Escolar Documentos
Profissional Documentos
Cultura Documentos
INTRODUCCIÓN
1. El tema:
Ahora bien, más allá de sus libros, artículos e intervenciones, Foucault se ocupó
extensa y explícitamente durante quince años (desde 1970 hasta su muerte en
1984), en sus cursos del Collège de France, del tema del poder. Sirviéndose de las
grabaciones y de las notas de Foucault, se ha emprendido recientemente la
publicación de estos cursos. Por el momento, han aparecido el de 1974-1975, Los
anormales, y el de 1976, “Hay que defender la sociedad”. [3] Como hacen notar los
editores de los cursos, hasta cuando no sean publicados todos ellos, no
dispondremos del material necesario para conocer y evaluar en su conjunto el
análisis foucaultiano del poder. [4] A pesar de esta limitación, la publicación de “Hay
que defender la sociedad” y Los anormales nos permite avanzar en nuestra
comprensión de la filosofía foucaultiana del poder en algunos puntos fundamentales
y conocer parte importante del material del que se sirvió Foucault para elaborarla (el
que no aparece detallado en los libros publicados en vida). Dos cuestiones, al
menos, merecen ser mencionadas desde ahora. “Hay que defender la sociedad”
resulta un texto particularmente significativo respecto de la relación entre análisis
del poder e interpretación de la modernidad; Los anormales, por su parte, lo es
respecto de las formas de lo que Foucault llamó “microfísica del poder”, esto es, las
condiciones históricas de posibilidad de las ciencias humanas.
2. El problema:
“Son estos diferentes regímenes [los regímenes discursivos] los que traté de
localizar y describir en Las palabras y las cosas. Diciendo claramente que, por el
momento, no trataba de explicarlos. Que sería necesario hacerlo en una obra
posterior. Pero lo que faltaba a mi trabajo era este problema del régimen discursivo,
de los efectos de poder propios del juego enunciativo. Yo lo confundía demasiado
con la sistematicidad, la forma teórica o algo así como el paradigma. En el punto de
confluencia de la Historia de la locura y de Las palabras y las cosas se encontraba,
bajo dos aspectos diferentes, este problema central del poder que, por ese
entonces, había aislado mal.” [13]
No es esto, sin embargo, lo que me interesa. Más que la evolución del pensamiento
de Foucault, que exponer las diferencias entre la arqueología y la genealogía
sirviéndome de categorías como “autor” u “obra” (categorías que el propio Foucault
ha puesto en cuestión [26]) la cuestión que me interesa plantear y abordar es la
cuestión filosófica de la modernidad o, simplemente, la modernidad como cuestión:
¿cómo circunscribirla?, ¿qué une la modernidad a las filosofías de la historia, y las
filosofías de la historia a las ciencias humanas? Es en este contexto que se vuelve
inteligible la cuestión del poder como disciplina y como bio-poder. Y es también en
este contexto que aparece con mayor claridad la fecundidad y el arraigo filosóficos
de Foucault. Para expresarlo en términos que sólo más adelante serán claros, es
necesario ver la modernidad como una categoría política. Este es nuestro problema.
A partir de él, la lectura de toda la obra de Foucault adquiere un significado que va
mucho más allá de la problemática del estructuralismo o de la recepción de
Nietzsche.
*
Para concluir la introducción, una última consideración. ¿Es Foucault un filósofo? o,
más bien, ¿un historiador, un representante de aquello que se ha denominado
“crítica de la sociedad”, un intelectual –en el sentido más amplio del término–?
Frecuentemente se plantean estas cuestiones y otras semejantes. El propio
Foucault y no sólo por el estilo de sus obras ha dado lugar a ello.[27] Quisiera
responder, por el momento, con algunas breves observaciones.
En cuarto lugar, creo que existe una razón más profunda por la que se plantea la
cuestión de la pertenencia de Foucault a la historia de la filosofía. Lo que incomoda
del trabajo de Foucault no es tanto su estilo o el material del que se sirve, es que su
práctica de la filosofía pone en crisis otras prácticas, particularmente aquellas que
han hipostasiado las formas modernas de la racionalidad. En Foucault, espero
poder mostrarlo a lo largo de la exposición, los ideales del iluminismo se nos
presentan con otro rostro, ni son simplemente racionalidad ni encarnan sólo esa
esperanza emancipadora con que tantas veces han sido propuestos. La fecundidad
filosófica de la obra de Foucault aparece precisamente en la medida en que nos
exige interrogarnos acerca de qué es para nosotros la filosofía.
