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Mapuche, colonos y el Estado Nacional
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Mapuche, colonos y el Estado Nacional

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Actualmente la “cuestión mapuche” está entre los asuntos públicos y políticos de mayor importancia del país. Pero a la vez, es de los temas más insolubles. Hay un evidente cuestionamiento del Estado, de su homogeneidad, de su unidad, de su impotencia en considerar las diversidades históricas de esta sociedad. Hace veinte años era una de las tantas materias de la denominada “transición a la democracia”, pero no tenía, ni de asomo, la centralidad que hoy ostenta.

En este tiempo ha emergido como consecuencia de estos procesos, la imagen del “colono”. Hay quienes se molestan con el apelativo, señalando que todos son y somos chilenos, lo que es cierto. Pero en la medida que los mapuche apelan al origen, los no mapuche, de una u otra manera, también lo hacen. La violencia de las relaciones ha conducido a que la opinión pública comience a comprender el origen de estos conflictos.

Por ello, también la necesidad y pertinencia de este actualizado libro cuyas ediciones anteriores fueron publicadas bajo el título Historia de un conflicto. En esta nueva edición se han quitado y se han adicionado páginas, mapas y fotografías. Sobre todo, hemos querido explicar al lector con mayor detalle el modo cómo se fue poblando la Araucanía. Ya no es solamente la relación histórica entre el Pueblo Mapuche y el Estado Nacional, sino también la relación con la sociedad regional, y en particular sus agricultores, muchos de ellos descendientes de la colonización.
LanguageEspañol
Release dateJan 11, 2017
ISBN9789563243383
Mapuche, colonos y el Estado Nacional

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    Mapuche, colonos y el Estado Nacional - José Bengoa

    nombre.

    Presentaciones

    PRESENTACIÓN A LA NUEVA EDICIÓN DE CATALONIA 

    OCTUBRE DE 2014

    Era el año 1997. Me llamó Carlos Orellana, editor de Planeta, entrañable persona. Me sugirió un libro que explicara de manera sencilla pero ilustrada el conflicto en el sur de Chile, que en esos días recrudecía una vez más. Fuerte Mininco había titulado El Mercurio a unas quemas de bosques y camiones ocurridas en esos días en la Araucanía, justamente en el campamento de esa forestal. Llené cuadernos con anotaciones y recuerdos. Fue surgiendo un texto. Se agotó la primera edición y fui agregando otros datos de nuevas investigaciones para las siguientes. Agotada la tercera edición, Catalonia me ha solicitado una nueva corregida y aumentada. Así es esta una nueva versión.

    Hay libros que una vez que se transforman en objetos se separan de tal suerte del autor que son intocables. No es este el caso. Aquí hay una suerte de crónica que continúa y de la que es necesario dar cuenta. No se trata de cambiar lo dicho, pero sí de agregar elementos de comprensión de un proceso en marcha. Porque el conflicto del sur de Chile sigue su curso y el sentido de este trabajo es dar luces, parciales por cierto, para su comprensión.

    Hay quienes creen que la Historia se construye de atrás hacia adelante, lo que es falso. La Historia siempre se piensa desde el presente hacia atrás. Es la anatomía del hombre la que explica la anatomía del mono, dijo con su toque evolucionista y sabio Carlos Marx. ¿Quién iba a pensar el año 1997 lo que iba a estar ocurriendo diecisiete años después, el año 2014, en que reviso este texto? En las historias que están contadas en este libro, hay pistas que permitirían pensar que las (no) relaciones entre mapuche y chilenos podrían haber adquirido diferentes destinos, direcciones, signos, en fin, caminos de paz y conflicto. Así es la Historia finalmente. Todo depende de lo que los propios actores van haciendo u omitiendo.

    Hoy por hoy, la cuestión mapuche está entre los asuntos públicos y políticos de mayor importancia del país. Nadie puede obviarlo en su agenda política. Pero a la vez, es de los asuntos más insolubles que tiene el país. La salud y la educación, por citar dos de las grandes preocupaciones de los gobernantes, se pueden solucionar con mayores recursos; no así la convivencia en un mismo territorio de un pueblo originario –y que reclama su ancestralidad y por lo tanto, dominio– y, por el otro lado, colonos, migrantes, chilenos que por las más diversas razones han ido a vivir a esas provincias del sur. Hay un evidente cuestionamiento del Estado, de su homogeneidad, de su unidad, de su impotencia en considerar las diversidades históricas de esta sociedad. Hace veinte años atrás era uno de los tantos temas de la denominada transición a la democracia, pero no tenía, ni de asomo, la centralidad que hoy día ostenta.

