de las fiscalías y de la comunidad; posibilida-
des de crecimiento personal, etcétera.
Demás está decir que en estos cuadros la organización de nuestro Minis-
terio Público, por lejos, es la que se lleva todos los premios del tercer pues-
to. Si en cada uno de los cuadros se hace una comparación de los sistemas
mediante la oposición de conceptos o valores: formalismo vs. informalidad,
el Ministerio Público nacional sale siempre en último lugar.
La Quinta Sección contiene el Decálogo para un Ministerio Público efi-
caz, eficiente y democrático. Explicando los presupuestos que dan sustento
a sus propuestas, la autora señala diez recomendaciones, que no vamos a
detallar aquí, pues para eso es que la lectura de esta obra se torna indis-
pensable.
Difícilmente se podrá estar en desacuerdo con las propuestas de la auto-
ra. Sin embargo, una de las recomendaciones que más nos agradan y que
consideramos más necesarias es la número 6, que dice que el Ministerio
Público y cada fiscalía deben estar organizados con criterios similares a los
de una oficina de abogados privada.

VII
Prólogo

VII
Para terminar, debemos decir que tanto las posiciones favorables al
Ministerio Público judicial como las partidarias del órgano extrapoder pro-
ponen la sujeción de la actividad persecutoria a exigencias de imparcialidad,
legalidad, igualdad y justicia. Una de las herencias más importantes y per-
sistentes que la Inquisición histórica impuso al procedimiento penal de la
tradición continental europea fue, sin duda, la ficción de que el acusador
puede perseguir penalmente de manera imparcial y objetiva. Esta ficción,
típicamente inquisitiva, aún arrastra sus consecuencias en el procedimiento
penal actual.
Esta ficción es propia de los ordenamientos procesales de América Lati-
na –escritos u orales–, y funda la atribución promiscua de tareas persecuto-
rias y decisorias a los tribunales penales. La misma ficción persiste cuando
la investigación preparatoria se coloca en manos del Ministerio Público en
un modelo de mayor contenido acusatorio y, sin embargo, se define la fun-
ción de ejercer la acción penal como el deber objetivo de aplicación de la ley
penal. Así, la función persecutoria en materia penal, es definida como una
tarea neutral, objetiva e imparcial, orientada a obtener la recta aplicación
del derecho penal y de la ley, a proteger los intereses de todos los miembros
de la comunidad y, al mismo tiempo, a hacer respetar los legítimos derechos
de la persona sometida a persecución penal.
Esta creencia ingenua en la posibilidad de que una de las partes –la acu-
sadora– pueda intervenir en el procedimiento, actuar objetiva e imparcial-
mente, y proteger simultáneamente intereses en conflicto es, ante todo, una
idea errónea. Por lo demás, la representación de intereses en conflicto resul-
ta contraria a los principios generales de todo ordenamiento jurídico, pues
se supone que toda regla de representación parte del presupuesto de que
nadie debe representar al mismo tiempo intereses contrapuestos.
La imposibilidad efectiva de realizar la persecución penal de manera
desinteresada ha sido demostrada de modo indiscutible por la experiencia
histórica del procedimiento inquisitivo. Si en la actualidad fuera posible
confiar en que los integrantes del Ministerio Público actuarán para lograr la
realización de la justicia, la defensa de la legalidad y la protección de los
intereses generales de la sociedad, como dispone la Constitución argentina
(art. 120), ¿para qué necesitamos la intervención del tribunal? Hace varios
siglos, esta misma idea de persecución penal objetiva determinó y justificó
la concentración absoluta de todos los poderes persecutorios y decisorios en
la figura del inquisidor.
Esta ficción inquisitiva produce, en la práctica de la justicia penal, un
resultado inevitable de enorme trascendencia: perjudica la situación del impu-
tado. Entre las consecuencias negativas más relevantes que ella produce se
hallan, por un lado, la relativización del deber de controlar la actividad perse-
cutoria y, por el otro, la justificación y ocultamiento del ejercicio, por parte del
tribunal, de funciones persecutorias impropias de la función judicial.

VIII
Prólogo

La noción de persecución desinteresada, imparcial u objetiva, diluye el


carácter contencioso del caso y, al mismo tiempo, relativiza el valor de los
intereses, derechos y garantías del imputado. Aceptado el carácter objetivo
de la tarea persecutoria, la actividad procesal orientada a la reconstrucción
de la verdad acerca del hecho imputado puede ser ejecutada unilateralmen-
te, a través de la perspectiva “neutral” del órgano estatal encargado de la per-
secución, que reconoce una sola manera de evaluar las circunstancias del
caso. En este contexto, se impone un método autoritario de reconstrucción
de la verdad que depende exclusiva y directamente de la percepción de los
órganos estatales. Desde este particular enfoque, la actividad procesal defen-
siva del imputado no representa la expresión de un interés igualmente váli-
do, sino, en todo caso, una actitud que inevitablemente obstaculiza el pro-
ceso de reconstrucción de la verdad organizado a partir de la única
perspectiva considerada legítima: la de la autoridad estatal5. Estos presu-
puestos sólo pueden ser útiles para incentivar, promover y justificar tanto el
incremento de los poderes de las autoridades estatales como la restricción
de las facultades defensivas del imputado.
Uno de los instrumentos que, paradójicamente, sirve a la ficción de per-
secución objetiva, y que favorece las posibilidades de triunfo de la hipótesis
acusatoria, consiste en la atribución de facultades defensivas al represen-
tante del Ministerio Público –v. gr., la facultad de recurrir a favor del impu-
tado–. A pesar del reconocimiento de estas facultades, sin embargo, el pro-
cedimiento no prevé forma alguna de controlar el incumplimiento de la
obligación del Ministerio Público de actuar objetivamente, incluso a favor
del imputado. Ahora bien, el deber de actuación objetiva del Ministerio
Público también exige, por supuesto, la realización de actividad a favor de la
persecución penal y en contra del imputado. Si bien ambas funciones deri-
van del mismo deber, cuando se trata de actuar a favor de la persecución, y
a diferencia del caso anterior, el procedimiento sí contempla mecanismos
para exigir al fiscal el cumplimiento de su obligación objetiva de perseguir
penalmente –por ejemplo, el control judicial o interno del pedido de sobre-
seimiento del Ministerio Público al concluir la investigación preliminar–.
En este esquema, esa obligación, sin embargo, cumple un papel exclu-
sivamente simbólico, como expresión de la ficción de la persecución penal
objetiva, pues el procedimiento no comprende mecanismos efectivos de con-
trol que garanticen el cumplimiento del deber del acusador estatal de res-
guardar los derechos e intereses del imputado, a diferencia de lo que sucede