NOTAS
[1] A diferencia de los editores españoles de este curso, creo que es necesario
mantener las comillas del título. No se trata de una afirmación de Foucault, sino de
una referencia. Además, juzgo más apropiado traducir el título como “Hay que
defender la sociedad” y no simplemente Defender la sociedad.
[2] Una parte de estos cuatro volúmenes ha aparecido en español con el título:
Entre filosofía y literatura (1999).
[3] De este último curso circuló una edición española, bajo el título Genealogía del
racismo, realizada a partir de una versión italiana. Aunque el texto es
substancialmente el mismo, la edición francesa no sólo es más confiable, incluye
una serie de notas importantes por las referencias bibliográficas que contienen.
[4] Cf. M. Foucault, « Il faut défendre la société », Paris, 1997, pág. 248. La edición
estuvo a cargo de Alessandro Fontana y Mauro Bertani.
[5] « ‘¿Qué es la filosofía moderna?’; quizá se podría responder haciendo eco: la
filosofía moderna es aquella que intenta responder a la pregunta planteada, hace ya
dos siglos, con tanta imprudencia: Was ist Aufklärung?” (Michel Foucault, “What is
Enligthenment?” (1984), reproducido en M. Foucault, Dits et écrits, vol. IV, Paris,
1994, págs. 562-3).
[6] Cf. Didier Eribon, Michel Foucault y sus contemporáneos, Buenos Aires, 1995,
pág. 290.
[7] Jürgen Habermas (1929-), se ocupa extensamente de Foucault El discurso
filosófico de la modernidad (Der philosophische Diskurs der Moderne, 1985, existe
traducción española), caps. VIII y IX.
[8] Jean-François Lyotard (1924-), su obra La condición posmoderna (La condition
postmoderne, 1979, existe traducción española) ha sido un texto central en el
debate sobre la cuestión de la modernidad.
[9] Gianni Vattimo (1936-), sobre la modernidad su texto más representativo es El
fin de la modernidad (La fine della modernità, 1985, existe también traducción
española)
[10] Cf. M. Foucault, Dits et écrits, Paris, 1994, vol. IV, págs. 562-578, 679-688.
[11] De estos cursos sólo poseemos, por el momento, los resúmenes aparecidos en
Dits et écrits.
[12] También de estos cursos solo poseemos, hasta ahora, los resúmenes. Aunque
los otros textos aparecidos durante estos años nos brindan un material importante.
[13] M. Foucault, « Entretien avec Michel Foucault » (1977), en Dits et écrits, vol. III,
Paris, 1994, pág. 144.
[14] M. Foucault, L’archéologie du savoir, Paris, 1969, pág. 261.
[15] El término “estructura” aparece en Les mots et les choses (Paris, 1966), por
ejemplo, en las páginas: 144, 393. Acerca de la utilización que hace Foucault del
término “estructura” y de la polémica sobre el estructuralismo de Foucault, cf. Jean
Zoungrana, Michel Foucault. Un Parcours croisé: Lévi-Strauss, Heidegger, Paris –
Montréal, 1998, especialmente, pags 93 y ss.
[16] “Cuando se interroga a aquellos que son clasificados bajo la rúbrica
‘estructuralista’, si se interroga a Lévi-Strauss, o a Lacan, o a Althusser, o a los
lingüistas, etc., responderán que no tienen nada en común entre ellos, o muy poco
en común unos con otros. El estructuralismo es una categoría que existe para los
otros, para quienes no lo son. Es desde el exterior que se puede decir que tal, o tal,
o tal son estructuralistas. Es a Sartre a quien hay que preguntarle qué es el
estructuralismo, puesto que considera que los estructuralistas constituyen un grupo
coherente (Lévi-Strauss, Althusser, Dumézil, Lacan y yo), un grupo que constituye
una especie de unidad, pero esta unidad, díganlo claramente, nosotros no la
percibimos.” (“Foucault répond à Sartre” [1968], en Dits et écrits, vol. I, Paris, 1994,
pág. 665) Acerca de esta imposibilidad de definir el estructuralismo, cf.: Raymond
Boudon, A quoi sert la notion de structure ?, Paris, 1968, págs. 214-215. François
Dosse, Histoire du structuralisme. I. Le champ du signe, 1945-1966, Paris, 1992,
pags. 9-16; Nicola Abbagnano, Storia della filosofia VII, La filosofia contemporanea
1, a cargo de Giovanni Fornero, Milano, 1993, pags. 314-323. Me he ocupado de
esta cuestión en mi, Pensar a Foucault. Interrogantes filosóficos de la arqueología
del saber, Buenos Aires, 1995, págs. 159-165.