    En este lapso de tiempo ha aparecido, como consecuencia de estos procesos, la imagen del colono. Hay quienes se molestan con ese apelativo, señalando que todos son y somos chilenos, lo que es cierto. Pero en la medida que los mapuche apelan al origen, los no mapuche, también de una u otra manera, lo hacen. La violencia de las relaciones ha conducido a que la opinión pública comience a comprender el origen de estos conflictos. La aparición de banderas suizas en manifestaciones e incluso funerales, conlleva recuerdos de los orígenes de unos y de otros. La legítima búsqueda de las identidades históricas conlleva la afirmación de sus orígenes diferenciados. Es por ello que este libro ha adoptado en su título Mapuche (sin ese) y colonos (con ese), dando cuenta de la aparición de este nuevo actor.

    Quizá esta perspectiva ha cambiado mucho este libro en referencia a sus ediciones pasadas. Se han quitado páginas y se han adicionado más de ciento cincuenta. Sobre todo, hemos querido explicar al lector con mayor detalle el modo cómo se fue poblando la Araucanía, que pareciera ser en este momento, 2014, uno de los principales asuntos. Ya no es solamente la relación histórica entre el Pueblo Mapuche y el Estado Nacional, sino también la relación con la sociedad regional, y en particular sus agricultores, muchos de ellos descendientes de la colonización.

    Esta edición además contiene fotografías que a veces hablan mucho más que el texto, como aquella en que contraponemos a los hermanos Ricci, colonizadores italianos, y al cacique Saihueque, tratando de romper los estereotipos. La investigación de estos años nos ha permitido incorporar planos y mapas muy significativos, que no aparecían en ediciones anteriores.

    ***

    En estos últimos veinte años, han ocurrido a lo menos cinco grandes transformaciones o procesos significativos, que a mi modo de ver deben mirarse en su conjunto para explicar lo que es el tema de este libro.

    El primero, es la profunda transformación de la sociedad mapuche. Alrededor de doscientas mil personas mapuche viven en el campo y a lo menos unas quinientas mil viven en las ciudades, muchas de ellas en Santiago. Ha habido no solamente una urbanización de la población mapuche sino al mismo tiempo una nueva generación de jóvenes con altos estándares educativos, profesionales, y que no aceptan el trato discriminador que soportaron a veces en silencio sus antepasados. Se acabó la sumisión rural tradicional que existía en todo el campo chileno, indígena y no indígena. Quienes viven en las ciudades y quienes habitan y trabajan en el campo están íntimamente comunicados, muchas veces haciendo difícil la definición de si sus vidas son de carácter rural o urbano. Todas o la gran mayoría de las personas tienen teléfonos celulares, televisión y crecientemente, acceso a Internet, con los efectos de globalización consecuentes.

    En segundo lugar, y relacionado con lo anterior, se ha producido una emergencia de la cultura e identidad mapuche, tanto en los campos como en las ciudades, que es evidente. Hoy por hoy existe el "orgullo mapuche, esto es, las personas que adscriben a esa identidad están conscientes de ello y la estiman como su valor más preciado. Se trata hoy en día de una identidad prestigiosa". Conviven de manera conflictiva las relaciones históricas de desprecio y discriminación con la creciente conciencia de que aquello es un atropello y hay que erradicarlo. Nadie puede, como antaño en Chile, hacer bromas sobre este asunto o esbozar una sonrisita conmiserativa. No cabe duda que esto es fruto de dos décadas de movilizaciones.

    Esto nos lleva a la tercera adquisición de este período, en que la población no mapuche apoya en forma masiva la causa mapuche y sus demandas. Es algo muy impresionante el fenómeno de popularización, por ejemplo, de la bandera mapuche, que en las manifestaciones estudiantiles y de cualquier clase ondea a veces más que la nacional. En los últimos años en Fiestas Patrias, en Santiago, vemos muchas casas en que se comparten las dos banderas en balcones y astas. Es una suerte de emblema lleno de significados, quizá un recuerdo de los orígenes de nuestra nacionalidad, del carácter libertario ancestral de nuestro pueblo y de un sector de personas, chilenos por cierto, que no se han dejado vencer. Son muchas las interpretaciones que se pueden hacer, pero es indudable que la mapuche es una causa con mucho apoyo.