5 En el procedimiento anglosajón, en cambio, las facultades defensivas no se justifican


sólo como expresión del interés del imputado. Esas facultades, que estructuran un juicio alta-
mente contradictorio, también son consecuencia de la noción de verdad implícita en el proce-
so anglosajón. En este sentido, se considera que la intervención de las partes en igualdad de
condiciones es el mejor –aunque no el único– método de averiguación de la verdad.

IX
Prólogo

cuando éste omite actuar a favor de la persecución y en perjuicio del impu-


tado6. Esta decisión normativa no produce, en la práctica cotidiana de la jus-
ticia penal, consecuencias favorables para el imputado. Además, cuando se
atribuye a los órganos del Poder Judicial el control del deber del fiscal de
cumplir la función persecutoria, se coloca al tribunal en una posición requi-
rente, comprometida con el interés persecutorio y, por ende, se imposibilita
su actuación imparcial.
La objetivación del interés persecutorio, a su vez, produce consecuencias
adicionales. Aceptado que el mismo órgano responsable de la persecución
penal puede actuar objetivamente, con más razón se aceptará que el tribunal
pueda desempeñar funciones investigativas, persecutorias y requirentes, sin
dejar de lado su propia imparcialidad. Esta suposición errónea reviste de
neutralidad judicial decisiones inequívocamente persecutorias y relativiza
aún más la magnitud axiológica de las facultades defensivas.
Incluso cuando el tribunal no realice actividad persecutoria, la ficción
de objetividad persecutoria, al teñir los actos del acusador de legalidad y
neutralidad, presenta otra consecuencia negativa. La percepción de los actos
del acusador como actos supuestamente neutrales disminuye las posibilida-
des de que el tribunal cumpla con sus funciones de controlar estrictamente
su legalidad y, también, de proteger los derechos fundamentales del imputa-
do. Cuanto mayor objetividad se atribuya a la tarea persecutoria, menor será
la importancia que se otorgará al deber de controlar la legalidad de los actos
del acusador.
La objetividad atribuida al interés persecutorio también afecta el signi-
ficado central del derecho de defensa. El derecho de defensa requiere que
exista la posibilidad de oponerse a la actividad procesal persecutoria, de con-
tradecir al acusador, pero no se dirige a convencer al acusador, sino a con-
vencer al tribunal imparcial que decidirá el caso. Si se transforma al dere-
cho de defensa en la mera posibilidad de convencer a quien debe resolver el
caso y, además, ejerce facultades a favor del interés persecutorio, expresivas
de un compromiso anticipado con la hipótesis acusatoria, se degrada el con-
tenido de este derecho fundamental y, además, se restringen sus posibilida-
des efectivas de realización.
La noción-ficción de persecución penal pública neutral, expresión clara
del autoritarismo inquisitivo, constituye uno de los elementos que estructu-
ran una racionalidad del procedimiento penal que resiste, limita y restringe

6 Este control se justifica como mecanismo para obtener el respeto del principio de lega-
lidad procesal, regla reconocida, generalmente, en normas de jerarquía legal –por ejemplo, el
art. 71, CP argentino–. El control en sentido inverso, en cambio, carece de regulación, aun cuan-
do el deber de actuar a favor del imputado –objetivamente– deriva, en algunos casos, de nor-
mas constitucionales jerárquicamente superiores a las leyes –por ejemplo, art. 120, Constitu-
ción Nacional argentina–.

X
Prólogo

la actividad expresiva de los derechos e intereses del imputado sin justifica-


ción racional alguna –más allá de la influencia de la cultura inquisitiva–.

VIII
Esta obra de Mirna Goransky plantea de manera indiscutible las severas
deficiencias de la cultura organizacional de nuestro Ministerio Público Fis-
cal. Luego de realizar una profunda investigación comparada, nos describe
los aspectos fundamentales que determinan los criterios de esta cultura ins-
titucional. En este sentido, toma en cuenta los temas centrales que nos per-
miten comprender por qué estamos donde estamos.
Al mismo tiempo, luego de un diagnóstico acertado, que nos indica los
problemas que consolidan las prácticas más que cuestionables de la política
de persecución penal pública, propone con agudeza e inteligencia un nuevo
esquema organizacional, definido por un nueva cultura que debe informar
todos los aspectos de la organización de una institución con la función y
objetivos del Ministerio Público.
Es un placer para Editores del Puerto –y para nosotros en particular–
presentar este libro de Mirna Goransky. Se trata de una obra muy original,
concienzuda, inteligente y, especialmente, propositiva de una política crimi-
nal democrática y propia de un Estado de derecho.

Octubre de 2009

XI

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