[17] Cf. M. Foucault, Les mots et les choses, Paris, 1966, pág. 397. “Pienso que el
estructuralismo se inscribe actualmente dentro de la gran transformación del saber
de las ciencias humanas, que la cima de esta transformación no es tanto el análisis
de las estructuras cuanto el cuestionamiento del estatuto antropológico, del estatuto
del sujeto, del privilegio del hombre. Y mi método se inscribe en el cuadro de esta
transformación al igual que el estructuralismo, al lado de él, no en él.” (“Michel
Foucault explique son dernier livre” [1969], en Dits et écrits, vol. I, Paris, 1994, p.
779.)
[18] Cf. Hubert Dreyfus - Paul Rabinow, Michel Foucault. Un parcours
philosophique, Paris, 1984, pág. 9.
[19] Cf. Michel Foucault, L’archéologie du savoir, Paris, 1969, pág. 20.
[20] De la problemática filosófica de la noción de episteme, en particular, y de la
arqueología, en general, ya me he ocupado, cf. E. Castro, Pensar a Foucault.
Interrogantes filosóficos de la arqueología del saber, Buenos Aires, 1995,
especialmente págs. 215 y ss. Acerca de la relación entre Foucault y Heidegger,
cuestión por el momento no suficientemente estudiada, cf. Jean Zoungrana, Michel
Foucault. Un Parcours croisé: Lévi-Strauss, Heidegger, Paris – Montréal, 1998,
especialmente, pags. 269-292.
[21] Como sabemos, tampoco esta afirmación autobiográfica es correcta. Foucault
publicó, en 1954, Maladie mentale et personnalité.
[22] M. Foucault, “Structuralisme et poststructuralisme” (1983), en Dits et écrits, vol.
IV, Paris, 1994, pág. 436.
[23] M. Foucault, “Entretien avec Michel Foucault” (1978), en Dits et écrits, vol. IV,
Paris, 1994, pág. 48.
[24] M. Foucault, Histoire de la sexualité II, L’usage des plaisirs, Paris, 1984, pág.
13.
[25] La expresión es de Ferry y Renault, cf. Luc Ferry – Alain Renault, La pensée
68. Essai sur l’anti-humanisme contemporain, Paris, 1988, pág. 133.
[26] ¿En qué medida es legítimo o conveniente hablar de “la obra de Foucault”, del
“autor Foucault”, de “la evolución del pensamiento de Foucault”? La cuestión surge
porque han sido precisamente estas categorías (obra, autor, evolución) el blanco de
las críticas en L’archéologie du savoir. La arqueología se opone a la historia de las
ideas, precisamente, porque abandona aquellos conceptos que diversifican el tema
de la continuidad: evolución, desarrollo (“ellas permiten reagrupar una sucesión de
hechos dispersos, referirlos a un principio organizador único y el mismo”, cf.
L’archéologie du savoir, pág. 32), libro (“Cuando se la interroga [la unidad del libro]
pierde su evidencia, no se indica a sí misma, no se construye sino a partir de un
campo complejo de discursos”, cf. pág. 34), obra (“Una suma de textos que pueden
ser denotados por el signo de un nombre propio. Pero esta denotación (aun si se
dejan de lado los problemas de la atribución) no es una función homogénea: el
nombre de un autor, ¿denota de la misma manera un texto que publicó él mismo
con su propio nombre, un texto que publicó con pseudónimo, otra encontrado luego
de su muerte en forma de esbozo, otro que es sólo un apunte, un cuaderno de
notas, un ‘paper’?”, cf. págs. 34-35), autor. Servirnos de estas categorías es, de
algún modo, recorrer en sentido inverso el camino del propio Foucault, es convertir
la arqueología/genealogía en un capítulo de la historia de las ideas. Sobre esta
cuestión, cf. Roger Chartier, Escribir las prácticas, 1996, págs. 13-54.
[27] Por ejemplo, en una entrevista con L. Finas, en ocasión de la publicación de La
volonté de savoir, Foucault declara: “me doy cuenta de que no he escrito otra cosa
que ficciones” (“Les rapports de pouvoir passent à l’intérieur des corps” (1977),
reproducido en M. Foucault, Dits et écrits, vol. III, 1994, pág. 236).
[28] Cf. Maurice Blanchot, Michel Foucault tel que je l’imagine, Montpellier, 1986,
pág. 11.