    El cuarto proceso, o no proceso, es el ocurrido en las clases dirigentes, que a diferencia de lo anterior no han cambiado un ápice su mirada sobre este sector, sus ideas, y sus demandas. El debate a nivel parlamentario, a nivel de la prensa, a nivel de las agendas políticas, no se ha movido un centímetro desde el mismo día que comenzó la transición a la democracia, hace ya casi veinticinco años a lo menos. El proyecto de Reforma Constitucional que establecía el reconocimiento de los pueblos indígenas en Chile lleva exactamente esa misma cantidad de años en el Congreso y duerme el sueño del olvido. El Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo fue aprobado después de veinte años, en las postrimerías del primer gobierno de la presidenta Bachelet, pero no se ha consensuado realmente el sistema de consultas, o lo que se ha aprobado es impropio, lo cual lo vuelve inoperante. En la última campaña presidencial del 2013, el tema estuvo ausente, a pesar de que uno de los ejes fue la Reforma Constitucional, marco justo y adecuado para enfrentar este asunto. Al final el tema se centró en si aplicar o no la Ley Antiterrorista en La Araucanía. La defensa del carácter unitarista del Estado, el temor a cualquier mención acerca de autonomías, la incomprensión de los conceptos de libre determinación o autodeterminación, siguen en el mismo pie que hace veinticinco años. Escuchamos día tras día que el problema mapuche es un asunto de pobreza; que hay pobreza es evidente, pero no reside allí el eje del conflicto. El no reconocimiento que el asunto es de carácter político, como ha señalado recientemente (2014), el intendente Huenchumilla de la Araucanía, conduce al silencio, a la no existencia de canales políticos de participación, a la no presencia de mapuche en el Congreso, a reducir el asunto a planes de desarrollo, la mayor parte de las veces fracasados, y a reprimir cualquier manifestación. Las cuestiones se han reducido al carácter que debe asumir la represión, si es terrorismo o no lo que ocurre en la Araucanía. El pensamiento de las sociedades regionales, de sus dirigentes, de los líderes políticos, y sobre todo de los descendientes de los colonos de fines del siglo diecinueve, ha sido especialmente refractario a comprender los cambios que se vienen produciendo. Hay una suerte de inmovilismo. Las élites regionales solamente demandan al Estado central dureza, contención, mantener la situación en el statu quo de la dominación colonial tradicional.

    La quinta cuestión es una derivada de las cuatro anteriores, la violencia en el sur. Una población, no pequeña, con creciente conciencia de sí misma, con una generación cada vez más instruida tanto en los elementos de la cultura general, mal llamada a veces occidental, y en la propia cultura emergente en términos de conciencia, con un enorme orgullo de la propia identidad, y con un apoyo transversal de la población chilena; y por otra parte, un sector político que comprende la Nación chilena como un ente natural, abstracto, unitario e inamovible, y que se niega a cualquier modificación de las estructuras político-administrativas del país. A lo que se agrega una sociedad regional no indígena, dominada aún por una mentalidad colonizadora, extractiva, incapaz de tomar iniciativas, acosada por la culpa muchas veces, aterrada por el conflicto, muchas veces con razón, y que exige a los sectores líderes del país-nación chilena que cumplan con las promesas que les hizo en el siglo diecinueve, cuando comenzó la colonización. Las promesas, como veremos en un capítulo, de una tierra pacificada y de oportunidades. A ello se agrega un crecimiento económico forestal desatado, esto es, sin ataduras, salvaje, entregado a la voracidad de la tasa de ganancia que ha conducido a enardecer el conflicto. Comunidades cercadas por plantaciones forestales, impedidas de hacer agricultura por la sequía de sus tierras, sin trabajo asalariado, y observando la riqueza que se extrae de territorios que fueron efectivamente de su propiedad. El concepto de una sociedad laboriosa, industrial, integrada, si es que la hubo alguna vez, en este momento no la hay, y por el contrario se comprende el territorio como un espacio de explotación de recursos. La espiral de violencia la hemos podido rastrear y en este libro la reanalizamos, pero nunca pudimos imaginar que llegaría a los niveles actuales.

    Estas cinco grandes modificaciones o procesos que ocurren en nuestra sociedad chilena actual, en sus relaciones interétnicas, son las que guían este trabajo, y la revisión de las ediciones anteriores nos permite buscar las raíces de estos conflictos. Es por ello que hemos agregado en esta edición más antecedentes sobre la colonización y la llegada de los colonos al sur. Otro capítulo, a nuestro modo de ver de la mayor importancia, trata de la forma cómo el Estado fue construyendo el concepto de terrorismo. Seremos más explícitos también en el estudio de las oportunidades que han existido, tanto en el pasado como en los años recientes, para dar un curso diferente a los acontecimientos. He transcrito los tres prólogos anteriores como una manera de ir mostrando el curso de los acontecimientos –a lo menos en mi percepción– en los últimos quince años. Solo me resta agradecer especialmente a los lectores, que me han ido llevando de la mano en cada edición, de modo de continuar con esta crónica que a veces se transforma en pesadilla.

    PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN 

    JULIO DE 1999

    La sociedad chilena no ha resuelto su relación con la sociedad mapuche. El pueblo originario de Chile sigue siendo el grupo social más discriminado, pobre y marginalizado. Al finalizar el siglo, el Estado y la sociedad se encuentran en una encrucijada, o continuar con la política de despojo y conflicto o encaminarse por la vía del diálogo, del respeto mutuo, de la reparación del daño histórico cometido.

    El Estado chileno ha sido el principal actor y responsable de las políticas que se han desarrollado en torno de la sociedad mapuche. La política de colonización y reparto de tierras que el Estado aplicó a fines del siglo pasado una vez que ocupó militarmente la Araucanía, es el origen de la situación actual. Los mapuche han tratado de obtener un espacio en la sociedad, se han opuesto a los intentos reiterados de asimilación que ha guiado permanentemente al Estado.

    El conflicto es evidente. En las pantallas de televisión hemos visto a mujeres mapuche golpear a funcionarios del Estado; se ha visto una larga marcha caminando desde el sur a Santiago y también escenas con altos contenidos de violencia. Hay una larga historia de conflictos y podríamos jugar con las palabras diciendo que es también un conflicto que tiene una larga historia. Los mapuche sufrieron el despojo de sus tierras. Despojo es, según el diccionario, «lo que se ha perdido». Es igualmente, «la presa y el botín del vencedor». Es también la acción de desposeerle a una persona o grupo de personas «un bien con violencia». Esta es por tanto la historia que quisiéramos relatar. Es una historia necesaria de contar. Servirá quizá para entender lo que pasa en la actualidad.

    El primer período analizado es el de la ocupación militar de la Araucanía y reducción de los mapuche a las reservaciones. Tratamos de comprender el contexto cultural del despojo. Los mapuche se empobrecieron por la fuerza del Estado y colmaron su memoria de recuerdos y nostalgias del pasado que habían sido obligados a dejar. Este es el segundo período. Allí se constituye, a mi modo de ver, la cultura mapuche moderna. Combinación de nostalgias, resentimientos y afirmación de su propio futuro e identidad. Se originan sin duda los odios primordiales. Los mapuche son convertidos en agricultores, gente del trigo. Comienza un largo tercer período en que los líderes «araucanos», que así se autodenominaban, luchan por una «integración respetuosa» a la sociedad chilena. Participan activamente en política, llegan al Parlamento donde denuncian el despojo de que son objeto, buscan por todos los medios obtener un lugar en la sociedad. Son rechazados. Como todas las cosas de la vida, el péndulo se carga hacia el otro lado y los mapuche buscan a través de los hechos obtener sus reivindicaciones: es el cuarto período marcado por las tomas de fundos, la reacción frente al despojo. El Golpe Militar y las leyes de división de las comunidades abren un quinto y nuevo período que va a concluir con la transición a la democracia. Durante esos años, y producto de la división de las tierras comunales, surgen nuevas organizaciones y se incuba, por primera vez quizá con tanta claridad y fuerza, una ideología que afirma la identidad mapuche separada de la chilena. El acuerdo de Nueva Imperial entre la Concertación de Partidos por la Democracia y los mapuche, inaugura un último y sexto período que permitió el paso a la dictación de leyes y una nueva imagen de los mapuche en la sociedad chilena. Sin embargo, pareciera que este período se ha agotado y llega a su término en estos días. Sospechamos que estamos en vías de iniciar otro momento de las relaciones entre el Estado y la sociedad mapuche.

    Este libro surge de una larga trayectoria de investigación tanto histórica como etnográfica, y una convivencia prolongada con los mapuche y sus ideales. Puede ser leído como una mirada de «un amigo de los mapuche» sobre los mapuche. No es por cierto la mirada de los mapuche sobre sí mismos. No pretende serlo y ellos tienen la obligación y derecho a entregarla. Por su carácter dialogal este libro no cita ni fuentes ni autores. Los antecedentes y datos que se presentan son producto de investigaciones posteriores a los libros que sobre historia mapuche hemos publicado. Buena parte de la investigación ha podido ser realizada gracias al apoyo de mis colegas del Centro de Estudios Sociales Sur y de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano y los proyectos Fondecyt que me han permitido continuar estas investigaciones. Por ello estoy agradecido de muchas personas, mapuche y no mapuche, que nombro en el texto y otras que quizá he olvidado y que se sentirán posiblemente parte de lo que aquí se relata.