TEMA 2
Los temas fundamentales del curso:
“Hay que defender la sociedad” (1976)
Como dijimos, una versión de este curso circuló con el título Genealogía del
racismo. De hecho, uno de los temas centrales es, precisamente, éste. Las
lecciones finales están dedicadas a mostrar a partir de cuáles
transformaciones se originó el racismo moderno, es decir, el racismo de
estado. El título “Hay que defender la sociedad” sugiere una problemática
más abarcadora que el sólo tema del racismo. El tema de la guerra, de la
lucha, efectivamente, ocupa un espacio mayor. Sin embargo no es el único
tema y, sobre todo, no pone de relieve la estrategia discursiva de Foucault.
a) La situación:
El regreso del saber. Para entender de qué está hablando Foucault, es mejor
utilizar esta otra expresión "la insurrección de los saberes sujetados". La
liberación de determinados contenidos históricos que se encontraban
enterrados en las reconstrucciones generales (historia del asilo, historia de la
prisión). Un regreso, en definitiva, de la erudición. Se trata de un nuevo uso
de los contenidos históricos. Pero, además de este saber erudito, también
forman parte del regreso del saber, de la insurrección de los saberes, el
conocimiento de la gente (no del sentido común), aquel conocimiento que no
ha sido colonizado ni por las ciencias ni por los saberes institucionalizados,
esto es, el saber del enfermo, del delincuente. Saberes que han sido dejados
de lado, descalificados. Conocimientos, en última instancia, no disciplinados,
ni epistemológica ni institucionalmente.
b) La propuesta:
Sin embargo, a partir de los siglos XVII y XVIII surgió una nueva forma de
poder, la disciplina. Si en esta reorganización del poder la teoría de la
soberanía sobrevivió, es porque permitió el desarrollo de las disciplinas
como mecanismos de dominación y permitió ocultar el ejercicio efectivo del
poder. Con todo, a pesar de que la teoría de la soberanía haya servido para
la formación histórica del poder disciplinar, es claro que se trata de dos
formas diferentes de poder y que podemos oponer como sigue:
Soberanía Disciplina
1) Considera al individuo no como algo dado, desde donde partir, sino que
se interroga acerca de cómo las relaciones efectivas de poder fabrican los
individuos.
2) Quiere mostrar la multiplicidad de las relaciones de poder en sus
diferencias y especificidades, cómo se apoyan y remiten unas a otras.
3) Quiere sacar a la luz los instrumentos técnicos que permiten el
funcionamiento de las relaciones de dominación.
En pocas palabras, en lugar de estudiar la génesis del soberano (que ha sido
la finalidad perseguida por la teoría de la soberanía), la genealogía se ocupa
de la fabricación de los sujetos.
Éste comenzó a circular en Europa a partir de los siglos XVI y XVII, como
consecuencia del cuestionamiento popular y aristocrático del poder real. Y, a
partir de aquí, ha atravesado los siglos XVIII y XIX. Ahora bien, no hay que
ver la dialéctica filosófica, cuya forma emblemática la encontramos en Hegel,
como una continuación filosófica de este discurso histórico sobre la guerra.
La dialéctica, más bien, ha tratado de colonizarlo, codificando lógicamente la
contradicción y en orden a constituir un sujeto universal de la historia. La
historia de este discurso debe descartar, en primer lugar, las "falsas
paternidades" (el príncipe en Maquiavelo, la soberanía absoluta en Hobbes).
Debe comenzar por el discurso de reivindicación popular y de la pequeña
burguesía en la Inglaterra del siglo XVII; luego en Francia, a finales del
reinado de Luis XIV, con las reivindicaciones de la nobleza contra la
monarquía administrativa. A partir de aquí, es necesario seguir la historia del
discurso de la guerra de razas, sus transformaciones durante la Revolución
Francesa, su conversión biologicista (el racismo de estado, momento en que
se convierte en discurso de estado). Se trata, claramente, de un discurso
polivalente, multifacético.
Esta historia jupiteriana no es otra cosa que un ritual del poder. Ahora bien, a
esta historia romana se va oponer a partir de finales del Medioevo una
especie de contra-historia, una narración donde no se trata de fundar la
antigüedad de una dinastía, de recordar los gestos de los soberanos o
mostrar los ejemplos capaces de ser imitados. Ella no tiene por función unir
el pueblo con el soberano, no piensa que la historia de los fuertes incluye en
sí la historia de los débiles, tampoco se propone mostrar la gloria luminosa
del poder, sino su lado oscuro, sus sombras. Se trata de una historia, una
contra-historia, más cercana a aquella mítico-religiosa de la tradición judía
(con sus formas épicas, sus profecías y sus promesas). Se emparienta con
el uso crítico que se ha hecho de la Biblia en la segunda mitad de la Edad
Media. Es con este discurso que comienza a formarse Europa, en el sentido
moderno del término.
Esta lección plantea una de las cuestiones fundamentales del curso que
estamos examinando: ¿De qué modo, en los siglos XVI y XVII, la guerra se
instaló como un analizador del poder?
d) Centralización piramidal.
Un recorrido por los diferentes filtrajes de la barbarie muestra que las menos
interesadas en historizar la lucha política ha sido la burguesía y el Tercer
Estado. En efecto, les resultaba difícil encontrarse a sí mismos en la Edad
Media. Este anti-historicismo de la burguesía aparece claramente en sus
ideales de despotismo ilustrado, una especie de control administrativo del
poder real, y en su rousseauismo. Sin embargo, con la Revolución, la
burguesía, para hacer frente a las reivindicaciones de la nobleza, debió
servirse de una nueva reactivación del conocimiento histórico. Una de sus
formas fue la reinterpretación de la revolución francesa en términos de lucha
de razas.
Disciplina Bio-poder
Ahora bien, ¿cómo este poder que tiene por objeto la vida, el bio-poder,
puede ejercer también el poder de muerte? Aquí debemos situar la
reelaboración del concepto de raza y, consecuentemente, el racismo de
estado. La reinscripción del concepto de raza en el estado moderno pasa a
través del bio-poder por una transformación biologicista. La raza es la raza
biológica. Con esta noción ha sido posible, por un lado, establecer una
ruptura, en el continuum biológico de la especie humana, entre quien debe
vivir y quien no; por otro lado, factor positivo, llevar a cabo una selección, la
muerte del otro mejora mi vida. Nos encontramos aquí con la reelaboración,
también en términos biológicos, de la idea de guerra. Sólo que ahora no se
trata de la victoria sobre el adversario, sino de la eliminación del peligro. El
racismo ha sido utilizado, según el análisis de Foucault, para justificar el
genocidio colonialista, la guerra, el manejo de la criminalidad. Debemos ver
el racismo, entonces, como algo mucho más profundo que una vieja tradición
o una nueva ideología, está anclado en la tecnología moderna del poder.
TEMA 3
El término “modernidad” como nombre del período histórico que algunos retrotraen
hasta el siglo XVI recién se consolidó, en el lenguaje historiográfico, en los últimos
años del siglo XIX; su significación ha sido el producto de una lenta maduración
cuyos comienzos es necesario datar alrededor del 1800. Lo que tuvo lugar en este
complejo proceso se resume en las siguientes preguntas: ¿cómo una determinación
temporal (“moderno” como actual, presente) se convirtió en una expresión de la
determinación cualitativa de una época (“moderno” como nuevo, distinto, e incluso
mejor)? [6], ¿cómo se formó esa representación del tiempo histórico que posibilitó a
una época el pensarse a sí misma no sólo nueva en términos cronológicos
(reciente), sino cualitativa (novedosa, distinta) y axiológicamente (superior)? Se
trata de comprender lo que Vattimo resume diciendo que la modernidad es la época
de la reducción del ser al novum. [7]
Bibliografía: Hans Jauss, Pour une esthétique de la réception, Paris, 1998, págs.
173-229; W. Freund, Modernus und andere Zeitbegriffe des Mittelalters, Köhln-Graz,
1957; J. Spörl, “Das Alte und das Neue im Mittelalter”, Historisches Jahrbuch, 50,
1930, pags. 312 y ss.
El término “moderno”, como dijimos, aparece en los últimos años del siglo V, en el
momento en que se trata de tomar conciencia del paso de la antigüedad romana al
mundo nuevo de la cristiandad. Según W. Freund, texto que Jauss sigue de cerca,
la diferencia entre “nuevo” y “actual” habría sido el motivo de la creación del
neologismo “moderno”. En efecto, “moderno” no sólo quiere decir “nuevo”, “distinto”,
sino “actual”.
En este período, “moderno” pasará a designar, más que la actualidad, una época.
En literatura y filosofía, la oposición antiqui / moderni sirve para expresar la
distinción entre la antigüedad greco-latina y los autores cristianos que comenzarían
con Boecio (480?-524). En el uso escolástico, en cambio, antiqui / moderni se
refiere a dos escuelas, la de los antiguos maestros de París (1190-1200) y la de la
nueva filosofía aristotélica (especialmente en el s. XIII). En el siglo XIV, la oposición
entre via antiqua / via moderna expresa la oposición entre realistas y nominalistas.