     PRESENTACIÓN A LA SEGUNDA EDICIÓN 

    JUNIO DE 2002

    Nueva Imperial, enero del 2002. La Plaza está tranquila. Cruza una carreta tirada por bueyes cargada de leña. En una esquina hay gente que conversa, como lo han hecho desde siempre. Pienso que ese tranquilo pueblo de hoy pudo ser en algún lejano momento la capital de Chile. Imperial la denominó Valdivia por tener, dice la leyenda, los mapuche en las puertas de sus casas unas águilas dibujadas en los maderos. Fue años más tarde destruida en el gran levantamiento. Carahue significa el lugar de las ruinas. Hoy es un pequeño pueblo cercano a la reconstruida Nueva Imperial, a fines del siglo diecinueve. Está en pleno territorio indígena del sur de Chile.

    El sol era hermoso ese día. Ciudad acuarela fue el nombre que le colocó un entusiasta alcalde después del golpe de Estado del setenta y tres. Pintó la ciudad de chillones colores rojos, amarillos, verdes y azules. Hasta las piedras estaban pintadas. Pensaba quizá que de esa forma se olvidarían las penas e iras mapuche. Las pinturas se fueron descascarando con las lluvias del sur. Pero este día de enero los muros de la ciudad habían amanecido una vez más rayados, pero no de colores chillones, sino de consignas, con gruesa pintura negra. Estaban firmadas por un grupo de jóvenes mapuche. Gritos de autonomía, de lucha sin cuartel, de apoyo a la causa mapuche habían sido estampados en las murallas de adobe de la ciudad. La gente pasaba silenciosa. Yo también guardé silencio. Saqué la cámara fotográfica y dejé constancia. El conflicto mapuche se ha transformado en el principal asunto político y económico del sur de Chile y en uno de los más importantes temas del país. Nadie lo hubiese imaginado unos pocos años atrás. Los conflictos de raíces étnicas son altamente complejos, como se observa hoy día en el mundo. Se sabe cómo comienzan pero nadie sabe cómo terminan. Es el conflicto de la actual modernidad. Es por ello que el conflicto mapuche del sur de Chile no es un síntoma de atraso, sino por el contrario consecuencia de la modernidad adquirida por el país. En las sociedades tradicionales los conflictos étnicos eran (y son) de carácter local. Se circunscribían a las relaciones, a veces muy conflictivas, entre terratenientes locales e indígenas siempre visualizados como campesinos. Los conflictos modernos, en cambio, tienen como reivindicación central los derechos colectivos indígenas, el reconocimiento de la diversidad en la sociedad, y por tanto la capacidad reivindicada de autonomía, autogestión y autogobierno. Ese es su horizonte y utopía. Por razones evidentes y objetivas, influencias de lo que ocurre en el mundo globalizado, el conflicto mapuche ha ido transitando de un conflicto tradicional a uno moderno. Los jóvenes indígenas, muchos de ellos universitarios, releen la historia, su historia, y le otorgan nuevos significados. Estamos en presencia de un período de alta recreación cultural y política en la comunidad mapuche del sur del país, en la que el debate es cotidiano, las organizaciones activas y emergentes, y las movilizaciones de todo tipo y sentido copan las páginas de los periódicos y noticieros de la televisión. No se saca mucho con negar el carácter del conflicto. La sociedad chilena se está enfrentando a un conflicto de carácter étnico moderno, con un actor en formación que reivindica el establecimiento de un lugar propio en la sociedad chilena, un trato diferenciado, privilegios por su carácter de minoría y un estatuto propio en el nivel político y de manejo de recursos, tanto naturales como presupuestarios.

    Las informaciones que entrega la prensa acerca de este conflicto, muestran que los actores son jóvenes. En su mayoría habitantes de comunidades. Los estudios que hemos realizado indican en los últimos años un fenómeno nuevo. Ya no se puede catalogar a un joven de urbano o rural. No es tan fácil decir si es campesino o estudiante. La mayor parte de ellos transita entre el campo y la ciudad. Las comunicaciones han mejorado mucho en La Araucanía y en general en las áreas rurales del sur del país. Hay caminos asfaltados, microbuses con recorridos regulares y rápidos, teléfonos instalados en el campo, electricidad y televisión en casi todas las comunidades, y una red amplia de telefonía celular a la que tienen acceso los jóvenes indígenas y en particular los dirigentes. Muchos estudian en las universidades regionales, viven en la ciudad cabecera local, y además van al campo donde sus padres, cotidianamente, e incluso trabajan allí colaborando en la agricultura. Ya en el Censo de Población de 1992 percibíamos una cantidad muy grande de hombres jóvenes que vivían en el campo y en situación de cesantía. Las mujeres jóvenes en cambio tienen más posibilidades de trabajo en labores domésticas, en las ciudades, y tienden a migrar. Esos jóvenes transitan permanentemente entre la comunidad y la ciudad, entre el supuesto mundo «tradicional» de la reducción indígena y la modernidad urbana del Chile del siglo veintiuno. Esas son las bases objetivas de casi todos los nuevos movimientos indígenas, los movimientos étnicos y de minorías en el mundo contemporáneo. Ya no son actores rurales puros, ni urbanos puros. Es una combinación compleja en la que por cierto, las ideas circulan sin fronteras. El uso que los jóvenes dan a Internet y la cantidad de páginas con información del conflicto en la red, es una evidencia de esta nueva realidad.