Jauss se refiere aquí a una utilización tipológica del termino “moderno” propia de la
concepción cristiana de la historia. Para los cristianos, la relación entre lo antiguo y
lo nuevo (como aparece, por ejemplo, en “antiguo testamento” y “nuevo
testamento”) es de conservación y superación; no de retorno ni de simple
superación. Así, en el renacimiento del siglo XII, el término “moderno” quiere
expresar la conservación y la superación de los antiguos. Jauss cita al respecto los
autores que comienzan a escribir en lengua vulgar, especialmente, Marie de
France. Es en este sentido, que debemos entender la célebre frase de Bernardo de
Chartres: “enanos [los modernos] sobre hombros de gigantes [los antiguos]”.
En el siglo XVII se instala una nueva querella entre los antiguos y los modernos,
que encuentra su expresión en el género literario de la comparación y el paralelo.
Por ejemplo, Perrault, Parallèle des Anciens et des Modernes. Perrault protesta
contra el uso axiológico de término “antiguos” heredado del Renacimiento. Los
verdaderos antiguos serían los modernos, puesto que poseen más experiencia. La
razón de esta inversión de sentido es clara: el progreso de las ciencias y de las
técnicas. Los modernos corresponderían, entonces, a la madurez o la vejez. En
esta nueva querella entre antiguos y modernos, se pueden distinguir tres momentos
argumentativos: 1) la afirmación moderna de la igualdad natural de todos los
hombres y de la posibilidad de juzgar con los criterios del clasicismo francés las
producciones de la antigüedad; 2) la réplica de los antiguos, según la cual cada
época tiene sus propios criterios de belleza; 3) el acuerdo a través de la afirmación
de la existencia de una belleza universal y también de una belleza relativa. Se abre
así el camino para la comprensión de la especificidad histórica de cada época. El
siglo XVIII, en este sentido, tomará conciencia de sí mismo en términos de “siglo de
las luces”, “siglo filosófico”.
f. La modernidad baudeleriana:
“Hay que afirmar que existen seis variedades de constituciones: las tres repetidas
por todo el mundo, que acabamos de mencionar [realeza, aristocracia, democracia],
y tres que les son afines por naturaleza: la monarquía, la oligarquía y la demagogia.
La primera que se forma por un proceso espontáneo y natural es la monarquía y de
ella deriva, por una preparación y una enmienda la realeza. Pero se deteriora y cae
en un mal que le es congénito, me refiero a la tiranía, de cuya disolución nace la
aristocracia. Cuando ésta, por su naturaleza, vira hacia la oligarquía, si las turbas se
indignan por las injusticias de sus jefes, nace la democracia. A su vez la soberbia y
el desprecio de las leyes desembocan con el tiempo en la demagogia [...] Este es el
ciclo de las constituciones y su orden natural, según se cambian y transforman para
retornar a su punto de origen.” [15]
Durante los siglos de guerras religiosas y civiles, XVI y XVII, eran términos como
“rebelión”, “guerra civil”, “guerra religiosa” aquellos que servían para dar cuenta de
estos acontecimientos. Notemos, punto que también tiene que ver con el análisis de
Foucault, que aquí de lo que se trataba era del antiguo concepto de legítima
oposición al poder constituido. Con la formación del estado moderno, y el
consecuente monopolio institucional y estatal del uso legal de la fuerza, tanto este
concepto de legítima oposición como el de guerra civil fueron perdiendo fuerza y
actualidad. A partir de aquí se abre un nuevo capítulo en la historia del término
“revolución”.
4. Se abrió así un nuevo espacio de experiencia con puntos de fuga que marcan
una dirección sin retorno. De aquí el nexo entre revolución y evolución.