    En los últimos años, las imágenes acerca del conflicto indígena también se han revuelto enormemente. La cuestión mapuche del sur ha sido dibujada por la prensa como un asunto de violencia, y esa violencia se la hace provenir de las hondas y boleadoras de los mapuche. Cada vez que aparece el tema en la televisión aparecen jóvenes encapuchados tirando piedras en una asociación subliminal con la violencia que vivió el conjunto del país en los años de la Unidad Popular. Se ha llegado a pensar y establecer que toda movilización es violencia lo cual es una falacia muy peligrosa. Los mapuche como cualquier agrupación de ciudadanos tienen derecho a expresar sus puntos de vista en la calle, con manifestaciones públicas, actos simbólicos de toda naturaleza. Lo único que no es legítimo, lo cual es evidente y claro, es proceder a la realización de actos propiamente delictuales. Se ha recurrido, sin embargo, a los antiguos imaginarios existentes en el subconsciente colectivo chileno, acerca de la cuestión indígena y la antigua violencia de la guerra de Arauco. Durante siglos éste fue un asunto en que se oponía la civilización contra la barbarie. Hoy día se revierten nuevamente los actores: las víctimas aparecen como victimarios, los humillados como humilladores. La violencia provendría de quienes se oponen a la violencia contra ellos ejercida durante siglos. Se asiste a una cierta campaña por delincuenciar el movimiento indígena. Asuntos que no son delitos son considerados como tales. Un juez regional acusó a una comunidad de «asociación ilícita» ya que la comunidad se había reunido, como siempre lo han hecho, para organizar una protesta y acción reivindicatoria por unas tierras disputadas. La aparición de una voz tan fuerte y potente en el sur del país, molesta a muchos. Los preferirían en silencio. El silencio tradicional del indio, su negación, su inexistencia, su invisibilidad.

    Nos preguntamos en estos días cuáles serían las fronteras étnicas que el Estado chileno estaría dispuesto a reconocer. Como se podrá leer en este libro, durante mucho tiempo, quizá siempre, el Estado no reconoció ninguna frontera étnica en la sociedad chilena y por el contrario hizo de la asimilación cultural una bandera y un programa. Esa integración impositiva no tuvo éxito. Confinó a los indígenas a los estratos más bajos de la sociedad y a los agricultores mapuche a la extrema pobreza. Además, no logró la ansiada asimilación. La pertinacia indígena se impuso. Al comenzar el siglo veintiuno se plantea de nuevo el desafío. ¿Serán capaces el Estado y la sociedad chilena de establecer nuevas relaciones con el mundo indígena o reiterará su tradicional posición asimilacionista de homogeneidad etnocultural del país y de no reconocimiento de la diversidad existente?

    En estos años la institucionalidad estatal y política del país ha dado señales reiteradas de no aceptar el reconocimiento pleno de los derechos indígenas. El ejecutivo envió al Congreso un proyecto de reforma de la Constitución en que se reconoce formalmente la especificidad de los pueblos indígenas. La ausencia de parlamentarios en esa sesión de la Cámara que debía votar la reforma constitucional y la consiguiente falta de cuórum con que se la rechazó, implicó una ofensa legislativa a los miles de chilenos mapuche y no mapuche que esperan una conducta dialogante de parte del Estado y sus personeros. Las dificultades en la aprobación del Convenio 169 de la OIT, ha sido otro elemento de la causa. El Congreso ha colocado todo tipo de obstáculos constitucionales a la ratificación de este instrumento internacional, mostrando una buena parte de los representantes ninguna sensibilidad a la cuestión en debate. Los mapuche legítimamente pueden pensar que la sociedad chilena (en particular la clase política) no toma en serio este asunto, no le interesa y lo desconoce. O simplemente se opone.

    En una buena medida, el Estado y la mayor parte de la sociedad política chilena no comprenden o no quieren comprender los cambios que se han producido en la cuestión indígena, su tránsito desde un movimiento campesino tradicional a un movimiento de reivindicación étnica de carácter moderno. La mayor parte de quienes aceptan la globalización en el ámbito de la economía y los negocios, no acepta de la misma manera la globalización de las ideas, de las relaciones entre las personas y, menos aún, la globalización de los derechos que cada sociedad posee, ya sea mayoritaria o minoritaria. La cuestión mapuche le plantea a la sociedad nacional redefiniciones que van en la línea de los problemas y asuntos más actuales del mundo contemporáneo. El Estado necesita enfrentar una reestructuración y replanteo de lo que fueron las bases ideológicas que lo constituyeron al comenzar el siglo diecinueve, doscientos años atrás. Es por ello que este conflicto se presenta para muchos chilenos como el punto más alto de la lucha por la construcción de la diversidad en Chile, es el punto cien de la tolerancia, un barómetro donde se medirá la calidad de las relaciones de la sociedad chilena del siglo veintiuno.

    PRESENTACIÓN A LA TERCERA EDICIÓN 

    JULIO DE 2007

    Los Mapuche son el pueblo indígena más numeroso de Chile. Casi un millón de personas se consideran miembros de esa cultura. La Historia del país es inseparable de la Historia Mapuche. Los españoles los denominaron araucanos, y la voz la hizo famosa en el poema de La Araucana, el poeta Alonso de Ercilla y Zúñiga. Habitaban a la llegada de los españoles un enorme territorio desde los valles al norte de lo que hoy es la capital de Chile, Santiago, hasta donde comienzan las islas del Sur, el Archipiélago de Chiloé. Hoy, habitan en comunidades rurales en el sur de Chile y en menor medida en el sur de Argentina y muchos han migrado a las ciudades. Es un pueblo con una fuerte identidad y que mantiene viva la mayor parte de sus tradiciones y su lengua.

    La sociedad chilena del siglo veintiuno no ha resuelto aún su relación con la sociedad mapuche. El pueblo originario de Chile sigue siendo el grupo social más discriminado, pobre y marginalizado del país. A pocos años del Bicentenario de la República sigue siendo una asignatura pendiente. El Estado y la sociedad se encuentran en una encrucijada, o continuar con la política de intolerancia y conflicto que ha caracterizado largos períodos de la Historia de Chile y concretamente los últimos diez años, o encaminarse a superarlo por la vía del diálogo, del respeto mutuo, del reconocimiento, de la reparación del daño histórico cometido.

    Los mapuche han tratado de obtener un espacio en la sociedad, se han opuesto a los intentos reiterados de asimilación que ha conducido las políticas del Estado. Durante todo el siglo veinte se organizaron para mantener vivas sus costumbres, formas de vida y cultura heredada de sus antepasados. En los últimos quince años, como parte de la redemocratización y modernización del país, la sociedad mapuche ha adquirido renovadas energías y demanda cada vez más un sitio en la sociedad. Se ha producido una suerte de emergencia mapuche, sobre todo en el sur del país, la cual no es siempre comprendida por el resto de la sociedad chilena. Nuevos liderazgos, conflictos ambientales, exigencias de participación y protagonismo, revitalización de costumbres, introducción de la educación bilingüe en las escuelas y la salud intercultural en los Hospitales, Municipalidades en manos de alcaldes mapuche, gran cantidad y presencia de profesionales, intelectuales y poetas mapuche, son algunas de las expresiones de esta emergencia indígena. Es un proceso de enorme vitalidad que contribuye a aumentar el respeto y valor de la diversidad en Chile, un elemento indispensable para una democracia moderna.

    El proceso de emergencia mapuche no está exento de contradicciones. Hay una larga historia de conflictos y podríamos jugar con las palabras diciendo que es también un conflicto que tiene una larga historia. Los mapuche sufrieron el despojo de sus tierras. Despojo es, según el diccionario, lo que se ha perdido. Es igualmente, la presa y el botín del vencedor. Es también la acción de desposeerle a una persona o grupo de personas un bien con violencia. A fines del siglo diecinueve fueron reducidos y buena parte de la tierra del sur de Chile, se entregó a colonos. Durante el siglo veinte hubo relaciones en muchos momentos, tensas entre los mapuche y el Estado. Momentos de violencia, de discriminación abierta, de intentos de cooptación y asimilación, momentos de esperanza y otros de frustración. Esta es por lo tanto la historia que quisiéramos relatar. Es una historia necesaria de contar. Servirá quizá, para entender lo que pasa en la actualidad.