Respecto del concepto que nos ocupa, revolución, ¿cómo ha sido entonces este
proceso? Para comprenderlo es necesario tener presente que se trata de un
proceso en el que se combinan un aspecto negativo, la negación de la
trascendencia, y otro positivo, el nuevo contenido inmanente que adquiere la forma
heredada del cristianismo. Así, el aspecto negativo involucrado en la formación del
concepto moderno de revolución ha sido la negación de una tesis teológica clásica
que hunde sus raíces en la Escritura (especialmente en el libro del Génesis y en las
epístolas de Pablo) y alcanza su formulación teológica madura en la polémica de
Agustín contra Pelagio. Nos referimos al concepto de pecado original. ¿A qué se
refiere esta tesis? Elabora un dato presente en casi todas las religiones antiguas:
Dios creó al hombre dotado de ciertas capacidades y en un estado que se asemeja
a lo que en nuestro imaginario pensamos en términos de paraíso. La humanidad o,
mejor, los padres de la humanidad (en la tradición judeo-cristiana, Adán y Eva)
habrían sido expulsados del paraíso y perdido algunas de sus capacidades a causa
de un acto de desobediencia o desafío de la divinidad. Poco importa, por el
momento, cuál fue la naturaleza o los motivos de ese acto, del primer pecado, del
pecado de los orígenes. Lo que nos interesan son dos consecuencias que se
siguen de la interpretación teológica del pecado de los orígenes. La primera es que
la situación actual del hombre, la situación del hombre en la historia no es la
situación original, sino de la naturaleza caída. Con otros conceptos, la naturaleza
sometida a la muerte, a la finitud. La segunda es que la acción de Dios en la historia
persigue no simplemente restaurar el estado original, sino re-crear la humanidad,
establecer un nuevo orden. Este acto de Dios que eleva la naturaleza caída es lo
que se llama redención. Por ejemplo, en el cristianismo, la redención que se opera
por Jesucristo. Como vemos, aparece aquí una temporalidad de la acción de Dios
en la historia de los hombres, lo que se llama historia de la salvación (en los
primeros siglos del cristianismo se la llamó economía), que no es cíclica
(arqueológica, podríamos decir), sino escatológica. La historia de la salvación
tiende, en efecto, no a un retorno a la situación originaria, sino a los últimos
tiempos, a la instauración definitiva del Reino de Dios. La restauración de la
naturaleza humana es, en este sentido, una re-creación. Según la expresión de
Pablo un “hacer nueva todas las cosas”. En lugar de una temporalidad histórica en
analogía con los ciclos de la naturaleza, temporalidad cósmica, en la tradición
judeo-cristiana, nos encontramos con una temporalidad providencial, de la acción
de Dios que guía la historia hacia la parusía.
Siguiendo a Collinwood, [17] creo que se pueden resumir en cuatro tesis las
implicancias de estas ideas de la tradición judeo-cristiana para la concepción de la
historia:
Tres han sido las formas principales de las filosofías modernas de la historia, cada
una de ellas ha definido filosóficamente a su modo la Revolución francesa: la
idealista (Hegel), la positivista (Saint-Simon, Comte) y la marxista. Vamos a
detenernos brevemente en cada una de ellas.
La filosofía positivista de la historia y el juicio sobre la revolución (Auguste
Comte):
Con los ojos de la razón, Hegel considera que la historia comenzó en Oriente y
alcanza su final en Occidente y más precisamente con la Aufklärung. En una nueva
versión de la metáfora biológica, los orientales representan la infancia de la historia;
los griegos y los romanos, la juventud; el cristianismo la madurez. Notemos que, en
esta visión de la historia, se concede escaso espacio a América y a Rusia y, por
otro lado, no se prevén los efectos del conocimiento científico y de sus aplicaciones
técnicas.
Hay un tema que domina los escritos juveniles de Hegel, tanto en sus juicios sobre
la época de la Ilustración como sobre los sistemas de Kant, Jacobi y Fichte; se trata
de la oposición entre fe y saber, entre la teología ortodoxa protestante (Christian
Storr) y la filosofía de la Ilustración (Kant). El juicio de Hegel es negativo tanto de
una como de la otra. La crítica a la teología protestante puede resumirse en el
concepto de “positividad”. De positivas califica Hegel aquellas posiciones filosóficas
que se fundan en la autoridad. Así, nos encontramos con preceptos positivos,
esperanzas de recompensas positivas, etc. Consecuencia de esta positividad de la
religión es la separación entre el saber del clero y el fetichismo de las masas, entre
la religión privada y la vida pública. Contra los ilustrados, Hegel sostiene que la
religión racional de éstos es también una pura abstracción, incapaz de interesar el
corazón y de vivificar las instituciones públicas; conduce como la religión positiva a
una religión privada y da lugar a separaciones y disgregaciones. Notemos que la
razón ilustrada es, a los ojos de Hegel, sólo entendimiento, un ídolo erigido como
razón.