    El primer período analizado es el de la ocupación militar de la Araucanía y reducción de los mapuche a las reservaciones. Tratamos de comprender el contexto cultural del despojo. Los mapuche se empobrecieron por la fuerza del Estado y colmaron su memoria de recuerdos y nostalgias del pasado que habían sido obligados a dejar. Entramos al segundo período. Allí se constituye, a mi modo de ver, la cultura mapuche moderna. Combinación de nostalgia, resentimientos, y afirmación de su propio futuro e identidad. Se originan sin duda los odios primordiales. Los mapuche son convertidos en agricultores, en campesinos pobres, la gente del trigo. Comienza un largo tercer período en que los líderes araucanos, que así se autodenominaban, luchan por una integración respetuosa a la sociedad chilena. Participan activamente en política, llegan al Parlamento donde denuncian el despojo de que son objeto, buscan por todos los medios obtener un lugar en la sociedad. Son rechazados. Como todas las cosas de la vida, el péndulo se carga hacia el otro lado y los mapuche buscan a través de los hechos obtener sus reivindicaciones: es el cuarto período marcado por las tomas de fundos, la reacción frente al despojo. El Golpe Militar y las leyes de división de las comunidades en los años setenta abren un quinto y nuevo período que va a concluir con la transición a la democracia iniciada el año noventa, a fin del siglo. Durante esos años, y producto de la división de las tierras comunales, surgen nuevas organizaciones y se incuba, por primera vez quizá con claridad y fuerza, una ideología que afirma la identidad mapuche en su etnicidad y cultura, relativamente separada de la chilena. El acuerdo de Nueva Imperial entre la Concertación de Partidos por la Democracia y los mapuche, abre un último y sexto período que permitió el paso a la dictación de leyes y una nueva imagen de los mapuche en la sociedad chilena. Sin embargo, pareciera que este período se ha agotado y llega a su término con el final del siglo veinte. Sospechamos que estamos en vías de iniciar otro momento de las relaciones entre el Estado y la sociedad mapuche, pero es allí donde se detiene este relato.

    Este libro surge de una larga trayectoria de investigación tanto histórica como etnográfica, y una convivencia prolongada con los mapuche y sus ideales. Puede ser leído como una mirada desde un amigo de los mapuche sobre los mapuche. No es por cierto la mirada de los mapuche sobre sí mismos. No pretende serlo y ellos tienen la obligación y derecho a entregarla. Una primera edición fue publicada por Planeta el año 2000 y una segunda dos años más tarde. Esta Tercera Edición ha sido corregida y aumentada considerablemente con capítulos nuevos que no estaban en las ediciones anteriores, producto de nuevas investigaciones, y sobre todo puesta al día. Se han agregado muchas notas de pie de página que en las ediciones anteriores no estaban contempladas.

    Encontré, pues en Santiago

    a cierto cacique,

    el cual me dijo esto:

    "En el terreno donde estás, se han asentado dos casas

    y el terreno ha sido declarado fiscal".

    Entonces, habiéndome dicho esto,

    le pedí a mi Hermano Preceptor;

    Hazme el favor, dame por escrito este asunto, le dije.

    Entonces mandó por mí al Hermano León,

    para que me lo apuntara: este apuntó mi asunto.

    Le dije: "Hazme el servicio de hablarme con este diputado’.

    El lunes entregarás tú mismo tu papel, me dijo

    Este lunes no lo entregué;

    enfermé más y por eso el Hermano me mandó al Hospital.

    Allí me quedé veintidós días.

    Después de haber sanado, llegué otra vez donde mi Hermano

    Solamente al lunes siguiente, entregué el papel al diputado.

    Señor Echenique, Joaquín se llamaba este diputado.

    Es pues realmente así que mi casa y mi terreno han sido declarados fiscales.

    Me han tomado mucho de mi terreno;

    Más de diez cuadras me han quitado.

    Por eso se afligió mucho mi mujer y mi tío también.

    Hasta lloró con mi mujer, porque ella se afligía tanto.

    El colono abrió mi trigal y la tranca.

    Entonces los bueyes entraron en mi siembra;

    cuando llegué el trigo estaba acabado.

    A mi vuelta me contó mi tío que le dijeron:

    "Si no sales de la casa,

    quemaremos tu casa"

    Porque no conozco el habla de los huincas me ha hecho tanto mal este colono, dijo mi tío Ignacio Ancán.

    También a Victorio Pueñ se le dijo:

    Le voy a quemar su casa

    A mi primo Farolo

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