En primer lugar, hay que notar que la idea de revolución en Marx se ha modificado
notablemente desde El manifiesto comunista (1847-8) hasta su muerte. El sentido
de esta modificación puede resumirse en estos términos: en un primer momento,
bajo la influencia de Blanqui, la violencia era pensada como una componente
esencial de la revolución. Como consecuencia de los fracasos de las revoluciones
de 1848 y 1871, Marx terminó elaborando una idea más evolucionista de la
revolución, poniendo el acento en el desarrollo mismo de la sociedad burguesa que
por sus contradicciones internas conduciría a un nuevo estado de cosas. La
sociedad llegará a una saturación económica tal, que las formas de producción no
se encuadrarán más en las fuerzas sociales. La apropiación privada no corresponde
más a un estadio histórico en que la producción se ha vuelto colectiva. La conquista
del poder se hace necesaria, entonces, para romper esta contradicción.
Según las últimas líneas de El manifiesto comunista: El proletariado se servirá de su
supremacía política para arrancar poco a poco a la burguesía el capital, para
centralizar en las manos del estado, es decir, de proletario convertido en clase
dominante, los instrumentos de producción y para acrecentar al máximo la masa
disponible de fuerzas productivas. Encontramos aquí el juicio sobre el aspecto
inconcluso de la Revolución francesa, esto es, la alienación en que después de ella
se encontró el proletariado. En La ideología alemana, se expresa claramente la
significación universal del proletariado. Sólo él es capaz de realizar una completa y
no sólo parcial emancipación (pasar del reino de la necesidad al reino de la
libertad), por una apropiación de la totalidad de los medios de producción. Como lo
expresa K. Löwith, “Marx ve en el proletariado el instrumento histórico mundial para
la realización del objetivo escatológico de toda la historia mediante una revolución
mundial. El proletariado es el pueblo elegido del materialismo histórico porque ha
sido excluido de los privilegios de la sociedad establecida.”[21]
En dos artículos, Foucault se ocupó del texto de Kant, Was ist Aufklärung?. En
ambos textos, más que de una exposición de la intervención de Kant en la
Berlinische Monatsschrift, Foucault trata de situar su propio trabajo filosófico en
relación con la interrogación acerca de la modernidad que, si bien no inició Kant, le
confirió una impronta determinante. Situándose en relación a él, Foucault trata de
definir las coordenadas de su propio trabajo filosófico.
Para Foucault, Kant ha fundado las dos grandes tradiciones críticas en que se
divide la filosofía moderna: analítica de la verdad y ontología del presente. La
primera se interroga sobre las condiciones de posibilidad del conocimiento
verdadero. Sobre la segunda, en la que inscribe su trabajo [26] y que toma la
modernidad como un ethos filosófico, Foucault nos ofrece una serie de
características negativas y positivas [27]:
a. Negativamente:
b. Positivamente:
“La ontología crítica de nosotros mismos no hay que considerarla como una
teoría, una doctrina, ni tampoco como un cuerpo permanente de saber que
se acumula ; es necesario concebirla como una actitud, un ethos, una vida
filosófica donde la crítica de lo que nosotros somos es, a la vez, análisis
histórico de los límites que nos son impuestos y prueba de su posible
trasgresión.”[30]
Conclusión
Hemos recorrido un largo camino que nos ha llevado más allá de Foucault,
desviándonos por la semántica de los términos “modernidad” y “revolución” y por la
formación de la historiografía filosófica moderna. Pienso que el material presentado
da lugar a numerosas preguntas. Las más relevantes girarían, sin duda, acerca de
las relaciones entre las filosofías de la historia y el trabajo arqueológico /
genealógico de Foucault. Para responder muy breve y concisamente, debemos ver
la obra de Foucault, precisamente, como un esfuerzo múltiple por escapar de las
filosofías decimonónicas de la historia. Sus temas de análisis, sus formulaciones
metodológicas, sus propuestas descriptivas van todos en esta dirección.
Ahora bien, hay un tema sobre el que, me parece, es necesario llamar la atención,
dada la temática de nuestro curso. Las filosofías de la historia han sido los
correlatos teóricos de las formas políticas de la modernidad, de ahí el estrecho nexo
entre “modernidad” y “revolución”. Han sido, para expresarlo de otro modo, la
justificación filosófica de las formas modernas del poder. Por ello, replanteando el
tema de la historia, en términos arqueológicos y genealógicos, se llega
inevitablemente a enfocar la cuestión del poder en una perspectiva distinta de la
filosofía política moderna, más allá de los concepto de soberanía, legitimidad o
representación. No ya en relación con el sentido de la evolución de la humanidad,
sino en relación con la construcción de la subjetividad; en términos de lo que
Foucault denomina ontología del presente. El curso de Foucault que analizaremos
en la próxima clase se sitúa en esta dirección.
Notas